UN VERRACO DOBLE Y OTRAS CURIOSIDADES DE EL BERCIAL
La finca que hoy se denomina El Bercial de San Rafael y que pertenece al patronato que financia el Hospital de San Rafael de Madrid tiene muestras de haber sido habitada desde antiguo. Así lo demuestran los dos curiosos verracos unidos por sus costados, como dos siameses, y otro más deteriorado también hallado en su término. Son muestra del aprovechamiento ganadero de sus pastos desde el tiempo de los vettones. La presencia romana se ha constatado por diferentes hallazgos de la época en su entorno, ya en el siglo XVIII una descripción dice «adviertense algunos vestigios o monumentos de haver habido poblaziones».
La fuente de La Solana tiene dos sepulcros por abrevaderos y en la fuente del Arco se aprecia un molino romano en su estructura. Pero la muestra más hermosa del paso de los romanos por El Bercial se encuentra encastrada en el muro del patio de la casa palacio, es la inscripción que aparece en la imagen que para algunos eruditos habla de la muerte en unas carreras de un joven romano y para otros dice que el individuo en cuestión murió joven, demasiado rápido. El último asentamiento se produce hace unas décadas cuando en parte de la finca expropiada se construye un poblado de colonización que aprovecha las vegas más próximas al embalse de Azután.
Alfonso VIII donó al Hospital del Rey de Burgos, regentado por el Monasterio de las Huelgas Reales de esa misma ciudad , la dehesa que entonces se conocía como «Real Vosque, Villa y Casa de Vercial». Su terreno se dividía en diez departamentos o millares donde pastaba la cabaña ganadera trashumante de ese hospital, una cabaña compuesta por catorce mil cabezas de ganado lanar que bajaba desde Burgos hasta el Bercial todos los inviernos.
En su término se encontraban los molinos de Ciscarros de la orilla norte del Tajo y el puente de Pinos que pertenecía al Convento de San Clemente de Toledo como la villa de Azután. Al ser una villa tenía su rollo y su horca, así como la iglesia parroquial y una casa palacio donde residía el Caballero Comendador que era el delegado de la abadesa del Monasterio de las Huelgas para administrar la cabaña ganadera. La campana del torreón tenía por fin » llamar a los pastores repartidos por la dehesa en el caso de verse acometidos en tal desierto de alguna invasión de gente de mal vivir o de algún incendio» también contaba con «fuertes y seguros calabozos con porzión de grillos y cadenas y todo género de prisiones. Los habitantes de los alrededores se beneficiaban de la finca con la recogida de criadillas de tierra muy valoradas en toda España y la corta de retamas destinadas a los hornos alfareros de Puente del Arzobispo.
Hemos llegado por el cordel a Alcolea de Tajo, a la izquierda del camino, al sur de la población, se encuentra el paraje de Vaciatrojes. Allí se han encontrado restos de animales prehistóricos en las excavaciones de una gravera. Se trata de huesos de mamut (Elephas Antiqus) y de cérvidos (Cervus Elaphus) datados en el cuaternario. Junto a ellos también se han hallado cantos rodados tallados por el hombre del paleolítico que cazaba en estas terrazas del Tajo.
Las fértiles tierras ribereñas de los grandes ríos estuvieron pobladas desde la prehistoria por lo que en estas estratégicas vegas de Alcolea, además de con los restos arqueológicos aludidos, podemos tropezarnos con yacimientos de la Edad del Bronce situados en elevaciones cercanas.
Los verracos de El Bercial o de El Rincón nos hablan de la presencia vetona durante la Edad del Hierro. En el próximo capítulo nos acercaremos al embalse de Azután y al yacimiento del cerro de la Mesa que es de la Edad del Hierro y tiene un aula de interpretación en El pueblo de El Bercial.
Los romanos dejaron también su impronta en la zona, como en la cercana finca Torrejón, situada junto a la cañada y cuyo nombre es sugerente de antiguas fortificaciones. En una fuente cercana se ha utilizado otro sepulcro antropomorfo como abrevadero. En la finca El Rincón se han encontrado capiteles labrados y columnas como muestra del paso de los visigodos.
La huella musulmana la lleva Alcolea en su propio nombre pues “Al- culay´a” quiere decir “el castillejo” en árabe. Tras la reconquista de la comarca, la que entonces se llamaba Alcolea de Talavera es cedida por Alfonso VI al arzobispo de Toledo D.Bernardo. Pero es en el siglo XIV cuando otro arzobispo vinculado a estas tierras por las propiedades de su madre doña Juana Duque, funda en la jurisdicción de Alcolea, como más tarde veremos, la Villafranca de la Puente del Arzobispo. Alcolea también estaba vinculada a los señores de Oropesa y eran ellos quienes nombraban a los justicias desde que el rey Felipe II, que la había recibido de los arzobispos toledanos, se la vendió a Cosme de Meneses, de la casa de Oropesa.
Desde la fundación de la Villafranca se fue desplazando el centro económico de la zona hacia el entorno del puente por el que cruzaban miles de peregrinos y ovejas merinas. Al mismo tiempo se fue desarrollando una importante actividad artesana en los alfares de Puente del Arzobispo que fue adquiriendo mayor número de pobladores y aumentando su caserío, aunque su expansión se encontró con el problema de la escasa extensión de su término, ya que Alcolea rodea completamente al pueblo de la cerámica verde.
Si damos un paseo por el caserío de Alcolea podemos observar que su arquitectura popular se caracteriza por el empleo del adobe y el tapial como material de construcción, es tal vez, junto a Alcañizo, la localidad de la comarca en la que este tipo de edificaciones en barro son más abundantes. De unas charcas cercanas se extraía el barro adecuado que se amasaba con paja para darle más consistencia y resistencia. Un molde llamado “gradilla” daba forma a cada uno de los adobes que más tarde se dejaban secar al sol.
El ladrillo nos habla también de las tradiciones mudéjares de la comarca y su expresión más hermosa es la original torre de la iglesia parroquial adornada con tres niveles de arquerías. Su advocación es la de Nuestra Señora de la Asunción y se celebra el 15 de Agosto, aunque la fiesta grande del pueblo se dedica a la Virgen de los Dolores el 12 de Mayo continuándose con la festividad de San Isidro el día 15 del mismo mes.
En cuanto a la artesanía, algunos de los talleres de cerámica de Puente se han instalado en el ámbito del pueblo hermano de Alcolea.
En el camino hacia Puente nos encontramos con algunas de las extracciones de arcillas que se utilizan en sus alfares y un buen puente de sillería sobre el arroyo de las Praderas por el que cruzaban las ganados trashumantes y los peregrinos que deambulaban por la Cañada Leonesa Oriental que venimos ahora recorriendo. Otro vetusto puentecillo salva casi en su desembocadura el arroyo de Bienvenida en cuyas riveras, a menos de dos kilómetros, “a dos tiros de ballesta”, por la carretera de Puente a Oropesa se sitúa la ermita de Nuestra Señora de Bienvenida. Se trata de un bonito edificio de considerables proporciones.
Tiene tres naves con bóveda de crucería gótica en la central. El conjunto se adorna con un porche de acceso bajo arcadas y algunos detalles de cerámica de Puente del Arzobispo. Según cuenta la tradición, la Virgen se apareció sobre una morera a un labrador mientras dormía. El hombre se despertó y se dirigió a la aparición diciendo “Bienvenida seáis” y de ahí el nombre de la advocación de la ermita. En las crónicas antiguas se dice que, como los vecinos de Alcolea tenían abandonado el lugar, las gentes de Puente comenzaron a cuidar de él, aunque la devoción a la imagen considerada milagrosa era grande en todos los pueblos vecinos que acudían a su romería.
Desde Calera y Chozas partimos en dirección oeste siguiendo el cordel que va paralelo a la carretera de Talavera a Valdeverdeja, coincidiendo incluso con su trazado en algunos tramos. El paisaje era desolador a la vista de muchos viajeros que pasaban en siglos pasados por estas llanuras limitadas por el valle del Tajo y las rañas que se prolongan desde las sierras jareñas si miramos hacia el sur y por las llanuras y el gran farallón a veces nevado de Gredos que se eleva majestuoso al norte, dominando por su altura el pico Almanzor.
Hoy día se intentan explotar estas tierras para el regadío mediante canalizaciones desde el río Tajo, pero antiguamente viajeros como Antonio Ponz decían: “Causa lástima ver cuán eriales son las tierras desde Calera hasta Puente del Arzobispo; siendo estas de excelente calidad, no se descubre sino tal cual casa de labranza, muy distantes unas de otras”.
Algunas de estas antiguas labranzas construidas con adobes mantienen sus arruinados muros lamidos por las aguas sobre colinas cercanas, pero otra gran parte de este territorio estuvo aprovechado para pastos pues toda la comarca era visitada por los ganados trashumantes que encontraban aquí las hierbas de invierno que las frías tierras de Castilla la Vieja o de León les negaban. Hasta aquí venían por ejemplo las cuarenta mil cabezas de ganado merino que bajaban a extremos desde Burgos enviadas cada otoño por el monasterio de las Huelgas Reales. Cerca del kilómetro veintiséis de la carretera parte hacia la izquierda una pista que nos acercará a un viejo edificio que se divisa al sur, se trata de las casas de El Bercial.
Alfonso VIII donó al Hospital del Rey de Burgos, regentado por el monasterio de las Huelgas Reales de esa misma ciudad, la dehesa que entonces se conocía como “Real Vosque, Villa y Casa de Vercial”. Su tierra se dividía en diez departamentos o millares donde pastaban las ovejas que eran propiedad del monasterio. Como tenía consideración de villa, tenía su rollo y su horca, así como la iglesia parroquial y una casa- palacio, actualmente en pie, donde residía el Caballero-Comendador, delegado de la abadesa del monasterio para administrar la cabaña. La campana del torreón tenía por fin “llamar a los pastores repartidos por la dehesa en el caso de ser acometidos en tal desierto de alguna invasión de gente de mal vivir o de algún incendio”. Contaban también con “fuertes y seguros calabozos con porzión de grillos y cadenas y todo género de prisiones”
Los habitantes de los alrededores se beneficiaban de la finca con la recogida de criadillas de tierra, muy valoradas en toda España, y con la corta de retamas destinadas a los hornos alfareros de Puente del Arzobispo. Esta actividad contribuiría sin duda a la deforestación que actualmente se observa en el paisaje de la zona. En su término se encontraban, sobre la orilla del Tajo, los antiguos molinos de Ciscarros y el puente de Pinos que pertenecía a las monjas de San Clemente de Toledo, señoras del pueblo de Azután.
Hoy día esta finca se denomina El Bercial de San Rafael y pertenece al patronato que financia al hospital de San Rafael de Madrid. Quedan muestras en su entorno de haber sido habitado el territorio desde antiguo, como demuestran los dos curiosos verracos unidos por el costado a modo de siameses y otro más deteriorado, esculturas zoomorfas que nos hablan de las raíces célticas de estas tierras que antes de los romanos estuvieron habitadas por los vetones que las esculpieron. Varios son los hallazgos romanos de los alrededores, como la fuente de La Solana, que cuenta con dos sepulcros antropomorfos por abrevadero, o la fuente de El Arco, en la que se aprecia una piedra de molino romana formando parte de su estructura. Pero sin duda la pieza más valiosa se encuentra encastrada en el muro del hermoso patio del palacio. Se trata de una inscripción sobre mármol que según algunos eruditos se refiere a la muerte de un joven en unas carreras y para otros dice que el individuo en cuestión murió joven, demasiado rápidamente.
En el entorno del muro del embalse de Azután hay dos yacimientos arqueológicos que visitaremos así como el aula de interpretación de los mismos que se halla en el poblado de El Bercial, uno de esos «pueblos nuevos» de colonización para a continuación visitar el pueblo de Alcolea siguiendo con la cañada.
Cerca del muro del embalse, se sitúan dos importantes yacimientos arqueológicos que están siendo excavados actualmente, uno de ellos es el llamado de Puente Pino, pertenece al paleolítico y está junto al aparcamiento de la presa, dentro de un pinar. Se han encontrado en su estudio numerosos útiles tallados de piedra.
Recorrido aproximado 14 kilómetros (con desviación a El Bercial de San Rafael y a los yacimientos de la presa de Azután), 6 horas.
La cañada cruza la carretera de Talavera a Puente del Arzobispo y, unos quinientos metros después, podemos desviarnos de la cañada si lo deseamos y tomar un camino que nos llevará al Bercial de San Rafael.
Alfonso VIII donó al Hospital del Rey de Burgos, regentado por el monasterio de las Huelgas Reales de esa misma ciudad, la dehesa que entonces se conocía como “Real Vosque, Villa y Casa de Vercial”. Su tierra se dividía en diez departamentos o millares donde pastaban las ovejas que eran propiedad del monasterio. Como tenía consideración de villa, tenía su rollo y su horca, así como la iglesia parroquial y una casa-palacio, actualmente en pie, donde residía el Caballero-Comendador, delegado de la abadesa del monasterio para administrar la cabaña. La campana del torreón tenía por fin “llamar a los pastores repartidos por la dehesa en el caso de ser acometidos en tal desierto de alguna invasión de gente de mal vivir o de algún incendio”. Contaban también con “fuertes y seguros calabozos con porzión de grillos y cadenas y todo género de prisiones”.
Los habitantes de los alrededores se beneficiaban de la finca con la recogida de criadillas de tierra, muy valoradas en toda España, y con la corta de retamas destinadas a los hornos alfareros de Puente del Arzobispo. Esta actividad contribuiría sin duda a la deforestación que actualmente se observa en el paisaje de la zona. En su término se encontraban, sobre la orilla del Tajo, los antiguos molinos de Ciscarros y el puente de Pinos que pertenecía a las monjas de San Clemente de Toledo, señoras del pueblo de Azután.
Hoy día esta finca se denomina El Bercial de San Rafael y pertenece al patronato que financia al hospital de San Rafael de Madrid. Quedan muestras en su entorno de haber sido habitado el territorio desde antiguo, como demuestran los dos curiosos verracos unidos por el costado a modo de siameses y otro más deteriorado, tres esculturas zoomorfas que nos hablan de las raíces célticas de estas tierras que antes de los romanos estuvieron habitadas por los vettones que las esculpieron. Varios son los hallazgos que confirman la presencia romana en los alrededores, como la fuente de La Solana, que cuenta con dos sepulcros antropomorfos por abrevadero, o la fuente de El Arco, en la que se aprecia una piedra de molino romana formando parte de su estructura. Pero sin duda la pieza más valiosa se encuentra encastrada en el muro del hermoso patio del palacio. Se trata de una inscripción sobre mármol que según algunos eruditos se refiere a la muerte de un joven en unas carreras y según otros dice que el individuo en cuestión murió joven, demasiado rápidamente.
El último asentamiento se produce hace unas décadas cuando, en una parte expropiada de la finca, se construye un poblado del Instituto Nacional de Colonización, para aprovechar así las vegas más próximas al embalse de Azután, otro de los “pueblos nuevos” similar a los de Talavera la Nueva o Alberche del Caudillo.
UN PASEO HASTA EL EMBALSE DE AZUTÁN Y SUS YACIMIENTOS ARQUEOLÓGICOS
Andando podemos acercarnos desde Alcolea hasta el muro de hormigón que embalsa desde 1969 las aguas del Tajo para la producción de energía eléctrica. El inmenso lago artificial llega en su reculaje casi hasta Talavera, poco antes ya hemos hablado de la riqueza en avifauna de las llamadas “tablillas” de Azután junto al camino del Barro o en el reculaje de la desembocadura del Jébalo. Un ecosistema lacustre artificial que se prolonga hasta aquí y en el que asientan colonias de garcillas bueyeras, martinetes, garcetas, avetorillo, avetoro, garza imperial, calamón, aguilucho lagunero y pájaro moscón. En invierno anátidas de diferentes especies, grullas, cormoranes o águilas pescadoras alegran con su bullicio este gran lago mesetario.
El río discurre entre los más encajados riberos de Calera y Aldeanueva de Barbarroya en la otra orilla. Antes del embalse, el agua corría por estos parajes en “rapidos furiosos” que amedrentaban a los ingenieros que desde el siglo XVI recorrieron el río para intentar hacerlo navegable. Bajo sus aguas se encuentran los antiquísimos molinos de Ciscarros, una calzada romana o el puente Pinos que servía para cruzar el río antes de que el arzobispo Tenorio construyera el suyo. Estos riberos son un magnífico lugar para la práctica de la pesca y del piragüismo, disfrutando de la fauna que se concentra en sus encinares y acebuchales.
El próximo viernes visitaremos los dos yacimientos arqueológicos y el pueblo de Alcolea
Nuevo capítulo sobre nuestra historia en relación con nuestros ríos. Hoy, ya en la edad del hierro, el pueblo vettón, que ocupó nuestro territorio antes de la llegada de los romanos.
Sobre el sustrato del anterior periodo orientalizante, sobre esas culturas de transición de la Edad del Bronce a la del Hierro que lo conformaron, irán incidiendo corrientes culturales mediterráneas y centroeuropeas que, al mezclarse con las variadas peculiaridades autóctonas, irán conformando la personalidad de los pueblos protohistóricos que van a encontrar los romanos a su llegada a Hispania en general, y a nuestra tierra en particular. Se produce durante este periodo una progresiva «celtización», una mayor influencia centroeuropea, cultural e incluso étnica, sobre unos pueblos que, como hemos visto en el capítulo anterior, ya venían recibiendo desde el suroeste de la península las influencias orientalizantes mediterráneas de pueblos fenicios y de los griegos a través de Tartessos.
Nuestra comarca, también en esta época histórica, se comporta como tierra fronteriza entre diversos pueblos. Los carpetanos, los lusitanos y sobre todo los vettones, ya que es en el ámbito de este mundo vettón, de la llamada cultura de los verracos, donde más cómodamente podemos situar a esta tierra, y así lo apunta Estrabón (III, 3, 1). Los datos de Plinio, los estudios ya clásicos de Boch-Gimpera y Caro Baroja, junto con las aportaciones de investigaciones arqueológicas recientes nos permiten conocer de manera más clara su existencia.
Carpetanos y vettones, podemos considerar que tenían unidades culturales poco diferenciadas, llevaban formas de vida arcaicas, si los comparamos con otros pueblos de la celtiberia, manteniendo elementos culturales de origen precéltico, incluso la lengua. Caro Baroja traza la divisoria entre los carpetanos y los vettones mediante una línea recta que discurriera a mitad de camino entre Toledo y Talavera y creo que es correcta su observación, pues esa línea coincide precisamente con el territorio en el que se han hallado verracos de piedra y así mismo con la línea que los romanos tomaron como frontera de su provincia lusitana.
Trasladando esto a época actual diríamos que en general las tierras de Talavera fueron vettonas y las tierras de Toledo carpetanas.
Se dedicaban estos antepasados vettones a actividades eminentemente ganaderas, en esencia pastoriles y disponían de terrenos comunales claramente diferenciados para cada aldea, donde pastaban sus ganados aprovechando las ricas dehesas. Ésta enraizada dedicación a la actividad pecuaria será característica peculiar de nuestra tierra hasta la actualidad.
Los vettones vivían según Plinio y Estrabón “circa Tagus” y era nuestro río el eje de su territorio, como lo consideran también los arqueólogos que han excavado el yacimiento de La Mesa, junto al embalse de Azután: “Es en este momento cuando se tienen muestras de la auténtica articulación del territorio, teniendo como eje el cauce del río y sus zonas de vadeo”
Sus poblados, casi siempre en lugares altos, estaban fortificados con murallas, a veces, con más de un recinto, separando la parte interior, más elevada y donde se encontraban las viviendas, de la exterior, que a la par de defensa, servía para encerrar y proteger sus ganados en caso de ataque. Sus construcciones no guardaban regularidad y empleaban como elementos fundamentales la piedra en la base del muro sobre la que levantaban el resto de la pared con adobe o tapial. El barro servía como argamasa y los techos eran de madera y escobones o retamas. Se sentaban sobre bancos corridos y en el centro de la vivienda se instalaba el hogar. Esos poblados elevados y fortificados junto a los ríos son los denominados castros, que tanto han marcado la toponimia de nuestras comarcas, en las que por doquier aparecen parajes y pueblos con nombres como castro, castrillo, castrejón y de los que Talavera también pudo ser un ejemplo situado en la confluencia del Tajo y La Portiña, y así lo atestiguaría el verraco embutido en la Torre del Polvorín. Otro castro que está siendo estudiado se sitúa también junto al río cerca de El Bercial, en Alcolea de Tajo, muy cerca del embalse de Azután. Bajo el pantano estaba el antiguo vado de Puente Pinos.
El castro está amurallado, con dos recintos levantados en piedra con taludes que la refuerzan y con torres de diferente planta. En el interior se encuentran varias fases de población iniciándose en la fase orientalizante anterior de la que se han hallado significativos elementos cerámicos. Hay como en otros yacimientos de esta época muestras de haberse desarrollado una industria metalúrgica doméstica en pequeños hornos caseros. También se han hallado cerámicas griegas que subieron hasta aquí con la influencia tartéssica. Se han encontrado numerosos huesos que nos hablan del predominio de la ganadería en la economía vettona.
Otros yacimientos similares son el de arroyo Manzanas, el de Cerro Torrejón en la desembocadura del Cedena en el Tajo, o el del El Raso junto a la garganta de Alardos, por citar algunos cercanos. Sin embargo, el yacimiento que en la Edad del Hierro II tiene una mayor importancia en las tierras de Talavera es el de arroyo Manzanas, cuya importancia supera el interés local porque puede aportar datos que servirían para dilucidar algunos de los problemas planteados por las culturas protohistóricas del occidente peninsular.
Este yacimiento al sudeste de Talavera, en los Cerros de la Raña y dando vista al Tajo, es el asenta-miento vettón más cercano que conocemos. Se sitúa el yacimiento en las elevaciones erosionadas con las típicas cárcavas de las terrazas del río, dominando las fértiles vegas entre Talavera y Las Herencias. Los primeros hallazgos se remontan al año 1924 cuando unos gañanes encontraron cántaros de barro en cuyo interior había restos humanos calcinados. Prospecciones sistemáticas posteriores nos han descubierto poblados instalados en lo alto de tres cerros que están trazados a partir de habitaciones de planta rectangular con gran abundancia de materiales: cerámicos, huesos, fragmentos de metal y escorias, todo ello en fase de estudio. También se ha localizado lo que puede ser una necrópolis de urnas para sus fases de ocupación desde el bronce final hasta que en el siglo II antes de Cristo. Cuando llegan los romanos fuerzan el traslado de los pueblos que ocupan situaciones estratégicas o fortificadas a los valles donde es más difícil su defensa. El propio nombre de Talavera en época romana (Caesaróbriga) nos orienta hacia su origen céltico, debido a la terminación en –briga, que parece significar población fortificada.
Este asentamiento del arroyo Manzanas tiene también el interés de contar con numerosos paralelos culturales con el castro de El Raso en Candeleda, aunque hay así mismo diferencias notables, como por ejemplo el entorno que en el caso abulense es más apropiado para la ganadería mientras que el talaverano estaría más vinculado a actividades agrícolas y mineras, sin descontar la actividad de intercambio por situarse en lugar de obligado paso en las comunicaciones antiguas. La actividad metalúrgica parece estar confirmada por el hallazgo de moldes, crisoles y restos de útiles metálicos; se ha vinculado esta actividad con los yacimientos y antiquísimas extracciones mineras de La Jara.
Otro de estos yacimientos es el del cerro Torrejón de Malpica de Tajo, donde encontramos cerámicas de clara influencia de las culturas de la meseta superior, digamos que más castreña, más céltica, del tipo de las enmarcadas en el ámbito de la llamada cultura de Cogotas II, nombre de un prototípico yacimiento cercano a Ávila.
Pero por otra parte, también se encuentran cerámicas de las llamadas «ibéricas» con referenciasen asentamientos andaluces de adscripción tartéssico-turdetanas.
También las fuentes clásicas hablan de la riqueza en oro de las aguas del Tajo y tampoco debemos olvidar la gran producción de oro de las minas de oro de La Nava de Ricomalillo desde hace siglos, además de las muchas vetas minerales que podían ser explotadas al sur de nuestro río.
Más dudosas son las adscripciones a la Edad del Hierro de otros hallazgos dispersos por la comarca, como por ejemplo las fortificaciones del posible castro situado en las cumbres de la Sierra de la Estrella, o ciertos hallazgos cerámicos de Navalmoralejo, Alcaudete o Belvis.
Clara influencia céltica observamos en su culto a los elementos de la naturaleza, ritos funerarios con incineración de los muertos, exposición a la intemperie de los cadáveres de los guerreros para que los comieran los buitres y desarrollo de la hospitalidad con los extranjeros, considerados como enviados de los dioses.
El grado de riqueza lo medían por el número de cabezas de ganado que cada familia poseía. Recolectaban productos silvestres, y era escasa su dedicación a la agricultura, aunque hacían incursiones belicosas contra los pueblos labradores vecinos para apoderarse de su cereal. Es de destacar el uso sistemático que hacen del hierro, tanto para aperos de trabajo como para las armas, que incluso eran alabadas por los romanos por su dureza y flexibilidad.
De las familias más poderosas salían los personajes más destacados, que gobernaban los poblados, tomando las decisiones a través de asambleas populares.
Parece que pronto estos pueblos del occidente, sobre todo los vettones, con fama de guerreros bravos y fieros, colaboraron con los romanos, viendo la imposibilidad de vencerlos, incluso, integrándose en sus ejércitos: «los vettones, que fueron los primeros que compartieron con los romanos la vida de campamento», que decía Estrabón, romanizándose después de manera paulatina y pacífica. De esta convivencia surge la famosa anécdota que relata Estrabón cuando un grupo de vettones «viendo una vez a ciertos centuriones ir y venir en la guardia, como paseándose, creyeron que se habían vuelto locos y quisieron llevárselos a sus tiendas, pues no concebían otra actitud que la de estar tranquilamente sentados o la de combatir». Hay un mito que aparece en varias fuentes clásicas que nos habla de cómo los vettones y lusitanos eran magníficos jinetes y montaban caballos especialmente rápidos. Los caballos del Tajo, situados para unos autorfes en la desembocadura y para otros en nuestro territorio, eran tan rápidos debido a las magníficas yegüas que parían veloces potros por ser fecundadas a las orillas de nuestro río por el céfiro, el viento del oeste. Recomendamos la visita al castro de La Mesa en El Bercial con su aula de interpretación en el pueblo y la del Castro de El Raso.
Uno de los elementos culturales más característicos del área vettona serán las grandes y toscas esculturas en piedra de animales (jabalíes, osos, cerdos, toros) relacionadas con cultos ganaderos que se ha denominado «cultura de los verracos», de los cuales hablaremos en el próximo capítulo.
Página Talavera y su Tierra de Miguel Méndez-Cabeza Fuentes
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