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EL TAMBORINO DE MONDAS, UN CUENTO PARA ENTENDER UNA FIESTA BIMILENARIA (1)

EL TAMBORINO DE MONDAS

Novela corta que se desarrolla durante la celebración de la milenaria fiesta de Las Mondas en el siglo XVI. Fue el cuadernillo de Mondas editado en 2000    

PRIMERA PARTE DE TRES

 

Carro de Mondas tde Gamonal tirado por carneros en el cortejo Carro de Mondas de Gamonal tirado por carneros en el cortejo de Mondas

ABRIL 1578

La misa del Domingo de Pascua transcurría lentamente. Uno de los niños del coro tarareaba los latines automáticamente. Las muchas misas cantadas habían grabado el ritual completo en su inquieto cerebro. Pero hoy su imaginación bullía todavía más. Iba a salir tocando el tamborino con la comitiva que, como para comenzar todas las fiestas de Mondas, se dirigiría al monte para recoger la leña de Nuestra Señora Santa María del Prado.

Cuando ya se acercaba el final de la misa se produjo un hecho que no por esperado dejaba todos los años de sobrecoger a los parroquianos. El canónigo don Gonçalo Gutierres de Olmedo se levantó solemnemente y se dirigió con paso lento y hierático hacia el regidor Diego de Meneses que le aguardaba con gesto también severo junto a su banco. Un lego se adelantó al canónigo y dirigiéndose al caballero dijo:

-Señor, el canónigo me manda a preguntar si seríais servido de pedir con él a los vecinos de esta villa las bestias y carretas en que ha de traerse la leña de Nuestra Señora.

El regidor con un leve movimiento de cabeza que dejó iniciada una reverencia respondió:

-Me honraré de hacerlo.

En ese momento un murmullo de júbilo recorrió la Iglesia Colegial. La fiesta más grande de esta tierra, celebración famosa en toda Castilla, acababa de empezar. Los dos hombres acompañados de un escribano se dirigieron a los primeros bancos donde nobles y fijosdalgos ofrecían en voz alta dos, tres, hasta cinco carretas. Una dama viuda joven y hermosa ofreció seis carros. Mercaderes y artesanos competían con los nobles. El escribano iba anotando con parsimonia todos los nombres y el número de ruedas. El monaguillo cantor aprovechó para escabullirse hacia los bancos traseros donde se sentaba su tía, la costurera que le había hecho con unas telas usadas el pendón que llevó montado en su borriquillo durante las mondas del año anterior. Sus padres no estaban allí pues, como hortelanos que eran, habían oído misa con los demás de su oficio en Santiago El Nuevo y debían estar allí presentes cuando el cura y otro regidor pidieran también los carros a sus parroquianos.

La gente salió contenta, comenzaban las Fiestas de Toros y toda Talavera era un hervidero de paisanos de toda su tierra y aún de Ávila, Toledo y la Extremadura que se mezclaban con las gentes de La Jara, los veratos, los serranos, los vecinos de El Berrocal o los vasallos del señor de Oropesa que acudían con sus trajes tan vistosos. También venían peregrinos, ganaderos trashumantes, viajeros de paso y algunos nobles curiosos que se llegaban en sus lujosos carros de viaje desde toda España para solazarse con los lances de toros que se podían disfrutar en las muchas corridas que se celebrarían en la villa.

El muchacho se dirigió con su tía hacia su barrio. Al pasar por la puerta de San Pedro se entretuvieron mirando las piruetas de unos cómicos que se habían acercado a Talavera al calor de la fiesta. Un mesonero sacó una jarra de vino y se la ofreció recibiéndola los titiriteros con muecas y cabriolas que hicieron reír a la concurrencia.

A la mañana siguiente la plazuela de Santiago estaba ya repleta de carretas pues  le correspondía este año ser la iglesia diputada para traer la leña de la Virgen. El mayordomo daba las órdenes necesarias para que las apreturas de los bueyes no causaran un accidente. Se le veía nervioso y excitado. Había tenido que preparar el pan, el vino y los carneros necesarios para la comida de los leñadores que saldrían a la dehesa y los alijares de la villa para cortar la leña.

Desde la puerta de Zamora se acercaba un clérigo a caballo con dos ayudantes y una mula cargada con un arca de madera. El mayordomo suspiró aliviado pues al fin venía el capellán de la ermita. Era hombre meticuloso y estaba seguro de que no habría olvidado nada de lo necesario para decir en el campo la misa de los leñadores. Él por su parte ya tenía previsto el lugar donde se instalaría la mesa con manteles alemaniscos que haría las veces de altar.

La mañana era hermosa y todos trajinaban con buen humor. De pronto, los comentarios se dirigieron hacia tres jóvenes personajes que aparecieron por la calle del Hospital. Se trataba de los tamborinos graciosamente vestidos y un poco corridos por los comentarios de la concurrencia. Diego y otro compañero irían con los leñadores al monte, mientras que el tercer muchacho precedería a la solemne comitiva de jinetes con los pendones de las parroquias que saldrían a recibir a su vuelta a las carretas cargadas de leña para después acompañarlas en procesión hasta la ermita de Nuestra Señora del Prado.

LEÑA FLORIDA

La comitiva partió desde la plazuela de Santiago con el mayordomo y el capellán de la ermita a la cabeza. El cura había entonado una breve oración para encomendar la expedición a la Virgen del Prado. Inmediatamente se habían comenzado a oír los gritos de los carreteros a sus bueyes y el rechinar de las maderas de los carros y de sus ruedas sobre el empedrado de la calle. Desde las ventanas de los mesones y las ventas que abundaban cerca de la Puerta de Zamora, se asomaban los huéspedes curiosos sorprendidos desde la madrugada por el bullicio. La larga fila de carretas que llegaba hasta la Corredera y comenzó a salir por la cañada donde ya humeaban los alfares que cocían los azulejos destinados a los reales sitios de su majestad Felipe II. A la puerta de algunos de los hornos esperaban gentes humildes, hombres, mujeres y niños, algunos descalzos, que querían vender a los alfareros los haces de jara y retama que habían recogido en el monte. Por su pobreza ellos no estaban obligados a aportar su trabajo para comprar el Toro del Leño, el que daban en la fiesta de la Mondas todos los oficios relacionados con la corta de madera pero, de todas formas, muchos de ellos subirían a echar una mano en la tala de la leña florida que se llevaría en ofrenda al hospital de la ermita.

Las canciones y los pellejos de vino corrían de carreta en carreta y Diego tocaba su tamborino al principio de la fila. Sonreía satisfecho cuando se cruzaba con alguno de los muchachos de su barrio que, al verle, se ponían a su lado imitando sus gestos y redobles. Al pasar por La Portiña, las lavanderas se levantaban agitando la ropa. Los leñadores bromeaban con las mujeres diciéndolas chistes procaces que eran respondidos por ellas con ingenio.

El cura llevó a un aparte al mayordomo y le indicó la conveniencia de llamar la atención a un carretero que llevaba con él a dos mujeres de mala vida para que, al menos, las advirtiera de que no escandalizaran con sus voces y sus gestos obscenos.  Una mujer salió a la puerta de su casa y dio a los leñadores un dulce y una copa de aguardiente  mientras les exigía:

– Miren vuesas mercedes cómo yo soy gentil, séanlo ustedes y traigan bien colmadas las carretas con la leña de Nuestra Señora.

La comitiva tomó por el camino de la Peña del Cuervo y llegó al monte después de cruzar el Bárrago y las ruinas del convento de San Antolín, el primer lugar- como dijo el cura con voz engolada- donde se establecieron las monjas de San Clemente antes de que la villa fuera reconquistada al infiel por don Alfonso el sexto. La expedición situó el rancho en un prado, bajo dos grandes alcornoques, y las carretas se dispersaron por el Berrocal buscando la leña. Comenzaron a sacarse las sierras, los destrales y las destralejas y rápidamente se acometió la tarea. Los más jóvenes y las mujeres ataban los haces de ramón y los hombres se aplicaban en cortar las ramas del grosor que permitían las férreas normas del concejo, que también les había permitido talar algunas encinas, álamos y enebros secos y puntisecos.

El día transcurrió alegremente, el invierno había sido lluvioso y los arroyos bajaban desde el Berrocal formando pequeñas cascadas, ribeteados en su recorrido de borujos y ranúnculos que hacían más amenas las orillas. Las canciones de los leñadores eran respondidas por los pastores tocando sus rabeles acompañados por el sonido lejano de los gruñidos de los cerdos que hozaban entre por las muchas parideras del monte y con el ruido de las esquilas de las ovejas. Al fondo humeaban las chozas de la Peña del Cuervo y la cigüeña de la espadaña de Santa Apolonia observaba con curiosidad el concurso poco habitual de tantas gentes en aquel paraje.

Los rancheros fueron a una de las carretas y tomaron los calderos para guisar los carneros que había provisto el mayordomo de Santiago el Nuevo.

– ¿Serán carneros bien capados los que nos traen este año? – dijo un carbonero borrachín-. Que en Las Mondas pasadas, más parecían cabrones viejos que carneros talaveranos.

Todos rieron al carbonero mientras recogían sus herramientas y ayudaban a cargar los últimos haces en los carros. Ya estaba la carne casi cocida y el aroma de las hierbas que matarían su rudo sabor invadía el rancho. Los hombres pidieron que corriera de una vez el vino y se sacaron los pellejos y los canastos del pan que comenzaron a repartir los jefes de cuadrilla. Casi toda la noche duraron  los bailes y las danzas y, cuando se acostó el cura, muchas fueron las parejas que se perdieron por entre los berrocales.

Diego y su amigo, el otro tamborino, se acercaron a uno de los molinos de Bárrago y se asomaron al cárcavo para ver como giraba el rodezno con el chorro que salía del saetín. Siempre le parecieron a Diego cosas de encantamiento las máquinas de los molinos. Por eso, cuando los dos muchachos empezaron a escuchar unos gritos apagados que venían del interior, echaron a correr como alma que lleva el diablo cayéndose al arroyo. Los dos llegaron empapados y tuvieron que explicar su aventura a la concurrencia mientras tiritaban desnudos junto al fuego. Al decir la causa de su espanto, todos rompieron a reír a carcajadas mientras un zapatero de la calle del Contador decía:

-¡ Vive Dios que es brava la molinera! Cuando se junta con Martín el arriero llega el ruido de sus amores hasta el puerto del Pico.

Diego entendió en ese momento el origen de los gritos de la molinera y quedó corrido en el centro del círculo, mientras los leñadores tiraban palos y mendrugos de pan al muchacho que sonreía con una mueca enrojecido de vergüenza. La fiesta siguió hasta la madrugada y, apenas habían dormido una hora, cuando les despertó a todos la campanilla del sacristán de Santiago anunciando el comienzo inmediato de la misa que se celebraba siempre en el campo el día en que se iba a buscar la leña florida.

Escultura romana de la Diosa Ceres en Cáceres

LA MAÑANA DE LAS CAMPANAS

Justo al acabar la misa de los leñadores, el mayordomo de la parroquia de Santiago mandó llamar Claudio, uno de sus feligreses famoso por ser el cojo más veloz de Talavera, y le dice:

-Apúrate hijo, corre a la iglesia mayor y avisa al deán que en dos horas y media estaremos en la villa con la leña de Nuestra Señora. Pero no pares en la venta que te he de moler las costillas.

El hombre inició su carrera con el bamboleo que le provocaba una herida recibida luchando en el sitio de la ciudad de Hárlem, cuando servía en Flandes con el capitán Verdugo. Ni cuando desfilaba con los tercios victoria tras victoria se había sentido Claudio tan orgulloso como esa mañana, corriendo entre los olivares y las viñas para avisar al deán, aunque le fuera quemando la metralla que tenía todavía incrustada en la pantorrilla.

Diego está un poco triste porque sus vestidos han quedado sucios y arrugados por el chapuzón de la noche anterior. Pero, cuando se coloca en cabeza de la comitiva con su tamborino y piensa en la entrada triunfal que hará en Talavera, olvida su aspecto y las burlas. Las carretas están cargadas de leña y han sido adornadas con flores, cantuesos y lías de juncos. La comitiva comienza su ordenada marcha con cada cual ocupando su lugar y con Diego y su compañero redoblando al frente.

Cuando pasan el Bárrago, escuchan a lo lejos el repicar de la campana mayor de la Iglesia Mayor que, sonando a la salida de misa mayor, llama a todas las parroquias para que acudan a recibir la leña. Los sacristanes y maestros han pedido a las madres que vistan como mejor puedan a los niños para que marchen con sus pendoncillos y su algarabía delante de los bien labrados pendones de todas las parroquias que se reunirán en la plaza mayor.

La muchedumbre llena la plaza, los niños observan con admiración a los caballeros con sus monturas enjaezadas y sus espadas y tahalíes repujados. Destacan por su bizarría los que han servido con las armas al rey vestidos con sus atuendos militares de gala. El corregidor y el deán presiden el cortejo en el que desfilan los canónigos, con sus mulas espléndidas de pelo brillante y sus largas capas junto a los gentilhombres que caracolean en sus caballos. Los curas y beneficiados, los regidores y todos los caballeros de la villa van en la cabeza de la comitiva que inicia la marcha para recoger el pendón de la iglesia de Santiago. En el camino, las gentes se asoman a los balcones dando vivas a Talavera y a la Virgen del Prado.

El desfile sale como es costumbre por la puerta de la Miel, donde algunos aldeanos despistados esperan, sin saber que en estas fechas se celebra la fiesta de Mondas, para que les pesen los costales que traen al repeso de la harina y, sorprendidos, miran a tantos caballeros y prelados precedidos por la música de los atabales, trompetas y chirimías. Las carretas ya han llegado a la plazuela de San Andrés.

Una de las lavanderas que esperan a la orilla de la Portiña es la madre de Diego y grita:

– Allí viene la leña, y ¿saben vuesas mercedes quien es el tamborino del pelo bermejo?. Pues es mi Diego, el más guapo mozo de esta tierra.

El muchacho al oír a su madre se ruboriza sin escuchar las voces del párroco que le ordenan que se detenga hasta que un tirón de mangas del otro tamborino interrumpe su repique.

El mayordomo de Santiago se adelanta a la comitiva y, dirigiéndose al corregidor y al deán, dice solemnemente:

– Señores, aquí está la leña de Nuestra Señora la Virgen del Prado, con el trabajo de los fieles y la ayuda de Dios este año será abundante, no pasarán frío los pobres y peregrinos que se acogen bajo su manto.

– Bien servido estará su hospital y ella os lo agradecerá con su favor. Pasemos pues a su santa ermita- responde el deán.

Los aplausos y los gritos de júbilo hacen sonreír a Diego que se siente con su tamborino foco de todas las miradas a los pies del caballo del Corregidor. De nuevo se emprende la marcha que se adentra en la villa por la puerta de Mérida, pasando después delante del convento de San Benito. En su interior, las monjas trabajan el huerto y detienen su labor, alegres al escuchar la muchedumbre que acompaña a la leña florida. Por la calle de los Siete Linajes llega la comitiva a la Iglesia Mayor y en ese momento comienzan todas las campanas de su torre a repicar. Las cigüeñas vuelan asustadas hacia el Tajo y una nube de palomas oscurece el cielo cuando sobrevuela la plaza. En ese momento, todas las campanas de las iglesias y los conventos talaveranos comienzan también a repicar atronando el cielo castellano. Todo el pueblo se dirige ahora hacia la puerta de las Cebollas, donde los hortelanos colocan sus tenderetes apoyados en la muralla. Repican las campanas de la iglesia de El Salvador de los Caballeros y las del convento de monjas que ha fundado Alonso de Orozco. Los carros siguen por la Corredera y los mercaderes detienen su negocio para unirse a la general algazara. Algunos de ellos han cerrado sus tiendas pues no son pocos los pícaros que acuden a la villa para aprovechar el barullo de las Mondas.

– Bien hacéis en cerrar – dice un afilador a un calderero- que el año pasado, un cacharrero de Puente vio hacerse añicos sus platos y sus ollas cuando el vendedor de cordobanes perseguía a un ladrón.

Al pasar por el convento de San Francisco, todos los frailes han salido y ofrecen vino a la concurrencia haciendo colación. Pasa después la leña por la puerta de Toledo y, justo en ese momento, los carreteros aguijonean a sus bueyes en una pesada carrera que hace las delicias de los forasteros. Uno de los carros más grandes, el de la familia Ayala, ha hundido una rueda en los albañales que bajan del monasterio de la Trinidad. Los vecinos se acercan y casi en volandas sacan entre todos la carreta del lodazal. Los más rápidos llegan a la ermita entre los aplausos de la gente y el sonido de las campanas que en ese momento comienzan también a repicar con las demás de la villa en un estruendo que resuena en toda la vega, desde el Berrocal al Cerro Negro, desde el Alberche hasta el Casar del Ciego.

El Hermano Mayor de la Reina de las Ermitas, como gusta llamarla su majestad el rey Felipe II, espera con los pobres del hospital alineados junto a la puerta. Los peregrinos a Guadalupe que vienen desde toda España, y aún de otros reinos, quedan sorprendidos por fiesta tan lucida.

– Y habréis de saber- dice uno de ellos- que, además, en esta villa, a todos los que nos dirigimos a Guadalupe se nos reconforta con dátiles o duraznos, como dejó mandado una devota señora a la cofradía de esta antiquísima ermita.

La leña es bendecida y se deposita en los corrales del hospital. Todos los jinetes vuelven de dos en dos haciendo figuras y carreras, galanteando a las damas que regresan a la villa coqueteando bajo los álamos de El Prado en esta mañana de abril, en esta mañana de Mondas.

Gentes de toda la comarca venían a las Mondas, como este parrillano[

UNA TIERRA EN FIESTAS

Diego abrió los ojos, le había despertado el griterío de un grupo de mozas aldeanas que cantaban canciones picantes junto a su ventana. Colgado de la puerta de su cuarto percibió adormilado el bulto de su tamborino y recordó los momentos y emociones del día anterior. Todo el barrio le había felicitado por su galanura y por lo bien que había repicado su tambor el día de la leña florida. Más de doscientos carros se habían cargado en la villa y hoy, martes de Pascua, llegarían muchos más desde todas las aldeas de Talavera. Mientras devoraba el plato colmado de gachas que su madre le había puesto sobre la mesa, escuchaba a su hermana contando lo magnífica que había resultado la petición de dineros para la leña que, con toda pompa, habían hecho los caballeros con sus bandejas de plata y sus vestiduras de gala recorriendo todas las calles. Muchos habían sido los maravedíes que se habían colectado en todas las colaciones de la villa.

Hoy, tercer día de Pascua, es otra jornada de ilusión para el tamborino. Ha venido a buscarle su tío Bonifacio, el cazador, y juntos van a acudir a esperar el cortejo de todas las aldeas de Talavera que vienen a traer sus cirios y mondas a la ermita junto con la leña florida que han cargado en sus montes y alijares.

– Diego, iremos primero al puente para ver llegar a las gentes de La Jara- dice Boni mientras revuelve con la mano el pelo rojo y rizado de su sobrino.

– Vale, pero me habrás de comprar una de esas manzanas que los veratos venden en la corredera- contesta el muchacho mientras se deshace de la caricia de su tío; él ya es un mozo de quince años y las carantoñas son para los niños.

Las calles comienzan a poblarse de curiosos y, al pasar por una casa que preside un hermoso blasón, Boni comenta a su sobrino:

– Debes saber sobrino que son muchos los paisanos que pelean en las Indias por engrandecer estos reinos. Esta casa pertenece a la familia del capitán don Juan Salcedo, que sirvió con las armas junto a don Hernán Cortés en la conquista de la Nueva España. Aunque son muchos más los paisanos que detrás del océano han alcanzado la gloria, como Diego Pacheco, que fundó la ciudad de Nuestra Señora de Talavera y fue gobernador de Tucumán; Francisco de Aguirre, a quien el rey, que Dios guarde, nombró gobernador de Chile y que además pobló Santiago del Estero; o Juan Bazán que pobló la ciudad de Talavera de Madrid, y Pablo Meneses, corregidor de La Plata, y tantos otros que no han vuelto porque allí se asentaron o porque han muerto por las flechas, los mosquitos o las serpientes.

Bonifacio había estado en Potosí cuando el puenteño Diego de Villaroel encontró las minas de Plata y solía contar a Diego una infinidad de historias ocurridas en su aventura  que el muchacho escuchaba boquiabierto.

– Además – terminó diciendo el cazador- fray Hernando de Talavera, confesor de la reina católica, y el doctor Maldonado, también paisano nuestro, dieron buenos consejos a su majestad para que don Cristóbal Colón emprendiera su primer viaje.

El viejo puente, lleno de remiendos hechos de tablones y viejas vigas de madera, había sido reparado tras las últimas inundaciones. Pero aquel día aparecía hermoso y lleno de colorido, animado por el trasiego de vecinos de las aldeas de La Jara que llegaban cantando, aunque algunos llevaran dos y tres días andando por los caminos. Delante de cada una de las expediciones venía el cura del pueblo con sobrepelliz, cruz, manga y pendón acompañado del sacristán. A continuación, los oficiales del concejo de cada lugar con el alcalde a la cabeza llevando vara alta, que es gentil privilegio que les concede la villa. Los acompañan muchos vecinos de los pueblos que en estos días de Mondas quedan muchas veces casi desiertos. Tocando adufes y tamboriles traen su cirio bien adornado y un rótulo donde va escrito el nombre de la aldea.

Cuando pasaban los vecinos de Torrecilla, Boni llamó a grandes voces a uno de ellos:

– ¡Grandísimo pícaro! ¿Cuantos jabalíes habéis atravesado este año con vuestra ballesta?

El hombre se volvió y al ver al tío de Diego sonrió y gritó:

– Menos serán que los ciervos muertos por vos, el mayor furtivo desde el Tiétar al Guadiana ¡Grandísimo bribón!.

-Hoy  vendrás a comer a mi casa esos barbos escabechados que tanto te gustan pero habrás de llevar ese áspero vino tuyo de La Jara que me alegra el seso y el estómago- dijo Bonifacio mientras daba un aparatoso abrazo al torrecillano.

La comitiva siguió hasta la ermita entonando letanías y al entrar todos cantaron la Salve, mientras el alcalde y el cura ofrecían a la Virgen del Prado el cirio que fue recibido por el capellán. Otros pueblos vienen detrás y, para dejarlos el sitio, sale la comitiva por la puerta norte de la ermita donde ya se concentra una multitud abigarrada y multicolor. Aquí les reciben las chirimías y clarines de Talavera que hacen la salva mientras los rústicos alcaldes son saludados por los nobles y regidores de la villa. Después todos los gentilhombres acuden hasta el cercano humilladero para recibir a otros pueblos llegados desde El Horcajo y El Berrocal.

-Mira Diego- dice el cazador señalando a un grupo de vecinos- esos son de Mejorada, y a su lado los de Segurilla, se distinguen porque, con los de Cazalegas, traen monda en vez de cirio. Y ¡Pardiez! Que están bien airosas y adornadas las mondas este año con sus cintas y sus celdillas de cera de colores.

El recibimiento de las aldeas dura hasta mediodía y por todo el Prado se reparten las gentes del alfoz que bailan y comen sentadas en la hierba gastando bromas y lanzándose puyas de pueblo a pueblo. Se pasan los pellejos de vino y unos y otros se invitan a probar las comidas sencillas que han traído desde sus lugares, compartiéndolo todo delante del templo que ha sido símbolo de la unión de esta tierra desde el tiempo de los gentiles. En medio de un gran corro, don Esteban de Loaysa, aunque es cabeza de una de las casas más nobles de la villa, salta y baila con las labradoras dando vivas a la Virgen del Prado y recitando poesías y jaculatorias.

Diego va de corro en corro. Su tío ha cazado en todos las tierras de Talavera y es bien conocido en sus montes y lugares. Ya un poco cargados de vino deciden ir a comer:

– Vamos torrecillano, que nos esperan los barbos y un corcillo que encontré en una trampa para zorras. Seguro que daremos buena cuenta de él.

– Sea, pero esta tarde me llevarás a la iglesia de San Andrés y a la ermita de San Juan que he oído forman baile en sus templos al son del arpa y la vigüela antes de llevar las ofrendas a la ermita.

– Yo te llevaré, y podrás admirar sus hermosos carros que llevan un cirio de dieciséis arrobas vestido de reales de a ocho. Que es cosa de maravilla ver sus bueyes con las testas y las astas adornadas con ricas cintas y el carro lleno de cascabeles y campanillas de plata. Delante van muchos corderos y detrás las cargas de leña bien enramadas de ramos floridos y olorosos. A buen seguro que gozarás de ello.

Primero fue fiesta de gentiles Primero fue fiesta de gentiles. Dibujo de Jesús Morales

PRIMERO FUERON LOS GENTILES

Diego el Tamborino tenía la edad en que todo es posible, la edad en que la vida y el mundo son de colores. Estas fiestas de Mondas, aunque había participado en ellas desde que aprendió a andar de la mano de su madre, estaban abriendo para él un mundo que hasta entonces no había descubierto, el de las complicadas costumbres de los mayores que, al final, resultaba que se divertían igual que niños pero con mucha más vanidad en cada uno de sus gestos y de sus rituales.

Hoy es jueves y deberá pasar una semana hasta que siga la fiesta. Diego aguarda impaciente el jueves siguiente para acudir a las alamedas que se extienden desde la ermita hasta el río y presenciar cómo los torileros de las iglesias apartan y compran los toros que habrán de correrse en los días grandes de Las Mondas. Pero hoy le espera su tío Boni para ir a visitar a su amigo fray Pedro en el monasterio jerónimo de Santa Catalina. El cazador ha llegado a casa de Diego como siempre, alborotando todo el patio del antiguo palacio que ocupan ahora una docena de familias humildes repartidas por todo el edificio. Entra lanzando motes a las mujeres que cosen entre las columnas y chapoteando con sus botas de cuero sobre el albañal del lavadero. El tamborino está cortando un poco de leña para su madre y salta asustado cuando su tío le pone en las narices una gran zarpa de oso que ha sacado del zurrón.

– Mira el regalo que te traigo pequeño cobarde. ¿Y tú quieres venir a matar lobos conmigo a los Xebalillos?. Quedarás servido si te dejo cazar los langostos de los barbechos. ¡Venga! Que iremos a ver a mi amigo fray Pedro.

Cuando llegan al monasterio, una hilera de rústicos personajes, entre los que por sus atuendos se puede distinguir a las gentes venidas de la sierra o de La Vera, esperan junto a una de las puertas de Santa Catalina. En el interior se despachan todos los ungüentos y los bebedizos de su farmacia famosos en todo el reino. Cuando entran, un fraile se encuentra sentado delante de un gran armario repleto de albarelos decorados con el escudo del monasterio mientras atiende a un hombre con la cara llena de vejigas. Al ver a Boni deja la balanza con la que está pesando unos polvos amarillentos y le dice:

– Si buscáis a fray Pedro debéis ir al molino del puente, que anda componiendo una de las ruedas de las aceñas y va a adornar con los molineros la carreta que llevará el toro pagado por los de su oficio en la ofrenda a la ermita.

Cuando llegan, fray Pedro da un abrazo al cazador y cuenta al muchacho con grandes aspavientos cómo su tío había ahuyentado a tres bandidos que le quisieron asaltar en los Guadarranques cuando iba a dirigir la fábrica de la presa que llevaría el agua al martinete de los frailes de Guadalupe. Se dobla riendo con la sotana arremangada cuando relata los aullidos de uno de los asaltantes que huía con una de las saetas de la ballesta de Boni clavada en las posaderas.

– Buen momento has elegido para venir, perillán, que son las fiestas de los Desposorios de Nuestra Señora. Pero a buen seguro que no vendrás tú por devoción, sino para disfrutar de todos los gentiles placeres y pecados.

– El monte es solitario y también necesitamos las humanales personas ver gente y beber vino. Además, bien me enseñó este frailón que Las Mondas fueron fiesta de gentiles antes que cristianas, así que, con cumplir con nuestros gentiles vicios, no hacemos sino recordar a aquellos que tuvieron hace siglos la gentil invención de tan buena función.

– Calla salvaje, que en algo tienes razón, aunque salga de boca tan sucia. Has de saber muchacho que antes de levantarse en el Prado la ermita a Nuestra Señora, tenían allí un templo los gentiles donde adoraban a la diosa Ceres que para ellos era, en su vana creencia, la que fertilizaba los campos. La ofrecían cestas adornadas con flores y espigas que contenían panecillos, como los que se reparten ahora el día de las fiestas de los Desposorios de la Virgen con San Joseph a las que, según algunos sabios, se dio esta vocación porque los antiguos celebraban en estos días las nupcias de Ceres y Plutón, dándose entonces a nefandas deshonestidades que solamente merecen el silencio y nada tienen que ver con la piadosa devoción de estas tierras por su Virgen. A esa diosa pagana, que los gentiles creyeron había enseñado a los hombres la agricultura, celebraban los romanos las fiestas de la cerealia, que también fueron fiestas eleusinas de misterios prohibidos para los no iniciados. Llevaban además en aquellos festejos antiguos una becerra con el coro de iniciados alrededor de las mieses con grandes danzas y regocijos. Las vírgenes iban ataviadas de limpias vestiduras blancas y coronadas de pámpanos y hojas de encina, como todavía adornan hoy su pelo las mujeres cuando vienen de coger la leña florida o cuando acompañan a la ofrenda de los toros a Nuestra Señora. Y otra similar costumbre en la fiesta de Mondas en nuestro tiempo es la de hacer los caballeros carreras con sus mejores monturas, como ya lo hacían los antiguos durante los juegos de circo con que acompañaban a las fiestas de Ceres Eleusina.

Diego miraba al fraile embobado, sin comprender casi nada, y cuando acabó su discurso le preguntó:

– Pero fray Pedro, vuesa merced todavía no me ha contado qué es una monda y porqué se llaman así estas fiestas de los Desposorios de la Virgen.

El monje, después de dar órdenes a unos hombres para que arrojaran sacos de arena a uno de los canales del molino para así dejarlo seco y poder reparar la rueda, respondió:

– Los antiguos ofrecían a la diosa Ceres sus vanos presentes de panales de cera pero, como habrás visto, hoy se ofrece a la Virgen del Prado un a modo de columna redonda y hueca de madera, tres cuartas de larga y dos de ancha, con sus remates dorados y pintados. Por fuera van adornados estos cilindros, como dicen los matemáticos, de unas celdillas hechas de cera de colores y dispuestas como los vasillos de un panal formando figuras de santos y otros religiosos motivos.

-Cierto es, que yo he visto cómo las fabrica Bartolomé, el herrero que vive frente a mi casa y que es tan diestro con los pinceles. Tiene escudillas con cera caliente de colores y con  un palito va colocando sobre la monda las celdillas, y a fe que quedan bien dispuestas, que estas mondas que hace mi vecino para la parroquia de San Miguel son las más bellas de todas las iglesias – dice el muchacho en el momento en que por el puente aparece un carro tirado por bueyes.

Todos los presentes van acercándose precedidos por maese Gregorio, el maestro de molineros que gobierna las aceñas del monasterio y que espeta con sorna al carretero:

– Menos mal que esta vez no habéis traído el carro lleno de estiércol, que el año pasado nos costó dejarnos las uñas en limpiarle para que quedara digno para llevar la ofrenda con el toro de molineros a Nuestra Señora. Este año hemos de enjalbejarle con la cal más fina que he podido comprar a los caleros de Montesclaros y, a fe mía, que habrá de quedar más blanco que la harina que molemos.

Los peones molineros, llenos de harina hasta las cejas, se llevan el carro y comienzan a frotarle con trapos y cepillos mientras uno de ellos anima el trabajo:

– ¡Vamos! Que este año serán más de ochenta los molinos de la tierra de   Talavera que pechen para comprar el toro y debe ser nuestro carro el que mejor represente a todos los oficios que acudan a la ermita.

– Sí – responde a voces Bonifacio- que el año anterior fuimos los cazadores los que llevamos el carro mejor engalanado. Ya lo visteis, aforrado con las pieles de conejos, gamos, venados y jabalíes, y colgando de sus palos las gavillas de palomas, perdices, tordos, zorzales y grullas. Además, el más apuesto de entre todos los que figuraban hacer oficios sobre las carretas enramadas no negaréis que era nuestro cazador, con su vestido de cuero y su ballesta. Aunque  he de reconocer que vuestro atrevimiento de llevar sobre el carro las piedras con el molinero picándolas también fue de mérito y muy aplaudido por la concurrencia, a pesar de que os hicieron falta seis bueyes para tirar de tanto peso.

Diego se entretiene curiosear en el interior del molino. Molestando por entre las piedras que giran a una velocidad endiablada a los molineros que se afanan llenando las tolvas con el trigo y recogiendo la harina en los costales, hasta que su tío se asoma a la puerta gritando entre el estruendo de las muelas:

– Apúrate muchacho, que tenemos que comer. Obedece o el domingo no irás a ver la soldadesca de los gallegos.

La jornada termina dando buena cuenta de una liebre que ha traído Boni y que él mismo ha preparado en su sangre, como lo hacen en los montes de La Jara.

El Domingo in Albis, Diego y sus amigos del barrio han ido a ver la procesión de los gallegos. Esperan en la Puerta de Toledo y notan que se aproximan cuando comienzan a escucharse las gaitas y los tamborinos que acompañan a su soldadesca vestida con grandes y lucidas galas en sus trajes militares. Llevan sobre uno de los carros un cirio de dieciséis arrobas de cera y en otros dos generosas ofrendas de todo lo más necesario para la ermita. Detrás desfilan más de veinte carretas colmadas de leña para el hospital.

Al pasar la comitiva Diego sonríe a una muchacha que ha visto cantar en su parroquia y que va con los otros gallegos bailando sus alegres pero extrañas danzas.

Uno de los caballeros que presencian el desfile comenta a las damas que le acompañan:

– Los gallegos son muchos en Talavera y, aunque ganan el pan en su mayor parte con el sudor de su frente, segando y con otros trabajos y fatigas, podéis contemplar cómo en este día son los más ricos de la villa por sus vestidos y por las ofrendas que llevan a la ermita.

La sonrisa de la muchacha ha conseguido que Diego se proponga venir sin falta a la otra ofrenda que harán los gallegos esa tarde, cuando desfilan con una vela en la mano cada uno, con nuevos presentes y no menos vistosamente engalanados.

CONTINUARÁ MAÑANA

LOS MOLINOS DEL TAJO HASTA LA INDUSTRIALIZACIÓN

LOS MOLINOS DEL TAJO HASTA LA INDUSTRIALIZACIÓN

Nuevo capítulo de mi obra agotada «Los Molinos de Agua en la Provincia de Toledo» en el que se trata sobre su historia del siglo XV hasta el XIX

Malpica y los molinos de Corralejo en el plan de navegación de Carduchi
Malpica y los molinos de Corralejo en el plan de navegación de Carduchi

A través de las Relaciones de Felipe II conocemos algunos datos sobre la propiedad molinera en el siglo XVI. El rey es dueño todavía de tres grandes paradas sobre el Tajo ( Aceca, Alhóndiga y Aranjuez ) y los señores laicos son dueños de los molinos de su jurisdicción como es el caso del duque de Maqueda, el conde de La Puebla de Montalbán, el señor de Malpica o el señor de Higares (fig. 32). Algunas casas nobiliarias poseen varias paradas molineras, como por ejemplo el conde de Oropesa al que pertenecen los molinos de Silos, Cebolla y las Aceñas del Conde en el Torrico. El conde de Cifuentes tiene también tres paradas, en Velilla, Bergonza y Cifuentes.

Otros integrantes de la nobleza menor conservaban también intereses molineros. Los Loaysa, hidalgos talaveranos que eran propietarios de los molinos de Merillos cerca de Cebolla, o los Meneses que ya hemos visto cómo contaban con dos paradas en Alcaudete. En Toledo, el mariscal D. Juan de Rivadeneyra era propietario de molinos en el Guadarrama.

Las centrales eléctricas aprovecharon los antiguos molinos para sus instalaciones, como en estos de Cebolla
Las centrales eléctricas aprovecharon los antiguos molinos para sus instalaciones, como en estos de Cebolla
Grandes bóvedas de ladrillo en los edificios de los antiguos molinos de Cebolla
Grandes bóvedas de ladrillo en los edificios de los antiguos molinos de Cebolla

En las Relaciones de Felipe II encontramos además referencias a mayorazgos o a determinadas personas con autoridad de ámbito local, como un regidor de Villamiel o un comendador en el Viso, que eran dueñas de molinos.

La Iglesia era dueña y señora de un gran número de las paradas más importantes. Constatamos así cómo las monjas de San Clemente de Talavera son propietarias de los molinos de Cabañuelas, los jerónimos tienen los molinos de Abajo cerca de Talavera, los jerónimos de Guadalupe cuentan con los de Espejel y los de la Sisla son propietarios de varias paradas. Los hospitales de Puente del Arzobispo (fig. 33) se financiaban con dos molinos próximos a esta villa donados por el Arzobispo Tenorio en el siglo XIV. Las monjas de la Madre de Dios de Toledo poseían un molino en el Guadarrama y una capellanía se financiaba con los beneficios de un molino en La Puebla de Almoradiel.

Muchos artificios manchegos pertenecían a encomiendas de la orden militar señora de esos territorios. Por ejemplo la Bailía Prioral de San Juan de Jerusalén arrendaba o concedía molinos, mediante censos perpetuos, en  construcción y aprovechamiento.[1]

Si seguimos analizando pueblo a pueblo la Relaciones de Felipe II, observamos que, ya en el siglo XVI, el número de los pequeños molinos de arroyo dispersos por las sierras toledanas es considerable e incluso, en corrientes como las de Fresnedoso, Sangrera, Andilucha o Guadarrama, el número de estos ingenios es mayor que el que aparece en catastros y relaciones de finales del siglo XVIII. Los datos son, sin embargo, algo parciales ya que gran parte de las poblaciones  de la sierra de San Vicente y de la Campana de Oropesa no aparecen en las Relaciones del siglo XVI publicadas pues pertenecían a la ciudad de Ávila en aquel entonces.

Los molinillos bastardos como estos de Santa Ana de Pusa se van dispersando por todo el territorio desde el siglo XVI
Los molinillos bastardos como estos de Santa Ana de Pusa se van dispersando por todo el territorio desde el siglo XVI

En el siglo XVI la molinería continuaba siendo una rentable inversión para la nobleza y por ejemplo, la dozaba parte de los molinos de Daicán en Toledo es comprada por catorce mil maravedís, años más tarde es arrendada esta misma parte por tiempo de «tres vidas», la del comprador y la de sus dos hijos, por ochocientos dieciséis maravedís en «cada un año», con las siguientes condiciones que reproducimos por su interés:

1)A- La paga debería efectuarse por los tercios de cada año, la primera paga a finales del mes de Abril, la segunda a finales de Agosto y la tercera en Navidad.

2)– En el precio fijado no se podría realizar descuento alguno, teniendo además el arrendatario la obligación de tener siempre en buen estado la rueda del molino y todo lo demás que fuera menester.

3)– Ni el arrendatario ni sus hijos podrían vender ni traspasar ni empeñar dicha rueda, ni a caballero, ni a clérigo ni tampoco a ningún convento, iglesia o monasterio.

4)En el caso de que aquellos se viesen obligados a vender o a traspasar el molino en el tiempo de las tres vidas, lo harían saber al arrendador por si éste lo quisiera tomar, y por la cantidad que por ello les fuera a dar otra cualquier persona; y en el caso de que el arrendador no lo quisiere y lo traspasasen a otro, deberían entregar a aquel la décima parte del precio que le diera por ello, en reconocimiento del dominio que sobre ello tenía, y si pasasen dos años consecutivos sin pagar el tributo correspondiente, el arrendatario  caería en la pena de comiso y por tanto lo perdería.

     Este molino rentó en un año treinta y cuatro mil maravedís, siendo como hemos visto el alquiler de ochocientos dieciséis. Es evidente  que ya en esa época eran mucho más valoradas las rentas del trabajo del molinero que el inmueble del molino en sí.

En Toledo quedan restos de viejos molinos medievales
En Toledo quedan restos de viejos molinos medievales

El señor de Layos, dueño de la anterior parada, arrendaba otros molinos de arroyo por veinte maravedís y cuatro gallinas o por treinta maravedís y seis gallinas. Alguno incluso se arrendaba en especies, como en el caso de un molinillo en los montes de Toledo que se alquila por cuatro gallinas, cuatro capones, dos cabritos y dos fanegas de harina. Otros molinillos cercanos pagaron ya en el siglo XVII hasta un máximo de seiscientos maravedís . Estos datos nos dan una idea de la gran diferencia existente entre la rentabilidad de los grandes molinos del Tajo y la de los molinillos de arroyo[2].

Las rentas anuales que percibía el propietario del molino nos aclaran también la diferencia que existía entre los beneficios de una gran parada en el Tajo con 400 a 1300 fanegas de trigo, comparados con los de pequeños molinos de arroyo que percibían en general menos de cincuenta fanegas y que en algunos molinillos como los de Espinoso llegan a tener una rentabilidad de tan sólo dos fanegas en el siglo XVI[3]

La decadencia económica del siglo XVII[4] parece afectar también a la industria molturadora ya que muchas paradas del Tajo que aparecen en las Relaciones de Felipe II como «corrientes y molientes»- forma tradicional para decir que un molino está en funcionamiento- figuran en el proyecto de navegación del Tajo de Carducci de 1641 como perdidos, parados o arruinados. Es el caso de uno de los molinos del Conde de Oropesa en Valdeverdeja, los de Corralejo en Malpica, los de Bergonza y los de las Monjas de Torrijos en el Carpio de Tajo. Encontramos además la referencia a muchas presas arruinadas que no sabemos si servían a molinos o a otros ingenios como cañales, lavaderos o azudas.

En el trayecto entre Toledo y el límite de provincia actual siguen moliendo las paradas de Azumel, Estiviel, Calaña, Torralba, Puebla de Montalbán, Gramosilla, Cebolla, Talavera, Silos y Ciscarros. Desde este último hasta la actual provincia de Cáceres nos encontramos arruinados a los de Calatravilla y a una de las paradas del conde de Oropesa, se ha perdido un molino de un tal Ramos que tal vez se corresponda con el de Los Rebollos, pero continúan moliendo todavía los de Puente del Arzobispo, los molinos de Meneses en Valdeverdeja y los de Espejel junto al castillo musulmán del mismo nombre. En este tramo no podemos establecer comparaciones con el siglo XVI por no haber datos en las Relaciones de Felipe II que podamos cotejar con los proyectos de navegación (fig. 34).

La propiedad de estas grandes paradas molineras persiste en su mayoría en manos de señores laicos o religiosos aunque, al igual que los modestos molinos de arroyo en los siglos anteriores, comienza a diversificarse por la venta de la totalidad o de una parte de esos molinos a particulares. También se da el caso de arriendos que con los años se convierten en ventas y que ponen en manos de otros estratos sociales esa propiedad.

Muchos molinos de ribera son alquilados y así por ejemplo el Conde Mora alquila ocho de estos molinillos del arroyo de San Martín del Castañar a particulares[5]. En La Estrella de la Jara ya en el siglo XVI los molinillos de ribera se encuentran en manos de vecinos particulares según nos describen sus Relaciones Topográficas.

Parece que en el siglo XVIII no mejora la situación de los grandes molinos del Tajo como lo demuestra el proyecto de navegación de Simón Pontero realizado en 1755  donde, entre Toledo y Talavera, se dibujan hasta siete paradas perdidas o arruinadas.[6]

Mediante el Catastro de Ensenada de finales del siglo XVIII puede comprobarse que tanto los molinos de arroyo como las paradas del Tajo, coinciden de manera sorprendente en su localización, descripción y dimensiones con los ingenios de los que en la actualidad se conservan restos de sus edificios. Por ello se confirma que los lugares más propicios para su construcción han sido reutilizados una y otra vez durante siglos[7].

[1] AGUIRRE, D. : Opus cit.

[2] LOPEZ PITA, P.: Layos, origen y desarrollo del señorío de los Condes de Mora. Caja de Ahorros de Toledo, Toledo, 1988, pp. 242 y 243.

[3] F. ARROYO ILERA, Los Molinos del Tajo en el siglo XVI según las Relaciones Topográficas de Felipe II. pp. 266.

[4] MARTÍNEZ GIL, F.: Toledo y la crisis de Castilla 1677-1686., Ayuntamiento de Toledo, Talavera-Toledo 1987, pp. 63-80.

[5]LÓPEZ PITA P. : Layos, origen y desarrollo de un señorío nobiliario. Toledo, 1988, Caja de Ahorros de Toledo, pp. 243.

[6]COROGRAFÍA DEL TAJO: Opus cit. planos del proyecto de Simón Pontero

 [7]ENSENADA : Catastro. Muchos de los datos referentes a este catastro se han obtenido de la obra de  Fernando Jiménez de Gregorio, Los Pueblos de Toledo hasta finalizar el siglo XVIII. Para más información pueden consultarse los originales de las denominadas Declaraciones Individuales de dicho catastro en el Archivo Histórico Provincial de Toledo.

Molino en Alcaudete, sobre el río Jébalo

LOS MOLINOS DE AGUA EN LA EDAD MEDIA

LOS MOLINOS DE AGUA EN LA EDAD MEDIA

Una nueva entrada  de mi libro agotado «Los Molinos de Agua de la Provincia de Toledo». Describiremos su historia desde la reconquista cristiana hasta el siglo XV

Molinos de Puente del Arzobispo , fundados por el mismo arzobispo Tenorio en el siglo XIV para financiar los hospitales de la villa
Molinos de Puente del Arzobispo , fundados por el mismo arzobispo Tenorio en el siglo XIV para financiar los hospitales de la villa

Podemos pensar que estas primeras instalaciones molineras en territorio recién conquistado serían de propiedad real y que más tarde los monarcas las ceden total o parcialmente a órdenes y jerarquías religiosas o a los señoríos laicos que les habían sido fieles como frecuente reconocimiento a sus servicios de armas. Ejemplo del primer caso es la donación de Alfonso VII de los molinos de Alportel en Toledo al Obispo de Osma, estos mismos molinos en 1143 son propiedad de la catedral[1]. Otro ejemplo también ilustrativo, podemos encontrarlo en el libro de M Jesús Suárez Álvarez » La Villa de Talavera en La Edad Media», cuando recoge la donación de unos molinos por Alfonso VIII en esta ciudad, hacia el año 1207, al monasterio de Santa María de las Huelgas en Burgos[2]. Este mismo monasterio es dueño de los molinos de Ciscarros próximos a la dehesa de su propiedad en El Bercial, donde su cabaña de cuarenta mil ovejas aprovechaba los  pastos invernales.

Los frailes de Calatrava y las monjas de San Clemente de Toledo poseían tres aceñas «so el Alcaçar de Talavera, cerca del muro». Este poderoso convento también era dueño de unas aceñas en Azután, villa de su dominio.

Con los señoríos laicos vemos aparecer molinos que sirven a sus dueños no sólo como fuente de ingresos sino que además, mediante un control monopolístico de la molienda en sus territorios, conseguían una inmejorable fuente de información y control sobre la producción cerealística de sus vasallos y la carga tributaria a aplicar a los labradores de sus tierras. Vemos las primeras referencias a este tipo de dominio en los siglos XIII y XIV con los molinos de los señores de Malpica (fig. 30)[3], Oropesa o Mejorada.

A partir del siglo XIII comienzan en Europa a construirse nuevos  molinos y a dispersarse por todos los ríos y arroyos. Las noticias que nos llegan de ellos son relativas sobre todo a documentos de donaciones reales y a las acotaciones de señoríos, donde en muchos casos aparecen como verdaderos mojones de deslinde. Estos nuevos ejemplares comienzan a situarse no sólo en corrientes principales sino también en arroyos secundarios, como es el caso de los molinos de Riolobos que aparecen en la delimitación del señorío de Mejorada que hace Sancho IV al segregarlo de Talavera en 1288.[4]

Los molinos de Riofrío en Sevilleja ya aparecen en documentación del siglo XV
Los molinos de Riofrío en Sevilleja ya aparecen en documentación del siglo XV

Los medievalistas han hallado referencias a estos pequeños molinos de ribera que ya tienen una menor dependencia señorial y que por ello se conocen como «molinos bastardos».[5] Los señores, en parte obligados por las necesidades que los nuevos núcleos de repoblación tienen de una molienda más cercana a sus lugares, van concediendo permiso para la construcción y beneficio de molinos a algunos de sus vasallos y comienza así el retroceso del monopolio de la molinería. Estas prerrogativas eran de todas formas un signo de señorío, y por ejemplo la villa de Talavera entabla un pleito con el vecino señor feudal de Belvis de Monroy porque éste ha concedido permiso a uno de sus vasallos para la construcción de un molino en el río Ibor[6], entonces comprendido en las Tierras de Talavera

Durante el siglo XIV, las pocas referencias a la propiedad de los molinos siguen señalando como dueños a la Iglesia o a la nobleza, disminuyendo por ventas, permutas o cesiones los privilegios reales sobre la molienda. De esta forma doña Inés de Ayala y su esposo don Diego López de Toledo, alcalde mayor de esta ciudad, son propietarios de los molinos de Malpica y de los de Adabaquín en Toledo. En 1383 D. Diego cede su parte al cabildo catedralicio que se convierte así en su único propietario[7].

Un caso de cesión real es el de doña María de Portugal, que al renunciar a sus privilegios sobre la dehesa talaverana de Cabañuelas, incluye «las ruedas, pesquerías y canales» (fig. 31)[8].

Planta de los molinos de cabañuelas. Autor Rafael Gómez
Planta de los molinos de cabañuelas. Autor Rafael Gómez

Hacia mediados del siglo XV, señores e instituciones religiosas mantienen mayoritariamente la propiedad de los molinos, la Catedral de Toledo es dueña de los de Saelices y doña Guiomar de Meneses deja al Hospital de la Misericordia los molinos de la Solanilla en Toledo[9]. Los concejos van accediendo también a la explotación molinera y por ejemplo el concejo talaverano cuenta entre sus propios con una aceña[10].

Pero continúa, aunque lentamente, diversificándose la propiedad de estos artificios, primero por ser objeto de ventas, donaciones y arrendamientos, y en segundo lugar porque, dada la expansión de la agricultura que acompaña a  la repoblación y nuevos rozamientos de los territorios de Toledo y Talavera, con la correspondiente formación de las alquerías y primeros núcleos estables en los Montes de Toledo y La Jara , se va creando la necesidad, condicionada por las largas distancias y el mal estado de las comunicaciones, de construir molinos pequeños en corrientes secundarias, menos rentables pero más accesibles para los nuevos pobladores.

Comienza a haber referencias al trabajo de los molineros en las relaciones de oficios de villas y lugares. La legislación de la época incide sobre los fraudes que los molineros puedan cometer en el desempeño de su labor. Don Pedro González de Mendoza, arzobispo de Toledo, aprueba ordenanzas al respecto para sus vasallos de Talavera en el año 1489[11].

Siguen aumentando las referencias a molinos en manos privadas y así en 1454, dos regidores talaveranos solicitan el primer ojo del puente para la construcción de unas aceñas. También van aumentando los artificios que caen en manos de entidades eclesiásticas menores como capellanías, cabildo colegial y hospitales. Estas instituciones comienzan a su vez a negociar con los molinos o con una parte de los mismos – tenemos noticias sobre la venta de hasta un dozabo o doceaba parte de un molino – pasando a manos de la nobleza menor o de algún hacendado. En otras ocasiones, el dominio eclesiástico, más flexible en sus privilegios señoriales, concede cierta independencia administrativa a sus tierras y los molinos pasan a ser de propiedad concejil como en el caso ya referido de Talavera[12]. En el siglo XVI, once molinos de la Puebla de Almoradiel, por ejemplo, pagan un cuarto de sus beneficios al comendador de la villa y otros tres a la encomienda de Mirabel[13].

Los molinillos bastardos se extienden por el territorio. Molino en el río estenilla, en la localidad jareña de Anchuras
Los molinillos bastardos se extienden por el territorio. Molino en el río estenilla, en la localidad jareña de Anchuras

Los pequeños molinos periféricos de menor entidad, los antiguos molinos bastardos, tienen en ocasiones propietarios situados en los estratos superiores de la sociedad del siglo XVI. En Alcaudete de la Jara, un molino del Gévalo es de las monjas de San Benito de Talavera y otro pertenece al convento de La Madre de Dios; dos molinos más son propiedad de una familia de la nobleza talaverana, los Meneses, y el quinto es de los Duque de Estrada. En el arroyo de Villamocén, el regidor de Toledo Ruy Gómez es propietario también de dos molinillos.[14]

[1] PORRES MARTIN -CLETO, J. Opus cit. Las Calles...p. 200.

[2] SUAREZ ALVAREZ, M1. J. : Opus Cit. p. 335.

[3] A PALOMEQUE  TORRES, APueblas y Gobierno del Señorío de Valdepusa durante los siglos XV, XVI y XVII@, Cuadernos de Historia de España, (Buenos Aires, 1948), pp 73-103;  y A El Señorío de Valdepusa y la Concesión de un Privilegio de Villazgo al lugar de Navalmoral de Pusa en 1635@  A.H.D.E. XVII, 1946.

[4] A. FRANCO SILVA, ALa Fundación de pueblas en tierras situadas al noroeste de la provincia de Toledo@ , Historia, Instituciones y Documentos, Sevilla, Universidad, 1990, pp. 31-53.

[5] ESCALERA, J. y VILLEGAS, A. : Opus cit. p.36.

[6]SUAREZ ALVAREZ M. J. Opus cit. p. 89.

[7] PORRES MARTÍN -CLETO, J.: Opus cit. p. 1040.

[8] SUAREZ ALVAREZ, M. J.: Opus cit. p. 401.

[9] PORRES MARTÍN-CLETO, J.: Opus cit. p. 326

[10] SUAREZ ALVAREZ, M. J.: Opus cit. p. 203.

[11] Ibidem. p. 184.

[12] Ibidem.  p. 184.

[13]AGUIRRE, D.: El gran priorato de San Juan de Jerusalén, Toledo, Diputación Provincial, 1973.

[14] VIÑAS, C. Y PAZ, R.: Relaciones histórico-geográfico- estadísticas de los pueblos de España hechas por iniciativa de Felipe II , Madrid, Instituto Balmes de Sociología, Instituto J. S. Elcano, C.S.I.C., 1951. En las notas que aluden  a estas Relaciones nos referiremos a la encuesta del pueblo en cuestión y las cuestiones 20, 21 y 22 que se refieren a los ríos y molinos de cada término municipal.

TAJO ABAJO, UN RELATO

TAJO ABAJO

Relato sobre uno de los planes de navegación del Tajo y los incidentes que tuvieron que pasar los ingenieros en su periplo para anotar los obstáculos a superar

Talavera en un esquema-de un proyecto de navegacion
Talavera en un esquema de el proyecto de navegación en cuyo estudio se basa el relato

Desde la barcaza se escuchaban los aleteos de los pájaros que salían espantados a su paso. Los meandros iban y venían por entre las buenas tierras de Malpica y Cebolla.

Desde que pasaron junto al castillo del señor de Valdepusa no habían tenido problemas con los rápidos, solamente necesitaron extremar la precaución al llegar a algunas presas arruinadas como la de los antiguos molinos de Mirillos o las azudas que dirigían el agua a los cañales de las pesqueras. El navío avanzaba silencioso espantando con su presencia a las nutrias, las ratas de agua y las gallinetas que chapoteaban asustadas ante la presencia del extraño monstruo de madera que había sido bautizado con el nombre de “Antonelli”, en memoria del ingeniero rumano que hizo el primer proyecto de navegación para el rey Felipe II. Las gentes detenían a sus bueyes sorprendidos por la curiosa aparición en medio del campo castellano de un barco descendiendo por el río.

Sobre la embarcación se afanaban varios hombres. El que parecía el jefe era Marco Artú, arquitecto a quien el brigadier Cabanes  había encargado el reconocimiento del Tajo. Otros dos hombres parecían tomar apuntes sobre la anchura del río o las presas que tenían que salvar y comprobaban con una plomada la profundidad de las aguas en las zonas arenosas. Uno de ellos dibujaba sobre una mesa clavada al tablado un plano en el que se referían todos los incidentes. Los pastores, los chiquillos y las mozas que lavaban en el río saludaban a los aventureros y acompañaban al “Antonelli” durante leguas. Sebastián y Agapito Alonso, Diego Cobo y Diego Antón eran los cuatro expertos marineros de agua dulce nacidos en la villa de Serradilla que manejaban con destreza la barcaza con los remos y las pértigas.

Pasada la desembocadura del Alberche se hizo difícil la navegación pues el rio se ensanchaba con islas abundantes y peligrosos bajíos de arena que podían hacer encallar al barco de exploración, cuanto más al que el brigadier Cabanes tenía proyectado utilizar para navegar, un navío movido por vapor del que había pedido informes y presupuestos a la casa Walis Mason de Birmingan. Habían llegado a la presa que dirigía el agua a los molinos del puente de Talavera, según dijo un hombre que además les regaló un manojo de paloduz de gran calidad que se daba abundantemente en uno de los islotes.

Ya podían ver las torres de las iglesias y conventos de la villa. A la derecha, una playa donde algunas carretas estaban siendo cargadas de arena para la construcción y a la izquierda una de las islas de mayor tamaño que habían visto en su recorrido, la Isla Grande.

Postal de los años 70 que muestra los primeros ojos del puente Viejo donde chocaron los navegantes
Postal de los años 70 que muestra los primeros ojos del puente Viejo donde chocaron los navegantes

Habían salido de Malpica a las seis y media de la mañana y eran las ya once cuando la expedición llegaba a Talavera. Junto al puente Viejo esperaba una muchedumbre presidida por el corregidor de la villa. Era el veinte de abril y en recorrer el río desde el Puente Verde de Aranjuez hasta aquí habían tardado trece días. Las lluvias de primavera habían ocasionado una considerable crecida que hizo muy difíciles las maniobras de los pilotos serradillanos para pasar bajo los arcos del puente. Debido a su estrechura, a la corriente y al nivel elevado de las aguas, el “Antonelli” impactó con una de las esquinas del camarote contra los muros del viejo puente ante la concurrencia de numerosos talaveranos. Después del susto, los curiosos acompañaron a la embarcación basta los molinos de Abajo donde presenciaron el descenso del navío por el muro de la presa. Los tripulantes fueron agasajados por la ciudad y prometieron que a la Vuelta pasearían a los vecinos en el navío.

Presa de los molinos de Abajo que hubieron de bajar con su barcaza los ingenieros del plan de navegación
Presa de los molinos de Abajo que hubieron de bajar con su barcaza los ingenieros del plan de navegación

A la mañana siguiente, prosiguieron su viaje para llegar hasta Puente del Arzobispo pero la jornada estuvo llena de incidentes ya que, desde Talavera hasta allí, se vieron obligados a salvar las presas de los molinos de Silos, Ciscarros y Azután, además de los rápidos que, en el tramo cercano a Aldeanueva de Barbarroya, producía la corriente al saltar sobre los riscos graníticos. Las barreras del Tajo se podían disfrutar en todo su esplendor primaveral, los acebuches, los almendros, los chaparros y las alamedas de los arroyuelos presentaban ese verdor vivaz que no volverían a mostrar en todo el año.

Los marinos de agua dulce comentaban con el ingeniero lo dificultoso que sería realizar el canal que, desde los molinos de Silos, debería llevar a los navíos hasta el arenoso arroyo de Alcañizo y más tarde hasta el Tiétar. Era difícil imaginarse a las barcazas navegando por las llanuras del Campo Arañuelo pero sería la solución si se querían salvar los muchos rápidos y presas de molino que obstaculizaban la corriente desde Silos hasta bien entrada Extremadura.

Se detuvieron en los magníficos molinos de Puente del Arzobispo y conversaron con todos aquellos campesinos que desde Oropesa, Lagartera, Valdeverdeja o El Torrico bajaban al río a moler con sus vistosas vestiduras. Pasaron al día siguiente junto a los pilares del puente de Castros mientras la fortaleza árabe les contemplaba desde lo alto. Fue un día duro pues  hubieron de bajar su barco por las muchas presas de molino que cortaban el río en el re-corrido entre las aceñas del Conde y el Puente del Conde dinamitado en la guerra con los franceses. Desde sus arcos arruinados se divisaba la otra Talavera, la Vieja. Sobre su caserío se elevaban los arcos y columnas de un templo romano que llamó la atención de los viajeros. Al pasar delante de la desembocadura del rio lbor, el Tajo salía de las antiguas tierras de Talavera.

El Tajo a su paso por Talavera la Vieja antes de ser inundada. Al fondo se ven los arcos del templo de Diana, hoy junto al puente de la carretera de Guadalupe
El Tajo a su paso por Talavera la Vieja antes de ser inundada. Al fondo se ven los arcos del templo de Diana, hoy junto al puente de la carretera de Guadalupe

PIEDRA, MADERA Y BARRO

PIEDRA, MADERA Y BARRO

Un relato sobre arquitectura popular en La Jara

Casa de majada en El Portezuelo, junto al río Jébalo
Casa de majada en El Portezuelo, junto al río Jébalo

Mariano miraba a su mujer que se despertaba remolona sobre el lecho de retamas y paja del chozo. El ruido que hacía el pastor al soplar sobre el fuego había despertado a Crisanta. Se volvió perezosa y su mirada se cruzó con la del hombre que era su marido desde hacía dos años y que compartía felizmente su pobreza con ella.

Pero ese día amanecía radiante y podía verse el cielo castellano, el cielo invernal más azul, por la abertura que dejaba la manta que su marido había colocado en la puerta para impedir el paso de la humedad de la mañana. La leche recién ordeñada hervía ya en el cazo que Mariano compro el día que fueron con su tío el arriero a Talavera.

Casi ningún pastor podía permitirse el pequeño capricho de ir de viaje de novios, pero él siempre había sido el favorito de su tío e incluso les invitó a comer y dormir en una fonda llena de tratantes y algún viajante de mercería. Por la noche les llevó al «liceo», una iglesia abandonada por los frailes y dedicada ahora a salón de baile donde esa noche tocaba una orquesta de Madrid. Bebieron gaseosa y vino y fue tal vez la noche más feliz de sus vidas.

Después, la soledad de la sierra, el ruido de los búhos,  los aullidos de los lobos y los jabalíes hozando en el prado habían sido los sonidos, tan terroríficos al principio, que impedían a Crisanta conciliar el sueño. Aunque poco a poco había ido acostumbrándose, como al intenso olor de cabra que despedían las ropas de su marido, ese olor que se le hacía casi agradable cuando en mitad de la noche despertaba asustada y se acurrucaba con su hombre.

Pozo y casa en la dehesa de Montarcos, en belvís de La Jara
Pozo y casa en la dehesa de Montarcos, en Belvís de La Jara

Por entre las juntas de las pizarras que formaban la bóveda del techo salía el humo del hogar, pero la leña húmeda consiguió hacer toser a la mujer. Mariano al levantarse apenas emitía algún gruñido antes de irse a ordeñar, pero más solícito que de costumbre, arropó a la mujer y dijo:

­-Quédate otro rato, anda.

-Tenía que quedarme preñada todos los días, para que así miraras por mí -respondió sonriendo la mujer- ¡Anda bolo! Que yo iré limpiando, vete al ganao.

Mientras el pastor estaba de careo veía de lejos a su mujer afanarse cogiendo leña y acercándose a la fuente a por agua. Andaba ya torpe con la tripa, estaba de seis meses y pronto tendría que irse con su madre al pueblo. No debía parir en aquel chozo y su hijo no se criaría ahumado en aquel cuchitril. Si las cabras parían bien sacaría un poco de dinerillo y acometería su proyecto, haría una casa para su familia.

Mientras pensaba en esto, Mariano tomó una plancha de corcho y con navaja tan gastada como afilada comenzó a darle forma redondeada a uno de los bordes, después la uniría a otras piezas con virus de jara y formaría una cuna para su hijo. Ya había matado otros ratos de pastoreo tallando un sonajero de una rama de espino y después haría un castillejo de corcho para meter al chaval mientras la madre se afanaba en la majada.

Su hermano le trajo al monte la noticia, la partera había dicho que era un muchacho muy hermoso. El pastor bajó al pueblo con las monedas que le habían dejado los cabritos. Antes de que volvieran al monte su mujer y el niño tenía que cubrir aguas.

Fue al herrero y encargó ochenta clavos para unir las alfangías a la viga maestra. En el comercio le vendieron cuatro costales de cal de Montesclaros. Aunque la casa iba a levantarla de piedra y barro necesitaría algo de argamasa para la chimenea y el caballete del tejado. Bajó después al tejar de tío Jacinto que había sido amigo de su padre, Mariano le echaría una mano y así las tejas le saldrían apañás de precio. Ya podía empezar pues el resto de lo que necesitaba para su casa lo tenía en el monte: piedra, barro y madera.

En una solana frente al arroyo decidió hacer los cimientos, cortó las jaras e igualó el terreno tirando con una cuerda el trazado de los muros. Tomó su azada y fue excavando los cimientos. En algunos lugares la pizarra se encontraba somera y tuvo que romperla con una cuña y la almadana, mientras que en otras partes de la cimentación el desnivel hizo necesario que fuera con el borrico a por grandes cantos rodados del arroyo para rellenar la zanja.

Con paciencia fue levantando las paredes, primero una fila de lanchas de pizarra y luego, para sentar la hilera siguiente, una capa de barro que había traído de los trampales, donde tantas veces se atascaba la borrica al pasar con el arado. Mariano iba dando la vuelta a las lajas hasta encontrarlas la cara adecuada en lo que parecía un juego de rompecabezas con un ritmo tan lento que, al principio, le hacía pensar a Mariano que su hijo ya habría entrado en quintas cuando él acabara la casa.

Pero cuando terminó la jornada y observó su obra mientras devoraba una gruesa loncha de tocino con largos y pausados tragos de vino, pudo calcular que en unas semanas habría levantado los muros y, aunque le dolían los riñones, sonreía mientras ordeñaba a las cabras pensando en la cara que pondría Crisanta cuando viera su nuevo hogar.

Con la ayuda de su hermano bajó hasta el arroyo a por el tronco de fresno que había escogido con tanto cuidado para descortezarlo y así evitar que se pudriera o se lo comieran las termitas. Invitó a los pastores vecinos que le ayudaron a subir la viga maestra y luego se bebieron el aguardiente que guardaba para una ocasión así. Sobre la viga clavó las alfangías y sobre ellas las jaras y la torta de barro que iban a sostener a las tejas.

Piedra, madera y barro, un hogar que nacía de la tierra, que era parte de esa tierra en la que luego él y su mujer y su hijo y los hijos de sus hijos se iban a deshacer en polvo con el que otros que vendrían después  amasarían el barro de sus casas.

Arquitectura popular en Aldeanovita

PELEQUE EL ROBACENCERROS

PELEQUE EL ROBACENCERROS

Uno de los causos recogidos en el libro de La Enramá (Miguel Méndez-Cabeza, Rafael Gómez y Angel Monterrubio) «Causas Criminales de la Santa Hermandad de Talavera». Un tocador de cencerros que los robaba, con otras raterías en La Iglesuela

La Iglesuela, pueblo en el que se desarrollan los hechos de esta causa criminal
La Iglesuela, pueblo en el que se desarrollan los hechos de esta causa criminal

Las gentes de La Iglesuela ya no querían sufrir más los pequeños robos de Ignacio García Peleque, por ello habían hecho llegar sus quejas a la Santa Hermandad Real y Vieja de Talavera que en fecha dos de septiembre de mil setecientos cuarenta y cinco, emite un auto de oficio para que se investigue lo sucedido y se  tome declaración a los testigos que puedan aportar algún dato sobre cómo  Ignacio García Peleque, mozo soltero, hijo de Juan García Peleque y de Melchora Thenorio vecino de esta dicha villa, a muchos años tiene a costumbre hacer diferentes ratterías así en el campo como en las casas, quittando zenzerros a los ganados vacunos, cabríos, lanares … de forma que para vender y cambiar los zenzerros que urtta, con el motibo de ser su padre herrero y zenzerrero los quema, cortta y machaca para que muden de son[i] y no sean así conocidos de sus dueños”.

El Cuadrillero Mayor es comisionado a esta bonita villa serrana para recoger los testimonios y pruebas que conduzcan a esclarecer los hechos.

Comienza por interrogar a un vaquero llamado Jacinto Gómez que pensó en  nuestro ladronzuelo cuando le faltó una “ zenzerra que valía ocho reales a lo menos, y por ser ya muy público en esta villa que Ignacio… tenía esas avilidades de aver urtado otras zenzerras y campanillos, y otras cosillas”.

Otro testigo se llama Roque Herrador. En cierta ocasión le faltó el cencerro a un buey que tenía en su pajar y haciendo indagaciones supo que un pastor merinero[ii] había visto cómo Ignacio trocaba una  cencerra  por un cuchillo con otro pastor. Sabido esto, Roque se dirigió a él amenazándole con una escopeta y con llevar el caso a la justicia. El pícaro,  excusándose con que el diablo le había tentado devolvió la cencerra.

Otro testigo le acusa de haberle robado de la choza tres azuelas[iii] y un destral que el ratero tenía escondidos en la pared de una herrén[iv] de su padre en el paraje de Majaelbuey. A una mujer le hurtó un par de velortas [v]de un arado y a un vecino de Almendral le había quitado otra azuela.

A otra víctima de las raterías de Ignacio  le han desaparecido varios cencerros de sus cabras y aventura la posibilidad de que, al ser el padre del sospechoso herrero y cencerrero, golpea, quema y corta los cencerros robados por su hijo para que así muden de son y poder venderlos. Otros testimonios hablan de una “maleta con una porción de cencerros” que oculta nuestro protagonista cuando está varios días con un amo de El Real de San Vicente al que deja por haberle dado viruelas y porque el hombre duda de su honradez al descubrir la maleta de los cencerros, una escopeta y un cuchillo de zinto que llevaba.

Algunas víctimas cuentan cómo recuperan sus cencerros amenazándole, otros quejándose a su padre o al reconocer en su rebaño el collar de un cencerro robado.

Preso de la Santa Hermandad llegando a la cárcel de la Puerta de Zamora conducido por los cuadrilleros. Dibujo de Virtudes
Preso de la Santa Hermandad llegando a la cárcel de la Puerta de Zamora conducido por los cuadrilleros. Dibujo de Virtudes Portugués

Comprobados los hechos mediante tan numerosos testimonios se ordena que se prenda y ponga en prisión al ladronzuelo para después trasladarle a la cárcel de la Santa Hermandad de Talavera. Tres vecinos, Manuel Cañas, Isidro Herrador y Mateo Sánchez salen en su búsqueda al lugar llamado la Mata del Águila, “sierra áspera y muy intratable por la mucha aspereza de riscos y rebollos”. Pero Ignacio huye con la escopeta. Se le impone al reo en rebeldía una sanción de veinte ducados y no volvemos a saber másprovocan de él hasta que nuevas fechorías  que se instruyan nuevas diligencias desde Talavera. Esta vez  se pretende  comprobar la inocencia del padre y se recogen varios testimonios de gentes de La Iglesuela que le exculpan,  ya que es público y notorio que por quejas que de su hijo le han dado , le a quitado de la guardería de las cabras trayéndole a casa a el exercicio de la lavor y la siega por corregirlo mejor, theniéndole a la vista y que, aunque en algunas ocasiones aya el otro Juan García cortado o golpeado algunos cencerros , abrá sido y es a persuasión de algunos vecinos y no con el fin de venderlos y que si a trocado o vendido algún zenzerro, a savido comprarlos por cargas de los manchegos”. Se da por inocente al padre de Ignacio que sufría las continuas ventas de cabritos del rebaño familiar, que su hijo hacía para satisfacer sus gastos superfluos, aún así se le hace pagar al paciente padre cincuenta reales de vellón por las costas judiciales.

También la madre de Peleque se ve envuelta en una causa cuando, tras escuchar que se ha encontrado el cadáver de un hombre con la vestidura de la tierra en un paraje cercano a Pelahustán llamado Navalmontero, comienza a decir por el pueblo que el muerto es su hijo y que con toda seguridad el justicia Manuel Sánchez Navas y los soldados que han querido prenderle le han dado un arcabuzazo. Manuel denuncia la calumnia  que la mujer a propagado, a sabiendas de que su hijo había estado sirviendo con las armas en el regimiento Victoria de Madrid y que más tarde había tenido noticias de él  vivo y que estaba trabajando en el pueblo de Cenicientos. Más tarde se sabe que el asesinado es un fabriquero [vi]de San Román

Después de otros delitos menores, el mozo es prendido, antes “ha voceado que ya está desesperado de dejar la tierra pero que primero se ha de vengar en matar a uno de la justicia”. La  detención se produce cuando se hallaba cuidando cabras en el lugar de Labradopanadero y se le intervienen “una navaja atada al cinto, un rosario y otros trastecillos de poco valor”, se le ponen grillos y se le lleva a la cárcel de su pueblo pero al ser encerrado toma una piedra de libra y media y amenazante dice que como alguno se apegase a meterle dentro se la avía de tirar a los cascos Es trasladado a  la cárcel de la  Puerta de Zamora de Talavera el 2 de enero de 1746.

La minuciosidad de la Santa Hermandad hace que el reo sea reconocido,  hallándole el cirujano “ manco del brazo yzquierdo por causa de algún golpe o herida grave que en él a padecido y que está imposibilitado de todo travajo con el expresado brazo” . Esta circunstancia le salvará más tarde de penas más duras como la de trabajos forzados o galeras, ya que en el interrogatorio que sigue, el acusado da excusas poco creíbles como la de que sus víctimas le debían dinero, que los frutos del robo eran suyos o de su padre, o que los objetos robados eran hallazgos fortuitos.

Aparecen otros pequeños delitos de Peleque por los que también es juzgado. Hacía unos meses que “había tenido una desazón” con un vecino del pueblo y le había agredido con un puntapié en la cara E[vii]s hecho preso en la cárcel de La Iglesuela pero rompe la “puerta talanquera” y huye con la escopeta de su padre.

Puerta con cierre de talanquera, frecuentes en la Sierra de San Vicente
Puerta con cierre de talanquera, frecuentes en la Sierra de San Vicente

También le saldría caro otro acto delictivo cercano al gamberrismo, pero muy serio para la época,  ya que, cuando se ensayaba el auto que se iba a representar en el pueblo por año nuevo, con otros dos mozos del pueblo acudió al hospital del lugar, haciéndose pasar por la justicia y en el momento en que  los indigentes allí refugiados, con todo su miedo y su respeto se quitaron las monteras, haciendo mofa de ellos, les pidieron las cartas de casamiento que acreditaban que las parejas de indigentes estaban casadas. Cuando en esta ocasión va a ser detenido también huye, sus dos compañeros sin embargo son sacados de la cárcel por la intercesión de dos franciscanos descalzos que andaban predicando en la Iglesuela.

Finalizadas las diligencias judiciales, Peleque es condenado a tres años de destierro de Talavera y La Iglesuela y demás pueblos de su circunferencia a distancia de tres leguas. Ignacio tiene todo el olor de la carne de presidio

[i] Según el tono de los cencerros de un rebaño se conoce a su dueño y va más acompasadas el ganado. El “tocador” o golpeador de cencerros es un artesano que consigue  afinar a un mismo son todas los cencerros del mismo rebaño.

[ii] Pastor trashumante.

[iii] Instrumento corto que sirve para labrar y desbastar la madera.

[iv] Cercadillo sembrado de todo género de grano y que se corta todavía verde para forraje.

[v]  Cada una de las abrazaderas que sujetan el timón a la cama del arado

[vi] Maestro artesano.

[vii] Puerta asegurada con travesaño

GANADERÍA Y GASTRONOMÍA EN LA JARA

PEQUEÑA HISTORIA DE LA JARA COMO COMARCA GASTRONÓMICAMENTE GANADERA

Piara de cerdos por las dehesas de la comarca
Piara de cerdos por las dehesas de la comarca

Texto que escribí para el libro agotado «La Cocina de las Mujeres de la Jara» . Este libro parte de una idea, la de la difusión de la cocina de la comarca de La Jara por Coral Martín que en recuerdo y homenaje de las recetas que le enseñó Flores, su madre, ha tenido la idea de recoger recetas de las mujeres jareñas para mediante este libro dar a conocer la cultura gastronómica de esta tierra tan desconocida en ese como en otros muchos aspectos.

Nuestra comarca se encuentra entre dos zonas muy claras desde el punto de vista no sólo gastronómico sino también etnográfico, pues también en temas como el de la indumentaria tradicional o el del lenguaje nos hallamos en la línea fronteriza entre las culturas occidentales de repoblación leonesa, que comprende el reino de León y Extremadura, y la zona de la meseta inferior, incluida La Mancha.

Pero primero vamos a hacer un breve recorrido por la base de toda cocina, los productos empleados en ella, que además nos darán una idea de la geografía humana y la historia de la comarca que estamos estudiando.

La Jara es tierra ganadera, como demuestran desde antiguo los restos de animales domesticados en los yacimientos arqueológicos que ya desde la Edad del Cobre nos indican por sus hallazgos la presencia de huesos de diferentes animales. Aquellos primeros agricultores y ganaderos que dejaron como señal de su paso por aquí sus dólmenes, que nos hablan de unas sociedades ya jerarquizadas que practicaban la agricultura y la ganadería produciendo unos excedentes que serían empleados de diferentes maneras, en diferentes guisos que no tenemos porqué pensar fueran sencillos y poco elaborados.

Verraco vettón de Villar del Pedroso
Verraco vettón de Villar del Pedroso

En la Edad del Hierro, poco antes de que llegaran los romanos, el pueblo vettón recorría con sus ganados aquellas primitivas cañadas que luego comenzaría a regular el poderoso y Honrado Concejo de La Mesta cuyos jueces entregadores recorrían también las cañadas y cordeles jareños por donde circulaban las ovejas merinas y juzgaban severamente las incursiones de nuestros agricultores en las milenarias vías pecuarias.

Esos primeros “trashumantes” que fueron los vettones, hace dos mil años ya, dejaron sus verracos, esculturas pétreas de cerdos o de toros con los que pretendían proteger a sus hatos y para ello los colocaban muchas veces como puertas de los corrales de sus castros, a modo  de grandes amuletos que ahuyentaran todo mal de su principal sustento. Nuestra gran comarca, desde el Tajo hasta el Guadiana, desde el Pusa hasta el Ibor siguió siendo tierra ganadera también con los romanos, que calzaron los viejos caminos prehistóricos y construyeron puentes, fuente de riqueza por el trasiego de ganados que durante la Edad Media atravesaban nuestras grandes dehesas. Un territorio que no olvidemos pertenecía a la Lusitania, región en la que los romanos nos colocaron y que más tarde serían las extremaduras, de donde proceden muchas huellas que yantar gastronómicas de esa nuestra vecindad bellotera.

También en las villas romanas encontradas se han hallado huellas de

Calco de un grabado de la Edad del Bronce de El Martinete en el río Jébalo. Representa la cabeza de un ciervo
Calco de un grabado de la Edad del Bronce de El Martinete en el río Jébalo. Representa la cabeza de un cérvido

la actividad ganadera que luego continuarían los pueblos visigodos que se extienden por los muchos asentamientos rurales que se extienden por el territorio. La Jara estuvo poblada en época musulmana por aguerridas tribus bereberes que integraban también las fuerzas que desde las torres, castillos y fortalezas de Talavera, Alcaudete, la Ciudad de Vascos, Azután, Castros, Espejel o Alija protegían la línea defensiva del Tajo de las incursiones de los cristianos. Estos pueblos del norte de África eran además gentes dedicadas especialmente a la ganadería que aprovecharon también sin duda los buenos pero efímeros pastos de La Jara para criar el cordero que entonces y hoy día es la carne más consumida por los moros, como conocemos realmente a esos pueblos del Magreb que tenían una cultura también gastronómica muy diferente a la de los árabes propiamente dichos. Los ajuares de cocina más completos los encontramos en la ciudad hispano musulmana de Vascos, en cuyas viviendas excavadas se han hallado ollas, cazuelas, tapaderas, anafes, platos para hacer pan etc…aunque también se han encontrado en las viviendas más pudientes restos de los recipientes de cerámica utilizados en la mesa, como ataifores y jofainas para los sólidos y jarros, jarras y redomas para los líquidos. Tinajas y orzas servían tanto para contener el agua como para guardar los alimentos sólidos, al igual que los silos excavados en el suelo granítico de algunas viviendas. Muchos son también los molinos de mano que se han sacado en las excavaciones, destinados a moler el grano para hacer el pan en cada casa y a veces los cereales y leguminosas que se echaban al ganado. Cencerros, herraduras o tijeras de esquilar nos orientan sobre la actividad eminentemente ganadera de la ciudad jareña musulmana, lo que sin duda se traducía en una dieta en la que la leche, el queso y el ganado ovino y caprino habrían sido fundamentales.

Cuerno y cuzarro de corcho pastoriles para la elaboración del gazpacho
Cuerno y cuzarro de corcho pastoriles para la elaboración del gazpacho

También para los judíos que sabemos había en nuestra tierra el cordero es no sólo alimento para el cuerpo sino también para el alma, su cordero pascual, que a su vez es también símbolo de Cristo, el cordero místico. Y no sólo une el cordero como alimento a las tres culturas, sino que también une a las dos mesetas, pues es manjar común a ambas castillas.

La Jara se convierte en los tiempos de la Reconquista en una tierra de nadie, tierra insegura que solamente se atreven a poblar gentes que puedan huir rápidamente en un momento dado, llevándose con ellos su medio de vida, como son sobre todo los colmeneros y más tarde los ganaderos. La Cañada Leonesa Oriental atraviesa nuestro territorio por lo que, como hemos dicho, seguiremos viendo durante esos siglos circular millones de cabezas de ganado que aprovecharán los pastos jareños camino de Extremadura en invierno o de Castilla y sus sierras en verano.

El mercado de ganados de Talavera, capital histórica de La Jara, ya es una realidad desde el siglo XIII pero probablemente el rey Sancho IV lo único que hace es certificar la existencia de un trasiego y comercio ganadero mucho más antiguo.

Ganado representado en el panel de azulejos de San Antonio Abad en Piedraescrita en cerámica talaverana del siglo XVI

EL MOLINO DE MUROS ADENTRO

EL MOLINO DE MUROS ADENTRO

Nuevo capítulo de mi libro agotado»Los Molinos de Agua de la Provincia de Toledo» en el que comenzamos a conocer la maquinaria de los molinos

Interior de un molino en Almendral de la cañada sobre la garganta Torinas
Interior de un molino en Almendral de la cañada sobre la garganta Torinas

Hasta ahora hemos ido conociendo la tipología molinera en función de las presas, los canales y los receptores hidráulicos pero, ya en el interior del molino, los elementos básicos son comunes a todas las formas descritas, con la excepción ya comentada de los engranajes necesarios para transformar en horizontal el movimiento vertical en el caso de las aceñas y en el de las ruedas gravitatorias. Vamos a referirnos a los molinos de agua tradicionales, ya que si nos introducimos en el mundo de las fábricas de harina, la complejidad tecnológica de las maquinarias nos haría entrar en el campo de la arqueología industrial más que en el de la etnografía (Foto 11). Seguir leyendo EL MOLINO DE MUROS ADENTRO

EL FRAILE QUE ARRODILLÓ A LA REINA

El FRAILE QUE ARRODILLÓ A LA REINA

Monumento a Fray Hernando de Talavera
Monumento a Fray Hernando de Talavera

Un fraile jerónimo de cuerpo delgado y rostro alargado permanecía sentado en la gran sala abovedada que daba entrada a las dependencias del Santo Oficio. La expresión de su nariz aguileña y sus ojos, tan vivos a pesar de su edad, causaban al joven clérigo que le acompañaba una sensación de serenidad que ninguna otra persona había conseguido transmitirle. Dos criados que cruzaron las frías dependencias, al pasar junto a él, murmuraron  sorprendidos que el modesto fraile que ahora esperaba sentado para ser interrogado por  el Inquisidor de Córdoba, Diego Rodríguez Lucero, era nada menos que el arzobispo de Granada, Fray Hernando de Talavera.

Siempre había sido un hombre modesto y con humildad aceptaba la que él consideraba una dura prueba impuesta por Dios. Lucero, al que el pueblo conocía como Ael hombre de las hogueras@ se había cebado con él y con su familia. Había conseguido que unas mujeres recompensadas con unas monedas acusaran al arzobispo y a su familia de prácticas de brujería en las que sus sobrinas se entregaban embriagadas a bacanales y ritos satánicos, montando a la grupa de machos cabríos y recorriendo España para buscar prosélitos para el judaísmo.

Fray Hernando de Talavera yMaldonado, el Doctor Talavera entre otros en la exposición de Colón de su proyecto de navegación a Indias

Miraba el fraile a la pared de piedra de enfrente como si fuera a obtener de ella alguna respuesta. Se acordó de su madre, la hermosa judía que el señor de Oropesa don Fernando Álvarez de Toledo quiso tener por amante y, aunque pasó algún tiempo de su niñez en Oropesa, sus primeros recuerdos venían de Talavera de los alrededores de la calle del Contador, del patio de la casa donde sus tíos Pedro Suárez y Diego López de Ayala habían instalado a su madre para alejarla de la condesa.

Empezó a notar frío, el mismo frío húmedo de iglesia que desde los cinco años se había acostumbrado a sentir cuando cantaba en la Colegial de Talavera, mientras aprendía a leer y escribir entre el ir y venir de los canónigos. Desde entonces no había dejado de oler a cera e incienso en toda su vida. Recordaba sus visitas al monasterio de Santa Catalina donde su pariente Fray Alonso de Oropesa, más tarde General de la Orden de los jerónimos, había sido elegido en plena juventud prior del poderoso convento talaverano. Allí  pensó por primera vez en hacerse monje. En realidad, pensó, hubiera deseado permanecer toda su vida en el monasterio del Prado donde fue prior, entre sus libros y sus frailes.

Placa en la casa natal de fray Hernando de Talavera
Placa en la casa natal de fray Hernando de Talavera

En ese momento, dos dominicos cruzaron la sala mirándole de reojo sin ni siquiera saludarle, él volvió a sus pensamientos y recordó el día en que con toda su ilusión ofreció a su padre la traducción de un libro de Petrarca en la magnífica caligrafía que había aprendido en Barcelona. Asaltaban su mente imágenes de los días felices de bachiller en Salamanca, aunque la penuria económica del hijo bastardo de un noble le obligaba a tomar pupilos en su casa a los que además daba clase para poder sobrevivir. Cuando podía, se escapaba al monasterio jerónimo de San Leonardo en Alba de Tormes donde acabó ingresando como novicio. El nunca dejó de ser un fraile e incluso siendo arzobispo de Granada organizó su casa como si de un convento se tratara, imbuido de la modestia que él quiso volver a introducir en la vida religiosa de los monasterios con el impulso que sus amigos llamaban A la reforma talaverana , la que él mismo aplicó siendo prior del monasterio del Prado en Valladolid.

No tenía miedo a la muerte, pero en ese momento se acordó de las humillaciones que el Santo Tribunal había hecho pasar a su familia y un escalofrío de indignación le recorrió la espalda. Al fin y al cabo era un pobre hombre hijo de judía y ya no vivía su gran valedora, su señora la Reina Católica. Jamás se hubieran atrevido a tocarle un pelo si ella viviera. No pudo evitar recordar de nuevo la primera confesión con la reina Isabel. Siempre había dudado si en aquella ocasión había actuado tal vez con cierta soberbia cuando la reina le indicó que se arrodillara junto a ella para confesarla y él respondió: ANo señora, yo he de estar sentado y vuestra alteza de rodillas porque este es el tribunal de Dios, y aquí hago sus veces@. Pero desde entonces la reina hizo de su persona el  consejero más fiel. Hasta cuando con su amigo y paisano Maldonado, el doctor Talavera, analizaron el proyecto de Colón para viajar a las indias aconsejando a la reina que apoyara la empresa.

Casa donde es tradición que nació Fray Hernando de Talavera
Casa donde es tradición que nació Fray Hernando de Talavera

Por la insistencia de Isabel aceptó Hernando abandonar su vida monacal y hacerse obispo de Ávila. Pero no gustaba de ser un prelado al viejo estilo, un obispo cuyo fin es mandar y enseñorearse de los menores, ser temido, reverenciado, servido, regalado. No tratar sino de sus contentos y descansos, comidas espléndidas, camas blandas, número de pajes y criados, caballos, mulas aparadores y vajillas ricas, teniendo delante de sus ojos una infinidad de pobres feligreses muertos de hambre, desnudos, enfermos y lastimados. Hernando de Talavera no sería uno de ellos, pero eso le costaría las primeras enemistades de los poderosos los primeros roces con los que siempre querían que todo siguiera igual, los que decían que el fraile se dedicara a decir misa, que no se distrajera con tantos y difíciles negocios de Estado.

Pero la reina siguió confiando en su humilde persona y le hizo arzobispo del último pedazo de España que había estado en manos de los hijos de Alá, el reino de Granada. También allí quiso acercar su iglesia a los más desfavorecidos, a los vencidos, a los moriscos y a los conversos, pero intentó aproximarse a ellos sin la espada, en su misma lengua, respetando sus costumbres y hasta permitiendo su música y sus canciones en las iglesias. Pero los grandes, como siempre, como había sucedido durante siglos, no cesaban en su gula de sangre y riqueza, y ahora le tocaba a este pequeño fraile ser molido en las inmensas piedras del poder.

PIONEROS DE LA JARA

PIONEROS DE LA JARA

Cumbres de La Jara Alta y su monte cerrado
Cumbres de La Jara Alta y su monte cerrado

Rodrigo estaba ya cansado de los abusos del señor. Él amaba la aldea donde nació pero el día que, no pudiendo pagar al conde, recibió en la cara un golpe con la fusta de uno de sus soldados, decidió que para morir de miseria no hacía falta engordar a nadie y que él y su familia podían iniciar una vida tan miserable pero menos humillante en otro lugar. Cogió los cuatro trastos, los envolvió en una manta y andando con sus cuatro hijos y su mujer se encaminó hasta Talavera. Había oído decir que en la tierra de esta villa no ponían muchas trabas para asentarse en sus montes de La Jara y cruzó el Tajo buscando un poco de libertad.

Contaban con dos costales de centeno y unos cuantos panes para comenzar una nueva vida dominando un pedazo de las duras tierras jareñas. Su primo Leonardo había llegado a la zona dos años atrás y tal vez les echara una mano hasta que se pudieran mantener por sí mismos. Llegaron en marzo y Rodrigo no perdió el tiempo, trabajando con su hijo mayor de sol a sol con el gruñido del hambre en el estómago, fue limpiando de piedras y zarzas un cachillo tierra que se encontraba junto al arroyo. Había que hacer rápidamente un huerto que ese verano les diera algo de comer. Con las pizarras del arroyo fabricó una pequeña presa que las lluvias de primavera destruyeron en dos ocasiones, pero él no se amilanó. Con el barro y los juncos de las orillas volvió a restaurarla y a excavar un canal de veinte varas que llevaba el agua hasta su embrión de civilización. Tuvo que cerrar con ramas el huerto porque por las noches los jabalíes destrozaban los cultivos pero, a pesar del granizo que cayó en mayo, consiguió algo que llevar a la boca de los suyos.

La montonera en la Edad media
La montonera en la Edad media

Cuando no estaba en el huerto se le veía en la raña rozando el suelo de las tierras labrantías, sudaba arrancando jaras y cortando chaparros con su astraleja. Tenía que conseguir limpiar de monte la tierra suficiente para sembrar pan. Su centeno esperaba la sementera, y ojalá el año fuera bueno. Rodrigo no quería ni pensar en lo que sucedería si se arruinaba esa primera cosecha, la idea de su familia mendigando le revolvía las tripas.

De vez en cuando, su primo Leonardo se acercaba por allí con las cabras y siempre tenía un poco de leche o de queso que dar a sus hijos. Un día le comentó que la soledad de la majada no era buena y que tal vez algún día se bajara de la sierra para vivir junto a Rodrigo y su familia sin miedo a los osos, a los lobos y a los golfines.

El pan negro de su primer centeno les supo a gloria bendita, quizá ya no tuvieran que comer gachas de bellotas para matar el hambre. Su hijo Martín tenía una habilidad especial para cazar conejos con los lazos y las losas. Desde pequeño había mostrado curiosidad por ver cómo su padre colocaba las lanchas de piedra con un cebo y el palito que las sostenía en el justo equilibrio hasta que los pequeños animales la hacían caer atrapándolos. Otras veces se iba al río y colocaba en las chorreras sus cañales que se llenaban, sobre todo en primavera, de barbos, bogas y cachuelos. Con todo esto y algún corzo que de vez en cuando cazaba con su ballesta Rodrigo conseguían algo de chicha en el puchero.

La Jara desde las minas de oro de Sierra Jaeña

Un buen día llegaron dos nuevas familias. Rodrigo miró las manos de los hombres y supo que eran gente de bien, gente que como él querían arrancar un poco de vida a esas tierras rojas. Su hermano Leonardo ya se había acercado a vivir con ellos y había levantado la choza junto a la suya en un par de días. La alquería iba creciendo y las mujeres tenían con quien hablar. Entre todos limpiaron una vieja fuente que habían abandonado los pastores y ya no tuvieron que ir más hasta el arroyo a por agua con la borrica. A veces Leonardo sacaba su rabel, el que había hecho con una raíz de fresno, una piel de cabra, y unas crines de caballo y tocaba alguno de esos romances que había aprendido de los serranos que pasaban por el cordel con sus ganados hacia Extremadura. En una ocasión cambiaron una piel de oso por un pellejo de vino y hasta bailaron siendo felices por unas horas.

Monummento a los repoblacores medievales en Alcaudete
Monummento a los repoblacores medievales en Alcaudete

Los días pasaban despacio, las mujeres habían cultivado algo de lino en las navas frescas de la sierra y lo tejían para vestir a los suyos. Un día Herminia le dijo a Rodrigo que ya estaba bien de dormir en la choza, que a ver cuando empezaba a hacerla la casita que había prometido años atrás. Rodrigo fue construyendo de barro y pizarra la ilusión de su mujer y todos los hombres de la alquería fueron un día al río para cortar el álamo más recto que hubiera para viga maestra de la humilde mansión. Primero la techarían con retamas y jaras pero, en cuanto la cosa estuviera un poco mejor, irían al tejar más cercano y Herminia podría tener un techo de verdad. Los cerdos y las gallinas andaban ya con su bullicio rodeando la alquería.

Un día pasaron por allí gentes del concejo de Talavera que les reprendieron por haber cortado unas encinas. Al poco tiempo recibieron órdenes de la villa para que los once vecinos de la aldea hicieran población y que la población se haga junto al arroyo de los Espinos, y que en medio de la población hagan una iglesia y dejen sitio para cementerio y junto a ella lugar para la plaza que sea buena y ancha, y que las casas que se hicieran en el dicho lugar salgan las bocas de ellas a la dicha iglesia y plaza. Y que las casas que cada vecino haga sean de ocho tapias en largo y en ancho, con su corral, quince tapias, y que las tales casas vayan por orden una junta a otra y dejen de anchura a las calles que pueda pasar una carreta y más.

Todo lo cumplieron Rodrigo y sus vecinos, pronto llegó el cura beneficiado del pueblo más cercano por orden de la parroquia madre del lugar en Talavera. Un buen día se reunieron los vecinos y se dieron cuenta de que no tenían patrón en el pueblo. Metieron cuatro o cinco nombres de santos en un sombrero y el que extrajo la mano de Rodrigo sería desde entonces festejado por los vecinos.

Había nacido un pueblo.