UNA PALABRA PARA LOS MÉDICOS TALAVERANOS
Este artículo se publicó en 1989, al cumplirse quince años de la inauguración del hospital de Talavera y a petición del amigo del escritor y ceramista talaverano Emilio Niveiro, que aparece en el escrito con su nombre completo Emilio Ernesto. Como todo lo de Cela este curioso artículo rezuma el característico humor del Nobel.
Siempre fui amigo de arrieros y médicos y, sin declararme enemigo, siempre huí de curas y enterradores; aquellos le llevan a uno de un lado para otro y aveces aciertas con el sendero y éstos, en cambio, al menor descuido le mandan a uno para el otro mundo, el cielo luminoso, el infierno ardoroso, el purgatorio cauteloso o el confuso limbo, o lo sepultan bajo dos palmos de tierra bien pisada (en la que nacen las amapolas, mean los perros y se enguilan a muy cadencioso compás los irreverentes cochinos jóvenes verriondos).
También me llevé siempre mejor con los alfareros que magrean el barro que con los guardias que sacuden estopa al personal, y con los marineros que pelean con el bacalao que con los recaudadores de contribuciones que esquilman al contribuyente, aunque quién sabe si mis querencias y mis ausencias no serán más que manías.
Este tiempo atrás anduve en manos de médicos y libré porque Dios así lo dispuso y porque, según es bien sabido, matar un gallego es muy difícil. Guardo muy serena gratitud hacia don Alfonso que fue el que me denunció, y hacia don Miguel, que fue el que me trinchó, y declaro con toda solemnidad y convencimiento, esto es, con tanto énfasis como certeza, que si no me hubieran tendido el puente por el que me escapé, me hubiera ahogado irremisiblemente en el vado traidor en el que ni sabía ni podía nadar.
Don Emilio Ernesto y yo, según el declara desde su río Tajo el último día de Santa María Salomé, somos amigos desde hace mil años, más o menos desde las calendas en que Almanzor tomó Compostela, y uno, que es agradecido de naturaleza, lo tiene por cónsul general de la amistad desde entonces y donde se hallare; aludo a esta circunstancia lo tiene por cónsul general de la amistad desde entonces y donde se hallare aludo a la circunstancia de los 10 siglos tras declarar que al amigo no se le desobedece, para entender mejor lo que sigo diciendo.
Los médicos talaveranos, a través de don Emilio Ernesto, me piden que les dirija una palabra, pienso que de buena voluntad porque las otras ya las gasté cuando aún luchaba por sobrevivir y pasar a la historia, ese incesante volver a empezar (Tucídides), esa filosofía en ejemplos (Dionisio de Halicarnaso) y esa merienda de negros desteñidos en la que, al decir de Goethe, todos los gatos son pardos y lo mejor que le debemos es el desmelenado entusiasmo que nos inspira.
Un viejo refrán español advierte que por el son se conoce la campana y al hombre la palabra. Barrunto que, para no alarmar a nadie, y para no asustarme yo tampoco, la palabra que he de decir a los médicos de Talavera debe ajustarse al mandato de Esquilo cuando nos predica que la palabra es el médico del ánimo enfermo.
Mi ánimo está sano, gracias sean dadas a Nuestro Señor Santiago y a los clementes dioses que protegen a los escritores de buena voluntad y, a buen ánimo, la palabra que más le gusta es: salud.
Para Homero la salud se identifica con el espíritu sano en el cuerpo sano, y para Marcial la vida no es vivir sino tener salud.
A mis amigos los médicos talaveranos les brindo y les deseo salud para que regalen a espuertas a quienes la necesitaren.
Un médico se salva del fuego perdurable si acierta a devolver un día de salud a un solo enfermo.
El cuerpo sano, decía Francis Bacon, es el hospedaje del alma; el cuerpo enfermo, su prisión.
Camilo José Cela