Nos encaminamos hacia “Bartolo” que nos acoge con uno de esos paneles de azulejos tan pintorescos que han colocado a la entrada de los pueblos los planes de desarrollo rurales con fondos europeos. Este dice “San Bartolomé de las Abiertas, punto geométrico de La Jara”. Evidente mensaje, ya que aunque el centro geométrico es uno, los puntos geométricos son infinitos y La Jara tiene muchas fanegas de superficie. Unos apuntan como autor a un maestro y otros a un concejal o funcionario municipal.
Contemplamos los labrados rojizos de las rañas, los barbechos dorados y ya repateados por el ganado en un otoño largo y seco, y los olivos plateando reverdecidos por la lluvia. Pasamos junto a la entrada de la Bodega de Capilla del Fraile donde venden vino y ese aceite jareño que ya en el siglo XVIII se comparaba con el ámbar o el vino duro y sabroso de esta tierra dura. Otra hacienda más junto a la de Osborne o el marqués de Griñón, que se han dado cuenta de los tesoros que destilan en sus entrañas estas tierras de cantos y arcillas.
Torrecilla se despierta ante nosotros con el humo ya de algunas chimeneas pegado a sus tejados, sobresaliendo sobre el caserío la graciosa espadaña de seis huecos de su iglesia. En Espinoso tomamos la carretera que discurre con dirección a Guadalupe y que probablemente no se ha arreglado desde los tiempos de Primo de Rivera, el general “empedraor”. Y comenzamos a subir a las sierras jareñas en paralelo al río Fresnedoso, nombre muy fluvial pues hay otros tres homónimos en la zona. Filas de chopos amarillos que ascienden en formación por los vallejones de los arroyos, luego los pinares de repoblación limpios por los trabajos forestales, los robledales que comienzan ya a coger el tono marrón de sus hojas secas y los canchales que se festonean con las chaparreras donde vemos ir a esconderse a los venados y los corzos. Subimos a la mayor elevación de La Jara después de Rocigalgo, el monte de “Las Moradas”, nombre que indica la posibilidad de huidas poblaciones durante las razzias de la Edad Media. Contemplamos el valle del naciente Jébalo con sus pueblecillos desperdigados entre olivares, jarales y madroñeras, y en lo más alto vemos fósiles de mares ancestrales elevados hasta allí por las fuerzas telúricas que retorcieron las cuarcitas.La Jara, La Nava de Ricomalillo, Espinoso del Rey, San Bartolomé de las Abiertas
Una venta de La Nava nos acoge con fotos de cazadores antiguos, y entre risas y botellines “del” Mahou volvemos a Talavera, capital de La Jara, tras meternos en un santiamén una ración de mollejas que rebañamos con delectación. Al pasar por Belvís, impregnados del olor espeso del monte, pensamos que tal vez lo importante de la vida sean cosas como zamparse una ración de mollejas en La Nava de Ricomalillo con una pitarrona jareña.