TALAVERA EN LA LITERATURA
Viajeros por Talavera en los siglos XVIII y XIX
Un anónimo viajero que pasa por Talavera en 1700 contempla, como muchos otros, que las recientes lluvias torrenciales han derribado el puente Viejo; y a su paso por El Real de San Vicente anota que se está representando una comedia y que después de correr un toro “furioso” lo matan.
Es agradable la sensación que le produce nuestra ciudad al ilustrado viajero Antonio Ponz en 1784, pues comienza su descripción de ella diciendo: “El territorio hasta Talavera es de más de una legua; y siendo vega muy llana, se podría regar parte de ella con las aguas del Alberche, que me parece vienen someras. Esto, me dijeron, se ha pensado varias veces, pero no se ha hecho. Logra esta villa, que es una de las principales del arzobispado de Toledo una situación tan ventajosa como ninguna otra de cuantas he visto. Está fundada en medio de de la referida vega. Baña el Tajo sus murallas por el lado del mediodía, y en la situación es muy parecida a la ciudad de Córdoba. Dichas murallas se ven bastante arruinadas en aquel lado, y más en otras partes. De los antiguos nombres que dan nuestros escritores a Talavera, como Libura, Evura, Evora o Talabrica, escoja usted el que le parezca que sirve de origen al de hoy”.
A continuación el documentado visitante va describiendo puntualmente y con bastante extensión cada uno de los monumentos de Talavera, además de las Reales Fábricas de Sedas y de los alfares que todavía producen en su época la loza talaverana, aunque ya en franca decadencia.
Ya a principios del siglo XIX pasa por Talavera el francés Laborde: “Éntrase luego en una hermosa llanura circuida a lo lejos de pequeñas montañas, por cuyas raíces corre el Tajo. El camino es bastante bueno, pero mal cuidado. Desde ella se distingue ya a Talavera en toda su extensión, formando con sus grandes edificios, torres y chapiteles, un grupo de diversas pirámides, cuyo golpe de vista agradable, da una idea de la opulencia de esta ciudad. Llégase por fin a ella por una deliciosa alameda, pasando junto a la iglesia de la Virgen del Prado”.
Aparte de la agradable visión que le producen los numerosos monumentos de la ciudad, también describe la situación de Talavera en una “llanura descubierta, muy fértil, hermosa y alegre, y bajo un cielo bellísimo” Sin embargo, cuando se adentra en la ciudad dice que está mal planteada y que sus calles son estrechas y tortuosas, mal empedradas y algo sucias, impresión que como veremos será común a muchos otros viajeros.
Ya se habla de la existencia de dos paseos en Talavera: el del Prado y el llamado Paseo Francés que no es otro que el situado en la parte occidental de la ciudad y que se traza cuando en su entorno se levantan los edificios de las Reales Fábricas de Seda, en la zona que ahora conocemos como paseo de los Leones. También se refiere a la hermosura de la Plaza del Pan y a las murallas y sus puertas.
Del puente dice que tiene ¡35 arcos!, y que algunos son de madera. Hace después una descripción minuciosa de los principales monumentos de la ciudad y de las Reales Fábricas y también apunta la posibilidad de hacer el Tajo navegable y utilizar sus aguas para regadíos y así “asegurar las cosechas que no perecen sino por sequedad. Su vega amena y deliciosa produce mucho trigo, vino, aceite, seda, hortalizas y legumbres, los pastos de sus dehesas mantienen mucho ganado lanar, vacuno y de cerda”.
El viajero Francés Laborde que llega a Talavera en el siglo XIX señala también a algunos hijos ilustres de la ciudad y en el capítulo de “Usos y Costumbres” aparecen algunos datos curiosos sobre la vida en Talavera en 1809: “Los habitantes de Talavera son quietos y pacíficos; las diversiones son sencillas y poco diversificadas; alguna parte del año se representan comedias, se celebran algunos bailes, y uno de sus placeres es cantar en las calles por la noche, acompañándose de la zambomba. Esto dura desde todos los santos hasta Navidad en que cesa el uso de la zambomba y se sustituye por el pandero. Se conservan en Talavera algunos usos consagrados por la antigüedad. La mañana de Pascua de Resurrección, se levanta una hoguera en una de sus principales plazas, y se coloca en ellas una estatua colosal vestida a la moda que representa a Judas, y cuando pasa la procesión que se celebra del misterio de la Resurrección, se le da fuego y se reduce a cenizas”.
Hace después una descripción sucinta de la fiesta de Las Mondas con datos ya conocidos y luego nos habla del clima: “El de Talavera es bellísimo, su cielo puro y sereno, los inviernos templados, las aguas muy buenas y los alimentos de sabrosa calidad; pero el verano es muy cálido, de lo que provienen tercianas intermitentes, o más bien de las aguas corrompidas que se encharcan en las calles y en los alrededores de la ciudad, lo que podría evitarse dándoles desagüe”.
Como vemos, el viajero observa, al igual que otros posteriores, lo caluroso de los veranos de Talavera e intuye que la causa de las fiebres tercianas, llamadas así porque la calentura le subía al paciente cada tres días, y que no son otra cosa que el paludismo, tienen algo que ver con las aguas estancadas, aunque piensa que se debe a su corrupción y no, como sabemos hoy día, a que en ellas se desarrolla el mosquito Anopheles que transmite con su picadura la enfermedad.