Nuevo capítulo de mi libro agotado «Los Molinos de Agua de la Provincia de Toledo».
Los receptores son aquellos dispositivos que, en sus diferentes modalidades, acogen el agua transformando su fuerza viva en la energía rotatoria que moverá la muela o piedra de molino.
Nuevo capítulo de mi libro ya «Los Molinos de Agua de la Provincia de Toledo» que iremos publicando en sucesivas entregas.
EL CANAL (fig. 10)
Las presas desaguan en su canal a través de una compuerta lateral, situada generalmente sobre la ladera del cauce del río (fig. 5). Los canales pueden estar excavados en el talud natural de la ribera o hacerse de fábrica más o menos elaborada en mampostería, ladrillo e incluso sillería. Otras veces el molinero se ha visto obligado a tallar canales en la roca, casi siempre en pequeños tramos.
Lo más frecuente era que se combinaran diversos aparejos de construcción adaptándose a la modestia del molino o a las dificultades del terreno y así, por ejemplo, en terrenos impermeables como los arcillosos suelos de La Jara se hallan canales simplemente excavados en la tierra, algo que sería absolutamente ineficaz en las arenosas tierras del valle del río Guadyerbas o del Alberche pues se perdería la mayor parte del caudal.
En un molino de Malamoneda, sobre el río Cedena, en una zona de grandes bloques graníticos, o en algunos molinos del Pusa, sobre terrenos de cuarcita o pizarra, se ha llegado incluso a perforar la roca con un túnel de 2,5 metros de largo por 1 de ancho para conseguir así la continuidad del canal sin perder altura. A veces se ha llegado a tallar el canal en la roca viva durante algunos metros. En La Jara se llegan a extraer enormes lajas de pizarra para conseguir esa continuidad.
Es frecuente que el canal salve regatos y arroyos afluentes del río mediante pequeños acueductos y puentecillos de obra, troncos vaciados e incluso bidones cortados. Estos afluentes perpendiculares al canal deben ser evitados porque más que aportar caudal, pueden encenagar e incluso destruir con su arrastre de materiales la obra de canalización.
Cuando el terreno es muy permeable o el canal se ha construido con deficientes materiales, se suele revocar el suelo o el interior del canal en su totalidad para evitar fugas de agua. En La Jara se utilizan con frecuencia las lanchas de pizarra para enlosar los canales y proteger las paredes de la erosión de la corriente en los tramos curvos de su recorrido. En los Montes de Toledo o en la Sierra de San Vicente se emplea el granito en forma de empedrado o de lanchas que por su gran tamaño dan aspecto casi megalítico a algunos de estos canales. Este es el caso de un molino en el arroyo Navajata, en término de los Navalmorales (Foto 2).
Por razones topográficas, algunos canales no se han construido sobre el talud del cauce pero han conseguido mantener el desnivel necesario mediante elevación, bien sobre una obra maciza de mampostería, como el molino de Villapalos 2, o bien sobre acueductos de uno o varios arcos de piedra o ladrillo. Sobre Riofrío, en La Nava de Ricomalillo, se conservan algunos ejemplos de estos pequeños acueductos.
La estructura del canal suele reforzarse mediante cajeros arriostrados con losas de piedra, tirantes metálicos e incluso con troncos de madera que unen entre sí las dos paredes laterales del canal.
En las zonas de la Campana de Oropesa y Velada se encuentran varios ejemplares que carecen de canal por lo que les denominaremos como molinos de Apresa de acceso directo@ (fig. 9B). Se caracterizan porque el edificio se levantaba adosado al mismo muro de la presa y en medio del cauce, a modo de contrafuerte de la misma presa (fig. 11). El saetillo recibía el agua directamente de la presa a través de un orificio situado en la parte media inferior de la misma. Estos molinos se localizan en arroyos de escaso caudal, donde la ausencia de avenidas importantes permite la conservación de las presas que, por otra parte, tienen bastante cubicaje para compensar la escasez de agua. Son ejemplos de molinos de presa de acceso directo los de arroyo de la Pradera 3 y arroyo de Malezo 1 en Valdeverdeja, el molino de Tarrara en el Torrico y el de arroyo del Molinillo en Velada. Este tipo de molino ya es descrito en el siglo XVIII por Villareal y Berriz y curiosamente coincide con esta cronología la fecha de construcción inscrita en los muros de dos de estos ejemplos (Foto 3).
Otro tipo de molino que también carece de canal propiamente dicho es el de las aceñas y grandes molinos de regolfo del Tajo. Puede crearse cierta confusión con lo que en estos artificios se conoce como A la canal A en femenino y que consiste en la estructura de obra en forma de túnel cuadrado que, formando parte del edificio molinero, discurre bajo el suelo del mismo conduciendo el agua hasta el cárcavo donde se aloja el rodete del regolfo como más tarde describiremos. En los tratados clásicos como el de Turriano, a estas canales se las denomina Abombas@[1].
La sección adecuada para los canales viene dada por el caudal que deberán acoger y por la velocidad del mismo. Ésta no deberá ser demasiado lenta porque ocasionaría la obstrucción por sedimentación, ni excesivamente rápida porque provocaría la erosión y rotura de los canales que ya sabemos suelen ser de precaria construcción. En general interesan valores mínimos de velocidad puesto que así se ocasionará menos pérdida de pendiente al precisar el canal de una menor inclinación[2].
Las aguas arenosas deberán llevar algo más de velocidad para evitar su depósito y consiguiente obstrucción. En concreto la velocidad media necesaria para el funcionamiento adecuado de los artificios molineros se ha calculado entre 0,25 y 0,50 metros por segundo y las pendientes habrán de ser del 0,0004 al 0,0005.
El perfil de la sección del canal habrá también que ser tenido en cuenta y, si es rectangular, deberá medir al menos el doble de anchura que de altura. En las secciones trapezoidales los taludes tendrán una inclinación correspondiente al doble de la base respecto a la altura si están excavados y hasta 0,5-0,20 por 1 si se trata de obras de albañilería.
La longitud de los canales depende fundamentalmente de la pendiente del terreno y de la altura de caída del agua que se quiera conseguir en el molino, aunque para el diseño del canal siempre se tendrá en cuenta que el remanso de la presa no debe anegar los molinos que se encuentran río arriba, como antes se dijo.
Se da el caso en algunas corrientes fluviales, como el arroyo de Los Molinos o de Saucedoso en Castillo de Bayuela y Riofrío en La Jara, de que en ellos es aprovechada casi toda la pendiente porque cada canal parte del socaz del molino anterior, captando las aguas inmediatamente después de haber movido el rodezno, muchas veces directamente sin ser necesaria ni siquiera la presa pues el canal parte del mismo cárcavo del molino anterior.
Es fácil encontrar canales con una longitud de pocos metros y otros que llegan a medir más de un kilómetro. Son ejemplos del primer caso algunos molinos situados en tramos de cascadas con pérdida brusca de nivel, como el arroyo de Malezo o Piejachica 2 que capta con un pequeño canal el agua del anterior molino situado sólo unos metros por encima de él, pero con un considerable desnivel ya que se halla junto a un despeñadero ( ver su planta ).
Los molinos de La Mancha por el contrario, dada la escasa pendiente del terreno, suelen tener largos canales si se trata de molinos de rodezno. Los molinos de regolfo precisan más bien de un mayor caudal pues se adaptan a una escasa pendiente y aprovechan la energía centrífuga del agua más que la gravitatoria, como más tarde veremos.
Canales muy cortos, e incluso inexistentes, se pueden también encontrar en casos como el de los molinos de Garganta Tejeda en el Real de San Vicente, donde el agua tras salir del cárcavo de un molino se encuentra con la balsa del siguiente. Estos ingenios se disponen en un corto trayecto de corrientes con bastante pendiente en cuyas riberas se excavan las balsas de almacenamiento del agua.
Los canales suelen estar dotados de aliviaderos (fig. 9) que sirven para regular el caudal, impedir el rebosamiento del cubo o dar agua a los huertos y prados del molinero. Estas explotaciones complementarias se sitúan en los aterrazamientos ribereños paralelos al canal, entre él y el río, en la zona que se conoce como la Aisla@ del molino. Otra utilidad de los aliviaderos es la de desviar el caudal necesario para que abreven los muchos animales que rondan el molino ( mulas de acarreo, cerdos, gallinas, etc.) y que forman una parte importante del aprovechamiento global del molino.
El canal cuenta para su servicio con escaleras o simples lajas embutidas en el muro que facilitan el acceso para solucionar obstrucciones, para accionar las compuertas o para facilitar las reparaciones necesarias de grietas y fugas de agua.
La inaccesibilidad del terreno ribereño obligaba al molinero en ocasiones a ingeniárselas con pequeñas obras hidráulicas. Así ocurre en el quinto molino del arroyo del Pilón en término de El Torrico donde, para facilitar el paso subterráneo del agua y permitir el acceso de las caballerías, se construyó un rústico sifón (fig. 12) similar al utilizado en los canales actuales de regadío para salvar los caminos.
Hay canales que se ensanchan antes de la entrada al cubo del molino permitiendo así el represamiento del agua. Estas pequeñas represas, que no debemos confundir con las construidas para desviar el caudal del río, son denominadas en nuestro ámbito Abalsas@y se asocian a muchos molinos de escaso caudal, sobre todo en Los Montes de Toledo.
En el arroyo de la Pradera y en el arroyo del Pilón, ambos en las cercanías del molinero pueblo de Valdeverdeja, encontramos dos artificios de los denominados como Ade escorrentía@ (fig. 13). En ellos el canal solamente cuenta con uno de los muros que va circundando la ladera y va recogiendo el agua de regatos, vaguadas y fuentes, intentando así aprovechar todos los recursos hídricos que puedan caer sobre las lomas que recorre. No son éstos dos molinos de escorrentía puros, ya que se ayudan de una presa en los arroyuelos mencionados para conseguir algo más de caudal. Tienen por tanto un sistema mixto de captación, de presa y de escorrentía.
Un caso similar se da en los molinos de la cabecera del río Guadyerbas en Navamorcuende, donde además de una importante fuente que ha sido canalizada hasta ellos, se toma agua de la escorrentía a través de canales que cortan la ladera y que desembocan en una balsa de almacenamiento desde donde parte el canal que alimenta a los molinos.
En la desembocadura del arroyo Cubilar sobre el río Uso se sitúa el molino del Álamo (fig. 14) dotado de un doble sistema de canal que recoge el caudal de las dos respectivas presas situadas en cada una de las corrientes confluentes. Este sería un molino de Adoble canal@.
Ya hemos llegado al final del canal donde una rejilla impide la caída de cuerpos extraños al receptor, evitando así la obstrucción del saetín
Salvador había nacido en el molino. Su madre casi le parió cuando se agachaba para abrir uno de los aliviaderos del canal. Su padre tuvo que correr con la mula hasta llegar al pueblo para traerse a Juana, la comadrona, hasta la ribera. Lo primero que escuchó al nacer fueron los tres ruidos molineros: el agua al salir del saetín para mover el rodezno, las piedras en su roce benéfico pero atronador y la tarabilla golpeando sobre las muelas.
Aquel día era importante para Salvador. Había construido un cubo nuevo junto al antiguo para poder así mover una piedra más que hoy tendría que traer desde la cantera. Habían pasado muchos días desde que localizó la buena veta de granito para labrar las dos muelas necesarias. Con paciencia y unas buenas cuñas que le había preparado especialmente su amigo Remigio, el herrero, había conseguido separar el bloque adecuado que con paciencia había ido retocando a ratos perdidos. Ayer acabó de hacer el ojo de la piedra y hoy tenía que trasportarla. Se había levantado temprano y había dicho a su mujer que preparara un buen almuerzo para sus dos cuñados y el molinero de abajo que vendrían a echarle una mano. El esfuerzo necesario para mover esas moles debía serles reconocido a sus ayudantes y también había preparado algunos buenos chorizos para regalárselos. Al fin y al cabo a él le sobraban. En el molino nunca se pasaba hambre y sus cerdos y gallinas siempre estaban bien hermosos comiendo la harina y el salvado que recogía de barrer la sala.
Habían preparado una rampa. Acularían el carro y, metiendo un palo por el ojal de las piedras, después de levantarlas con una palanca, las harían rodar hasta el interior de la carreta tirada por bueyes. Después las llevarían por el pedregoso carril hasta el molino. Todo salió bien y el vino corrió en abundancia. Por fortuna no había sucedido como cuando el molinero de arriba perdió un brazo al caerle una piedra.
Solamente quedaba repicar la superficie de las dos muelas, la solera y la volaera, con el dibujo que su padre le enseñó, con sus rayones y sus abanicos. Se puso las gafas de red de alambre para no herirse los ojos. Lentamente, con sumo cuidado, empezó con la piqueta a trazar los dibujos que tronzarían el grano y llevarían la harina hacia el exterior de la piedra.
Su mujer le observaba. Siempre le había sorprendido lo serio y abstraído que su marido se ponía cuando realizaba esta labor. Sabía que durante ese tiempo no debía hablarle, pues entraba en una especie de trance. En el misterioso tintineo de la piqueta palpitaba la musica de su vida.
Con la cabria colocó la piedra ajustando la lavija y, con gesto grave, le ordenó a su hijo que abriera la compuerta del canal que movería el nuevo rodezno. El cubo comenzó a llenarse y enseguida todo quedó dispuesto para abrir una nueva puerta al futuro de su familia. Tiró de la palanca de la paraera y el agua comenzó a golpear en los álabes de la rueda que, con un crujido, hizo girar al árbol. El ruido y el olor a piedra nueva un poco quemada le gustó. Abrió la espita de la tolva y el grano comenzó a caer. Ya salía la harina por la pitera.
Acercó un saco al harinal para llenarlo de aquel fecundo polvo blanco. Quería ofrecer la primicia a su padre en reconocimiento a su maestría de viejo molinero.
Todo iba bien. Ajustó la corriente con la llave de dar agua y la separación de las piedras con la barra de alivio. Todo funcionaba a la perfección. Se sentó en el poyete, junto a la saetera y, mirando hacia los fresnos del río, comenzó a liar un cigarro. Por entre las ramas podía ver a su mujer afanándose entre las tomateras del huerto que se regaban con el mismo canal del molino. María levantó feliz la cabeza al oir la nueva piedra.
Miró sonriendo hacia la ventana donde estaba Salvador. Le lanzó un beso con la mano y volvió a sus surcos. Pensó que al año próximo podrían comprarse la casa en el pueblo y el pequeño podría ir a la escuela. Ella quería que fuese maestro; no deseaba que se oxidara su vida entre las humedades del río.
Por la tarde llegaron algunos clientes a moler y, como el caudal ya no era muy abundante, la espera se hacía necesaria. Uno de ellos sacó la guitarra y la bota empezó a correr. Entre canción y canción se contaba algún chisme del pueblo que la molinera degustaba con curiosidad. Salvador recordó aquella ocasión en que, en pleno enero, se atascó el saetín con un cabrito muerto que habían arrastrado las aguas y estuvo a punto de morir de una pulmonía que le trató don Segismundo. Recordaba con orgullo que su mujer se hizo cargo del molino durante dos meses sin que ningún cliente se quejara, salvo las protestas habituales por el desacuerdo con las maquilas que todos sabían eran algo más de los estipulado, pues no había molinero honrado. Dicho esto por el mismo Salvador causó la risa de los demás contertulios aunque fueran ellos los perjudicados. Pero también sabían que en los años de la sequía, había ayudado a algunos de los vecinos del pueblo más necesitados que habían acudido a él en demanda de un poco de pan.
Paco, el arriero que más trabajo traía a su molino, pidió que les contara una vez más lo sucedido cuando aquel bandolero intentó robarle una noche de tormenta y despúes de volcarle encima la tolva del trigo le sacudió con la paleta poniendole en fuga tras quitarle la escopeta.
En ese momento llamaron a la puerta. Era la pareja de la Guardia Civil que venía haciendo su recorrido. Les invitaron a sentarse y aunque se sentaron un poco aparte con el gesto algo distante que les exigían las ordenanzas, también participaron en la conversación con monosílabos mientras trasegaban de la bota. Salvador estaba contento y echó unos pedazos de tocino a la lumbre. La juerga continuó, el molino palpitaba, el molino tenía vida.
Último artículo de los cuatro de la serie «Los pastores del Alto Gredos»
Haciendo quesos en el chozo
Describíamos la pasada semana una jornada en la vida de los pastores del alto Gredos. Conocíamos su producción más rentable, el queso que también les servía de alimento. Hoy vamos a conocer algunos de los platos con los que se alimentaban los cabreros en su economía de absoluto aprovechamiento de los recursos. Era típico el desayuno con “sopas canas” que se hacían en un caldero de leche hirviendo al que se añadía un “resqueme” o refrito de aceite, pimentón, agua y coscurros de pan frito.
Un plato característico de los cabreros serranos eran las “patatas con caldo”. Generalmente as pataas procedían de la vertiente norte de Gredos, como por ejemplo as patatas coloradas de Navalonguilla que tenían fama de buena calidad. Se cocían con aceite, pimentón verato, sal y algún tropezón de carne si lo había. A veces se cambiaba el aceite por sebo de cabra pero el sabor parece que era demasiado “aspero”. Otro plato típico de la zona y común con las zonas más bajas de la sierra son las patatas “revolconas” elaboradas con el magnífico pimentón de la Vera en puré al que se añade algún tropezón de torreznos e incluso un huevo frito si se disponía de él. Seguir leyendo GASTRONOMÍA DE LOS CABREROS DE GREDOS→
Ayer describíamos la vivienda y otras dependencias de los cabreros del alto Gredos, además de diversas construcciones complementarias. Nos queda por conocer el recinto en el que se cerraba el ganado. Generalmente se construía con palos y ramajes dispuestos en forma de “berenga”, cuando se colocaban inclinados hacia el interior impidiendo así que los animales saltaran y escaparan y al mismo tiempo sirviendo de cobijo en caso de temporal. Cuando se colocaba otra fila de palos inclinados sobre los anteriores dejando en su interior un espacio habitable para el ganado, al que se accedía mediante aberturas llamadas portillas, entonces se denominaba “berengón”. La cumbrera del berengón remataba con un canalón de roble cóncavo vuelto hacia abajo. Los deshechos y el agua salían por un agujero de drenaje llamado “camilleja”
Con las cabras en la berenga
Estos lugares para encerrar a las cabras servían también como protección ante el ataque de los lobos que nuestro amigo Alejandro Garro ha conocido en las soledades de las alturas serranas rondando en torno a su ganado. Más peligroso era dormir con el ganado al sereno sin ningún tipo de protección, como sucedía en los traslados. Entonces había que dormir a “jogueril”, es decir con la hoguera encendida y la escopeta cargada, y más de una vez se veían obligados “ a liarse a tizonazos” con los troncos de la lumbre encendidos para defenderse del ataque del lobo. Hubo ocasiones en que fueron tan abundantes que se hizo necesario organizar batidas para eliminar a los depredadores por la mortandad que producían en el ganado. Unos pastores iban armados y otros actuaban de “echaores” para espantar y conducir a los lobos hasta la encerrona.
Berengas, chozos y casillas de la majada de Braguillas
No eran estos los únicos peligros que habían de afrontar los pastores serranos. No eran infrecuentes los accidentes provocados por caídas, algunos de ellos al intentar recuperar algún animal en situación comprometida sobre alguna risquera o, como sucedió en el paraje de los Hospitalones, con un macho montés herido que hizo precipitarse al vacío a un pastor. La climatología era sin embargo el peor enemigo y la humedad permanente con los pies mojados durante largos inviernos es un recuerdo poco agradable para algunos de estos pastores. Cuando le preguntamos a Alejandro por su protección contra el frío cuando dormía al sereno responde: “Pues mire usted con media manta arriba y media manta abajo”. También recuerda cómo antes se podían adquirir sombreros de paño que realmente eran impermeables y que ya es imposible encontrar o cómo se fabricaban botas y sandalias de cuero de una resistencia que hoy no superan los nuevos materiales, y de hecho, para los pastores, en su estricta economía de subsistencia el desembolso en metálico que les resultaba más gravoso era el que invertían en ropa y zapatos, porque el resto de sus necesidades eran cubiertas prácticamente con lo que ellos mismos producían.
Troncos de roble vaciado para dar de comer a las cabras
Las cabras que más se aprovechan en Gredos son las de la especie llamada serrana, la cabra verata y algunos híbridos de ambas, además de otras especies recientemente introducidas como la cabra “granaína”. En la conversación aparecen los sugerentes nombres de las especies vegetales que servían de pasto a los rebaños: alambrillo, calvitero, berceo, cerrillo o vainilla, el fruto de los piornos que a veces ocasionaba ciertas disputas entre los pastores de una vertiente y otra de Gredos. También se podía completar la alimentación del ganado con el ramaje de los robles, y algunos cubos de castañas o de bellotas. Los pastos del monte público solían ser subastados y en el monte privado los pastores eran “acogíos”, una forma de arrendamiento que ocasionaba a veces abusos por parte sobre todo de los administradores de las fincas que introducían cláusulas abusivas que no figuraban en los contratos como la entrega de cargas de leña o el apropiamiento indebido del estiércol, preciada mercancía principalmente para los hortelanos de la cara sur de la sierra.
Quesera bajo una cascada
A veces llegaban los administradores a cobrar a los pastores el propio estiércol que producían sus cabras y que les era necesario para sus huertos familiares, o a cobrarles el ramón de los robles que se aprovechaba en las épocas de sequía y más escasez de pastos. Era tan ajustada su economía que a veces “no alcanzaban” siquiera a pagar el arrendamiento de los pastos y si además tenían la mala suerte de que la gota, la mamitis, la gripe u otras enfermedades del ganado afectaran a su majada, no era infrecuente que familias enteras quedaran en la ruina más absoluta sin ni siquiera un pedazo de pan que llevarse a la boca.
Su vida cotidiana era dura pasando largos ratos en la sierra labrando algún objeto de arte pastoril como huesos para adornar sus mochilas, morteros de madera, zajones o petacas de cuero etc. Aunque algunos pastores siguen ocupando sus ratos libres con esta artesanía, el transistor casi ha acabado con ella pero a supuesto una magnífica compañía y aún muchos de ellos guardan un recuerdo entrañable de un programa de Radio Andorra de canciones dedicadas con el que desde sus alturas comenzaron a conectarse con el resto del mundo.
Subiendo a la majada
De los dos centenares aproximados de majadas que poblaban las más recónditas gargantas de Gredos, hoy apenas quedan algunas que se cuentan con los dedos de una mano. Cuando el que esto escribe iba a mostrar el primero de estos artículos a Alejandro Garro, nuestro guía en este viaje pastoril, este pastor de las alturas falleció, sirvan mis palabras como pequeño homenaje a él y a los que como él son los últimos testigos de una forma de vida que se acaba.
Acabaremos con un nuevo capítulo sobre la gastronomía de los pastores de Gredos
Permítanme ustedes que me tome la libertad de acuñar un nuevo término, el “insultónimo”. Definiría esta palabra a todos los motes colectivos que con cariño, pero no sin cierta mala uva, se aplican entre sí los pueblos que tienen relaciones de vecindad.
Muchos de estos términos van acompañados de una más o menos disparatada anécdota que justificaría su aplicación a los vecinos de un lugar determinado y, curiosamente, muchas de esas historietas tienen relación directa o indirecta con prácticas o edificios religiosos. Así, por ejemplo, a los vecinos de Gamonal se les ha denominado tradicionalmente ahorcaburros. Se explica este apelativo diciendo que, en cierta ocasión, había crecido hierba en el tejado de la torre de la iglesia. Decidieron algunos vecinos que podía servir de comida a un asno. Ni cortos ni perezosos, izaron al pobre animal hasta el campanario atado a una cuerda, consiguiendo ahorcarlo.
A los vecinos de Mejorada se les conoce por zorreros. La explicación es igualmente pintoresca pues dice que, en cierta procesión, los lugareños no tuvieron mejor proyectil para arrojar a un zorro que se cruzó en su camino que el Cristo que llevaban en las andas.
Con otra procesión tiene que ver también la interpretación del mote de lavijeros que se aplica a los habitantes de Navamorcuende. Una talla custodiada en la ermita de Guadyerbas servía de disputa a Navamorcuende y Sotillo Se habían perdido las lavijas, que son las piezas que unen la imagen a las andas en las procesiones. Los vecinos de Sotillo fueron rápidamente a fabricar otra lavija en la fragua de su pueblo pero, más astutos, los de Navamorcuende hicieron sobre el terreno las lavijas de palo consiguiendo llevarse a la Virgen.
Abubilleros llaman a los de Velada porque dicen que se comían a las abubillas, ave que desprende muy mal olor. Aunque otra versión habla de un rayo de sol que entraba en la iglesia y los “velaínos” querían espantarlo como si fuera una abubilla.
A las gentes de Los Navalmorales se les conoce como chocolateros porque cambiaron el Cristo por chocolate, pero, en el siglo pasado y comienzos de este, había varias fábricas de chocolate en el pueblo, lo que podía explicar el mote.
Generalmente son “insultónimos” que intentan resaltar la rusticidad de los habitantes de un pueblo de manera humorística, con episodios que demuestren las pocas luces del vecino. Muchos de ellos se repiten en pueblos alejados entre sí como es el caso de llamar a los de Calera, “los de la viga” porque, aseguran en los pueblos cercanos, intentaron entrar una viga atravesada por la puerta de la iglesia. También se aplica, por ejemplo, a los vecinos de Bargas.
Hay muchos apodos que se explican por determinadas características físicas que se supone a los originarios de un pueblo y así los de Sartajada son tripulines por su supuesta baja estatura acompañada de prominente barriguilla. Los navalqueños serían patas de cigüeño
Otros no tienen una explicación concreta o es demasiado patente, por ejemplo a los de Valdeverdeja se les llamaba chalucos y borrijones, a los de Hinojosa jorgos, a los de Torrecilla de la Jara tramposos, a los de El Torrico migueletes y a los de Mohedas patateros . Navalmoralejo es conocido en su entorno como el Cuco y sus habitantes son cuqueños.
Son muchos los motes que se aplican a los vecinos en forma de coplas o estribillos que suelen cambiar los protagonistas según el pueblo donde se apliquen, como por ejemplo:
Para borrachos Torralba / para ladrón el ventero (de Ventas de San Julián)
para vagos la Calzada / que hay un regimiento entero.
Entre los pueblos de La Jara occidental se dice, también con los nombres de los pueblos intercambiables según quien lo diga, otra famosa coplilla:
Las del puerto son portanchas / las del Campillo panderas
las de La Nava cigarras / para guarras las de Mohedas.
Aunque, según el pueblo donde se cante las guarras son las de Sevilleja o La Nava.
Otro ejemplo similar en el ámbito de la Sierra de San Vicente es:
En Pelahustán son cuclillos / que cantan en primavera
en Navamorcuende hay brujas / y en el Real hechiceras
en Almendral fanfarrones / si tienen cuatro cerezas
y en Iglesuela, porqueros /que al recoger los ganados
aúllan en montanera.
Pero como uno es talaverano y no quiero que el lector diga que no me he referido a los motes de mis paisanos, reproduciremos una coplilla que habla de los buenos atributos de las talaveranas:
Las chicas de Talavera / tienen que llevar dos fajas /
porque con una no pueden / sostener las calabazas.
Ruta de la Cal de mi libro Rutas y Senderos de Talavera y Comarcas
Diecisiete kilómetros separan Talavera de Montesclaros, y desde este encantador pueblecito comenzaremos la travesía de hoy, aunque parece que hace unos meses propietarios de fincas colindantes han cortado el acceso a los hornos de cal.
Preguntaremos por el camino de los caleros y a menos de un kilómetro topamos con la restaurada ermita de San Sebastián que, por la arcada ciega occidental, da la sensación de ser obra inacabada, junto a ella se encuentra el crucero,gótico tardío con el escudo de los señores de Montesclaros que también lo fueron de Castillo de Bayuela y los pueblos de su entorno. Seguir leyendo LA RUTA DE LA CAL→
Segunda parte del capítulo referido a las presas molineras de mi libro agotado «Los Molinos de Agua de la Provincia de Toledo»
Desviación del agua hacia un canal molinero en el río Arbillas, en Gredos
La fábrica y reparación de estas grandes presas se realizaba durante el estiaje, hincando estacas de unos quince centímetros de diámetro en el fondo del cauce. Se dejaba entre ellas una distancia de entre veinticinco y cuarenta centímetros, a continuación se clavaban tablas de trabazón de estaca a estaca y se iban volcando piedras con carros y caballerías aguas arriba de esta armadura de madera. En otras ocasiones era la simple acumulación de bloques de piedra la que formaba el núcleo de la presa. En algunos grandes molinos del Tajo como el de los Rebollos en Valdeverdeja todavía se pueden observar en la misma orilla las canteras desde donde se dejaban caer los peñascos al río.
La capacidad de estos azudes varía entre los 0,1 y los 3 hectómetros cúbicos. Al encontrarse en grandes ríos se sitúan en disposición más o menos oblicua con respecto a la corriente para evitar mayores desbordamientos y los posibles daños ocasionados por las crecidas. La función de estas grandes presas es accionar las aceñas o los molinos de regolfo ya que los molinos de rodezno, situados en los pequeños arroyos, precisan de menor cubicaje, alrededor de 0,2 hectómetros cúbicos.
Presa o azud semiderruido por la corriente, que da servicio al molino de los Capitanes en el Tajo a su paso por Valdeverdeja
Como quiera que hay cierta confusión con la terminología que hace referencia a estas presas, diremos que su nombre es en realidad azud y que las palabras azuda, zuda o zua se refieren más bien a las ruedas elevadoras de agua aunque, por extensión, se denomine así también a las presas que las alimentan, tanto en el caso de que sirvan a esas ruedas como a otros artificios como molinos, batanes, lavaderos etc. Muchas de estas presas se destinaban desde la antigüedad a cañales de pesca y de ahí que al azud también se le conociera con el nombre de pesquera.
Plantas, sección y partes de una presa molinera según se explica en el texto
Casi todas estas grandes presas han sido utilizadas y reutilizadas desde la Edad Media y muchas de ellas se han adaptado en la actualidad para abastecer a centrales eléctricas, tanto por ser obras de sólida factura , como por estar situadas en los lugares topográficamente adecuados. Es el caso de antiguas presas molineras como Valdajos, Cebolla, Puente Viejo de Talavera, Ciscarros, Sacristanes y varias de la ciudad de Toledo, entre otras.
También se ha dado el caso de que se adaptaran para movilizar las turbinas que durante el siglo pasado y comienzos de éste accionaron las fábricas harineras, por ejemplo las máquinas de Monteagudo sobre el Tiétar en Oropesa o diferentes industrias impulsadas por energía hidráulica como la alpargatería situada junto a la presa de los molinos de Abajo en Talavera de la Reina.
Además de esta primera división en grandes y pequeñas presas podemos establecer otra tipología en función de su orientación respecto a la dirección de la corriente (fig. 8).
– Perpendiculares: Son más frecuentes en pequeños caudales pues al ofrecer una mayor resistencia son de más fácil ruina.
– Oblicuas: Adaptadas a corrientes caudalosas para no ocasionar en las crecidas reboses excesivos gracias a su mayor longitud, evitando así perjuicios a la obra de la presa e inundaciones al molino. Son con mucho las más frecuentes y las que más se corresponden con la denominación de azud.
– Paralelas: Son muy raras y aprovechan un codo del arroyo para conducir la corriente por un canal que seguirá artificialmente la misma dirección que tiene el arroyo antes del codo natural (fig. 8d). Son ejemplo de este tipo las presas de algunos molinos de rodezno como Marrupejo 3, Bárrago 1 y Saucedoso 5.
Aún podemos hacer una última clasificación de las presas según su planta en presas rectas o de gravedad y curvas o en arco. Las primeras mantienen retenidas las aguas por el propio peso de la mampostería, mientras que las segundas, por su diseño curvo, hacen cargar las líneas de fuerza sobre pilares laterales de las orillas o sobre contrafuertes situados más o menos a mitad de su recorrido. Seguimos en esta tipología a Fernández Casado[1].
Las presas molineras con respecto a la dirección de la corriente como se explica en el texto
En realidad la mayoría de las presas tienen estructura mixta gravedad-arco, gravedad-contrafuerte y arco-contrafuerte e incluso en otras ocasiones son de planta absolutamente irregular o quebrada por distintas readaptaciones o por la necesidad de anclaje en diferentes islotes, como en el caso, por ejemplo, de la presa de los molinos de Abajo de Talavera.
Puede también darse el caso de que no exista presa y que se aproveche íntegramente todo el caudal, previamente canalizado, de un determinado río cuyas aguas discurren bajo el edificio del molino que se apoya en ambas riberas (fig. 9A). Es el caso de la mayoría de los molinos manchegos de regolfo sobre los ríos Cigüela y Riansares.
La presa tampoco es absolutamente necesaria cuando se utiliza la desviación natural o artificial de una parte del caudal fluvial hacia un brazo de río que ha sido ocasionado por una isla que divide el cauce, aprovechándose casi siempre el ramal por el que la corriente es de menor cuantía.
En Talavera por ejemplo, se incrementa con la presa de Palomarejos la corriente que discurre al sur de la isla del Chamelo (fig. 9E). En Malpica, el molino de Corralejo se situaba junto a una isla similar. Cerca de Toledo, frente al paraje de San Bernardo, existen ruinas de un molino que también aprovechaba la corriente que circunda el islote pero con la presa situada a la misma altura del río que el propio edificio del molino (fig. 9D).
Otro tipo particular de presa es la del molino del Estanco en Riofrío (fig.9C) que se sitúa en la misma desembocadura de este afluente del río Uso y que aprovecha todo su caudal con dos cubos adosados al muro. La presa se ha construido perpendicular a la dirección de la corriente obstruyendo completamente el cauce del Riofrío antes de desaguar en el Uso.
Las presas ocasionaban continuos trabajos a los molineros por su encenagamiento, oclusión de compuertas y fracturas de la obra. Era muy importante que se construyeran de forma que el remanso ocasionado no llegara a inundar el cárcavo y el socaz del anterior molino impidiendo así el correcto funcionamiento de los rodeznos. Tampoco podían perjudicarse las corrientes y caudales de los hortelanos ni las zonas de abrevadero del ganado. Referencias muy abundantes a todos los pleitos generados por estas circunstancias pueden encontrarse en la documentación histórica que alude a los molinos.
Era frecuente que el remanso producido por la presa molinera se aprovechara para la instalación de una barca que facilitaba el paso a los clientes del molino y a otros viajeros. Es por ejemplo el caso del molino del Barquillo en Valdeverdeja, el de Ciscarros en Aldeanueva de Barbarroya o el de Cebolla.
En los años de 1641, 1755 y 1828 se hicieron diferentes reconocimientos del río Tajo con motivo de estudiar la viabilidad de los correspondientes proyectos de navegación encargados por los regentes de la época a sus respectivos ingenieros Carducci, Simón Pontero y Cabanes. En estos proyectos se reflejan los accidentes del río que pueden obstaculizar el paso de las embarcaciones aportándonos datos preciosos sobre las presas y la molinería en el trayecto fluvial comprendido entre Toledo y la frontera con Portugal[2]. Se señalan en el recorrido ochenta y seis presas de las que treinta y ocho estaban arruinadas. Cincuenta y tres del total pertenecían al tramo del río comprendido en la actual provincia de Toledo.
La fuente es el siguiente escalón después del pozo y el manantial. Es frecuente que se excave una tarjea de captación. Se rellena de cantos rodados de manera que sirva para recoger los caudales subterráneos y hacerlos desembocar en la fuente propiamente dicha. En la sierra encontramos varios tipos de fuentes y uno de los más peculiares es el que se localiza principalmente en los términos de La Iglesuela y Almendral de la Cañada, aunque también se reparten otros ejemplares por toda la geografía serrana. Se trata de una construcción formada por una bóveda de sillares de granito que sirve para cubrir a un pozo-fuente con el brocal elaborado con grandes sillares planos y rectangulares. Son fuentes estéticamente acabadas y que deberían conservarse como patrimonio peculiar de estos pueblos.
En Almendral una de ellas se ha reinstalado junto al monumento a la Beata Ana de San Bartolomé y en La Iglesuela son realmente numerosas acercándose a la decena el número de las mismas. Pero, ya que nos encontramos en estas dos localidades de la sierra norte, debemos reseñar la importancia de las dos magníficas fuentes con las que cuentan ambos pueblos. En el ejido de La Iglesuela un magnífico ejemplar en granito con un largo abrevadero para el ganado, pilones y un lavadero. En Pelahustán existe también otra fuente con esa misma triple finalidad. En la misma cañada de Almendral se sitúa otro ejemplar con pilón labrado en granito y rematado con pináculos ornamentales. Dentro de las fuentes urbanas más acabadas, contamos en Navamorcuende con la situada delante del atrio de la iglesia y que está datada en el siglo XVII. Como no podía ser menos, también está labrada en granito con un cuerpo esférico tallado con una inscripción. En San Román de los Montes se restauró hace unos años la fuente que se encuentra a la entrada del pueblo con sus pilas de lavar. Curiosamente una de ellas parece haberse labrado en un bloque granítico que puede haber formado parte de algún monumento megalítico, como un dolmen o un menhir, ya que está repleta de cazoletas, pequeñas oquedades semiesféricas donde los hombres de la edad del cobre podrían, según algunos autores, haber realizado rituales relacionados con el agua. También junto al cordel cuenta Marrupe con dos magníficas fuentes rematadas en un tímpano tallado en granito.
Fuente con abrevadero y lavadero en Pelahustán
Repartidas por toda la geografía serrana se localizan numerosas fuentes adosadas directamente a muros de contención o a los mismos terraplenes del terreno. Suelen servir sobre todo de abrevadero y fuente de abastecimiento público con varias pilas unidas en línea o un gran pilón corrido. Ejemplo característico es la fuente que se halla a la salida de El Real de San Vicente hacia Sotillo de la Adrada.
El valor simbólico de las fuentes se observa en detalles como el de Buenaventura, donde se halla representado sobre la fuente el santo que da nombre al pueblo. Son así mismo muchos los aspectos mágicos que se dejan entrever en las descripciones que el pueblo hace de las fuentes; por ejemplo, cuando en el diccionario de Madoz se dice de la fuente de la Julara que es muy abundante y sale de entre unos peñascos, o en Almendral, donde se cuenta que en una fuente vive una serpiente que si se toca se convierte en un hilo de oro. A otras fuentes, sin embargo, se les atribuyen efectos curativos o benéficos sobre los que beben de ellas y por eso en ocasiones se cristianizan, como en el caso de la fuente adosada a la misma ermita de la Virgen de la Fuensanta en La Iglesuela.
Las propiedades físicas del agua sirven para clasificarlas en dos grandes grupos según el saber popular: las de aguas “finas” o “delgadas”, concepto que podíamos asimilar al de aguas con pocas sales y minerales en disolución y las de aguas gruesas o zarcas, que tienen más concentración de solutos y por tanto suelen tener un color más turbio y blanquecino. No son, sin embargo, los de la sierra terrenos que den aguas sulfurosas o ferruginosas como es el caso de las fuentes de la cercana comarca de La Jara. En Pelahustán dice el párroco en el siglo XVIII que la fuente del Terrero es medicinal y “ que manda el cirujano que traigan de ella para que se refresquen los enfermos…y abre además las ganas de comer”. En este aspecto debemos resaltar la fuente de los Baños de la Pólvora que alivian las dolencias reumáticas de aquellos que acuden a ellos.
Fuente de la ermita de la virgen de la Fuente Santa en La Iglesuela.
Los topónimos de las fuentes serranas están relacionados en muchos casos con los de árboles u otras especies vegetales que crecen en sus inmediaciones. Es el caso de las fuentes del Espino, el Castaño, el Rubisco, el Majuelo o la Perijona, por ejemplo. Otras llevan el nombre de alguna persona vinculada a la fuente o al paraje como las fuentes de Pero Muñoz o de Mari Muñoz. Los accidentes geográficos o las vías de comunicación cercanas marcan otros topónimos como es el caso de las fuentes del Carrilejo del Barranco o del Prado de la Encina. Pero todas las fuentes tienen algo en común, que han formado parte de la vida de las gentes que desde hace miles de años han trabajado sus campos, que han servido para aliviar su sed, para deleitarse junto a ellas con un gazpacho elaborado con sus aguas frescas en el cuerno o en el cucharro, o simplemente para descansar de las duras tareas agrícolas regalando a sus habitantes algún momento de placidez en sus vidas afanosas. Merecen por tanto el respeto como elemento cultural y que se tomen las medidas necesarias para conservar estos elementos del patrimonio etnográfico fundamentales para el desarrollo del senderismo y el turismo rural.
Desde el paleolítico, el hombre ha asociado el agua con el renacer de la vida y la fertilidad de la tierra. El conjunto luna-agua-mujer ha sido asumido por diferentes culturas como el círculo antropocósmico de la fecundidad. Nuestra civilización greco-romana es una de las muchas en las que su cosmogonía, sus religiones, afirman que al principio sólo existía el agua y que de ella surgió la vida.
Los pueblos vettones, que habitaban nuestra sierra hace dos mil años, también veneraban a dioses acuáticos o que moraban en las aguas. En nuestro ámbito, en un yacimiento arqueológico cercano como es el del castro de El Raso se encontró un exvoto de bronce arrojado a la corriente de la garganta de Alardos. En el poblado vettón de Ulaca, en Ávila, se ha descrito un complejo labrado en el granito con depósitos y escalinatas que podría estar relacionado con ritos de agua y sangre de este pueblo que, además, como pueblo céltico que era, consideraba entre sus lugares sagrados a las fuentes y los ríos. Los romanos, tal vez como herencia de divinidades locales anteriores, han dejado en la epigrafía de la villa de Saucedo en Talavera, entre otras, la referencia a las ninfas en un ara votiva. Entre todas las ninfas, las náyades eran las que habitaban en las fuentes de agua.
Fuente en término de La Iglesuela
El rito iniciático de la religión cristiana, el bautismo, está directamente relacionado con el agua y es lógico que fuentes a las que probablemente se asociaron cultos antiguos hayan acabado convirtiéndose en “fuentes santas” como la de La Iglesuela. Las fuentes siempre estuvieron vinculadas a esos lugares frescos, amenos y en plena naturaleza donde en la Edad Media se localizaban siempre las apariciones marianas, el locus amoenus que frecuentemente aparece en los relatos de Gonzalo de Berceo.
Esta amenidad convierte a las fuentes en uno de esos hitos naturales, siempre agradables, en el recorrido del viajero por los parajes más atractivos de nuestra Sierra de San Vicente. Es lo que sorprendió, por ejemplo, al padre Juan de Mariana, precursor de las ciencias históricas en España, cuando vino aquí para escribir el libro que pretendía ser el manual de instrucción de Felipe III y que por las avanzadas ideas que propugnaba para su época llegó a costarle la cárcel. En el prólogo de su tratado “Del Rey y la Institución Real” nuestro ilustre paisano dice acerca de El Piélago: Brotan de todas partes las más frescas aguas, corren acá y acullá fuentes cristalinas, cosas todas por las que no sin razón fue aquel lugar llamado Piélago.
Cuerno de pastor para beber con la representación muy frecuente de una sirena o ninfa.
Piélago se define como el lugar del mar que dista mucho de la tierra pero, por extensión, podríamos asimilarlo a un lugar de aguas abundantes. Tan abundantes que un cronista del siglo dieciocho llegaba a decir que en la sierra había contado más de mil fuentes. Fuentes de muy diversa categoría. Desde el manantial que ha sido algo excavado y delimitado mediante algunas lanchas de granito en la tierra de su naciente hasta las, casi monumentales, fuentes que servían de abrevadero o lavadero en las cañadas o en los ejidos de los pueblos serranos.
Las fuentes siempre han representado la imagen cíclica de la vida, el agua cae del cielo en forma de don de los dioses, penetra en la tierra y vuelve a aflorar en las fuentes, es el enlace entre el mundo alto y el bajo, entre las divinidades celestes y los poderes ctónicos.
Fuente en San Román de los Montes
Cuando el agua no mana directamente del terreno el hombre ha sabido desde antiguo que es necesario cavar para conseguir el preciado líquido y por ello ha excavado los pozos. En la sierra de San Vicente podemos encontrar numerosos muchos de ellos que intentan utilizar los acuíferos superficiales que apenas permiten aprovechar los duros e impermeables suelos graníticos de la zona. Son numerosísimos estos pocillos y tienen un especial encanto por su rústica arquitectura. Encontramos, en primer lugar, pozos con el brocal formado simplemente por lanchas de granito hincadas en el suelo sin ni siquiera argamasa que las una. Este tipo es muy numeroso, por ejemplo, en el arroyo de los Pozos de Marrupe.
Pozo con pequeñas pilas labradas en Castillo de Bayuela
El hueco subterráneo del pozo suele, en general, estar fabricado de mampostería granítica con un par de lanchas horizontales que tapan parcialmente la boca del mismo. El brocal puede estar construido de grandes sillares rectangulares bien trabajados y engarzados entre sí con grapas de hierro. Un tercer tipo se construye utilizando mampostería y argamasa con la típica forma cilíndrica de los pozos y no con planta cuadrada o poligonal, que es más frecuente en los anteriores. Por último, aunque no son abundantes, también podemos encontrar algunos ejemplares en los cuales el brocal ha sido fabricado de una sola pieza, labrando y perforando un gran bloque de granito.
La palabra manantial se define como “ el nacimiento del agua” y generalmente se entiende por tal el lugar donde la humedad del suelo es suficiente como para aflorar a la superficie y así, con una pequeña excavación se consigue el acúmulo de agua suficiente como para que puedan beber el ganado o las personas. Estos manantiales eran conocidos sobre todo por los pastores que realizaban una labor de mantenimiento sobre las vetas acuíferas superficiales. En la actualidad, la disminución del pastoreo ha causado la pérdida de no pocos de estos manantiales. Alrededor de la afloración del agua se colocaban unas sencillas lanchas de piedra y, a veces, una teja, una caña o un pedazo de corcho que dirigía el pequeño chorro y hacía más fácil beber o recoger el agua en un recipiente. Por ello es frecuente encontrar en la toponimia fuentes con nombres como fuente de la Teja o fuente del Corchito, por ejemplo.
Fuente en Marrupe
El recipiente tradicionalmente más utilizado por los pastores era un cuerno con asa de cuero o sin ella y decorado muchas veces con motivos de arte pastoril como la efigie del dueño y sus iniciales, motivos vegetales o animales y un curioso motivo de un ser mitad pez y mitad mujer que para algunos etnólogos no es sino la representación tradicional de las ninfas de las fuentes, y no de las sirenas marinas, poco conocidas como motivo mitológico por nuestras rústicas gentes castellanas.
Página Talavera y su Tierra de Miguel Méndez-Cabeza Fuentes
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