Estos ripios son el texto del Romance del Caballero Cornudo que sirvió como guión del primer romance de ciego ilustrado editado por la Asociación de Vecinos de San Jerónimo. Se basa en una leyenda medieval que, aunque tiene varias versiones, parece que tuvo algo de verdad y que veremos en otra entrada de este blog.
Hoy vamos a comenzar a conocer el pueblo que se sitúa bajo el macizo central en su vertiente sur, junto a las elevaciones más pronunciadas de la sierra, el circo de Gredos y el Almanzor, con sus casi 2600 metros de altura. Por otra parte, estamos en La Vera abulense que sorprendió a Camilo José Cela, pues escribió de Candeleda que
“tiene de todo; es como el arca de Noé de los tres reinos de la naturaleza, a saber: el animal, el vegetal y el mineral. En Candeleda se cría el tabaco y el maíz, el pimiento para hacer pimentón y la judía carilla, sabrosa como pocas. El término de Candeleda mide alturas para todos los gustos y voluntades, desde los cuatrocientos metros hasta cerca de los dos mil seiscientos. En Candeleda a la vista de las nieves perpetuas, florecen el limonero, el naranjo y el almendro. Candeleda muestra fresnedas y robledales, higuerales y piornales, castañares, pinares y olivares. El término municipal de Candeleda, mal medido, da ochenta leguas cuadradas sin contar el proindiviso con Arenas de San Pedro. En Candeleda hay cancho y praderío, huerta y majada, pan, vino y aceite. En los riachuelos de Candeleda brota entre truchas el cimbreante junco y, entre ranas, la airosa espadaña. En el campo de Candeleda se enseña la glauca flor del piorno, la alba margarita de la manzanilla, la campánula rosa, morada y azul. En los balcones volados de Candeleda crecen el geranio y el clavel, la albahaca y el botón de la rosa francesilla, el fragante dondiego que unos nombran donpedro y otros dicen donjuan, el nardo y el jazmín.”
No puede ser más hermosa la descripción que nos hace el premio nobel en cuyo libro “Judíos, moros y cristianos” aparece y que ya hemos dicho es de obligada lectura para aquellos que quieran adentrarse a conocer estas sierras.
La garganta Blanca
La manera más fácil de acceder a la Garganta Blanca es tomar en coche la pista que sale poco antes de tomar la carretera de la ermita de Chilla, recorriendo unos ocho kilómetros y disfrutando de unas vistas magníficas sobre la garganta de Santa María y la garganta Lóbrega, entre hermosos bosques de pinos y robles. Cruzamos entre otros el arroyo Castañarejo, que puede merecer un paseo por sus riberas, y nos detendremos al final del camino, ya en el refugio de la Albarea, junto al puente de la Garganta Blanca.
Desde allí podemos ascender por la orilla este, pasamos junto a los restos del llamado corral de las Monteses y seguimos, dejando a la derecha el abrupto arroyo de las Alamedas, hasta un pequeño cerrete con grandes bloques de granito en su cima, al que llega la senda, y desde donde se contemplan magníficas vistas de la garganta Blanca y de la espalda del circo de Gredos. Enseguida encontramos los grandes bloques graníticos que distinguen las cabeceras de todas estas corrientes de la vertiente sur de Gredos. Continuamos por la mal marcada senda que discurre entre los bolos berroqueños, quedando a la derecha el arroyo de las Cañas y poco después el arroyo de la Ribera que nace junto al risco del Fraile, que vemos elevarse solitario en la cumbre.
El camino se va haciendo cada vez más penoso y la corriente a veces desaparece bajo las grandes piedras. Llegamos finalmente a la zona de los Covachones, desde donde se levanta el gran macizo pétreo del circo. Arriba vemos a los Tres Hermanitos y su portilla, desde donde bajan en chorreras que cortan la piedra dos arroyos que dan origen a la Garganta Blanca. Antes hemos dejado a la derecha otro arroyo que nos permitiría subir hasta la portilla del Morezón con relativa facilidad. La zona de los Covachones es llamada así por las cuevas y grandes fracturas y grietas que han dejado con el tiempo el agua y la erosión. Los que estén preparados para el montañismo pueden incluso subir hasta la cresta del circo y ver abajo la laguna de Gredos.
Haremos después la segunda parte de la excursión. Apenas una hora de camino hay desde este mismo refugio de la Albarea hasta la conjunción de la garganta Blanca con la de Santa María, junto al puente del Camino al Puerto de Candeleda y el refugio del Rey.
Este tramos es un agradable paseo entre bosques serranos con la garganta despeñándose en pozas y chorreras muy bellas, siguiendo una senda bastante bien marcada que baja por la orilla oeste. La vuelta la podemos hacer subiendo por el camino del Puerto desde el puente del mismo nombre hasta el carril que viene desde el refugio de la Albarea, volviendo así al punto de partida.
Recorrido aproximado: Subida de la garganta, ida y vuelta 6 kilómetros, dos horas
Descenso hasta desembocadura, ida y vuelta 5 kilómetros, 1 hora y media
Ahora nos vamos a la Edad Media para conocer cómo vivían los primeros habitantes de las entonces despobladas Tierras de Talavera, gentes que con su dura forma de vida en nada tienen que envidiar a la épica que nos venden los americanos con sus pioneros de las películas del oeste.
A partir de 1212, una vez aseguradas las fronteras en el Guadiana con la batalla de Las Navas de Tolosa, era necesario repoblar las grandes extensiones de montes y dehesas que los reyes habían cedido al concejo talaverano al sur de la villa.
Como todavía había razzias e incursiones de los almohades, almorávides y benimerines, quemando cosechas, violando, asesinando y tomando cautivos, las primeras gentes que se atrevían a poblar La Jara eran sobre todo colmeneros, ganaderos y cazadores. A finales del siglo XIII había unas cuatrocientas posadas de colmenas en las tierras de Talavera que debían mantener una distancia determinada entre ellas.
Estos primeros pioneros apicultores construían al principio una pequeña choza en la que resguardarse y la posada, que es como se llamaba al lugar donde se colocaban las colmenas de corcho rodeadas de un muro de piedra de mayor altura que las cercas ganaderas normales, para proteger así la miel de los osos que entonces poblaban La Jara con abundancia. Ademas solían tener mastines y otros perros de gran tamaño como los ganaderos, para así protegerse de los lobos, también abundantes entonces.
Pero no era este el único peligro al que estaban expuestos, pues si las razzias árabes llegaban hasta sus pobres asentamientos, rápidamente debían refugiarse en lugar seguro, y es por eso que algunos historiadores consideran que el topónimo que aparece en algunas de las elevaciones de las sierras jareñas como “Las Moradas” o “Las Morás ” hace alusión a los pequeños refugios o covachas más o menos enmascarados en el terreno o en las cercas y murallas que las circundan y que serían precarios e s c o n d i t e s utilizados por los atemorizados pobladores para protegerse de las incursiones árabes. Son esos mismos refugios de las cumbres a los cuales alude espiritualmente Santa Teresa cuando habla de “las moradas” como lugar de retiro místico.
Por si fuera poca la inseguridad causada por las incursiones musulmanas, los soldados de fortuna que habían quedado sin oficio después de las campañas de los ejércitos cristianos, acostumbrados al saqueo y al botín de guerra, se echaban al monte formando grupos de bandidos. Como aquellos primeros grupos de gente armada conocidos como los golfines, precursores de un fenómeno tan español como es el bandolerismo. Para proteger a esos pioneros colmeneros de estos forajidos nació la Santa Hermandad Real y Vieja de Talavera de la que hablaremos más extensamente.
Al ir aumentando la seguridad de aquellos desiertos, los colmeneros fueron acompañados poco a poco de los pastores y vaqueros que con sus ganados tenían igualmente una mayor movilidad ante posibles peligros, aunque también eran acosados por los lobos y los osos.
Poco a poco se fueron quemando y rozando las tierras para poder iniciar los cultivos de cereales, y se fueron aprovechando las parcelas desbrozadas que podían ser regadas en las riberas de los arroyos para plantar así huertos de subsistencia.
Los cazadores y loseros, unos tramperos que utilizaban curiosos artificios hechos con losas de piedra para cazar pequeñas piezas, se fueron también repartiendo por los montes con su vida montaraz.
Poco a poco se fueron formando en todo el territorio pequeñas aldeas que también dependían a su vez de una determinada parroquia o colación de Talavera, pero que luego comenzaron a organizarse por sí mismas en el territorio. En ocasiones estas poblaciones se asentaban en torno a pequeñas torres de vigilancia o defensa que en algunos casos ya existirían en época árabe. Entre ellas podemos señalar la torre de Alcaudete, la de Torrecilla de la Jara, la torrecilla de Villar del Pedroso o el castillo de Santisteban en San Martín de Pusa, además de otras muchas torres, castrejones y castillejos repartidos por todas la comarca.
Después de haber sido violada en el Valle de las Doncellas, y disimulando el verdadero alcance de la agresión de que había sido objeto ante los testigos cercanos que habían oído sus voces, Tomasa Rodrigo llega a Segurilla, su pueblo.
Ya en su casa la moza ultrajada cuenta la verdad.Su padre Juan «Elías», mancillada su honra y arrebatado el rostro de ira y dolor, baja corriendo los cerros de Segurilla hacia la Portiña, acortando por el monte, saltando entre los chaparros. Trata de averiguar disimuladamente quien es el autor de la vejación, guiado por las señas de las que la azorada muchacha le ha dado cuenta:
– Era de estatura baja, moreno, pecoso de viruelas, ni demasiado delgado ni grueso, llevaba una montera de paño pardo como de la hechura de los que usan los de Gamonal y Velada, coleto, mangas de paño pardo, de los calzones no puedo dar razón y si que tenía botillas de paño pardo y calcetas, con costal al hombro. Parecía ganadero –Pudo contar aún temblorosa.
Coinciden estas señas con las de un zagal y un mayoral(1) cuidadores de cerdos que por aquellos lugares ejercían su custodia. Hacia ellos encamina su pesquisa. El primero es Sebastian Colilla, natural y vecino de Velada, casado, de 26 años que servía en el ganado de cerda de D. Pedro de Villarroel, al que encuentra, acompañado de su mayoral, pastoreando la piara. Intenta con cautela ganar su confianza, comentando incluso cómo en cierta ocasión comieron juntos un cerdo que había muerto de una mala capadura. Más tarde, ya sin tantos rodeos, directamente le inculpa directamente del asalto de su hija, refiriéndose al episodio como si solamente se hubiera tratado de un robo. El azorado zagal se defiende diciendo.
-Yo no seré, que yo no se lo habría de quitar.
-¡Ello se habrá de averiguar!
Exclama amenazante «Elías».
El otro sospechoso, Gregorio Sánchez,es natural y vecino de Mejorada, soltero, de 30 años, mayoral del ganado de cerda de Esteban Tobías, es localizado por el despechado padre más abajo. Se aproxima a observarlo sin imputarle directamente ninguna acusación.
-¿Viste bajar un buey por el arroyo?
El ganadero respondió que nada había visto, ajeno a la intención indagadora de su interlocutor y aún le pregunta que de donde se había escapado la res. A ello responde con desgana el de Segurilla mientras se aleja:
-De una arada que tengo allá arriba.(2)
Sin conseguir ningún indicio más que le pueda llevar a conocer la identidad del violador, el padre denuncia los hechos y a los posibles sospechosos ante el Tribunal de la Santa Hermandad en su casa y cárcel.
Se inicia el proceso. Comienza con la declaración de Tomasa Rodrigo que describe puntualmente los hechos que ya conocemos. El reconocimiento de la víctima es encomendado a Juana Munío, comadre y partera en la villa, que tras reconocer con el mayor cuidado y atención a Tomasa«no se la ofrece duda a su leal saber y entender».
-Se haya rota y conocida de varón.(3)
El cuadrillero mayor (4) Francisco Sánchez de Mingo detiene a los sospechosos poniéndolos a buen recaudo en la cárcel de la Santa Hermandad, junto a la Puerta de Zamora.
Para la correcta identificación de los presuntos culpables se dispone que se ponga a los reos en rueda de reconocimiento. Se organiza la misma en el patio de la cárcel, allí se sitúan cinco hombres, de los que sólo uno de ellos es uno de los presos sospechosos.
Desde dentro y a través de un ventanuco, Tomasa Rodrigo, «habiéndolos examinado con mucha reflexión, se retiró y espuso que ninguno de ellos era el agresor». Se siguen varias ruedas de reconocimiento. El cuadrillero cambia de lugar a los hombres, varias veces, sin ningún resultado. E incluso invita a Tomasa Rodrigo a salir al patio y así poder reconocerlos más de cerca. La muchacha se niega convencida de no equivocarse.
Idéntico resultado se obtiene en la rueda de reconocimiento con el segundo acusado. Pero aunque no han sido reconocidos por Tomasa ninguno de los dos, ambos siguen en prisión.
Los acusados presentan sus coartadas y sus testigos a los que el Alcalde de la Santa Hermandad (5) comienza a interrogar. En primer lugar Antonio de Sosa, el músico, más tarde a los segadores gallegos, vecinos de dos aldeas de Muro, arzobispado de Santiago. También a Juan García Galán, Antonio Merino, Andrés Florido y Martín Gómez. Ninguna pista o dato nuevo añaden a lo que ya conocemos en lo que se refiere al asalto. Pero sí confirman, sin embargo, las coartadas de los encartados.
Sebastián Colilla, el zagal «velaíno» había dormido con su mayoral, tumbados ambos en un barbecho por encima de la Labranza de Pedro Gordillo. De allí salieron con su ganado, al romper el día, hacia Valdefuentes. Cuando ya el sol estaba alto (8 ó 9 de la mañana) bajaron a sestear a un olivar próximo a los molinillos de la Portiña.
Mientras, Gregorio Sánchez, el mayoral de Mejorada, había descansado con su zagal en el pajar de la labranza de Pedro Gordillo, desde donde se dirigió a las rastrojeras de la labranza de Cervines y más tarde, mientras su zagal con la caballería, subía a Mejorada a vestirse y avituallarse de alimentos, él se encaminó a los olivares de la Portiña.
Allí se encuentra con sus colegas y juntos disponen su almuerzo con tocino, gazpacho y queso que trasegaron con frecuentes tientos a una bota de excelente vino de Mejorada y compartieron en charla con Gregorio Sánchez y Antonio Merino, suegro de Sebastián, que había subido buscando a su yerno para que le ayudara a coger hoja de morera. Terminada la colación, bien pasadas las 10, Sebastián y Antonio se dirigieron arroyo abajo hacia las moreras de Narciso Ezquerra, cargados con un saco de lienzo, un costal de jerga blanco, la destraleja y el garabato, mientras Juan y Gregorio se disponían a echarse la siesta, protegidos del calor canicular de junio por la sombra de una encina.
Aquellos, permanecieron en el moreral hasta las 12, aplicados en su tarea de llenar el saco, hasta ellos se acercó la mujer de Martín «el Podador» para llevarles un poco de agua que aliviara su sed. A pesar de la invitación de comer en la villa que le sugiere su suegro, Sebastián regresa a su ganado, aposentándose al lado de sus compañeros dormidos. Todos despiertan alrededor de las tres cuando el ganado comienza a levantarse y es necesario pastorearlo. Aderezan gazpacho(6) para merendar y después cada cual se ocupa de su piara.
En este caso como en otros muchos de la Santa Hermandad, no llegamos a conocer si el culpable es o no juzgado y castigado, por no haberse hallado el delincuente o por haberse perdido el final de la causa o diligencias posteriores.
El violador vemos como le dice a su víctima durante la comisión del delito, que si es soltera se casaría con ella. No es cinismo del asaltante sino una forma de guardarse las espaldas ya que, en la época en que se desarrollan los hechos, ciertos delitos, incluso de sangre, podían mediante acuerdo entre los particulares, no ir más adelante y quedar sin castigo el delincuente siempre que resarciera a la víctima.
… Y el tres de julio ambos son puestos en libertad.
(1)Zagal: Pastor mozo, Mayoral: Jefe principal de los pastores, y que cuida de una cabaña de ganado.
(2)Por entonces los bueyes eran todavía utilizados como principal fuerza de tiro en los trabajos agrícolas, lo que se ha venido haciendo en la comarca hasta hace unas décadas, quedan todavía en las trojes de nuestros pueblos los yugos para uncir a los bueyes, diferentes a los de las caballerías
(3)Obsérvese el meticuloso procedimiento de la justicia de la Santa Hermandad, con pruebas periciales como la aquí aludida de la comadrona, y con fórmulas todavía utilizadas en la justicia actual como la de » a su leal saber y entender»
(4) El Cuadrillero Mayor era en la Santa Hermandad, la máxima autoridad de la fuerza ejecutiva de la misma, a su mando directo estaban los cuadrilleros y sobre él solamente los dos alcaldes y los dos regidores. Era un cargo remunerado.
(5) La cabeza jerárquica de la Santa Hermandad eran dos Alcaldes que asumían la autoridad ejecutiva y la judicial.
(6)El gazpacho era comida habitual entre los ganaderos y también los agricultores que por ejemplo en la siega formaba parte importantísima de su dieta. En Velada, de donde es original el Zagal sospechoso se sirve y elabora el gazpacho en un cuenco de corcho llamado «cuzarro» que además de mantener mejor el sabor , en el cuerno del gazpacho, muchas veces decorado por los pastores, se llevaba el condimento y otro cuerno cortado servía como vaso.
Uno de los procesos reunidos por el «Colectivo La Enramá» (Miguel Méndez-Cabeza, Rafael Gómez y Angel Monterrubio» para su libro «Causas Criminales de la Santa Hermandad»
Corría el año de 1770, esa misma noche fresca de junio comenzaba el verano. Tomasa Rodrigo se había levantado con el gallo.Vistió sus veinte años con la camisa y el jubón, un guardapiés de bayeta verde adornado de ribetes encarnados, con su delantal, la mantilla de paño pardo y el pañuelo blanco al cuello, protegió su cabeza con una pobre montera descolorida y calzó sus viejos zapatos atados con majoleras.
Resplandeciente, con las modestas galas de una hija de labradores de Segurilla, se encontraba feliz. Iba a Talavera para visitar a su hermana que había entrado a servir con un señor de esa villa.
Aparejó su borrica y su padre, Juan «Elías», cargó sobre la bestia dos haces de leña cortados en los chaparros de los berrocales de Segurilla.
El pobre animal, tan cargado, trastabilleaba mientras descendía por el irregular empedrado del camino. A la derecha quedaba la todavia borrosa silueta de la Atalaya y abajo serpenteaba el arroyo de la Portiña mientras, al fondo, asomaban las torres de las iglesias de Talavera.
Era ya una hermosa mañana soleada cuando Tomasa atravesaba el puente de la Villa sobre el arroyo de la Portiña, para adentrarse en el caserío por la puerta de las Alcantarillas Nuevas.[1]
Después de conseguir vender su pobre carga, tomó los dos reales obtenidos asegurándolos conveniente y discretamente, en el fondo de su faltriquera, para dirigirse a continuación a visitar a su hermana Alfonsa. Había ésta entrado a servir como criada del comerciante Fernando Martín de Agüero en su casa y tienda de la calle Cerería. A cuenta del exiguo salario de la sirvienta tomó del comercio un poco de bayeta verde para hacerla un guardapiés y compró de paso unos garbanzos y un poco de queso. Tras intercambiar noticias y confidencias se despiden las dos mozas entre risas, encaminándose Tomasa de vuelta a Segurilla.
Serían ya las diez y media de la mañana cuando sale por la concurrida Puerta de María[2] para tomar el camino Ancho que la devolvería a su pueblo. El campo en esta época era en Talavera un hervidero de gentes afanadas en las labores más diversas. La moza avanzaba distraída por el camino pensando en la traza del guardapiés tan hermoso que iba a labrar a su hermana.
Al salir del callejón que dicen de los Alcornoquillos[3] vió cómo desde la Portiña un hombre se incorporaba al camino y, siguiendo sus pasos, pronto la adelantaba.
-¡Ave María! ¡Buenos días tenga usted!
Saludó la moza, y como no obtuvo respuesta pensó Tomasa:
-¡Será sordo!
A la orilla del camino, entre unos olivos, Antonio de Sosa, músico de la Iglesia Colegial[4] y Ándrés Florido, tejedor de telas ricas en las Reales Fábricas de Seda, parecen disimular. Mientras, la muchacha, observando con curiosidad la escena, piensa que andan buscando nidos de tórtolas cuando, en realidad, tratan de completar la deficiente dieta alimenticia que les permiten sus escasos ingresos con el hurto de unas miserables matas de garbanzos.
A la altura de la labranza de Pedro Gordillo dos segadores gallegos mientras mascan su tabaco requiebran con sus chanzas a la muchacha. Cerca del tejar del monasterio de San Benito dos mujeres acercan con sus garabatos las ramas más frondosas de las moreras[5] cortando algunas con sus destralejas, después introducen las hojas en sus sacos de lienzo blanco y cerca de ellas un hombre trabaja su melonar.
Al llegar al reguero y hondonada que está al pie de la cuesta desde donde se da vista a los molinillos de la Portiña, en el sitio que llaman Valle de la Doncellas[6], se volvió el hombre que la había adelantado y tomando con fuerza el ramal de la borrica exclamó.
–¡Más vale hurtar que pedir!
Asustada Tomasa grito.
–¡Ay, Virgen Santísima!
A lo que respondió encolerizado.
–¡Virgen de todos los demonios!
Pensando la pobre moza que sólo se trataba de uno de los numerosos asaltos con intención de robar en los tan inseguros caminos de entonces, le ofreció, sin resistencia, que tomase la bayeta y todo lo que llevaba en el delantal, así como los dos reales en que había vendido la carga de leña. Pero agarrándola por el pañuelo el hombre consigue derribar a la moza al suelo. Con ésto, ella intuye que son otras sus intenciones y presa del pánico no duda en ofrecerle de rodillas la borrica y todo lo demás.
–¡Ni por la Virgen de todos los demonios te dejaría! Gritó el hombre.
En ese momento el miedo hace que la muchacha intente, volviendo atrás, pedir auxilio a los segadores gallegos[7]. Pero cuando solamente avanza tres o cuatro pasos, el individuo la atrapa y asiéndola de los brazos, la lleva a lo más hondo del reguero arrastrándola por el suelo.
Allí la vuelve los brazos atrás, la ata con destreza por las muñecas ,ientras en el forcejeo se desgarra el delantal y el desgastado jubón de paño de ala de cuervo, y trata de liberarse aferrada al cinturón de su agresor.
–¡Virgen Santísima valedme y a mi honra!
Cínico el asaltante le pregunta
–¿Eres casada o soltera?
Tomasa no contesta, sólo intenta con sus gritos llamar la atención de los segadores, intentando eludir el zafio abrazo del desconocido.
Agotada en su lucha inútil, todavía tuvo que escuchar su voz babeante
–¡Si eres soltera me casaré contigo!
Con rabia la moza contesta
–¡Primero me metería un cuchillo!
Viéndola ya tendida y rendida, el violador levanto las faldas de la mujer y la puso en la “postura de mayor deshonestidad y consiguió conocerla carnalmente y desflorar su virginidad”. Saciado y viendo que la muchacha no cesaba de exclamar a María Santísima con grandes voces, tiró la lazada del cordel con que la tenía atadas las muñecas[8], se levantó y corriendo, echó por el reguero abajo, subiendo por la cuesta de los Molinillos.
Tambaleante, Tomasa se levantó y fue gritando hacia donde estaban los segadores que, al haber oído las voces, ya se acercaban corriendo. Cuando llega cerca de ellos, tropieza y cae al suelo, los gallegos se acercan a ella tratando de socorrerla y preguntando qué es lo que la ocurre. Nada responde, sólo entrecortadamente les pide que sigan y cojan al pícaro que a lo lejos ascendía presuroso la cuesta del Molinillo junto a las colmenas.
Intentan alcanzarle pero la ventaja es mucha y desisten de su empeño, volviendo donde se encontraba la muchacha que “asustada, revolcada y desmelenada”, solicitaba temblorosa que los hombres la acompañaran. Ellos se limitan a señalarle la cercana presencia de una cuadrilla de segadores de su pueblo, Segurilla, que pueden hacerse cargo de la infeliz, por no saber a ciencia cierta a que venía tanto sobresalto.
Entre lágrimas, agarrotada por el susto y el sentimiento de su honra perdida, apoyada en su borrica trata de encaminarse a su casa. A su espalda, en plena carrera, el músico robagarbanzos, grita y gesticula tratando de darle alcance, ella aún temerosa no se detiene, sintiendo miedo de ser víctima de un nuevo asalto. Junto al pajar de Valdefuentes, Onofre del Pino, Polonia Montero, vecinos de Segurilla y Antonio se Sosa hacen corrillo ante la desafortunada que apenas puede relatar lo sucedido, su pudor le impide reconocerlo abiertamente, ocultando a sus paisanos el verdadero alcance de la agresión y respondiendo que simplemente se había espantado la borrica y caído de ella. (Continuará)
[1] Esta puerta del segundo recinto amurallado se encontraba al final de la calle Cerería, en su confluencia con la Cañada de Alfares. Se conocía también como puerta de la Villa.
[2] Puede tratarse de una de las puertas hoy desaparecidas del tercer recinto amurallado.
[3]«Callejón» tiene aquí el sentido de «camino entre vallados»
y el topónimo Alcornoquillos nos recuerda la abundancia de estos árboles antes del aprovechamiento masivo de la tierra para cultivos, en zonas marginales todavía se puede ver algún ejemplar
[4]Hasta la Desamortización, La Colegial estuvo dotada de una importante capilla musical con numerosos cantores, pertiguero, ministriles, salmeadores y un maestro de ceremonias, todos a las órdenes directas del Chantre.
[5]La Real Fábrica de Sedas, a pleno rendimiento en esos años, había hecho necesaria la plantación de decenas de miles de moreras en Talavera y toda la comarca para aumentar la producción de gusano, era la actividad de recoger la hoja un complemento económico para muchas familias.
[6] Pequeño regato junto al muro de la presa de La Portiña, por debajo del depósito de agua. En la orilla opuesta todavía se perciben los restos del molinillo.
[7]Eran numerosas las cuadrillas de gallegos que durante el verano bajaban a segar en Talavera, que por aquel entonces tenía mayores extensiones cerealistas. Algunos acababan asentándose aquí formando una colonia tan numerosa que hasta pagaban un toro en las fiestas de las Mondas.
[8]La facilidad con que el violador ata y desata a la muchacha nos hace pensar el probable oficio de ganadero del individuo que la maneja como a un ternerillo.
Ya he comentado que, a mi entender, la causa de que nuestra ciudad se encuentre en el lugar en el que se halla es que en tiempos prerromanos el Tajo era fácilmente vadeable por aquí. Es de los lugares de su recorrido en los que el cauce es más ancho, con numerosas islas y unos inmensos arenales que se podían atravesar a pie por gentes y ganados desde antiguo, porque hemos de imaginar nuestro río sin la elevación de las aguas que produce la presa de los molinos de Abajo. Y es éste precisamente el vado practicable más cercano al Puerto del Pico, por el que pasaba ese eje norte sur que unía las dos mesetas y que mereció la construcción por los romanos de la mejor calzada conservada en todo el territorio español. Y además, ese eje se cruzaba en Talavera, y junto a ese vado, con el otro eje de comunicaciones con calzadas a ambos lados que discurre de este a oeste por el valle del Tajo, un río que como otros era una de esas autopistas de la prehistoria que servían de primigenias vías de comunicación.
El Puente Viejo es en realidad una más adecuada denominación para nuestro antiguo puente, y de hecho es como siempre ha sido denominado por los talaveranos. Lo de “puente romano” es posterior y se enmarca ese nombre en la frecuente adscripción a la época romana que se ha venido dando a todos los puentes medievales y modernos de pétrea factura como medio popular de otorgarles una mayor antigüedad.
En 1990 se produjo un gran descenso de las aguas del Tajo por obras en el azud de los molinos de Abajo, lo que unido a la sequía estival hizo que afloraran en el fondo del río próximo al puente Viejo unas estructuras que fueron estudiadas oportunamente por Alberto Moraleda y César Pacheco, quienes con la publicación de su trabajo hicieron una importante contribución a la historia del patrimonio local.
Y ¿qué es lo que apareció con la bajada de las aguas? Pues las pilas sobre las que se sustentaba el antiguo puente romano y que salvo en los tres primeros arcos no seguían en su alineamiento la misma dirección que el viejo puente medieval. Es por ello que el puente tiene ese quiebro en su trazado a partir de ese tercer arco, el llamado “arco de las armas”, llamada así porque tiene encastrado un pequeño escudo en piedra blanca. Los tres primeros arcos sin embargo sí se apoyan sobre los antiguos pilares del puente romano, que tienen una planta diferente a los medievales, que se encuentran rematados en redondo aguas arriba, mientras que los pilares romanos tienen planta rematada en tajamar, en triángulo.
Se podían ver ocho de esas pilas y alguna de ellas conserva incluso restos del salmer, el arranque de su arco. Están fabricados con sillares bien labrados y rellenos en su interior con cantos y argamasa, el “opus caementicium” de los romanos. También se deduce de su estructura que los arcos tenían algo más de radio que el actual y que su calzada era más ancha.
La línea que siguen los pilares hace que algunos de ellos estén bajo las arenas de los islotes o en la Isla Grande ocultos por los sedimentos de siglos. Tenemos también que tener en cuenta que en época romana probablemente no existieran los molinos del puente por ser de posible origen musulmán, y por tanto tampoco existiría el brazo del río que hace de canal para llevar el agua a esos molinos, luego central eléctrica. Las razones que podían explicar este cambio de trazado en el puente es una menor resistencia a la corriente, tal vez por los cambios en la dirección de las aguas por la modificación del meandro del río e incluso el deseo de los jerónimos de comunicar mejor el antiguo molino de su propiedad,, pues el monje que hizo de ingeniero en una de las principales restauraciones era de esa orden, fray Pedro de los Molinos. Las grandes crecidas que provocaban las frecuentes inundaciones históricas de Talavera y lo arenoso e inestable del fondo hicieron probablemente que tanto el puente Romano, como el puente viejo fueran dañados y mil veces restaurados, pero curiosamente los tres primeros arcos, que se asientan sobre los viejos pilares romanos son los mejor conservados hoy día. El primero de esos arcos también alojó otros molinos.
En un espléndido entorno se encuentra la ermita de la Virgen de Chilla, patrona de Candeleda, pero también muy vinculada a lugares tan lejanos como Calera y Chozas o Mejorada. Cuenta la leyenda que un pastor llamado Finardo, natural de Calera, cuidando sus ganados en el entorno de su pueblo, vio como se le aparecía la Virgen en dos lugares distintos del término de esa localidad. Uno de ellos se encuentra en las inmediaciones de la Vía Verde de la Jara, y en el lugar se ha construido una nueva ermita dedicada a la Virgen, aunque se ha cambiado el nombre de Virgen de Chilla por el Virgen de la Vega. En la anterior capillita que existía en el lugar se puede ver una piedra con una curiosa inscripción de difícil interpretación sobre la que es tradición tuvo lugar la aparición. Los caleranos, cuenta la leyenda, que en principio no hicieron caso al pastor, considerando que lo que contaba sólo eran fantasías, pero cuando éste se encontraba con su rebaño en las inmediaciones de la garganta de Chilla, tuvo lugar una nueva aparición en la que la Virgen curó una de sus cabras, lo que en este caso sí fue creído por las gentes de Candeleda porque María le estampó al pastor dos dedos en su rostro, y por ello erigieron una ermita en el lugar.
Pintura de la ermita que representa uno de los milagros de la Virgen de ChillaEsa ermita de estilo herreriano ha tenido después diferentes reformas, especialmente en el siglo XVIII, que han ido conformando el estado actual del edificio. Junto a él se encuentra también la casa del santero levantada con la pintoresca arquitectura de entramado de la zona y un merendero con un pequeño refugio de peregrinos. Bajo las copas de grandes árboles, con una fuente generosa se encuentra un agradable paraje en el que también se ha instalado un altar donde se dicen las misas en las celebraciones religiosas.
Dentro de la ermita se encuentra la imagen de la Virgen y cuadros que refieren algunos milagros, como aquel en el que salvó a una joven de un toro que la atacaba y otro que nos explica la vinculación con el pueblo de Mejorada, pues parece ser que en el siglo XVI, cuando iban en un navío de guerra español un capitán llamado Juan Briceño con soldados de esta población, se encomendaron a la Virgen de Chilla en una situación de enfrentamiento desigual con dos barcos turcos y uno holandés y la Virgen candeledana les favoreció salvándoles de una situación de verdadero riesgo para sus vidas. Las gentes de Mejorada han tenido una gran devoción a la imagen de Chilla y siguen acudiendo en romería todos los años por un camino utilizado para ello desde hace siglos.
LA EXCURSIÓN
Explorando la Garganta de Chilla
A esta garganta le da nombre la Peña de Chilla, un risco prominente que se encuentra sobre la cuerda que la delimita por el oeste. Esta zona es conocida también por encontrarse en ella el santuario de la Virgen de Chilla en las laderas. Partimos desde El Raso hacia el castro celta y en la primera curva tomamos una pista que nos conduce por otro camino hasta una explanada donde podemos dejar el vehículo si lo llevamos. Comenzamos a andar por la orilla oeste y pronto nos cruzamos con el arroyo del Chorro, que desciende formando cascadas y chorreras, dos de las cuales se encuentran cerca del camino, arroyo arriba. En la zona más alta se encuentra una majada hasta la que sube directamente una senda desde la Vega de la Zarza. Pasamos junto a un corral y luego ascendemos algo para pasar por encima de un castañar, hasta llegar a dicha vega de la Zarza en cuyo entorno se encuentran varias majadas y chozos, además de un puente de madera sobre la garganta que es mejor cruzar para seguir por la otra orilla.
Seguimos nuestro camino ascendiendo y, junto a la confluencia de los dos arroyos que bajan en ese mismo lado, encontramos restos de otras majadas. El paisaje comienza a tomar la forma típica de los cauces altos de las gargantas de Gredos con los grandes bloques graníticos rodados y la vegetación escasa que les caracteriza. Llegamos así a la vega del Enebral desde donde la pendiente se hace mucho mayor formando el gran farallón del macizo central.
Podemos volver por una senda muy agradable que llega hasta el mismo santuario de Chilla, junto a la fuente y el altar al aire libre que se encuentra cerca de la ermita. Bajaremos después por el camino indicado hasta el puente de Chilla para subir luego hasta El Raso.
El arte cerámico de Talavera no partió de cero porque, aparte de la tradicional alfarería de tradición morisca que se venía haciendo al final de la Edad Media, una industria ya asentada sería directamente promocionada e impulsada por el rey Felipe II. Sabemos también por el cronista Lucio Marineo Sículo que en tiempos de los Reyes Católicos había ya hornos cociendo cacharros en la villa: “También en Talavera se labra muy excelente vedriado blanco y verde. Lo qual es muy delgado y sotilmente hecho y házense vasijas de muchas y diversas maneras”, aunque no pone a Talavera entre los primeros centros de producción, por detrás de Valencia, Murcia, Toledo o Morviedro.
Según se puede deducir del testimonio de Diego Pérez de Mesa en su obra editada en 1548 “Grandezas y Cosas Memorables de España”, ya entonces, antes de la venida de Juan Floris, se producía gran cantidad de loza en Talavera que se comercializaba en todo el reino e incluso se exportaba a América, Francia, Italia o Flandes. A mediados de siglo, ya se obsequiaban por parte de la villa a los arzobispos toledanos objetos de cerámica, lo que indica cierto desarrollo y prestigio de la industria alfarera.
También se puede deducir de la historia de Talavera de García Fernández, datada en 1560, que ya había en Talavera una importante industria artesana del barro a mediados del siglo XVI, antes de que llegara Floris y la impulsara Felipe II: “Házese en Talavera barro vedriado blanco, verde, azul, jaspeado y de otras colores ynterpoladas. Es lo mejor que en Castilla se labra” “…y dello se provee Castilla y Andaluzía y Portugal y se pasa en Yndias” Aunque tal vez no se dedicaran todavía a esta actividad un grupo numeroso de talaveranos, pues el gremio no encabeza siquiera el pago de algún toro en la fiesta de las Mondas, sino que se debe unir a carpinteros, albañiles, olleros tinajeros, tejeros y otros oficios. En esa misma época, sin embargo, el escritor Felipe de Guevara compara las obras talaveranas con las italianas y considera que todavía no llegan a la “perfición” de las de Pisa o Faenza, pero no por la falta de pintores o diseño, sino por problemas técnicos con los esmaltes y colores.
Vimos en el anterior capítulo cómo el propio Felipe II impulsó la cerámica de Talavera ordenando al sevillano Jerónimo Montero realizar experimentos con esmaltes y productos químicos con el barro de Talavera, de color algo más rosado, pues los barros de Calera, de color más claro, no se utilizaba todavía, como se deduce del documento de Frías de Albornoz en el que dice “…y en la misma villa están las minas de barro que se labra vidriado de donde se provee toda España”.
Otro dato sobre los materiales utilizados en la alfarería talaverana nos los da Fray Andrés de Torrejón, monje jerónimo del convento de Santa Catalina de Talavera que refiere cómo la arena necesaria para los vidriados se traía de Hita, hasta que se empezó a utilizar arena de la cercana localidad de Mejorada. Mi impresión es que la extracción debía realizarse en la zona noroeste del término, en las proximidades del Riolobos, junto al arenoso baldío de Velada, cuyas arenas intentó explotar recientemente la fábrica de porcelanas de Lladró por su gran calida:. “La arena con que se mezclan los metales para hacer el vedrio blanco se solía traer de encima de Hita y abrá diez años que se halló junto a un pueblo que se llama Mejorada, una legua desta villa y es muy menuda en estremo y tan blanda como seda”.
Una de las características que hicieron más atractiva la cerámica de Talavera fue la intensa blancura de sus vidriados que varios autores comparaban entonces con los de Pisa. Dice Torrejón: “porque el vedrio blanco es plomo y estaño y arena, y con la fuerza del fuego se vienen a coadunar de tal manera que se da con ello un lustre tan agradable y graçioso a los que lo miran y especialmente el blanco que se ha hallado agora, que es tan estremado que afiçiona más que lo pintado”
De esas primeras referencias también se destacan la variedad de formas en la alfarería que a su vez hicieron muy popular la producción y así otra vez el padre Torrejón nos enumera algunas de ellas: “La diversidad de los jarros y taças, de los búcaros y brinquiños la buena traça de los platos y ramilletes, el contrahacer los caracoles, los búhos y perros, hasta los chapines y çapatillos de las mujeres y todo género de frutas y pégalas en unos platos con tanta propiedad que hacen hartas burlas”
También el padre Torrejón apunta otros datos de interés como que se contrahacen, forma de la época para decir que se copian, algunos motivos decorativos de las cerámicas orientales de India y de China, con las que estaban familiarizados los españoles debido a sus viajes por el Pacífico, el llamado “lago español” en el siglo XVI. Además del comercio del imperio oriental de Portugal, reino unido entonces al imperio español por herencia de Felipe II al morir el rey luso Don Sebastián. El autor Morel Fatio asegura que la vajilla en la que se sirve la comida en el encuentro en Guadalupe entre los dos reyes es de Talavera.
Parece así mismo que hubo en estos primeros ensayos problemas con el esmalte, incluso en las obras del maestro Floris, pues documentos de la época relacionados con los encargos para el monasterio de El Escorial refieren una mayor calidad de los azulejos del talaverano Juan Fernández comparados con los del flamenco, y también se ponen como ejemplo de esa mala calidad los azulejos de Floris para el refectorio del monasterio dominico de Plasencia, hoy comedor del Parador Nacional, en los que se aprecia un considerable deterioro, con los esmaltes descascarillados y perdidos en parte de la superficie de los arrimaderos.
La actividad alfarera aumentará conforme va avanzando el siglo XVI, y es en el último cuarto de la centuria cuando se constata en los padrones un número considerablemente más elevado de artesanos del barro en la villa. Ya hemos comentado en otro capítulo cómo a principios de siglo, aunque se conocen ordenanzas municipales que regulan el encendido de los hornos, apenas hay alfareros pues en 1513 solo hay 4, y 6 en 1518, número similar al de muchas otras villas con la misma población que Talavera. Va creciendo esta actividad hasta los 20 ceramistas de 1548 y 30 en 1554 para descender en la década de los sesenta a 22, pero aumentando paulatinamente hasta los 42 del año 1596, fecha en la que podemos considerar asentada la actividad ceramista. Lo mismo sucede con los pintores de loza y azulejos, que de no enumerarse ninguno en los primeros años del siglo se pasa a 22 del año 1607.
Entre la grieta que dejan dos grandes moles de granito se asoman los ojos asustados de un joven mientras el viento agita su túnica. Desde la cumbre del Monte de Venus mira como el Tajo se acuesta en el valle. Al fondo, angustiado, vislumbra los tejados de los templos de la ciudad de Ébora. Vincencio ha recogido unas bellotas que lleva envueltas en un pedazo de lienzo. Vuelve sobre sus pasos hasta le entrada casi oculta de una cueva por la que desciende hasta su interior. Con las espaldas apoyadas sobre la piedra dos muchachas esperan aterradas, pero sonríen aliviadas al verle mientras le interrogan con su mirada.
– No se ven soldados. El día ha salido despejado y debemos continuar – dice entre imperativo y cariñoso su hermano.
Aunque las hace estremecer el aire que azota la cumbre esa mañana, al salir de su refugio, la luz y el tibio sol de otoño las reconfortan. Con un poco agua de un fontarrón cercano lavan las heridas de sus pies defendidos de una caminata de nueve horas bajo la lluvia tan sólo por unas pobres sandalias. Antes de descender hacia el Piélago, el muchacho mira desconfiado hacia atrás y recuerda las historias que le contaba su abuelo. Aquí mismo se había fortificado el famoso guerrero Viriato y tuvo en jaque a los romanos desde estas alturas. Pero el lusitano al menos tenía armas. Vincencio, sin embargo, sólo tiene la certeza que empapaba todas sus vísceras de que la religión del judío crucificado, la que dice que los pobres heredarán la tierra, era la religión verdadera. Tan seguro estaba que hacía dos días, delante de Dacio, el gobernador que había encerrado a la piadosa Leocadia en las mazmorras de Toledo, había renegado de los viejos dioses asegurando que cuando los romanos los adoraban era como si veneraran a un montón de piedras y palos. Vincencio no lo creía, pero oyó decir a los soldados que le custodiaban que, en la piedra sobre la que descansaba cuando compareció ante el gobernador, quedaron marcados, como si la roca fuera de cera, sus pies y el báculo que le sostenía.
Esos mismos soldados le liberaron esa noche y con sus hermanas Sabina y Cristeta había huido entre encinas y enebros hasta el Monte de Venus. No podía permitir que el empecinamiento que Dacio achacaba sólo al fanatismo de los cristianos afectara a sus hermanas. Pero ellas, tanto y con tanta vehemencia habían escuchado hablar a su hermano sobre la nueva religión, que ya le acompañaban en lo que para unos era delirio y para otros eran convicciones profundas. Estaban ya dispuestas a morir con él sin renunciar al nuevo Dios que los emperadores perseguían con tanta saña.
Caminando entre los robles habían llegado al otro extremo de aquellos montes y podían ver frente a ellos la alta sierra de Gredos que deberían cruzar si querían ponerse a salvo. Unos pastores que los encontraron comiendo moras junto al río Tiétar les dieron refugio esa noche. No subieron por el puerto del Pico pues, junto a la calzada, siempre había soldados que controlaban el paso del ganado y de las mercancías. La senda por la que les condujo uno de los cabreros era empinada pero más segura. Después de alimentarse de carne seca durante cuatro días llegaron, tras atravesar los piornales y las praderas de las cumbres, hasta la ciudad de Ávila. Uno de los pastores, interrogado por los soldados, delató a los hermanos y cuando llegaron a la ciudad de los fríos inviernos estaban esperando para apresarles.
Otra vez los ofrecimientos de renuncia, otra vez mantenerse en esa curiosa fe que a Daciano, en realidad, le parecía tan falsa como la suya propia, una forma más de someter a los que debían someterse. Los desnudaron y los sacaron fuera de la ciudad y después les azotaron hasta la extenuación. En el tormento que llaman hecúleo descoyuntaron sus miembros sobre una cruz en aspa. Como no acababan con sus vidas apretaron las cabezas de los tres hermanos en una prensa formada por dos tablones poniéndoles, en fin, grandes losas de piedra y golpeando sobre ellas con grandes mazos hasta que sus sesos quedaron desparramados.
Después de muertos los arrojaron a una cueva que llaman de la Soterraña. Y dicen las gentes de Ávila que, como no permitieran los soldados que nadie enterrase los cuerpos, una gran serpiente salió de las profundidades levantada la cerviz y dando temerosos silbidos. Cuentan que un judío miraba sus cuerpos con poca reverencia y la culebra se enroscó en su cuerpo casi asfixiándole hasta que prometió, convirtiéndose al cristianismo, levantar un templo que custodiara los cuerpos de los tres muchachos de Ébora.
Nuevo artículo de la serie «RÍOS DE HISTORIA» sobre la historia de la comarca a través de sus ríos
EL NOMBRE DE TALAVERA Y EL RÍO
No vamos a entrar aquí en profundas disquisiciones sobre los orígenes del nombre de Talavera. Los expertos dicen que nuestra ciudad nunca fue Ébora de la Carpetania, pero sin embargo sí ven posible que fuera Elbura, nombre que estaría relacionado con la abundancia de aguas, como se apunta ya en las relaciones de Felipe II en el siglo XVI:
…porque –el Ber en arábigo significa pozo o ayuntamiento de aguas…y en tiempo de los visigodos dice haberse llamado “aguas” que es el-Ber y el-Bora…
Según el arqueólogo Dionisio Urbina, de Elbora derivaría Albuera que es el nombre de un despoblado Santa María de las Albueras, situado cerca de Pueblanueva , junto a las barrancas del Tajo y en la que se sitúa un mausoleo monumental donde se halló un magnífico sepulcro de mármol tardorromano y paleocristiano que se exhibe en el Museo Arqueológico Nacional, aunque han sido destruidas las cabezas de los apóstoles representados.
Otro paraje aguas abajo de Talavera nos orienta sobre el nombre también acuático de la ciudad. Se trata de Aquis, aguas en latín, y que se ha identificado con un obispado visigodo sufragáneo de Mérida. El paraje se ha identificado como la finca de La Alcoba, en la vega cerca de Talaverilla.
Ya tenemos un lugar aguas arriba, y otro aguas abajo del casco urbano, pero las muy numerosas inscripciones halladas en Talavera, a la altura de grandes núcleos urbanos romanos de Hispania, han llevado a la conclusión de que el nombre más probable es el de Caesaróbriga, que viene a significar “ciudad fortificada de César”. La finca junto al Tajo con restos romanos conocida como La Orbiga puede también derivar para algunos de una lectura deformada de la palabra Caesaróbriga.
Una teoría sugiere que existiría otro topónimo céltico, anterior a los romanos Tala-bara que habría evolucionado comoTalbara-Talbora-Telbora-Elbora-Talalbuera-Talabuera-Talavera. La raíz Tal- también derivaría de del indoeuropeo “ tel” que significa también charco o estanque. Pues bien, es curioso constatar que todos los nombres hipotéticos de nuestra ciudad tienen que ver con el río o con el agua.
Los viejos cronicones cuando hablan de la muralla hacen notar que su parte más antigua, la que pudiera con mayor probabilidad ser romana es la que discurre paralela al río y que hoy se encuentra en gran parte sepultada bajo toneladas de escombros para construir la Ronda Sur. Esas mismas crónicas nos relatan algunos hallazgos arqueológicos que se hicieron junto al Tajo, como es el caso de una cabeza de toro de bronce hallada al hacer los cimientos del monasterio de los jerónimos. También se encontró una escultura romana que fue reconvertida en una imagen de la Santa Catalina, advocación del monasterio. El padre Fita dice que “ El riachuelo occidental, la Portiña, desde que pasa por enfrente de la que fue puerta de Mérida hasta que se echa en el Tajo, va descubriendo conforme lame y roe su orilla derecha, antiguas sepulturas romanas…”
También hay constancia de que el arroyo Papacochinos cerca de la desembocadura habría dejado al descubierto sepulturas romanas. La puerta meridional que daba al puente sobre el Tajo, si como algunos creen ya existía en tiempos romanos, sería la puerta del Río. Cerca de la desembocadura de la calle Cristo de la Guía parece se encontró una estatua que dicen de Catón y que también fue reconvertida en imagen cristiana.
Las excavaciones más modernas documentan desagües y alcantarillas romanas con pozos negros, y también en las inmediaciones ribereñas de los jerónimos se han hallado inscripciones dedicadas a los dioses indígenas vettones Ataecina y Orilouco, además de aras diversas, por lo que esta zona era especialmente rica en hallazgos de índole religiosa que se perpetuaron en el tiempo con mezquitas y templos cristianos como La Colegial, Santa Catalina o San Clemente.
Varias excavaciones nos han revelado la presencia de unas termas donde se aprovechaban las aguas elevadas por maquinaria hidráulica para los baños que luego se mantendrían en época musulmana. Los principales baños romanos encontrados se localizan en el entorno de la zona de San Clemente.
Página Talavera y su Tierra de Miguel Méndez-Cabeza Fuentes
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