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GANADERÍA Y GASTRONOMÍA EN LA JARA

PEQUEÑA HISTORIA DE LA JARA COMO COMARCA GASTRONÓMICAMENTE GANADERA

Piara de cerdos por las dehesas de la comarca
Piara de cerdos por las dehesas de la comarca

Texto que escribí para el libro agotado «La Cocina de las Mujeres de la Jara» . Este libro parte de una idea, la de la difusión de la cocina de la comarca de La Jara por Coral Martín que en recuerdo y homenaje de las recetas que le enseñó Flores, su madre, ha tenido la idea de recoger recetas de las mujeres jareñas para mediante este libro dar a conocer la cultura gastronómica de esta tierra tan desconocida en ese como en otros muchos aspectos.

Nuestra comarca se encuentra entre dos zonas muy claras desde el punto de vista no sólo gastronómico sino también etnográfico, pues también en temas como el de la indumentaria tradicional o el del lenguaje nos hallamos en la línea fronteriza entre las culturas occidentales de repoblación leonesa, que comprende el reino de León y Extremadura, y la zona de la meseta inferior, incluida La Mancha.

Pero primero vamos a hacer un breve recorrido por la base de toda cocina, los productos empleados en ella, que además nos darán una idea de la geografía humana y la historia de la comarca que estamos estudiando.

La Jara es tierra ganadera, como demuestran desde antiguo los restos de animales domesticados en los yacimientos arqueológicos que ya desde la Edad del Cobre nos indican por sus hallazgos la presencia de huesos de diferentes animales. Aquellos primeros agricultores y ganaderos que dejaron como señal de su paso por aquí sus dólmenes, que nos hablan de unas sociedades ya jerarquizadas que practicaban la agricultura y la ganadería produciendo unos excedentes que serían empleados de diferentes maneras, en diferentes guisos que no tenemos porqué pensar fueran sencillos y poco elaborados.

Verraco vettón de Villar del Pedroso
Verraco vettón de Villar del Pedroso

En la Edad del Hierro, poco antes de que llegaran los romanos, el pueblo vettón recorría con sus ganados aquellas primitivas cañadas que luego comenzaría a regular el poderoso y Honrado Concejo de La Mesta cuyos jueces entregadores recorrían también las cañadas y cordeles jareños por donde circulaban las ovejas merinas y juzgaban severamente las incursiones de nuestros agricultores en las milenarias vías pecuarias.

Esos primeros “trashumantes” que fueron los vettones, hace dos mil años ya, dejaron sus verracos, esculturas pétreas de cerdos o de toros con los que pretendían proteger a sus hatos y para ello los colocaban muchas veces como puertas de los corrales de sus castros, a modo  de grandes amuletos que ahuyentaran todo mal de su principal sustento. Nuestra gran comarca, desde el Tajo hasta el Guadiana, desde el Pusa hasta el Ibor siguió siendo tierra ganadera también con los romanos, que calzaron los viejos caminos prehistóricos y construyeron puentes, fuente de riqueza por el trasiego de ganados que durante la Edad Media atravesaban nuestras grandes dehesas. Un territorio que no olvidemos pertenecía a la Lusitania, región en la que los romanos nos colocaron y que más tarde serían las extremaduras, de donde proceden muchas huellas que yantar gastronómicas de esa nuestra vecindad bellotera.

También en las villas romanas encontradas se han hallado huellas de

Calco de un grabado de la Edad del Bronce de El Martinete en el río Jébalo. Representa la cabeza de un ciervo
Calco de un grabado de la Edad del Bronce de El Martinete en el río Jébalo. Representa la cabeza de un cérvido

la actividad ganadera que luego continuarían los pueblos visigodos que se extienden por los muchos asentamientos rurales que se extienden por el territorio. La Jara estuvo poblada en época musulmana por aguerridas tribus bereberes que integraban también las fuerzas que desde las torres, castillos y fortalezas de Talavera, Alcaudete, la Ciudad de Vascos, Azután, Castros, Espejel o Alija protegían la línea defensiva del Tajo de las incursiones de los cristianos. Estos pueblos del norte de África eran además gentes dedicadas especialmente a la ganadería que aprovecharon también sin duda los buenos pero efímeros pastos de La Jara para criar el cordero que entonces y hoy día es la carne más consumida por los moros, como conocemos realmente a esos pueblos del Magreb que tenían una cultura también gastronómica muy diferente a la de los árabes propiamente dichos. Los ajuares de cocina más completos los encontramos en la ciudad hispano musulmana de Vascos, en cuyas viviendas excavadas se han hallado ollas, cazuelas, tapaderas, anafes, platos para hacer pan etc…aunque también se han encontrado en las viviendas más pudientes restos de los recipientes de cerámica utilizados en la mesa, como ataifores y jofainas para los sólidos y jarros, jarras y redomas para los líquidos. Tinajas y orzas servían tanto para contener el agua como para guardar los alimentos sólidos, al igual que los silos excavados en el suelo granítico de algunas viviendas. Muchos son también los molinos de mano que se han sacado en las excavaciones, destinados a moler el grano para hacer el pan en cada casa y a veces los cereales y leguminosas que se echaban al ganado. Cencerros, herraduras o tijeras de esquilar nos orientan sobre la actividad eminentemente ganadera de la ciudad jareña musulmana, lo que sin duda se traducía en una dieta en la que la leche, el queso y el ganado ovino y caprino habrían sido fundamentales.

Cuerno y cuzarro de corcho pastoriles para la elaboración del gazpacho
Cuerno y cuzarro de corcho pastoriles para la elaboración del gazpacho

También para los judíos que sabemos había en nuestra tierra el cordero es no sólo alimento para el cuerpo sino también para el alma, su cordero pascual, que a su vez es también símbolo de Cristo, el cordero místico. Y no sólo une el cordero como alimento a las tres culturas, sino que también une a las dos mesetas, pues es manjar común a ambas castillas.

La Jara se convierte en los tiempos de la Reconquista en una tierra de nadie, tierra insegura que solamente se atreven a poblar gentes que puedan huir rápidamente en un momento dado, llevándose con ellos su medio de vida, como son sobre todo los colmeneros y más tarde los ganaderos. La Cañada Leonesa Oriental atraviesa nuestro territorio por lo que, como hemos dicho, seguiremos viendo durante esos siglos circular millones de cabezas de ganado que aprovecharán los pastos jareños camino de Extremadura en invierno o de Castilla y sus sierras en verano.

El mercado de ganados de Talavera, capital histórica de La Jara, ya es una realidad desde el siglo XIII pero probablemente el rey Sancho IV lo único que hace es certificar la existencia de un trasiego y comercio ganadero mucho más antiguo.

Ganado representado en el panel de azulejos de San Antonio Abad en Piedraescrita en cerámica talaverana del siglo XVI

OLIVARES DE LA JARA

OLIVARES DE LA JARA

Artículo aparecido en 1998 en el que se recrea la vida en los pueblos de La jara en la época de la recogida de aceituna. Fue escrito hace casi veinte años y algunas cosas han cambiado, como la creciente despoblación o la presencia de inmigrantes cogiendo la aceituna

Olivares en La Jara, La Nava de Ricomalillo
Olivares en La Jara, La Nava de Ricomalillo

El invierno ha cubierto de escarcha las rañas y las barreras, los pueblos cada vez más desiertos de La Jara adquieren una animación inusual, “pa la aceituna” vuelven incluso los hijos del pueblo que marcharon a Madrid o a Barcelona para así ayudar en las faenas del olivar y poder sacar un dinerillo que viene bien a sus ajustadas economías. A veces basta con sacar aceite “ pal gasto” de la casa y poder así recordar a su tierra cuando se aliñen la “ensalá” o se frían un huevo de esos de corral  que les han guardado los abuelos .

Es tiempo de recogida, vuelve la vida a La Jara, por los caminos de piedra y tierra “colorá” van saliendo los jareños hacia los olivares. Unos llevan con mucho cuidado el utilitario que la emigración les permitió comprar y con el que pueden volver al pueblo en las fiestas y algún fin de semana, otros, que consiguieron permanecer en esta tierra dura, han conservado el borriquillo o la mula que les siguen haciendo “buen apaño” para “ la poca labor”  que todavía mantienen.  Los cascos de las caballerías van rompiendo el hielo de los charcos y pisoteando los trampales las gentes adormiladas se dispersan por los olivares “ pa sacarse los cuatro jornalillos” que da la aceituna y que todavía pueden a duras penas mantener en los pueblos a sus habitantes. Mire usted, si no fuera por las olivas ya no quedaban aqui na más que los viejos. Los viejos tractores llevan a los aceituneros en los remolques, las mujeres hablando y riendo, algunos de los jóvenes van adormilados intentando despejarse de “ los medios” que se tomaron la noche anterior. Uno de ellos incluso se ha quedado dormido “arregostao” en las mantas y las varas.

Este año hay buena cosecha, ha llovido a su tiempo y ni los aires ni los pedriscos “han tirao” la aceituna. Pero habrá que trabajar duro, la abundancia de fruto ha bajado los precios y tendrán que llenar muchos sacos para conseguir el dinerillo que ayude a ir tirando un año más arraigados a la tierra que hasta se permite en estas fechas atraer trabajadores de otras latitudes, como las cuadrillas de gitanos que en sus grandes furgonetas llegan en invierno para sacarse unos jornales duros pero libres, o para ir “al rebusco” del fruto que quedó en el suelo.

Aceitunas de los olivares jareños
Aceitunas de los olivares jareños

El olivo es un árbol noble, sagrado para algunas civilizaciones que prohibían cortarlos. Durante la Guerra de la Independencia una de las actitudes de los franceses que más odio provocó entre nuestras gentes fue la tala brutal del olivar que entonces rodeaba a Talavera. Durante la represión de los gabachos en nuestra ciudad rompieron tantas zafras y tinajas que el aceite corría por las calles dejando durante semanas al caserío invadido por  su olor característico.

El olivo ofrece mucho y pide muy poco a cambio. Después de la recogida de la aceituna habrá que podar las olivas, miles de pequeñas columnas de humo se levantaran en los limpios y azules cielos invernales de La Jara cuando se queme “el ramón” para que el barrenillo no encuentre en las muertas ramas lugar donde multiplicarse. También habrá que limpiar y labrar las empinadas barreras donde las mulas o los tractores deben desafiar a la gravedad provocando no pocos accidentes por el vuelco de las máquinas.

Las cooperativas con su moderna maquinaria han sustituido a los antiguos lagares de rulo o de viga. Al menos ya no se llevan los italianos la mayor parte del beneficio vendiendo el aceite jareño como si se tratara de aceite siciliano.

Al atardecer, largas colas de olivareros con los sacos de pienso o de abono repletos de aceituna esperan a la puerta de las almazaras para pesar y entregar su fruto saliendo después sonrientes con un papelito que da fe de los kilos de aceituna recogidos que luego serán molturados para dar ese magnífico aceite que desgraciadamente llevará la denominación de “Montes de Toledo”, una denominación vergonzosa para nuestra tierra y que vuelve a olvidar la propia identidad de La Jara.

Olivares de Belvís

Tanta es la aceituna molida que los arroyos se teñían de negro todos los inviernos por  el «alperchín»  que corría por ellos, hasta que se excavaron balsas de sedimentación que lo almacenara para no perjudicar así los ecosistemas fluviales de los riachuelos jareños. No quiere el olivo manchar ese suelo que él mismo retiene con sus raíces impidiendo la desertización. El olivo lucha contra el desierto porque no se vaya el suelo, porque no se vayan las gentes que producen ese delicioso aceite que a duras penas mantiene con vida a estos pueblos, ese verde fluido que hoy por hoy es la sangre de La Jara.

EXCURSIÓN A LOS MOLINOS DE RIOFRÍO EN LA JARA

EXCURSIÓN A LOS MOLINOS DE RIOFRÍOrutariofrio

En el ámbito de Buenasbodas y Gargantilla, aunque muchos molineros eran de La Nava de Ricomalillo,  se localizan gran parte de los molinos de cubo de Riofrío. Nada menos que veintitrés artificios se reparten a lo largo de los aproximadamente diez kilómetros de cauce de este río jareño.

Molino de Riofrío y dependencias anexas de vivienda, cuadras...
Molino de Riofrío y dependencias anexas de vivienda, cuadras…

Ya hay constancia de la existencia de al menos uno de estos molinos en el siglo XIV y forman un conjunto de gran interés etnográfico pues se aprovecha prácticamente toda la potencia del agua por captarse casi inmediatamente el caudal para mover el rodezno de un molino nada más salir del cárcavo del anterior, aguas arriba. Seguir leyendo EXCURSIÓN A LOS MOLINOS DE RIOFRÍO EN LA JARA

PIONEROS DE LA JARA

PIONEROS DE LA JARA

Cumbres de La Jara Alta y su monte cerrado
Cumbres de La Jara Alta y su monte cerrado

Rodrigo estaba ya cansado de los abusos del señor. Él amaba la aldea donde nació pero el día que, no pudiendo pagar al conde, recibió en la cara un golpe con la fusta de uno de sus soldados, decidió que para morir de miseria no hacía falta engordar a nadie y que él y su familia podían iniciar una vida tan miserable pero menos humillante en otro lugar. Cogió los cuatro trastos, los envolvió en una manta y andando con sus cuatro hijos y su mujer se encaminó hasta Talavera. Había oído decir que en la tierra de esta villa no ponían muchas trabas para asentarse en sus montes de La Jara y cruzó el Tajo buscando un poco de libertad.

Contaban con dos costales de centeno y unos cuantos panes para comenzar una nueva vida dominando un pedazo de las duras tierras jareñas. Su primo Leonardo había llegado a la zona dos años atrás y tal vez les echara una mano hasta que se pudieran mantener por sí mismos. Llegaron en marzo y Rodrigo no perdió el tiempo, trabajando con su hijo mayor de sol a sol con el gruñido del hambre en el estómago, fue limpiando de piedras y zarzas un cachillo tierra que se encontraba junto al arroyo. Había que hacer rápidamente un huerto que ese verano les diera algo de comer. Con las pizarras del arroyo fabricó una pequeña presa que las lluvias de primavera destruyeron en dos ocasiones, pero él no se amilanó. Con el barro y los juncos de las orillas volvió a restaurarla y a excavar un canal de veinte varas que llevaba el agua hasta su embrión de civilización. Tuvo que cerrar con ramas el huerto porque por las noches los jabalíes destrozaban los cultivos pero, a pesar del granizo que cayó en mayo, consiguió algo que llevar a la boca de los suyos.

La montonera en la Edad media
La montonera en la Edad media

Cuando no estaba en el huerto se le veía en la raña rozando el suelo de las tierras labrantías, sudaba arrancando jaras y cortando chaparros con su astraleja. Tenía que conseguir limpiar de monte la tierra suficiente para sembrar pan. Su centeno esperaba la sementera, y ojalá el año fuera bueno. Rodrigo no quería ni pensar en lo que sucedería si se arruinaba esa primera cosecha, la idea de su familia mendigando le revolvía las tripas.

De vez en cuando, su primo Leonardo se acercaba por allí con las cabras y siempre tenía un poco de leche o de queso que dar a sus hijos. Un día le comentó que la soledad de la majada no era buena y que tal vez algún día se bajara de la sierra para vivir junto a Rodrigo y su familia sin miedo a los osos, a los lobos y a los golfines.

El pan negro de su primer centeno les supo a gloria bendita, quizá ya no tuvieran que comer gachas de bellotas para matar el hambre. Su hijo Martín tenía una habilidad especial para cazar conejos con los lazos y las losas. Desde pequeño había mostrado curiosidad por ver cómo su padre colocaba las lanchas de piedra con un cebo y el palito que las sostenía en el justo equilibrio hasta que los pequeños animales la hacían caer atrapándolos. Otras veces se iba al río y colocaba en las chorreras sus cañales que se llenaban, sobre todo en primavera, de barbos, bogas y cachuelos. Con todo esto y algún corzo que de vez en cuando cazaba con su ballesta Rodrigo conseguían algo de chicha en el puchero.

La Jara desde las minas de oro de Sierra Jaeña

Un buen día llegaron dos nuevas familias. Rodrigo miró las manos de los hombres y supo que eran gente de bien, gente que como él querían arrancar un poco de vida a esas tierras rojas. Su hermano Leonardo ya se había acercado a vivir con ellos y había levantado la choza junto a la suya en un par de días. La alquería iba creciendo y las mujeres tenían con quien hablar. Entre todos limpiaron una vieja fuente que habían abandonado los pastores y ya no tuvieron que ir más hasta el arroyo a por agua con la borrica. A veces Leonardo sacaba su rabel, el que había hecho con una raíz de fresno, una piel de cabra, y unas crines de caballo y tocaba alguno de esos romances que había aprendido de los serranos que pasaban por el cordel con sus ganados hacia Extremadura. En una ocasión cambiaron una piel de oso por un pellejo de vino y hasta bailaron siendo felices por unas horas.

Monummento a los repoblacores medievales en Alcaudete
Monummento a los repoblacores medievales en Alcaudete

Los días pasaban despacio, las mujeres habían cultivado algo de lino en las navas frescas de la sierra y lo tejían para vestir a los suyos. Un día Herminia le dijo a Rodrigo que ya estaba bien de dormir en la choza, que a ver cuando empezaba a hacerla la casita que había prometido años atrás. Rodrigo fue construyendo de barro y pizarra la ilusión de su mujer y todos los hombres de la alquería fueron un día al río para cortar el álamo más recto que hubiera para viga maestra de la humilde mansión. Primero la techarían con retamas y jaras pero, en cuanto la cosa estuviera un poco mejor, irían al tejar más cercano y Herminia podría tener un techo de verdad. Los cerdos y las gallinas andaban ya con su bullicio rodeando la alquería.

Un día pasaron por allí gentes del concejo de Talavera que les reprendieron por haber cortado unas encinas. Al poco tiempo recibieron órdenes de la villa para que los once vecinos de la aldea hicieran población y que la población se haga junto al arroyo de los Espinos, y que en medio de la población hagan una iglesia y dejen sitio para cementerio y junto a ella lugar para la plaza que sea buena y ancha, y que las casas que se hicieran en el dicho lugar salgan las bocas de ellas a la dicha iglesia y plaza. Y que las casas que cada vecino haga sean de ocho tapias en largo y en ancho, con su corral, quince tapias, y que las tales casas vayan por orden una junta a otra y dejen de anchura a las calles que pueda pasar una carreta y más.

Todo lo cumplieron Rodrigo y sus vecinos, pronto llegó el cura beneficiado del pueblo más cercano por orden de la parroquia madre del lugar en Talavera. Un buen día se reunieron los vecinos y se dieron cuenta de que no tenían patrón en el pueblo. Metieron cuatro o cinco nombres de santos en un sombrero y el que extrajo la mano de Rodrigo sería desde entonces festejado por los vecinos.

Había nacido un pueblo.

PIONEROS MEDIEVALES EN LA JARA, COMO EL OESTE PERO SIN INDIOS

PIONEROS EN LA JARA

Dibujo medieval en el que se representa un colemero como aquellos que repoblaron La Jara
Dibujo medieval en el que se representa un colemero como aquellos que repoblaron La Jara

Ahora nos vamos a la Edad Media para conocer cómo vivían  los primeros habitantes de las entonces despobladas Tierras de Talavera, gentes que con su dura forma de vida en nada tienen que envidiar a la épica que nos venden los americanos con sus pioneros de las películas del oeste.

A partir de 1212, una vez aseguradas las fronteras en el Guadiana con la batalla de Las Navas de Tolosa, era necesario repoblar las grandes extensiones de montes y dehesas que los reyes habían cedido al concejo talaverano al sur de la villa.

Como todavía había razzias e incursiones de los almohades, almorávides y benimerines, quemando cosechas, violando, asesinando y tomando cautivos, las primeras gentes que se atrevían a poblar La Jara eran sobre todo colmeneros, ganaderos y cazadores. A finales del siglo XIII había unas cuatrocientas posadas de colmenas en las tierras de Talavera que debían mantener una distancia determinada entre ellas.

Tropas musulmanas medievales como las que razziaban La Jara
Tropas musulmanas medievales como las que razziaban La Jara

Estos primeros pioneros apicultores construían al principio una pequeña choza en la que resguardarse y la posada, que es como se llamaba al lugar donde se colocaban las colmenas de corcho rodeadas de un muro de piedra de mayor altura que las cercas ganaderas normales, para proteger así la miel de los osos que entonces poblaban La Jara con abundancia. Ademas solían tener mastines y otros perros de gran tamaño como los ganaderos, para así protegerse de los lobos, también abundantes entonces.

Monumento a los pioneros de La Jara en Alcaudete

Pero no era este el único peligro al que estaban expuestos, pues si las razzias árabes llegaban hasta sus pobres asentamientos, rápidamente debían refugiarse en lugar seguro, y es por eso que algunos historiadores consideran que el topónimo que aparece en algunas de las elevaciones de las sierras jareñas como “Las Moradas” o “Las Morás ” hace alusión a los pequeños refugios o covachas más o menos enmascarados en el terreno o en las cercas y murallas que las circundan y que serían precarios e s c o n d i t e s utilizados por los atemorizados pobladores para protegerse de las incursiones árabes. Son esos mismos refugios de las cumbres a los cuales alude espiritualmente Santa Teresa cuando habla de “las moradas” como lugar de retiro místico.

Muralla de la sierra de La Estrella. ¿Castro o "moradas" medievales?
Muralla de la sierra de La Estrella. ¿Castro o «moradas» medievales?

Por si fuera poca la inseguridad causada por las incursiones musulmanas, los soldados de fortuna que habían quedado sin oficio después de las campañas de los ejércitos cristianos, acostumbrados al saqueo y al botín de guerra, se echaban al monte formando grupos de bandidos. Como aquellos primeros grupos de gente armada conocidos como los golfines, precursores de un fenómeno tan español como es el bandolerismo. Para proteger a esos pioneros colmeneros de estos forajidos nació la Santa Hermandad Real y Vieja de Talavera de la que hablaremos más extensamente.

Al ir aumentando la seguridad de aquellos desiertos, los colmeneros fueron acompañados poco a poco de los pastores y vaqueros que con sus ganados tenían igualmente una mayor movilidad ante posibles peligros, aunque también eran acosados por los lobos y los osos.

Poco a poco se fueron quemando y rozando las tierras para poder iniciar los cultivos de cereales, y se fueron aprovechando las parcelas desbrozadas que podían ser regadas en las riberas de los arroyos para plantar así huertos de subsistencia.

Los cazadores y loseros, unos tramperos que utilizaban curiosos artificios hechos con losas de piedra para cazar pequeñas piezas, se fueron también repartiendo por los montes con su vida montaraz.

Labrador representado en cerámica de Talavera del siglo XVI en la ermita de san Illán en Cebolla

Poco a poco se fueron formando en todo el territorio pequeñas aldeas que también dependían a su vez de una determinada parroquia o colación de Talavera, pero que luego comenzaron a organizarse por sí mismas en el territorio. En ocasiones estas poblaciones se asentaban en torno a pequeñas torres de vigilancia o defensa que en algunos casos ya existirían en época árabe. Entre ellas podemos señalar la torre de Alcaudete, la de Torrecilla de la Jara, la torrecilla de Villar del Pedroso o el castillo de Santisteban en San Martín de Pusa, además de otras muchas torres, castrejones y castillejos repartidos por todas la comarca.

UN PASEO A LA FORTALEZA DE CASTROS

Un paseo a la Fortaleza de Castros

Puerta norte de la fortaleza de Castros Puerta norte de la fortaleza de Castros

Desde Puente del Arzobispo nos acercaremos en un agradable paseo ribereño hasta otro de los enclaves árabes que defendían la línea fronteriza del río Tajo. Menos conocido que la ciudad de Vascos pero situado en un lugar también muy pintoresco y con una población de menor entidad que ella y no amurallada como el famoso yacimiento del río Uso.

Se trata de la fortaleza musulmana de Castros que, aunque se encuentra en término del jareño pueblo de Villar del Pedroso, es más accesible desde aquí. Los lugareños conocen el paraje como “La Muralla” y para ir hasta allí tomaremos un camino que sale inmediatamente a la izquierda del propio puente del Arzobispo, discurriendo por la ribera del río.

Desde esta orilla tenemos una bonita vista de la villa con el puente, los molinos y el caserío. Después de andar unos dos kilómetros, tropezamos con la desembocadura del río Pedroso, que se despeña en cascada sobre el Tajo en un hermoso paraje. Una curiosa leyenda dice que una mora que vivía en el castillo que vamos a visitar, despechada por mal de amores, se arrojó desde estas alturas al río y todavía se la puede ver saltando y se escuchan sus lamentos en las noches de luna del día de San Juan.

Tajamares del puente árabe bajo la fortaleza de Castros Tajamares del puente árabe bajo la fortaleza de Castros

Justo en el codo que hace el río Pedroso antes de su desembocadura, se observan sobre el cauce los restos de un batán, con cuyos beneficios dejó también estipulado el arzobispo Tenorio que se financiaran los hospitales de Puente. Siguiendo el cauce del riachuelo nos encontramos con el bonito conjunto que forman un puente y un molinillo de ribera. En la elevación situada entre los dos ríos se sitúa la fortaleza que formaba, junto a las de Vascos, Espejel, Alija, Azután, Canturias o Talavera, una fuerte línea defensiva destinada a impedir que los cristianos atravesaran la frontera natural del Tajo en su avance hacia el sur.

En este caso nos encontramos ante una alcazaba con un poblado alrededor, sin contar en este caso con el amurallamiento que rodea al caserío en la Ciudad de Vascos pero que, como se deduce por sus características constructivas, también se levantó entre los siglos IX y XI por las aguerridas gentes bereberes con las que los árabes repoblaron estas orillas. La vista desde sus murallas es impresionante y vemos al río Tajo que discurre por terreno quebrado con su cauce cortado por las azudas o presas que llevaban agua a los molinos, como las aceñas del Conde de Oropesa, un gran edificio que se contempla algo más abajo de esta fortaleza Castros. Parece que este castillo tenía también como misión la defensa de un puente que se encuentra a sus pies y del que se mantienen todavía los tajamares. Río arriba se ven en la otra orilla los arruinados molinos de Calatravilla y más arriba aún, los molinos de Puente del Arzobispo y su presa.

Torre fuerte interior y murallas de la fortaleza de Castros Torre fuerte interior y murallas de la fortaleza de Castros

La puerta principal es la que da al norte y es la que mejor se conserva con sus dos torres de arquitectura califal que la flanquean. Hay también una arruinada torre fuerte central con una puerta y buena sillería y varios lienzos bien conservados de muralla con varias torres que lo refuerzan.

Sobre la misma loma del castillo pero más al este se ven restos de una atalaya  y algunas otras estructuras que reforzaban la defensa.

Molinos de Calatravilla, frente a la fortaleza de Castros

DESDE EL RISCO ÑAÑA, SINTIENDO LA JARA

DESDE EL RISCO ÑAÑA

Invierno en La Jara. El sol rojo se refleja al atardecer sobre las espesas columnas de humo y vapor de las almazaras que se levantan por encima de los caseríos de tejas rojas, rojos ladrillos y adobes colorados.

Las rañas jareñas vistas desde el risco Ñañas

Hileras interminables de olivos platean sobre las rañas movidos por el viento que se levanta al salir el sol después del chaparrón. Las duras cuarcitas que desde hacía siglos se comían las rejas de los arados romanos brillan mojadas sobre la arcilla. Verdean las jaras, este año jugosas porque el invierno húmedo y sin frío no las ha dejado consumidas y blanquecinas como en los años de secas pelonas y escarchas.

Vestidas con mil capas de chaquetas de chándal, rebecas y mandiles las mujeres salen por las mañanas en los remolques a varear las olivas, el único tesoro que les va quedando con las cuatro cabras y lo que deja el señorito por matar a los venados o el italiano por disparar hasta a los saltamontes.

Corrales y labranzas arruinadas desde el risco Ñañas

Y los chozos de pizarra se van derrumbando y las casillas de los olivares muestran sus muros de tapial lamido por el agua, con los cuartones y los cañizos de sus tejados pudriéndose bajo la lluvia y los cascotes. Y al fondo, las sierras antiguas se elevan con sus inmensos canchales de piedras quebradas y picudas que formaron antes enormes montañas. Grandes cordilleras que se formaron al elevarse hace millones de años los limos de un mar ancestral que dejó sus pequeños monstruos marinos impresos en la roca de Las Moradas o del Rocigalgo.

Cumbres de La Jara Alta desde el rico Ñañas Cumbres de La Jara Alta desde el rico Ñañas

Olor a alpechín y al barro pisoteado de los trampales de los caminos que se mezcla con las heces del ganado, de los rebaños que cada vez pasan menos por las coladas y cañadas, permitiendo que el monte se vaya comiendo las barreras. Y observo que siguen poniendo puertas al campo con las ilegales y elevadas alambradas de los amos, amos tan antiguos como los trilobites de las cumbres. Amos que adiestran a los guardas como a mastines porque no quieren que les roben sus ciervos alimentados como borregos que les sirven para darse tono con las amistades en nuestra Escopeta Nacional de nunca acabar.

Mirador del risco Ñañas Mirador del risco Ñañas

Voy subiendo hacia el Risco Ñaña, que me atrae con su vieja toponimia de magia y misterio, y me acompañan robles, pinos y castaños sobre los que planean los abantos. Desde allí un haz de luz que sale de repente entre las nubes negras ilumina como un foco gigantesco las rañas, las planicies perfectas surcadas por los valles del Pusa o del Jébalo. Muestran allí abajo su damero de olivares verdes, barbechos grises y labrados rojos. Y disfruto de esa atalaya lejos de los lenguajes binarios y simplones de los aparatejos que nos sorben el seso, y apartado también de la putrefacción urbana amasada por los nuevos bandoleros del voto y la mentira con sus corbatas verdes que tanta roña tapan, y a cuyo lado son criaturas inofensivas los golfines a los que perseguía por estos lares la Santa Hermandad, ejecutándolos sumariamente con sus ballestas atados a una encina . Hoy no hubieran tenido bastantes saetas.

Y con el viento frío que trae olor a jara, a hojas que se van pudriendo y a revolcadero de jabalíes, acompañado de una petaca de orujo de la tierra que templa el fresco, recuerdo las palabras del fraile leonés: “¡Oh campo, oh monte, oh río! Seguro secreto deleitoso”.

Quizá el último secreto deleitoso que nos va quedando.

Valle del río Sangrera en su naciente desde el rico Ñañas

TIEMPOS DEL CÓLERA 100 AÑOS ANTES QUE GARCÍA MÁRQUEZ

Este curioso azulejo talaverano se encontraba sobre la entrada de una vivienda del pueblo de Las Herencias, en La Jara.

Azulejo de Cerámica talaverana con referencia a la epidemia de cólera del siglo XIX
Azulejo de Cerámica talaverana con referencia a la epidemia de cólera del siglo XIX

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Es curiosa la referencia a «los azarosos tiempos  del cólera» a mediados del siglo XIX, 100 años antes de que escribiera algo similar el gran García Márquez.

En realidad se trata de dos azulejos. En el primero se representa a la Inmaculada Concepción en la ya decadente cerámica talaverana de la época, aunque el dibujo no deja de tener su encanto popular.  La decoración de las cenefas son flores y motivos que nada tienen que ver con los de la azulejería renacentista.

En el azulejo de abajo se nombra a los dueños de la vivienda y al albañil que la construyó. Es cierto que el cólera produjo estragos horrorosos por ser una enfermedad que produce intensas diarreas muy violentas y deshidratación que en aquella época eran difíciles de tratar al no contar con los antibióticos ni los medios adecuados. Se trasmite por aguas con contaminación fecal y en aquella época sin saneamientos ni tratamiento de las aguas potables la infección se extendía rápidamente.  La epidemia fue catastrófica y causó miles de muertos dejando algunas localidades prácticamente despoblados.

RUTA DE LOS DÓLMENES

RUTA DE LOS DÓLMENES

Dolmen de Azután con el corredor en primer plano
Dolmen de Azután con el corredor en primer plano

Nos dirigimos en esta ocasión hacia Puente del Arzobispo, cruzamos el puente, tomamos la carretera de La Estrella e inmediatamente de pasar junto a una gravera se encuentra a la derecha, sobre una pequeña elevación, el dolmen de Azután. Observaremos el conjunto rodeado por un túmulo de tierra y piedras. Orientado a poniente un pequeño pasillo o corredor formado por grandes lajas de granito nos conduce a un recinto circular, también formado por dos hileras concéntricas de  grandes lajas, llamadas ortostatos por los arqueólogos.

Esquema de la Ruta de los Dólmenes dibujada por Jose María Perianes para mi libro agotado Rutas y Senderos de Talavera y Comarcas

Esquema de la Ruta de los Dólmenes dibujada por Jose María Perianes para mi libro agotado Rutas y Senderos de Talavera y ComarcasNos encontramos ante un monumento del conocido como  Megalitismo Extremeño, concretamente un dolmen de corredor de doble cámara. Fue edificado hace más de cuatro mil años por hombres de la Edad del Cobre (Calcolítico), puede incluso que del Neolítico final. Aunque el destino de estas estructuras como enterramiento está comprobada, otras finalidades mágicas, religiosas o de función simbólica de dominio sobre el territorio de un grupo humano, parecen haber condicionado su construcción.

Seguimos nuestro camino hasta llegar al cruce de Navalmoralejo que tomaremos a la derecha para dirigirnos a esta pequeña localidad llamada cariñosamente en la zona “el Cuco”. Al llegar al puente sobre el arroyo Andilucha detendremos el vehículo, subiendo el cauce llegaremos a un cerrete dominante sobre el valle llamado del Castillejo, allí se encuentran los restos de una atalaya musulmana y desde él se contempla una hermosa vista. Es agradable también el paraje que, subiendo por la ribera desde la carretera, se halla junto al antiguo puente del camino viejo que anteriormente conducía al pueblo.

Puente antiguo en el camino viejo de Navalmoralejo
Puente antiguo en el camino viejo de Navalmoralejo

La iglesia del lugar tiene su encanto y es curioso observar que uno de los sillares de la base de la espadaña no es otra cosa que un ara romana con dos rostros ya desgastados por el tiempo grabados en la piedra.

Otro lugar de interés por el matiz de magia que lo envuelve, es la Peña Fariza, a ella se acude en la la fiesta de invierno de San Antonio y por ella resbalan los vecinos y forasteros en un ritual que se repite año tras año.

Salimos de Navalmoralejo por el cordel dirigiéndonos en dirección sur hasta encontrarnos con el camino que desde La Estrella se dirige a Carrascalejo. Allí la cañada se hace impracticable con coche pero podemos seguir andando o en bicicleta hasta la  mina de la Borracha, sus  grandes zanjas y sus galerías  nos recuerdan que la Jara estuvo en la antigüedad horadada por centenares de explotaciones mineras, las primeras fueron explotadas en la época en que se construyeron los dólmenes, cuando el hombre balbuceaba en el dominio de los metales.

Torre musulmana cercana a Navalmoralejo

Volvemos sobre nuestros pasos y nos dirigimos, por el camino donde dejamos el coche, en dirección este hacia la Estrella, para desviarnos a continuación por otro  que va en dirección sur hacia la finca de la Aldehuela. Allí deberemos preguntar para visitar el dolmen que lleva su nombre. Este monumento megalítico es similar al de Azután con una mayor utilización de la pizarra y grabados de hombres esquemáticos en alguna de sus piezas, así como “cazoletas, huecos circulares grabados  en los ortostatos y de significación simbólica desconocida.

El otro dolmen importante de la comarca, es el de Navalcán, sumergido en el embalse del Guadyerbas. Tenía grabadas en los dos ortostatos de la entrada sendas figuras de serpiente que hoy pueden observarse en el Museo de Santa Cruz de Toledo.

Salimos a la carretera, junto a Aldeanueva de San Bartolomé, el cerro Castrejón domina el pueblo y si ascendemos a él podemos contemplar los restos de un poblado amurallado de la Edad del Bronce. También se vislumbran restos de los muros de las viviendas y el derrumbe de la muralla, e incluso, si observamos con atención, algún grabado rupestre representando a “homúnculos”,figuras humanas esquemáticas como las de los dólmenes. Con esto habremos finalizado un recorrido que nos lleva 4000 años atrás, con los primeros hombres que cultivaron la tierra y explotaron los afloramientos metalíferos de La Jara.

 

Dolmen de La Estrella
Dolmen de La Estrella

¿Qué había dentro ?

La curiosidad habrá hecho que os preguntéis qué se encontró en las excavaciones de estos dólmenes: huesos con muestras de incineraciones rituales ya que estaban teñidos de pigmentos de color ocre, hachas de piedra pulimentadas, hojitas y puntas de flecha de sílex, cerámica hecha a mano pues el torno no se había inventado todavía, y también algunos fragmentos de cerámica campaniforme. Este tipo de monumentos ha sido violado desde antiguo por lo que las piezas metálicas que se pudieran haber encontrado de bronce o de oro ya habían desaparecido. Es curioso que se encontraran balas soviéticas de la  guerra civil, el dolmen de Azután había alojado un nido de ametralladoras.

EL BANDIDO MORALEDA, PERSONAJE LEGENDARIO (1)

EL BANDIDO MORALEDA, UN PERSONAJE LEGENDARIO

El Bandido Moraleda
Bernardo Moraleda en foto de la revista Estampa de 1936

El siglo XIX fue el del bandolerismo más típico y tópico que dejó personajes que todavía se mueven entre la historia y la leyenda y que el pueblo ha ido magnificando, idealizando y fantaseando sobre los hechos reales o imaginarios de sus vidas. Hoy conoceremos a uno de ellos y mañana veremos diferentes aspectos de la vinculación del Bandido Moraledacon nuestra comarca y sus aspectos legendarios.

Bernardo Moraleda Ruiz parece que nació en Navas de Estena a mitad de la centuria, aunque se trasladó a Fuente del Fresno, localidad también ciudadrealeña que contaba con varios de sus vecinos dedicados al bandolerismo formando partidas tan famosas como las de dos parejas de hermanos, los “Purgaciones” y los “Juanillones”.

Muchos de estos bandoleros están a caballo entre las partidas carlistas con cierta ideología y el estricto bandidaje. Algunas fuentes los sitúan en las partidas carlistas del apodado “Merendón” y otras aseguran que Moraleda cabalgó junto al párroco de Alcabón, Lucio Dueñas, uno de aquellos curas trabucaires ultraconservadores que asolaron con sus partidas el territorio de La Mancha, los Montes de Toledo, La Jara y Extremadura, justo el mismo ámbito que antes había sido el refugio de los golfines provocando la formación de la Santa Hermandad de Toledo, la de Talavera y la de Ciudad Real, y también la misma zona que tras la Guerra Civil sería refugio de los maquis o guerrilleros antifranquistas.

Frecuentemente el oficio primero que tuvieron fue el de cabrero como es el caso de los “Juanillones” y del propio Moraleda, aunque parece que de niño fue recadero. Con ellos se echa al monte tras la segunda guerra carlista y a partir de 1873 son famosas sus correrías por los Montes de Toledo y la zona de La Jara más próxima a Navalucillos y Robledo del Mazo.

No se sabe a ciencia cierta cuál fue la causa por la que Moraleda comenzó su carrera delictiva. Para algunos fue una discusión con derramamiento de sangre con el patrón y dueño de las cabras que pastoreaba, aunque otros hablan de que mató a su mujer a los cuatro días de casarse o que fue desertor del ejército justo antes de partir con las tropas españolas hacia Filipinas. También se le acusa de haber asesinado a un pastor que lo había denunciado y a un capitán de voluntarios que lo perseguía con inquina.

El hecho de ser cabrero hace que se adapte perfectamente al terreno y que les sea a guardias civiles y otras fuerzas de la época muy difícil capturarle. En una ocasión en que se encuentra rodeado desarma a un guarda y disfrazado con su traje de escopetero consigue burlar el cerco lo que incrementa su leyenda.

También sabe comprar silencios y voluntades con sus monedas de cinco duros, de las que dicen tiene guardado un tesoro en un lugar de los montes de Retuerta del Bullaque, junto con un catalejo y sus armas, aunque cuando años más tarde, al salir de presidio, quiso recuperarlo  no lo encontró, o alguien lo había hallado antes.

Los delitos que las crónicas de la época nos relatan son el despojo de recuas de arrieros, atracos de recaudadores o secuestros y robos a propietarios o al alcalde de Fuente del Fresno, pueblo que llegan a asaltar cometiendo varios atracos. Se les acusó también de algunos asesinatos de civiles como el de un carretero, o de guardias y escopeteros, aunque forman también parte de la leyenda algunos comportamientos algo más cercanos al concepto romántico de bandido generoso. El más conocido de estos episodios tiene relación con uno de los personajes más importantes de la época, el general Prim.

Castillo de Prim, finca en Retuerta del Bullaque
Castillo de Prim, finca en Retuerta del Bullaque

Parece que en una de esas cacerías que daba el héroe de la batalla de Castillejos en su finca de los montes de Toledo con políticos y autoridades de la época, el hijo del general se perdió entre los jarales y dio la casualidad que cuando pedía auxilio se encontró con Moraleda que, llevándolo incluso a hombros por estar desfallecido, lo dejó junto al castillo de Prim, una casona almenada de su propiedad. Cuando el muchacho lo invitó a entrar para que su padre le recompensara, su salvador le dijo que era Moraleda, que estaba huido de la justicia y que por tanto no podía acompañarle al castillo.

Después de numerosos delitos las autoridades les siguen de cerca y les tienden una emboscada cuando se disponen a asaltar el tren en Villacañas, que pretendían previamente hacer descarrilar. Antes habían tenido éxito soltando el último vagón para desvalijarlo en Venta de Cárdenas secuestrando antes al jefe de estación y a otros ferroviarios.

De resultas de estas detenciones en Villacañas los dos “purgaciones” y un “juanillón” son detenidos, juzgados y ejecutados en Toledo en 1882 pero Moraleda huye saltando por una ventana en compañía del otro “juanillón” hasta Portugal. Parece que escapan por la Senda de los Contrabandistas que discurre a lo largo de las cumbres de las sierras oretanas sin tocar pueblo alguno entre Lisboa y Valencia.

Con el fruto de los robos se establecen cerca de la frontera poniendo un comercio de ultramarinos, pero son tantas las cartas que el compañero de Moraleda envía imprudentemente a su mujer que son descubiertos y detenidos. Son extraditados por el país vecino con la condición de que no sean ejecutados aunque se les achacan veintidós asesinatos, treinta tantos robos y tres secuestros.

Son condenados sin embargo a largas penas de presidio, casi ciento quince años, y enviados a Ceuta, donde el Juanillón muere por un proceso respiratorio. Bernardo Moraleda pasa muchos años todavía allí pasando penalidades y con los grilletes puestos lo que le ocasiona úlceras infectadas.  Su encarcelamiento sucede en 1882 y permanece allí hasta 1911, año en que es trasladado a Santoña para ser liberado en 1923 con 71 años.

Los hermanos Juanillones, compañeros de fechorías de Moraleda
Los hermanos Juanillones, compañeros de fechorías de Moraleda, El de la izquierda fue ejecutado y el de la derecha murió cuando estaba con Moraleda en el penal de Ceuta.

Como un mendigo camina hasta Retuerta de Bullaque donde intenta encontrar su botín escondido de cinco mil duros sin conseguirlo. Aunque al pueblo le atemorizaba su presencia, hasta el punto de que un antiguo delator abandonó el lugar, ya solo era un anciano artrítico y sin fuerzas.

Fue a pedir auxilio a la finca de Prim donde el administrador le puso al cargo de la bodega, pues no se olvidaba en la casa cómo había salvado al marqués de Castillejos, hijo del general. Muere en 1936 en el asilo de Ciudad Real, poco antes de que otra guerra civil eche al monte a otros españoles.