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VIOLACIÓN EN LA PORTIÑA (y 2)

VIOLACIÓN EN LA PORTIÑA (y 2)

Puerta de Zamora y a la izquierda las columnas de la portada de la Santa Hermandad
Puerta de Zamora y a la izquierda las columnas de la portada de la Santa Hermandad

Después de haber sido violada en el Valle de las Doncellas, y disimulando el verdadero alcance de la agresión de que había sido objeto ante los testigos cercanos que habían oído sus voces, Tomasa Rodrigo llega a Segurilla, su pueblo.

Ya en su casa la moza ultrajada cuenta la verdad.Su padre Juan «Elías», mancillada su honra y arrebatado el rostro de ira y dolor, baja corriendo los cerros de Segurilla hacia la Portiña, acortando por el monte, saltando entre los chaparros. Trata de averiguar disimuladamente quien es el autor de la vejación, guiado por las señas de las que la azorada muchacha le ha dado cuenta:

– Era de estatura baja, moreno, pecoso de viruelas, ni demasiado delgado ni grueso, llevaba una montera de paño pardo como de la hechura de los que usan los de Gamonal y Velada, coleto, mangas de paño pardo, de los calzones no puedo dar razón y si que tenía botillas de paño pardo y calcetas, con costal al hombro. Parecía ganadero –Pudo contar aún temblorosa.

Coinciden estas señas con las de un zagal y un mayoral(1) cuidadores de cerdos que por aquellos lugares ejercían su custodia. Hacia ellos encamina su pesquisa. El primero es Sebastian Colilla, natural y vecino de Velada, casado, de 26 años que servía en el ganado de cerda de D. Pedro de Villarroel, al que encuentra, acompañado de su mayoral, pastoreando la piara. Intenta con cautela ganar su confianza, comentando incluso cómo en cierta ocasión comieron juntos un cerdo que había muerto de una mala capadura. Más tarde, ya sin tantos rodeos, directamente le inculpa directamente del asalto de su hija, refiriéndose al episodio como si solamente se hubiera tratado de un robo. El azorado zagal se defiende diciendo.

-Yo no seré, que yo no se lo habría de quitar.

-¡Ello se habrá de averiguar!

Exclama amenazante «Elías».

Cuadrillero de la Santa Hermandad del siglo XVIII
Cuadrillero de la Santa Hermandad del siglo XVIII

El otro sospechoso, Gregorio Sánchez,es natural y vecino de Mejorada, soltero, de 30 años, mayoral del ganado de cerda de Esteban Tobías, es localizado por el despechado padre más abajo. Se aproxima a observarlo sin imputarle directamente ninguna acusación.

-¿Viste bajar un buey por el arroyo? 

El ganadero respondió que nada había visto, ajeno a la intención indagadora  de su interlocutor y aún le pregunta que de donde se había escapado la res. A ello responde con desgana el de Segurilla mientras se aleja:

-De una arada que tengo allá arriba.(2)

Sin conseguir ningún indicio más que le pueda llevar a conocer la identidad del violador, el padre denuncia los hechos y a los posibles sospechosos ante el Tribunal de la Santa Hermandad en su casa y cárcel.

Se inicia el proceso. Comienza con la declaración de Tomasa Rodrigo que describe puntualmente los hechos que ya conocemos. El reconocimiento de la víctima es encomendado a Juana Munío, comadre y partera en la villa, que tras reconocer con el mayor cuidado y atención a Tomasa«no se la ofrece duda a su leal saber y entender».

-Se haya rota y conocida de varón.(3)

El cuadrillero mayor (4) Francisco Sánchez de Mingo detiene a los sospechosos poniéndolos a buen recaudo en la cárcel de la Santa Hermandad, junto a la Puerta de Zamora.

Para la correcta identificación de los presuntos culpables se dispone que se ponga a los reos en rueda de reconocimiento. Se organiza la misma en el patio de la cárcel, allí se sitúan cinco hombres, de los que sólo uno de ellos es uno de los presos sospechosos.

Desde dentro y a través de un ventanuco, Tomasa Rodrigo, «habiéndolos examinado con mucha reflexión, se retiró y espuso que ninguno de ellos era el agresor». Se siguen varias ruedas de reconocimiento. El cuadrillero cambia de lugar a los hombres, varias veces, sin ningún resultado. E incluso invita a Tomasa Rodrigo a salir al patio y así poder reconocerlos más de cerca. La muchacha se niega convencida de no equivocarse.

Idéntico resultado se obtiene en la rueda de reconocimiento con el segundo acusado. Pero aunque no han sido reconocidos por Tomasa ninguno de los dos, ambos siguen  en prisión.

Los acusados presentan sus coartadas y sus testigos a los que el Alcalde de la Santa Hermandad (5) comienza a interrogar. En primer lugar Antonio de Sosa, el músico, más tarde a los segadores gallegos, vecinos de dos aldeas de Muro, arzobispado de Santiago. También a Juan García Galán, Antonio Merino, Andrés Florido y Martín Gómez. Ninguna pista o dato nuevo  añaden a lo que ya conocemos en lo que se refiere al asalto. Pero sí confirman, sin embargo, las coartadas  de los encartados.

Sebastián Colilla, el zagal «velaíno» había dormido con su mayoral, tumbados ambos en un barbecho por encima de la Labranza de Pedro Gordillo. De allí salieron con su ganado, al romper el día, hacia Valdefuentes. Cuando ya el sol estaba alto (8 ó 9 de la mañana) bajaron a sestear a un olivar próximo a los molinillos de la Portiña.

Mientras, Gregorio Sánchez, el mayoral de Mejorada, había descansado con su zagal en el pajar de la labranza de Pedro Gordillo, desde donde se dirigió a las rastrojeras de la labranza de Cervines y más tarde, mientras su zagal con la caballería, subía a Mejorada a vestirse y avituallarse de alimentos, él se encaminó a los olivares de la Portiña.

Allí se encuentra con sus colegas y juntos disponen su almuerzo con tocino, gazpacho y queso que trasegaron con frecuentes tientos a una bota de excelente vino de Mejorada y compartieron en charla con Gregorio Sánchez y Antonio Merino, suegro de Sebastián, que había subido buscando a su yerno para que le ayudara a coger hoja de morera. Terminada la colación, bien pasadas las 10, Sebastián y Antonio se dirigieron arroyo abajo hacia las moreras de Narciso Ezquerra, cargados con un saco de lienzo, un costal de jerga blanco, la destraleja y el garabato, mientras Juan y Gregorio se disponían a echarse la siesta, protegidos del calor canicular de junio por la sombra de una encina.

Aquellos, permanecieron en el moreral hasta las 12, aplicados en su tarea de llenar el saco, hasta ellos se acercó la mujer de Martín «el Podador» para llevarles un poco de agua que aliviara su sed. A pesar de la invitación de comer en la villa que le sugiere su suegro, Sebastián regresa a su ganado, aposentándose al lado de sus compañeros dormidos. Todos despiertan alrededor de las tres cuando el ganado comienza a levantarse y es necesario pastorearlo. Aderezan gazpacho(6) para merendar y después cada cual se ocupa de su piara.

En este caso como en otros muchos de la Santa Hermandad, no llegamos a conocer si el culpable es o no juzgado y castigado, por no haberse hallado el delincuente o por haberse perdido el final de la causa o diligencias posteriores.

El violador vemos como le dice a su víctima durante la comisión del delito, que si es soltera se casaría con ella. No es cinismo del asaltante sino una forma de guardarse las espaldas ya que, en la época en que se desarrollan los hechos, ciertos delitos, incluso de sangre, podían mediante acuerdo entre  los particulares, no ir más adelante y quedar sin castigo el delincuente siempre que resarciera a la víctima.

… Y el tres de julio ambos son puestos en libertad.

 

 

(1)Zagal: Pastor mozo, Mayoral: Jefe principal de los pastores, y que cuida de una cabaña de ganado.

(2)Por entonces los bueyes eran todavía utilizados como principal fuerza de tiro en los trabajos agrícolas, lo que se ha venido haciendo en la comarca hasta hace unas décadas, quedan todavía en las trojes de nuestros pueblos los yugos para uncir a los bueyes, diferentes a los de las caballerías

(3)Obsérvese el meticuloso procedimiento de la justicia de la Santa Hermandad, con pruebas periciales como la aquí aludida de la comadrona, y con fórmulas todavía utilizadas en la justicia actual como la de » a su leal saber y entender»

(4) El Cuadrillero Mayor era en la Santa Hermandad, la máxima autoridad de la fuerza ejecutiva de la misma, a su mando directo estaban los cuadrilleros y sobre él solamente los dos alcaldes y los dos regidores. Era un cargo remunerado.

(5) La cabeza jerárquica de la Santa Hermandad eran dos Alcaldes que asumían la autoridad ejecutiva y la judicial.

(6)El gazpacho era comida habitual entre los ganaderos y también los agricultores que por ejemplo en la siega formaba parte importantísima de su dieta. En Velada, de donde es original el Zagal sospechoso se sirve y elabora el gazpacho en un cuenco de  corcho llamado «cuzarro» que además de mantener mejor el sabor , en el cuerno del gazpacho, muchas veces decorado por los pastores, se llevaba el condimento y otro cuerno cortado servía como vaso.

Cuzarros para el gazpacho, el tercero se ha adaptado como cenicero.

VIOLACIÓN EN LA PORTIÑA (1)

VIOLACIÓN EN LA PORTIÑA  (1ª Parte)

Uno de los procesos  reunidos por el «Colectivo La Enramá» (Miguel Méndez-Cabeza, Rafael Gómez y Angel Monterrubio» para su libro «Causas Criminales de la Santa Hermandad»

Dibujo de 1909 que representa el paraje de Los Molinillos de la Portiña al que se alude en el texto
Dibujo de 1909 que representa el paraje de Los Molinillos de la Portiña al que se alude en el texto

Corría el año de 1770, esa misma noche fresca de junio comenzaba el verano. Tomasa Rodrigo se había levantado con el gallo.Vistió sus veinte años con la camisa y el jubón, un guardapiés de bayeta verde adornado de ribetes encarnados, con su delantal, la mantilla de paño pardo y el pañuelo blanco al cuello, protegió su cabeza con una pobre montera descolorida y calzó sus viejos zapatos atados con majoleras.

Resplandeciente, con las modestas galas de una hija de labradores de Segurilla, se encontraba feliz. Iba a Talavera para visitar a su hermana que había entrado a servir con un señor de esa villa.

Aparejó su borrica y su padre, Juan «Elías», cargó sobre la bestia dos haces de leña cortados en los chaparros de los berrocales de Segurilla.

El pobre animal, tan cargado, trastabilleaba mientras descendía por el irregular empedrado del camino. A la derecha quedaba la todavia borrosa silueta de la Atalaya y abajo serpenteaba el arroyo de la Portiña mientras, al fondo, asomaban las torres de las iglesias de Talavera.

Era ya una hermosa mañana soleada  cuando Tomasa atravesaba el puente de la Villa sobre el arroyo de la Portiña, para adentrarse en el caserío por la puerta de las Alcantarillas Nuevas.[1]

Después de conseguir vender su pobre carga, tomó los dos reales obtenidos asegurándolos conveniente y discretamente, en el fondo de su faltriquera, para dirigirse a continuación a visitar a su hermana Alfonsa. Había ésta entrado a servir como criada del comerciante Fernando Martín de Agüero en su casa y tienda de la calle Cerería. A cuenta del exiguo salario de la sirvienta tomó del comercio un poco de bayeta verde para hacerla un guardapiés y compró de paso unos garbanzos y un poco de queso. Tras intercambiar noticias y confidencias se despiden las dos mozas entre risas, encaminándose Tomasa de vuelta a Segurilla.

Serían ya las diez y media de la mañana cuando sale por la concurrida Puerta de María[2] para tomar el camino Ancho que la devolvería a su pueblo. El campo en esta época era en Talavera un hervidero de gentes afanadas en las labores más diversas. La moza avanzaba distraída por el camino pensando en la traza del guardapiés tan hermoso que iba a labrar a su hermana.

Al salir del callejón que dicen de los Alcornoquillos[3] vió cómo desde la Portiña un hombre se incorporaba al camino y, siguiendo sus pasos, pronto la adelantaba.

-¡Ave María! ¡Buenos días tenga usted!

Saludó la moza, y como no obtuvo respuesta pensó Tomasa:

-¡Será sordo!

A la orilla del camino, entre unos olivos, Antonio de Sosa, músico de la Iglesia Colegial[4] y Ándrés Florido, tejedor de telas ricas en las Reales Fábricas de Seda, parecen disimular. Mientras, la muchacha, observando con curiosidad la escena, piensa que andan buscando nidos de tórtolas cuando, en realidad, tratan de completar la deficiente dieta alimenticia que les permiten sus escasos ingresos con el hurto de unas miserables matas de garbanzos.

A la altura de la labranza de Pedro Gordillo   dos segadores gallegos mientras mascan su tabaco requiebran con sus chanzas a la muchacha. Cerca del tejar del monasterio de San Benito dos mujeres acercan con sus garabatos las ramas más frondosas de las moreras[5] cortando algunas con sus destralejas, después introducen las hojas en sus sacos de lienzo blanco y cerca de ellas un hombre trabaja su melonar.

Arroyo de La Portiña, al fondo a la derecha se habría producido la violación de la que habla la causa criminal.
Arroyo de La Portiña, al fondo a la derecha se habría producido la violación de la que habla la causa criminal.

Al llegar al reguero y hondonada que está al pie de la cuesta desde donde se da vista a los molinillos de la Portiña, en el sitio que llaman Valle de la Doncellas[6], se volvió el hombre que la había adelantado y tomando con fuerza el ramal de la borrica exclamó.

¡Más vale hurtar que pedir!

Asustada Tomasa grito.

¡Ay, Virgen Santísima!

A lo que respondió encolerizado.

¡Virgen de todos los demonios!

Pensando la pobre moza que sólo se trataba de uno de los numerosos asaltos con intención de robar en los tan inseguros caminos de entonces, le ofreció, sin resistencia, que tomase la bayeta y todo lo que llevaba en el delantal,  así como los dos reales en que había vendido la carga de leña. Pero agarrándola por el pañuelo el hombre consigue derribar a la moza al suelo. Con ésto, ella intuye que son otras sus intenciones y presa del pánico no duda en ofrecerle de rodillas la borrica y todo lo demás.

¡Ni por la Virgen de todos los demonios te dejaría! Gritó el hombre.

En ese momento el miedo hace que la muchacha intente, volviendo atrás, pedir auxilio a los segadores gallegos[7]. Pero cuando solamente avanza tres o cuatro pasos, el individuo la atrapa y asiéndola de los brazos, la lleva a lo más hondo del reguero arrastrándola por el suelo.

Allí la vuelve los brazos atrás, la ata con destreza por las muñecas ,ientras en el forcejeo se desgarra el delantal y el desgastado jubón de paño de ala de cuervo, y trata de liberarse aferrada al cinturón de su agresor.

¡Virgen Santísima valedme y a mi honra!

Cínico el asaltante le pregunta

¿Eres casada o soltera?

Tomasa no contesta, sólo intenta con sus gritos llamar la atención de los segadores, intentando eludir el zafio abrazo del desconocido.

Agotada en su lucha inútil, todavía tuvo que escuchar su voz babeante

¡Si eres soltera me casaré contigo!

Con rabia la moza contesta

¡Primero me metería un cuchillo!

Viéndola ya tendida y rendida, el violador levanto las faldas de la mujer y la puso en lapostura de mayor deshonestidad y consiguió conocerla carnalmente y desflorar su virginidad”. Saciado y viendo que la muchacha no cesaba de exclamar a María Santísima con grandes voces, tiró la lazada del cordel con que la tenía atadas las muñecas[8],  se levantó y corriendo, echó por el reguero abajo, subiendo por la cuesta de los Molinillos.

Tambaleante, Tomasa se levantó y fue gritando hacia donde estaban los segadores que, al haber oído las voces, ya se acercaban corriendo. Cuando llega cerca de ellos, tropieza y cae al suelo, los gallegos se acercan a ella tratando de socorrerla y preguntando qué es lo que la ocurre. Nada responde, sólo entrecortadamente les pide que sigan y cojan al pícaro que a lo lejos ascendía presuroso la cuesta del Molinillo junto a las colmenas.mujergoya
Intentan alcanzarle pero la ventaja es mucha y desisten de su empeño, volviendo donde se encontraba la muchacha que “asustada, revolcada y desmelenada”, solicitaba temblorosa que los hombres la acompañaran. Ellos se limitan a señalarle la cercana presencia de una cuadrilla de segadores de su pueblo, Segurilla, que pueden hacerse cargo de la infeliz, por no saber a ciencia cierta a que venía tanto sobresalto.

Entre lágrimas, agarrotada por el susto y el sentimiento de su honra perdida, apoyada en su borrica trata de encaminarse a su casa. A su espalda, en plena carrera, el músico robagarbanzos, grita y gesticula tratando de darle alcance, ella aún temerosa no se detiene, sintiendo miedo de ser víctima de un nuevo asalto. Junto al pajar de Valdefuentes, Onofre del Pino, Polonia Montero, vecinos de Segurilla y Antonio se Sosa hacen corrillo ante la desafortunada que apenas puede relatar lo sucedido, su pudor le impide reconocerlo abiertamente, ocultando a sus paisanos el verdadero alcance de la agresión y respondiendo que simplemente se había espantado la borrica y caído de ella.   (Continuará)

[1] Esta puerta del segundo recinto amurallado se encontraba  al final de la calle Cerería, en su confluencia con la Cañada de Alfares. Se conocía también como puerta de la Villa.

[2] Puede tratarse de una de las puertas hoy desaparecidas del tercer recinto amurallado.

[3]«Callejón» tiene aquí el sentido de «camino entre vallados»

y el topónimo Alcornoquillos nos recuerda la abundancia de estos árboles antes del aprovechamiento masivo de la tierra para cultivos, en zonas marginales todavía se puede ver algún ejemplar

[4]Hasta la Desamortización, La Colegial estuvo dotada de una importante capilla musical  con numerosos cantores, pertiguero, ministriles, salmeadores y un maestro de ceremonias, todos a las órdenes directas del Chantre.

[5]La Real Fábrica de Sedas, a pleno rendimiento en esos años, había hecho necesaria la plantación de decenas de miles de moreras en Talavera y toda la comarca para aumentar la producción de gusano, era la actividad de recoger la hoja un complemento económico para muchas familias.

[6] Pequeño regato junto al muro de la presa de La Portiña, por debajo del depósito de agua. En la orilla opuesta todavía se perciben los restos del molinillo.

[7]Eran numerosas las cuadrillas de gallegos que durante el verano bajaban a segar en Talavera, que por aquel entonces tenía mayores extensiones cerealistas. Algunos acababan asentándose aquí formando una colonia tan numerosa que hasta pagaban un toro en las fiestas de las Mondas.

[8]La facilidad con que el violador ata y desata a la muchacha nos hace pensar el probable oficio de ganadero del individuo  que la maneja como a un ternerillo.

EL SOLDADO CUATRERO

EL SOLDADO CUATRERO

Causa criminal de la Santa Hermandad Real y Vieja de Talavera

1711

Desertores de la Guerra de Sucesión por la que se entronizó a Felipe V son los protagonistas de esta causa criminal
Desertores de la Guerra de Sucesión por la que se entronizó a Felipe V son los protagonistas de esta causa criminal

Por el puerto de Plasencia ascienden al atardecer cuatro arrieros con sus fuertes y relucientes caballerías. Algunos otros paisanos se han unido a la comitiva pues no son seguros los caminos en estos días. Los soldados que han luchado en la Guerra de Sucesión deambulan por los caminos de una España agotada de sequías y batallas. Un saco de trigo es un tesoro que despierta la codicia más que una bolsa con mil ducados.

Cuatro hombres vestidos de militar, pero con el desaliño de los desertores y soldados licenciados, saltan al camino y, colocándose delante de los viajeros, gritan:

-¡Hagan alto pícaros y desmonten de las mulas!

Pero justo en ese momento llega otro soldado a caballo. Acercándose dos de los asaltantes a él tiran de las mangas de su guerrera derribándolo al suelo. Las víctimas son maniatadas. Al soldado le despojan de sus botas, la silla y el freno, pero el caballo, que tenía la oreja cortada, se lo dejan.

Al registrar los ladrones a uno de los arrieros encuentran alborozados una bolsa con quinientos reales. El hombre intenta rebelarse contra el atropello pero una lluvia de palos cae sobre sus compañeros mientras que él recibe una cuchillada que le desgarra el coleto que lleva puesto y la sangre brota inmovilizando a víctimas y asaltantes. Los soldados se dan a la fuga corriendo entre los riscos y los alcornoques. Uno de los asaltados se santigua por haber salvado la vida. Como se prometió mientras era maniatado, irá a Guadalupe en peregrinación para agradecérselo a la Virgen, estamos a treinta de Agosto y en ocho días será la feria.

Y entonces salieron varios hombre
» Cuatro hombres vestidos de militar pero con el desaliño de los desertores y soldados licenciados saltan al camino…»

José García, el mesonero de la calle del Chorro ya está harto de los cuatro soldados que se han alojado en su casa. El alboroto es continuo, siempre acuden a su casa acompañados de gentes de mal vivir. Cuando, el día anterior, el escándalo le hizo acudir a su habitación, se encontró con una partida de boliche. Cinco o seis individuos lanzaban las bolitas sobre la pequeña mesa cóncava y gritaban cuando conseguían que se introdujeran en los cañoncillos de madera que la bordeaban. Las apuestas y las broncas eran lo último que podía aguantar de estos individuos que entraban y salían cada minuto y cuchicheaban intentando vender unas mulas. Se dirigió hacia el que parecía el jefe y les recriminó su conducta. Como un resorte Francisco de la Iglesia, el que decía ser vecino de Vallecas, se lanzó sobre él gritando que era un pícaro y que habría de matarlo. Sacó la espada y comenzó a golpearle con ella como un poseso, de forma que si no llegan otros huéspedes y vecinos a socorrerle habría acabado con la vida del posadero.

Cuando la Santa Hermandad de Talavera que, como todos los años, había venido a vigilar la feria de Guadalupe, conoció el asunto, acudió a detener al facineroso. Los cuadrilleros se encontraron con él en la calle del Chorro y su teniente de alcalde, don Pablo de Amescua dijo:

-Dese preso y ríndase a la Santa Hermandad

-No quiero ni me da la gana -respondió el sujeto mientras sacaba la espada.

Hasta tres veces se le conminó a rendirse pero los mandobles que lanzaba a diestro y siniestro mantenía alejados a los cuadrilleros, mientras el escribano de la Hermandad anotaba lo sucedido. En un momento de distracción el propio escribano tiró la pluma y empujó al reo que cayó al suelo perdiendo la espada mientras muchos hermanos y comisarios se abalanzaban sobre él consiguiendo reducirle.

Al pasar por la cárcel pública, el arriero peregrino no podía creer lo que veían sus ojos, su querida mula parda con el hocico blanco estaba allí. Los curiosos miraban por la ventana a unos hombres de mal vivir que habían sido detenidos. Eran dos de los soldados que le asaltaron en el Puerto de Plasencia. Pidió hablar con el alcalde de la Santa Hermandad, quería recuperar su hermosa caballería.

Otro testigo salía de la sala cuando él entraba. Era un vecino de Alameda que conocía a uno de los detenidos. Había estado preso en la cárcel de su pueblo por haber robado un bolsillo a un caballero con otros soldados como él que andaban en gavilla.

Otros testigos completaron la biografía del vallecano. Había estado preso en Madrid por haber dado unas puñaladas a traición, pero se llamó a sagrado cuando se refugió en el convento de los jerónimos donde le devolvieron desde la prisión. Consiguió huir y sentó plaza como soldado en el Regimiento de la Costa de Flandes donde desempeñó  funciones de vivandero, consiguiendo víveres y pertrechos para las tropas. Estuvo en la batalla de Brihuega y, acostumbrado a sangrar al pueblo con la protección que le daba el uniforme, siguió con su mala vida. Estuvo vagabundeando en Badajoz y se le acusaba de haber dado muerte a unos hombres a los que asaltó cerca de Palencia.

Cuando la Santa Hermandad quería proceder a su traslado a Talavera, el Corregimiento de La Puebla de Guadalupe entabló conflicto jurisdiccional. Pero, más tarde o más temprano Francisco Iglesias pasaría unos años en presidio o trabajos forzados.

LA BANDA DEL TENDERO, CAUSA CRIMINAL DE LA SANTA HERMANDAD

LA BANDA DEL TENDERO (1787)

Los Guadarranques, escenario de numerosos asaltos en el camino de Guadalupe
Los Guadarranques, escenario de numerosos asaltos en el camino de Guadalupe

El criado acababa de levantarse y se dirigía hacia las cuadras para ordeñar el ganado. Observó con las primeras luces del día cómo los castaños y los robles de la sierra habían comenzado a perder sus hojas. Su señor no estaba en Carrascalejo y el ama, acompañada de sus dos hijas, se disponía a desayunar pan ensopado en el café que contenían grandes tazones de Puente.

Se oyeron dos golpes en la puerta del corral y al abrir vio el sirviente a cinco hombres con sus caballerías. No le gustó su aspecto, llevaban tiznada la cara y un pañuelo atado cubría sus cabezas debajo de las monteras. De las cabalgaduras colgaban  escopetas y ellos mismos sostenían otras armas terciadas debajo del brazo. Observó como uno de los extraños, el que llevaba del ramal un caballo cojo, se quedaba fuera al cuidado de los animales, otro  permanecía junto al portalón de entrada, mientras que los dos últimos le decían en tono poco amable:

Cuadrilleros y tienda de la Santa Hermandad en dibujo del siglo XVII

Cuadrilleros y tienda de la Santa Hermandad en dibujo del siglo XVII-Queremos que nos vendas un poco de cebada para los caballos.

-Sólo tenemos para darles como fanega y media. El amo ha ido fuera precisamente a comprarla.

Cuando dijo estas palabras, el criado comprendió que había metido la pata. Los hombres armados ya sabían que el amo no estaba en casa y que en el interior de la vivienda se encontrarían las mujeres solas. Miraba de reojo a los extraños mientras llenaba los costales. Cuando terminó, se confirmaron sus sospechas. Levantando la escopeta, el pelirrojo de la cicatriz en la cara le ordenó que entrara en el cuerpo de la casa. Los otros dos preguntaron al ama disimulando que si había visto a don Matías. Mientras ella respondía, penetraron en la sala de un empujón y, apuntando a las tres, gritaron:

-¡Las llaves de las arcas!

La Jara Occidental desde el puerto de Arrebatacapas en pleno camino de Guadalupe

Se las entregaron temblorosas y los ladrones comenzaron a revolverlo todo. Sonrieron al sacar una bolsa que contenía seis doblones de a ocho y ciento cincuenta pesos duros. Tomaron también tres rollos de lienzo y, envueltos en un paño, encontraron seis tenedores y seis cucharas de plata. La mujer estaba a punto de derrumbarse presa de la angustia y el miedo, pero al ver que cogían también la vieja cuchara de plata que le había dejado su madre, prorrumpió en tan grandes alaridos que los asaltantes, tomando su botín cogieron los caballos y salieron al galope por el camino de Mohedas, pues aunque la casa estaba a las afueras del pueblo, las gentes ya empezaban a salir al campo y podían escuchar los gritos del ama y sus hijas.

El criado no dejaba de observar al hombre que le vigilaba. Su cara le era familiar y, aunque tenía la cara ennegrecida por un corcho quemado e intentaba ocultar su rostro bajando el ala de su montera granadina, sus piernas torcidas eran inconfundibles. Se trataba de Melgarejo, el tendero de Castañar de Ibor, al que había comprado unos quesos el año pasado.

Hospital del Obispo en el Camino de Guadalupe, refugio contra bandoleros, osos y lobos
Hospital del Obispo en el Camino de Guadalupe, refugio contra bandoleros, osos y lobos

Mientras dos de los cinco bandoleros cubrían la retirada de sus compañeros quedándose a las afueras de Mohedas, los otros tres fueron al banco del herrador para herrar sus caballerías. Siguieron su camino hacia Puerto de San Vicente y en la posada robaron tres mulas a un serrano que bajaba hacia los pastos de invierno de Extremadura. Entre chirigotas dejaron al ganadero el caballo cojo que traían. Aunque, desde Mohedas, enviaron un propio al alcalde de Puerto dándole cuenta de la catadura de los desconocidos, cinco hombres armados y a caballo eran una fuerza imposible de reducir con los escasos medios de la aldea. Los bandoleros tomaron camino hacia los aislados y agrestes parajes de Los Guadarranques donde se sentían más seguros.

Tardó dos días en llegar la noticia a la Santa Hermandad de Talavera que, inmediatamente, envió a su Cuadrillero Mayor acompañado de cinco soldados y otros cuadrilleros de la Hermandad. En Puente del Arzobispo interrogaron a un pobre hombre que había sido asaltado también en el camino. En el sitio de la Ventilla un joven le había salido al camino y le había preguntado que “qué avío llevaba”. Después de responderle que había ido con su borrico a conducir a un peregrino a Guadalupe, el hombre le echó mano a la faltriquera y le sacó los ocho reales que llevaba envueltos en el pañuelo. Después revolvió y zarandeó los aparejos y la albarda buscando algo más de botín pero tuvo que conformarse con el escaso jornal del arriero.

Paisaje en el entorno de carrascalejo, donde se desarrollan parte de los hechos.

La descripción no coincidía con la de los asaltantes de las casas de Carrascalejo pero, como casi siempre, los caminos de Guadalupe eran inseguros. Debido a que otro testigo aseguraba haber visto gentes de mal vivir en la dehesa de El Villar, el Cuadrillero Mayor envió a un hermano para indagar en el Hospital del Obispo sobre la presencia de sospechosos. Los servidores del hospital confirmaron la presencia de los hombres armados, pero parecía que andaban ahora haciendo fechorías por las inmediaciones de Berrocalejo y Talavera la Vieja. Hacia allí se dirigió la Santa Hermandad. Tal vez no pudieran atraparlos pero sabían de la identidad de uno de ellos y tarde o temprano caería en sus manos.

Causas Criminales de la Santa Hermandad de Talavera. Sig. 43/9. Archivo Municipal.

PELEQUE EL ROBACENCERROS

PELEQUE EL ROBACENCERROS

Uno de los causos recogidos en el libro de La Enramá (Miguel Méndez-Cabeza, Rafael Gómez y Angel Monterrubio) «Causas Criminales de la Santa Hermandad de Talavera». Un tocador de cencerros que los robaba, con otras raterías en La Iglesuela

La Iglesuela, pueblo en el que se desarrollan los hechos de esta causa criminal
La Iglesuela, pueblo en el que se desarrollan los hechos de esta causa criminal

Las gentes de La Iglesuela ya no querían sufrir más los pequeños robos de Ignacio García Peleque, por ello habían hecho llegar sus quejas a la Santa Hermandad Real y Vieja de Talavera que en fecha dos de septiembre de mil setecientos cuarenta y cinco, emite un auto de oficio para que se investigue lo sucedido y se  tome declaración a los testigos que puedan aportar algún dato sobre cómo  Ignacio García Peleque, mozo soltero, hijo de Juan García Peleque y de Melchora Thenorio vecino de esta dicha villa, a muchos años tiene a costumbre hacer diferentes ratterías así en el campo como en las casas, quittando zenzerros a los ganados vacunos, cabríos, lanares … de forma que para vender y cambiar los zenzerros que urtta, con el motibo de ser su padre herrero y zenzerrero los quema, cortta y machaca para que muden de son[i] y no sean así conocidos de sus dueños”.

El Cuadrillero Mayor es comisionado a esta bonita villa serrana para recoger los testimonios y pruebas que conduzcan a esclarecer los hechos.

Comienza por interrogar a un vaquero llamado Jacinto Gómez que pensó en  nuestro ladronzuelo cuando le faltó una “ zenzerra que valía ocho reales a lo menos, y por ser ya muy público en esta villa que Ignacio… tenía esas avilidades de aver urtado otras zenzerras y campanillos, y otras cosillas”.

Otro testigo se llama Roque Herrador. En cierta ocasión le faltó el cencerro a un buey que tenía en su pajar y haciendo indagaciones supo que un pastor merinero[ii] había visto cómo Ignacio trocaba una  cencerra  por un cuchillo con otro pastor. Sabido esto, Roque se dirigió a él amenazándole con una escopeta y con llevar el caso a la justicia. El pícaro,  excusándose con que el diablo le había tentado devolvió la cencerra.

Otro testigo le acusa de haberle robado de la choza tres azuelas[iii] y un destral que el ratero tenía escondidos en la pared de una herrén[iv] de su padre en el paraje de Majaelbuey. A una mujer le hurtó un par de velortas [v]de un arado y a un vecino de Almendral le había quitado otra azuela.

A otra víctima de las raterías de Ignacio  le han desaparecido varios cencerros de sus cabras y aventura la posibilidad de que, al ser el padre del sospechoso herrero y cencerrero, golpea, quema y corta los cencerros robados por su hijo para que así muden de son y poder venderlos. Otros testimonios hablan de una “maleta con una porción de cencerros” que oculta nuestro protagonista cuando está varios días con un amo de El Real de San Vicente al que deja por haberle dado viruelas y porque el hombre duda de su honradez al descubrir la maleta de los cencerros, una escopeta y un cuchillo de zinto que llevaba.

Algunas víctimas cuentan cómo recuperan sus cencerros amenazándole, otros quejándose a su padre o al reconocer en su rebaño el collar de un cencerro robado.

Preso de la Santa Hermandad llegando a la cárcel de la Puerta de Zamora conducido por los cuadrilleros. Dibujo de Virtudes
Preso de la Santa Hermandad llegando a la cárcel de la Puerta de Zamora conducido por los cuadrilleros. Dibujo de Virtudes Portugués

Comprobados los hechos mediante tan numerosos testimonios se ordena que se prenda y ponga en prisión al ladronzuelo para después trasladarle a la cárcel de la Santa Hermandad de Talavera. Tres vecinos, Manuel Cañas, Isidro Herrador y Mateo Sánchez salen en su búsqueda al lugar llamado la Mata del Águila, “sierra áspera y muy intratable por la mucha aspereza de riscos y rebollos”. Pero Ignacio huye con la escopeta. Se le impone al reo en rebeldía una sanción de veinte ducados y no volvemos a saber másprovocan de él hasta que nuevas fechorías  que se instruyan nuevas diligencias desde Talavera. Esta vez  se pretende  comprobar la inocencia del padre y se recogen varios testimonios de gentes de La Iglesuela que le exculpan,  ya que es público y notorio que por quejas que de su hijo le han dado , le a quitado de la guardería de las cabras trayéndole a casa a el exercicio de la lavor y la siega por corregirlo mejor, theniéndole a la vista y que, aunque en algunas ocasiones aya el otro Juan García cortado o golpeado algunos cencerros , abrá sido y es a persuasión de algunos vecinos y no con el fin de venderlos y que si a trocado o vendido algún zenzerro, a savido comprarlos por cargas de los manchegos”. Se da por inocente al padre de Ignacio que sufría las continuas ventas de cabritos del rebaño familiar, que su hijo hacía para satisfacer sus gastos superfluos, aún así se le hace pagar al paciente padre cincuenta reales de vellón por las costas judiciales.

También la madre de Peleque se ve envuelta en una causa cuando, tras escuchar que se ha encontrado el cadáver de un hombre con la vestidura de la tierra en un paraje cercano a Pelahustán llamado Navalmontero, comienza a decir por el pueblo que el muerto es su hijo y que con toda seguridad el justicia Manuel Sánchez Navas y los soldados que han querido prenderle le han dado un arcabuzazo. Manuel denuncia la calumnia  que la mujer a propagado, a sabiendas de que su hijo había estado sirviendo con las armas en el regimiento Victoria de Madrid y que más tarde había tenido noticias de él  vivo y que estaba trabajando en el pueblo de Cenicientos. Más tarde se sabe que el asesinado es un fabriquero [vi]de San Román

Después de otros delitos menores, el mozo es prendido, antes “ha voceado que ya está desesperado de dejar la tierra pero que primero se ha de vengar en matar a uno de la justicia”. La  detención se produce cuando se hallaba cuidando cabras en el lugar de Labradopanadero y se le intervienen “una navaja atada al cinto, un rosario y otros trastecillos de poco valor”, se le ponen grillos y se le lleva a la cárcel de su pueblo pero al ser encerrado toma una piedra de libra y media y amenazante dice que como alguno se apegase a meterle dentro se la avía de tirar a los cascos Es trasladado a  la cárcel de la  Puerta de Zamora de Talavera el 2 de enero de 1746.

La minuciosidad de la Santa Hermandad hace que el reo sea reconocido,  hallándole el cirujano “ manco del brazo yzquierdo por causa de algún golpe o herida grave que en él a padecido y que está imposibilitado de todo travajo con el expresado brazo” . Esta circunstancia le salvará más tarde de penas más duras como la de trabajos forzados o galeras, ya que en el interrogatorio que sigue, el acusado da excusas poco creíbles como la de que sus víctimas le debían dinero, que los frutos del robo eran suyos o de su padre, o que los objetos robados eran hallazgos fortuitos.

Aparecen otros pequeños delitos de Peleque por los que también es juzgado. Hacía unos meses que “había tenido una desazón” con un vecino del pueblo y le había agredido con un puntapié en la cara E[vii]s hecho preso en la cárcel de La Iglesuela pero rompe la “puerta talanquera” y huye con la escopeta de su padre.

Puerta con cierre de talanquera, frecuentes en la Sierra de San Vicente
Puerta con cierre de talanquera, frecuentes en la Sierra de San Vicente

También le saldría caro otro acto delictivo cercano al gamberrismo, pero muy serio para la época,  ya que, cuando se ensayaba el auto que se iba a representar en el pueblo por año nuevo, con otros dos mozos del pueblo acudió al hospital del lugar, haciéndose pasar por la justicia y en el momento en que  los indigentes allí refugiados, con todo su miedo y su respeto se quitaron las monteras, haciendo mofa de ellos, les pidieron las cartas de casamiento que acreditaban que las parejas de indigentes estaban casadas. Cuando en esta ocasión va a ser detenido también huye, sus dos compañeros sin embargo son sacados de la cárcel por la intercesión de dos franciscanos descalzos que andaban predicando en la Iglesuela.

Finalizadas las diligencias judiciales, Peleque es condenado a tres años de destierro de Talavera y La Iglesuela y demás pueblos de su circunferencia a distancia de tres leguas. Ignacio tiene todo el olor de la carne de presidio

[i] Según el tono de los cencerros de un rebaño se conoce a su dueño y va más acompasadas el ganado. El “tocador” o golpeador de cencerros es un artesano que consigue  afinar a un mismo son todas los cencerros del mismo rebaño.

[ii] Pastor trashumante.

[iii] Instrumento corto que sirve para labrar y desbastar la madera.

[iv] Cercadillo sembrado de todo género de grano y que se corta todavía verde para forraje.

[v]  Cada una de las abrazaderas que sujetan el timón a la cama del arado

[vi] Maestro artesano.

[vii] Puerta asegurada con travesaño