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LOS MOLINOS, LOS MAQUIS Y LOS BANDOLEROS

Molino de Saucedoso entre Bayuela y Garciotún

Los molinos eran por tanto lugares de referencia en medio de la naturaleza en todos los sentidos y a ellos acudían gentes con intenciones de robo o de ocultamiento llegando por ello a los molinos bandidos y prófugos que ocasionaban no pocos sustos a sus moradores.

Ejemplos y anécdotas de este tipo aparecen en los archivos de la Santa Hermandad  Real y Vieja de Talavera entre los que he escogido un caso ilustrativo. En el siglo XVII tienen lugar los acontecimientos, cuando tres vecinos de Valdeverdeja roban dos costales de trigo en el pósito de Torrecilla de la Jara mediante el sistema del butrón. Se les identifica por sus vestidos “a lo lagarterano” y sin ni siquiera perseguirles les esperan los cuadrilleros hermandinos en los molinos de Ciscarros, junto a Aldeanueva de Barbarroya. En este pueblo tienen un cómplice en cuya casa se refugian y limpian el trigo ahechándolo. Acuden luego al molino donde se les captura “in fraganti”, en plena molienda. Es curioso que en el proceso se cuenta cómo se realiza una prueba pericial en toda regla que demuestra que el aspecto y características físicas del grano robado coinciden con el intervenido a los ladrones que, por otra parte declaran a un testigo no haber delinquido nada más que por hambre. Ayudados por varios paisanos suyos consiguen escapar de la cárcel de Alcaudete de la Jara.

Molino en Los Alares

Muchas son las aventuras de maquis, “los de la sierra” como suelen llamarles las gentes del campo, que he podido escuchar en boca de los molineros que muchas veces se vieron entre la espada y la pared, teniendo que actuar con exquisita discreción para no ganarse la animadversión “de los unos ni de los otros”, la Guardia Civil.

En una ocasión me contaba un molinero cómo había tenido simultáneamente a los maquis en el doblado y a la Guardia Civil en la sala de su molino. Había sido presionado para ayudar a ambos grupos pero optó por callar la presencia de los de la troje, evitando así un tiroteo de imprevisibles consecuencias.

Molino de Peña en el Tiétar

En una batida de la “contrapartida”, es decir de los guardias vestidos con los monos que habitualmente vestían los milicianos de la resistencia guerrillera, otro molinero identificó a uno de estos guardias que había nacido en su pueblo. Cuando se marchaban se le escapó al buen hombre un “adiós mi cabo” que delató el disfraz de los guardias. La falta de dos de sus dientes quedó como testigo del indiscreto lapsus del molinero.

Muchas noches de miedo pasaron los molineros de las zonas serranas durante aquella época,  presionados para obtener alimentos e información por ambos bandos, aunque la entrega de algún que otro costal de trigo suavizó el trato por ambas partes.

Molino en el río Pusa en término de Los Navalucillos

LAS ENFERMEDADES DE LOS MOLINEROS

Molino de Alcaudete sobre el río Jébalo

Las enfermedades de los molineros venían siendo condicionadas por una serie de circunstancias y factores ambientales que facilitaban un determinado tipo de patología ocasionada por la dureza física de este trabajo, su nocturnidad, humedad, ambiente pulvurulento, ruido intenso, manejo de cargas pesadas como costales y piedras, etc.

Las roturas y obstrucciones de presas y canales obligaban a nuestros molineros a sumergirse en el agua de noche y en épocas frías, y así nos relataba un molinero de Robledo de Mazo cómo “estuvo a la muerte” por haberse visto obligado a desatascar un saetín en el mes de enero, situación de la que le sobrevino una pulmonía.

Molino en el arroyo de San Silvestre cerca de Maqueda

Ramazzini, un médico italiano que a mediados del siglo XVIII escribió un tratado sobre las enfermedades de los artesanos [1] nos cuenta que “ el polvillo volandero de los cereales molidos en flor de harina sutilísima, llena todo el ámbito de la molienda por lo que tales artesanos llevan rociados de harina la boca, la nariz, los ojos, los oídos y todo el cuerpo; por eso he comprobado que no pocos de ellos se tornan asmáticos y finalmente hidrópicos.

También se ven aquejados de estrangulación de hernia al transportar a hombros sacas de trigo y de harina, rompiéndoseles y dilatándoseles el peritoneo. Como consecuencia de permanecer día y noche entre el estrépito de las ruedas y  de las muelas, así como de las aguas caídas en cascada, son todos por lo general duros de oído, al ser herido su tímpano incesantemente por un objeto más fuerte que el adecuado y al ser desplazado de su tonalidad.

Molino sobre el río Estenilla en Anchuras

Es digno de notarse que los molenderos se ven por lo general afectados por pitiriasis, esto es una enfermedad pedicular, hasta el punto de que el vulgo en broma llama a los piojos pulgas blancas de molineros. Esto sucede porque tales artesanos casi siempre van embadurnados de suciedad y es rara la vez que se desnudan para dormir, o bien porque la mezcla de harina con la suciedad favorece en gran manera la cría de estos animales, es una cuestión que no está suficientemente clara; lo que si es cierto es que casi todos los molineros suelen ir armados y acompañados de tales satélites”.

Esta sabrosísima descripción de las enfermedades de los molineros, aunque se escribió hace doscientos años no adolece de cientifismo y agudo sentido  de la observación, ya que tanto la bronquitis crónica como la alveolitis producida por procesos irritativos y alérgicos ocasionados por el ambiente pulvurulento debieron ser muy frecuentes entre estos trabajadores; muchos de estos procesos asmáticos con el tiempo pueden producir una insuficiencia cardiaca unida a la respiratoria, que es lo que el autor diagnostica como “hidropesía”.

Molino sobre el Riofrío en Sevilleja de la Jara

Un refrán nos recuerda la tendencia a la sordera de estos artesanos cuando dice: “Por demás es la cítola (tarabilla) si el molinero es sordo”.

Además de las hernias que nos describe Ramazzini, debieron ser muy frecuentes los traumatismos y contracturas musculares, sobre todo al levantar las muelas para repicarlas. Esta operación ocasionaría con toda seguridad heridas en los ojos al saltar esquirlas de piedra, aunque algunos molineros se protegían con gafas fabricadas con red metálica en esta operación de repicado.

[1] RAMAZZINI : Tratado de las enfermedades de los artesanos . Madrid, Edición INSALUD, 1982, pp. 193-198.

EL BALNEARIO POPULAR DE LA RETORTILLA EN LA JARA

Palomar de los baños de la Retortilla junto a la Vía verde de La Jara. Término de Aldeanueva de Barbarroya
Palomar de los baños de la Retortilla junto a la Vía verde de La Jara. Término de Aldeanueva de Barbarroya

Baños de la Retortilla. Sus edificios se encuentran casi arruinados pero, deambulando con precaución entre sus restos, todavía podemos observar las dependencias que servían como cocina de campana con su rústico fregadero y el hueco para las tinajas de agua y aceite, las habitaciones en las que se alojaban desde el siglo pasado las personas que aquí acudían en mulas para buscar alivio a sus dolencias reumáticas; la cantina, los almacenes con sus alacenas, el palomar, que es una curiosa construcción circular en pizarra donde se criaban los pichones, considerados por creencia popular como alimento beneficioso para enfermos y embarazadas. Incluso dos naves más modernas en las que vivían los trabajadores de la vía que luego sería la Vía Verde de La Jara Seguir leyendo EL BALNEARIO POPULAR DE LA RETORTILLA EN LA JARA

El aceite de La Jara

EL ACEITE DE LA JARA

Olivares de La Jara y Valdepusa desde la ermita de San Sebastián en Los Navalmorales
Olivares de La Jara y Valdepusa desde la ermita de San Sebastián en Los Navalmorales

En el siglo XVI, Gabriel Alonso de Herrera, autor del primer tratado español de agricultura, decía sobre el olivo que “son tantas las excelencias deste árbol que antes es cierto que para las poder decir bien y declarar me faltarán más palabras que materia. ¿Qué provisión o despensa es buena sin aceite?, tanto que en el Psalmo es puesto por una de las tres principales que son pan, vino y aceite; otras provisiones son para abundancia, pero el aceite es de necesidad”.

El que esto aseguraba era un sabio clérigo de una ciudad castellana, Talavera de la Reina. Desde ella se repobló después de la reconquista un enorme territorio antes desierto por las continuas escaramuzas de moros y cristianos que por hallarse despoblado se llamó La Jara.

Cuando hace cuatro mil años, los primeros agricultores jareños construían monumentos megalíticos como el dólmen de Azután, a miles de kilómetros, en el oriente medio se comenzaba a injertar el olivo silvestre para conseguir su mejor aprovechamiento en la obtención del aceite.

Ese olivo silvestre se conoce como acebuche,  nombre que procede de la lengua berebere que los habitantes del norte de África trajeron hasta la Jara cuando los árabes la habitaron sirviéndose de esos bravos guerreros magrebíes que fundaron lugares como la misteriosa Ciudad de Vascos, cuyos alrededores, como tantos otros lugares de La Jara, están  repletos de los acebuches que nacen espontáneamente en esta tierra donde, como dice también Alonso de Herrera, “este árbol es de mucha vida, que cuasi es sempiterno, y aunque muchos años le dexen sin labrar no peresce…y en retornando sobre él, él retorna sobre sí, y de viejo se hace nuevo, de enfermo sano, de estéril frutífero, de seco verde”.

Casilla de olivar en Belvís

Justifica también este primer ingeniero agrónomo español, autor de cabecera de muchos agricultores biológicos, la bondad de estas tierras para el cultivo de olivares porque “quieren tierras algo airosas” como las rañas y barreras de La Jara. Asegura también que nuestro venerable árbol precisa de “aires templados, que en lo muy caliente en demasía no se hacen, ni tampoco en lo muy frío  mas, con todo, más sufren algo de calor que de frío”.

Nos aconseja además Alonso de Herrera que la buena tierra para el olivar sea la de “guija y barro” que no es otra cosa que el suelo de rojas arcillas y abundantes cuarcitas terciarias de estas tierras jareñas que son ideales como vemos por su clima y edafología para el cultivo del olivar  y así “ muy presto se hagan aquí las olivas y muy presto hagan el más singular aceite que nunca vi”

Rulos y maquinaria de una almazara en un monumento de Belvís de La Jara
Rulos y maquinaria de una almazara en un monumento de Belvís de La Jara

Un cultivo que nos vino por el mediterráneo y que es componente fundamental de la más saludable dieta del mundo, la dieta mediterránea, que no es cuestión de modas pues el autor que nos va guiando decía ya en tiempos del Renacimiento castellano que “ el aceite es ponzoña contra las ponzoña, tanto las comidas como las exteriores”. ¿Intuiría ya con estas palabras nuestro estudioso autor los benéficos efectos del aceite de oliva sobre el metabolismo de los lípidos ?  Se referiría intuitivamente al colesterol como ponzoña, como veneno que tantas riesgos acarrea para las enfermedades cardiovasculares?

El aceite de La Jara nace de un limpio entorno natural ideal para su producción. Pero además es mimado en cada uno de los procesos que lo llevará  desde el árbol a la mesa. El olivo es la principal fuente de riqueza de estas gentes jareñas, sobrias pero acogedoras, que miman el árbol desde que con ilusión plantan la estaca, abonan y preparan esos suelos tan duros de trabajar, talan y limpian sus troncos de los chupones con esmero, casi con cariño,  vareando con sistemas tradicionales las olivas, ya que al ser muchas plantaciones de difícil acceso no admiten el empleo de medios mecánicos. Llevan sus aceitunas a las modernas instalaciones de las cooperativas que han sustituido a las almazaras tradicionales de rulo y viga que sirvieron para exprimir la aceituna desde hace siglos. Obtienen así un producto elaborado con la calidad humana de las gentes de la Jara que llevará a su mesa el sabor y la calidad de vida de un producto natural, saludable y exquisito.

Olivo en La Jara

Pero habremos de detenernos en nuestro viaje jareño para llenar la andorga, para saborear los platos, los muchos guisos y asados que tienen en el aceite de oliva el ingrediente fundamental para una cocina sana pero sabrosa.

Siempre fueron los clérigos amantes de la buena mesa y pues con uno comenzamos, con otro terminaremos, el párroco de Mohedas de la Jara que a finales del siglo XVIII le informaba a su Obispo de que: “ Según de los nuevos plantíos que se van haciendo y se hallan nuevamente hechos, cuidándolos y reservándolos…fuera este terreno abundantísimo de estos  frutos, pues crían las olivas que aquí hay un aceite especialísimo, claro como agua y bello sabor, lo comparo al aceite de almendras dulces”.

Un aceite pues, éste de La Jara que constituye un producto con historia,  natural y de gran de calidad.

Chozo de olivar en Mohedas de La Jara

La saca del corcho en Velada

LA SACA DEL CORCHO

Saca del corcho en Velada

El alcornoque es una especie arbórea que precisa de algo más humedad que la encina y de terrenos preferentemente silíceos. Es por ello que en nuestra región se puede encontrar en las zonas donde el clima extremado continental mesetario se suaviza por la influencia atlántica como es el caso de nuestra comarca.

Casi 20.000 hectáreas se dedican a su aprovechamiento con una producción importante que podrían ser mucho mayores si, como sucede con muchas otras de nuestras materias primas, las plusvalías generadas por su manufacturación no se quedaran en otras regiones. En efecto, las industrias corcheras de Talavera o Velada por ejemplo, se limitan a seleccionar, cortar, cocer y embalar las planchas de corcho para que sea en Cataluña, en la mayor parte de los casos, donde se transforman en la industria taponera, de aislantes o de las nuevas artesanías industriales del corcho, que fabrican desde carteras hasta faldas de este material natural y cada día con mayor demanda.

Un material de gran calidad con infinitas posibilidades pero que ya fue conocido por nuestros artesanos que lo trabajaron desde un punto de vista principalmente utilitario pero también estético en los casos de artesanía pastoril que luego comentaremos.

Alcornocal con el corcho recién extraído

Cuando llegaba la canícula en las dehesas de Velada y Oropesa, en las umbrías de la Sierra de San Vicente o la Jara Alta, las cuadrillas salían
a la saca del corcho, labor por la que se despega la corteza del alcornoque. Se hacía el trabajo durante las horas más calurosas del día y los meses más calurosos, «desde San Pedro», que era el tiempo más adecuado para esta actividad, y de hecho, era necesaria la presencia de un trabajador exclusivamente dedicado a suministrar agua para evitar la deshidratación de los operarios, el aguador, que a veces también ayudaba al ranchero, que era el corchero al que se encomendaba el aprovisionamiento de leña, manteniendo el fuego y los pucheros individuales de las más de veinte personas que componían estas cuadrillas, además de cuidar de la intendencia general del campamento encargando a un ordinario que se acercara al pueblo a por los encargos y suministros.

Asientos o "tajos" elaborados con planchas de corcho y virus de jara
Asientos o «tajos» elaborados con planchas de corcho y virus de jara

Los corcheros dormían en las mismas dehesas en los campamentos que en forma cónica se hacían con palos y ramaje alrededor de un alcornoque, aunque a veces dormían en media caña de corcho colgada de una rama a modo de litera. No descansaban ni siquiera los domingos y solamente acudían al pueblo en la Virgen de agosto, San Roque, Santiago y Santa Ana. El jabón casero, un peine, la navaja, una manta y algunas viandas era el modesto ajuar del corchero.

El accidente de trabajo más frecuente era la picadura de los escorpiones que se escondían en los recovecos de la corteza, y se utilizaba para aliviar el dolor un curioso remedio» homeopático» el aceite de alacranes, que se obtenía de freír casi hasta la carbonización un número impar de escorpiones en aceite de oliva, para luego utilizar este mejunje masajeando la zona afectada.

Pila de lavar o cuzarro en Velada

Ser taponero era sinónimo de ser corchero «de fábrica». Utilizaban el cuchillo curvo de corchero para recortar las piezas y deben su nombre a que completaban sus jornales con la elaboración casera a destajo de tapones. El escogedor elegía y agrupaba las piezas según su calidad y características que sería largo de describir aquí.

LAS MOLINERAS, SUS TÓPICOS, Y OTRAS COSILLAS DEL AMBIENTE DE LOS MOLINOS

 

Escenario para la representación de El Sombrero de tres Picos diseñado por Picasso

Otro de los más antiguos tópicos que se refieren al mundo del molino, es el de la ligereza del comportamiento sexual de la molinera. Ya en La Celestina, las mujeres acuden a moler al río junto a las tenerías, zona envuelta en un halo de sospecha. Fernando de Rojas conoció los molinos de La Puebla de Montalbán y cerca de ellos jugaría en su infancia, más tarde en Talavera, siendo su alcalde, conoció los problemas y discusiones que generó en el consistorio el aprovechamiento por uno de los regidores del primer ojo del puente para instalar un molino.

Un interesante trabajo sobre la cultura molinera en el siglo XVI publicado por Agustín Redondo en la revista Folklore nos da algunas notas sobre las referencias literarias a molineras casquivanas[1]. El mismo Don Quijote, personaje también muy vinculado a estas tierras, ruega a una prostituta que se haga llamar doña Molinera.

Interor del molino Nuevo en Valdeverdeja

Molino es un término marcado eróticamente y así, el molinillo (cunnus) puede que con su vaivén recuerde el movimiento del coito. Algunos dichos del refranero de Correas nos introducen también en la erótica molinera: “Las dos hermanas que al molino van como son bonitas luego las molerán”, “El abad y su vecino, el cura y el sacristán todos muelen en un molino”.

Abundando en el mismo tema “Mujer, noria y molino requieren uso contino”, “Fue la vieja al molino, tal vengáis cual ella vino” y “A la ahijada molérselo y maquilalla y a la madrina sin maquila” que es como decir “a la joven pagando y a la madura sin pagar”. Un dicho talaverano empleado para “despertar una pierna que se ha dormido” dice así “ Puta vieja al molino que este pie tengo dormido, puta vieja al mercado que este pie se ha despertado”.

En muchas obras literarias  se ve reflejado ese mundo erótico del molino pero entre ellas hay que destacar “El Sombrero de Tres Picos” de Pedro Antonio de Alarcón y  “La Comedia del Molino” de Lope de Vega.

Molino en el Pedroso, en término de Mohedas de la Jara

Puede que el origen de la cuestión sea sencillo, ya que una mujer que permanece en soledad dentro de su molino, en lugares amenos y generalmente apartados, tratando y bromeando con arrieros y moledores siempre sugiere a la mentalidad masculina fantasías de posibles contactos eróticos que luego se plasman en los dichos y refranes de la cultura popular. Generalmente será más real el deseo de esa aventura que el verdadero comportamiento sexual de la molinera que , por otra parte, despierta la desconfianza y las habladurías de las mujeres de los pueblos del entorno.

El molino es también lugar de auxilio, de refugio y de encuentro en mitad de la naturaleza, lugar donde desde varios pueblos comarcanos van a moler las gentes intercambiando noticias de sus lugares respectivos. Por allí pasan también pastores, guardas, viajeros, y trajinantes que , junto a otras personas que frecuentan las orillas como pescadores, hortelanos, barqueros, lavanderas, cazadores y todos los que trabajan y muelen en el molino formaban una circunstancial comunidad humana que debe hacernos perder la imagen del molino como lugar solitario y exclusivamente de trabajo, para cambiarla por la de un rústico centro de encuentro y comunicación, de ahí su presencia en muchas manifestaciones de la cultura.

Molino de agua en el arroyo Cubilar

Las cocinas de los molinos, en los que se pernoctaba o se daba una cabezada en muchas ocasiones, eran lugares llenos de vida donde se compartía la comida y el vino contando noticias, relatos e historias de los pueblos vecinos. A veces también se reía se cantaba y hasta se jugaba a las cartas, como un párroco de Valdelacasa que en 1547, atraído por el ambiente que reinaba en los molinos de Espejel, descuidó sus obligaciones para con un moribundo por irse a jugar a la bola y los naipes, siendo procesado por la Inquisición.[2]

A veces la espera era tan larga que, como sucede en una lancha de pizarra cercana a los molinos de Riofrío o en el molino de los Rebollos en Valdeverdeja, los moledores que aguardaban su turno se entretenían realizando grabados sobre el granito del banco de la entrada en el que todavía podemos observar iniciales, herraduras, animales y otros motivos. Y no digamos de la espera en los pequeños molinos de arroyo donde a veces, debido a la sequía, tenían que esperar los clientes a que se llenara el cubo para poder moler siquiera durante unos minutos. Esta misma circunstancia hace decir al párroco de Pelahustán en sus respuestas al Cardenal Lorenzana que en su arroyo “se hallan tres molinos de poco aguante que en los meses de invierno lluvioso hacen muy buena harina, moliendo en lo demás del tiempo sólo la paciencia de sus dueños”.

Edición de El Sombrero de tres Picos

No es ajena a todas estas circunstancias el atractivo que para los artistas de diferentes han tenido los molinos. Casi siempre se sitúan además en lugares de gran belleza rodeados de la vegetación de las riberas y del arbolado que sigue a los bordes del canal, el huerto y el agua corriendo, con el encanto un tanto mágico del movimiento de la rueda, son circunstancias estéticas que dieron motivo con frecuencia a escuelas de paisajistas como la inglesa o la holandesa.

[1] REDONDO, A. : De molinos, molineros y molineras: Tradiciones folklóricas y Literatura en la España del siglo de Oro.Revista de Folklore Nº 102, 1989.

[2] BLAZQUEZ MIGUEL J. Herejía y heterodoxia en Talavera y su Antigua Tierra. Ed. Hierba, Talavera 1989, p. 155.

LA MOLIENDA Y SU PICARESCA EN LOS MOLINOS DE AGUA

Piedras de molino francesas mostrando el rayado de la solera, en un molino de Cervera sobre el arroyo Marrupejo

En las cocinillas de los molinos, junto a sus chimeneas de campana, solía haber bancos corridos donde descansaban los clientes mientras se molía su grano. Algunos edificios estaban incluso dotados de dependencias habilitadas como dormitorios, sobre todo si los núcleos urbanos se encontraban muy alejados.

La larga espera de los moledores era proverbial y ha dado origen a numerosos refranes y dichos al respecto: “Más vale aceña parada que amigo molinero”, “En la aceña muele el que primero llega”, “Quien al molino ha de andar cúmplele madrugar” y otros similares[1].

Molino sobre el arroyo tributario del Guadyerbas

Esa espera era a menudo burlada si el molinero era amigo, si se estaba considerado como buen cliente o si se le daba una propina al peón del molino, que sacaba así un no despreciable complemento a su escaso jornal y a las “sisas”.

La molienda se realizaba a cualquier hora, más de noche que de día durante las épocas de prohibición. El sistema de iluminación era el de candiles y carburos que a veces se hacían también necesarios durante el día por la escasa entrada de luz que ocasionaba la compacta estructura de estos edificios que, para evitar inundaciones, reducían al máximo sus huecos, ya de por sí escasos en nuestra arquitectura popular. De todas formas era constante en todos los molinos la presencia de un ventanuco, muchas veces en forma de saetera, que se abría frente a la piedra justo encima de la salida del cárcavo y que tenía como finalidad iluminar las labores de molienda.

Perfecta sillería de granito de un cubo molinero del río Guadyerbas

El molinero se quedaba con frecuencia dormido sobre los costales. Si se acababa el cereal de la tolva, las piedras molían en vacío y esto podía “quemarlas” desgastándose el rayado de las mismas y haciendo necesario repicarlas. Para evitarlo se ingeniaba un sistema de aviso mediante unas chapitas colgadas de un cordel o simplemente una campanilla o changarrita que sonaba al moverse libremente dentro de la tolva por haberse quedado  vacía de grano.

En cuanto al ruido del molino, existen varios refranes e incluso adivinanzas que hacen alusión a él: ¿ Qué cosa tiene el molino, precisa y no necesaria, que no puede moler sin ella y no le sirve de nada?[2]. Se refiere precisamente al ruido que no sólo producían las piedras sino también el rechinar de ejes y correas y el no menos continuo de la chorrera de la presa y el agua saliendo del saetín.

En los molinos pequeños el grano se limpiaba ahechando mediante el cribado con un cedazo que eliminaba la tierra y las pajas. En artificios más modernos y en fábricas de harina se hacía pasar el cereal por máquinas limpiadoras y dechinadoras que se movilizaban por correas accionadas a su vez por los rodeznos del molino. Se les daba mediante ejes excéntricos un movimiento de vaivén apropiado para su función de cribado.

Molino sobre el arroyo Marrupejo

Una vez que el trigo se encontraba “libre de polvo y paja” se solía humedecer mediante el salpicado de una escobilla para después verterlo sobre la tolva. La “cibera” era la carga de trigo que iba abasteciendo a las muelas. Era característico el movimiento de vaivén que transmitía la tarabilla a la canaleja cuando era golpeada por la piedra, consiguiendo así la movilización del trigo en la tolva y su caída hacia el ojo de la muela. En El Quijote (TomoI,

cap. 4) se alude a ello cuando Cervantes escribe “comenzó a dar a don Quijote tantos palos que  a despecho de sus armas le molió como a cibera”.

Mediante el tipo de repicado de las piedras o según se accionara la barra de alivio, se podía adaptar la molienda al tipo de grano con el que se quisiera trabajar o a las características de humedad y grosor del mismo. Incluso se llegaban a moler en los molinos harineros otros productos no cerealísticos como el pimentón o las algarrobas, aunque estas últimas eran más frecuentemente trituradas en molinos caseros de mano.

Ya me he referido al pago maquilero de los servicios de molienda y a cómo la cuartilla enrasada o con copete era el precio más frecuente por el trabajo de moler una fanega de trigo, aunque dependía de los molinos, de los molineros y de la mayor o menor carestía de la vida en ese momento. Además de las truculencias empleadas con las medidas que ya hemos comentado, el molinero solía abusar de sus clientes de diversas maneras, por ejemplo, bajando el alivio al final de la molienda de forma que quedaran separadas las piedras por uno o dos centímetros, sustrayendo así la cantidad no despreciable de harina que permanecía entre las muelas. En otras ocasiones eran simples cambios y tejemanejes con los costales los que distraían la atención de los incautos cambiándose incluso sacos llenos por otros que no lo estaban tanto, o  sacos que contenían cereal de mejor calidad por otros de peor trigo o que estuviera más sucio.

Un ejemplo literario de estas sisas nos lo da “El Lazarillo”, personaje tan vinculado a tierras toledanas, cuando habla del padre del protagonista diciendo que “ tenía cargo de proveer una molienda de una aceña y se le castiga por una sangría mal hecha en los costales”. En El Quijote se cita a una “ramera hija de un honrado molinero” dicho lo de honrado con mucha ironía sin duda.

El refranero nos ilustra con numerosos ejemplos referidos a la fama de escasa honradez de los molineros: “No fíes de maquila de molinero ni de ración de despensero”, o el otro que aparece en La Pícara Justina y que asegura “ Cien sastres, cien molineros y cien tejedores, trescientos ladrones son”

Luis Martínez Kleiser en su “Refranero General Ideológico” recoge alguno más que también se refiere al lugar común del latrocinio en los molinos: “Molinero y sangrador algo parecido son, éste sangra a los mortales y aquél a los costales” o “ Quien te maquila ese te esquila”.

Preguntados los molineros sobre este tema, es curioso que ninguno niega la tópica falta de honradez de su oficio sino que, al contrario, añaden alguna triquiñuela de las que ellos mismos realizaban. Esos mismos molineros, sin embargo, dicen haber ayudado a los más necesitados en épocas de carestía favoreciéndoles en las maquilas o simplemente haciéndoles donativos desinteresados de harina o peces de sus cañales.

[1] Los refranes a los que se alude en este trabajo han sido recopilados en las entrevistas personales con molineros y campesinos pero además se han consultado obras como: MARTÍNEZ KLEISER, L. : Refranero General Ideológico Español, Ed. Hernando, Madrid, 1989.CAUDETE, F.: Los mejores refranes españoles. Ed. Mateos Madrid, 1988.

[2] GARFER , J.L. y FERNÁNDEZ, C. : Adivinancero culto español Ed. Taurus, Madrid, 1990.

UN PASEÍTO POR MONTEAGUDO, EN EL TIÉTAR

Máquinas de Monteagudo y puente sobre el Tiétar

Recorrido aproximado 7 kilómetros, 2 horas

 Como el conocimiento detenido del patrimonio de Oropesa nos llevará su tiempo, vamos hoy a dar simplemente un paseo por la zona conocida como Monteagudo, para lo que nos desplazaremos hasta el límite de provincia por la carretera que une Oropesa y Candeleda. En el camino cruzaremos por la pequeña población de la Corchuela, de la que ya hablamos en un capítulo de la Cañada Leonesa Occidental. Su entorno es muy hermoso por la vegetación que adorna al arroyo de Alcañizo.

Puente de la Mesta sobre el tiétar

Seguimos nuestro camino y llegamos al puente que cruza sobre el Tiétar. Poco antes se encuentra un gran edificio de varios pisos construido a mediados del siglo XIX y que es conocido en la zona como “Las Máquinas de Monteagudo”, llamadas así por ser una de las primeras fábricas de harinas movidas por energía hidráulica en España, antes de extenderse el uso de la electricidad como energía motriz. Un incendio acabó con las estructuras interiores pero podemos imaginar los sinfines que llevaban la harina o el cereal a los molinos, las dechinadoras, las cernedoras que separaban la harina del salvado y otros artificios del sistema para obtener la harina.

Edificio de las Máquinas de Monteagudo

El acceso y compuertas de la turbina que movía toda la maquinaria se encuentran al sur del edificio y también podemos ver siguiendo el canal ya cegado la presa semiderruida que derivaba el agua. Aguas arriba de las “Máquinas” vemos un antiguo molino que de alguna forma nos remonta al origen de estos artificios que finalizan su evolución en las fábricas de harina como ésta.

Fecha de construcción en la fachada de las máquinas de Monteagudo

Río arriba, podemos observar un viejo puente cuyos tajamares denotan considerable antigüedad, al menos medieval. Seguimos por esa orilla río arriba en un ameno paseo hasta la desembocadura del río Guadyerbas en el Tiétar disfrutando del paisaje y de la fauna casi siempre abundante

Molino de agua de odezno junto a las máquinas de Monteagudo

Podemos volver por donde hemos venido o por la fuente de la Tinaja, tal como indica el plano.

El Tiétar cerca de la desembocadura del Guadyerbas

LA VIDA DEL MOLINERO (2): Camino del molino

 

Molino de los capitanes en el Tajo, en término de Valdeverdeja

La maquila es “la medida que el molinero saca para sí del grano que se muele en su molino”. Este sistema de pago en especie ha sido mayoritariamente utilizado en nuestra provincia y, aunque se llamaban tradicionalmente molinos maquileros a los molinos de arroyo que utilizaban este sistema de cobro, se ha hecho extensiva la denominación a todos los demás pues eran escasos los pagos en metálico. Incluso en los últimos años de funcionamiento, en la postguerra, la escasez de cereales y el estraperlo aumentaron la demanda del pago en grano por su sobrevaloración real con respecto a los precios que pagaba el Servicio Nacional del Trigo

El sistema de pago por intercambio con otro tipo de mercancías o trueque era bastante infrecuente y solamente se acordaba en situaciones de penuria, casi siempre en condiciones ventajosas para el molinero.

Molino en el Guadyerbas, cerca del «puente romano»
de Navalcán

El transporte del grano lo realizaba el propio labrador, los arrieros del pueblo o bien se hacía a cuenta del molinero, ya fuera llevándolo él mismo o un peón acarreador asalariado. Cuando el transporte se hacía por cuenta del molinero se realizaba teóricamente sin cobro de ninguna comisión, aunque un molinero nos decía con sorna que “eso era lo que el cliente se creía”. En algunas poblaciones como Valdeverdeja, se recogía el cereal por las calles tras ir voceándolo el acarreador.

En los casos en que los pueblos tenían situados los molinos en el mismo casco urbano, la proximidad les daba una mayor afluencia de público y una mayor rentabilidad, excepción hecha de las épocas de contrabando y estraperlo en las que cuanto más aislado y peor comunicado estuviera un molino, más clientes recibía a causa de la menos efectiva vigilancia de las autoridades.

El llamado «molino Nuevo en Valdeverdeja, sobre el Tajo

Pero en la mayor parte de las ocasiones se debía transportar el grano a cierta distancia, hasta doce leguas en el caso de los pueblos manchegos más alejados de las corrientes fluviales. Este ir y venir al molino se hacía casi siempre en caballerías, pues lo más frecuente era que solamente se accediera a los molinos por caminos de herradura o caminos carreteros en mal estado.

El peso que habitualmente transportaban los jumentos era  de una carga, unidad tradicional equivalente a cuatro fanegas que se distribuían en tres costales de algo más de una fanega, dos cargados sobre los flancos y otro sobre el lomo del mulo o el borrico.

Recordemos también que un celemín es la doceava parte de una fanega, mientras que la cuarta parte de un celemín es una cuartilla, tomándose ésta como la unidad que más frecuentemente se utilizaba en el cobro maquilero. La cuartilla cobrada podría ser enrasada o con copete, según se pasara o no la tablilla-rasero sobre la cajita de madera que servía para medir esta cantidad de harina.

Molino de Peña en el Tiétar

Tenían los molineros otras formas de sisar a sus clientes que se relacionaban con las medidas de volumen y así lo describe en 1758 el Informe de la Ciudad de Toledo al Consejo de Castilla sobre la Igualación de Pesos y Medidas : “El entrar de golpe la Fanega, o Almud de madera en el montón, o echar  en ella el trigo blandamente a mano; el darla golpe para recalcarla o no, el diverso modo de correr el rasero ( fuera de la distinción clara de ser rasada o colmada) hace que de una misma cantidad de trigo se llene, y sobre de un modo de medir la fanega, y falte de otro” .[1]

Cuando los molinos eran más rentables o se encontraban más próximos a pueblos, puentes, barcas o vías de comunicación importantes, se preparaban mejores caminos carreteros, calzados incluso y con un mantenimiento más continuado. Esto nos da una idea del desembolso de capital que, en algunas ocasiones, podía suponer la construcción de una instalación molinera pues conllevaba inevitablemente el adecentamiento de un mínimo trazado de comunicaciones. Si a esto añadimos las costosas obras hidráulicas necesarias para la edificación de las grandes aceñas del Tajo, nos daremos cuenta de porqué estos grandes molinos más activos fueron en su mayoría propiedad de personas o de instituciones poderosas y de porqué se reaprovechaban una y otra vez a través de los siglos las instalaciones arruinadas.

Era la vigilancia de estos caminos y veredas molineras la que más interesaba a la Guardia Civil para conseguir el control, aunque solamente fuera parcial, del estraperlo, pues una inspección estricta del propio molino conllevaría el cierre efectivo del mismo, y no parece haber sido realmente éste el  verdadero objetivo de la administración en la época de postguerra.

En la toponimia es fácil encontrar referencias a las comunicaciones molineras y hallamos así por ejemplo caminos de tal o cual molino, vereda de moledores o camino de la aceña,. Aunque el lugar de asentamiento de las instalaciones molineras estaba condicionado por su accesibilidad, también ocurría el caso inverso y podía suceder que las barcas instaladas en los remansos de las presas facilitaran que un camino discurriera cerca de un molino. También los puentes construidos para dar servicio a un molino atraían hacia ellos el trasiego de las gentes consolidándose luego ese camino dentro de la red viaria local. Algunos ejemplos son las barcas de Aceca, Merillos, Ciscarros, los Sacristanes o Espejel en el Tajo. Puentes como los del molino Campanero en el Cedena, el molino del Puente en el Pusa y el de Rebollos o los Sacristanes en arroyos cercanos al Tajo.

Cuando los ríos disminuían de caudal, las presas eran utilizadas para un vadeo más fácil de la corriente. Por ejemplo, en Toledo capital, durante los tiempos de peste, era necesario vigilarlas para evitar que se violara la cuarentena[2]. En tiempos de asedio sucedía lo mismo y, por el contrario, la elevación del nivel de las aguas producido por esas presas mejoraba las defensas de las ciudades como Talavera, que vio cómo en los ataques de almohades y almorávides se destruyeron los azudes de los molinos de Abajo para así hacer descender la altura de las aguas que llenaban el foso y lamían sus murallas haciéndolas más inaccesibles.

Los caminos de los molinos eran transitados por mercancías tan valoradas como el trigo, la harina y las caballerías. No es de extrañar por ello que fueran frecuentados por bandidos, cuatreros y más tarde por el “maquis”. Varios ejemplos de asaltos en el entorno de las instalaciones molineras se nos relatan en las curiosas historias que podemos entresacar de las causas criminales de la Santa Hermandad Real y Vieja de Talavera, institución de policía rural que, unida a la de Toledo, perseguía desde el siglo XIV el crimen en despoblado dentr del ámbito de nuestro estudio.

Los labradores y acarreadores que acudían al molino debían permanecer en ocasiones largas horas en él, llegando muchas veces a tener que pernoctar. Es por eso que en muchísimos de ellos, incluso en los más pequeños, se construían cuadras y pesebres para dar servicio a las caballerías que transportaban el cereal. Esto suponía un beneficio suplementario para el molinero al poder abastecerles del forraje o del pienso obtenido de molturar los granos de peor calidad.

[1] MARCOS BURRIEL A. Informe de la ciudad de Toledo al Consejo de Castilla sobre igualación de pesos y medidas. IPIET, Diputación Provincial de Toledo, Toledo 1991, p.335.

[2] DE PISA, F. : Apuntamientos para la segunda parte de la Historia de Toledo. Diputación Provincial, Toledo 1976.

LA VIDA DEL MOLINERO (1)

LA VIDA DEL MOLINERO (1)

Molino en el arroyo Pizarroso de Valdelacasa

Aunque no era el oficio de molinero un trabajo que tuviera muchos niveles de especialización, sí que podíamos hablar de peones molineros y de molineros propiamente dichos. Otro escalón superior era el de maestro molinero que ostentaban quienes no solamente sabían accionar adecuadamente la maquinaria molinera, sino que además estaban capacitados para las reparaciones, diseño y construcción de los artificios. En el Diccionario de Autoridades figura como oficio diferenciado el de aceñero, que es definido como “el que tiene arrendada la aceña o cuida de ella”[1].

Muchos molineros comenzaban a trabajar en el molino como simples peones acarreadores, llevando cargas de grano al molino o ajechando, palabra que definía el trabajo de limpiar manualmente el grano con un arnero. Auxiliaban además a su “amo en lo que fuera menester” para, en muchas ocasiones, llegar ellos mismos a convertirse con el tiempo en molineros.

Molino de arroyo en Valdeverdeja

Algunos molineros me relataban cómo empezaron a familiarizarse con el oficio en la postguerra, conformándose con el pobre pago de la comida, el alojamiento y “lo que sisaran”, que venía a ser entre medio y un celemín de grano diario.

Era frecuente la cría de cerdos o de gallinas con “lo que se barría” del suelo del molino, mezcla de harina y salvado de gran valor alimenticio para los animales. Precisamente las cochineras son dependencias algo separadas de la casa del molinero y del propio molino pero casi siempre presentes en su entorno.

Molino de agua en el río Jébalo cerca de Las Hunfrías

En La Jara se asociaba con cierta frecuencia la molinería con el cuidado de las colmenas en los agrestes parajes molineros siguiendo la tradicional cultura apícola jareña, pues debemos tener en cuenta que las abejas precisan de la cercanía del agua para un buen rendimiento. Menos frecuente es la presencia del palomar en el mismo molino o en dependencias anejas.

La horticultura y la pesca fueron actividades muy unidas a la molienda y  todavía he podido estudiar los restos de algún cañal, antiguo artilugio hecho de cañas y situado en un canal de obra o de madera mediante el que se pescaba en las chorreras cercanas al molino e incluso en su mismo cárcavo. Los animales abonaban con sus excrementos la huerta del molino que además se regaba fácilmente abriendo los vierteaguas del canal.

Molino de agua en el río Huso, cerca de Campillo

En otras ocasiones, la situación estratégica de determinados molinos junto a los puentes o a las  vías de comunicación, unida al trasiego continuo de clientes, hacía rentable la explotación de otros oficios y servicios que, dada la vinculación de la molinería con el transporte, resultaban rentables, como sucedía en el caso ya comentado de Puente del Arzobispo en cuyo molino se formó un complejo que daba servicio de carretería, herrería y herrador completando así los ingresos del dueño del molino.

[1] REAL ACADEMIA DE LA LENGUA : Diccionario de Autoridades Edición facsímil, Ed. Gredos. Madrid 1990.