Un artículo de opinión de hace unos años sobre usos y abusos del gratis total entre los españoles
Todos hemos oído historias de los abuelos que en los viajes del Imserso se subían a las habitaciones las croquetas en los bolsillos, mas dos flanes y tres yogures, o que algunos se ponían tan “atiestos” en los buffets que les daba algún que otro “tripisín”.
Los abuelos yendo de acá para allá como la farsa monea, que algunos vivían en un frenesí, hoy con la asociación de vecinos, mañana los pensionistas, pasado la asociación de viudas, que era un sinvivir y traían a los abuelos como un dominguillo, y en los autobuses hasta les ponían vídeos del político benefactor. Y como hasta hace poco los autobuses regionales eran gratuitos para los ancianos, pues iban y venían a las ciudades sin nada que hacer, incluso tuvieron que quitar los bancos de algunas estaciones porque se quedaban allí las horas muertas para estar más calentitos.
Ahora ya ha llegado Paco con la rebaja y anda el viejerío algo más sosegado, aunque cualquier cosa causa furor a muchos ciudadanos si es de balde, como los que hacían colas hace poco en las pizzerías de una cadena que las daba por un euro, y no se veían en las colas precisamente abuelos ni indigentes.
He estado en presentaciones de libros donde he oído a una de las asistentes: “¡Ah! ¿Pero no regalan el libro? Pues vaya mierda”
En el ágape que daban después de actos culturales he visto en formación delante de las mesas a algunos que mantenían con codazos y miradas aviesas su privilegiado lugar de ataque desde el que engullir tales trozos de tortilla o empanada que por un momento temí la muerte por “añurgamiento” del afectado, al que el libro en cuestión se le daba una higa. La romería de Santa Apolonia de Talavera perdió la mitad de asistentes cuando dejaron de regalar la panceta y el vinillo.
Siempre fue el español muy dado a la sopa boba y sigue esta costumbre dando sus coletazos en fiestas y saraos de los pueblos donde se hacen guisos comunales. A ellos acuden algunos vecinos con peroles de tales dimensiones que darían para surtir a las bodas de Caná.
Ha habido casos recientes de paellas o postres que querían entrar en el Guiness y que, al ir a repartirlo, se han necesitado a las fuerzas desplegadas en Afganistán para contener las ansias de los hambrientos asistentes, cayendo al suelo mesas, pasteles y comensales. Nadie se entera de la convocatoria de los actos culturales, salvo de aquellos donde hay pincho, que por un misterioso sistema sin redes sociales llega a oídos de todo el vecindario con afluencia masiva.
Me contaron en cierta ocasión que en el servicio de urgencias de un Hospital, le puso por error la enfermera a una paciente mayor las gafas del médico que la había atendido. Al salir la hija de la paciente le preguntó: “¿Pero y esas gafas madre?”, “Pues me las ha puesto el médico” “¿Pero ve usted bien con ellas?” “No hija, no veo ni torta”. “Pues ahora mismo las devuelvo”. La señora montó en cólera y le respondió a la hija sujetándose las gafas con fuerza: “De ninguna manera, si me las ha puesto el médico, por algo será, y además no me han costado nada”. En sanidad podríamos hablar de estos temas durante horas.
Aun así, por mucho que en estas cuestiones abusen los españolitos, nunca llegará el montante total a la milésima parte de lo que se llevan crudo los políticos corruptos del “Gratis total”, el millón de euros en IPADSs para diputados, o los banqueros lesmanbroders de primas escandalosas.
Nunca había creído en eso de que poco antes de morir te pasa por la cabeza la película de tu vida. Siempre pensó que eran cosas de curas para llamar al arrepentimiento a los más descreídos. Pero lo cierto es que, caído entre los surcos del maizal, mientras notaba que la sangre empapaba su chaqueta, le venían a la memoria fragmentos desordenados de su vida.
No sabía porqué, pero se acordaba de escenas que creía olvidadas en las que aparecía de niño corriendo por los prados de Asturias. No podía olvidar sus penalidades en el campo de concentración, su condena a muerte y el día que escapó del campo de concentración de los vencedores. Recordaba como si fuera ayer el momento en que el partido le encomendó la tarea de aglutinar a los elementos dispersos que luchaban en las sierras de la zona centro y Extremadura para formar la primera agrupación de guerrilleros antifranquistas. No había sido fácil, entre los hombres huidos de la represión en la Guerra Civil y los que, más tarde, habían decidido tomar las armas contra el régimen había militantes anarquistas y socialistas que desconfiaban de los manejos del partido. Otros, sin embargo, no querían perder su protagonismo personal y seguían una estrategia individual que rayaba a veces en el bandolerismo de supervivencia.
Mientras notaba un agudo dolor en el costado recordaba el aspecto serio, de hombre duro y curtido que tenía Quincoces, el guerrillero de Aldeanovita que tanto luchó por las sierras de La Jara. Qué diferente de Reguilón, el maestro nacional que se echó al monte y regó de propaganda todo el valle del Tiétar. Era un luchador del fusil y de la pedagogía que incluso consiguió organizar un pequeño taller de impresión en la casa del tío Quintín, guarda de La Calera, junto a Montesclaros. Le vino a la mente la figura alargada de Chaquetalarga, el guerrillero al que más querían y apoyaban las mujeres. O el Francés, que tanto dio que hablar por las sierras extremeñas hasta que cayó en una emboscada allá, cerca de Monfragüe. Hombres recelosos porque habían sido perseguidos como alimañas y a los que él mismo había conseguido hilvanar en una incipiente y frágil organización guerrillera que esperaba la victoria de los aliados para ayudar desde el monte en la caída del franquismo que creían inminente.
Talavera había sido la ciudad elegida como centro de operaciones. Cuantas veces había tenido que viajar con el Maquinista, ferroviario que conducía el expreso Madrid-Cáceres y que transportaba en el ténder de su locomotora hombres y armamento. También se acordó de Colorín el kioskero de Navalmoral de la Mata que les servía eficazmente de estafeta.
Cuántas reuniones clandestinas en la taberna de la tía Patro, en esta ciudad de Talavera que al final iba a ser su tumba sin que nadie, ni siquiera el partido, se lo agradeciera. Qué paradoja, qué absurdo, el día que Lyon, ese médico o practicante , nadie lo sabía, metido a maquis, traía las órdenes de destituirle, ambos morirían junto a la huerta donde el tío Matapulgas tantas veces le había acogido cuando viajaba de un lado a otro del Tajo para enlazar las partidas de guerrilleros de una y otra sierra. No comprendía cómo pero había caído en desgracia ante el Comité Central. Tal vez la ruptura total de Reguilón con el partido y la caída del Francés tuvieran que ver con ello; la mala suerte hizo que en la garganta de Alardos muriera Tito, su sustituto en una refriega con la guardia civil. El hecho cierto es que Lyón, Julián, el comunista cubano que había venido a España a luchar contra Franco, y José, el hermano del Maquinista, habían sido encontrados por la brigada de información de Madrid.
La vista se le nublaba, quería huir pero no podía, le habían dado y también a Lyón, que durante unos segundos había gemido cerca de él. Entre las mazorcas de maíz que, en el septiembre caluroso de la ciudad del Tajo, esperaban a ser recolectadas vio aparecer un tricornio de los guardias civiles de Talavera que ayudaban a la policía política de Madrid en la cacería. Antes de morir escuchó el tableteo de una ametralladora y se preguntó si habrían cogido también a Julián y a José, mientras veía junto a su cabeza uno de esos zapatos viejos pero bien lustrados con betún que llevaba la polícia y que tantas veces había mirado mientras le golpeaban en los interrogatorios.
Jesús Bayón González alias Carlos, que fuera jefe de la agrupación de guerrillas Extremadura-Centro y Manuel Tabernero Antonio, alias Lyón y Robert, jefe de la 12 División Gredos murieron cerca de la estación de ferrocarril de Talavera de la Reina, en la llamada huerta de Machuca o del tío Matapulgas. Unas semanas antes habían sido atracados y muertos los pagadores de la empresa Huarte que en Madrid construía el estadio de Chamartín.
Las indagaciones realizadas llevaron al registro del domicilio en Ávila de la madre de Jose Antonio Llerandi alias Julián, donde se encontró una carta en la que indicaba la dirección a la que debía serle enviado el correo en la huerta de Talavera. La policía interroga a la hija del tío Matapulgas que descubre el escondite de los guerrilleros en la troje de otra huerta cercana. La Brigada de Información Central pide ayuda a la guardia civil de Talavera y los rodean, Carlos y Lyón mueren entre los maizales y Julián vuelve a la huerta de Matapulgas donde es arrestado y tras consejo de guerra es más tarde fusilado. José consigue llegar hasta un apeadero cercano al río Alberche y toma el tren hasta Madrid consiguiendo escapar.
Otros dijeron que solo escucharon los tiros, dos, el que dirigieron los dos maquis a sus cabezas antes de que les apresaran y les obligaran a delatar a sus compañeros.
Se produce con este hecho una caída en cadena de otros miembros del P.C.E. y de diferentes organizaciones vinculadas al partido comunista en Madrid, entre ellas la de los estudiantes universitarios y el impresor de La Estrella Roja. Para algunos, estos hechos fueron importantes en el cambio de estrategia que supondría el principio del fin de la resistencia armada organizada frente al franquismo en España, aunque incluso hasta finales de la década de los cincuenta quedarían partidas residuales como la de Veneno que continuarían actuando en el monte.
Parece que fue en torno a unas majadas de cabras que se fue articulando el caserío que daría lugar a este pintoresco pueblo de Guisando. Fue siempre aldea de la Villa de Arenas hasta que adquirió su privilegio de villazgo por concesión de Carlos III en 1760, año que figura en la base del rollo jurisdiccional erigido en la nueva villa.
El pueblo es muy pintoresco tanto por sus paisajes como por su arquitectura popular que conserva muchos rincones para fotografiar, aunque como sucede en tantos lugares de la zona han ido disminuyendo ante el empuje urbanístico del turismo. Camilo José Cela habla también de Guisando en su precioso libro de viajes por Gredos “Judíos, Moros y CRistianos” en el que además de referir que por su tez y altura las mujeres de Guisando parecen godas y las de Candeleda moras, cuenta la anécdota de cómo le refirieron que en el pueblo había “protestones”, curiosa forma de denominar a un grupo de protestantes que históricamente hubo en la población y que llamaba la atención en tiempos pasados por lo difícil que resultaba mantenerse una comunidad así en la España del nacional catolicismo. Pío Baroja también pasa por aquí y en su novela “La Dama Errante” comenta “Llegaron a la vista de Guisando. Desde lejos, el pueblo era bonito, con sus tejados rojos y su aspecto de aldea suiza; pero dentro no tenía nada que celebrar: Las calles están llenas de barro y los cerdos andaban entre la gente”.
Como vemos, siempre aparece Guisando como pueblo pintoresco. Todavía quedan hermosos rincones con los elementos típicos de la arquitectura serrana de balcones y solanas con algún entramado y tal vez una mayor superficie de paredes blanqueadas que en otros pueblos de la comarca, lo que hacía decir a Cela que “Guisando es caserío blanco como paloma y sosegado igual que el agua de la fuente clara”, aunque anteriormente era mayor el número de fachadas de mampostería desnuda o revocada y pintada de añil.
La iglesia parroquial está bajo la advocación de la Purísima Concepción y es de construcción reciente, aunque no desentona con el entorno y guarda todavía algunas pinturas de mérito en su retablo del siglo XVIII. En la ermita que se halla a la entrada del pueblo podemos ver azulejería talaverana del siglo XVI.
Sus fiestas patronales son el 29 de septiembre en honor de San Miguel, aunque en invierno los carnavales son muy celebrados y nos permiten ver a las mujeres ataviadas con el traje típico. Además, el domingo de Resurrección se celebra el día del huevo en que se pintan huevos cocidos con tintes naturales para dárselos a los niños.
LA EXCURSIÓN
Ascendiendo a La Mira por Los Galayos
Partimos desde Guisando por la carretera que sube por el valle del río Pelayos, que en su naciente se conoce como vertiente de Los Galayos. Llegaremos junto a un puente que se halla cerca de un campamento juvenil. Por él podremos acceder, si vamos con tiempo o en alguna otra ocasión, al llamado “Pino Bartolo”, un árbol singular de grandes dimensiones que vale la pena visitar por ser un pino albar de 500 años de antigüedad que se encuentra rodeado de los “bartolitos”, otros pinos que forman un ameno conjunto. El camino es empinado pero vale la pena subir por lo solitario del lugar y por haber sido acondicionada e indicada la senda recientemente.
Pero volvamos a la ruta principal. A Los Galayos se accede por una senda que parte de El Nogal de El Barranco, lugar en el que se acaba la carretera y en el que se sitúa un monumento a la cabra montesa autóctona, la Capra Hispánica.
Poco después de pasar el refugio, un poco más arriba, unos indicadores nos llevarán a una majada de cabreros restaurada en la que podemos ver los edificios que tradicionalmente constituían estos conjuntos ganaderos. En primer lugar cuenta con el chozo en el que habitaba la familia, en el que observamos una piedra que sobresale del muro en el lugar donde se hacía el fuego, para evitar así que las chispas prendieran en el techo de piornos. Solamente alguna alacena completa la sencilla estructura de estas construcciones. También podremos ver la quesera, otra especie de chozo circular situado siempre en zonas umbrosas y por cuyo suelo de piedras discurría una corriente de agua que mantenía fresco el queso producido en estos puestos de cabreros. Se trata en realidad de una ingeniosa nevera que permitía a estos ganaderos conservar el queso para no tener que hacer continuos viajes para vender su producto a las zonas habitadas. También podemos ver un pintoresco horno de pan, cochineras y chivitiles para guardar los cerdos o los cabritos respectivamente, o el berengón, otra construcción cubierta de techo vegetal pero con planta rectangular donde se guardaban las cabras.
La subida hacia los Galayos es al principio relativamente suave, aunque tanto el piso de la senda, como la pendiente, nos lo van haciendo cada vez más difícil. Pero al llegar junto a Los Galayos no nos arrepentiremos del esfuerzo, pues el paraje granítico con sus elevadas agujas pétreas es sobrecogedor. Los aficionados a la escalada tienen grandes alicientes para la práctica de este deporte en aquellas verticales paredes de piedra y, tanto los montañeros como los excursionistas pueden alojarse en el refugio Víctory, donde podemos curiosear el el mundillo y el ambiente de los escaladores.
Seguimos subiendo por una senda donde nos tropezaremos con las monteses, para llegar al refugio en ruinas de Los Pelaos, y un poco más allá, por las praderas y piornales de las cumbres, accederemos a La Mira, gran elevación de 2343 metros de altura, el segundo pico más alto de Gredos después del Almanzor y de los picachos que forman el circo de la Laguna Grande. En su cumbre se levanta todavía una pequeña atalaya construida a piedra seca desde la que disfrutaremos magníficas vistas panorámicas sobre ambas vertientes de Gredos. La torreta se levantó para hacer señales telegráficas luminosas con espejos cuando no había otros medios de comunicación.Las praderas y arroyuelos de estas alturas con sus impresionantes vistas panorámicas harán que nuestro esfuerzo sea rentable.
Recorrido aproximado 15 kilómetros ida y vuelta, 7 horas y media.
Hay también en la zona este del término de Guisando un pino resinero de unos doscientos años llamado el pino de La Víbora, y cerca del pueblo, una antigua casa forestal se ha habilitado como Casa del Parque, un aula de interpretación de la Sierra de Gredos que se puede visitar todos los días menos los martes. Si seguimos descendiendo por el río Pelayos por debajo del caserío encontraremos una senda por su orilla oeste que nos llevará hasta la carretera de Arenas a Poyales, donde hay un merendero. Antes habremos pasado por la Charca Verde, un lugar de baño con encanto natural.
Otro paraje dentro del ámbito de Guisando es el paraje de La Lancha, en el naciente de Riocuevas, un paraje del que ya hemos hablado en otra ruta, que es curioso por las chorreras que en época de lluvias se precipitan por una gran lancha de granito. Muy cerca se halla también el puesto de cabreros de La Lancha, con un horno y dos típicos chozos de pastor. Se accede por una pista que sale del extremo norte del casco urbano de Guisando, junto al hostal.
Página Talavera y su Tierra de Miguel Méndez-Cabeza Fuentes
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