En la entrada anterior expuse la historia de los Jardines del Prado y mostré fotos antiguas de uno de sus elementos más entrañables, la Casa de los Patos.
Hoy traigo otro de esos lugares integrados en el alma talaverana, los arcos del Prado. ¿Qué talaverano no ha dicho la frase : Quedamos en los Arcos del Prado, o tomaba allí el autobús en generaciones anteriores para ir a las piscinas o salir de excursión?
Los arcos han sufrido diferentes trasformaciones que vemos en las fotos antiguas como éstas
Comenzamos hoy la descripción de los Jardines del Prado con fotos antiguas y actuales.
Desde antiguo fue el lugar que hoy ocupan los jardines del Prado una zona de paseo y esparcimiento de los talaveranos que, además, unía la ciudad con su más significativo monumento, la ermita del Prado. Desde hace siglos tuvo la zona esa misma finalidad y ya aparece en documentos del siglo XVIII como “alameda de recreo”. En algunos planos ingleses de la Batalla de Talavera figura sobre la zona del Prado la palabra “gardens”, es decir jardines. Pero es en 1864 cuando se trazan las primeras glorietas. Una noria era la encargada de regar los jardines durante el siglo XIX, hasta que en 1875 se proyecta la primera fuente que tiene un diseño rústico. Pero en 1925, con el proyecto del nuevo parque llamado de Alfonso XIII, Ruiz de Luna diseña la fuente monumental de cerámica y otras de menores dimensiones situadas en las pequeñas “rotondas”.
El periodista Santiago Camarasa describía así el parque en 1930 : «Su hermosa alameda central, con el grandioso fondo de la ermita de la Virgen del Prado- el maravilloso museo de la vieja cerámica talaverana – bordeada toda con pérgolas y grandes macetas, sobre machones de ladrillo; sus magníficas rotondas con la original y grandiosa fuente de cerámica, rodeadas de sencillos y bonitos bancos; sus plazoletas tan lindísimas y atractivas, con blbliotecas públicas -que invaden los lectores-, con grandes jaulas de canarios, de pájaros diversos americanos y dos monos- el encanto de la gente menuda-; su precioso estanque y casita para patos y palomas; su singular rosaleda; su esbelto templete para la música».
Fue el alcalde Justiniano López Brea y el concejal, y gran pintor ceramista, Francisco Arroyo quienes impulsaron con ilusión el proyecto de dotar a Talavera de su zona verde más emblemática. La aportación de Ruiz de Luna fue importantísima y en muchos aspectos desinteresada, también la donación de veintidós mil pesetas que hicieron el marqués de Mirasol y su hermana doña Vicenta de Palavicino ayudó a la ejecución de las obras que fueron dirigidas por el arquitecto municipal Pérez del Pulgar.
Se trata, por su distribución geométrica, de un parque de estilo francés, pero el significativo papel que la cerámica protagoniza en su decoración, la utilización del ladrillo y la importancia que se otorga a las pequeñas fuentecillas, hoy desaparecidas, no deja, en fin, de ser una estética adecuada por la influencia cultural que el legado árabe y mudéjar dejó en las tradiciones talaveranas. No debemos dejar de remarcar la peculiaridad de las construcciones complementarias como el edificio de los urinarios, cuyo aire musulmán hizo que los talaveranos lo bautizaran con el nombre de “La Mezquita” o el elemento que tal vez es el más entrañable de todos: La Casa de los Patos que traemos hoy en fotografías y postales.
LA CASA DE LOS PATOS
Ha sufrido numerosas modificaciones por el desgaste de los años o por vandalismo, aunque permanece la estructura básica original.
Es llamada la casa de las Palomas en algunos textos y postales por ser la parte superior un palomar, aunque la parte inferior sirve de refugio a los patos, que han dado el nombre popular al estanque. Es muy probable que se construyera con la reforma de los años veinte en que intervino Ruiz de Luna que decora el vallado y el mobiliario urbano con cerámica de arista.
Las primitivas construcciones de esta iglesia, por ser en su mayoría edificadas a finales del siglo XIV e inicios del XV , fueron levantadas en estilo gótico-mudéjar, de ellas apenas nos quedan restos, solamente la conocida como puerta del Serafín, frente a la desembocadura de la calle Empedrada y alguna ventana cegada , como la que se observa en esa misma construcción frente a la torre de la Colegial. Algún otro detalle como la rejería o los canecillos y aleros nos orientan sobre la antiguedad de esta parte del monasterio de Santa Catalina.
Ya hemos comentado que la misma puerta del Serafín era la que daba acceso al templo primitivo y por ello era necesario entonces pasar por el claustro para acceder al templo. Para remediarlo, en 1452, concede el papa Nicolás V permiso para construir una nueva iglesia cuyo edificio coincide con la nave de la actual. Precisamente el retablo de esta nueva construcción fue estofado por Copin de Holanda y pintado por Juan de Borgoña, aunque hoy ha desaparecido. La nave está cubierta por una bóveda de cañón y a los pies otra bóveda rebajada soporta el coro.
Los canónigos de la Colegial se opusieron a la nueva edificación, como también se negaron a que se construyera la capilla mayor que, sin embargo, se comenzó a levantar en 1536 con el permiso de Pablo III . Esta parte del monasterio es la más característica del mismo y un elemento característico del paisaje urbano de la antigua Talavera. El padre Sigüenza, en su Historia de la Orden de San Jerónimo, decía: «Por ignorancia o malicia de los oficiales no se ha podido acabar fábrica de harta costa y apariencia, sin fundamentos, de tal suerte que estando casi cerrada la cúpula del cimborrio, se venía toda al suelo, y el mejor medio es deshacerla piedra a piedra.» No hizo falta llegar a tanto, ya que se llamó a Juan de Herrera que se encontraba entonces construyendo otro monasterio jerónimo,el de El Escorial. Vino a Talavera y consiguió salvar el edificio, aunque quedaron como recuerdo de aquellos percances los antiestéticos machones y contrafuertes de la cara sureste del testero y las fisuras que todavía hoy se perciben en el mismo.
Diferentes avatares históricos hicieron perder a esta iglesia su primitiva grandeza. En la capilla mayor estaban los enterramientos de los señores de Gálvez y Jumela y en el claustro se hicieron sepultar numerosos caballeros y nobles talaveranos. Celebrábanse los oficios «con toda grandeza, puntualidad y magestad que puede encarecerse teniendo siempre capilla de sonoras voces e instrumentos. Los ornamentos son muchos, ricos y costosos. El aderezo de plata es muchísimo»
El acceso actual al templo desde la calle se realiza a través de la portada de piedra de la fachada sur, un tanto vulgar si la comparamos con la grandeza del resto del edificio. En el interior destacaremos la capilla mayor. Los mármoles que la decoraban adornan ahora el altar mayor de la basílica de Ntra Sra del Prado. La cúpula es de grandes proporciones, las pechinas se ornamentan con relieves de los cuatro evangelistas y bajo ellas se sitúan las estatuas de cuatro doctores de la Iglesia. La sacristía es de gran belleza, octogonal y con cúpula toda de piedra, menos decadente que el renaciente estilo del resto de la iglesia. También al siglo XVII pertenece la grandiosa escalera de subida al coro, toda de sillería y suspendida en el vacío. Menos conocida aunque muy curiosa se nos muestra la escalera helicoidal de acceso al exterior de la cúpula, “la giralda”, que se rodea de balaustrada con adorno de pirámides.
Se mantiene en un estado lamentable el claustro sur, que durante años ha sido casa de vecindad hasta su amenaza de ruina. Se perciben los arcos gótico-mudéjares ya cegados y en algunas de pendencias pueden observarse restos de pinturas en los muros, muy similares a otras pequeñas muestras que persisten en la granja jerónima de La Alcoba y Guadalupe.
Hubo un círculo de artesanos e intelectuales que movidos por las corrientes estéticas que impulsó la generación del 98 quiso potenciar la estética popular, la tradición de todo lo español, incluida la artesanía y el mejor folklore.
En nuestra comarca don Juan Ruiz de Luna, el gran ceramista, tuvo contacto con Platón Páramo, farmacéutico de Oropesa, coleccionista de arte en una medida que con la mentalidad actual tal vez consideraríamos digna de un expoliador, aunque eran otros tiempos. Sorolla, como hemos visto en entradas anteriores, vino a Talavera, Oropesa y Lagartera en busca de tipos para los cuadros que le había encargado la Hispanic Society de Nueva York. Platón Páramo era conocido por Sorolla e incluso puso a su disposición su coche de caballos para recogerlo en la estación de Oropesa y su vivienda para residir mientras pintaba en Oropesa.
Por otra parte, Ruiz de Luna era ya famoso por su obra en toda España y sus producciones se distribuían por todo el país, así que los dos artistas se conocieron y mantuvieron una relación artística y comercial como veremos.
El Museo Sorolla tiene entre sus fondos correspondencia entre los dos y algunas fotografías hechas en Lagartera por Ruiz de Luna que, dicho sea de paso, era tan buen fotógrafo como ceramista, hasta el punto de que tuvo un estudio donde hizo retratos a numerosos talaveranos de su época y una magnífica colección de postales de Talavera que son el mejor documento gráfico de nuestra ciudad a principios del siglo XX.
Se guarda en el museo una serie de cuatro fotografías realizadas por Ruiz de Luna a Sorolla pintando en el pórtico de la iglesia de Lagartera. Las cuatro están protegidas por su paspartú original en el que se puede ver la firma de Ruiz de Luna y el nombre de Talavera.
En la primera foto, y la más conocida de todas, se ve al pintor pintando los tipos que se reproducen en la imagen a color. Está hecha desde el suroeste de la escena y aparece el pintor ya entrado en años y en kilos y frente a él a otro hombre pintando. Se trata de un tal Priede, hijo del dueño del hotel Castilla de Toledo. También se observa a los tres lagarteranos que aparecerán en uno de los cuadros.
La segunda foto está sacada desde casi la misma perspectiva, pero más lejos y en ella aparecen además otros lagarteranos y un personaje sentado, que bien podría ser Platón Páramo. La parcela al sur del pórtico se encuentra llena de hierba.
La tercera fotografía de Ruiz de Luna está hecha justo desde el lado contrario y se ve al fondo el muro oeste, donde se encuentra la puerta que da directamente al pórtico desde la calle. Priede con camisa y chaleco observa la pintura de Sorolla.
La cuarta instantánea está sacada desde el propio pórtico y en ella se pueden ver lagarteranos. Puede que alguno de ellos sea uno de los retratados, además de otros vecinos y vecinas curiosos observando la escena
El historiador lagarterano Julián García Sánchez, tal vez la persona que mejor conocía los entresijos de Lagartera, describe así a los personajes del cuadro y el traje que llevan: “Sorolla sorprende de perfil a Antonio Lozano Bravo y, de frente, dispuesto a unas bodas de sueño, a Pablo Oliva Martín, vestido de novio. Le chorrea una policromía de cintas y borlas, bajo el cordón, que le cruza el vientre, a guisa de broche del sayo. Otras cintas se prenden en el camisón, al lado del corazón. A la camisa amplia lagarterana, por su magnitud, se la llama camisón. El de Pablo es de un lienzo casero, con cabezón redondo, labrado de arquillo Este novio lagarterano que mira a Sorolla en esta segunda década del siglo XX, tiene la misma labor de labrandería en su camisón que Constanza, -La Ilustre Fregona- en la misma ´decada del siglo XVII, pues al decir de Cervantes era su camisa alta «plegado el cuello con un cabezón labrado de seda negra (…) No se ve en el camisón de Pablo la labor de los tambores sembrados en la besana de los hombros y faldones; por sí el deshilado viejo y de escudos, en la pechera. Detrás del novio está, muy tranquilo, Higinio Bula, con sus manos y su blusa sepultadas en la faja negra. Sobre el sombrero de Antonio Lozano, la cabeza prócer de Zacarías Pino Igual”.
Otros cuadros pintó Sorolla con motivos lagarteranos que traeremos en otra ocasión, hoy nos limitamos al que tuvo relación con nuestro ceramista y gran fotógrafo Juan Ruiz de Luna
Acudiremos a la descripción del Conde de Cedillo sobre el edificio que«consta de una sola nave y en su exterior, harto restaurado hoy, son únicamente de notar el ábside de cinco paramentos, los contrafuertes y las ventanas de medio punto.
Visto al interior el templo es amplio, dispuesto en cruz latina, con siete tramos y bóvedas surcadas de arcos cruzados y terceletes del último período gótico y con parejas de capillas de la misma época agregadas a los lados de la nave. Es detalle característico que los arcos cruceros surgen de los cilíndricos fustes de las columnas sin capitel intermedio, como las palmas desde el tronco del árbol».
En la cabecera debemos destacar los monumentos sepulcrales de los padres de García de Loaysa, uno a cada lado, en hornacinas abiertas sobre el muro con decoración renacentista plateresca del siglo XVI y los escudos nobiliarios respectivos además de un medallón de Santiago en el monumento del caballero, y de la Virgen con el niño sobre la hornacina de la dama. La estatua del padre, Pedro de Loaysa vestido de arnés, desapareció hace mucho pero se conserva la de la madre, doña Catalina de Mendoza, en actitud orante. Ambas esculturas de alabastro se apoyaban sobre pedestal de jaspe rojo.
El sobrino de García de Loaysa, que llegó a ser arzobispo de Toledo, mandó a la muerte de su tío grabar dos lápidas en los monumentos de sus abuelos: «AQUÍ YAZE PEDRO DE / LOAYSA PADRE DEL / ILLMO S. CAR DON GARCÍA DE LOAYSA DEL CONSEJO/ DE LOS REYES CATÓLICOS» y «AQUI YAZE DONNA / CATALINA DE MEN / DOÇA MADRE DEL ILLMO S. CAR DON / GARCÍA DE LOAYSA». Anteriormente habían estado sepultados en la capilla de San Juan Bautista de la Colegial y en el monasterio jerónimo respectivamente.
El ceramista Ruiz de Luna tomó como modelo para sus decoraciones de cerámica las columnas y otros elementos de estos dos monumentos funerarios y también dibujó las nervaduras fingidas que parten del hermoso florero de piedra que hace las veces de pilar central en la sala capitular, es decir, la “capilla honda” que se sitúa bajo el coro y que hoy día está separada del cuerpo de la iglesia.
El sepulcro del propio García de Loaysa sufrió algunos avatares. Desde 1899 permaneció en la iglesia de El Salvador donde fue trasladado por Jiménez de la Llave al realizarse reformas en Santo Domingo para la instalación del Colegio de la Compañía de María. Hace unos años se ha vuelto a depositar muy deteriorado en «Santo Domingo». Recientemente se ha restaurado la cara de la escultura yacente que representa al confesor de CarlosV y que es una muestra magnífica del arte funerario español del siglo XVI. El cardenal aparece con la cabeza apoyada sobre almohadones, la mitra puesta y revestido de pontifical decorado con finas labores esculpidas en los vestidos. Una cartela situada a los pies dice en latín: «Aquí yace el Ilustrísimo García de Loaysa, Arzobispo de Sevilla, Cardenal, Presidente del Supremo Consejo de la Inquisición y del Consejo de Indias, y Comisario General de España. Murió en el año del Señor de 1546».
En la desamortización compró el convento D. Rafael de Villarejo que tapió la capilla de la Santa Cruz, donde había trasladado previamente el sepulcro de García de Loaysa, este tabique fue derribado para que el duque de Montpensier pudiera observarlo a su paso por Talavera. Ildefonso Fernández abrió el sepulcro, ya muy deteriorado por un horno de tinajas adosado al muro de la iglesia, y solamente encontró algún huesecillo entre la tierra que lo llenaba.
En la parte del evangelio se situaba la antigua capilla de Santo Domingo. Se cedió para enterramiento del capitán Juan Salcedo y su mujer María Girón, que entró de religiosa al convento de la Madre de Dios. A continuación se encontraba la puerta por la que se accedía al claustro. Más abajo estaba una capilla bajo la advocación de María Magdalena. Esta santa parece que tenía una ermita en las proximidades de San Ginés como dan a entender ciertas alusiones a ella en los documentos que hablan de la fundación del monasterio, pero no la debemos confundir con la ermita de la Magdalena que se situaba junto al río. Un canónigo de la Colegial llamado Rodrigo de Madrigal la dotó de la imagen de la santa y de «retablo y rexa».
La última capilla del lado del evangelio estaba bajo la advocación de San Ginés y de Santa Inés y, en agradecimiento a sus servicios desinteresados, el convento la cedió para su enterramiento a un médico famoso del siglo XVI conocido como el licenciado Ginés de Mercado que dejó un vínculo para que el día de Santo Domingo se diese de comer a los religiosos de esa casa a su costa.
La primera capilla del lado de la epístola era «una capilla con advocación del crucifijo y su altar es privilegiado que se saca ánima diciendo missa de requiem». Se dio como enterramiento al licenciado Pedro Girón de Loaysa del consejo de Carlos V y padre de García de Loaysa. También se enterró en esta capilla doña María Casato, mujer de Hernando Girón, caballero de la orden de Calatrava. Esta dama dejó en su testamento la dote necesaria para que se hiciese un colegio de doncellas en Talavera. Ya fuera de la capilla mayor, la siguiente tenía por advocación a la Virgen del Rosario con una imagen vestida de « adereços de seda y oro… y para guardarla se puso una rexa que está labrada con mucha curiosidad». La última capilla de este lateral estaba bajo la advocación de San Jacinto, monje de la orden de Santo Domingo.
COFRADÍAS Y CURIOSIDADES
Radicaba en esta iglesia una cofradía del Nombre de Jesús cuyo objetivo era evitar la costumbre de jurar en vano y blasfemar. Primero estuvo instituida en la iglesia de San Pedro y luego pasó a esta de San Ginés por estar muy vinculados los dominicos a esta lucha contra los juramentos.
El dinero de las dotes de doncellas y limosnas que dejó el cardenal Loaysa estaba custodiado por tres llaves, la del mayorazgo de la casa Loaysa, el prior del monasterio de san Ginés y el prior del monasterio jerónimo de Santa Catalina. Estos patrones debían estar presentes en la entrega de las dotes a las doncellas el primer domingo de cuaresma si previamente demostraban con cédula de su parroquia que ya estaban casadas. Las limosnas de a quince reales cada una se entregan el segundo domingo de cuaresma. Un mayordomo es elegido por los tres patrones a quienes da cuenta, en presencia del vicario de Talavera, de las rentas con las que se surtirán las dotes y limosnas. De las capillas de San Ginés bien poco nos queda, por haberse adaptado la iglesia a la estructura que la Compañía de María exigía para las fundaciones de su orden.
En la capilla de la Virgen del Rosario fue enterrado en 1567 el licenciado Valderrama, oidor del Consejo Real de las Indias que dejó renta para que cada año se diese una dote de treinta mil maravedíes a diez doncellas. En la capilla radicaba una cofradía de la Virgen del Rosario que celebraba con gran solemnidad la Purificación y la Asunción con procesión en el claustro del monasterio y«ponen muchas roscas muy blancas en las andas y después las reparten por cosa bendita».
«A la mano derecha como se entra en esta capilla está pintado un escudo grande y en la mitad tiene tres bandas coloradas sobre campo de oro» Explica Fray Andrés de Torrejón el origen de las armas de esta casa diciendo que un antecesor en el linaje de los Valderrama era muy diestro en justas y torneos. Le hizo el rey de Francia su capitán general y, en cierta ocasión, desafió al monarca un caballero en nombre de un gran señor de Alemania. Valderrama salió al campo en lugar del rey y mató al caballero pero resultó herido, sacando tres dedos ensangrentados al comprobar donde tenía la lesión. En honor a su hazaña el rey de Francia le permitió poner las tres bandas rojas en su escudo y flores de lys «pues bien merecía tener armas de rey quien avía vencido en nombre del rey» . Además del escudo una lápida recordaba el enterramiento en esa capilla del licenciado Valderrama.
Dice Francisco de Soto en su historia de Talavera que «había en un arrabal de esta villa, una parroquia con la advocación de San Ginés Escribano y era tan pobre que no le habían quedado sino cinco parroquianos, la cual estaba aneja a la insigne Colegial de esta villa; cuyo cabildo se la alargó a los religiosos dominicos para que fundaran en ella un convento, en primero de Julio de 1520 años, reservando en sí las cortas rentas de esta parroquia cuyo principio y origen corren parejos con el de otras parroquias de esta villa, pues como hemos visto de todas se ignora su primera fundación» .
El caso de San Ginés es similar al de la iglesia de San Andrés, ambas situadas en los arrabales viejos que, a finales del siglo XV, sufrieron una significativa disminución en el número de habitantes y por ello a duras penas consiguieron subsistir junto a otras parroquias como San Esteban y «Santiaguito».
Fray Andrés de Torrejón, en su historia de la ciudad, nos aporta la información más importante sobre el convento fundado en el solar de la parroquia, información que repiten los autores posteriores. Fray Juan Hurtado de Mendoza era un salmantino que asistió a los reyes Católicos en la toma de Granada y que, desengañado de las vanidades de la corte, se hizo dominico tras repartir sus riquezas entre los pobres. El talaverano Fray García de Loaysa, entonces general de la orden dominicana y arzobispo de Sevilla, dio su apoyo a Juan Hurtado para la fundación de un convento en Talavera después de un primer intento fallido en Madrid, no sin antes vencer resistencias de nobles locales como Juan de Ayala y superar otras contrariedades dentro de la propia orden, incluido el destierro, ya que Hurtado y sus frailes pretendían adoptar una regla más austera y «juzgaron los religiosos de la orden ser novedad impertinente».
El canónigo de la Colegial, don Alonso de Encinas, aportó la huerta que poseía junto a San Ginés cerca del camino de Mejorada y que todavía se mantiene al norte del convento. Más tarde, el apoyo de otros nobles de la villa como don Diego de Padilla que tomó los hábitos, del arzobispo de Toledo Alonso de Fonseca, de Fray García de Loaysa y del propio emperador Carlos V, pudo al fin establecerse la comunidad en Talavera. Siguió enfrentándose la institución a diferentes vicisitudes, pero el apoyo decidido de Dª Gracia de Ulloa y de su marido Bernardino de Meneses -el conocido como Adalid Meneses, famoso por su decisiva intervención en la conquista de Orán- ayudó a superar las trabas cuando alojaron provisionalmente a los monjes en su palacio mientras se solucionaban los problemas, pagando, además, el censo de cuarenta mil maravedíes que sobre la pequeña parroquia tenía la Iglesia Mayor y veinticuatro ducados para indemnizar al hortelano que tenía arrendada la huerta. Por fin, previo informe del comisionado Pedro Gudiel, administrador del Hospital de Puente del Arzobispo, el Cardenal Guillermo de Croy dio su permiso para la segregación de San Ginés de la Iglesia Mayor y poder así fundar en su solar el monasterio.
«Moraron estos padres al principio en esta huerta y para dormir hicieron un poco mayor la choça del hortelano y allí reposaban sobre unos sarmientos y esteras viejas. Hacían capítulo a la sombra de un nogal que está junto a la noria y allí tenían sus conferencias y pláticas». Así relata Francisco de Soto los primeros tiempos del monasterio que, después de echar tres veces a suertes la advocación futura del mismo, por dudarse entre San Ginés y Santo Domingo, las tres veces salió el primero y se tomó esto por milagro dejando al convento con el nombre de la primitiva parroquia.
Se compraron después unas modestas viviendas cercanas para alojarles hasta que, el confesor de Carlos V y ya cardenal, García de Loaysa«en su amor a su patria nativa, a su religión y a su linaje, labró a sus expensas buena parte del monasterio, el claustro y todo el templo. Fue consagrado el 25 de Abril de 1536», como nos narra el Conde de Cedillo.
El convento mantenía tres cátedras para el estudio de la filosofía y humanidades. Radicaron en él varias fundaciones benéficas y de aquí partieron los frailes que fundaron el monasterio de Atocha en Madrid. En 1835 ocurre la exclaustración de los frailes y se cierra el convento. En la iglesia se instaló una fábrica de tinajas y en 1896 la viuda de Peñalosa, doña Elena de Quintana, adquiere y restaura los edificios para dedicarlos a colegio de niñas pobres, encomendándolo a religiosas de la Compañía de María que inauguran las instalaciones en 1900.
San Clemente es otra de las parroquias hoy desaparecidas, de ella apenas quedan los cimientos en la calle de su mismo nombre. Por hallarse dentro del primer recinto amurallado, podemos considerar a esta iglesia junto a la Colegial, la de San Pedro y la de Santiago el Viejo, que conocemos sólo por referencias, como las iglesias más antiguas de Talavera. Quadrado sospecha, por la coincidencia con la advocación del poderoso convento toledano fundado por Alfonso VII, que fue este monarca el que promovió la construcción de San Clemente. Aparece ya nombrada esta vieja iglesia en el documento de 1154 por el cual el arzobispado de Toledo se reserva el mejor dezmero de las iglesias de Talavera para financiar las obras de la Catedral.
En la capilla mayor estuvo enterrado un tal Juan Fernández hijo de Fernán Martínez, caballero talaverano que auxilió al rey D. Fernando en el cerco de Algeciras y al que, por sus servicios el rey Emplazado, otorgó la Dehesa de Castellanos, a las orillas del Gébalo, en término de Alcaudete. Anduvo después este caballero sirviendo a Alfonso XI. La lápida, que reproducimos en dibujo realizado en el siglo XVIII por Pedro Guerra y que se guarda en la Real Academia de la Historia, decía así:
Aquí yace Juan Fernández/ que Dios perdone fijo de/ Don Fernant Martínez que/ Dios perdone e este caballero/ fue mui rico e mui ondrado/ e mui donable e fizo muchos buenos criados et fino domin/ go ocho días andados del / mes de dezembree era de M e CCC setenta quatro años.
Según Ponz, Urraca González, mujer de Juan Fernández fue ama del rey D. Pedro. Más tarde casó con Gutiérrez Fernández al que la reina doña María de Portugal nombró alcalde del alcázar de Talavera. Ese cargo tenía cuando fue trasladada a él doña Leonor de Guzmán y aquí se la mandó degollar por orden de la reina María que da el apellido a nuestra ciudad.
Más tarde Pedro de Villalobos, oidor del Perú, envió desde América fondos para la reconstrucción de esta capilla mayor y para que se labrase el altar y la reja que desde la pasada centuria está en la ermita de la Virgen del Prado. En el siglo XVII se enterraban en esta capilla los componentes de la familia Herrera.
Una de las capillas laterales se dedicó a Nuestra Señora de la Antigua, se encontraba ricamente adornada y sus muros cubiertos de azulejos. Alonso de Sigüenza y su mujer Francisca de Ulloa restauraron la capilla y vistieron la talla a comienzos del siglo XVII. Dio la población en aumentar la devoción a esta imagen y dice Torrejón que comenzó a hacer milagros y donaron sus devotos los mejores vestidos y ornamentos «de manera que ya está en tanta magestad en su modo como una de las más nombradas y estimadas que ay en España». En las Relaciones de Lorenzana se nos cuenta que en tiempo de necesidades era llevada en procesión a la ermita del Prado.
La otra capilla estaba bajo la advocación de San Juan Bautista. Un cura párroco, comisario del Santo Oficio la restauró a finales del siglo XVII para su enterramiento. En 1703 se arruina definitivamente la ermita de la Magdalena y la imagen se instala en esta iglesia de San Clemente. En 1631 se unen a esta parroquia las iglesias de Santiago el Viejo y la de San Martín que ya contaban con muy escasos feligreses. Parte de los obreros de la Real Fábrica de Sedas residían en su colación mientras que otros eran parroquianos de San Andrés. Se cierra al culto en 1842 y se convierte en cementerio hasta la construcción del actual en 1884.
DESCRIPCIÓN
Así nos describe el Conde de Cedillo la, ya en su tiempo, arruinada iglesia: «Amplio y alto templo de tres naves separados por pilares de fábrica y arcos reentrantes, a las que corresponden tres ábsides semicirculares de cabecera, el central mucho mayor que los laterales. Cierra el del centro una bóveda de crucería ojival con ménsulas por soportes y decoran los laterales arquillos de medio punto. Las naves están destechadas y desmanteladas. La puerta del norte es un arco apuntado adornado con labor de perlas. A los pies de la iglesia estuvo la torre hoy destruida». Esta torre apoyaba sobre la muralla de poniente.
CURIOSIDADES
Junto al muro sur se conservaba un sepulcro antiguo y arruinado que, era tradición en Talavera, acogió los restos de un infante hijo de la reina doña María de Portugal y hermano por tanto de Pedro I el Cruel. Otra sepultura se decía que perteneció a otra infanta y en ella solamente podía leerse “Doña Ysabel”.
En la zona de la iglesia lindera con la muralla había un pozo de gran profundidad con una puerta «por donde entra una cueva pero donde va esta cueva y que tan honda sea nadie lo sabe porque no osan entrar dentro». Recientemente en excavaciones arqueológicas realizadas en el entorno de este viejo templo se ha encontrado una escultura romana de bronce que representa a Hércules. En las mondas se daba un toro a esta parroquia para que se corriera en su plaza. Ildefonso Fernández recoge algunas referencias de numerosos ahogados en el Tajo que fueron enterrados en el templo, por ser el más inmediato al río.
El tercer recinto amurallado acogía desde finales del siglo XII la zona de Talavera conocida como los Arrabales Viejos, incluyendo las parroquias de San Andrés, Santiaguito, San Ginés (Santo Domingo) y San Esteban. Su trazado comenzaba en las inmediaciones de la puerta de las Alcantarillas Nuevas al final de la calle de Cererías y, pasando por Santo Domingo, se abría al camino de Extremadura por la puerta de Cuartos para, desde allí, encaminarse hacia la antigua ermita de la Magdalena, cerca del actual camino del Cementerio.
En 1283, el infante don Sancho se encuentra en disputa con su padre el rey legítimo Alfonso X al que apoyan los habitantes de los Arrabales Viejos de Talavera dirigidos por un tal Romero, mientras que la Villa, comprendida dentro del primer recinto amurallado, con sus nobles habitantes de un estrato más acomodado que el anterior, apoya a Sancho. Romero y sus hombres huyen perseguidos y queman el puente Pinos, situado actualmente bajo el embalse de Azután. Irritado el Infante, descarga su ira sobre la población de los arrabales talaveranos arrasándolos, ajusticiando y descuartizando a cuatrocientos de sus más nobles vecinos cerca de la Puerta de Cuartos.
La tradición local potenciada por la confirmación del hecho por Juan de Mariana, nacido por cierto en las inmediaciones de la puerta, hicieron que se tomara como auténtica la teoría de que se llamaba así esta puerta por haber sido colgados en ella los cuartos de los nobles ejecutados y despedazados. Pero parece que medio siglo antes ya se denominaba Puerta de Cortes o de Cuartos, lo que nos permite, al menos, dudar del origen sangriento de su nombre legendario.
De la puerta de Cuartos sí que conservamos algún testimonio gráfico y se nos muestra como un arco rebajado con dos cubos almenados flanqueándola. Estaba blasonada con el escudo del arzobispo Carranza, que la restauró, y con el de Talavera que se encuentra despiezado en el muro trasero de la Basílica del Prado.
Sorolla fue un pintor compulsivo. Su obra es muy extensa y, aunque es más conocida su obra pictórica, también fue dibujante de numerosos apuntes y retratos rápidos de rincones y gentes que se cruzaban en su camino.
Sorolla conoció al gran ceramista Ruiz de Luna y a su paso por Talavera visitó su taller, como también fue muy amigo de Platón Páramo, farmaceútico de Oropesa, coleccionista de cerámica y también relacionado con el resurgir de la cerámica talaverana con el círculo de Ruiz de Luna.
El motivo de la primera vez que Sorolla pasó por Talavera en 1912 fue la búsqueda de tipos en Lagartera, localidad que visitaba acompañado de Platón Páramo para sacar personajes humanos ataviados de manera tradicional para su gran obra encargada por la Hispanic Society de Nueva York, tema que tratamos en otra entrada de este blog. Primero pasó por Toledo pero no consiguió ver tipos y trajes que le interesaran, por lo que se dirigió a Lagartera, probablemente en tren, porque hay algunas escenas dibujadas de Bargas y su estación.
En 1919 el hijo de Ruiz de Luna, también llamado Juan, es discípulo de Sorolla en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando como pintor. La relación con esta familia de grandes ceramistas continuaba. Alguna de las visitas a Ruiz de Luna la hizo acompañado del gran escultor Mariano Benlliure.
El museo de Sorolla de Valencia mantiene una colección de más de 5000 dibujos entre los que se hallan los que vamos a comentar en varias entradas de este blog.
El dibujo de Sorolla que realiza en Talavera es uno muy esquemático de la entrada de la posada de la Cruz.
Es un dibujo muy sencillo en el que se puede percibir una entrada o zaguán que da paso por hueco rematado por arco de medio punto a lo que parece uno de los típicos patios talaveranos con una columna en primer plano. A la derecha parece haber un poyete y a la izquierda otro acceso.
Hay también en los fondos del Museo Sorolla dos fotografías de autor desconocido pues aunque Ruiz de Luna era un buen fotógrafo que dejó unas magníficas instantáneas de Talavera, no parece ser autor de estas dos, pues la técnica y textura de las mismas es completamente diferente de las que el mismo autor hizo de ese mismo teso de ganados y otras del pintor en Lagartera que veremos en próximas entradas de este blog
Las dos se sitúan en el antiguo teso de ganados que iba desde la actual avenida de Toledo hasta la gasolinera de Edán aproximadamente. Era una pradera al norte de la Nacional- V que abarcaba la zona de las tres calles paralelas de Banderas de Castilla, Joaquina Santander y Angel del Alcazar hasta el campo de fútbol y el instituto actual Gabriel Alonso de Herrera.
En la primera de ellas se ve en primer término ganado vacuno con la cabeza de grandes cornamentas de lo que puede ser un cabestro. Un niño aparece tumbado sobre un saco y tres ganaderos con sus varas y vestidos con vestidos tradicionales de los que precisamente buscaba Sorolla para sus cuadros neoyorquinos de la Hispanic Society.
Son muy característicos sus sombreros de ala ancha y de copa muchas veces cónica. Estaba adornados en ocasiones, según Sorolla anota en otros dibujos de Oropesa, con plumas de pavo real y borlas. Se percibe la anchísima faja típica que se ve en otras fotografías antiguas en el traje de los ganaderos de la comarca. El mismo personaje de la faja parece llevar zajones. Algunos llevaban chamarretas o chaquetillas como el que está de espaldas y otros chalecos con camisas de lino.
En segundo plano se ve la red de redil de ovejas y dos caballerías con sus monturas. Al fondo la ermita de la Virgen del Prado
La segunda fotografía es también una vista del teso con vaqueros junto a sus reses, vestidos con indumentaria similar a la de la otra fotografía.
Tiene la peculiaridad de que se puede observar el humilladero que estaba como otros similares a la entrada del casco urbano. Este de Talavera es peculiar por ser una pequeña edificación hecha de granito y ladrillo rematada con bolas y al menos una cruz metálica en el vértice, aunque parece que puede haber otras dos cruces sobre unas estructuras cilíndricas a los lados de la principal.
Me cuenta Ángel Ballesteros que un fraile trinitario tuvo un sueño en el que la Virgen del Prado salió a recibir la comitiva de Mondas al humilladero y que por ello se modificó el recorrido viniendo desde el convento de La Trinidad hasta el humilladero, donde los caballeros se descubrían, y después se seguía hasta la ermita.
Lo más frecuente era que estos humilladeros fueran cruces devocionales cubiertas por un pequeño pórtico sobre columnas, como por ejemplo el de Arenas de San Pedro o el típico de Ávila tantas veces fotografiado.
Una de las típicas construcciones precarias de madera, que a veces albergaba una pequeña tiendecilla o taberna para los ganaderos como se perciben otras fotografías de la época. A la derecha una pintoresca tartana.
Otras fotos más modernas de Talavera nos lo muestran. En la primera, que es una vista parcial de una instantánea obtenida desde la cúpula de la ermita del Prado, nos muestra señalado por la flecha roja el humilladero, la amarilla el convento y la verde la carretera general (Nacional -V)
LA PUERTA DE ZAMORA Y OTROS POSTIGUILLOS HASTA ACABAR EL SEGUNDO RECINTO
Al final de la calle Postiguillo se encontraba el siguiente acceso. Esta vía urbana se llamaba así por finalizar en una pequeña puerta o postigo de la muralla que también se conoció como postigo de Rodrigo Niño.
A continuación se alzaba la Puerta de Zamora, que hoy conserva una de las dos torres que la flanqueaban y que formaba parte de la cárcel de la Santa Hermandad. Su construcción se realizó en mampostería y ladrillo al estilo mudéjar. La otra torre y el arco de la puerta se demolieron a finales del siglo pasado, aunque se conservan algunos grabados de época.
La cañada de Alfares es la calle que sustituyó a toda la ronda que discurría fuera de este segundo recinto amurallado hasta conectar con las riberas de la Portiña, siguiendo su recorrido paralelo a este arroyo hasta su desembocadura en el Tajo.
Al final de la calle Cererías se hallaba la conocida como Puerta de las Alcantarillas Nuevas o de la Villa. La torre de la iglesia de San Miguel puede confundirse con una de las torres del segundo recinto amurallado ya que se encontraba adosada a él. En sus inmediaciones se encontraba el Postigo de Vengamedel, sobre el que dice en el siglo XVIII el párroco de San Miguel:
«Inmediato a la parroquia, en el muro exterior del pueblo, hay un postigo que llaman de Vengamedel, por donde se dice que se ganó Talavera. Encima de este postigo hay un adorno y altar de una imagen de Eccce Homo muy milagrosa, con título de la Salud, de donde tomó principio la devoción del Santísimo Cristo que hoy se venera en la iglesia.»
La Puerta de las Alcantarillas Viejas o del Pópulo se denominaba de esta manera por haberse instalado en una hornacina sobre su arco una imagen de la Virgen del Pópulo que actualmente se custodia en la Colegial, donde hay una capillacon el mismo nombre. A su vez, el puente que comunicaba los arrabales nuevos, intramuros de este segundo recinto, con los arrabales viejos, enmarcados por el tercer recinto amurallado, se llamaba el puente Pópulo.
Una séptima puerta llamada de la Miel se localizaba por la zona de Jabonerías y en una habitación sobre su arco se instaló el Repeso de la Harina.
Este segundo recinto venía a morir en las inmediaciones de la puerta de Mérida, donde se unía con el trayecto de la muralla árabe. La obra del muro se construyó entre los siglos XII y XIII por lo que los escasos restos que todavía perduran podemos encuadrarlos dentro del estilo mudéjar adaptado a las construcciones militares.
Página Talavera y su Tierra de Miguel Méndez-Cabeza Fuentes
Uso de cookies
Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.
ACEPTAR