Traemos hoy un nuevo capítulo en el que se tratan las enfermedades del molino y los incidentes que afectaban al edificio, y próximamente acabaremos con otra entrada sobre las enfermedades del molinero mi libro «Los Molinos de Agua de la Provincia de Toledo».
“Lo que el agua trae el agua lo lleva”, este refrán ilustra lo que muchas veces sucedía con los molinos, que al estar en su mayoría muy cerca del cauce corrían el riesgo de ser arrastrados por las crecidas, sobre todo los más rentables que se surtían de las aguas del Tajo. Hay dichos que hacen referencia a esa mayor seguridad de los molinos de arroyo, como el que dice: “Heredad por heredad molino de pan en arroyo y no en caudal”.
Era tan frecuente la inundación anual de los molinos y aceñas del Tajo que en algunos casos -como sucedía en las aceñas del Conde, molino de Rebollos, molino Nuevo y en los de Puente del Arzobispo- se construyeron molinos de creciente o de invierno. Se levantaban estos edificios en localización más elevada sobre la ladera del cauce, para poder así dar servicio en caso de inundación de las piedras más bajas, situación ésta no muy frecuente ni continuada en el tiempo; por ello se decía “molino de creciente poco moliente” refiriéndose a estos edificios que precisaban de lluvias muy abundantes para funcionar.
Los arreglos de los desperfectos causados por las avenidas eran muchas veces motivo de disputa entre dueños y arrendatarios de los molinos, como ejemplo citaré el que nos relata Jiménez de Gregorio[1] al transcribirnos las actas del ayuntamiento talaverano en el siglo XVIII cuando en una de ellas se dispensa al arrendatario de los molinos del Puente de pagar las obras de reparación por haber acometido a sus expensas otras anteriores en el “alfacén” (interesante término que define al canal del molino), en la azuda o presa y en los “matazones” que parecen ser según el Diccionario de Autoridades “el dique que mantiene seco al molino para proceder a su reparación”.
La humedad hacía pudrirse con facilidad todos los componentes de madera de la maquinaria que se encontraban en contacto con el agua, aunque también facilitaba la destrucción del resto del maderamen del edificio que además, al estar repleto de harina y cereales, era visitado con frecuencia por insectos, parásitos y roedores que contribuían a esa destrucción. La abundancia de roedores se intentaba combatir con diferentes artificios sonoros conectados al movimiento de las piedras.
La abundancia de madera, grano y paja hacía que no fueran infrecuentes los incendios; el refrán: “Por una paja se pega fuego al molino” nos lo recuerda. En los grandes molinos del Tajo he comprobado la dificultad de adaptar chimeneas a las abovedadas y compactas estructuras de sus grandes edificios al estar situadas excesivamente próximas a la zona de trabajo, lo que, unido al trasiego continuo dentro de la sala, podía facilitar estos incendios.
[1] JIMÉNEZ DE GREGORIO, F. : “Temas Talaveranos” (LXXXVII) en LaVoz del Tajo, 19-9-1992.