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EL CASTRO DE EL RASO 

EL CASTRO DE EL RASO
Reconstrucción de dos de las viviendas vettonas del castro de El Raso
En otro capítulo conoceremos algunos aspectos del patrimonio de Candeleda relacionados con la arqueología, pero sin duda el yacimiento más importante que podemos visitar es el castro celta de El Raso, pequeño pueblo perteneciente a su ayuntamiento.
Aunque el yacimiento se conoce desde antiguo, es en las dos últimas décadas cuando se han acometido las excavaciones más importantes que han descubierto un poblado vettón que tal vez sea el de mayor entidad de los conocidos actualmente y el que ha dado más datos sobre este pueblo prerromano.

 

Panel que recrea el interior de una vivienda en el castro de El Raso
Tiene varias zonas excavadas. En una de ellas, la más extensa, han quedado al descubierto numerosas viviendas que presentan la misma estructura, con planta rectangular y con una dependencia principal en la que los habitantes de la casa se sentaban en un banco corrido delante del hogar, que se sitúa en el centro de la habitación. Allí comían pasándose los alimentos de unos a otros. La vivienda tenía otras pequeñas habitaciones que servían tanto de cuadra como de almacén o lugar de trabajo para telares u otras actividades artesanas.

Recientemente se ha excaado la zona sureste de la muralla y el bastión que se encuentra en la zona más elevada. Vale la pena recorrerlo e incluso llegar a otra estructura fuera de la muralla por encimadel bastión donde se encuentra el llamado «castillejo»

Muralla y zona excavada donde se halló el tesorillo que se comenta en el texto

También hay construcciones de planta circular que probablemente servían como silos o almacén, y hornos que delatan la dedicación a actividades metalúrgicas de sus habitantes, aunque, como es sabido, su principal dedicación era la ganadería y por ello esculpían su manifestación artística más conocida, los verracos de piedra que se encuentran salpicados por toda nuestra geografía y que parece ser eran una especie de grandes amuletos que protegían a los ganados, por lo que aparecen en ocasiones a las puertas de sus corrales. Dos de las casas excavadas han sido reconstruidas.

Otra de las zonas excavadas en el castro junto a las viviendas reconstruidas.

Entre los objetos hallados se encuentra un tesorillo localizado en la entrada de una de las viviendas, bajo las cenizas de destrucción de la misma, que se produjo probablemente en el momento del asalto de la población por los romanos. Otra de las zonas excavadas se encuentra en la parte más elevada del yacimiento y cuenta con un bastión que defiende una de las puertas de la muralla, la cual circunda a todo el núcleo urbano y ha sido también excavada en algunos tramos. Pero la mayor riqueza de armas, cerámica, ornamentos etc. ha sido encontrada en la necrópolis, donde se enterraron los restos de sus muertos.

Armas vettonas halladas en las excavaciones

Este pueblo adoraban entre otros a un dios innominado al que cantaban en las noches de plenilunio, según nos cuenta Estrabón, y eran magníficos soldados que resistieron con fuerza a los romanos, para después incorporarse a sus ejércitos como mercenarios.

Cerámica y piedras de molino halladas en las excavaciones

En El Raso podemos visitar un pequeño pero interesante museo sobre el castro de El Raso y otros cercanos, así como las pinturas rupestres que se encuentran próximas al yacimiento. Muchos de los elementos hallados en las excavaciones se encuentran en el museo de Ávila, pero aquí también hay algunas de ellas de interés así como algunas reproducciones. Mostramos a continuación algunas de ellas.

Pieza de bronce romana hallada en El Raso

RÍOS DE HISTORIA, LOS VETTONES

LOS VETTONES

Nuevo capítulo sobre nuestra historia en relación con nuestros ríos. Hoy, ya en la edad del hierro,  el pueblo vettón, que ocupó nuestro territorio antes de la llegada de los romanos.

Bocado de hierro del atalaje de un caballo hallado en el castro de El Bercial
Bocado de hierro del atalaje de un caballo hallado en el castro de El Bercial

Sobre el sustrato del anterior periodo orientalizante, sobre esas culturas de transición de la Edad del Bronce a la del Hierro que lo conformaron, irán incidiendo corrientes culturales mediterráneas y centroeuropeas que, al mezclarse con las variadas peculiaridades autóctonas, irán conformando la personalidad de los pueblos protohistóricos que van a encontrar los romanos a su llegada a Hispania en general, y a nuestra tierra en particular. Se produce durante este periodo una progresiva «celtización», una mayor influencia centroeuropea, cultural e incluso étnica, sobre unos pueblos que, como hemos visto en el capítulo anterior, ya venían recibiendo desde el suroeste de la península las influencias orientalizantes mediterráneas de pueblos fenicios y de los griegos a través de Tartessos.

Nuestra comarca, también en esta época histórica, se comporta como tierra fronteriza entre diversos pueblos. Los carpetanos, los lusitanos y sobre todo los vettones, ya que es en el ámbito de este mundo vettón, de la llamada cultura de los verracos, donde más cómodamente podemos situar a esta tierra, y así lo apunta Estrabón (III, 3, 1). Los datos de Plinio, los estudios ya clásicos de Boch-Gimpera y Caro Baroja, junto con las aportaciones de investigaciones arqueológicas recientes nos permiten conocer de manera más clara su existencia.

Carpetanos y vettones, podemos considerar que tenían unidades culturales poco diferenciadas, llevaban formas de vida arcaicas, si los comparamos con otros pueblos de la celtiberia, manteniendo elementos culturales de origen precéltico, incluso la lengua. Caro Baroja traza la divisoria entre los carpetanos y los vettones mediante una línea recta que discurriera a mitad de camino entre Toledo y Talavera y creo que es correcta su observación, pues esa línea coincide precisamente con el territorio en el que se han hallado verracos de piedra y así mismo con la línea que los romanos tomaron como frontera de su provincia lusitana.

Lámina del museo de El bercial que reproduce la vida cotidiana en el castro
Lámina del museo de El bercial que reproduce la vida cotidiana en el castro

Trasladando esto a época actual diríamos que en general las tierras de Talavera fueron vettonas y las tierras de Toledo carpetanas.

Se dedicaban estos antepasados vettones a actividades eminentemente ganaderas, en esencia pastoriles y disponían de terrenos comunales claramente diferenciados para cada aldea, donde pastaban sus ganados aprovechando las ricas dehesas. Ésta enraizada dedicación a la actividad pecuaria será característica peculiar de nuestra tierra hasta la actualidad.

Los vettones vivían según Plinio y Estrabón “circa Tagus” y era nuestro río el eje de su territorio, como lo consideran también los arqueólogos que han excavado el yacimiento de La Mesa, junto al embalse de Azután: “Es en este momento cuando se tienen muestras de la auténtica articulación del territorio, teniendo como eje el cauce del río y sus zonas de vadeo”

Sus poblados, casi siempre en lugares altos, estaban fortificados con murallas, a veces, con más de un recinto, separando la parte interior, más elevada y donde se encontraban las viviendas, de la exterior, que a la par de defensa, servía para encerrar y proteger sus ganados en caso de ataque. Sus construcciones no guardaban regularidad y empleaban como elementos fundamentales la piedra en la base del muro sobre la que levantaban el resto de la pared con adobe o tapial. El barro servía como argamasa y los techos eran de madera y escobones o retamas. Se sentaban sobre bancos corridos y en el centro de la vivienda se instalaba el hogar. Esos poblados elevados y fortificados junto a los ríos son los denominados castros, que tanto han marcado la toponimia de nuestras comarcas, en las que por doquier aparecen parajes y pueblos con nombres como castro, castrillo, castrejón y de los que Talavera también pudo ser un ejemplo situado en la confluencia del Tajo y La Portiña, y así lo atestiguaría el verraco embutido en la Torre del Polvorín. Otro castro que está siendo estudiado se sitúa también junto al río cerca de El Bercial, en Alcolea de Tajo, muy cerca del embalse de Azután. Bajo el pantano estaba el antiguo vado de Puente Pinos.

El castro está amurallado, con dos recintos levantados en piedra con taludes que la refuerzan y con torres de diferente planta. En el interior se encuentran varias fases de población iniciándose en la fase orientalizante anterior de la que se han hallado significativos elementos cerámicos. Hay como en otros yacimientos de esta época muestras de haberse desarrollado una industria metalúrgica doméstica en pequeños hornos caseros. También se han hallado cerámicas griegas que subieron hasta aquí con la influencia tartéssica. Se han encontrado numerosos huesos que nos hablan del predominio de la ganadería en la economía vettona.

Otros yacimientos similares son el de arroyo Manzanas, el de Cerro Torrejón en la desembocadura del Cedena en el Tajo, o el del El Raso junto a la garganta de Alardos, por citar algunos cercanos. Sin embargo, el yacimiento que en la Edad del Hierro II tiene una mayor importancia en las tierras de Talavera es el de arroyo Manzanas, cuya importancia supera el interés local porque puede aportar datos que servirían para dilucidar algunos de los problemas planteados por las culturas protohistóricas del occidente peninsular.

Castro del Raso en Candeleda. Las murallas y parte del poblado excavado
Castro del Raso en Candeleda. Las murallas y parte del poblado excavado

Este yacimiento al sudeste de Talavera, en los Cerros de la Raña y dando vista al Tajo, es el asenta-miento vettón más cercano que conocemos. Se sitúa el yacimiento en las elevaciones erosionadas con las típicas cárcavas de las terrazas del río, dominando las fértiles vegas entre Talavera y Las Herencias. Los primeros hallazgos se remontan al año 1924 cuando unos gañanes encontraron cántaros de barro en cuyo interior había restos humanos calcinados. Prospecciones sistemáticas posteriores nos han descubierto poblados instalados en lo alto de tres cerros que están trazados a partir de habitaciones de planta rectangular con gran abundancia de materiales: cerámicos, huesos, fragmentos de metal y escorias, todo ello en fase de estudio. También se ha localizado lo que puede ser una necrópolis de urnas para sus fases de ocupación desde el bronce final hasta que en el siglo II antes de Cristo. Cuando llegan los romanos fuerzan el traslado de los pueblos que ocupan situaciones estratégicas o fortificadas a los valles donde es más difícil su defensa. El propio nombre de Talavera en época romana (Caesaróbriga) nos orienta hacia su origen céltico, debido a la terminación en –briga, que parece significar población fortificada.

Este asentamiento del arroyo Manzanas tiene también el interés de contar con numerosos paralelos culturales con el castro de El Raso en Candeleda, aunque hay así mismo diferencias notables, como por ejemplo el entorno que en el caso abulense es más apropiado para la ganadería mientras que el talaverano estaría más vinculado a actividades agrícolas y mineras, sin descontar la actividad de intercambio por situarse en lugar de obligado paso en las comunicaciones antiguas. La actividad metalúrgica parece estar confirmada por el hallazgo de moldes, crisoles y restos de útiles metálicos; se ha vinculado esta actividad con los yacimientos y antiquísimas extracciones mineras de La Jara.

Vista de las excavaciones del castro de El Bercial con el Tajo al fondo.
Vista de las excavaciones del castro de El Bercial con el Tajo al fondo.

Otro de estos yacimientos es el del cerro Torrejón de Malpica de Tajo, donde encontramos cerámicas de clara influencia de las culturas de la meseta superior, digamos que más castreña, más céltica, del tipo de las enmarcadas en el ámbito de la llamada cultura de Cogotas II, nombre de un prototípico yacimiento cercano a Ávila.

Pero por otra parte, también se encuentran cerámicas de las llamadas «ibéricas» con referenciasen asentamientos andaluces de adscripción tartéssico-turdetanas.

También las fuentes clásicas hablan de la riqueza en oro de las aguas del Tajo y tampoco debemos olvidar la gran producción de oro de las minas de oro de La Nava de Ricomalillo desde hace siglos, además de las muchas vetas minerales que podían ser explotadas al sur de nuestro río.

Más dudosas son las adscripciones a la Edad del Hierro de otros hallazgos dispersos por la comarca, como por ejemplo las fortificaciones del posible castro situado en las cumbres de la Sierra de la Estrella, o ciertos hallazgos cerámicos de Navalmoralejo, Alcaudete o Belvis.

Clara influencia céltica observamos en su culto a los elementos de la naturaleza, ritos funerarios con incineración de los muertos, exposición a la intemperie de los cadáveres de los guerreros para que los comieran los buitres y desarrollo de la hospitalidad con los extranjeros, considerados como enviados de los dioses.

Bastión de la muralla del castro de Puente Pinos en El Bercial
Bastión de la muralla del castro de Puente Pinos en El Bercial

El grado de riqueza lo medían por el número de cabezas de ganado que cada familia poseía. Recolectaban productos silvestres, y era escasa su dedicación a la agricultura, aunque hacían incursiones belicosas contra los pueblos labradores vecinos para apoderarse de su cereal. Es de destacar el uso sistemático que hacen del hierro, tanto para aperos de trabajo como para las armas, que incluso eran alabadas por los romanos por su dureza y flexibilidad.

De las familias más poderosas salían los personajes más destacados, que gobernaban los poblados, tomando las decisiones a través de asambleas populares.

Recreación de la vida cotidiana en el Castro de El Raso
Recreación de la vida cotidiana en el Castro de El Raso

Parece que pronto estos pueblos del occidente, sobre todo los vettones, con fama de guerreros bravos y fieros, colaboraron con los romanos, viendo la imposibilidad de vencerlos, incluso, integrándose en sus ejércitos: «los vettones, que fueron los primeros que compartieron con los romanos la vida de campamento», que decía Estrabón, romanizándose después de manera paulatina y pacífica. De esta convivencia surge la famosa anécdota que relata Estrabón cuando un grupo de vettones «viendo una vez a ciertos centuriones ir y venir en la guardia, como paseándose, creyeron que se habían vuelto locos y quisieron llevárselos a sus tiendas, pues no concebían otra actitud que la de estar tranquilamente sentados o la de combatir». Hay un mito que aparece en varias fuentes clásicas que nos habla de cómo los vettones y lusitanos eran magníficos jinetes y montaban caballos especialmente rápidos. Los caballos del Tajo, situados para unos autorfes en la desembocadura y para otros en nuestro territorio, eran tan rápidos debido a las magníficas yegüas que parían veloces potros por ser fecundadas a las orillas de nuestro río por el céfiro, el viento del oeste. Recomendamos la visita al castro de La Mesa en El Bercial con su aula de interpretación en el pueblo y la del Castro de El Raso.

Uno de los elementos culturales más característicos del área vettona serán las grandes y toscas esculturas en piedra de animales (jabalíes, osos, cerdos, toros) relacionadas con cultos ganaderos que se ha denominado «cultura de los verracos», de los cuales hablaremos en el próximo capítulo.