LAS HUERTAS DE TALAVERA EN LA HISTORIA (1)

LAS HUERTAS DE TALAVERA EN LA HISTORIA

Foto de una huerta talaverana de Ruiz de Luna
Foto de una huerta talaverana de Ruiz de Luna

Aunque los habitantes de Talavera y su entorno siempre explotaron las buenas tierras de la vega del Tajo mediante el cultivo de huertas, el paisaje actual, determinado por los regadíos del Canal Bajo del Alberche, puede hacernos concebir una imagen un tanto distorsionada del aspecto agrario de la ciudad en el transcurso de la historia. En realidad, lo que siempre predominó en los campos talaveranos fue el olivar, acompañado de viñedo y campos cerealistas de buena calidad.

Pero sin embargo, siempre hubo intentos para desarrollar el potencial de los buenos suelos de la vega talaverana y la abundancia de aguas que propios y extraños percibían como recursos desaprovechados. Entre los forasteros que anotan esta impresión a su paso por la ciudad está Antonio Ponz que dice: “ Más abajo del puente, como a dos o tres tiros de fusil, entra el Alberche en el Tajo. El territorio hasta Talavera es de más de una legua; y siendo vega muy llana, se podría regar parte de ella con las aguas del Alberche, que me parecen bien someras. Esto, me dijeron, se ha pensado varias veces pero no se ha hecho…Logra esta villa, que es de las principales del Arzobispado de Toledo, situación tan ventajosa como ninguna otra ciudad de cuantas yo he visto”. Y entre los paisanos que lamentan la falta de aprovechamiento de nuestro feraz territorio citaremos al Padre Juan de Mariana, que llega a reprender a sus convecinos por la indolencia y falta de iniciativa para enriquecer los cultivos de la hermosa tierra que les había sido dada.

Foto de huerta talaverana a principios del siglo XX
Foto de huerta talaverana a principios del siglo XX

De todas formas, las explotaciones de regadío, aunque no todo lo ambiciosas que debieran, han sido una constante en el curso de la historia de Talavera. Existen en toda la comarca numerosos asentamientos tardorromanos situados junto a corrientes poco abundantes pero de caudal constante que, por su localización y aprovechamiento hortícola posterior, nos sugieren la existencia de huertos mediante la fácil canalización de estos arroyuelos. Es el caso de yacimientos como los de Riolobos en Mejorada, arroyo del Valle en Los Navalmorales, cabecera del Cedena, Tamujoso y otros. También las ricas villae   romanas situadas en la misma vega del Tajo aprovecharon en mayor o menor medida las aguas del río para los cultivos y el recreo de sus dueños.

Dibujo alegórico de Ruiz de Luna sobre los regadíos y huertas del Alberche
Dibujo alegórico de Ruiz de Luna sobre los regadíos y huertas del Alberche

Los árabes nos traen su cultura hidráulica y Talavera es una ciudad típicamente musulmana, con un núcleo urbano muy poblado y un gran alfoz en su entorno en el que se aprovechan dispersas explotaciones agrícolas, muchas de ellas en huertas. Cualquier talaverano que halla viajado a Córdoba, capital del califato habrá sentido esa sensación de familiaridad con su paisaje urbano, una estructura general  muy parecida a la de Talavera. El mismo Ponz nos dice, también  en su “Viaje de España”, a su paso por nuestra ciudad: “ Está fundada en medio de la referida vega, baña el Tajo sus murallas por el lado del Mediodía, y en la situación es muy parecida a la ciudad de Córdoba.”, y es que, en efecto, con su río, islas, puente, muralla y templos forma Talavera un conjunto muy similar a la que fue su capital en época musulmana y a la que sirvió con las armas contra Toledo en numerosas ocasiones. Pero hay otro elemento hoy desaparecido que aumentaba todavía más esa semejanza, me refiero a la albolafia de Córdoba, una rueda de cangilones que como otra similar  en Talavera se sumergía en el río y subía el agua a la villa para abastecerla primero y para regar la huerta de los jerónimos más tarde. Esa rueda o noria se situaba en una torre de la muralla que se adentraba en el río frente al lagar y que puede observarse en una de las fotografías de época que nos dejó Ruiz de Luna. También existió una almunia, huerta en árabe, situada en la zona de la Puerta de Cuartos.

Tras la reconquista, los cristianos encuentran esas explotaciones árabes que siguen trabajando agricultores moriscos. La reina doña María de Portugal, que dio apellido a la ciudad, recibió como dote junto con la misma villa la llamada Huerta o Almunia  de la Reina, situada en las inmediaciones de lo que hoy se conoce como finca de Cabañuelas, cerca de Talaverilla .También se conservan allí los restos de unos molinos que fueron asimismo de propiedad real. Conocemos además  referencias medievales a la  Huerta del Rey y , concretamente en el año1192, a otras explotaciones en la colación de San Antolín, iglesia situada al oeste de Talavera y todavía no exactamente localizada,,y es curioso constatar que los dueños de estas huertas tienen apellidos mozárabes en su mayoría, Lope ben Farach, Vicente ben Yahya o Miguel ben Amor

En las actas medievales del ayuntamiento se nombran los lugares concretos donde deben situarse los puestos de frutas y hortalizas, generalmente en la zona de la muralla que daba a la Corredera y en la misma ubicación en que hasta hace poco se han mantenido los tenderetes  veraniegos de sandías y melones.

En esas mismas actas figuran también los numerosos conflictos entre los agricultores que desviaban los cauces de los arroyos de la comarca con los hortelanos de aguas abajo; otras veces el choque se producía entre ellos y los molineros o los cultivadores de lino que en sus aterrazamientos  precisaban de la inundación de los linares. Esas mismas referencias medievales nos hablan de la producción de higos, duraznos, peras, granadas y çirmenos que eran protegidos por bardales,es decir, por vallados vegetales.

Los viajeros del siglo XVI como Munzer o Jouvin cantan las excelencias de las hortalizas talaveranas y la frescura y feracidad de sus huertas. En las Relaciones de Felipe II se dice: “ junto a esta villa hay muchas y muy buenas huertas de hortalizas y frutales de duraznos y ciruelas y perales y granadí y higueras y otras frutas”. Como testimonio gráfico de este siglo contamos con el dibujo que de la ciudad hace Van der Wingaerde, en él se percibe el verdor de la huerta del convento de las benitas; otros huertos monacales fueron el de La Trinidad, el de los carmelitas que estuvo en la zona del antiguo cine Calderón, el de San Agustín, el huerto de los jerónimos y el de Santo Domingo que todavía hoy se conserva.

La torre de Nazarque entra en el río y en la que se situó la rueda de cangilones con la que se regaba la huerta de los jerónimos.

RUTA DE LA GARGANTA BLANCA

RUTA DE LA GARGANTA BLANCATIÉTAR 21 DISFRUTANDO LA GARGANTA BLANCA

CANDELEDA

Hoy vamos a comenzar a conocer el pueblo que se sitúa bajo el macizo central en su vertiente sur, junto a las elevaciones más pronunciadas de la sierra, el circo de Gredos y el Almanzor, con sus casi 2600 metros de altura. Por otra parte, estamos en La Vera abulense que sorprendió a  Camilo José Cela, pues escribió de Candeleda que

Arquitectura popular de Candeleda.
Arquitectura popular de Candeleda.

“tiene de todo; es como el arca de Noé de los tres reinos de la naturaleza, a saber: el animal, el vegetal y el mineral. En Candeleda se cría el tabaco y el maíz, el pimiento para hacer pimentón y la judía carilla, sabrosa como pocas. El término de Candeleda mide alturas para todos los gustos y voluntades, desde los cuatrocientos metros hasta cerca de los dos mil seiscientos. En Candeleda a la vista de las nieves perpetuas, florecen el limonero, el naranjo y el almendro. Candeleda muestra fresnedas y robledales, higuerales y piornales, castañares, pinares y olivares. El término municipal de Candeleda, mal medido, da ochenta leguas cuadradas sin contar el proindiviso con Arenas de San Pedro. En Candeleda hay cancho y praderío, huerta y majada, pan, vino y aceite. En los riachuelos de Candeleda brota entre truchas el cimbreante junco y, entre ranas, la airosa espadaña. En el campo de Candeleda se enseña la glauca flor del piorno, la alba margarita de la manzanilla, la campánula rosa, morada y azul. En los balcones volados de Candeleda crecen el geranio y el clavel, la albahaca y el botón de la rosa francesilla, el fragante dondiego que unos nombran donpedro y otros dicen donjuan, el nardo y el jazmín.”

No puede ser más hermosa la descripción que nos hace el premio nobel en cuyo libro “Judíos, moros y cristianos” aparece y que ya hemos dicho es de obligada lectura para aquellos que quieran adentrarse a conocer estas sierras.

 

Garganta Blanca y al fondo el circo de Gredos
Garganta Blanca y al fondo el circo de Gredos

La garganta Blanca

  La manera más fácil de acceder a la Garganta Blanca es tomar en coche la pista que sale poco antes de tomar la carretera de la ermita de Chilla, recorriendo unos ocho kilómetros y disfrutando de unas vistas magníficas sobre la garganta de Santa María y la garganta Lóbrega, entre hermosos bosques de pinos y robles. Cruzamos entre otros el arroyo Castañarejo, que puede merecer un paseo por sus riberas, y nos detendremos al final del camino, ya en el refugio de la Albarea, junto al puente de la Garganta Blanca.

Desde allí podemos ascender por la orilla este, pasamos junto a los restos del llamado corral de las Monteses y seguimos, dejando a la derecha el abrupto arroyo de las Alamedas, hasta un pequeño cerrete con grandes bloques de granito en su cima, al que  llega la senda, y desde donde se contemplan magníficas vistas de la garganta Blanca y de la espalda del circo de Gredos. Enseguida encontramos los grandes bloques graníticos que distinguen las cabeceras de todas estas corrientes de la vertiente sur de Gredos.  Continuamos por la mal marcada senda que discurre entre los bolos berroqueños, quedando a la derecha el arroyo de las Cañas y poco después el arroyo de la Ribera que nace junto al risco del Fraile, que vemos elevarse solitario en la cumbre.

El camino se va haciendo cada vez más penoso y la corriente a veces desaparece bajo las grandes piedras. Llegamos finalmente a la zona de los Covachones, desde donde se levanta el gran macizo pétreo del circo. Arriba vemos a los Tres Hermanitos y su portilla, desde donde bajan en chorreras que cortan la piedra dos arroyos que dan origen a la Garganta Blanca. Antes hemos dejado a la derecha otro arroyo que nos permitiría subir hasta la portilla del Morezón con relativa facilidad. La zona de los Covachones es llamada así por las cuevas y grandes fracturas y grietas que han dejado con el tiempo el agua y la erosión. Los que estén preparados para el montañismo pueden incluso subir hasta la cresta del circo y ver abajo la laguna de Gredos.

Haremos después la segunda parte de la excursión. Apenas una hora de camino hay desde este mismo refugio de la Albarea hasta la conjunción de la garganta Blanca con la de Santa María, junto al puente del Camino al Puerto de Candeleda y el refugio del Rey.

Pozas esmeraldas de la Garganta Blanca en su tramo final
Pozas esmeraldas de la Garganta Blanca en su tramo final

Este tramos es un agradable paseo entre bosques serranos con la garganta despeñándose en pozas y chorreras muy bellas, siguiendo una senda bastante bien marcada que baja por la orilla oeste. La vuelta la podemos hacer subiendo por el camino del Puerto desde el puente del mismo nombre hasta el carril que viene desde el refugio de la Albarea, volviendo así al punto de partida.

Recorrido aproximado: Subida de la garganta, ida y vuelta 6 kilómetros, dos horas

Descenso hasta desembocadura, ida y vuelta 5 kilómetros, 1 hora y media

 

ROMANCE Y LEYENDA DEL CABALLERO CORNUDO

LEYENDA DEL CABALLERO CORNUDO

Estos ripios son el texto del Romance del Caballero Cornudo que sirvió como guión del primer romance de ciego ilustrado editado por la Asociación de Vecinos de San Jerónimo. Se basa en una leyenda medieval que, aunque tiene varias versiones, parece que tuvo algo de verdad y que veremos en otra entrada de este blog.

La alcazaba de Talavera en el siglo XVI. En ella se desarrollan parte de los hechos.
La alcazaba de Talavera en el siglo XVI. En ella se desarrollan parte de los hechos.

Hace ya casi mil años

esta historia comenzó.

En Ávila la bien cercada

un caballero vivió

que se llamaba Nalvillos

bravo guerrero se armó

luchaba contra los moros

multitud de ellos mató

Su mujer era muy bella,

verán lo que la ocurrió:

El día de San Lorenzo

cuando iba de procesión

el moro de Talavera

prisionera la cogió,

la trajo para esta villa

En su alcázar la encerró

Pasó gran dolor esos días

y Nalvillos decidió

ir a salvar a su hembra,

a sus caballeros llamó

con cincuenta de ellos vino,

en la atalaya paró,

ocultar a los caballos

y esconderse les mandó

Atalaya de Segurilla, donde quedaron enmascarados los hombres de Nalvillos
Atalaya de Segurilla, donde quedaron enmascarados los hombres de Nalvillos

Si oyerais mi bocina

acudid en mi favor

Se viste de campesino

y a Talavera marchó

cortando un poco de hierba

venderla bien simuló

pasando así la muralla

y al alcázar se llegó

Su mujer por la ventana

muy pronto le divisó

y le hizo subir luego

al palacio con temor

podría llegar pronto el moro

y causarle gran dolor

¡Ay¡ ya gritan en la guardia

que llega el gobernador

La mujer del gran Nalvillos

le manda muy azorada

que se esconda en un baúl.

Entra el moro y la casada

en el lecho con él yace,

él la goza  muy turbada

pues Nalvillos les escucha

mientras ella  es bien amada

por ese perro traidor

Después de la cabalgada

ella queda muy ardiente

muy vencida y entregada

y en voz baja va y le dice

Mohamed toma tu espada

pues yo te voy a entregar

al que antes de la alborada

seguro vas a matar,

Que se trata de Nalvillos

Tu enemigo más mortal

Si me cubres de riquezas

yo te lo he de entregar

que se esconde en ese cofre

pues me vino a rescatar

Si es cierto, responde el moro,

yo te habré de regalar

y la mitad del tesoro

El jeque llama a la guardia, preso Nalvillos ya está
El jeque llama a la guardia, preso Nalvillos ya está

de Talabira tendrás

El jeque llama a la guardia

Preso Nalvillos ya está

y al jeque que le pregunta

cómo cree que morirá

Nalvillos bien le responde

lo que ahora escucharás:

Si en su misma tesitura

él se hubiera de encontrar

que en la montaña más alta

y cercana a la ciudad

él le habría de matar

quemándole muy bien luego

en una hoguera infernal

Tienes razón dice el moro

y así lo haré sin tardar

vayamos a la atalaya

y acabemos esto ya

Tocando las chirimías

Suben los moros gozosos

Pero al llegar a la cumbre

Ya no están tan jubilosos

Nalvillos tocó la bocina

y los cristianos  furiosos

salieron de su escondite

Y a los moros temerosos

hicieron gran mortandad

yendo luego victoriosos

A conquistar Talabira

Mil tesoros muy hermosos

como botín se llevaron

y al árabe presuntuoso

junto a su amante traidora

el Nalvillos muy celoso

vivos los mandó quemar

Vosotros que esto escucháis,

aprended bien la lección:

Cuernos a nadie perdonan

Ni al noble ni al pobretón

y sólo entran por las puertas

de lado, de frente no

pues se lo impiden las astas,

este cuento se acabó.

Miguel Méndez-Cabeza Fuentes

OBRAS DE RUIZ DE LUNA EN CÁDIZ

OBRAS DE RUIZ DE LUNA EN CÁDIZ

Panel de azulejería de Ruiz de Luna de la iglesia de San Lorenzo Mártir de Cádiz
Panel de azulejería de Ruiz de Luna de la iglesia de San Lorenzo Mártir de Cádiz

Es mutua la influencia entre la cerámica de Talavera y la sevillana, que se extiende por toda Andalucía. Y es por ello muy valorada allí la azulejería de nuestra ciudad que cuenta con numerosos paneles de azulejos repartidos por toda su geografía, especialmente la de de Ruiz de Luna, que hasta en la Plaza de España cuenta con un hermoso ejemplar del impulsor de nuestra artesanía más emblemática, especialmente a raíz de la exposición iberoamericana que difundió especialmente su obra durante los años veinte del pasado siglo.

Pero hoy no vamos a hablar de los elementos que podemos encontrar en Sevilla, sino de dos hermosos paneles que podemos contemplar en Cádiz, realizados ambos en 1926.

En primer lugar nos referiremos a la imagen de Nuestro Padre Jesús de los Afligidos y María Santísima de los Desconsuelos que se halla sobre el muro de la fachada de la iglesia de San Lorenzo Mártir. A la derecha se encuentra este gran panel y a la derecha otro de origen sevillano de proporciones similares.

Firma de Ruiz de Luna en el panel de la iglesia de San Lorenzo Mártir de Cádiz
Firma de Ruiz de Luna en el panel de la iglesia de San Lorenzo Mártir de Cádiz

Es una obra muy original pues las imágenes se han realizado con cierto relieve mientras que el recercado es liso y con la típica decoración renacentista talaverana en tonos azules y amarillos. El panel está firmado por Ruiz de Luna en un lado y tiene rotulado «Talavera año 1926» en el otro.

Sello de Talavera en el panel de Ruiz de Luna
Sello de Talavera en el panel de Ruiz de Luna

El otro panel se encuentra en la entrada del balneario de la castiza playa de La Caleta, llamado de la Virgen de la Palma y del Real. Representa la advocación de  popular patrona del barrio de la Viña. Es también obra de 1926 y está firmada por Juan Ruiz de Luna, aunque en el panel explicativo turístico se confunden cuando lo atribuyen a «Justo» Ruiz de Luna.

 

Entrada del balneario de La Caleta
Entrada del balneario de La Caleta

Panel de la entrada de La Caleta en Cádiz
Panel de la entrada de La Caleta en Cádiz

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firmaruizlunacaleta

VIOLACIÓN EN LA PORTIÑA (y 2)

VIOLACIÓN EN LA PORTIÑA (y 2)

Puerta de Zamora y a la izquierda las columnas de la portada de la Santa Hermandad
Puerta de Zamora y a la izquierda las columnas de la portada de la Santa Hermandad

Después de haber sido violada en el Valle de las Doncellas, y disimulando el verdadero alcance de la agresión de que había sido objeto ante los testigos cercanos que habían oído sus voces, Tomasa Rodrigo llega a Segurilla, su pueblo.

Ya en su casa la moza ultrajada cuenta la verdad.Su padre Juan «Elías», mancillada su honra y arrebatado el rostro de ira y dolor, baja corriendo los cerros de Segurilla hacia la Portiña, acortando por el monte, saltando entre los chaparros. Trata de averiguar disimuladamente quien es el autor de la vejación, guiado por las señas de las que la azorada muchacha le ha dado cuenta:

– Era de estatura baja, moreno, pecoso de viruelas, ni demasiado delgado ni grueso, llevaba una montera de paño pardo como de la hechura de los que usan los de Gamonal y Velada, coleto, mangas de paño pardo, de los calzones no puedo dar razón y si que tenía botillas de paño pardo y calcetas, con costal al hombro. Parecía ganadero –Pudo contar aún temblorosa.

Coinciden estas señas con las de un zagal y un mayoral(1) cuidadores de cerdos que por aquellos lugares ejercían su custodia. Hacia ellos encamina su pesquisa. El primero es Sebastian Colilla, natural y vecino de Velada, casado, de 26 años que servía en el ganado de cerda de D. Pedro de Villarroel, al que encuentra, acompañado de su mayoral, pastoreando la piara. Intenta con cautela ganar su confianza, comentando incluso cómo en cierta ocasión comieron juntos un cerdo que había muerto de una mala capadura. Más tarde, ya sin tantos rodeos, directamente le inculpa directamente del asalto de su hija, refiriéndose al episodio como si solamente se hubiera tratado de un robo. El azorado zagal se defiende diciendo.

-Yo no seré, que yo no se lo habría de quitar.

-¡Ello se habrá de averiguar!

Exclama amenazante «Elías».

Cuadrillero de la Santa Hermandad del siglo XVIII
Cuadrillero de la Santa Hermandad del siglo XVIII

El otro sospechoso, Gregorio Sánchez,es natural y vecino de Mejorada, soltero, de 30 años, mayoral del ganado de cerda de Esteban Tobías, es localizado por el despechado padre más abajo. Se aproxima a observarlo sin imputarle directamente ninguna acusación.

-¿Viste bajar un buey por el arroyo? 

El ganadero respondió que nada había visto, ajeno a la intención indagadora  de su interlocutor y aún le pregunta que de donde se había escapado la res. A ello responde con desgana el de Segurilla mientras se aleja:

-De una arada que tengo allá arriba.(2)

Sin conseguir ningún indicio más que le pueda llevar a conocer la identidad del violador, el padre denuncia los hechos y a los posibles sospechosos ante el Tribunal de la Santa Hermandad en su casa y cárcel.

Se inicia el proceso. Comienza con la declaración de Tomasa Rodrigo que describe puntualmente los hechos que ya conocemos. El reconocimiento de la víctima es encomendado a Juana Munío, comadre y partera en la villa, que tras reconocer con el mayor cuidado y atención a Tomasa«no se la ofrece duda a su leal saber y entender».

-Se haya rota y conocida de varón.(3)

El cuadrillero mayor (4) Francisco Sánchez de Mingo detiene a los sospechosos poniéndolos a buen recaudo en la cárcel de la Santa Hermandad, junto a la Puerta de Zamora.

Para la correcta identificación de los presuntos culpables se dispone que se ponga a los reos en rueda de reconocimiento. Se organiza la misma en el patio de la cárcel, allí se sitúan cinco hombres, de los que sólo uno de ellos es uno de los presos sospechosos.

Desde dentro y a través de un ventanuco, Tomasa Rodrigo, «habiéndolos examinado con mucha reflexión, se retiró y espuso que ninguno de ellos era el agresor». Se siguen varias ruedas de reconocimiento. El cuadrillero cambia de lugar a los hombres, varias veces, sin ningún resultado. E incluso invita a Tomasa Rodrigo a salir al patio y así poder reconocerlos más de cerca. La muchacha se niega convencida de no equivocarse.

Idéntico resultado se obtiene en la rueda de reconocimiento con el segundo acusado. Pero aunque no han sido reconocidos por Tomasa ninguno de los dos, ambos siguen  en prisión.

Los acusados presentan sus coartadas y sus testigos a los que el Alcalde de la Santa Hermandad (5) comienza a interrogar. En primer lugar Antonio de Sosa, el músico, más tarde a los segadores gallegos, vecinos de dos aldeas de Muro, arzobispado de Santiago. También a Juan García Galán, Antonio Merino, Andrés Florido y Martín Gómez. Ninguna pista o dato nuevo  añaden a lo que ya conocemos en lo que se refiere al asalto. Pero sí confirman, sin embargo, las coartadas  de los encartados.

Sebastián Colilla, el zagal «velaíno» había dormido con su mayoral, tumbados ambos en un barbecho por encima de la Labranza de Pedro Gordillo. De allí salieron con su ganado, al romper el día, hacia Valdefuentes. Cuando ya el sol estaba alto (8 ó 9 de la mañana) bajaron a sestear a un olivar próximo a los molinillos de la Portiña.

Mientras, Gregorio Sánchez, el mayoral de Mejorada, había descansado con su zagal en el pajar de la labranza de Pedro Gordillo, desde donde se dirigió a las rastrojeras de la labranza de Cervines y más tarde, mientras su zagal con la caballería, subía a Mejorada a vestirse y avituallarse de alimentos, él se encaminó a los olivares de la Portiña.

Allí se encuentra con sus colegas y juntos disponen su almuerzo con tocino, gazpacho y queso que trasegaron con frecuentes tientos a una bota de excelente vino de Mejorada y compartieron en charla con Gregorio Sánchez y Antonio Merino, suegro de Sebastián, que había subido buscando a su yerno para que le ayudara a coger hoja de morera. Terminada la colación, bien pasadas las 10, Sebastián y Antonio se dirigieron arroyo abajo hacia las moreras de Narciso Ezquerra, cargados con un saco de lienzo, un costal de jerga blanco, la destraleja y el garabato, mientras Juan y Gregorio se disponían a echarse la siesta, protegidos del calor canicular de junio por la sombra de una encina.

Aquellos, permanecieron en el moreral hasta las 12, aplicados en su tarea de llenar el saco, hasta ellos se acercó la mujer de Martín «el Podador» para llevarles un poco de agua que aliviara su sed. A pesar de la invitación de comer en la villa que le sugiere su suegro, Sebastián regresa a su ganado, aposentándose al lado de sus compañeros dormidos. Todos despiertan alrededor de las tres cuando el ganado comienza a levantarse y es necesario pastorearlo. Aderezan gazpacho(6) para merendar y después cada cual se ocupa de su piara.

En este caso como en otros muchos de la Santa Hermandad, no llegamos a conocer si el culpable es o no juzgado y castigado, por no haberse hallado el delincuente o por haberse perdido el final de la causa o diligencias posteriores.

El violador vemos como le dice a su víctima durante la comisión del delito, que si es soltera se casaría con ella. No es cinismo del asaltante sino una forma de guardarse las espaldas ya que, en la época en que se desarrollan los hechos, ciertos delitos, incluso de sangre, podían mediante acuerdo entre  los particulares, no ir más adelante y quedar sin castigo el delincuente siempre que resarciera a la víctima.

… Y el tres de julio ambos son puestos en libertad.

 

 

(1)Zagal: Pastor mozo, Mayoral: Jefe principal de los pastores, y que cuida de una cabaña de ganado.

(2)Por entonces los bueyes eran todavía utilizados como principal fuerza de tiro en los trabajos agrícolas, lo que se ha venido haciendo en la comarca hasta hace unas décadas, quedan todavía en las trojes de nuestros pueblos los yugos para uncir a los bueyes, diferentes a los de las caballerías

(3)Obsérvese el meticuloso procedimiento de la justicia de la Santa Hermandad, con pruebas periciales como la aquí aludida de la comadrona, y con fórmulas todavía utilizadas en la justicia actual como la de » a su leal saber y entender»

(4) El Cuadrillero Mayor era en la Santa Hermandad, la máxima autoridad de la fuerza ejecutiva de la misma, a su mando directo estaban los cuadrilleros y sobre él solamente los dos alcaldes y los dos regidores. Era un cargo remunerado.

(5) La cabeza jerárquica de la Santa Hermandad eran dos Alcaldes que asumían la autoridad ejecutiva y la judicial.

(6)El gazpacho era comida habitual entre los ganaderos y también los agricultores que por ejemplo en la siega formaba parte importantísima de su dieta. En Velada, de donde es original el Zagal sospechoso se sirve y elabora el gazpacho en un cuenco de  corcho llamado «cuzarro» que además de mantener mejor el sabor , en el cuerno del gazpacho, muchas veces decorado por los pastores, se llevaba el condimento y otro cuerno cortado servía como vaso.

Cuzarros para el gazpacho, el tercero se ha adaptado como cenicero.

VIOLACIÓN EN LA PORTIÑA (1)

VIOLACIÓN EN LA PORTIÑA  (1ª Parte)

Uno de los procesos  reunidos por el «Colectivo La Enramá» (Miguel Méndez-Cabeza, Rafael Gómez y Angel Monterrubio» para su libro «Causas Criminales de la Santa Hermandad»

Dibujo de 1909 que representa el paraje de Los Molinillos de la Portiña al que se alude en el texto
Dibujo de 1909 que representa el paraje de Los Molinillos de la Portiña al que se alude en el texto

Corría el año de 1770, esa misma noche fresca de junio comenzaba el verano. Tomasa Rodrigo se había levantado con el gallo.Vistió sus veinte años con la camisa y el jubón, un guardapiés de bayeta verde adornado de ribetes encarnados, con su delantal, la mantilla de paño pardo y el pañuelo blanco al cuello, protegió su cabeza con una pobre montera descolorida y calzó sus viejos zapatos atados con majoleras.

Resplandeciente, con las modestas galas de una hija de labradores de Segurilla, se encontraba feliz. Iba a Talavera para visitar a su hermana que había entrado a servir con un señor de esa villa.

Aparejó su borrica y su padre, Juan «Elías», cargó sobre la bestia dos haces de leña cortados en los chaparros de los berrocales de Segurilla.

El pobre animal, tan cargado, trastabilleaba mientras descendía por el irregular empedrado del camino. A la derecha quedaba la todavia borrosa silueta de la Atalaya y abajo serpenteaba el arroyo de la Portiña mientras, al fondo, asomaban las torres de las iglesias de Talavera.

Era ya una hermosa mañana soleada  cuando Tomasa atravesaba el puente de la Villa sobre el arroyo de la Portiña, para adentrarse en el caserío por la puerta de las Alcantarillas Nuevas.[1]

Después de conseguir vender su pobre carga, tomó los dos reales obtenidos asegurándolos conveniente y discretamente, en el fondo de su faltriquera, para dirigirse a continuación a visitar a su hermana Alfonsa. Había ésta entrado a servir como criada del comerciante Fernando Martín de Agüero en su casa y tienda de la calle Cerería. A cuenta del exiguo salario de la sirvienta tomó del comercio un poco de bayeta verde para hacerla un guardapiés y compró de paso unos garbanzos y un poco de queso. Tras intercambiar noticias y confidencias se despiden las dos mozas entre risas, encaminándose Tomasa de vuelta a Segurilla.

Serían ya las diez y media de la mañana cuando sale por la concurrida Puerta de María[2] para tomar el camino Ancho que la devolvería a su pueblo. El campo en esta época era en Talavera un hervidero de gentes afanadas en las labores más diversas. La moza avanzaba distraída por el camino pensando en la traza del guardapiés tan hermoso que iba a labrar a su hermana.

Al salir del callejón que dicen de los Alcornoquillos[3] vió cómo desde la Portiña un hombre se incorporaba al camino y, siguiendo sus pasos, pronto la adelantaba.

-¡Ave María! ¡Buenos días tenga usted!

Saludó la moza, y como no obtuvo respuesta pensó Tomasa:

-¡Será sordo!

A la orilla del camino, entre unos olivos, Antonio de Sosa, músico de la Iglesia Colegial[4] y Ándrés Florido, tejedor de telas ricas en las Reales Fábricas de Seda, parecen disimular. Mientras, la muchacha, observando con curiosidad la escena, piensa que andan buscando nidos de tórtolas cuando, en realidad, tratan de completar la deficiente dieta alimenticia que les permiten sus escasos ingresos con el hurto de unas miserables matas de garbanzos.

A la altura de la labranza de Pedro Gordillo   dos segadores gallegos mientras mascan su tabaco requiebran con sus chanzas a la muchacha. Cerca del tejar del monasterio de San Benito dos mujeres acercan con sus garabatos las ramas más frondosas de las moreras[5] cortando algunas con sus destralejas, después introducen las hojas en sus sacos de lienzo blanco y cerca de ellas un hombre trabaja su melonar.

Arroyo de La Portiña, al fondo a la derecha se habría producido la violación de la que habla la causa criminal.
Arroyo de La Portiña, al fondo a la derecha se habría producido la violación de la que habla la causa criminal.

Al llegar al reguero y hondonada que está al pie de la cuesta desde donde se da vista a los molinillos de la Portiña, en el sitio que llaman Valle de la Doncellas[6], se volvió el hombre que la había adelantado y tomando con fuerza el ramal de la borrica exclamó.

¡Más vale hurtar que pedir!

Asustada Tomasa grito.

¡Ay, Virgen Santísima!

A lo que respondió encolerizado.

¡Virgen de todos los demonios!

Pensando la pobre moza que sólo se trataba de uno de los numerosos asaltos con intención de robar en los tan inseguros caminos de entonces, le ofreció, sin resistencia, que tomase la bayeta y todo lo que llevaba en el delantal,  así como los dos reales en que había vendido la carga de leña. Pero agarrándola por el pañuelo el hombre consigue derribar a la moza al suelo. Con ésto, ella intuye que son otras sus intenciones y presa del pánico no duda en ofrecerle de rodillas la borrica y todo lo demás.

¡Ni por la Virgen de todos los demonios te dejaría! Gritó el hombre.

En ese momento el miedo hace que la muchacha intente, volviendo atrás, pedir auxilio a los segadores gallegos[7]. Pero cuando solamente avanza tres o cuatro pasos, el individuo la atrapa y asiéndola de los brazos, la lleva a lo más hondo del reguero arrastrándola por el suelo.

Allí la vuelve los brazos atrás, la ata con destreza por las muñecas ,ientras en el forcejeo se desgarra el delantal y el desgastado jubón de paño de ala de cuervo, y trata de liberarse aferrada al cinturón de su agresor.

¡Virgen Santísima valedme y a mi honra!

Cínico el asaltante le pregunta

¿Eres casada o soltera?

Tomasa no contesta, sólo intenta con sus gritos llamar la atención de los segadores, intentando eludir el zafio abrazo del desconocido.

Agotada en su lucha inútil, todavía tuvo que escuchar su voz babeante

¡Si eres soltera me casaré contigo!

Con rabia la moza contesta

¡Primero me metería un cuchillo!

Viéndola ya tendida y rendida, el violador levanto las faldas de la mujer y la puso en lapostura de mayor deshonestidad y consiguió conocerla carnalmente y desflorar su virginidad”. Saciado y viendo que la muchacha no cesaba de exclamar a María Santísima con grandes voces, tiró la lazada del cordel con que la tenía atadas las muñecas[8],  se levantó y corriendo, echó por el reguero abajo, subiendo por la cuesta de los Molinillos.

Tambaleante, Tomasa se levantó y fue gritando hacia donde estaban los segadores que, al haber oído las voces, ya se acercaban corriendo. Cuando llega cerca de ellos, tropieza y cae al suelo, los gallegos se acercan a ella tratando de socorrerla y preguntando qué es lo que la ocurre. Nada responde, sólo entrecortadamente les pide que sigan y cojan al pícaro que a lo lejos ascendía presuroso la cuesta del Molinillo junto a las colmenas.mujergoya
Intentan alcanzarle pero la ventaja es mucha y desisten de su empeño, volviendo donde se encontraba la muchacha que “asustada, revolcada y desmelenada”, solicitaba temblorosa que los hombres la acompañaran. Ellos se limitan a señalarle la cercana presencia de una cuadrilla de segadores de su pueblo, Segurilla, que pueden hacerse cargo de la infeliz, por no saber a ciencia cierta a que venía tanto sobresalto.

Entre lágrimas, agarrotada por el susto y el sentimiento de su honra perdida, apoyada en su borrica trata de encaminarse a su casa. A su espalda, en plena carrera, el músico robagarbanzos, grita y gesticula tratando de darle alcance, ella aún temerosa no se detiene, sintiendo miedo de ser víctima de un nuevo asalto. Junto al pajar de Valdefuentes, Onofre del Pino, Polonia Montero, vecinos de Segurilla y Antonio se Sosa hacen corrillo ante la desafortunada que apenas puede relatar lo sucedido, su pudor le impide reconocerlo abiertamente, ocultando a sus paisanos el verdadero alcance de la agresión y respondiendo que simplemente se había espantado la borrica y caído de ella.   (Continuará)

[1] Esta puerta del segundo recinto amurallado se encontraba  al final de la calle Cerería, en su confluencia con la Cañada de Alfares. Se conocía también como puerta de la Villa.

[2] Puede tratarse de una de las puertas hoy desaparecidas del tercer recinto amurallado.

[3]«Callejón» tiene aquí el sentido de «camino entre vallados»

y el topónimo Alcornoquillos nos recuerda la abundancia de estos árboles antes del aprovechamiento masivo de la tierra para cultivos, en zonas marginales todavía se puede ver algún ejemplar

[4]Hasta la Desamortización, La Colegial estuvo dotada de una importante capilla musical  con numerosos cantores, pertiguero, ministriles, salmeadores y un maestro de ceremonias, todos a las órdenes directas del Chantre.

[5]La Real Fábrica de Sedas, a pleno rendimiento en esos años, había hecho necesaria la plantación de decenas de miles de moreras en Talavera y toda la comarca para aumentar la producción de gusano, era la actividad de recoger la hoja un complemento económico para muchas familias.

[6] Pequeño regato junto al muro de la presa de La Portiña, por debajo del depósito de agua. En la orilla opuesta todavía se perciben los restos del molinillo.

[7]Eran numerosas las cuadrillas de gallegos que durante el verano bajaban a segar en Talavera, que por aquel entonces tenía mayores extensiones cerealistas. Algunos acababan asentándose aquí formando una colonia tan numerosa que hasta pagaban un toro en las fiestas de las Mondas.

[8]La facilidad con que el violador ata y desata a la muchacha nos hace pensar el probable oficio de ganadero del individuo  que la maneja como a un ternerillo.

HUBO UN PUENTE ROMANO PERO NO ES EL PUENTE VIEJO

HUBO UN PUENTE ROMANO PERO NO ES EL PUENTE VIEJO

Se resalta en esta foto aérea de 1937 el trazado del que fue Puente Romano. La flecha roja señala el puente romano y la verde el trazado actual
Se resalta en esta foto aérea de 1937 el trazado del que fue Puente Romano. La flecha roja señala el puente romano y la verde el trazado actual

Ya he comentado que, a mi entender, la causa de que nuestra ciudad se encuentre en el lugar en el que se halla es que en tiempos prerromanos el Tajo era fácilmente vadeable por aquí. Es de los lugares de su recorrido en los que el cauce es más ancho, con numerosas islas y unos inmensos arenales que se podían atravesar a pie por gentes y ganados desde antiguo, porque hemos de imaginar nuestro río sin la elevación de las aguas que produce la presa de los molinos de Abajo. Y es éste precisamente el vado practicable más cercano al Puerto del Pico, por el que pasaba ese eje norte sur que unía las dos mesetas y que mereció la construcción por los romanos de la mejor calzada conservada en todo el territorio español. Y además, ese eje se cruzaba en Talavera, y junto a ese vado, con el otro eje de comunicaciones con calzadas  a ambos lados que discurre de este a oeste por el valle del Tajo, un río que como otros era una de esas autopistas de la prehistoria que servían de primigenias vías de comunicación.

2.-Los tres arcos que se asientan sobre pilares romanos con el quiebro de su dirección que aparece arruinado
Los tres arcos que se asientan sobre pilares romanos con el quiebro de su dirección que aparece arruinado

El Puente Viejo es en realidad una más adecuada denominación para nuestro antiguo puente, y de hecho es como siempre ha sido denominado por los talaveranos. Lo de “puente romano” es posterior y se enmarca ese nombre en la frecuente adscripción a la época romana que se ha venido dando a todos los puentes medievales y modernos de pétrea factura como medio popular de otorgarles una mayor antigüedad.

En 1990 se produjo un gran descenso de las aguas del Tajo por obras en el azud de los molinos de Abajo, lo que unido a la sequía estival hizo que afloraran en el fondo del río próximo al puente Viejo unas estructuras que fueron estudiadas oportunamente por Alberto Moraleda y César Pacheco, quienes con la publicación de su trabajo hicieron una importante contribución a la historia  del patrimonio local.

Puente romano a principios de siglo en dibujo de Enrique reaño sobre una vieja postal

Y ¿qué es lo que apareció con la bajada de las aguas? Pues las pilas sobre las que se sustentaba el antiguo puente romano y que salvo en los tres primeros arcos no seguían en su alineamiento la misma dirección que el viejo puente medieval. Es por ello que el puente tiene ese quiebro en su trazado a partir de ese tercer arco, el llamado “arco de las armas”, llamada así porque tiene encastrado un pequeño escudo en piedra blanca. Los tres primeros arcos sin embargo sí se apoyan sobre los antiguos pilares del puente romano, que tienen una planta diferente a los medievales, que se encuentran rematados en redondo aguas arriba, mientras que los pilares romanos tienen planta rematada en tajamar, en triángulo.

El puente viejo como siempre arruinado en un dibujo de Enrique Reaño sobre foto de Clifford
El puente viejo como siempre arruinado en un dibujo de Enrique Reaño sobre foto de Clifford

Se podían ver ocho de esas pilas y alguna de ellas conserva incluso restos del salmer, el arranque de su arco. Están fabricados con sillares bien labrados y rellenos en su interior con cantos y argamasa, el “opus caementicium” de los romanos. También se deduce de su estructura que los arcos tenían algo más de radio que el actual y que su calzada era más ancha.

La línea que siguen los pilares hace que algunos de ellos estén bajo las arenas de los islotes o en la Isla Grande ocultos por los sedimentos de siglos. Tenemos también que tener en cuenta que en época romana probablemente no existieran los molinos del puente por ser de posible origen musulmán, y por tanto tampoco existiría el brazo del río que hace de canal para llevar el agua a esos molinos, luego central eléctrica. Las razones que podían explicar este cambio de trazado en el puente es una menor resistencia a la corriente, tal vez por los cambios en la dirección de las aguas por la modificación del meandro del río e incluso el deseo de los jerónimos de comunicar mejor el antiguo molino de su propiedad,, pues el monje que hizo de ingeniero en una de las principales restauraciones era de esa orden, fray Pedro de los Molinos. Las grandes crecidas que provocaban las frecuentes inundaciones históricas de Talavera y lo arenoso e inestable del fondo hicieron probablemente que tanto el puente Romano, como el puente viejo fueran dañados y mil veces restaurados, pero curiosamente los tres primeros arcos, que se asientan sobre los viejos pilares romanos son los mejor conservados hoy día. El primero de esos arcos también alojó otros molinos.

¿QUÉ ES LA FERRONNERIE EN LA CERÁMICA DE TALAVERA DEL RENACIMIENTO?

¿QUÉ ES LA FERRONNERIE EN LA CERÁMICA DE TALAVERA?

Panel  con emblema del monasterio jerónimo de Santa Catalina de Talavera enmarcado en hermosa ferronnerie. (Museo Ruiz de Luna). Procede de la finca de La Alcoba, propiedad de los frailes de este rico monasterio. Las letras F y G nos orientan a la autoría del ceramista talaverano Alonso Figueroa Gaitán. El autor sería el mismo que el de los dos paneles que representan a San Marcos y Santiago en el museo del Disseny de Barcelona que procederían también de La Alcoba.

En anteriores capítulos hemos conocido la utilización de estos motivos decorativo llamados de “ferronnerie” en la cerámica talaverana de la primera época renacentista. Parece ser que, su difusión es de origen flamenco, aunque procedentes o influidos por el universo renacentista italiano que nace con el descubrimiento en el siglo XV de la decoración pintada en la “gruta” que resultaría ser en realidad los restos arqueológicos de las dependencias del palacio de Nerón construido tras el incendio de Roma, la Domus Aurea. Así lo manifiestan varios autores, aunque no he constatado que realmente aparezcan muchos de estos motivos de recortes metálicos en los grutescos.

Orza decorada con ferronneries con el emblema de la parrilla del monasterio de San Lorenzo de El Escorial

Más tarde se decora con ellos el palacio de Fonteneblau de Francisco I de Francia, monarca apasionado por el arte renacentista, y también se extienden a palacios alemanes y de otros países centroeuropeos. Para varios autores, fueron introducidos en España por el ceramista flamenco Juan Flores o Jan Floris, que era hermano de un pintor y escultor de Amberes, Cornelis Floris, que en sus grabados muestra elementos de este tipo aunque, como bien dice César González Zamora, ninguna de las obras atribuidas a Floris cuenta con decoración de ferronneries sino más bien de arabescos y entrelazados. Mi opinión es que algunos de estos entrelazados y arabescos sí tienen cierta similitud con los recortes por su aspecto digamos que un tanto metálico, como por ejemplo sucede con los azulejos de repetición que adornan los paneles de Garrovillas y otros de la primera época de la mayólica renacentista del entorno talaverano.

Grabado flamenco de ferronneries de Cornelis Bos

Tampoco debemos olvidar las influencias recíprocas de la cerámica talaverana y la portuguesa, en la que también se hallan algunos ejemplos de estos recortes en sus palacios, como el de Vila Viçosa. Incluso autores como el anteriormente referido plantean la posibilidad de que el origen de las ferronneries pudiera estar también en relación con las decoraciones de los plateros españoles, aunque en todos estos casos el origen indirecto de estos motivos serían las corrientes estéticas venidas de Flandes.

Azulejería del pórtico de la basilica con ferronneries con serpientes entrelazadas

Se considera el término francés ferronneries como el que se aplica a los diseños derivados de la simulación de trabajos de fragua elaborados en hierro, por lo que otros autores los denominan de “herrajes”. Sin embargo, también se han asociado a recortes de cuero como los que decoraban algunos cordobanes, o  los pergaminos abarquillados de los grutescos italianos. Para mí, los pequeños círculos que presentan muchos de esos diseños recuerdan los orificios para remaches que unían las chapas metálicas antes de la utilización de los tornillos por lo que me inclino más por los trabajos de herrería como inspiración de estos elementos decorativos.

En la loza talaverana los recortes suelen ir en blanco sobre un fondo azul y se les da cierto relieve contorneando su dibujo con azul oscuro de cobalto. Para los medallones y cartelas se suele utilizar el color amarillo, al que a veces se le da sombreado o se le adorna con detalles en tono naranja oscuro. En la azulejería para el sombreado también se utilizan otros colores como el gris.

En las piezas de alfarería se dibujan sobre los medallones motivos de heráldica, cabezas de ángel, bustos y cabezas de guerrero y otros motivos como simulaciones de mármoles jaspeados, aunque también se combina la decoración de recortes con los grutescos y otros elementos de la iconografía renacentista de los que hablaremos en otro capítulo.

Las bandas de los bordes de las vasijas y los pies o anillos de sustentación suelen también pintarse en amarillo. En ocasiones se añaden algunos motivos vegetales como hojas, zarcillos o frutos sencillos, e incluso serpientes entrelazadas con los recortes, como sucede en las imágenes de santos sobre las columnas del pórtico de la basílica del Prado.

Azulejos de repetición con ferroneries que enmarcan un panel del pórtico de la Basílica de El Prado

La mayoría de las orzas y los botes de farmacia decorados con ferronneries proceden del monasterio de El Escorial, como delata la parrilla de San Lorenzo y el león de los jerónimos que vemos representados en sus medallones. Además de las orzas y botes, también podemos encontrar algunas ollas y cántaros de esta misma serie. Los veinte años que van de 1570 a 1590 son los más probables para datar la loza y azulejería decoradas con ferronneries.

Jarrón con escudo heráldico de águila bicéfala enmarcado en ferronneries. Hernando de Loaysa fue el ceramista talaverano que también trabajó en Valladolid que probablemente es su autor, por el característico fondo azul en lugar del blanco habitual de la loza talaverana

En cuanto a la azulejería, las obras decoradas con recortes son más numerosas y extendidas por nuestra geografía. Las encontramos en varias localizaciones y nos orientan hacia la antigüedad de esos trabajos, pues tras la cerámica jaspeada y las llamadas jarras de Santiago, es tal vez este de las ferronneries el motivo más antiguo de las series cerámicas talaveranas. Hay paneles decorados con estos recortes en la basílica de la Virgen del Prado en Talavera, iglesia de Higuera de las Dueñas, parroquia de El Casar de Talavera, Museo Ruiz de Luna, Lanzahita, Mejorada, Piedraescrita, Museo de Cerámica de Barcelona y otros muchos.

San Blas enmarcado en ferronneries. Museo Ruiz de Luna

LA VÍA DEL HAMBRE, CUENTO, (Y 2)

LA VÍA DEL HAMBRE, CUENTO, (Y 2)

La Jara y el entorno de la vía del Hambre desde las minas de oro de La Nava

Al fondo, la desembocadura del Joyegoso, donde s produjo el asalto de los maquis de este relato
Al fondo, la desembocadura del Tamujoso, donde s produjo el asalto de los maquis de este relato

Después de compartir el vino, se fue rompiendo la frialdad de los primeros momentos y al cabo de un rato los chicos estaban tratando a los ancianos con el aire entre paternalista y estúpido con el que los urbanos tratan a los rústicos, especialmente cuando son ancianos.

– Eran los tiempos de la posguerra -comenzó a relatar el abuelo- Cuando acabó la escabechina  hubo gente de los que perdieron que tuvo que echarse al monte para salvar el pellejo y más tarde empezaron a luchar contra los de Franco en todos estos montes, hasta la sierra de Guadalupe.

– ¡Ah, los maquis! – dijo con aire un poco conspirador uno de los jóvenes con aspecto de profesor de instituto -.

– En efecto- continuó Ramiro- por aquí andaban las partidas de Quincoces, un tratante de ganado de Aldeanovita que antes de echarse al monte había sido alcalde y llamaban “Lamío”. Los guerrilleros llevaban ya dos años arrastrando el culo por esos jarales y los aliados no condenaban al régimen. Más que luchar sobrevivían tirando con lo que les ayudaban los molineros y la gente de las labranzas y con algún asalto de poca monta que daban de vez en cuando.

-¿Veis la desembocadura de aquel arroyo en el Tajo? Es el Tamujoso. Por allí pasaba el antiguo camino de Talavera y en aquellos dos cerros se plantaron los de la sierra con ametralladoras. Regresaban unos cuantos del pueblo de la feria de Mayo con las cuatro cosillas que habían comprado y con el dinero de la venta de algo de ganado cuando les dieron el alto.

Los maquis necesitaban dinero para la huida al extranjero que preparaban y les hicieron darles todo el dinero y los objetos de valor que eran pocos. Pero uno de los asaltados empezó a moverse indicando con gestos que no podía aguantar, que debía retirarse a, bueno, ya sabeis, a hacer aguas mayores.

Viaducto de la vía del Hambre sobre el arroyo Joyegoso

Los del puenting se echaron a reír dando palmaditas a Ramiro que continuó.

– Igual que vosotros se reían los compañeros de desdichas de Hilario cuando creían que tenía que retirarse detrás de las retamas de puro miedo y, aunque les habían desplumado, fueron desahogándose con él todo el camino de vuelta hablando de la suciedad de sus calzoncillos y del mal olor que despedía. Pero, cuando ya se veía la torre de Aldeanueva, Hilario se volvió sonriendo a todos sus paisanos y dijo con una mirada irónica que sí, que olía mal, pero que lo que olía mal era su cartera, sobre la que había “hecho de cuerpo” y así no se la habían quitado los maquis. Aunque oliera mal, después de lavarla, el tendría su dinero, pero todos los que se burlaban, sin embargo, lo habían perdido todo. Hilario continuó su camino dejando a todos pasmados mientras él se tronchaba a carcajadas. Podéis imaginar chavales porqué desde entonces le llamaron  Hilario “Cagacarteras”.

-Siempre con tus tonterías- dijo don Romualdo mientras disimulaba la sonrisa y tiraba del brazo de su amigo- ¿Qué van a pensar estos estudiantes de los del pueblo?. Vámonos, que ya empieza a refrescar y trae pinta el oreo de caer esta noche una buena pelona.

Volvieron los dos hacia Aldeanueva mientras el jefe de estación iba comentando:

– Quien le iba a decir al pobre Amador que su viaducto iba a servir para que unos petimetres de Madrid vinieran a tirarse de cabeza con una goma.

Había noches en las que Ramiro se despertaba con la fatiga. Con sus pulmones silbando, como el tren que nunca pasó por su vida ni por su estación. Miraba al retrato de la mesilla donde aparecía muy serio con su uniforme de jefe de estación. Así permanecía a veces durante horas hasta que amanecía angustiado con el pensamiento de que alguna de estas noches no vería entrar de nuevo la luz entre las persianas, ni oiría las blasfemias de su vecino Desiderio intentando arrancar el tractor. Su vida se apagaba y era como un cuadro en el que el artista ha pintado el fondo, un paisaje primoroso, el cuerpo y el traje del retratado con todo lujo de detalles pero le falta la cara. Aunque sea el mejor cuadro del mundo, la vida de Ramiro es un retrato sin rostro.

Al día siguiente volvieron don Romualdo y él a pasear por la vía pero esta vez en la dirección opuesta, hacia Extremadura. Salieron del pueblo por los antiguos lavaderos y los dos sintieron la añoranza del bullicio de las mujeres lavando en las pilas de piedra. Parece que escuchaban correr el chorro del pilón y  creían ver la ropa blanca que se extendía sobre los juncales que rodeaban a ese mentidero del pueblo que actualmente había sido sustituido como tal por la consulta del médico, verdadero lugar de encuentro de los pequeños lugares donde las mujeres acuden con “los cartones” de los medicamentos envueltos con la cartilla en una bolsa de plástico. Allí intercambian sus dolencias y sus experiencias quirúrgicas. Hoy solamente estaba junto a las pilas un dominguero madrileño de los muchos que aprovechan los viajes al pueblo para despojar a sus padres del aceite y de los chorizos de la matanza y para lavar meticulosamente su automóvil.

Lavaderos de Aldeanueva de Barbarroya
Lavaderos de Aldeanueva de Barbarroya

Continuaron vía adelante hasta cruzar el camino que discurre junto al Canto del Perdón. Se sentaron al sol y miraron hacia la enorme roca de granito en la que aparecían unos misteriosos grabados en la superficie. A su alrededor las gentes que desde hace siglos transitan por el sendero han ido arrojando cantos hasta formar un  pequeño túmulo.

– ¿Cómo quiere usted Ramiro que los gobiernos traigan aquí trenes y progreso si la gente sigue todavía echando piedras en los caminos y pidiendo deseos que nunca se cumplirán?

– Pues para eso precisamente, para que estas gentes salgan de su encierro y de su ignorancia. Aparte, don Romualdo, de que ustedes los catedráticos cuando se ponen esas togas absurdas y esos sombreros de los que parecen que cuelgan fideos no son menos ridículos.

– No te ofendas. Es curioso que lo que nuestros paisanos veneran en esa piedra no es otra cosa que un grabado de la Edad del Bronce. Algo que hace cuatro mil años producía fervor a los cazadores y mineros que andaban por aquí.

– Puede que sea eso, pero a mí me han contado otra versión. Dicen que hace muchos años, en una venta del pueblo jugaban a los naipes un pastor y un arriero. El vino y las trampas provocaron una pelea entre los dos. El arriero sacó la navaja hiriendo a su compañero de juego y emprendiendo después la huida. La rabia y la herida hicieron correr como un corzo al ofendido que dio alcance a su agresor sacando su faca pero, cuando ya iba a matarle el arriero imploró perdón y el pastor agredido escuchó la voz de una mujer hermosa que le pedía que no lo hiciera. No se sabe si la mujer era la Virgen o un hada, lo cierto es que todo el mundo pide un deseo, lanza una piedra y reza una oración cuando pasa por aquí y yo, amigo mío, voy a ser ahora mismo un ingenuo y un rústico y voy a pedir un deseo que además no le voy a contar.

– Allá tú con tus supersticiones, pero vámonos que quiero echar un trago en la fuente de los Cuadrilleros.

Grabados del Canto del Perdón
Grabados del Canto del Perdón

Cuando llegaron a la vía, un todoterreno daba acelerones intentando salir de un trampal de barro hundiéndose cada vez más. Se acercaron y aconsejaron al conductor que cortara unas retamas y las metiera bajo las ruedas. Empujaron como pudieron y, aunque a don Romualdo se le puso su abrigo pasado de moda perdido de barro, el coche consiguió salir.

– ¿Que hacen ustedes por aquí? ¿Es que son del catastro?.

– Pues no, somos topógrafos de las obras de la Vía Verde.

Ramiro sintió algo muy extraño, recordaba a los ingenieros que antes de la guerra anduvieron con sus palos y sus teodolitos midiendo por todas partes para comenzar después  las obras de la vía, su vía.

– Mire usted, esta es la línea de Talavera a Villanueva de la Serena, aunque también se la conoce como la Vía del Hambre porque en los años de la posguerra dio muchos jornales en estos pueblos, que entre la política y las sequías aquí se comieron muchas bellotas por aquella época. Pero eso de la Vía Verde es nuevo.

– ¡No hombre! – dijo el ingeniero – Así es como van a llamar los políticos a la ruta que se va a preparar para atraer al turismo rural. Vamos a arreglar las estaciones, el piso y los derrumbes. Se va a señalizar el recorrido y se van a iluminar los túneles para que vengan los turistas a recorrerla andando, en bicicleta o a caballo.

– ¿Pero van a pasar viajeros por la vía?- preguntó Ramiro casi con ansiedad.

– Pues claro abuelo, la gente de Madrid pasamos las semanas como los toros metidos en los cajones y, cuando llegan los viernes por la tarde, nos abren el toril y salimos corriendo a las sierras y a las dehesas.

Los topógrafos se despidieron y los dos jubilados continuaron su camino de vuelta a casa. Ramiro iba silencioso, mirando al frente con la vista fija en las cumbres de Gredos que se levantaban como un farallón nevado al fondo del paisaje. De pronto salió de su mutismo.

-Se imagina usted, turistas sentados en la estación con sus mochilas y sus ropas de colores, las estudiantes tomando el sol junto a la cantina. Darían una vuelta por el pueblo y comprarían algún queso o algún sombrero de paja de centeno de los que hace tía Casi, y alternarían con los cuatro mozos que quedan, que además podían emplearse en las fondas o arreglando la vía. Y visitarían la ermita del Espino, y la iglesia. Alguna vez tiene que tocar algo bueno a estas tierras.

– ¡Bah!, ¿Quién va a venir aquí a hacer turismo?. A este rincón olvidado.

– Romualdo, deja ya la mala leche, que éste también es tu pueblo al fin y al cabo. Y todos los pueblos han tenido sus momentos buenos. Ahí enfrente, a la otra orilla del río Uso, sin ir más lejos, estuvo la Ciudad de Vascos que tiene sus baños, sus palacios, sus murallas y sus mezquitas. Una ciudad rica de los romanos y de los moros que trabajaban en ella los minerales de oro de las minas de sierra Jaeña. No siempre hemos sido pobres, o te crees que los americanos no llegarán a ser con los años tan pobres como son ahora los egipcios, y eso que también tuvieron una civilización que construyó las pirámides. A todos los pueblos les vienen sus rachas, como en el mus. A lo mejor estamos ahora de racha en La Jara, como cuando los Reyes Católicos, que nuestra miel valía un Potosí.

– Veremos si es verdad, pero no te enfades ¡Coño! Y, hablando de la Ciudad de Vascos, cuéntame lo del Marqués de Lozoya con Serapio el de tía Pastora que el otro día no acabaste.

– Pues verás, vino el marqués a buscar ruinas y tesoros a la Ciudad de Vascos y le servía de guía Serapio. Un día le llevaron los porqueros de la finca una escultura de bronce como de medio metro de altura. El marqués de Lozoya dijo que se trataba de una escultura romana del dios Priapo y Serapio, al ver la escultura y fijarse en lo bien armado que estaba el tal Priapo, dijo:

– Pues a mí señor marqués esta estatua me parece el niño que no se andaba con el bolo colgando.

– Pero qué bestias sois – respondió don Romualdo disimulando mal la risa-.

lcazaba de la Ciudad de Vascos y desembocadura del río Huso en el Tajo
lcazaba de la Ciudad de Vascos y desembocadura del río Huso en el Tajo

– Venga, vamos a tomar unos chatos al bar de la carretera. Te convido, que hoy estoy de buen humor- invitó Ramiro.

Habían pasados dos años, Ramiro tenía otras cuantas carranclas, como llamaban en el pueblo a los achaques. Esa mañana se levantó y subió al doblado. A duras penas pudo bajar un baúl que no había abierto desde hacía cuarenta años, justo desde el día en que le comunicaron por telegrama que las obras iban a ser abandonadas antes de colocar los raíles. No se terminaría nunca pero que él podía seguir con su puesto de jefe de la estación y cuidar de las instalaciones. Él siempre había querido ser el jefe de la estación de su pueblo y allí se quedó.

Sacó del baúl un traje de jefe de estación y, después de afeitarse escrupulosamente, se puso la chaqueta, los pantalones ya no le valían. Tomó la bandera y la gorra y salió a la calle cruzándose con el cura que se quedó boquiabierto dejando caer la ceniza de su cigarro mal liado sobre la sotana.

En la vía estaban el alcalde y los concejales con el alguacil que había estrenado uniforme y zapatos para la ocasión. Los periodistas y los cámaras esperaban curioseando la vieja estación recién restaurada mientras algunos curiosos esperaban a la sombra de un enorme cartelón que anunciaba que los dineros gastados venían de Europa. El teniente de zona de la Guardia Civil esperaba la llegada de las autoridades con esa cara de aburrimiento que solamente saben poner los guardias civiles en las inauguraciones. Aparecieron varios automóviles, algunos con los cristales ahumados.

La mayonesa de los canapés empezaba ya a ponerse amarilla cuando el Consejero y el Director General fueron recibidos por el director de RENFE y otros personajes más o menos relacionados con las obras. Después de inspeccionar las reformas de la estación se dirigieron hacia el túnel para observar su iluminación por luz solar y cortar la cinta.  Ninguno de ellos reparó en un hombre menudo, oculto entre unas jaras y vestido de jefe de estación que, a su paso, bajó ceremonial una bandera mientras se le humedecían los ojos y decía ¡Aldeanueva de Barbarroya, diez minutos!.

LA VÍA DEL HAMBRE, CUENTO (1)

LA VÍA DEL HAMBRE, CUENTO (1)

La llamada hoy Vía Verde de la jara es denominada por los lugareños la Vía del Hambre. En este cuento de obras que no se acabaron se relata el porqué. 

Estación de la Vía del Hambre en Aldeanueva de Barbarroya
Estación de la Vía del Hambre en Aldeanueva de Barbarroya

Había llegado esa hora de los inviernos de Castilla en la que es difícil permanecer sentado sin que se enfríen las orejas. Cuando el sol rojo, que cae después de uno de esos días despejados de un azul diáfano, quiere calentarnos más, pero no puede y se hunde en la tierra húmeda de la que empieza a levantarse una neblina rastrera. Ramiro “el jefe” se ha quedado pensativo sobre el andén mohoso que nunca pisó ningún pasajero. Mirando hacia el suelo mientras se cala la gorra, murmura:

– Mira tú que si al final sirvió para algo todo aquel sudor.

Hoy no ha venido don Romualdo a dar el paseo después de la partida. Sin compañía, no ha querido hacer su diario recorrido por la vía. La verdad es que cada vez se va notando más viejo y parece que tiene un perro mordiéndole la rodilla, como siempre le dice al médico, quien, a su vez, siempre le responde:

– Pero qué quiere Ramiro, con sus casi ochenta años y lo trabajado que está usted, ojalá estuviera yo así.

Todo el mundo sabe en el pueblo que don Antonio, el médico, siempre ha sufrido antes que sus pacientes cualquier enfermedad, incluso las que son un poco ridículas o infamantes.

– ¿Es que crees que sólo tú tienes almorranas?. Mira, tres semanas llevo yo con las posaderas sobre el flotador de mi nieto para aguantar el dolor.

Tampoco las patologías venéreas escapan a su terapéutica comparativa y si algún mozo viejo va a la consulta con purgaciones de puticlub, relata el galeno con todo lujo de detalles cuando cogió un mal chancro haciendo la mili en Melilla, y cómo su padre tuvo que mover durante la posguerra sus influencias en las embajadas para conseguir la penicilina salvadora.

Ramiro salió de la estación mirando de reojo las paredes decoradas con dibujos soeces y las grietas que dejaron los chatarreros cuando robaron las tuberías. Ha pasado mucho tiempo desde que “el jefe” dejó de llamar la atención del alcalde para que, al menos, tapiaran las puertas y ventanas y, de vez en cuando, el ayuntamiento diera una peonada para correr el tejado. Ya no quedaban tejas, y el fuego que encendieron para calentarse unos aceituneros portugueses acabó hace algunos años con la techumbre. Hasta llegó, con la ayuda de don Romualdo, que había sido profesor en la universidad, a escribir una carta a un periódico de Talavera para que las autoridades tomaran cartas en el asunto, pero nadie le escuchó.

El camino iba subiendo junto a una hilera de álamos corroídos por la grafiosis y Ramiro pensó mirándolos:

– Estos árboles están como yo y como la vía, aunque, si es verdad lo que me han dicho esos dos ciclistas de Madrid, puede que la estación de Aldeanueva de Barbarroya se salve.

Él siempre soñó con decir en voz alta ese nombre, tan sonoro y difícil de pronunciar, del pueblo donde estaba destinado como jefe de estación a los forasteros que asomaran por las ventanillas, pero nunca llegó a levantar la bandera ni a oler la carbonilla, la línea nunca se terminó.

Viaducto a puente de Amador, llamado así por el contratista que lo levantó
Viaducto a puente de Amador, llamado así por el contratista que lo levantó

De camino a casa se detiene con Teresa, una de esas personas chatas y bajitas que todavía se pueden ver por las tierras pobres de España marcadas por la necesidad de la posguerra y por la precariedad de su alimentación.

-Ya ve usted señor Ramiro, entonces, cuando llorábamos y no había qué llevarnos a la boca nos hacían con un trapito atado un chupete de miel y adormidera y así engañábamos el hambre; y no como ahora, que los críos están “tiestos de yogules y potitos desos”.

La mujer continúa lavando los moldes de esparto de los quesos y le ofrece al jefe de estación.

– Tome usted un cachejo que mis cabras son las más limpias del pueblo.

El hombre coge un pedazo de queso con un vaso de vino tan oscuro y espeso como las arcillas de La Jara donde nacen las viñas y continúa cansino hacia su casa. Hoy, después de mirar en la televisión un concurso estúpido o alguna de esas películas americanas que no entiende, se irá a acostar y volverá a contemplar absorto, como en una oración, el retrato de su mujer que tiene junto ese cuadro de los caballos y los ciervos bebiendo a la luz de la luna que hay en tantas casas de los pueblos españoles. Parece que ha sustituido a aquel hule con el mapa de España que cubrió durante décadas la mesa camilla. En él los niños españoles aprendían geografía cuando un macarrón se caía sobre la ciudad de Valencia o el cerco caliente de una cacerola requemaba la provincia de Madrid.

Al día siguiente, después de perder en la partida un café y dos copas de Veterano, Ramiro salió con don Romualdo a dar su paseo.

– Venga Ramiro, que ya sabes que en febrero busca la sombra el perro, y hoy parece que ha calentado un poco más el sol. Vamos a acercarnos por la vía hasta la fábrica de la luz.

Pasaron primero junto a los muelles de la estación y Ramiro imaginó a las vacas y las cabras subiendo en los vagones para ir a la feria de ganado de Talavera. Siguieron por delante de los almacenes también arruinados, mientras las uralitas sueltas golpeaban contra la estructura oxidada del tejado. Frente a ellos, a falta de raíles y guardagujas, los chavales habían preparado un campo de fútbol en la explanada y se llamaban unos a otros con nombres brasileños.

– Está usted oyendo Ramiro, nosotros aprendíamos que Hernán Cortés y Pizarro debían ser nuestros héroes, y ahora resulta que los indios de las favelas son los ídolos de la juventud. Un detalle de justicia histórica para aquellas tribus que siempre salían perdiendo en sus luchas contra los dioses de la barba y el caballo- explicó don Romualdo en el tono un poco pedante que siempre utilizaba con sus paisanos cuando hablaba de estas cosas que ninguno de ellos comprendía.

Siempre que tomaba esta actitud, su compañero pensaba lo alto que había llegado “Aldito” el hijo de Marciano “Gorreta”, que con este nombre conocían en el pueblo a todos los de su familia pero, cualquiera se lo llamaba. Un enfado jupiterino le acometía si alguien le recordaba en su cara el mote familiar e improperios como palurdo, asno, o acémila eran lo mínimo que salía de su boca, mientras una lluvia de perdigones escapaba entre su descolocada dentadura postiza.

Las flores de los almendros estaban perdiendo los pétalos y formaban una alfombra bajo sus troncos. Ya estaba avanzado el invierno y habían dejado de adornar con su belleza breve la naturaleza sobria de las lindes que separan los barbechos.

Anduvieron unos minutos en silencio y se detuvieron a contemplar desde el terraplén las riberas del Tajo. Al otro lado del río emergía sobre las aguas un tejado con un poste corroído del que colgaba un cable oxidado. Era la antigua central eléctrica que en tiempos había dado luz al pueblo.

Vista del Tajo desde la vía del Hambre, al fondo el puente Amador
Vista del Tajo desde la vía del Hambre, al fondo el puente Amador

– Nada, cuatro bombillas repartidas por las calles que, si corría poco agua, daban menos luz que las velas.- dijo D. Romualdo, siempre tan negativo- Esa central es como la vía, y como el pueblo, un quiero y no puedo.

– Pues no señor, no estoy de acuerdo – dijo el jefe de estación- Por el oeste de España siempre se ha puesto el sol, jamás se ha levantado, y ya va siendo hora. Nunca se nos ha regalado nada y para una vez que se quería dar con el tren algo de vida a estas tierras se chafó la cosa.

– Ya sé Ramiro, me lo ha contado usted muchas veces. Que la vía la proyectaron en tiempos de la Dictadura de Primo de Rivera, que la quiso impulsar la República y que luego quisieron unir Madrid con los regadíos del plan Badajoz. Lástima, que los camiones empezaran a abundar, que las carreteras mejoraran y que los ministros de Franco creyeran que ya no era rentable acabarla. El caso es que hoy no tenemos tren ni central, que lo único que nos queda es la cara de Agapito.

Agapito había sido el encargado de la central. Su amigo Onésimo tenía veleidades artísticas y le había hecho una máscara para esculpirle más tarde con un mármol que nunca llegaría a comprar. La central cerró y Agapito se marchó, pero Onésimo se hizo una casa en la plaza con la indemnización que cobró cuando le despidieron y, no se sabe el porqué, colocó en la fachada la máscara de Agapito. Aquel extraño elemento decorativo atraía los comentarios de los visitantes ilustrados del pueblo, que especulaban sobre el origen fenicio o romano de la cara de barro de Agapito, el de la fábrica de la luz.

Los dos hombres seguían mirando hacia el río cuando algunas grullas retrasadas cruzaban el cielo hacia el sur.

-¿Te acuerdas del cajón?- Dijo Ramiro mirando con sorna a Romualdo.

– Cómo no me voy a acordar- respondió secamente el profesor-.

Ramiro sentía un placer algo malintencionado en recordar a su amigo el día en que, por ser el hijo de los caciques, tuvo que cruzar el río en el cajón que con un cable vadeaba el Tajo acompañado de un cura y un falangista de un pueblo cercano. Muertos de miedo y ateridos de frío llegaron al otro extremo donde se percibía en la oscuridad el bulto de otras gentes. Era el maestro de Calera, un herido en la guerra y un alcalde de los rojos que iban a cruzar a la otra parte. Romualdo recordaba que los huidos de ambos bandos se habían dado las buenas noches con mucha educación y luego él había echado a correr tropezando con las encinas y las cornicabras hacia zona nacional.

Secundino, el alcalde del pueblo, de acuerdo con los molineros, utilizaba el cajón para cruzar a cada uno al lado de sus preferencias políticas, sin ningún escrúpulo ideológico y sacando de paso un dinerito con labor tan humanitaria.

– Pero no te olvides que, aunque cerró la fabrica de la luz, después hicieron la presa de Azután que inundó el molino y la central- dijo Ramiro rompiendo una lanza por el progreso.

-Sí- respondió don Romualdo- pero se llevan la energía a mover la industria de otras tierras y aquí siguen arañando con las uñas las aceitunas del suelo para poder vivir.

Los dos hombres siguieron su camino sobre la vía que se iba encajando entre elevados taludes de granito negro y compacto. Recordaron el esfuerzo inmenso, las miles de carretas de piedra que se sacaron de allí haciendo estallar los barrenos que se llevaron por delante la vida de varios obreros.

-Te acuerdas de aquel picapedrero de Lagartera, tuvieron que bajar hasta el río para recoger una de las piernas cuando estalló una caja de dinamita.

Ramiro recordaba las viejas camionetas de explosivos custodiadas por dos guardias civiles muy serios aferrados al mosquetón. Y es que los maquis andaban cerca, la partida de Quincoces podía aparecer en cualquier momento. Había traído en jaque a los guardias y a los soldados hasta que le traicionaron en Valdelacasa. Dicen que un majano de piedras amontonadas en el lugar donde murió es el monumento que fueron formando sus paisanos en recuerdo de su lucha sin futuro.

Una bandada de torcaces levantó el vuelo en la otra orilla del río sobre los acebuches.

– Sabrá usted –dijo don Romualdo- que los fenicios injertaron los acebuches silvestres de la península ibérica y así nacieron sus magníficos olivares. Todavía se aprovechaban hasta hace poco sus pequeñas aceitunillas en algunos lugares de España para hacer un aceite áspero y negro.

– Hoy sólo sirven para llenar el buche de las palomas que vienen a cazar los italianos, que creo que en su tierra ya no quedan ni golondrinas por el vicio que tienen para tirar de gatillo.

Abajo, el sol oblicuo del atardecer iba dando un aspecto sombrío a las aguas del río.De vez en cuando sus aguas se veían sacudidas por las carpas que saltaban pesadamente o por el despegue lento de alguna garza. En esta ocasión los dos paseantes llegarían hasta el Puente de Amador. Así llamaban en el pueblo al gran viaducto que unía las dos orillas del Tajo. Amador había sido el capataz de la inútil obra que por lo menos dejaría su nombre en la particular y extensa historia del absurdo de las obras públicas españolas, con las presas que nunca se llenaron de agua y las minas que nunca dieron oro.

Sobre el puente, un grupo numeroso de jóvenes manipulaba cuerdas y correas. Los ancianos se acercaron y oyeron que uno de ellos decía:

– ¡Vamos!. El último lanzamiento de hoy. ¿Quieres tirarte tú Esther?.

– Vale, pero seguro que voy a gritar.

– No importa es bueno soltar la tensión en las primeras caídas.

En un momento, la chica de aspecto frágil se colocó un arnés y se enganchó a una gran maroma, se colocó sobre la barandilla y se lanzó al vacío. Romualdo y Ramiro, estupefactos, no salían de su asombro, pero se asomaron y respiraron algo más tranquilos cuando comprobaron que la cuerda era flexible y la chica subía y bajaba como una pelota.

-¿Han visto abuelos? ¡Vaya alucine! – dijo el que parecía el jefe- ¡Joé! tú, han “flipao” los viejos. Esto no lo hacían en sus tiempos ¿Eh?

– En nuestros tiempos sólo vivir era ya un riesgo, chaval, y no hacer estas tonterías- dijo Ramiro, más tranquilo al ver que la muchacha estaba a salvo.

– Venga abuelo, tome un trago del vino de pitarra que hemos comprado en el pueblo y no se enfade- respondió el estudiante con esa emoción infantil que produce a la gente de la ciudad consumir cualquier producto del campo.

Después de compartir el vino, se fue rompiendo la frialdad de los primeros momentos y al cabo de un rato los chicos estaban tratando a los ancianos con el aire entre paternalista y estúpido con el que los urbanos tratan a los rústicos, especialmente cuando son ancianos.

Página Talavera y su Tierra de Miguel Méndez-Cabeza Fuentes

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