EL TAMBORINO DE MONDAS (2)

Desfile de Mondas Desfile de Mondas

EL TAMBORINO DE MONDAS

2ª PARTE

Novela corta en la que se desarrolla durante la celebración de la milenaria fiesta de Las Mondas en el siglo XVI. Fue el cuadernillo de Mondas editado en 2000    

¡YA LLEGAN LOS TOROS!

Sobre el empedrado de la calle de San Sebastián corretean dos chiquillos con sus caballos de caña jugando a toreros. Utilizan otra caña por garrocha mientras uno de ellos, armado con dos enormes cuernos de vaca, hace de novillo. Durante estos días todos los niños de Talavera no se entretienen con otra cosa

El tamborino y su amigo toman sus tirachinas y corren siguiendo el arroyo de La Portiña hasta llegar a la Puerta de Mérida. Se dirigen hacia la Iglesia Mayor y, al desembocar en la plaza, Diego observa sorprendido cómo su amigo Agustín salta hacia uno de los portalones tocándolo con la palma de la mano mientras se santigua.

– ¿Qué haces?- dice el tamborino.

– ¿Has visto esos hombres clavando los tablones de la talanquera que habrá de evitar la huida de los toros que se corran mañana en la plaza?.

– Sí, y también he visto que tropezaste con uno de ellos.

– Pues es el verdugo, que tiene por obligación cerrar esa calle para la fiesta de toros y haberle rozado no es motivo de buenos augurios, por eso he tocado madera.

Van saltando vallados y talanqueras en todas las calles por donde habrán de correrse los toros, desde la plaza del Pan hasta la ermita. Por todas las plazuelas de las parroquias se amontonan los tablones y los troncos que formarán los cosos donde se lidiarán veintidós toros en los días siguientes.

Los muchachos siguen la orilla del río y se detienen a observar con curiosidad cómo los pescadores descargan una barca repleta de barbos y anguilas mientras sus mujeres remiendan y cuelgan las redes en Los Arenales. Diego se acerca a una muchacha de trenzas y ojos verdes que está hablando con una de las hijas de los pescadores. Es la muchacha que le había sonreído el día del desfile de los gallegos y la saluda:

-¡Hola Mariana!¿ Dónde vas?.

– A llevar el almuerzo a mi padre que está echando unos jornales en la dehesa de Palomarejos.

– Vente con nosotros y veremos llegar a los vaqueros con los toros de Las Mondas, que muchos vienen de Guadarrama por la cañada.

– Pero a mí me dan miedo.

– ¡Bah!. No temas, vienes con nosotros- dice Diego muy gallito mientras la muchacha se sonroja.

– ¡Vale! Pero los veremos desde lejos.

Los tres muchachos están cogiendo nidos y lanzando piedras a las carpas que asoman la boca debajo de los álamos de las orillas del Tajo. Más tarde, comienzan a esconderse entre las atarfas que forman un laberinto de túneles y pasadizos entre su ramaje tupido. Diego se ve de pronto solo con la muchacha, sintiendo cerca su aliento y queda embobado mirando a la arena cuando nota que Mariana le ha dado un beso en la mejilla. Después,  echa a correr turbado hacia los fresnos donde espera su amigo.

Ya se pueden escuchar los gritos de los vaqueros desde El Alamón, dicen que es el álamo más grande de todo el reino y bajo sus ramas se puede ver hoy descansando a un grupo de toros rodeados por los ganaderos a caballo con sus garrochas. Otra vacada se acerca desde el puente de Alberche y, como uno de los sementales es muy arisco, para evitar enfrentamientos que puedan causar heridas al ganado, el mayoral del primer grupo da la orden de continuar la marcha. Desde las alamedas cercanas los tres muchachos van corriendo detrás de los animales. Después de dejar el gazpacho y un poco de pan con tasajo a su padre, la mocita sigue con sus amigos hasta Talavera.

Es la muchacha que le había sonreído... Es la muchacha que le había sonreído…

Cuando llegan a los prados y arboledas que rodean a la ermita les sorprende el espectáculo. Más de cien toros bravos pastan y beben a las orillas del arroyo de Papacochinos. Mariana deja escapar un grito apagado de temor echándose hacia atrás, pero el tamborino, tomándola del brazo, la lleva junto a la plaza de la ermita. Detrás de unas gavillas de paja hay un boquete por donde se puede subir al sobrado del hospital.

– Desde aquí lo veremos mejor- dice subiéndola hacia el caballete del tejado donde se acomodan.

Un vaquero, queriendo demostrar su destreza, pica a uno de los toros de otro mayoral que, a su vez, hace lo mismo con el del vecino. El revuelo que se arma es grande cuando los toros comienzan a correr de un lado para otro y se acercan peligrosamente. Los curiosos emprenden una huida desordenada causando el regocijo de los presentes. Un tratante de ganados que ha venido  acompañando al canónigo torero comenta:

– Miren vuesas mercedes si es santa esta fiesta que he conocido yo otro jueves de Mondas en que un pobre que aquí se hallaba pidiendo limosna muy cargado de muletas y de vendas en las piernas, viendo venir un toro, corrió más que un gamo hasta ponerse en salvo, en que se conocerá cuan santos son los toros que se corren en esta fiesta, pues hasta hacen milagros.

Desde La Jara van llegando también otros toros que cruzan el río. En lo alto de las murallas las gentes gritan y llaman al ganado que remolonea para cruzar el puente. A veces los animales se vuelven y entran en el río pasando los vaqueros no pocos trabajos para sacarlos. Uno de ellos cae al agua al dar su yegua un traspié y sale con su sombrero adornado de ovas y espadañas entre las burlas del público.

Diego señala a Mariana hacia la ermita de San Joaquín por donde ya aparece la comitiva del Regidor Torero con la llave de los toriles colgada del cuello. Se acerca para unirse al Canónigo Torero y escoger juntos las reses. Los vaqueros, al enterarse de su venida, comienzan a picar a los animales que se revuelven inquietos. Al llegar el cortejo los mayorales saludan a las autoridades inclinando la cabeza, bajando las garrochas y haciendo que sus monturas doblen las rodillas.

La comitiva va desfilando delante de los toros comentando y señalando:

– Ese cárdeno. No, parece que cojea. Mire vuesa merced aquel abrochado de cuerna que parece bueno.

-Muy acoceador se le ve, dejémosle. Mejor aquel ojinegro.

Pasan lentamente delante del ganado mientras ordenan al escribano que vaya tomando nota de las cabezas que van eligiendo. Entre sus legajos lleva anotadas las cantidades con las que han colaborado las aldeas para comprar el ganado. Mientras se desarrolla la elección, el público hace en voz alta sus comentarios, aprobando o condenando la elección.

Diego explica a su compañera cogiendo tímidamente su mano que al día siguiente, bien de mañana, la compra se hará definitiva y sólo entonces, cuando se hayan comprado los toros que se torearán en la Iglesia Mayor, podrán las parroquias escoger los suyos.

– Mira lo que tengo- dice la muchacha mientras saca un pañuelo con unas rosquillas- Comeremos algo y podremos quedarnos aquí para ver esta tarde el desfile y las carreras de los caballeros, no hallaremos mejor lugar.

En efecto, los dos pisos de la plaza de la ermita comienzan a llenarse de gentes elegantes, casi todos son damas y ricoshombres que han vestido sus mejores libreas para acudir a ver cómo se corren los dos primeros toros de Mondas, los del jueves por la tarde, que engolosinarán a una población que no hablará de otra cosa durante días.

Diego mira los tobillos de Mariana que asoman bajo el guardapiés y siente algo parecido al calor que le sube a la cabeza cuando su tío Boni le hace beber entre bromas algún sorbo del aguardiente que él mismo destila. La moza mira como distraída a las palomas de la ermita mientras esperan que empiece la función.

Comienza a sonar en la lejanía una música de atabales, trompetas y chirimías. Un cortejo de gente a caballo con el Alguacil Mayor y sus ministros al frente llegan con el Corregidor y entran en la plaza con mucha pompa y andar ceremonioso. El público prorrumpe en una gran ovación. La comitiva vuelve a salir de la plaza y los caballeros regresan a la carrera dando dos vueltas al ruedo. Vuelven a salir y entran nuevamente al galope de dos en dos dando otras dos vueltas entre el delirio de la multitud. Acaba de comenzar la Fiesta de Toros

DE PLAZA EN PLAZA, DE CALLE EN CALLE

Diego tenía la retina llena de imágenes: Mariana corriendo después de darle un beso bajo los tarayes, los toros peleándose entre los álamos, Mariana y él de la mano subidos en el tejado del Hospital de la ermita, las garrochas y las yeguas de los mayorales; todo se mezclaba en su cerebro que se despertaba en un viernes de Mondas. Por eso, su primer impulso fue buscar esa mañana a su amigo Agustín para volver junto a la ermita, donde los toros elegidos el jueves esperaban la ceremonia de la compra y apartado. Además así, a lo mejor, podía hacerse el encontradizo con Mariana.

Cuando pasaban los dos  por el convento de San Francisco vieron salir de su iglesia a un grupo de campesinos que en medio llevaban una monda. Al frente iban dos jinetes montados sobre magníficos caballos negros y seis mozas cantando, bailando y dando vivas a la Virgen del Prado. Al pasar junto a la comitiva, Agustín se acercó a uno de los muchachos que iban tocando las chirimías y le dijo:

– ¿Primo Joaquín que haces en mi pueblo con esos vestidos de damisela?

– ¡Agustín! ¡Qué alegría! Voy a quedarme dos días en Las Mondas y deberás cumplir lo que me prometiste en la ermita de San Illán, cuando llevasteis a ese pariente vuestro creyendo que le había mordido un zorro rabioso, pues me aseguraste, y no habrás de olvidarlo, que en las próximas Mondas vería los toros contigo desde el balcón de tu casa.

– Antes me cortaré una oreja que no cumplirlo primo. Pero dime donde vas tan galán.

– Sabes que los vecinos de Cebolla somos vasallos de los Condes de Oropesa que heredaron su señorío de los Ayala. Los antepasados de tan nobles señores están sepultados en su capilla de la Iglesia Mayor donde llevamos esta monda como es costumbre antigua, allí la custodiaremos hasta que esta tarde la vayamos a ofrecer a vuestra hermosa ermita de El Prado. Antes nos habrá dado un convite nuestro señor en sus casas de Talavera, que es cosa de ver como nos agasaja y el baile y el regocijo que en su palacio formamos los de Cebolla.

– Pues cumpliré lo prometido y mañana verás los toros desde el balcón de mi casa. Mis padres son los campaneros de la Iglesia Mayor y ni los duques ni los marqueses tendrán mejor asiento.

Los muchachos se despidieron y siguieron su camino hacia El Prado, donde los toros esperaban el encierro. La mitad de los animales que debían ser toreados junto a la iglesia de Santa María recorrerían las calles que ya estaban bien cerradas con talanqueras y empalizadas. Una multitud se dirigía hacia el arranque de la carrera donde más de doscientos jinetes aguardaban vestidos de colores vistosos y con los caballos enjaezados. Desde los más gentileshombres con sus corceles hasta los más sencillos ganaderos que habían traído sus caballos y yeguas de faena para participar en la fiesta, todos se lucían ufanos y alegres por las calles. Causando la risa de la concurrencia apareció dando trompicones, montado en una burranca flaca y llena de esparabanes, un borrachín que hacía burla de los elegantes caballeros. Las dehesas y alijares de Talavera se quedaban estos días desiertos de vaqueros, pastores, rabadanes y mayorales que limpiaban  sus caballerías y las adornaban con  ramos dibujados con las tijeras de los mejores esquiladores, haciendo con sus crines y sus colas trenzas y moños llenos de lazos y de cintas de colores.

El escribano que hacía de maestro de ceremonias dio la salida cuando se lo indicaron el Canónigo Torero y el Regidor y, saltando chispas del empedrado de las calles, fueron los jinetes recorriendo toda la carrera con los balcones abarrotados de gente, sobre todo mujeres que ese día habían sacado las mejores telas, terciopelos y damascos para aderezar las ventanas. Los palacios y las casonas lucían banderas y gallardetes con las armas de sus dueños y las casas más humildes habían sido blanqueadas.

El tamborino y sus amigos miraban a través de los palos el paso de los toros cerca del palacio de los Duque de Estrada, observando la maraña que formaban las patas de los  caballos, las de los toros y las garrochas que avanzaban en acelerada confusión. Pero  uno de los jinetes se volvió para saludar a sus hermanas en una ventana y el caballo giró provocando que su vara larga se atravesara entre los dos muros de la callejuela. Solamente faltaba un toro por pasar pero, saltando sobre el montón de caballos caídos, pasó por encima  de la talanquera saliendo libre hacia la plaza del Teatro donde bailaban y bebían algunos despistados. Diego miró hacia atrás y vio horrorizado cómo Mariana venía con una cesta de ropa desde el convento de San Benito, el toro cogió a un mozo ya cargado de vino y lo volteó en el aire rasgando sus calzas y dejándole inconsciente en el suelo. Mientras tanto, Diego había llegado junto a Mariana que permanecía inmóvil, aterrada frente al toro delante del tenderete de un buhonero. El muchacho se colocó de un brinco a su lado y, tomando el cesto de ropa, lo lanzó contra la cabeza del astado que enredó sus cuernos con la sotana del capellán del convento mientras Diego y Mariana se refugiaban debajo de un carro. La sotana se movía con las embestidas del toro como si fuera un pelele causando las risas de la gente. Tres hombres sacaron una gruesa soga de los corrales del palacio arzobispal y con ella enmaromaron al animal conduciéndolo hasta la empalizada que se montaba todos los años para encerrar a los toros junto a la torre de la Iglesia Mayor.

Los dos jóvenes salieron de debajo del carro con un susto de muerte. Todos los presentes felicitaban a Diego por su valentía y él recibía ruborizado los manotazos de los avinados espectadores. Mariana miraba espantada hacia donde el hombre corneado comenzaba a recuperarse, aunque parecía tener un brazo quebrado. Cuando quedaron solos se acercó a su enamorado compañero y con la mirada llorosa le dio las gracias para después  desaparecer corriendo entre el gentío. Agustín felicitó a su heroico amigo y juntos se fueron a comer.

La calle de Zapaterías comenzaba a llenarse de caballeros vestidos de gala para las carreras que en su travesía se hacen los viernes de Mondas antes del encierro de los toros de las parroquias. Las damas también vestían de diferentes colores y paseaban coquetas recibiendo los requiebros de los talaveranos y de los muchos forasteros que habían llegado a la fiesta de este año.

En una esquina, un ciego declamaba unos versos animado por el sonido de los relinchos y el de los cascos de los cientos de jinetes que se exhibían entre la plaza del Comercio y el convento de San Francisco.

Más de mil puestos jinetes

diestramente enjaezados

muy grande unión de centauros

Las Mondas van celebrando

que son de la Europa el pasmo

que a Castilla han asombrado

Toros, danzas, devoción

¡Gloria a la Virgen del Prado!

Después de zamparse una bien guisada perdiz de las que había traído su tío Boni, el tamborino y su amigo se dirigen hacía la Puerta de Toledo. Junto a ella se ha montado el corral donde se encierran los toros que habrán de torearse en las parroquias. Algunos de los curiosos reconocen al joven héroe de la mañana y lo señalan con el dedo.

– ¿Has visto? – dice Agustín- todos te miran.

– ¡Anda bolo! Vamos a San Clemente que allí se torea el primero, tomemos un buen lugar para verlo –responde Diego avergonzado por los halagos.

El camino se hizo difícil por las carreras de los encierros y las empalizadas que dificultan el paso, ya que desde este corral se empiezan a correr por las calles los cuatro toros de la parroquia de San Salvador, los tres de Santa Leocadia, los dos de Santiago, el de San Miguel y el de San Clemente. Junto a los toriles, dos caballeros toman un refresco traído por sus criados y comentan:

– Habrá visto su merced que todo es alboroto y confusión pues llevan a los toros por muchas calles y, aunque se pone cuidado en cerrar con talanqueras y barreras las bocacalles, se escapan algunos animales y, seguidos de los jinetes, se extienden por toda la villa y no hay lugar seguro ni de toros ni de caballos. Todo el mundo anda con recelo y cuidado pero no basta, porque los más compuestos y aún las damas de más alcurnia se hallan obligadas de perder su gravedad.

El que habla es el marqués de Velada, noble muy aficionado de los toros que ha invitado al caballerizo del rey para venir a Talavera y conocer fiestas tan famosas.

Los dos muchachos han llegado a la plaza de San Clemente que está adornada a la entrada con dos grandes gavillas de varas de fresno de las utilizadas por los vareadores en su oficio. Son ellos los que pagan el toro de esta iglesia junto con los vendimiadores, que a su vez han amontonado muchas cargas de sarmientos para hacer una gran hoguera después de que muera el toro. Echan una mano en los preparativos los recogedores de espárragos y criadillas, y los que venden yerba verde, que por ser este toro también suyo es siempre el mejor alimentado y el más lustroso de Las Mondas.

Uno de los jinetes montados a la brida... Uno de los jinetes montados a la brida…

TALAVERA ES UN COSO

El toro de San Clemente se desangraba rodeado de los mozos del barrio que le daban puntapiés. Un hombre tuerto vestido de harapos, uno de los pobres que piden limosna a la puerta de esta parroquia, le ha partido la cerviz casi hasta descabezarle tras haberle distraído moviendo sus andrajos. Al caer el animal por los suelos, todos los menesterosos de la villa irrumpen en un grito de júbilo. Este toro lo han pagado también ellos pues ni siquiera las clases más miserables quieren dejar de participar en la fiesta de toros que se hace en honor de la Virgen del Prado, colaborando cada uno según sus escasos bienes en la compra del animal y, aunque su contribución sea humilde, son más de cuatrocientos los indigentes que sienten como algo suyo el toro de los vareadores de San Clemente.

– Vamos corriendo a la plaza de San Miguel y así llegaremos a tiempo de ver salir el toro de los podadores, que también le corren a pie- dice apresurado Agustín a su amigo Diego.

Los muchachos corren atropellando a las gentes que en riada humana se dirigen hacia las parroquias de los arrabales nuevos. Todos van bebiendo y comentando a gritos los peligros de la lidia y los revolcones que han sufrido los más atrevidos.

Cuando llegan, los dos muchachos consiguen subirse a un carro y ven sorprendidos cómo uno de los criados del corregidor que había luchado en Flandes ha soltado a tres alanos que se trajo de allí. Los perros de presa se lanzan sobre el toro que de una sola cornada destroza el vientre de uno de ellos, otro ha hecho presa en una oreja y se balancea sin soltarse con los movimientos violentos de la cabeza del astado mientras el tercer perro intenta morderle en el morro. Muchos de los espectadores protestan porque prefieren ver la destreza de alguno de los toreros ventureros o de los mozos del lugar que esperan con las capas colgadas del brazo para lucirse delante de sus novias.

Antes de que los alanos y los matatoros de ventura acaben con el pobre animal, Diego y Agustín se marchan a toda prisa hacia la plaza de Santiago donde se correrán a caballo otros dos toros. Tres caballeros con librea juegan con sus lanzas y sus quiebros con el animal que ha sido criado en el Soto del Piul, una ganadería de Talavera conocida en toda España porque sus reses bravas acometen a los caballos con tanta o más fuerza que los toros criados en el Jarama. Uno de los jinetes montados a la brida, recto sobre su montura, en pie sobre los estribos, indica a uno de sus pajes que le ponga en suerte al toro en el otro extremo de la plaza para esperarle en su acometida y ejecutar mejor la lanzada a caballo. Los toreros de a pie ayudan y le llevan con sus capas hacia el lado del coso donde los vecinos se aprietan casi en tumulto citando y provocando al animal. Con un gesto de su lanza el caballero llama al toro mientras brillan las sedas de su librea al sol rojo del atardecer que entra por la calle de San Sebastián. Cuando los cuernos casi parece que van a clavarse en el cuello del caballo, un tirón brusco de las bridas hace que la montura gire hacia un lado mientras la lanza se clava entre las costillas del toro. Una multitud se abalanza aplaudiendo y gritando mientras cae el animal salpicándolo todo de arena y coágulos de sangre en un mugido sordo de agonía.

Poco después se abre el corralillo y aparece un semental magnífico. Todo el mundo sabe que un cazador se ha ofrecido para esperar al toro e intentar matarlo con una lanzada de a pie. La posibilidad de ver sangre humana y el espectáculo que promete el lance consiguen que la gente permanezca en silencio y que, por una vez, se desaloje la arena de la muchedumbre que no se resigna a quedarse sentada en los carros o sobre el graderío. El caos y el tumulto dentro de todas las plazas son absolutos.

Diego no sale de su asombro cuando observa que el cazador que va a ejecutar suerte tan arriesgada es nada menos que su tío Boni, sus compañeros cazadores le han animado para que haga una demostración de su valor con el toro que han pagado todos ellos. Pero Diego se siente seguro del éxito del hermano de su madre que caza las palomas con cimbel, que pone sus lazos y losas sin que haya conejo, liebre o perdiz que se resista o que dispara su ballesta con precisión contra las grullas, pero que también caza venados de cuernas gigantescas y tiene el cuerpo marcado por los colmillos de los jabalíes y las zarpas de los osos de La Jara. Sabe que un toro, por muy bravo que sea, no hará daño a su tío Boni que en ese momento espera con una rodilla en tierra la acometida.  El animal sale bufando y sin detenerse a mirar al torero arremete contra una talanquera de la que saltan astillas. El hombre le llama otra vez mientras gira de un salto colocándose enfrente de su cara, justo en el momento en que el toro arranca hacia él. Espera sujetando con fuerza su lanza mientras cruza una mirada fiera y sostenida con la bestia que no se da cuenta de que el hierro penetra desde su pecho hasta los cuartos traseros. El hombre se echa a un lado mientras el toro cae fulminado a sus pies entre el griterío y los aplausos de toda la plaza que comienza a lanzar objetos y prendas de sus vestidos mientras suenan los atabales. El cazador se acerca a las gradas y llama a su sobrino que coge el tambor de uno de sus compañeros tamborinos de Santiago y desfila con el héroe por toda la plaza redoblando con una sonrisa de oreja a oreja. Su amigo Agustín va detrás recogiendo los pañuelos y las flores que lanzan las damas.

En la tarde del viernes de Mondas la villa entera es un coso taurino pues en todas las plazas de las parroquias se corren toros. Un aficionado que se dé prisa puede asistir a la lidia de once toros. Diego tiene que apresurarse para llegar a la plaza de Santa Leocadia y poder así disfrutar del primero de sus tres astados, el toro que va a ser embolado y que derribará y volteará por los aires a todo aquel que se le acerque entre las risas del público. En un descuido, fray Anastasio de Garvín, el jerónimo gordo, mujeriego y jugador que regenta el lagar del convento, ha sido empitonado quedando colgado por el cíngulo de los cuernos y gritando como un energúmeno mientras un espectador comenta:

– Miren vuesas mercedes que fray Anastasio va a morir por do más pecado había, que los cuernos con que ha coronado a Rufino el zapatero van a acabar con su vida, si es que el toro no se desnuca por colgar tanto peso de su cabeza.

El fraile cae al suelo acompañado de una risotada general cuando es pateado por el toro mientras maldice a diestro y siniestro. Una de las reses de Santa Leocadia es pagada por los fruteros que, bien provistos de las frutas podridas que han ido guardando estos días en sus tenderetes de la corredera, comienzan una guerra de tomates, gamboas y naranjas que tienen al frailón como principal objetivo de sus lanzamientos haciéndole huir mientras de su boca salen sapos y culebras. Después de la frutal batalla se corren a caballo el toro de los cavadores y el de los leñadores quedando muy satisfechos los espectadores por la faena de dos torerillos ventureros aragoneses. La muchedumbre se dirige después en avalancha por la plaza del Comercio hacia la plaza de El Salvador donde se habrán de torear otros cuatro animales.

Los tejedores han adornado la plaza con los productos de sus telares, desde los modestos lienzos labrados hasta los más lujosos damascos y tafetanes. Todos los artesanos han colaborado para que los balcones y los carros que forman la plaza luzcan con sus más hermosos tejidos. La plaza es de las mejor formadas porque otro de los toros lo pagan los quinteros y los carreteros que han traído sus mejores carros. Los pellejeros han colocado en el centro dos pellejos llenos de agua colgados de un palo que serán destrozados a cornadas por los toros después de acometerlos haciéndoles girar. En una de las esquinas se han reunido muy serios y ceremoniosos los justicias y escribanos con sus criados esperando que salga el toro que han costeado. Al otro lado, se oye el bullicio de los mesoneros que se pasan de uno a otro las longanizas y el vino, convidando, aunque sólo sea por esta vez, a los espectadores cercanos y, como es hora ya de merendar, toda la plaza comienza a sacar sus cestas y a compartir sus viandas, su apetito y su alegría.

Sale el primer toro y comienza a girar por el ruedo mientras algunos intentan llegar a él con sus lanzadas desde los burladeros, hasta que, al llegar junto al palco donde se sitúa la familia de los Meneses, una joven dama toma su lanza corta adornada de cintas y filigranas y, con una destreza que levanta la exclamación del público, atraviesa el cuello del toro que apenas puede dar unos pasos cuando cae al suelo entre espasmos y vomitando sangre.

Como el toro es el de los quinteros se saca de la plaza con un tiro de seis de sus mejores mulas llenas de cascabeles y campanillas que, antes de hacer el arrastre, dan varias vueltas al ruedo haciendo a las órdenes de su amo figuras y maniobras con una sincronización perfecta.

Los toros quedaron colgando y oreándose... Los toros quedaron colgando y oreándose…

El toro de los mesoneros apenas puede moverse en el ruedo por el concurso de gentes que, entusiasmadas por el vino y por toda una larga tarde de toros, se sienten animados a ponerse delante de los cuernos. Un berrendo sale y sin encomendarse a nadie arremete contra el bulto matando a un barbero que no puede refugiarse debajo de un carro por el gentío que intenta ocultarse allí. Sus amigos, la madre del infortunado y el resto de los barberos, que también colaboran en la compra del toro de mesoneros, se retiran con el cuerpo casi tímidamente. Saben que la fiesta debe continuar, que aunque otros años han perecido algunas personas por las astas afiladas, la Fiesta de Toros más famosa de Castilla no puede interrumpirse.

Pero también los toros mueren, los once de las parroquias, más otro que ha pagado don Fernando Loaysa y que él mismo ha matado, se llevarán juntos cerca de la ermita para ser allí colgados y desollados.

Diego y Agustín no pueden más, el cansancio y el sueño casi les impiden dar un paso, pero aún así van corriendo a su parroquia para preparar la monda que se ofrecerá al día siguiente a la Virgen del Prado.

LOS MOLINOS DE ABAJO DE TALAVERA

Molinos de Abajo de Talavera de la Reina. Postal de J del Camino

LOS MOLINOS DE ABAJO DE TALAVERA

Estos molinos se encontraban aguas abajo de la universidad y sobre su parada de la orilla norte se construyó la actual central eléctrica.

Los molinos del Tajo en Talavera aparecen ya en el siglo XII, nombrados en la crónica del viajero árabe Al-Idrisi.

En 1142 el rey Alfonso VII percibía rentas de sus molinos de Talavera entre otras propiedades.

En 1182 el rey Alfonso VIII concede propiedades a la orden de Calatrava en la zona del arroyo manzanas con sus canales y molinos, que en este caso puede que fueran los que después se llamarían de Cabañuelas.

En el siglo XIII el cabildo catedralicio de Toledo contaba con  rentas de los molinos talaveranos y a veces se los arrendaban a vecinos judíos de la villa.

Otros molinos que no identificamos y que llaman en el siglo XII molinos de Avenceri fueron arrendados a un mozárabe ricollamado esteban Habib.

En 1214, Alfonso VIII concede al monasterio de Santa María de las Huelgas de Burgos los molinos de Afleje. Este paraje es una heredad que se encuentra en el camino de Talavera a Calera en las proximidades del actual cementerio, lo que nos hace pensar que con esta denominación se conocían entonces a los que hoy llamamos molinos de Abajo[2].

El Arzobispo Tenorio concede en el año 1397 a la orden de San Jerónimo varias dehesas y molinos de los que cuatro paradas habían sido recibidas en herencia de su madre[3]. Los molinos de Abajo junto a los de Arriba, situados en el puente, se mantuvieron en manos de los jerónimos, tan poderosos en Talavera, hasta el siglo XIX.

Molinos de Abajo y Central eléctrica en Talavera de la Reina. Postal de Ruiz de Luna de los años 20

Los molinos de Abajo de Talavera tuvieron a lo largo de su historia dos e incluso tres edificios abastecidos por la misma presa. Este hecho y el anclaje en los islotes condiciona el trazado quebrado de la misma tal como lo observamos en la actualidad y como figura en los planos de los antiguos proyectos de navegación del Tajo.

La parada de la orilla norte es completamente irreconocible por la instalación de una central eléctrica. Sí he podido, sin embargo, realizar el croquis de la planta de la parada que, sobre la orilla del islote del paredón, representa las ruinas típicas de un molino de regolfo con dos cubas y dos piedras (Foto 39). Junto a este edificio apenas se vislumbran los restos de otra cuba y una bóveda muy deteriorados.

Presa de los molinos de Abajo. En el centro se percibe el edificio molinero de la orilla sur cuyos restos aún se pueden ver

En el año 1753 los molinos de Arriba y los de Abajo, con cuatro y seis muelas respectivamente, son los únicos que, además de los de Silos siguen funcionando en Talavera[7]. Pertenecen ambos al monasterio de Santa Catalina de los monjes jerónimos de esta villa.

En 1845 continúan moliendo con doce piedras [8] aunque los del puente son ya bienes de propios del ayuntamiento.

A mediados del siglo XX funcionan ya en Talavera dos grandes fábricas de harina y cuatro molinos no hidráulicos de piensos que vendrán a sustituir a los antiguos molinos de agua que desde los árabes molturaron el cereal de esta ciudad y su gran comarca[9], que no olvidemos era la mayor productora de cereales de Castilla la Nueva durante el siglo XVI, según el estudio de Noël Salomón sobre la vida rural castellana en tiempos de Felipe II.

Una foto más antigua de los molinos de Abajo en Talavera

En cuanto a los datos que nos aportan las ilustraciones de los proyectos de navegación del Tajo a su paso por Talavera, vemos que en 1641 no se reseñan los molinos del “ primer ojo” y que los molinos de Abajo, que aparecen como de Santa Catalina, tenían paradas en ambas orillas. Los molinos de Cabañuelas en esta época ya ni siquiera se señalan.

Talavera en un esquema de un proyecto de navegación del siglo XVII donde aparecen los molinos de Arriba y los de Abajo

A comienzos del siglo XIX debían estar arruinados todos los molinos del puente ya que en el proyecto de Cabanes de 1820 solamente aparecen los molinos de Abajo.  En varias ocasiones los molinos del viejo puente siguieron su misma suerte al ser arrasados por las numerosas crecidas del Tajo y así nos lo describe Francisco de Soto en su historia de Talavera.  Nos señala también este autor la gran potencia de los molinos talaveranos que “ son suficientes para provechar la harina de Talavera sino también a muchos lugares de su tierra”.

Estos molinos,como los de Arriba, aunque algo más tarde se convirtieron en centrales eléctricas y estos de Abajo también se convirtieron en una fábrica de alpargatas movida por energía hidráulica.

Hasta ellos se dirigía una procesión oficiada por los jerónimos en la que se rezaba y se abrían las compuertas bruscamente para que el efecto de arrastre de las aguas limpiara algo el cauce para evitar los mosquitos y con ellos el paludismo

[1] SUÁREZ ÁLVAREZ,Mº.J.: Opus cit, p. 335.

[2] Ibidem

[3] JIMÉNEZ DE GREGORIO, F.: opus. cit. Los Pueblos de …Tomo IV, Talavera de la Reina

[4] SUÁREZ ÁLVAREZ, Mª. J.: opus cit. p.203.

[5] SUÁREZ ÁLVAREZ, Mª. J.: Opus cit  p.249.

[6] VIÑAS,C.  y PAZ, R.: Opus cit. ver “Talavera” respuestas 20, 21 y 22.

[7] LOPEZ CIDAD, F. y FERNANDEZ GARCÍA, F.: Talavera de la Reina en el Catastro de Ensenada, Madrid, Ed. Tabapress, 1990, pp. 50 y 97.

EL TAMBORINO DE MONDAS, UN CUENTO PARA ENTENDER UNA FIESTA BIMILENARIA (1)

EL TAMBORINO DE MONDAS

Novela corta que se desarrolla durante la celebración de la milenaria fiesta de Las Mondas en el siglo XVI. Fue el cuadernillo de Mondas editado en 2000    

PRIMERA PARTE DE TRES

 

Carro de Mondas tde Gamonal tirado por carneros en el cortejo Carro de Mondas de Gamonal tirado por carneros en el cortejo de Mondas

ABRIL 1578

La misa del Domingo de Pascua transcurría lentamente. Uno de los niños del coro tarareaba los latines automáticamente. Las muchas misas cantadas habían grabado el ritual completo en su inquieto cerebro. Pero hoy su imaginación bullía todavía más. Iba a salir tocando el tamborino con la comitiva que, como para comenzar todas las fiestas de Mondas, se dirigiría al monte para recoger la leña de Nuestra Señora Santa María del Prado.

Cuando ya se acercaba el final de la misa se produjo un hecho que no por esperado dejaba todos los años de sobrecoger a los parroquianos. El canónigo don Gonçalo Gutierres de Olmedo se levantó solemnemente y se dirigió con paso lento y hierático hacia el regidor Diego de Meneses que le aguardaba con gesto también severo junto a su banco. Un lego se adelantó al canónigo y dirigiéndose al caballero dijo:

-Señor, el canónigo me manda a preguntar si seríais servido de pedir con él a los vecinos de esta villa las bestias y carretas en que ha de traerse la leña de Nuestra Señora.

El regidor con un leve movimiento de cabeza que dejó iniciada una reverencia respondió:

-Me honraré de hacerlo.

En ese momento un murmullo de júbilo recorrió la Iglesia Colegial. La fiesta más grande de esta tierra, celebración famosa en toda Castilla, acababa de empezar. Los dos hombres acompañados de un escribano se dirigieron a los primeros bancos donde nobles y fijosdalgos ofrecían en voz alta dos, tres, hasta cinco carretas. Una dama viuda joven y hermosa ofreció seis carros. Mercaderes y artesanos competían con los nobles. El escribano iba anotando con parsimonia todos los nombres y el número de ruedas. El monaguillo cantor aprovechó para escabullirse hacia los bancos traseros donde se sentaba su tía, la costurera que le había hecho con unas telas usadas el pendón que llevó montado en su borriquillo durante las mondas del año anterior. Sus padres no estaban allí pues, como hortelanos que eran, habían oído misa con los demás de su oficio en Santiago El Nuevo y debían estar allí presentes cuando el cura y otro regidor pidieran también los carros a sus parroquianos.

La gente salió contenta, comenzaban las Fiestas de Toros y toda Talavera era un hervidero de paisanos de toda su tierra y aún de Ávila, Toledo y la Extremadura que se mezclaban con las gentes de La Jara, los veratos, los serranos, los vecinos de El Berrocal o los vasallos del señor de Oropesa que acudían con sus trajes tan vistosos. También venían peregrinos, ganaderos trashumantes, viajeros de paso y algunos nobles curiosos que se llegaban en sus lujosos carros de viaje desde toda España para solazarse con los lances de toros que se podían disfrutar en las muchas corridas que se celebrarían en la villa.

El muchacho se dirigió con su tía hacia su barrio. Al pasar por la puerta de San Pedro se entretuvieron mirando las piruetas de unos cómicos que se habían acercado a Talavera al calor de la fiesta. Un mesonero sacó una jarra de vino y se la ofreció recibiéndola los titiriteros con muecas y cabriolas que hicieron reír a la concurrencia.

A la mañana siguiente la plazuela de Santiago estaba ya repleta de carretas pues  le correspondía este año ser la iglesia diputada para traer la leña de la Virgen. El mayordomo daba las órdenes necesarias para que las apreturas de los bueyes no causaran un accidente. Se le veía nervioso y excitado. Había tenido que preparar el pan, el vino y los carneros necesarios para la comida de los leñadores que saldrían a la dehesa y los alijares de la villa para cortar la leña.

Desde la puerta de Zamora se acercaba un clérigo a caballo con dos ayudantes y una mula cargada con un arca de madera. El mayordomo suspiró aliviado pues al fin venía el capellán de la ermita. Era hombre meticuloso y estaba seguro de que no habría olvidado nada de lo necesario para decir en el campo la misa de los leñadores. Él por su parte ya tenía previsto el lugar donde se instalaría la mesa con manteles alemaniscos que haría las veces de altar.

La mañana era hermosa y todos trajinaban con buen humor. De pronto, los comentarios se dirigieron hacia tres jóvenes personajes que aparecieron por la calle del Hospital. Se trataba de los tamborinos graciosamente vestidos y un poco corridos por los comentarios de la concurrencia. Diego y otro compañero irían con los leñadores al monte, mientras que el tercer muchacho precedería a la solemne comitiva de jinetes con los pendones de las parroquias que saldrían a recibir a su vuelta a las carretas cargadas de leña para después acompañarlas en procesión hasta la ermita de Nuestra Señora del Prado.

LEÑA FLORIDA

La comitiva partió desde la plazuela de Santiago con el mayordomo y el capellán de la ermita a la cabeza. El cura había entonado una breve oración para encomendar la expedición a la Virgen del Prado. Inmediatamente se habían comenzado a oír los gritos de los carreteros a sus bueyes y el rechinar de las maderas de los carros y de sus ruedas sobre el empedrado de la calle. Desde las ventanas de los mesones y las ventas que abundaban cerca de la Puerta de Zamora, se asomaban los huéspedes curiosos sorprendidos desde la madrugada por el bullicio. La larga fila de carretas que llegaba hasta la Corredera y comenzó a salir por la cañada donde ya humeaban los alfares que cocían los azulejos destinados a los reales sitios de su majestad Felipe II. A la puerta de algunos de los hornos esperaban gentes humildes, hombres, mujeres y niños, algunos descalzos, que querían vender a los alfareros los haces de jara y retama que habían recogido en el monte. Por su pobreza ellos no estaban obligados a aportar su trabajo para comprar el Toro del Leño, el que daban en la fiesta de la Mondas todos los oficios relacionados con la corta de madera pero, de todas formas, muchos de ellos subirían a echar una mano en la tala de la leña florida que se llevaría en ofrenda al hospital de la ermita.

Las canciones y los pellejos de vino corrían de carreta en carreta y Diego tocaba su tamborino al principio de la fila. Sonreía satisfecho cuando se cruzaba con alguno de los muchachos de su barrio que, al verle, se ponían a su lado imitando sus gestos y redobles. Al pasar por La Portiña, las lavanderas se levantaban agitando la ropa. Los leñadores bromeaban con las mujeres diciéndolas chistes procaces que eran respondidos por ellas con ingenio.

El cura llevó a un aparte al mayordomo y le indicó la conveniencia de llamar la atención a un carretero que llevaba con él a dos mujeres de mala vida para que, al menos, las advirtiera de que no escandalizaran con sus voces y sus gestos obscenos.  Una mujer salió a la puerta de su casa y dio a los leñadores un dulce y una copa de aguardiente  mientras les exigía:

– Miren vuesas mercedes cómo yo soy gentil, séanlo ustedes y traigan bien colmadas las carretas con la leña de Nuestra Señora.

La comitiva tomó por el camino de la Peña del Cuervo y llegó al monte después de cruzar el Bárrago y las ruinas del convento de San Antolín, el primer lugar- como dijo el cura con voz engolada- donde se establecieron las monjas de San Clemente antes de que la villa fuera reconquistada al infiel por don Alfonso el sexto. La expedición situó el rancho en un prado, bajo dos grandes alcornoques, y las carretas se dispersaron por el Berrocal buscando la leña. Comenzaron a sacarse las sierras, los destrales y las destralejas y rápidamente se acometió la tarea. Los más jóvenes y las mujeres ataban los haces de ramón y los hombres se aplicaban en cortar las ramas del grosor que permitían las férreas normas del concejo, que también les había permitido talar algunas encinas, álamos y enebros secos y puntisecos.

El día transcurrió alegremente, el invierno había sido lluvioso y los arroyos bajaban desde el Berrocal formando pequeñas cascadas, ribeteados en su recorrido de borujos y ranúnculos que hacían más amenas las orillas. Las canciones de los leñadores eran respondidas por los pastores tocando sus rabeles acompañados por el sonido lejano de los gruñidos de los cerdos que hozaban entre por las muchas parideras del monte y con el ruido de las esquilas de las ovejas. Al fondo humeaban las chozas de la Peña del Cuervo y la cigüeña de la espadaña de Santa Apolonia observaba con curiosidad el concurso poco habitual de tantas gentes en aquel paraje.

Los rancheros fueron a una de las carretas y tomaron los calderos para guisar los carneros que había provisto el mayordomo de Santiago el Nuevo.

– ¿Serán carneros bien capados los que nos traen este año? – dijo un carbonero borrachín-. Que en Las Mondas pasadas, más parecían cabrones viejos que carneros talaveranos.

Todos rieron al carbonero mientras recogían sus herramientas y ayudaban a cargar los últimos haces en los carros. Ya estaba la carne casi cocida y el aroma de las hierbas que matarían su rudo sabor invadía el rancho. Los hombres pidieron que corriera de una vez el vino y se sacaron los pellejos y los canastos del pan que comenzaron a repartir los jefes de cuadrilla. Casi toda la noche duraron  los bailes y las danzas y, cuando se acostó el cura, muchas fueron las parejas que se perdieron por entre los berrocales.

Diego y su amigo, el otro tamborino, se acercaron a uno de los molinos de Bárrago y se asomaron al cárcavo para ver como giraba el rodezno con el chorro que salía del saetín. Siempre le parecieron a Diego cosas de encantamiento las máquinas de los molinos. Por eso, cuando los dos muchachos empezaron a escuchar unos gritos apagados que venían del interior, echaron a correr como alma que lleva el diablo cayéndose al arroyo. Los dos llegaron empapados y tuvieron que explicar su aventura a la concurrencia mientras tiritaban desnudos junto al fuego. Al decir la causa de su espanto, todos rompieron a reír a carcajadas mientras un zapatero de la calle del Contador decía:

-¡ Vive Dios que es brava la molinera! Cuando se junta con Martín el arriero llega el ruido de sus amores hasta el puerto del Pico.

Diego entendió en ese momento el origen de los gritos de la molinera y quedó corrido en el centro del círculo, mientras los leñadores tiraban palos y mendrugos de pan al muchacho que sonreía con una mueca enrojecido de vergüenza. La fiesta siguió hasta la madrugada y, apenas habían dormido una hora, cuando les despertó a todos la campanilla del sacristán de Santiago anunciando el comienzo inmediato de la misa que se celebraba siempre en el campo el día en que se iba a buscar la leña florida.

Escultura romana de la Diosa Ceres en Cáceres

LA MAÑANA DE LAS CAMPANAS

Justo al acabar la misa de los leñadores, el mayordomo de la parroquia de Santiago mandó llamar Claudio, uno de sus feligreses famoso por ser el cojo más veloz de Talavera, y le dice:

-Apúrate hijo, corre a la iglesia mayor y avisa al deán que en dos horas y media estaremos en la villa con la leña de Nuestra Señora. Pero no pares en la venta que te he de moler las costillas.

El hombre inició su carrera con el bamboleo que le provocaba una herida recibida luchando en el sitio de la ciudad de Hárlem, cuando servía en Flandes con el capitán Verdugo. Ni cuando desfilaba con los tercios victoria tras victoria se había sentido Claudio tan orgulloso como esa mañana, corriendo entre los olivares y las viñas para avisar al deán, aunque le fuera quemando la metralla que tenía todavía incrustada en la pantorrilla.

Diego está un poco triste porque sus vestidos han quedado sucios y arrugados por el chapuzón de la noche anterior. Pero, cuando se coloca en cabeza de la comitiva con su tamborino y piensa en la entrada triunfal que hará en Talavera, olvida su aspecto y las burlas. Las carretas están cargadas de leña y han sido adornadas con flores, cantuesos y lías de juncos. La comitiva comienza su ordenada marcha con cada cual ocupando su lugar y con Diego y su compañero redoblando al frente.

Cuando pasan el Bárrago, escuchan a lo lejos el repicar de la campana mayor de la Iglesia Mayor que, sonando a la salida de misa mayor, llama a todas las parroquias para que acudan a recibir la leña. Los sacristanes y maestros han pedido a las madres que vistan como mejor puedan a los niños para que marchen con sus pendoncillos y su algarabía delante de los bien labrados pendones de todas las parroquias que se reunirán en la plaza mayor.

La muchedumbre llena la plaza, los niños observan con admiración a los caballeros con sus monturas enjaezadas y sus espadas y tahalíes repujados. Destacan por su bizarría los que han servido con las armas al rey vestidos con sus atuendos militares de gala. El corregidor y el deán presiden el cortejo en el que desfilan los canónigos, con sus mulas espléndidas de pelo brillante y sus largas capas junto a los gentilhombres que caracolean en sus caballos. Los curas y beneficiados, los regidores y todos los caballeros de la villa van en la cabeza de la comitiva que inicia la marcha para recoger el pendón de la iglesia de Santiago. En el camino, las gentes se asoman a los balcones dando vivas a Talavera y a la Virgen del Prado.

El desfile sale como es costumbre por la puerta de la Miel, donde algunos aldeanos despistados esperan, sin saber que en estas fechas se celebra la fiesta de Mondas, para que les pesen los costales que traen al repeso de la harina y, sorprendidos, miran a tantos caballeros y prelados precedidos por la música de los atabales, trompetas y chirimías. Las carretas ya han llegado a la plazuela de San Andrés.

Una de las lavanderas que esperan a la orilla de la Portiña es la madre de Diego y grita:

– Allí viene la leña, y ¿saben vuesas mercedes quien es el tamborino del pelo bermejo?. Pues es mi Diego, el más guapo mozo de esta tierra.

El muchacho al oír a su madre se ruboriza sin escuchar las voces del párroco que le ordenan que se detenga hasta que un tirón de mangas del otro tamborino interrumpe su repique.

El mayordomo de Santiago se adelanta a la comitiva y, dirigiéndose al corregidor y al deán, dice solemnemente:

– Señores, aquí está la leña de Nuestra Señora la Virgen del Prado, con el trabajo de los fieles y la ayuda de Dios este año será abundante, no pasarán frío los pobres y peregrinos que se acogen bajo su manto.

– Bien servido estará su hospital y ella os lo agradecerá con su favor. Pasemos pues a su santa ermita- responde el deán.

Los aplausos y los gritos de júbilo hacen sonreír a Diego que se siente con su tamborino foco de todas las miradas a los pies del caballo del Corregidor. De nuevo se emprende la marcha que se adentra en la villa por la puerta de Mérida, pasando después delante del convento de San Benito. En su interior, las monjas trabajan el huerto y detienen su labor, alegres al escuchar la muchedumbre que acompaña a la leña florida. Por la calle de los Siete Linajes llega la comitiva a la Iglesia Mayor y en ese momento comienzan todas las campanas de su torre a repicar. Las cigüeñas vuelan asustadas hacia el Tajo y una nube de palomas oscurece el cielo cuando sobrevuela la plaza. En ese momento, todas las campanas de las iglesias y los conventos talaveranos comienzan también a repicar atronando el cielo castellano. Todo el pueblo se dirige ahora hacia la puerta de las Cebollas, donde los hortelanos colocan sus tenderetes apoyados en la muralla. Repican las campanas de la iglesia de El Salvador de los Caballeros y las del convento de monjas que ha fundado Alonso de Orozco. Los carros siguen por la Corredera y los mercaderes detienen su negocio para unirse a la general algazara. Algunos de ellos han cerrado sus tiendas pues no son pocos los pícaros que acuden a la villa para aprovechar el barullo de las Mondas.

– Bien hacéis en cerrar – dice un afilador a un calderero- que el año pasado, un cacharrero de Puente vio hacerse añicos sus platos y sus ollas cuando el vendedor de cordobanes perseguía a un ladrón.

Al pasar por el convento de San Francisco, todos los frailes han salido y ofrecen vino a la concurrencia haciendo colación. Pasa después la leña por la puerta de Toledo y, justo en ese momento, los carreteros aguijonean a sus bueyes en una pesada carrera que hace las delicias de los forasteros. Uno de los carros más grandes, el de la familia Ayala, ha hundido una rueda en los albañales que bajan del monasterio de la Trinidad. Los vecinos se acercan y casi en volandas sacan entre todos la carreta del lodazal. Los más rápidos llegan a la ermita entre los aplausos de la gente y el sonido de las campanas que en ese momento comienzan también a repicar con las demás de la villa en un estruendo que resuena en toda la vega, desde el Berrocal al Cerro Negro, desde el Alberche hasta el Casar del Ciego.

El Hermano Mayor de la Reina de las Ermitas, como gusta llamarla su majestad el rey Felipe II, espera con los pobres del hospital alineados junto a la puerta. Los peregrinos a Guadalupe que vienen desde toda España, y aún de otros reinos, quedan sorprendidos por fiesta tan lucida.

– Y habréis de saber- dice uno de ellos- que, además, en esta villa, a todos los que nos dirigimos a Guadalupe se nos reconforta con dátiles o duraznos, como dejó mandado una devota señora a la cofradía de esta antiquísima ermita.

La leña es bendecida y se deposita en los corrales del hospital. Todos los jinetes vuelven de dos en dos haciendo figuras y carreras, galanteando a las damas que regresan a la villa coqueteando bajo los álamos de El Prado en esta mañana de abril, en esta mañana de Mondas.

Gentes de toda la comarca venían a las Mondas, como este parrillano[

UNA TIERRA EN FIESTAS

Diego abrió los ojos, le había despertado el griterío de un grupo de mozas aldeanas que cantaban canciones picantes junto a su ventana. Colgado de la puerta de su cuarto percibió adormilado el bulto de su tamborino y recordó los momentos y emociones del día anterior. Todo el barrio le había felicitado por su galanura y por lo bien que había repicado su tambor el día de la leña florida. Más de doscientos carros se habían cargado en la villa y hoy, martes de Pascua, llegarían muchos más desde todas las aldeas de Talavera. Mientras devoraba el plato colmado de gachas que su madre le había puesto sobre la mesa, escuchaba a su hermana contando lo magnífica que había resultado la petición de dineros para la leña que, con toda pompa, habían hecho los caballeros con sus bandejas de plata y sus vestiduras de gala recorriendo todas las calles. Muchos habían sido los maravedíes que se habían colectado en todas las colaciones de la villa.

Hoy, tercer día de Pascua, es otra jornada de ilusión para el tamborino. Ha venido a buscarle su tío Bonifacio, el cazador, y juntos van a acudir a esperar el cortejo de todas las aldeas de Talavera que vienen a traer sus cirios y mondas a la ermita junto con la leña florida que han cargado en sus montes y alijares.

– Diego, iremos primero al puente para ver llegar a las gentes de La Jara- dice Boni mientras revuelve con la mano el pelo rojo y rizado de su sobrino.

– Vale, pero me habrás de comprar una de esas manzanas que los veratos venden en la corredera- contesta el muchacho mientras se deshace de la caricia de su tío; él ya es un mozo de quince años y las carantoñas son para los niños.

Las calles comienzan a poblarse de curiosos y, al pasar por una casa que preside un hermoso blasón, Boni comenta a su sobrino:

– Debes saber sobrino que son muchos los paisanos que pelean en las Indias por engrandecer estos reinos. Esta casa pertenece a la familia del capitán don Juan Salcedo, que sirvió con las armas junto a don Hernán Cortés en la conquista de la Nueva España. Aunque son muchos más los paisanos que detrás del océano han alcanzado la gloria, como Diego Pacheco, que fundó la ciudad de Nuestra Señora de Talavera y fue gobernador de Tucumán; Francisco de Aguirre, a quien el rey, que Dios guarde, nombró gobernador de Chile y que además pobló Santiago del Estero; o Juan Bazán que pobló la ciudad de Talavera de Madrid, y Pablo Meneses, corregidor de La Plata, y tantos otros que no han vuelto porque allí se asentaron o porque han muerto por las flechas, los mosquitos o las serpientes.

Bonifacio había estado en Potosí cuando el puenteño Diego de Villaroel encontró las minas de Plata y solía contar a Diego una infinidad de historias ocurridas en su aventura  que el muchacho escuchaba boquiabierto.

– Además – terminó diciendo el cazador- fray Hernando de Talavera, confesor de la reina católica, y el doctor Maldonado, también paisano nuestro, dieron buenos consejos a su majestad para que don Cristóbal Colón emprendiera su primer viaje.

El viejo puente, lleno de remiendos hechos de tablones y viejas vigas de madera, había sido reparado tras las últimas inundaciones. Pero aquel día aparecía hermoso y lleno de colorido, animado por el trasiego de vecinos de las aldeas de La Jara que llegaban cantando, aunque algunos llevaran dos y tres días andando por los caminos. Delante de cada una de las expediciones venía el cura del pueblo con sobrepelliz, cruz, manga y pendón acompañado del sacristán. A continuación, los oficiales del concejo de cada lugar con el alcalde a la cabeza llevando vara alta, que es gentil privilegio que les concede la villa. Los acompañan muchos vecinos de los pueblos que en estos días de Mondas quedan muchas veces casi desiertos. Tocando adufes y tamboriles traen su cirio bien adornado y un rótulo donde va escrito el nombre de la aldea.

Cuando pasaban los vecinos de Torrecilla, Boni llamó a grandes voces a uno de ellos:

– ¡Grandísimo pícaro! ¿Cuantos jabalíes habéis atravesado este año con vuestra ballesta?

El hombre se volvió y al ver al tío de Diego sonrió y gritó:

– Menos serán que los ciervos muertos por vos, el mayor furtivo desde el Tiétar al Guadiana ¡Grandísimo bribón!.

-Hoy  vendrás a comer a mi casa esos barbos escabechados que tanto te gustan pero habrás de llevar ese áspero vino tuyo de La Jara que me alegra el seso y el estómago- dijo Bonifacio mientras daba un aparatoso abrazo al torrecillano.

La comitiva siguió hasta la ermita entonando letanías y al entrar todos cantaron la Salve, mientras el alcalde y el cura ofrecían a la Virgen del Prado el cirio que fue recibido por el capellán. Otros pueblos vienen detrás y, para dejarlos el sitio, sale la comitiva por la puerta norte de la ermita donde ya se concentra una multitud abigarrada y multicolor. Aquí les reciben las chirimías y clarines de Talavera que hacen la salva mientras los rústicos alcaldes son saludados por los nobles y regidores de la villa. Después todos los gentilhombres acuden hasta el cercano humilladero para recibir a otros pueblos llegados desde El Horcajo y El Berrocal.

-Mira Diego- dice el cazador señalando a un grupo de vecinos- esos son de Mejorada, y a su lado los de Segurilla, se distinguen porque, con los de Cazalegas, traen monda en vez de cirio. Y ¡Pardiez! Que están bien airosas y adornadas las mondas este año con sus cintas y sus celdillas de cera de colores.

El recibimiento de las aldeas dura hasta mediodía y por todo el Prado se reparten las gentes del alfoz que bailan y comen sentadas en la hierba gastando bromas y lanzándose puyas de pueblo a pueblo. Se pasan los pellejos de vino y unos y otros se invitan a probar las comidas sencillas que han traído desde sus lugares, compartiéndolo todo delante del templo que ha sido símbolo de la unión de esta tierra desde el tiempo de los gentiles. En medio de un gran corro, don Esteban de Loaysa, aunque es cabeza de una de las casas más nobles de la villa, salta y baila con las labradoras dando vivas a la Virgen del Prado y recitando poesías y jaculatorias.

Diego va de corro en corro. Su tío ha cazado en todos las tierras de Talavera y es bien conocido en sus montes y lugares. Ya un poco cargados de vino deciden ir a comer:

– Vamos torrecillano, que nos esperan los barbos y un corcillo que encontré en una trampa para zorras. Seguro que daremos buena cuenta de él.

– Sea, pero esta tarde me llevarás a la iglesia de San Andrés y a la ermita de San Juan que he oído forman baile en sus templos al son del arpa y la vigüela antes de llevar las ofrendas a la ermita.

– Yo te llevaré, y podrás admirar sus hermosos carros que llevan un cirio de dieciséis arrobas vestido de reales de a ocho. Que es cosa de maravilla ver sus bueyes con las testas y las astas adornadas con ricas cintas y el carro lleno de cascabeles y campanillas de plata. Delante van muchos corderos y detrás las cargas de leña bien enramadas de ramos floridos y olorosos. A buen seguro que gozarás de ello.

Primero fue fiesta de gentiles Primero fue fiesta de gentiles. Dibujo de Jesús Morales

PRIMERO FUERON LOS GENTILES

Diego el Tamborino tenía la edad en que todo es posible, la edad en que la vida y el mundo son de colores. Estas fiestas de Mondas, aunque había participado en ellas desde que aprendió a andar de la mano de su madre, estaban abriendo para él un mundo que hasta entonces no había descubierto, el de las complicadas costumbres de los mayores que, al final, resultaba que se divertían igual que niños pero con mucha más vanidad en cada uno de sus gestos y de sus rituales.

Hoy es jueves y deberá pasar una semana hasta que siga la fiesta. Diego aguarda impaciente el jueves siguiente para acudir a las alamedas que se extienden desde la ermita hasta el río y presenciar cómo los torileros de las iglesias apartan y compran los toros que habrán de correrse en los días grandes de Las Mondas. Pero hoy le espera su tío Boni para ir a visitar a su amigo fray Pedro en el monasterio jerónimo de Santa Catalina. El cazador ha llegado a casa de Diego como siempre, alborotando todo el patio del antiguo palacio que ocupan ahora una docena de familias humildes repartidas por todo el edificio. Entra lanzando motes a las mujeres que cosen entre las columnas y chapoteando con sus botas de cuero sobre el albañal del lavadero. El tamborino está cortando un poco de leña para su madre y salta asustado cuando su tío le pone en las narices una gran zarpa de oso que ha sacado del zurrón.

– Mira el regalo que te traigo pequeño cobarde. ¿Y tú quieres venir a matar lobos conmigo a los Xebalillos?. Quedarás servido si te dejo cazar los langostos de los barbechos. ¡Venga! Que iremos a ver a mi amigo fray Pedro.

Cuando llegan al monasterio, una hilera de rústicos personajes, entre los que por sus atuendos se puede distinguir a las gentes venidas de la sierra o de La Vera, esperan junto a una de las puertas de Santa Catalina. En el interior se despachan todos los ungüentos y los bebedizos de su farmacia famosos en todo el reino. Cuando entran, un fraile se encuentra sentado delante de un gran armario repleto de albarelos decorados con el escudo del monasterio mientras atiende a un hombre con la cara llena de vejigas. Al ver a Boni deja la balanza con la que está pesando unos polvos amarillentos y le dice:

– Si buscáis a fray Pedro debéis ir al molino del puente, que anda componiendo una de las ruedas de las aceñas y va a adornar con los molineros la carreta que llevará el toro pagado por los de su oficio en la ofrenda a la ermita.

Cuando llegan, fray Pedro da un abrazo al cazador y cuenta al muchacho con grandes aspavientos cómo su tío había ahuyentado a tres bandidos que le quisieron asaltar en los Guadarranques cuando iba a dirigir la fábrica de la presa que llevaría el agua al martinete de los frailes de Guadalupe. Se dobla riendo con la sotana arremangada cuando relata los aullidos de uno de los asaltantes que huía con una de las saetas de la ballesta de Boni clavada en las posaderas.

– Buen momento has elegido para venir, perillán, que son las fiestas de los Desposorios de Nuestra Señora. Pero a buen seguro que no vendrás tú por devoción, sino para disfrutar de todos los gentiles placeres y pecados.

– El monte es solitario y también necesitamos las humanales personas ver gente y beber vino. Además, bien me enseñó este frailón que Las Mondas fueron fiesta de gentiles antes que cristianas, así que, con cumplir con nuestros gentiles vicios, no hacemos sino recordar a aquellos que tuvieron hace siglos la gentil invención de tan buena función.

– Calla salvaje, que en algo tienes razón, aunque salga de boca tan sucia. Has de saber muchacho que antes de levantarse en el Prado la ermita a Nuestra Señora, tenían allí un templo los gentiles donde adoraban a la diosa Ceres que para ellos era, en su vana creencia, la que fertilizaba los campos. La ofrecían cestas adornadas con flores y espigas que contenían panecillos, como los que se reparten ahora el día de las fiestas de los Desposorios de la Virgen con San Joseph a las que, según algunos sabios, se dio esta vocación porque los antiguos celebraban en estos días las nupcias de Ceres y Plutón, dándose entonces a nefandas deshonestidades que solamente merecen el silencio y nada tienen que ver con la piadosa devoción de estas tierras por su Virgen. A esa diosa pagana, que los gentiles creyeron había enseñado a los hombres la agricultura, celebraban los romanos las fiestas de la cerealia, que también fueron fiestas eleusinas de misterios prohibidos para los no iniciados. Llevaban además en aquellos festejos antiguos una becerra con el coro de iniciados alrededor de las mieses con grandes danzas y regocijos. Las vírgenes iban ataviadas de limpias vestiduras blancas y coronadas de pámpanos y hojas de encina, como todavía adornan hoy su pelo las mujeres cuando vienen de coger la leña florida o cuando acompañan a la ofrenda de los toros a Nuestra Señora. Y otra similar costumbre en la fiesta de Mondas en nuestro tiempo es la de hacer los caballeros carreras con sus mejores monturas, como ya lo hacían los antiguos durante los juegos de circo con que acompañaban a las fiestas de Ceres Eleusina.

Diego miraba al fraile embobado, sin comprender casi nada, y cuando acabó su discurso le preguntó:

– Pero fray Pedro, vuesa merced todavía no me ha contado qué es una monda y porqué se llaman así estas fiestas de los Desposorios de la Virgen.

El monje, después de dar órdenes a unos hombres para que arrojaran sacos de arena a uno de los canales del molino para así dejarlo seco y poder reparar la rueda, respondió:

– Los antiguos ofrecían a la diosa Ceres sus vanos presentes de panales de cera pero, como habrás visto, hoy se ofrece a la Virgen del Prado un a modo de columna redonda y hueca de madera, tres cuartas de larga y dos de ancha, con sus remates dorados y pintados. Por fuera van adornados estos cilindros, como dicen los matemáticos, de unas celdillas hechas de cera de colores y dispuestas como los vasillos de un panal formando figuras de santos y otros religiosos motivos.

-Cierto es, que yo he visto cómo las fabrica Bartolomé, el herrero que vive frente a mi casa y que es tan diestro con los pinceles. Tiene escudillas con cera caliente de colores y con  un palito va colocando sobre la monda las celdillas, y a fe que quedan bien dispuestas, que estas mondas que hace mi vecino para la parroquia de San Miguel son las más bellas de todas las iglesias – dice el muchacho en el momento en que por el puente aparece un carro tirado por bueyes.

Todos los presentes van acercándose precedidos por maese Gregorio, el maestro de molineros que gobierna las aceñas del monasterio y que espeta con sorna al carretero:

– Menos mal que esta vez no habéis traído el carro lleno de estiércol, que el año pasado nos costó dejarnos las uñas en limpiarle para que quedara digno para llevar la ofrenda con el toro de molineros a Nuestra Señora. Este año hemos de enjalbejarle con la cal más fina que he podido comprar a los caleros de Montesclaros y, a fe mía, que habrá de quedar más blanco que la harina que molemos.

Los peones molineros, llenos de harina hasta las cejas, se llevan el carro y comienzan a frotarle con trapos y cepillos mientras uno de ellos anima el trabajo:

– ¡Vamos! Que este año serán más de ochenta los molinos de la tierra de   Talavera que pechen para comprar el toro y debe ser nuestro carro el que mejor represente a todos los oficios que acudan a la ermita.

– Sí – responde a voces Bonifacio- que el año anterior fuimos los cazadores los que llevamos el carro mejor engalanado. Ya lo visteis, aforrado con las pieles de conejos, gamos, venados y jabalíes, y colgando de sus palos las gavillas de palomas, perdices, tordos, zorzales y grullas. Además, el más apuesto de entre todos los que figuraban hacer oficios sobre las carretas enramadas no negaréis que era nuestro cazador, con su vestido de cuero y su ballesta. Aunque  he de reconocer que vuestro atrevimiento de llevar sobre el carro las piedras con el molinero picándolas también fue de mérito y muy aplaudido por la concurrencia, a pesar de que os hicieron falta seis bueyes para tirar de tanto peso.

Diego se entretiene curiosear en el interior del molino. Molestando por entre las piedras que giran a una velocidad endiablada a los molineros que se afanan llenando las tolvas con el trigo y recogiendo la harina en los costales, hasta que su tío se asoma a la puerta gritando entre el estruendo de las muelas:

– Apúrate muchacho, que tenemos que comer. Obedece o el domingo no irás a ver la soldadesca de los gallegos.

La jornada termina dando buena cuenta de una liebre que ha traído Boni y que él mismo ha preparado en su sangre, como lo hacen en los montes de La Jara.

El Domingo in Albis, Diego y sus amigos del barrio han ido a ver la procesión de los gallegos. Esperan en la Puerta de Toledo y notan que se aproximan cuando comienzan a escucharse las gaitas y los tamborinos que acompañan a su soldadesca vestida con grandes y lucidas galas en sus trajes militares. Llevan sobre uno de los carros un cirio de dieciséis arrobas de cera y en otros dos generosas ofrendas de todo lo más necesario para la ermita. Detrás desfilan más de veinte carretas colmadas de leña para el hospital.

Al pasar la comitiva Diego sonríe a una muchacha que ha visto cantar en su parroquia y que va con los otros gallegos bailando sus alegres pero extrañas danzas.

Uno de los caballeros que presencian el desfile comenta a las damas que le acompañan:

– Los gallegos son muchos en Talavera y, aunque ganan el pan en su mayor parte con el sudor de su frente, segando y con otros trabajos y fatigas, podéis contemplar cómo en este día son los más ricos de la villa por sus vestidos y por las ofrendas que llevan a la ermita.

La sonrisa de la muchacha ha conseguido que Diego se proponga venir sin falta a la otra ofrenda que harán los gallegos esa tarde, cuando desfilan con una vela en la mano cada uno, con nuevos presentes y no menos vistosamente engalanados.

CONTINUARÁ MAÑANA

MOLINOS DE ARRIBA O DEL PUENTE EN TALAVERA

Molinos del Primer Ojo del Puente

MOLINOS DE ARRIBA O DEL PUENTE EN TALAVERA

En el puente viejo hubo históricamente dos paradas molineras, una en el puente, también llamada «molinos de Arriba» y hoy ocupada por la central eléctrica, y otra en el primer ojo del puente. Ambas desaparecidas pero de las que nos queda algún testimonio histórico e imágenes y fotografías antiguas.

En 1142 Alfonso VII cede a la Catedral de Toledo la décima parte de sus rentas en Talavera entre las que se incluían las de sus molinos. En el siglo XIII, el monasterio de San Clemente de Toledo y los frailes de Calatrava son dueños de unos molinos “ so el alcaçar de Talabera junto al muro”[1].

Probablemente es esta la primera referencia a los molinos que después conoceríamos como “del Puente”, más concretamente  como “los del primer ojo del Puente” para no confundirlos con los molinos de Arriba, situados hacia la mitad del trazado del Puente Viejo de Talavera, justo donde hoy se encuentra la central hidroeléctrica (fig. 2). La rotura de la presa del Paredón hizo descender recientemente el nivel de las aguas del Tajo y pudo así observarse la existencia de un antiguo azud que daba movimiento a estas aceñas situadas junto a la muralla, que entonces era lamida por las aguas del río.

Molinos del Puente en un plano de navegación del siglo XVIII. Los molinos del Primer Ojo aparecen como perdidos y los otros como pertenecientes a los jerónimos. Las dos paradas tienen aspecto por la planta de aceñas de rueda vertical, aunque probablemente ya reconvertidos a molinos de regolfo

El Arzobispo Tenorio concede en el año 1397 a la orden de San Jerónimo varias dehesas y molinos de los que cuatro paradas habían sido recibidas en herencia de su madre[1]. Los molinos de Abajo junto a los de Arriba, situados en el puente, se mantuvieron en manos de los jerónimos, tan poderosos en Talavera, hasta el siglo XIX.

Los que hemos dado en denominar “molinos del primer ojo del puente” pertenecieron a los propios de la ciudad durante el siglo XVI, aunque en el siglo XV habían sido objeto de polémica por la pretensión del regidor Pero Suárez de Toledo de obtener la concesión del primer arco del puente para la construcción de unas aceñas, contra la opinión de otros regidores que apuntaron la conveniencia de que la obra quedase para la propia villa, pues podría convertirse en “ una de las principales e mayores rentas quel conçejo de la villa puede auer”[2] .

Molinos de arriba o del Puente en el dibujo de Van der Wingaerde del siglo XVI

Un grabado del siglo XVI de Van der Wyngaerde capta con detalle los dos molinos del puente. En los del “primer ojo” se pueden distinguir dos cuerpos con cuatro cárcavos, los molinos de Arriba aparecen como un gran edificio situado por encima del puente y hacia la mitad de su trazado, justo donde hoy se localiza la central eléctrica. Estos mismos molinos aparecen también en el plano de Talavera que dibuja Pedro Guerra en la obra “Anotaciones a la Historia de Talavera de Francisco de Soto” escrita durante el siglo XVII.[1]

Talavera y molinos del Puente en el plan de Navegación de Carducci del siglo XVII

En cuanto a los datos que nos aportan las ilustraciones de los proyectos de navegación del Tajo a su paso por Talavera, vemos que en 1641 no se reseñan los molinos del “ primer ojo” y que los molinos de Abajo, que aparecen como de Santa Catalina, tenían paradas en ambas orillas. Los molinos de Cabañuelas en esta época ya ni siquiera se señalan.

Postal que muestra los molinos de Arriba antes de convertirse en central eléctrica

Si observamos el plano del proyecto de 1755 figuran como molinos perdidos los del “primer ojo”, sin embargo los de Arriba sí aparecen y se percibe por su aspecto que son aceñas de tres cuerpos o tajamares. Los de Abajo no podemos verlos por no haber seguido los ingenieros más abajo de Talavera en este estudio de navegabilidad del Tajo (fig. 55).

Isla de los molinos en una postal de principios de siglo. Probablemente eran todavía molinos pero se habría instalado la turbina eléctrica en uno de sus edificios

A comienzos del siglo XIX debían estar arruinados todos los molinos del puente ya que en el proyecto de Cabanes de 1820 solamente aparecen los molinos de Abajo.

En varias ocasiones los molinos del viejo puente siguieron su misma suerte al ser arrasados por las numerosas crecidas del Tajo y así nos lo describe Francisco de Soto en su historia de Talavera. Nos señala también este autor la gran potencia de los molinos talaveranos que “ son suficientes para provechar la harina de Talavera sino también a muchos lugares de su tierra”.

Los molinos de Arriba vistos desde su parte trasera

[1] DE SOTO, F.: Opus cit. cap.5.

[1] JIMÉNEZ DE GREGORIO, F.: opus. cit. Los Pueblos de …Tomo IV, Talavera de la Reina

[2] SUÁREZ ÁLVAREZ, Mª. J.: opus cit. p.203.

[1] SUÁREZ ÁLVAREZ,Mº.J.: Opus cit, p. 335.

ROLLOS DE LA COMARCA (4) EL HORCAJO: CEBOLLA, SANCHÓN Y OTERO

 

ROLLOS DE LA COMARCA 4

EL HORCAJO: CEBOLLA, SANCHÓN Y OTERO

Rollo de Cebolla

Llamamos El Horcajo a la comarca que se sitúa en la «horca» que forman el Alberche y el Tajo.

El pueblo principal es Cebolla y como villa con su propia jurisdicción tiene en su entrada oeste erigido el rollo que fue erigido en época de los Reyes Católicos

El basamento es de planta circular con cuatro gradas sobre las que se apoya una base cuadrada y una pieza circular moldurada con filetes y toros sobre la que a su vez van cuatro tambores cilíndricos. Los canes se apoyan sobre un a modo de capitelmoldurado.

El remate es un pináculo cónico rematado en bola con restos metálicos de veleta. Tiene esculpido el blasón de los  señores de la villa los Álvarez de Toledo y más tarde los López de Ayala.

Rollo de Cebolla, detalle.

 

 

Pero también en término de Cebolla encontramos un despoblado llamado Sanchón del que apenas queda nada pero en cuyas inmediaciones hay una antigua construcción de ladrillo que se sitúa en un lugar conocido como «el rollo».

Este despoblado, al igual que otros cercanos como el castillo de Villalba, La Aldehuela o el mismo Sanchón fueron de propiedad templaria allá por el siglo XIII. No sabemos si este es un antiguo rollo de la primitiva Cebolla formada por estos despoblados o lo que es menos probable, que Sanchón llegara a ser villa. Es un simple fuste de ladrillo y argamasa de planta octogonal sin basamento que se encuentra junto a un camino entre olivares.

El Rollo de Sanchón

Otro de los rollos de esta subcomarca del Horcajo es otro rollo edificado en ladrillo que se encuentra en la pequeña villa de Otero.

Pertenecía al condado de Orgaz con la cabeza de señorío en Santa Olalla hasta que durante el reinado de Carlos II, en 1677, se independiza levantando el rollo.

Es una curiosa construcción de ladrillo con un fuste cilíndrico y un pináculo rematado actualmente con una cruzapuntada

Rollo de la villa de Otero

También podemos reseñar el rollo jurisdiccional de Alcabón de fuste octogonal con ganchos

LA PLAZA DE TOROS

LA PLAZA DE TOROS

La plaza de toros estuvo en principio unida a la ermita, cuyo hospital se financiaba con los festejos taurinos, especialmente los de Mondas

Siempre ha sido Talavera una ciudad vinculada al mundo del toro, que ya aparece en el mismo escudo de la ciudad, una población intensamente unida a la ganadería y que se integra en su prehistoria dentro del mundo vettón, el pueblo prerromano que dejó a su paso por la comarca decenas de esculturas zoomorfas representando en muchas de ellas al toro.

Planta de la plaza y la ermita en el siglo XIX. Ambas se encuentran todavía unidas y la plaza tiene planta cuadrada

Una de las más antiguas fiestas, de raíces milenarias, documentadas en España es la celebración más paradigmática de Talavera, la fiesta de Las Mondas que, al menos desde tiempos romanos, se encontraba unida a las “fiestas de toros”, celebrándose más tarde en cada parroquia corridas en las que se llegaban a matar hasta un total de veinticinco astados diarios en la villa. La plaza de toros estuvo unida además, hasta en el propio edificio, con la ermita y hospital de la Virgen del Prado, antiquísimo templo situado en el solar donde se veneraba a las diosas de la agricultura y la ganadería, Ceres y Pales, hace dos mil años.

La plaza de toros en una postal de principios del siglo XX

Tan importantes fueron las fiestas de toros en Talavera que se crearon en la villa los cargos de canónigo torero y regidor torero para coordinar los preparativos de estos festejos taurinos.

A mediados del siglo pasado la plaza pertenecía a la familia del que luego sería alcalde Justiniano Luengo. En 1885 es adquirida por Enrique González de Salamanca por 85.000 reales, como nos cuenta el historiador de la plaza Tiburcio Serrano. En 1889 se vuelve a vender a una sociedad anónima que preside Justiniano Luengo Quijano. En 1912 se saca a subasta por deudas no satisfechas y es adquirida por ocho socios de familias más o menos acaudaladas. En 1961 compra su parte a los diferentes copropietarios don Antonio González Vera.

Fotografía de los años veinte de la salida de los toros

En 1890 se acometen grandes reformas en la plaza, siendo reinaugurada con la faena  del padre de Joselito, Fernando Gómez “El Gallo”.  En 1958 se cierran todas las gradas y se amplía su aforo hasta los ocho mil  espectadores, quedando el coso con el aspecto que hoy tiene. Algún aficionado talaverano viéndola tan bien acabada dio en llamarla “la Caprichosa” y por este nombre se conoce desde entonces entre los taurinos locales a esta plaza donde, desde Pepe Hillo hasta hoy, han toreado todas las grandes figuras del toreo.

La plaza antes de cubrirde los tendidos de la mitad oriental de la plaza

“La Caprichosa” fue asimismo proclamada por la Federación de Asociaciones Taurinas de España como “Santuario de la Tauromaquia Española” debido a la muerte en ella de José Gómez Ortega “Joselito”.

Fotografía aérea de la plaza detoros en los años sesenta

BAJANDO LA CAÑADA Y CALZADA DEL PUERTO DEL PICO

BAJANDO LA CAÑADA Y CALZADA DEL PUERTO DEL PICO

Recorrido aproximado 23 kilómetros, 6 horas

En todas las rutas de las cañadas solamente se señala la ida del recorrido, sin la vuelta

El puerto del Pico ha sido desde la prehistoria el más transitado por las gentes, ganados y mercancías que querían ir de una meseta a otra, ya que es el más accesible, con sus 1352 metros, comparado con los puertos cercanos de Mijares o Serranillos que cuentan con 1570 y una mayor pendiente. Eso ha hecho que nos quede como huella de ese trasiego la calzada romana más larga y mejor conservada de todo el territorio peninsular. La Cañada Leonesa Occidental coincide en su trazado con esta calzada, lo que nos habla de la antigüedad de estas viejas vías trashumantes.

La cañada Leonesa Occidental discurre por la calzada romana en su descenso del puerto del Pico

En el mismo puerto comienza a descender esta impresionante vía histórica, pero debemos antes disfrutar de la vista que se contempla sobre todo el valle del señorío de Mombeltrán, con sus Cinco Villas repartidas por sus laderas, y al fondo las llanuras del valle del Tajo, La Jara y el Campo Arañuelo. En las inmediaciones del puerto vemos dos antiguos indicadores que nos dan la distancia a Ávila de 10 leguas y a Madrid 29 leguas, y sobre las praderas cercanas vemos erigido un monumento de dudoso gusto estético en el que se recuerda a los caídos de uno de los bandos en los combates que, para defender lugar tan estratégico, tuvieron lugar durante la Guerra Civil.

Calzada y cañada descienden del puerto del Pico

Un poco más abajo se hallan las ruinas del antiguo Portazgo, lugar que tenía una  finalidad  aduanera para el cobro de los impuestos que grababan a las mercancías y ganados que circulaban por nuestros caminos. Es un edificio de granito que tuvo que tener también una utilidad militar, ya que las ruinas nos muestran sillares bien trabajados y de buen tamaño, con pequeñas aberturas o troneras en sus muros destinados a dar mayor seguridad y facilitar la vigilancia del puerto

El macizo granítico del Torozo nos mira desde la altura en nuestro recorrido

El trazado de la calzada romana es sinuoso, con mayor pendiente que la carretera (15%) pero muy bien acabado en su solado, en los quites para desviar las corrientes de agua y en los pequeños puentes y alcantarillas que impedían su destrucción por las avenidas. También se ven en los tramos altos postes graníticos que tenían la finalidad de marcar el camino después de las nevadas, como actualmente se marcan con barras metálicas. Podemos observar su estructura, elevada sobre el terreno, con grandes bloques laterales que soportaban las piedras de la calzada. Va discurriendo por todo el valle pasando por Cuevas del Valle con unos tres kilómetros de trazado empedrado.

Después de atravesar bonitos bosques de castaño y algún pinar entramos en el primero de los cinco pueblos que salpican el valle, se trata de Cuevas del Valle que acredita su condición de villa por el rollo jurisdiccional que se levanta en la zona norte del casco urbano. No vamos a describir el patrimonio de los pueblos que atravesamos, pues ya lo hemos hecho en sus rutas respectivas encuadradas en el valle del Tiétar.

En Cuevas del valle se hacen ramos que se ofrecen el Domingo de Resurrección con dulces y pequeños regalos

Si no queremos cansarnos mucho, podremos recorrer la calzada descendiendo, dejando un vehículo en la Villa de Mombeltrán o en Cuevas y subiendo con otro coche hasta el puerto.

Va descendiendo luego hacia la Villa de Mombeltrán, pasando su caserío cerca de la garganta del Puerto al este del caserío. Todavía continúa por la zona más llana del valle hasta Ramacastañas, y aunque algunos tramos se han perdido por pasar sobre ellos la propia carretera, otros afloran en curvas y cambios de rasante, demostrándonos la importancia de esta vía de comunicación con más de dos mil años de antigüedad. Una vía romana que comunicaba la meseta norte con las dos calzadas  que desde Toletum (Toledo) y Caesaróbriga (Talavera) iban hasta Mérida.

Castilllo de la Villa de Mombeltrán

En Mombeltrán la cañada pasa junto al rollo, que se encuentra en su lado norte después de haber cruzado un puente sobre el arroyo del Herradero.

Más tarde pasamos por la iglesia en ruinas de Arroyocastaño, un despoblado junto al que hay una antigua venta que daba servicio a los trashumantes. Aquí se cobraba el portazgo por cada oveja merina que pasaba aunque varió durante el trascurso de la historia y hubo algunos problemas de competencia con el señor feudal de Mombeltrán. También vemos una ermita en ruinas que es la la antigua iglesia de la población.

Hospital de peregrinos y transeúntes de la Villa de Mombeltrán

Discurre después la cañada por el valle entre prados y arboledas dejando en ocasiones que veamos alguna alcantarilla de la calzada o algún pequeño tramo empedrado, sobre todo en las cuestas que sube antes de bajar hacia Ramacastañas, lugar donde también se controló en algunas épocas el trasiego ganadero y los impuestos respectivos, y que sigue teniendo esa función de dar comida y cama a los viajeros, igual que hacían sus habitantes hace siglos con los trashumantes.

Cruzado el río Ramacastañas, seguimos hasta el río Tiétar por un tramo en que la cañada está muy bien conservada en sus dimensiones.

ROLLOS DE LA COMARCA (3) LA JARA, VALDEPUSA Y LA CAMPANA DE OROPESA

ROLLOS  DE LA JARA Y LA CAMPANA DE OROPESA

El rollo de Espinoso del Rey, único en La Jara

Rollo de Espinoso del Rey
Rollo de Espinoso del Rey

En 1579, necesitado Felipe II de fondos para sus empresas bélicas, decide vender a los lugares de su reino el derecho a convertirse en villas independientes de sus señoríos.

El primero en separarse de Talavera, y por tanto del señorío arzobispal, fue el lugar de Espinoso pasando a estar bajo la jurisdicción real directa, de ahí el apellido “del Rey” que lleva nuestro pueblo. Como símbolo de la nueva condición de villa que toma se erige el rollo jurisdiccional. Los vecinos deciden comprar su independencia  al monarca alarmados porque un aventurero flamenco llamado Comelín intenta comprar el lugar para vendérselo a un noble talaverano. Con todo ceremonial se hace el amojonamiento del término que, por su aislada situación y cercanía a las sierras jareñas, siempre estuvo muy relacionado con los cuadrilleros de la Santa Hermandad Real y Vieja de Talavera que lo defendían de los bandoleros.

En el siglo XVI adquiere Espinoso su privilegio de villazgo y, como símbolo de la independencia judicial y administrativa que esto supone para el lugar, se erige el rollo en la plaza a la que da nombre. Está fabricado en granito con cuatro escalones en los que se asienta una basa y, sobre ella, un fuste de dos piezas rematado con moldura convexa y un pináculo bajo el que se insertan tres sencillos garfios de hierro con argollas en lugar de los habituales canecillos de piedra.

Rollo de Puente del Arzobispo

En la comarca de la Campana de Oropesa y las villas solamente quedan en pie los rollos jurisdiccionales de Puente del Arzobispo y el de El Torrico, aunque se ha levantado uno nuevo en Parrillas con motivo del quinto centenario de su privilegio de villazgo.

Rollo de Puente del Arzobispo, detalle.

En de Puente es junto al de Bayuela el más monumental de la comarca. Se trata de un rollo gótico sobre un basamento de planta cuadrada de cuatro gradas. Sobre él se apoya una basa compuesta de dos toros con collarete de decoración gótica de lacería y sobre ella un fuste de considerable altura compuesto de tambores octogonales. Es un rollo gótico tardío probablemente erigido durante el siglo XV.

Perrillo decorativo en el rollo de Puente del Arzobispo

Hacia la mitad del fuste podemos observar dos repisas u hornacinas y en lados contrapuestos dos curiosos perrillos labrados. También hay en el fuste un collarete de perlas.

Los canes conservan bastante bien el rostro, aunque dos de ellos son de aspecto más monstruoso y sobre ellos una pieza con blasones y un pináculo piramidal con remate también gótico con una bola.

Rollo de El Torrico

En la Villa de El Torrico también se conserva el rollo jurisdiccional que se apoya basamento de tres gradas de granito de planta cuadrada.  un cuarto peldaño sirve de apoyo directo a la basa que es circular y con moldura. El fuste  es cilíndrico y formado por seis tambores.

Los canes están bastante erosionados y en el segundo por arriba se esculpe un blasón. El remate es un tronco de cono. Podemos datarlo en la segunda mitad del siglo XV.

Reproducción moderna del rollo de Los Navalmorales

En el antiguo señorío de Valdepusa solamente podemos ver una reproducción del rollo de Los Navalmorales, uno de los pocos erigidos  en el siglo XVIII, que se ha recreado a partir de fotos antiguas con un fuste de una sola pieza y de considerable longitud y rematado con semiesfera gallonada.

LOS MOLINILLOS DE ARROYO DEL TÉRMINO DE TALAVERA

MolinIllos de Talavera, el entorno.

Antes de referirnos a los grandes molinos del Tajo en Talavera conoceremos algunos molinillos de arroyo que se situaban en las proximidades de la ciudad, concretamente sobre las pequeñas corrientes que descienden desde las sierrecillas de El Berrocal.

 

Molino de cubo del arroyo Malojo en El Casar de Talavera

Sobre el arroyo Malojo, en las cercanías de El Casar de Talavera, persisten las ruinas de un cubo sin referencias históricas (Ml 1). En el arroyo Bárrago he podido encontrar restos de hasta cinco molinos. Dos de ellos se localizaban en el término de Mejorada, el primero es de cubo (Ba 1), el segundo es de rampa con una presa paralela a la corriente (Ba 2). El tercero apenas es reconocible (Ba 3) pero parece haber sido también movilizado por una rampa y el cuarto mantiene todavía en pie un cubo y una rampa (Ba 4). El quinto se halla muy modificado por la construcción de una vivienda sobre sus ruinas (Ba 5). En el Catastro de Ensenada se documentan dos molinos en el Bárrago en término de Talavera pero pertenecen a vecinos de Mejorada[1].

Cuarto molinillo del arroyo Bárrago

También molieron dos ejemplares en el arroyo de la Portiña, fueron testigos de los momentos más violentos de la Batalla de Talavera contra las tropas napoleónicas ya que se encontraban en la misma línea de combate. Uno de ellos todavía deja ver en ruinas los restos de su cubo y de los muros. El otro parece haberse localizado en el lugar que hoy ocupa el paredón de la presa de abastecimiento de aguas a Talavera.

Tercer molinillo del arroyo Bárrago

En el libro de Mª Jesús Suárez Alvarez sobre “ Talavera en la Edad Media” se anota la existencia de un molino en La Portiña, en la colación de la parroquia de San Andrés. Su localización geográfica nos inclina a pensar en la existencia de este tercer ejemplar en un tramo más bajo y cercano al casco de la ciudad.

Restos de los molinos de la Portiña en un dibujo de 1909

En la Historia de Talavera de Francisco de Soto escrita en el siglo XVII, aparece una referencia a una fuente de Pepino tan caudalosa como para mover una rueda de molino y podría hacer alusión a la que da origen al arroyo de la Portiña[2]. En el siglo XIX, en el Diccionario de Madoz ya ni siquiera aparecen todos estos molinillos. Otro pequeño artificio, dinamitado en la postguerra, se podía ver en el arroyo Zarzueleja de Gamonal pero sus restos son hoy apenas reconocibles.(Zr 1).

Restos que quedan actualmente de uno de los molinos de la Portiña por debajo del murode la presa

RUTA DEL CERRO DE LOS MOROS

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Ermita de la virgen del Valle en Torrecilla de la Jara

 Recorrido aproximado 13 kilómetros, 4 horas

 Comenzaremos la excursión de hoy en la ermita de la Virgen del Valle,  muy cerca de Torrecilla de la Jara, que es de planta rectangular con una sola nave y la capilla mayor rematada en falsa bóveda con pinturas del siglo XVIII. La construcción data de 1673 aunque ha sufrido numerosas reformas. Está dotada de un campanil y un pórtico sujeto por siete pilares en la cara sur, aunque la entrada se realiza por otra puerta cubierta por un pórtico moderno.

Sin duda el más conocido de los festejos torrecillanos es la romería que el último domingo de Agosto celebran los lugareños y no pocas gentes de los pueblos cercanos hasta la ermita de la Virgen del Valle. Según la tradición se apareció a un porquerillo que estaba con su ganado en las orillas del río Fresnedoso y tanto se asustó el zagal, que con su honda disparó una piedra a la señora que se le aparecía, de manera que a este incidente achacan el hecho de que la imagen tenga una pequeña mancha en la mejilla, el hematoma producido por la rusticidad defensiva del pastor.

Leyenda de la aparición de la Virgen del valle que describimos en el texto y representada en azulejos en la ermita

El último domingo de agosto se celebra allí una interesante romería en la que además de las tradicionales pujas por las andas o por determinadas partes de la imagen, se baila una antigua danza que todavía se conserva aquí y en los pueblos aledaños como Retamoso, La Fresneda o San Bartolomé. Es el baile de La Pera al son del cual se recogen donativos de los danzantes que evolucionan en la pradera cercana a la ermita. También se levantan castillos humanos, no tan elevados como los de las fiestas catalanas, pero muy curiosos por lo  inhabitual de esta costumbre en nuestras latitudes.

Podemos encontrar en la excursión parajes como éste en el río Fresnedoso o el Sangrera

Medio kilómetro, bajando el río, en la orilla oeste se encuentra el Cerro de los Moros, donde todavía puede observarse una necrópolis visigoda desgraciadamente destrozada por desaprensivos «buscatesoros».

Desde allí seguimos el cauce del río Fresnedoso hasta llegar a la confluencia con el Sangrera, y unos cuatrocientos metros más abajo encontramos el bonito molino de agua de El Grajo que también fue pequeña fábrica de harinas movida por motor cuando faltaba caudal en el río. Por el margen derecho del río seguimos unos dos kilómetros y medio hasta el paraje de Cerro Gordo, donde hay unas magníficas vistas sobre el pequeño cañón del río que allí se forma. Si es tiempo en que corra el río podemos bajar a sus orillas y disfrutar de sus charcas y riberas. De vuelta ya pasaremos por Retamoso.

Página Talavera y su Tierra de Miguel Méndez-Cabeza Fuentes

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