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SANTORAL DEL BARRO: SANTA ÁGUEDA

SANTA ÁGUEDA EN AZULEJERÍA DE TALAVERA

Santa Águeda con los pechos en la bandeja como atributo junto a la palma del martirio. Ermita de Virgen de Gracia en Velada, cerámica de Talavera del siglo XVII

Esta santa nació a las faldas del volcán Etna, en la Catania de Sicilia. Su martirio sucedió como tantos otros durante el gobierno de Decio en el siglo III. El prefecto que gobernaba la isla de nombre Quintiliano, atraído por la gran belleza y la riqueza de la joven, que ya desde niña había hecho voto de castidad, intentó seducirla, pero, al resistirse la muchacha a tener relaciones con él, la encerró en un lupanar. Lo regentaba una mujer llamada Afrodisia y la santa se vio obligada a convivir con nueve prostitutas, aunque milagrosamente la mártir consiguió mantener su virginidad, al igual que santa Inés en una situación parecida. Como la santa se mantiene casta, el pretor ordena someter a Águeda a martirio dándole tormento en el potro primero y atándola luego a un poste y arrancándola los senos con unas tenazas.

Durante la noche recibe en su mazmorra la visita de San Pedro precedido de un niño con un farol. El apóstol cura sus heridas, quedando sus pechos en mejor estado que antes de ser martirizada. Como todavía seguía con vida, fue llevada de nuevo ante un tribunal que la condenó primero a ser lanzada a un suelo lleno de fragmentos de vidrio, la introdujeron después en una caja metálica con púas y por último fue quemada sobre unos carbones encendidos hasta que murió gritando de alegría y dando gracias a Dios por su martirio.

Cuadro del retablo de la iglesia de Montesclaros representando el martirio de Santa Águeda cuando le extirpan los pechos

Es curiosa la descripción de la muerte de Quintiliano según “La Leyenda Dorada”. Cuando va a examinar las riquezas de la santa para confiscarlas, se desbocan los caballos de su carruaje y cae a sus pezuñas, mordiéndole uno de ellos y dándole el otro una coz tan fuerte que lo lanzó a un río cercano y desapareció para siempre.

En Catania dicen conservar sus restos y su velo que ante la amenaza de erupción ha sido sacado en otras ocasiones en procesión alrededor del Etna. La muerte de la joven fue acompañada de terremotos y en el año de su aniversario se produjo una erupción del volcán, pero los habitantes de la región consiguieron salvar su vida gracias a una procesión con el velo de Águeda que desvió la corriente de lava.

Es por ello protectora contra volcanes y terremotos, y por extensión contra el fuego, el rayo y la tormenta. Es curioso constatar por ello que en Montesclaros, donde se celebra su fiesta el día cinco de enero, se hacen hogueras en las puertas de las casas, aunque al igual que en otros lugares este elemento del fuego es frecuente en muchas de las fiestas invernales, que en muchos casos suelen tener en sus ritos un origen pagano que más tarde fue cristianizado. Las fiestas de Santa Águeda tienen en muchos pueblos a las mujeres como protagonistas, tomando el mando de manera simbólica, por lo que se han relacionado sus fiestas con las de las antiguas matronalia romanas.

Las mujeres son las protagonistas principales en la fiesta de Santa Águeda, derivadas de las «matronalia» romanas

La santa siciliana, al igual que Santa Catalina, era de sangre noble, por lo que se la suele caracterizar ricamente vestida con la túnica talar de las nobles y la cabeza descubierta como las doncellas. Sus atributos más frecuentes, además de la palma del martirio, son los dos pechos sobre una bandeja, como en la representación de azulejos de la ermita de la Virgen de Gracia de Velada, donde aparece en uno de los retablillos laterales del siglo XVII. Las figuras son tan esbeltas que algunos han querido identificar a su autor con algún pintor del taller de El Greco. Más raro es que aparezcan otros elementos como unas tijeras con los pechos cortados, carbón incandescente, una antorcha como símbolo del fuego o el unicornio simbolizando a la virginidad.

Por supuesto, según las tradiciones populares, la santa ha sido considerada la protectora contra las enfermedades del pecho, aunque también es benéfica contra las quemaduras y la desgracia en general.

Los perros de Santa Ana

LOS PERROS DE SANTA ANA DE PUSA

Mozos vestidos de «perros» de Santana de Pusa

La fiesta de San Sebastián, de este pequeño pueblo de Valdepusa, es uno de los ritos más arcaicos que se conservan entre las celebraciones festivas de nuestra comarca.

En la madrugada del día veinte de Enero los muchachos que componían la quinta de ese año se vestían de «perros». En las épocas de mayor población del lugar llegaban a ser más de cuarenta mozos los que se disfrazaban con pieles de animales, generalmente de cabra o ternero. Los jóvenes tiznaban además sus rostros de negro, para conseguir así un aspecto más sobrecogedor. A la espalda llevaban y aún llevan colgado un gran cencerro.

Los perros llevando la imagen de San Sebastián

Había también otros personajes que protagonizaban nuestra fiesta, se trata de las vacas, dos de los muchachos se vestían también con pieles pero añadían unos cuernos a su tocado. Otros dos quintos se disfrazaban de hilanderas, es decir de mujeres con el traje tradicional con su corpiño. Estos personajes eran menos apetecidos por los mozos, que solían adjudicarse estos cuatro papeles mediante sorteo. Su principal cometido era entrar con horquillas de palo en las viviendas del pueblo descolgando chorizos con el consentimiento de este hurto festivo por parte de los dueños de la casa.

Fotografía antigua de la fiesta de San Sebastián o Los Perros de Santa Ana de Pusa con los quintos vestidos de "perro"
Fotografía antigua de la fiesta de San Sebastián o Los Perros de Santa Ana de Pusa con los quintos vestidos de «perro»

Los perros ya vestidos acechan a las mozas desde primera hora para intentar «mearlas». Deambulan por todas las calles «meando» a las solteras con una bota llena de agua. Las chicas tienen a gala hacer enojar a los mozos huyendo de ellos e intentando evitar que las empapen. Se encierran en las casas y los perros escalan muros y balcones ante la mirada condescendiente de los padres de ellas que les invitan a vino y dulces. Tradicionalmente las primeras afectadas eran las componentes de las cuadrillas que se dirigían a recoger la aceituna, labor desarrollada en esta época invernal. El vino y chorizo obtenido en el recorrido por casas y calles del lugar es compartido por todo el grupo.
En cuanto a la gastronomía, es típica la elaboración del «hornazo». Curiosamente, en este caso no es una empanada rellena de carne sino un dulce que, como muchos de los elaborados durante las fiestas de invierno, tienen entre sus componentes los anises, además de la clara de huevo con azúcar que adorna con dibujos la superficie de la masa. Las «roscas» son dulces similares pero de menor tamaño y que se destinan a invitar a las visitas en los domicilios. También se colocan dulces como «ofrecimiento» delante de la imagen de San Sebastián en la iglesia.

Los perros saltando a las casas de las mozas

A la misa acuden los perros, aunque un párroco intentó evitarlo, dadas las evidentes raíces paganas de la fiesta que luego analizaremos. A la salida se celebra la procesión con el santo que es llevado y custodiado también por los perros. La imagen va adornada con ramón de olivo del que cuelgan naranjas y roscas y detrás va el párroco y los demás asistentes a la ceremonia que recorren la «carrera» o trayecto habitual de la procesión.
Si buscamos paralelismos, podemos comparar esta fiesta con las «Carantoñas» del pueblo cacereño de Acehuche donde también se disfrazan los mozos con pieles y se persigue a las chicas, otra similitud es la aparición de un personaje disfrazado de Vaca-tora con cuernos como en Santa Ana se disfrazan las vacas. Dos ritos similares se pueden observar en lugares tan distantes como la isla de Hierro, con sus Carneros de La Frontera, o Las Trangas de Bielsa en Huesca que, disfrazados con pieles y cuernos persiguen a las Madamas en las fiestas de carnaval.
Más cerca, en San Pablo de los Montes, San Sebastián también lo celebran los quintos, la Madre Cochina es otro de ellos vestido de mujer que, en este caso, acosa a las mozas intentando levantarles la falda.

Imagen de San Sebastián con su decoración vegetal y otros elementos típicos de un rito de fertilidad
Imagen de San Sebastián con su decoración vegetal y otros elementos típicos de un rito de fertilidad

Es curioso constatar como en el valle del Pusa se celebra también San Sebastián con ritos que tienen cierta similitud en Malpica de Tajo, capital del Señorío de Valdepusa, y también en Los Navalucillos, en la cabecera del mismo río.
En la primera de estas localidades son protagonistas los «morraches» vestidos con trajes multicolores, caretas y cencerros, y aunque no hay vaca sí sale un toro de fuego. En Los Navalucillos «los marraches» salían en grupos cada uno con su vaquilla e intentan tiznar a las mozas.
Son todos rituales de fertilidad anteriores al cristianismo. Los Perros es una fiesta que podemos clasificar entre todas aquellas celebraciones invernales en las que aparece la vaca o vaquilla «la vitula» romana. Sería uno de los ritos que Caro Baroja relaciona con las fiestas de las Kalendae romanas que, en Enero, se dedicaban al dios Jano. Pero puede que hundan sus raíces en ritos de fertilidad todavía más antiguos asociados con las culturas de pueblos pastoriles prerromanos. La zona central de la meseta peninsular y Extremadura es la más rica en este tipo de fiestas. El padre Flórez señalaba cómo en los primeros siglos del cristianismo se castigaba con tres años de penitencia a los que a primeros de año se vistieran de ternera o de becerro. Más curioso por la coincidencia con nuestro rito santanero es el texto de Asterio de Amasea en el que insiste en la vergüenza de los disfraces femeniles que llevaban hasta los hombres más valientes durante estas fiestas, disfraces tales como el de hilandera.

 

Niños disfrazados de perro en la fiesta de San Sebastián de Santa Ana de Pusa
Niños disfrazados de perro en la fiesta de San Sebastián de Santa Ana de Pusa

También Caro Baroja aporta un texto sumamente significativo de San Isidoro de Sevilla: “Instituyó la Iglesia el ayuno de las calendas de Enero a causa de un error propio de la gentilidad. Fue Jano cierto príncipe de los paganos, por el que se ha dado el nombre al mes de enero y al que los hombres inexpertos, honrándole como a un dios, otorgaron honores religiosos y le consagraron un día con fiestas suntuosas y regocijos. Así los míseros hombres y lo que es peor, los mismos fieles, durante ese día, adquiriendo monstruosas apariencias , se disfrazan a manera de fieras, otros toman aspecto mujeril, afeminando el suyo propio…hacen gritería y danzan…y la turba de depauperado espíritu se excita con el vino.”
San Sebastián era centurión de la guardia pretoriana del emperador Diocleciano y consolaba y alentaba a los cristianos que conducía al martirio. Delatado, fue ejecutado asaeteado por lo que en su iconografía aparece un joven con varias flechas clavadas y atado a un árbol o columna. Se recuperó de sus heridas mortales y fue de nuevo muerto a golpes.
Es invocado contra la peste y las epidemias en general, y a ello tal vez deba su difusión. La celebración de su fiesta el veinte de Enero ha servido para enmascarar y cristianizar innumerables rituales de invierno paganos anteriores a la cristianización.

Los perros «meando» a las mozas

 

RUTA: UNA VUELTA POR EL ENTORNO DE LAGARTERA

RUTA: UNA VUELTA POR EL ENTORNO DE LAGARTERA

 Recorrido aproximado 8 kilómetros, 2 horas y media

Hornacina del Calvario de Lagartera

 Podemos dar un agradable paseo por el extrarradio de Lagartera conociendo algunos elementos de interés de su paisaje y su patrimonio. Para ello preguntaremos por el camino que va hacia el calvario. En dirección sureste, tomaremos a la izquierda la senda que entre olivares va siguiendo las cruces graníticas de las estaciones del viacrucis. Las tres cruces de la estación del calvario se levantan sobre un plinto también de piedra cerca del que podemos ver un pequeño altarcillo en forma de hornacina coronada por una cruz, y junto a él una roca completamente enjalbegada donde suelen dejar pequeñas cruces hechas de palitos de olivo o de hinojo los lagarteranos que suben hasta aquí haciendo el viacrucis. Vale la pena detenernos en estas alturas desde donde se contempla el núcleo histórico oropesano que destaca al este, el murallón de Gredos al Norte y el caserío de Lagartera delante de nosotros, dominando sobre él la esbelta torre de la iglesia. Al sur se adivinan las sierras jareñas. Seguir leyendo RUTA: UNA VUELTA POR EL ENTORNO DE LAGARTERA

SANTUARIOS DE LA CERÁMICA DE TALAVERA Ermita de la Virgen de las Fuentes en San Juan del Olmo (Ávila)

SANTUARIOS DE LA CERÁMICA DE TALAVERA

Ermita de la Virgen de las Fuentes en San Juan del Olmo (Ávila)

San Pedro de Alcántara en un panel de azulejos de la ermita de la Virgen de las Fuentes

Hoy nos vamos a ir a la Sierra de Ávila, cerca del valle del Amblés. Aunque nuestro objetivo es conocer la cerámica de Talavera que se encuentra repartida por todo el territorio nacional, la Ermita de nuestra Señora de las Fuentes en el municipio de San Juan del Olmo cuenta con otros atractivos que vamos a comentar.

Una de las fuentes de la ermita de la Virgen de las Fuentes

La ermita se sitúa en uno de esos parajes mágicos que desde siempre han tenido una especial atracción para el ser humano. Está en la misma Cañada Leonesa Occidental y junto a ella pasaron y descansaron millones de ovejas merinas que formaban los rebaños que iban a Extremadura a aprovechar los pastos de invierno o que volvían para pastar en los prados serranos en verano. El ganado vacuno avileño famoso por su calidad es también muy abundante en esta tierra vettona que tan cerca tiene ese gran yacimiento de Ulaca.

Capillita de la Virgen de los Arrieros

Pero no solo fue lugar de paso para el ganado, sino que también discurrían por el paraje muchos arrieros con sus mercancías y de hecho hay en el muro oriental una pequeña hornacina con una imagen muy deteriorada de madera llamada la Virgen de los Arrieros, y ante ella se postraban cuando pasaban con sus recuas de mulas, rezaban una oración y dejaban alguna perrilla. Al norte de la ermita se sitúa la necrópolis altomedieval de La Coba cuyos sepulcros labrados en la piedra nos confirman la antigua y persistente población de este territorio.

Decoración en las pechinas de la ermita de la Virgen de las Fuentes

Pues bien, la construcción se levanta junto a dos bonitas fuentes y de ahí el plural de su advocación. Es la típica ermita instalada sobre una surgencia de agua, lugares que desde tiempos prehistóricos han alojado diferentes deidades en alguno de estos locus amoenus donde tan frecuentemente la mentalidad popular ha referido apariciones marianas. Como ejemplos cercanos podemos señalar casos similares como la ermita de la Virgen de la Fuentesanta en la Iglesuela o en Parrillas, o en la propia ermita de Piedraescrita, en la que junto al altar había otra surgencia de aguas y nacimiento de ríos, en ese caso el Gévalo, y en el de la Virgen de las Fuentes el río Almar. Y es que además, en el lado de la epístola del presbiterio hay un pequeño pocillo donde mana agua que era muy demandada por las mujeres de la zona porque tenían la creencia de que bebiendo de ella sería más fácil quedar embarazadas.

Chiqueros de la rústica plaza de toros de la ermita

Por otra parte, el templo actual construido en 1669 parece que se levanta sobre otro que estaría datado en el siglo XII o XIII y que habría tenido una imagen más antigua. En el exterior se sitúa al norte la casa del santero y al noroeste, en unos prados cercados, una rústica plaza de toros con su tribuna granítica de autoridades y los chiqueros, pues al igual que junto a la Virgen del Prado de Talavera en Las Mondas se hacían concurridos festejos taurinos.

Ermita de la Virgen de las Fuentes

El templo se tuvo que reformar a principios del siglo XVIII y cuenta con una sola nave adornada con buenos retablos y algunas imágenes de cierto valor, así como una buena reja, pinturas barrocas murales y yeserías, algunas de ellas muy curiosas como el tetramorfos de la capilla mayor.

Pavimento de azulejaría talaverana en el camarín de la Virgen

El camarín está cubierto de pinturas y yeserías algo deterioradas y tiene el suelo de azulejería talaverana instalada en el año 1759, aunque el motivo de su ornamentación es el típico florón que decoró El Escorial y otros palacios reales desde el siglo XVI, cuando parece que lo diseñó el famoso ceramista talaverano Juan Fernández.

Junto al retablo de la capilla mayor se puede observar en el piso un jarrón de azucenas en azulejería, símbolo de la pureza de María, muy gastado pero que por sus motivos barrocos nos recuerda al de la sacristía de la ermita de la Virgen del Prado de Talavera.

Jarrón de azucenas en el pavimento de la ermita

Solamente tenemos una imagen figurada de azulejería talaverana en esta ermita. Puede que formara parte del frontal del altar mayor o de alguno de los altares laterales y representa a San Pedro de Alcántara arrodillado sobre unas nubes en hábito franciscano y orando ante el crucifijo y la calavera. Entre nubes aparecen unas cabezas aladas de querubines en un rompimiento de gloria y al fondo se ve un paisaje con una casa un río y montañas. La escena se enmarca arriba y abajo con cinta bicolor de azul y blanco con flores y hojas. Policromía en manganeso, verde amarillo, azul, blanco y anaranjado.

ANIMEROS Y ANIMERAS , ARTESANÍA Y GASTRONOMÍA DE VALDEVERDEJA

ANIMEROS Y ANIMERAS , ARTESANÍA Y GASTRONOMÍA

Decoración de las alabardas de los animeros

Si algún rito festivo es especialmente frecuente en los pueblos de la comarca de Talavera ese es el de las soldadescas, lleven o no ese nombre. Se trata de celebraciones de origen pagano muy vinculadas a las fiestas invernales y que en muchos casos fueron asumidas por cofradías de ánimas.

Bailando la Bandera en el carnaval de Ánimas

En Valdeverdeja podemos ver a los jóvenes de ambos sexos vestidos con los trajes tradicionales, en la mujer en sus dos versiones de novia y de labradora. Cuando el Domingo de Carnaval o Domingo del Gallo acaba la misa,los animeros y animeras suben en grupo hacia la plaza seguidos de las autoridades locales y otros asistentes. Evolucionan luego en desfile multicolor frente al ayuntamiento con sus albardas adornadas con cintas multicolores y después el abanderado baila la bandera al ritmo del tamborilero en una vistosa ceremonia que se completará por la tarde con el ofertorio en el que por parejas se hacen sus donativos y las señoras de la Asociación de Nuestra Señora de los Desamparados organizan un convite.

Dos parejas de animeros y animeras con su preciosa indumentaria

En Semana Santa se celebraba con gran devoción la Procesión del Encuentro. Las fiestas patronales son el tres de Febrero en honor de San Blas, aunque para celebrar una fiesta veraniega se instituyó hace unos años la fiesta de la Confraternidad o “fiesta de verano” simplemente. La romería a la ermita de la Virgen de los Desamparados se hace el primer fin de semana de mayo y con ese motivo se celebra un certamen de bailes regionales.

Los animeros y animeras evolucionan por la plaza de Valdeverdeja

PUEBLO ARTESANO

Valdeverdeja fue siempre pueblo de artesanos, aunque la emigración y el abandono de las labores agrícolas ha hecho desaparecer la mayor parte de ellos. Ya no quedan ceramistas de basto, telares, hojalateros, espartero o albarderos, solamente se siguen realizando labores y bordados aunque también trabaja algún herrero y los verdejos han sido siempre excelentes canteros y molineros.

Alfarería tradicional verdeja

GASTRONOMÍA

Estamos en tierras casi extremeñas y la cultura del cerdo debe notarse en la gastronomía con platos tan matanceros como la cachuela o la chanfaina. El mundo pastoril se refleja en las migas o en las sopas canas. Para postre, los dulces tradicionales como las floretas, las roscas y mangas de las bodas, las perrunillas y los mantecados. Un plato tradicional, dada la vinculación de Valdeverdeja con el río y los molinos con sus cañales de pesca, era, por ejemplo, las anguilas fritas o en salsa.

PEPINO Y CERVERA, DOS FIESTAS Y DOS ENCINAS

DOS FIESTAS POR SAN BLAS:

San Blas en Pepino

En los dos pueblos que visitamos hoy se celebra San Blas el 3 de Febrero.

En Cervera se sale de ronda por el pueblo cantando y se lanza pelusa de las espadañas en las calles, un ritual muy antiguo de los llamados de “agravio” que se dan especialmente en las fiestas de invierno.

Lanzando la pelusa en Cervera de los Montes

 

También es significativo que en las dos fiestas se adorne con roscas, cintas y frutos la imagen del santo, lo que nos sugiere que esto es más bien un ritual de fertilidad cristianizado con la advocación de San Blas, protector contra las enfermedades de la garganta cuya devoción se extendió desde antiguo debido a la gran mortandad ocasionada por infecciones como la difteria, que acababan con la vida de muchos niños.

Dando el palo al chozo en Pepino

Otro aspecto de raíz pagana de la fiesta es el gran fuego que se hace en Pepino, el llamado “chozo”, al que se dan palos para que salten chispas, lo que dará buena suerte al año siguiente al que lo hace. Fuego, frutos, pelusa…como vemos, elementos que poco tienen que ver con el santo obispo.

Encina monumental de Meregil en Cervera

Y DOS ENCINAS

La encina de Meregil en Cervera

También nos acercaremos, como indica el plano, hasta la encina Meregil, un ejemplar monumental de este árbol al que se llega por un agradable sendero señalizado y cuyo corazón se haya deteriorado por haberse aprovechado para extraer de él la madera para hacer los badajos de los cencerros.

Se encuentra sobre un plinto redondo de piedra y desde el lugar se contempla una espléndida vista sobre la zona occidental de la sierra de San Vicente y el valle del Tiétar con el farallón de Gredos.

Detalle del «corazón» de la encina Meregil

La encina de Doña Germana en Pepino

Es curiosa la leyenda de esta encina monumental que se encuentra a algo más de tres kilómetros de la población de Pepino en dirección este por el cordel que une esta localidad con San Román de los Montes.

No sabemos por qué se dice que en ella se columpió doña Germana de Foix, la bella y joven noble francesa que se casó en segundas nupcias con Fernando de Aragón tras la muerte de su esposa Isabel la Católica.

Precisamente murió el rey en Madrigalejo, en la provincia de Cáceres cuando para que pudiera yacer con la muchacha, al ya anciano rey le dieron un brebaje compuesto de hierbas y testículos de toro, y a la mañana siguiente amaneció muerto, vamos que falleció víctima de un «viagrazo».Encina de doña Germana en término de Pepino

Puede que en alguno de los viajes de la corte pasaran los monarcas por Talavera y se columpiara en la vetusta encina doña Germana, ¿quién lo sabe? Lo que sí es cierto es que la joven reina tuvo tras la muerte del rey Fernando una apasionada relación con su nietastro Carlos V de la que nació una hija bastarda.

Está el árbol monumental en la misma linde del camino y su tronco está hendido en dos. Su copa es más frondosa y globular que la de la encina Meregil.

Cerca de ella hay otra encina peculiar llamada en Pepino «La Tiesa» por estar podada de forma que ha alcanzado gran altura.

 

LOS EMPALAOS DE VALVERDE DE LA VERA

LOS EMPALAOS DE VALVERDE DE LA VERA

Fotografía del Museo del Empalao

 El rito más conocido entre los de este pueblo, y todos los de la Vera en general, es el que se celebra en Semana Santa desde tiempo inmemorial conocido como de “Los Empalaos”. Se desarrolla el Jueves Santo por la noche y las primeras referencias a la “Cofradía de disciplinantes y Germandad de la Pasión de Jesucristo” datan del siglo XVI, cuando se escriben las primeras ordenanzas y reglamentos y se conceden indulgencias plenarias, aunque parece que el ritual y la hermandad existían desde fechas anteriores. Cuando Carlos V llegó a Yuste, le informaron sus ayudantes sobre los disciplinantes en términos que daban a entender que era costumbre un tanto bárbara y brutal, pues hasta finales del siglo XVII se azotaban violentamente los disciplinantes.

Otra de las fotografías del museo del Empalao

Vestir a los empalaos no solo es todo un ritual sino también una técnica delicada en la que no se debe apretar mucho las cuerdas porque dificultan la respiración, ni tampoco dejarlas demasiado flojas porque, aparte de no producir la mortificación del disciplinante, pueden acabar produciendo heridas. Tanto las llagas como los hematomas producidos eran tratados desde siempre con vino blanco que compraba la cofradía, aunque hoy día se utilizan otros remedios más actualizados.

La corona de espinas es uno de los elementos del atuendo de los Empalaos

Como nos describe Angel Correas, lo primero que se coloca al penitente es el “timón”, un palo redondo que formaba parte del arado romano tradicional y que sostiene a los brazos en cruz. Luego se van colocando las sogas alrededor de los brazos y el timón hasta la punta de los dedos, así como en torno al torso del empalao. La parte de abajo se viste con una enagua blanca de mujer.

Cristo de la iglesia de Valverde con la estola y los símbolos de la Pasión

En la cabeza se coloca un velo también blanco delante de la cara para guardar el anonimato del penitente. Por detrás del cuello se colocan dos espadas antiguas que sobresalen en aspa por encima de la cabeza. Encima del velo lleva una corona de espinas. El empalao siempre va descalzo y a mitad de cada brazo cuelgan tres “vilortas”, anillas de hierro que también formaban parte del antiguo arado y que van balanceándose y produciendo un sonido lúgubre al paso del disciplinante. Completa el vestuario del empalao una tela blanca rectangular como las que adornan muchas cruces y que y que como en ellas cuelga de los brazos.

El Cirineo siempre auxilia y acompaña al Empalao

El empalao va siempre acompañado del “cirineo” que antes se denominaba hermano de luz, pues llevaban las velas que lo alumbraban o actualmente la lámpara de aceite, y auxiliaban al empalao ante cualquier caída o incidencia. Va vestido con una manta antigua o una capa. Las mujeres no se visten de empalao pero sí pueden ser penitentes vestidas de “nazareno”, descalzas, con velo negro y corona de espinas, y llevando una pequeña cruz

Otro de los personajes de los Empalaos es

El recorrido sigue las estaciones del vía crucis que se reparten por el pueblo y en las tres cruces de la estación del Calvario que se encuentra junto a la carretera se recita a las doce de la noche una poesía dedicada a la “Madre Afligida”. También se acercan a rezar un padrenuestro a la ermita del Cristo. Antiguamente también se vestían y azotaban los empalaos la noche del dos de Mayo pues era la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz.

En Valverde de la Vera se puede visitar un Museo delEmpalao donde además podemos conocer la casa típica verata y una pequeña muestra etnográfica.

Elementos etnográficos en el Museo del Empalao

UNA FIESTA SINGULAR EN VILLAR DEL PEDROSO

UNA FIESTA SINGULAR EN VILLAR DEL PEDROSO

CAMINO REAL DE GUADALUPE  (10)

Dos animeras en el carnaval de Villar del Pedroso

Aparte de un considerable patrimonio histórico, cuenta El Villar con unas fiestas de especial interés en las que se mezclan diferentes rituales que permiten percibir las huellas de celebraciones paganas ancestrales mezcladas con una fiesta puramente religiosa. Se trata del Carnaval, que tiene elementos de culto a las ánimas unidos a una típica fiesta de soldadesca y a la pintoresca procesión del “ramo” entre otros. Como tantos festejos de invierno, conserva aspectos muy arcaicos y llenos de colorido que sorprenderán al viajero.

Las fiestas duran más de una semana y tienen la peculiaridad de que en cada uno de los días se visten los participantes de un color diferente: el domingo de piñata se ponen ropas de color de rojo, el lunes de avellana y verde, de gris el miércoles de ceniza, el domingo de carnaval de rojo y amarillo etc.

Desfile de animeras

No voy a describir pormenorizadamente todo su desarrollo pero sí diré que son dignos de presenciar los desfiles de la soldadesca con sus generales, tenientes, alférez y bastoneros armados de las vistosas alabardas y vestidos con sus característicos trajes típicos; o las cuestaciones al son del tambor y las salvas de escopeta, con cestos, cántaros y palos para recoger los donativos mientras se cantan coplas populares, como, por ejemplo, la del domingo de piñata, cuando los varones de la soldadesca van “a por el aguardiente” y recorren el pueblo en jubilosa comitiva.

Autoridades antes de la ofrenda

Las autoridades, simbolizadas por la Guardia Civil, el Juez de Paz o el Alcalde, también participan en varios momentos de la fiesta, como en el ofertorio, que presiden mientras bailan los lugareños y los forasteros son sacados también para que depositen sus ofrendas.

Ramo en el carnaval de ánimas del Villar del Pedroso

En este acto se mezclan las máscaras profanas, con los bailes folklóricos y con la religión en una ceremonia llena de encanto aunque, estéticamente, la procesión del ramo es el acto más colorista de las fiestas. Los hombres van a buscar las ramas de olivo y se hacen las roscas que con las cintas y las banderitas adornarán el ramo. Su ejecución es todo un ritual en el que se utiliza desde tiempo inmemorial la misma sabanilla para cubrir la tarima sobre la que, a las tres de la madrugada, comenzará a decorarse una armadura donde se colocan todos esos elementos. La misa de ánimas se acompaña con redobles de tambor en lugar de la habitual campanilla, se besa la estola y a continuación ofrece el cura uno de los numerosos convites rituales que debe dar a la soldadesca, antes con vino de misa y roscas, y actualmente con auténticas comilonas.

Baile del serengue en la ofrenda

El baile del “serengue”, de nombre y ritmo tan arcaico, es digno de ser presenciado, así como el baile de la bandera, los desfiles de la soldadesca con sus alabardas y bandera desplegada en los que se pueden ver los trajes tradicionales y los originales peinados de las mujeres de El Villar. Todo ello dejará nuestra retina repleta de imágenes sugerentes de que estamos ante un despliegue de verdadera cultura popular.

Desfile en el carnaval de ánimas

¡¿QUÉ TE HAS FERIAO!? Sobre el porqué de las ferias en Talavera

¡¿QUÉ TE HAS FERIAO!?

Artículo obre el porqué de las ferias en Talavera publicado en una revista de la COPE de las ferias de mayo de 2017

Cartel de las ferias de Talavera de

Siempre he mantenido que Talavera se sitúa en un lugar que desde la prehistoria fue cruce de caminos. El lugar al sur del puerto del Pico donde mejor se puede vadear el padre Tajo. El lugar donde se cruzan el eje norte-sur entre las dos mesetas por donde desde siempre discurrían las cañadas trashumantes, con el eje este-oeste que seguía el valle del Tajo con las calzadas romanas.

Y ya desde aquella época se ha acudido desde todas las comarcas vecinas a esta ciudad milenaria para abastecerse de todo aquello que no podían producir en sus aldeas de casi autárquica economía las rústicas gentes de nuestra gran comarca natural.

Pero al mismo tiempo, Talavera era el lugar donde comercializar los excedentes de sus productos y sus ganados mientras adquirían las herramientas y objetos necesarios para desarrollar su trabajo o para hacer algo más cómoda su vida.

Un viajero musulmán llamado Al- Edrisi que pasó por la Talabayra musulmana hace más de mil años decía que “la villa es notable por su belleza, la extensión y la variedad de sus producciones. Los bazares son dignos de verse y las casas están agradablemente dispuestas”.

Y ya entonces de decían los árabes que “Talavera es capital de una provincia importante” esa korá, esa gran comarca para la que las ferias serían después una fecha señalada en su calendario.

PLaza de toros de Talavera en postal de Ruiz de Luna

Conquistada la villa por los cristianos, convivieron en ella las tres culturas quedando gran parte del comercio local en manos de familias judías que instalaban sus tenderetes apoyados en los fuertes lienzos del primer recinto amurallado. Moriscos y mozárabes eran magníficos artesanos.

Y tanta era la actividad comercial de la ciudad que Sancho IV concede en 1294 la celebración de una feria ocho días antes de San Andrés y ocho después, para que la villa sea “más rica, la tierra mejor poblada y sus gentes más honradas”.

A lo largo de la historia cientos de actividades artesanales han completado su tradicional economía agropecuaria y así, en el siglo XVIII, trabajan en Talavera esparteros, sombrereros, boteros, plateros, cereros, herreros, cordoneros, tintoreros, jaboneros, clarineros, alfareros, carpinteros, tallistas, torneros, silleteros, carreteros, latoneros, doradores, cuchilleros, guarnicioneros, arcabuceros, cencerreros, botoneros, alpargateros , cedaceros y muchos más.

Las casetas de la feria a finales de los años 60

Esos objetos, desde la hoz hasta la montura, desde el fuelle al plato de cerámica que adornaría sus zaguanes, eran objetos trabajados con las propias manos, realizados con esos materiales que eran nobles por ser naturales, y todos ellos fabricados con una finalidad concreta en cada caso, la finalidad de facilitar y hacer algo más llevadera la vida. Y eso mismo fue la Fiaga hasta que desapareció

De la compra de aquellos utensilios, ropas etc. nos quedaba a los chavales la pregunta que nos hacíamos durante la feria: ¿Qué te has “feriao”? Y enseñábamos la garrotilla de niño o una de aquellas pelotas de colores con una goma, o un juego de pistolas con las que jugaríamos “a los indios y los americanos”, simulando con estas compras las que tradicionalmente  venían haciendo los mayores.

Siempre estuvieron vinculadas las ferias al tradicional mercado de ganados, celebrándose actualmente el 15, 16 y 17 de Mayo las ferias de San Isidro, y las de San Mateo el 20, 21 y 22 de Septiembre. Hoy día siguen siendo un foco de atracción para todas las gentes de la comarca que acuden a Talavera para disfrutar de las atracciones y espectáculos ofrecidos al público, muy diferentes del teatro chino de Manolita Chen, The Guatemala´s Monster o la “Vaca Juanita de las siete patas” que llegué a conocer. O aquellas motos que giraban hasta la horizontalidad en una caseta cilíndrica de madera y los espejos de la risa o el tren de la bruja.

El mercado de ganados siempre estuvo asociado a las ferias

Hoy vienen como en otras épocas a darse una vuelta por el recinto ferial, comprar algún objeto en la muestra de artesanía o acudir a los toros en nuestra plaza, santuario de la tauromaquia por haber muerto Joselito en unas ferias de mayo.

Una fiesta que formó siempre parte del espíritu de nuestra ciudad hasta el punto de que desde el cerro Negro un bando de la Guerra Civil, da igual cual de ellos, bombardeaba el entorno del coso de Talavera con envidia de sus enemigos por no poder acudir a los toros.

EL TAMBORINO DE MONDAS (y 3)

EL TAMBORINO DE MONDAS (y 3)
DESDE LA TORRE

3ª PARTE

Novela corta en la que se desarrolla durante la celebración de la milenaria fiesta de Las Mondas en el siglo XVI. Fue el cuadernillo de Mondas editado en 2000    

Ofrenda de cera en el cortejo de Mondas
Ofrenda de cera en el cortejo de Mondas
Los toros que habían muerto en las plazas de las parroquias quedaron colgando y oreándose al fresco de la noche de Abril. Mientras tanto, el sacristán de cada iglesia daba las órdenes necesarias para que se comenzaran a preparar y adornar las carretas. Servirían para llevar a las reses muertas acompañando a la ofrenda de las mondas hasta la ermita del Prado en el desfile de la tarde del sábado.
Diego y su amigo han decidido pasear por todos los barrios. Saben que siempre cae algún dulce de los que tienen preparados los mayordomos de las iglesias, pues con ellos acompañan al vino y al baile que ameniza la tarea de preparar la que las parroquias quieren que sea la más hermosa y enramada de las ofrendas de la villa.

– Vamos hacia los arrabales- dice el tamborino-, todas las gentes que han venido a la fiesta andan llenas de alegría, que no cabe un alma por las calles.

– Iremos primero hacia San Miguel. Llevan muy adelantada su carreta y, cuando la terminen de engalanar, seguro que su sacristán es el primero de todos en tocar las campanas.

Al llegar a la plaza, observan con envidia que dos mozos están encaramados en la torre con una tablilla de lanzar cohetes cada uno. La carreta no puede estar más hermosa, toda adornada de flores, hasta las ruedas, con los radios de rosas rojas y blancas. Uno de los bueyes se está comiendo las trenzas de espadaña que coronan la cabeza de su compañero. Dos mozas se acercan a los animales con sendas coronas de flores que, al ser encajadas entre sus cuernos, dan por finalizada la obra de ornamentación. En ese mismo momento comienzan los de la torre a tirar cohetes y los monaguillos se cuelgan de las cuerdas repicando las campanas con la alegría y el orgullo de saber que su parroquia ha sido la primera en acabar la monda.

Diego y Agustín se acercan a una mujer gorda y colorada. Con zalamerías consiguen que les dé unas floretas que rebosan miel engulléndolas en un santiamén y corren en medio del bullicio  para atravesar el arroyo de La Portiña y dirigirse hacia San Andrés. Casi no se puede deambular por las callejuelas. De las tabernas y figones sale olor a tocino, a morcilla asada y a vino derramado. Los dos adolescentes se fijan en unas mujeres que asoman a la calle con las caras pintadas y llenas de polvos de arroz apurando una jarra entre risotadas.

– ¡ Venid aquí zagales, que os vamos a enseñar nuestra monda! ¿Tenéis dinero rapaces?

Una de ellas coge a Diego de la manga y lo atrae hacia sí. El muchacho nota una extraña sensación cuando le invade el empalagoso olor de la mujer que no para de reírse enseñando sus dientes negros y el pecho que sale blanco y rozagante entre su corpiño desatado.

-Vámonos- dice turbado el tamborino – que ya toca las campanas el sacristán de San Clemente. Acerquémonos para ver su carreta pues es mucha la gente que allí se dirige y puede que la música que ahora se escucha sea la de los comediantes. He oído que harán función esta noche.

Al pasar corriendo por la ventana de uno de los mesones, Diego ve a través de los cristales, acompañado de otros cazadores y colmeneros, a su tío Boni que bromea con una mujer  sentada sobre sus rodillas mientras la besa en el cuello. Ya sabe que su tío no se olvida nunca de visitarla cuando baja del monte y que la mejor carne de venado la guarda para regalársela a ella.

Sobre un tablado actuaban unos cómicos en la calle de la Lechuga con el concurso de todos los pícaros de la villa. La muchedumbre reía y alborotaba cuando, en el escenario, un hombre vestido con un camisón ridículo sacaba del interior de un baúl al amante de su mujer echándole encima las brasas del calentador de la cama.

Al cabo de un rato sonaban las campanas de Santa Leocadia y las de Santiago. Todas las parroquias habían terminado ya de adornar sus mondas y pronto amanecería. Cuando los dos muchachos se retiraron a dormir un rato, los caballeros se preparaban para ir a encerrar los toros de Jarama y las mujeres se levantaban y preparaban el desayuno para poder ir pronto a coger sitio en las ventanas desde donde contemplar el encierro más lucido de las fiestas.

Desde el más diestro de los caballeros hasta el más humilde arriero acudirán con sus monturas. Los toros de Jarama, aunque no son más bravos que los de la tierra, sí que son más a propósito para las suertes de varas que con tanta destreza saben ejecutar los talaveranos, y es conocido que en esta villa se hicieron por primera vez las lanzadas de espera, que fue novedad en todo el reino ver como los nobles aguardaban al toro, quietos sobre su montura, desviándose a un lado de su recorrido impetuoso mientras le mataban de una sola lanzada.

Diego y Agustín se levantaron temprano haciendo oídos sordos de las protestas de sus madres que les invitaban a permanecer algo más en la cama, pero ellos no habrían de perderse la entrada de los caballeros de librea en la plaza de Nuestra Señora. Salieron con el sol a buscar al primo de Agustín, el joven de Cebolla que quería ver los toros desde la torre de la Iglesia Mayor. Los tres subieron por la escalera saltando sobre los montones de palomina. Desde arriba se podía ver el Tajo y en sus orillas humeaban las fogatas de los ganaderos y curiosos visitantes que habían montado sus ranchos para dormir junto al río, pues en estos días no había en Talavera venta, doblado ni cuadra donde pudiera meterse un alfiler. Por la calle de los Siete Linajes comenzaban a llegar los carruajes de los nobles que tenían su lugar reservado en los balcones del palacio arzobispal, en los de los Meneses y Carvajales o en los del ayuntamiento. Acomodados en el tablado que se había montado junto la puerta de la Colegial, Diego señaló, situada delante de sus casas, a la familia del bachiller Fernando de Rojas, el caballero que fue alcalde de Talavera y que escribió la famosa tragicomedia de Calixto y Melibea. En el corral que siempre se armaba entre la torre y el ayuntamiento los muchachos observaban desde arriba con curiosidad cómo se revolvían los nueve toros que habían sido encerrados esa madrugada y de los cuales dos iban a correrse en la plaza inmediatamente.

En medio de la plaza, un apuesto caballero...
En medio de la plaza, un apuesto caballero…

Cuando los tres miraban y comentaban desde su posición privilegiada los escotes de las damas más exuberantes, aparecieron en la torre dos clérigos. Se trataba de un canónigo de la catedral de Toledo que también había subido a contemplar el espectáculo acompañado de fray Andrés, un agustino talaverano,.

– En verdad que es grande la afición de esta villa para correr y pelear con los toros, que no he visto mayor entusiasmo y destreza en los toreadores de toda España- dijo el canónigo.

– Las gentes que pueblan toda esta  tierra, han sido desde siempre muy aficionados, que habrá visto vuesa merced los toros de piedra repartidos por sus villas y despoblados y es grande la antigüedad de esas esculturas, que las pusieron los gentiles antes de que llegaran a Hispania los romanos. Talavera fue la Caesaróbriga de los antiguos que como habéis visto dejaron aquí señales de sus templos y murallas. Cómo no habían de dejar también los hijos de Roma su afición por los táuricos juegos de circo.

– Además, el mucho oficio y el ganarse la vida con el ganado de gran número de sus vecinos debe, por fuerza, haberlos inclinado aún más a estos juegos y lances. Pero, fray Andrés, también hay en esta tierra alguno de sus hijos que no es amigo de las crueldades y riesgos para la vida humana de estas fiestas, pues yo he escuchado en Toledo al padre Mariana, hombre sabio y versado en la historia y las leyes, atacar por poco cristianas a las fiestas de toros y recordar las bulas de Pío V y Gregorio XIII en las que se excomulgaba al cristiano que las practicara, y más a los clérigos, que en esta villa no hacen otra cosa que fomentarlas y participar de ellas con tanto o más entusiasmo que sus feligreses.

– Cierto es, pero está la costumbre tan arraigada en los corazones de los talaveranos y es tan santo su final que no creo yo, que los conozco bien pues llevo en este monasterio muchos años ya, que ni en un siglo ni en veinte dejen de correrse aquí los toros.

– Por cómo resplandece esta plaza y por el gozo que se puede ver en los que en ella se aprestan a disfrutar del espectáculo, tengo que aceptar que es cierto lo que decís fray Andrés. Pero atendamos a la fiesta, que ya se abren los toriles.

En medio de la plaza un apuesto caballero hace figuras y cabriolas con su caballo ante la admiración del público que, impaciente, exige ya a gritos que comience el espectáculo. El toro provoca en su salida el asombro de la gente por su fiereza y por su buena estampa. El toreador lo cita y se arranca persiguiéndole por el ruedo con los cuernos rozando las ancas de su caballo que resbala un quiebro y es alcanzado en el vientre por el toro, lo derriba y se ensaña con él quedando sus intestinos esparcidos sobre la arena mientras los lacayos intentan distraer al toro.

Diego y sus amigos contemplan asombrados el incidente desde la torre.

– Buenas hazañas promete la mañana – dice Agustín -, que el noble caballero es de la familia de los Duque de Estrada y no dejará esta afrenta sin respuesta, el lance de empeño está asegurado.

En efecto, todo caballero que es derribado de su montura debe, toreando a pie, dar cumplida respuesta a su enemigo para no quedar en mala situación ante la plaza y sobre todo ante las damas que lo observan y a las que seguramente ha brindado su actuación en el ruedo. Sólo con su espada y la ayuda de su capa deberá enfrentarse al fiero animal que todavía se encuentra fresco, descansado y sin haber sangrado.

LIBREAS, ATAMBALES Y ESTANDARTES

Toda la plaza se conmovió, sabían que la deshonra de un caballero descabalgado de su montura por un toro no podía quedar así, con mayor motivo si el caballo había muerto de una cornada.

-A lo que parece, el toreador es don Diego Duque de Estrada que es conocido en toda España por sus lances de espada a pie- dijo fray Andrés al canónigo toledano.

– Por fortuna, pues no es fácil matar el toro a pie con sólo la ayuda de los lacayos y la capa. A buen seguro que los Duque no dejarán que en las Mondas, las más grandes fiestas de su patria, quede su nombre mancillado. Y lo digo sabiendo de qué hablo pues en cierta ocasión vi a uno de los caballeros de su familia apearse del caballo y matar un toro de una cuchillada simplemente porque le había arrancado con los cuernos una de sus espuelas.

Los lacayos llevaron a capotazos al animal bajo el balcón del ayuntamiento, como les había ordenado su señor que se fue acercando lentamente al toro, distraído en ese momento con las burlas de unos mozos que le citaban desde el tablado mientras le echaban vino con un gran pellejo. Don Diego le llamó y su rápida acometida casi le atropella, pero con un movimiento de gran ligereza y precisión, el toreador giró clavando su espada en el cuello de la bestia que cayó muerto entre el clamor de los espectadores, sobre todo los panaderos que habían costeado el toro que tan gallardamente había sucumbido a la destreza del noble talaverano. A continuación se corrió el toro de los carpinteros y de los albañiles y con él se hicieron toda clase de lances y adornos con las garruchas.

Cuando murieron estos dos toros, encerrados de madrugada con los otros siete, comenzaron a escucharse  desde la plaza lejanos atabales y chirimías que llamaban a los caballeros para concentrarse en casa del regidor torero. Todos se habían vestido con sus magníficas libreas de azul y blanco cruzadas por bandoleras de plata y oro, con turbante de terciopelo azul, manga, lanza y banderola en los hierros.

– Fue hace más de sesenta años cuando se decidió llevar esta librea porque no fuera cada caballero según su gusto y capricho, que los ricos lucían sus sedas y brocados y los pobres no tenían que poner. Además, fue ésta una prudente determinación pues son esos los colores de la Virgen Santísima a quien se hacen estas fiestas en sus santos desposorios – explicó el fraile al canónigo cuando éste le mostró su curiosidad por el uniforme de los caballeros que se disponían a correr en la plaza -. Aunque otros sabios han visto en estos vestidos la tradición de los moros cuando fueron señores de Talavera, pues ha de conocer vuesa merced que, hasta que Alfonso el Sexto los arrojó de sus murallas, los hijos de Mahoma permitieron a sus vecinos cristianos mantener el culto y devoción a Nuestra Señora en su ermita, porque así lo pusieron como condición cuando rindieron la villa a los soldados de Tariq.

Mientras tanto, los hermanos de la cofradía de la Virgen del Prado, los justicias y alguaciles se disponen para acudir con los caballeros de la villa hasta la ermita donde el capellán les dirá una misa. A continuación vuelven hacia la plaza del Pan. Destaca a la cabeza del cortejo el Hermano Mayor con el gran estandarte de damasco blanco con estrellas de seda azul y la imagen bordada de la Concepción. Al pasar por delante del convento de la Trinidad se detienen ante los monjes que esperan en la calle y uno de ellos, vestido con capa pluvial, les echa agua bendita diciendo unas oraciones. Entra después la comitiva a la villa por la Puerta de Toledo y los franciscanos rinden el mismo homenaje.

Durante el tiempo de espera hasta la entrada de los caballeros en la plaza, el tamborino y sus amigos recorren el doblado de la iglesia mayor donde se almacenan en desorden cuadros húmedos, fragmentos de retablos desmontados y santos apolillados. Todo lo curiosean mientras roban los huevos de los nidos de las palomas.

El redoble de los atabales les avisa que va a comenzar el espectácular desfile de los caballeros y hermanos por la plaza. El Hermano Mayor va abriendo el paso. Los alguaciles todavía están despejando la arena y una carreta bellamente enramada con dos grandes cubas de madera va regando el coso que se ha preparado con más de cien cargas de arenas traídas de Los Arenales. Es grande la animación y mucho lo que hay que ver, tanto en la hermosura de los rostros como en la gracia y bizarría de los aderezos de las personas.

El ruido acompasado de los tambores y atabales, redoblando acompañados de las chirimías, anuncian la llegada de los caballeros de librea que, siempre emparejados, dan dos vueltas al coso. A continuación, dejan sus lanzas y vuelven recorrer otras dos veces el perímetro de la larga plaza de la Iglesia Mayor. Al acabar de sonar la música se dividen los jinetes en dos bandos, salen en tropel por las calles laterales y vuelven en algarada para enfrentarse entre sí jugando a cañas entre las apuestas de las gentes de la villa y las de todas sus aldeas que se ponen de parte de uno u otro bando. Terminado el juego hacen todos los caballeros un caracol demostrando la destreza de los que aquí nacieron, tan naturalmente inclinados a las fiestas de toros y a las monturas.

Acabada la ceremonia ecuestre, algunos caballeros visten de rejón para continuar toreando a los siete toros que aún se guardan en los corrales de la plaza. Por la mañana se han corrido el toro del Ayuntamiento y el de la Mesa Capitular, esta tarde saldrán a la plaza en primer lugar el del Mayordomo de propios y el del Abastecimiento de Carnes pero, a continuación, se lidiarán el de molineros, el de las fraguas, el de panaderos, carpinteros y albañiles, el de los mercaderes y el de los pescadores.

El último ha sido encohetado este año para susto de damas y divertimento de todos y se le permite salir hacia el convento de Santa Catalina echando chispas de sus cuernos y resbalando sobre el barro de las calles. Aunque se lo ha prohibido su madre, el tamborino y sus amigos corren gritando detrás del animal que se revuelve junto a una talanquera. Solamente con el amago consigue que los tres chavales se suban como gatos hasta un balcón que sirve como secadero de pimientos, quedando los tres escondidos detrás de las rojas guirnaldas entre las burlas de los espectadores.

Agustín decide parar en San Pedro cuando oye la música y el bullicio que sale de su interior, entran y el espectáculo no puede ser más alegre, todos bailan, mozos y ancianos, mendigos y caballeros, damas y lavanderas todos unidos con las gentes de las aldeas, pues cada lugar de su tierra tiene una parroquia en Talavera. Diego distingue a Mariana entre la muchedumbre, está apoyada con una amiga sobre la pila bautismal cuchicheando tímidamente sobre los trajes y la destreza en el baile de unos y otros. El primo cebollano de Agustín pregunta por las dos muchachas que hoy lucen su esplendor recatado de adolescentes con el guardapiés nuevo y el corpiño labrado.

– Ni las mires, que una es novia de Diego y la salvó de un toro escapado, o es que no has oído contar su hazaña –dice Agustín socarrón.

El tamborino miró a su amigo con la cara colorada y una mueca de rencor amable mientras se acercan hacia las dos muchachas.

– Baila con mi amiga- le pide bruscamente Mariana a Diego -. Me dice que eres muy gentil.

– Yo sólo bailaré si eres tú la que bailas conmigo- contesta el tamborino.

– ¡Pues a bailar!  – grita Agustín mientras los empuja al corro de gentes que gira y gira con las manos levantadas, danzando alrededor de la monda.

– No seremos menos nosotros – responde el cebollano cogiendo a Agustín y a la otra muchacha del brazo y lanzándose también a dar vueltas con gestos exagerados.

Tambores, flautas y panderos marcan el paso caótico de los parroquianos de San Pedro que saltan, se agachan y se levantan girando alrededor de la monda mientras redoblan las campanas y de todas las gargantas salen canciones de loor a la Virgen del Prado, al santo de la parroquia y a Talavera.

Después de bailar la monda deberá salir la procesión que con la misma alegría llevará la ofrenda hasta la ermita. Por tradición es siempre San Pedro la primera iglesia en enviar su comitiva. El sacristán y el mayordomo intentan poner orden desgañitándose para ordenar los coros de mujeres armadas de grandes panderos que acompañarán con sus cantos el desfile.

Durante el baile Diego ha disfrutado del calor dulce de la mano de Mariana. Comienza a sentir otra vez esa extraña sensación de bienestar que experimenta cuando está a su lado.

– Vámonos  todos al desfile- dice el cebollano- por nada del mundo me perdería las carretas enramadas de los toros. Prometisteis mostrarme todos los prodigios de estas fiestas, que ya voy conociendo la causa de ser tan famosas.

TODOS A LA ERMITA

– Diego no puede ir a ver el desfile- dice Agustín-. Va de tamborino con los de su parroquia, allí le escucharemos redoblar.

– Es verdad, ya me tengo que ir pues empieza a desfilar la comitiva de San Pedro, luego va la de Santa Leocadia y después saldrá mi parroquia, la de Santiago. Mi madre debe ya estar impaciente esperándome con los vestidos que me ha preparado para el desfile.

Agustín y su primo cebollano se separaron de su amigo y se dirigieron corriendo hacia el Prado. Toda la calle de Zapaterías hervía desbordada por el gentío y los tenderetes que vendían dulces, frutas escarchadas, máscaras y berenjenas de Almagro. Encontraron a Mariana comprando paloduz con una amiga y las invitaron a ir con ellos a la ermita para ver la ofrenda de Mondas. La muchacha no pudo disimular su contento cuando le recordaron que desfilaría Diego tocando el tamborino.

– Subiremos a este álamo- dijo el cebollano mientras, acostumbrado a encaramarse a las higueras de su pueblo para coger sus frutos tan apreciados, escalaba el tronco con seguridad.

Desde arriba dio la mano a las dos mozas que se subieron sobre la espalda de Agustín para poder alcanzarla. A lo lejos se escuchaba el ruido de la música que anunciaban la llegada a El Prado de la primera comitiva, la de San Pedro.

...un centenar de mujeres cantando y bailando con panderos...
…un centenar de mujeres cantando y bailando con panderos…

En primer lugar iba el pendón de la iglesia y detrás doce parejas de feligreses bailando una danza de espadas acompañados de flautas y tambores. A continuación, cubiertos de sus mejores vestiduras, iban el cura, el beneficiado y los capellanes. La monda desfilaba en medio de un centenar de mujeres cantando y bailando con panderos y dirigidas por la santera de la iglesia. Detrás, niños engalanados montados en pollinos con un pequeño pendón cada uno y seguidos de otros borricos cargados con serones llenos de panecillos. Toda la gente de San Pedro entró en la ermita a ofrecer la monda que fue recibida por el capellán entre los rezos y los cantos de todos los presentes. Después fue colgada sobre la reja del altar mayor con cuerdas que descendían desde el techo.

Apenas habían salido del templo las gentes de San Pedro cuando ya llegaba a la ermita la monda de la parroquia de Santa Leocadia. No era menos lucido el cortejo, pero llevaba además tres carretas enramadas con los toros que se habían toreado la tarde anterior en su plaza. Los animales estaban desollados, limpios, abiertos en canal y cubiertos con el pellejo. En una de las carretas iba subido un hombre con una azada muy serio y altivo simbolizando que el toro al que acompañaba era el de los cavadores; sobre otro de los carros, un mozo con un leño indicaba que el animal desollado a sus pies había sido el Toro del Leño y, por último, el toro de los tenderos iba acompañado por un hombre con una balanza.

Los cuatro muchachos esperaban la llegada de la comitiva de la parroquia de Santiago para poder así ver a Diego con sus galas de tamborino. El recorrido se había iniciado, como era norma, cuando repicaron las campanas de Santa Leocadia indicando que su monda llegaba en ese momento a la plaza. El tamborino iba al frente, junto al pendón, y en la carreta se había subido su tío Boni con una ballesta y su virote para señalar que ése era el toro de los cazadores. En el otro carro, un hombre vestido de hortelano daba grandes voces diciendo a paisanos y forasteros cual era su oficio. La madre de Diego y otras mujeres del barrio habían labrado unos trajes llenos de colorido para los danzantes de las espadas que en esta comitiva llegaban a quince parejas.

Atravesaban El Prado cuando Diego escuchó los gritos agudos y alegres de Mariana y de su amigo Agustín que movían las manos sujetando las raíces de paloduz para llamar su atención. El tamborino sonrió satisfecho de la presencia en momento tan importante de su joven enamorada y redobló su tambor de tal modo que el mayordomo tuvo que llamarle al orden.

Debajo del álamo se habían detenido a contemplar la alegre procesión dos regidores de la ciudad de Toledo invitados por el concejo talaverano.

– Sí que son vistosas estas fiestas de Mondas y es grande el regocijo de las muchas gentes que a ellas acuden – comentó uno de ellos -, pero la ceremonia del Corpus de Toledo no tiene la tosquedad de estos ritos de gentes rústicas que se ganan el pan con las manos.

Cuando se disponía su compañero a responderle, una cigüeña que volvía a la espadaña de la ermita voló sobre sus cabezas y dejó caer sobre los dos regidores toledanos todo el líquido pestilente que contenía su cloaca bañándolos por completo de sus heces.

– Ranas podridas deben haber comido esta mañana las picudas, que han vaciado el vientre en los nobles caballeros- dijo socarrón un colmenero de La Estrella cuando los curiosos que contemplaban la procesión, y que a duras penas soportaban ya los comentarios despectivos de los regidores, rompieron en carcajadas mientras, corridos y humillados, los dos olorosos espectadores marcharon avergonzados mientras sus criados apartaban a la gente.

Los muchachos perdieron de vista a Diego cuando entró en la ermita pero permanecieron en el árbol para ver pasar todas las mondas de las demás parroquias. La siguiente comitiva fue la de San Miguel con el toro de los pescadores, enramado y adornado su carro con redes, aparejos y encañados. Por último la de El Salvador también con sus toros y los hombres que sobre los carros figuraban al gremio que los había pagado, los escribanos, los mesoneros, los tejedores y los quinteros.

Acabados las ofrendas, volvieron las parroquias hacia la villa en desfile tras de haber presentado sus mondas que quedaron suspendidas luciendo los dibujos multicolores de sus celdillas de cera. El interior del templo resplandecía a la luz de los cientos de velas y cirios que siempre iluminaban a la reina de las ermitas en estos días.

Las mujeres bailaban con más desenfado que a la venida y los párrocos apenas podían contener la alegría desbordante que era acompañada por el paloteado de las danzas de espadas y la música. Diego participaba de esa explosión de alegría colectiva y casi se olvidó de Mariana, hasta que despertó al sentir el dolor producido en las muñecas por el repique entusiasta de su tambor.

Alguno de los borriquillos que montaban los niños corrieron desbocados con el susto consiguiente de sus padres, mientras que otros pollinos se negaban a dar un paso más por mucho que insistiera el cortejo. La gente comenzó a tirarles del rabo para conseguir moverlos y empezaron a correr los pellejos de vino antes incluso de que el cortejo llegara con su pendón de vuelta a la iglesia.

Diego volvió hasta Santiago acompañado por sus amigos que fueron bailando a su lado. En el camino pasaron por la calle de Mesones donde fueron viendo todas las bodegas y tabernas repletas de gentes que cantaban con las jarras de vino en la mano. Al acabar la ceremonia y deshacerse la comitiva, Diego se abrazó a sus amigos y les propuso volver otra vez a la ermita.

-Vamos a ver como despiezan los toros. Uno de los matachines es mi tío Boni, luego nos dejará llevar a los conventos los pedazos de carne que les tocan. Siempre tienen algún dulce de albricias para los portadores del presente de Mondas.

Cuando llegan, un capellán está bendiciendo la carne y Boni, lleno de sangre hasta las cejas, bebe agua y se lava las manos en un cubo. Un escribano y un caballero a cuyo cargo está la carne vigilan que el despiece y el reparto sean los adecuados. El suelo ha sido barrido antes y la carne está dispuesta sobre retama verde para que todo se haga con limpieza. Primero se aparta la mayor parte para los pobres que acudan a la ermita que también les abastecerá ese día de pan y vino. Otra porción abundante irá a los hospitales y se repartirá el resto entre los monasterios, el cabildo, el clero y el concejo. Si todavía sobra se dará a los vecinos que lo pidan distribuyéndose en borricos por las calles.

– Corred a llevar estos dos serones al convento de San Agustín, ya he dicho yo a fray Basilio de Alcaudete que se porte bien con vosotros- ordena Boni a los chicos.

Diego coge un asa con cada mano y sus compañeros las otras dos y pasando junto al alcázar llegan al monasterio donde obtienen una perrunilla por traer la carne bendecida que se ha toreado en honor de la Virgen. Los tres devoran su premio en un momento y en el camino se cruzan con parejas de hombres con pollinos que reparten porciones a los vecinos por las calles sin que ningún pobre de la villa quede sin su ración. Muchos incluso piensan que la carne de los toros curará sus calenturas, que son muchos los que en la villa las padecen por estar el río muy detenido con las presas de los molinos.

SE ACABÓ LA FIESTA

Habían transcurrido dos semanas de fiesta y el cansancio hacía ya mella hasta en la exultante juventud de Diego. Hoy es Domingo de Mondas, la última jornada, ya pasaron los toros y será un día religioso de procesiones y resaca festiva. Un día en el que el tamborino va a desfilar redoblando su tambor delante de la comitiva de la tradicional procesión del pendón de Santiago y no va a poder por ello disfrutar toda la jornada junto a Mariana. Pero esta mañana irán juntos a ver la monda de la Colegial. Por primera vez van a estar solos, sin la compañía de Agustín y su primo el cebollano.

Mariana vive junto al río y hacia allí se dirige Diego con la emoción del adolescente que se adentra en la misteriosa selva del conocimiento del otro sexo. Al pasar junto al cementerio de San Clemente se detiene junto a un boquete de la muralla desde el que se pueden ver dos barcazas con armas y pertrechos que descienden río abajo hacia Portugal  custodiadas por una guarnición de soldados. En otras ocasiones se ha acercado al Tajo con otros chicos del barrio para observar las complicadas maniobras de los marineros de agua dulce cuando intentan descender la presa de los molinos de Abajo.

Mariana le espera sentada en un tajo de corcho a la puerta de su casa mientras se entretiene hilando lino. Cuando ve al muchacho deja en un cesto la rueca y corre a su encuentro. Juntos se dirigen hacia la plaza del Pan donde empiezan a llegar los caballeros vestidos con sus libreas y las damas con sus más elegantes vestiduras. Desde hace ya algunos años la monda de la Iglesia Mayor no se lleva el sábado a la ermita, sino que es el domingo por la mañana cuando se baila y es ofrecida por la nobleza con el concurso de toda la villa que no quiere perderse la ceremonia más lujosa de todas las fiestas.

La monda se encuentra en el interior del templo, es de madera con forma de custodia ochavada y en su interior se ven las dos imágenes pequeñas de los Desposados a quien se dedican estas fiestas.

– Mira que lindo va San José vestido con la librea de los caballeros talaveranos- dice el tamborino a su compañera.

– Es cierto, pero también lucen bien galanes todos los señores caballeros con sus libreas blancas y azules. Hasta el menos diestro bailará hoy la monda de Nuestra Señora pero la verdad es que cuando danzan a su alrededor, por más empeño que ponen algunos de ellos, no dejan de parecer gallinas alborotadas por el zorro, aunque lo hagan con mucha gravedad- respondió Mariana.

Azulejería de J Arroyo 1970 que representa a los niños acompañando el carrito de Mondas

El espectáculo no deja de ser curioso pues se baila sin música, ni siquiera de tamborinos. Los más ricos hombres de la villa dan vueltas sin concierto alrededor de la monda, lanzando vivas a los Desposados y a la Virgen del Prado. Las gentes humildes de Talavera sienten verdadera curiosidad por contemplar los movimientos a veces un poco ridículos de los más poderosos. Apenas pueden contener la risa al ver a don Agustín Suárez de Carvajal mover sus muchas arrobas de peso embutidas en su lujosa librea, o a don Beltrán de Meneses bailando con su hermosa mujer que no hace sino mirar descaradamente a don Gonzalo de Loaysa, con el que toda la villa sabe que se reúne para yacer en una huerta cercana al Prado del Arca. Todos comentan el embarazo de doña Blanca de Ayala que se ha casado demasiado rápidamente con don Miguel de Bazán. El pueblo disfruta con las debilidades de aquellos que durante el resto del año les harán sudar sobre los surcos.

Aunque el baile de la monda se ha hecho sin música, las chirimías, las trompetas, los atabales y los musicantores se van situando junto al Hospital de la Misericordia para comenzar la procesión con toda la pompa que requiere el alarde de los poderosos. Los caballeros van con sus velas de dos en dos y, detrás, es llevada la monda por cuatro clerizones sobre andas doradas con el deán de la Colegial acompañado de todos los curas y beneficiados. Después desfilan el corregidor y casi todos los vecinos de la villa. Al llegar el cortejo al convento de San Francisco les esperan los frailes con la cruz y un altar bien aderezado de flores y tapices. Es tanta la concurrencia que cuando la multitud está todavía en la plaza del Comercio, la cabecera de la procesión sale ya por la Puerta de Toledo.

La ermita está a rebosar y mucha gente debe permanecer fuera del templo durante la ceremonia. Los caballeros ofrecen sus velas al capellán y comienza el sermón para el que se ha traído a un clérigo muy afamado predicador de la Universidad de Alcalá. Habla de las grandezas de la villa y de la nobleza de sus caballeros, de la antigüedad y de la fama de la fiesta y de la devoción de los talaveranos por la Virgen del Prado.

Todos se llenan de júbilo cuando, al acabar la misa, varios hombres comienzan a salir de la sacristía con unos costales bordados con el símbolo de María en el que se han guardado cientos de panecillos. Todo el mundo espera recibir el suyo, marcado con un sello en el que aparece la Virgen con el Niño, esperando sus beneficios protectores igual que los gentiles los esperaban de las cenizas de los toros sacrificados a los dioses paganos. Hasta veinte fanegas de panecillos se lanzan al pueblo desde una ventana de la iglesia.

Todos vuelven en procesión a la Iglesia Mayor para después ir a comer a sus casas, donde desde el más pobre al más rico ha preparado lo mejor que tiene para alegrar el estómago en día tan señalado. Diego y Mariana se retrasan en llegar porque el tamborino quiere quedarse en la capilla bautismal. Allí se reunirán todos los jóvenes nobles para repartirse en las cuadrillas que por la tarde pelearán en los juegos de cañas. Cómo le gustaría a ser uno de ellos.

– Si yo pudiera jugar a cañas llevaría en mi adarga grabada tu inicial y tú me darías un pañuelo que anudaría en mi manga sarracena para que todos vieran que eres mi dama- dijo tímido el tamborino.

– Yo labraría el mejor de los bordados en ese pañuelo, que ni las labranderas de Lagartera lo harían mejor- contestó ruborizada Mariana.

– Tú me verías desde el tablado salir con mi cuadrilla seguido de los lacayos llevando los cestos de las cañas. Tocarían los atabales y yo rompería en astillas cien cañas contra mi enemigo haciendo que después se inclinara mi caballo delante de ti.

– Anda calla y vamos a comer, que si llego tarde no permitirá mi madre que vaya a verte a la procesión del pendón de Santiago.

Después de vísperas el redoble enloquecido de las campanas de Santiago llama a los caballeros para que acudan de librea y a caballo a recibir el pendón de la iglesia del patrón de España. Allí esperan los parroquianos con el cura que se lo entrega a los jinetes para que lo lleven en procesión a la ermita. Diego con su tamborino abre la comitiva que va recorriendo la villa. Va por la calle de Mesones hasta la plaza, baja la Corredera y pasa delante del Salvador de los Caballeros saliendo por la puerta de la Miel. Recorre el camino junto a La Portiña donde las gentes humildes de los arrabales salen de sus casas para ver el cortejo. Entre ellos está Mariana que sonríe orgullosa al ver pasar a Diego. Entran por la puerta de Mérida y por San Pedro van a la puerta de Toledo y de allí a la ermita, y cuando van pasando por las torres y las puertas de la muralla, por los palacios y por las iglesias, Diego comprende porqué el predicador hablaba de las grandezas de Talavera de la Reina, de su antigüedad, de su nobleza y de su abundancia en todo género de frutos, de su virtud, de sus letras y de sus armas. Diego se siente un talaverano al que invade la ansiedad por degustar todo lo hermoso que le pueda ofrecer la vida a sus quince años.

Miguel Méndez-Cabeza Fuentes

Año 2000