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LA JARA: LABRANZAS, BALNEARIOS, MOLINOS Y OTROS ELEMENTOS

ARQUITECTURA POPULAR XI

LA JARA: LABRANZAS, BALNEARIOS, MOLINOS Y OTROS ELEMENTOS

Arquitectura popular jareña de Aldeanueva de San Bartolomé

Dentro de las construcciones rústicas, solamente nos queda por referimos en La Jara a las construcciones de mayor envergadura, las labranzas. Se sitúan éstas en las zonas de mayor fertilidad del suelo que son las rañas y los valles bajos de los ríos, corno el Jébalo y el Tajo. Su distribución se suele configurar como una serie de construcciones con diversas funciones, como cuadras, viviendas de los peones, el guarda e incluso de “los amos”, pajares y almacenes, que se sitúan todas ellas en torno de un gran patio o corral casi siempre empedrado.

Labranza en Alcaudete con el típico palomar sobre la entrada

Una peculiaridad de las grandes labranzas de La Jara es que muchas de ellas tienen sobre el portalón de acceso un palomar bajo el cual quedan protegidas las puertas y se aprovecha el espacio techado a modo de zaguán. Son ejemplos de este tipo de grandes labranzas las situadas a lo largo del valle del Jébalo en lo que fue la Dehesa de Castellanos.

Dentro de la arquitectura popular que podríamos llamar protoindustrial, encontramos en esta zona, como en la de la sierra de San Vicente, un gran número de molinos de agua en los arroyos de cierta entidad. En casi todos los casos se trata de molinos de cubo, estos cubos son en ocasiones de gran altura para aumentar la potencia del artilugio, y esto, unido a que están casi todos ellos fabricados en piedra, les da un aspecto que les hace ser una de las construcciones más estéticas de nuestra arquitectura rural. Existe otro tipo de molinos con una represa anterior al edificio que tiene la forma aproximada de un arco y que son característicos de La Jara.

Uno de los molinos jareños de Riofrío

Capítulo aparte merecen los balnearios populares donde hasta hace solo unos años, cuando cerraron los baños del Vivaque en BeIvís de la Jara, las gentes de la comarca van a intentar que las aguas medicinales calmen sus dolores.

Otros balnearios populares, aunque hoy en ruinas, son magníficos ejemplos de funcionalidad de la arquitectura popular, es el caso de los baños de La Retortilla, próximos a la vía del tren abandonada, en las cercanías de La Nava de Ricomalillo. No les falta detalle. La cocina de campana para el servicio de huéspedes y personal, los almacenes con espacio para las tinajas del agua y del aceite, un palomar (no olvidemos las propiedades reconstituyentes que se le atribuían al caldo de pichón), dos pisos de alojamiento con habitaciones con vistas al valle del río Uso y la sierra de La Estrella, la cuadra, la cantina, las dependencias para los empleados y el edificio de los baños con la retorta para calentar el agua que da nombre al balneario, el aljibe, y las bañeras dobles e individuales. Este edificio se encuentra en el más absoluto abandono, como casi todo nuestro patrimonio etnográfico, y no sería mala idea, ya que se encuentra junto a la Vía Verde de la Jara, rehabilitarlo incluso como balneario y destinarlo a albergue para turismo rural.

Fuente de la Ferrumbrosa en Aldeanovita, que abasteció a los baños del mismo nombre hoy desparecidos

Otros balnearios populares se encuentran en Aldeanueva de San Bartolomé, los de La Ferrumbrosa, donde, aunque simplemente queda la fuente, el pueblo quiere rehabilitarlos como recurso turístico. Los de La Parrilla, también próximos a La Nava de Ricomalillo y, por último, en Gargantilla, hasta hace poco, acudían las gentes a intentar aliviarse “las reúmas” en sus baños del arroyo del Cañar.

Las viviendas de los núcleos urbanos de La Jara varían en la utilización de los materiales, y así en la Jara Baja es más frecuente el tapial y el adobe, con una mayor o menor combinación con el ladrillo. Es el caso de Alcaudete, Belvís, Las Herencias o La Pueblanueva. En Aldeanueva de Barbarroya y Navalmoralejo, al abundar el granito, encontramos que la mayor parte de las viviendas se fabrican con este material; la pizarra es abundante en el resto de La Jara en combinación con las cuarcitas según las zonas.

Conjunto de labranzas de El Martinete

Las viviendas más humildes, de los pegujaleros, tienen dos o tres dormitorios, cocina, despensa, un portal de acceso engorronado y el doblado, si lo hay, la troje dividida o no en “apartijos” que separaban los productos del campo que allí se almacenaban y los muebles, trastos y aperos en desuso. Una de las habitaciones se destinaba a veces a sala de respeto pero, en las viviendas modestas, la vida se hacía alrededor de la cocina y esa dependencia apenas se utilizaba.

Rincón de Sevilleja de la Jara

En la casa del labrador más pudiente, las dependencias son más numerosas, hay dormitorios, sala, comedor, mas dependencias de almacén y el doblado no solo se destina a troje sino que total o parcialmente se aprovecha para habitaciones. Las cuadras, corrales y enramadas nos indican la mayor actividad económica de estos labradores relativamente acomodados. El exterior de las viviendas estaba generalmente blanqueado, en su totalidad o solo, alrededor de las puertas y ventanas en las viviendas de piedra de la Jara Alta.

Vivienda típica de Navalucillos de ladrillo y mampostería de cuarcita

En las poblaciones más occidentales se hace ver la influencia extremeña en detalles como por ejemplo las grandes chimeneas, o el portal de entrada abovedado de algunas casas; por el contrario, en la zona oriental, por ejemplo en La Pueblanueva o San Bartolomé, se observa la influencia de la arquitectura de Toledo y el valle del Tajo, con el empleo mayoritario de aparejo mudejarista que se hace más evidente todavía en el estado de Valdepusa.

Aruitectura urbana de la Jara Baja con los vanos rematados por arcos de medio punto rebajados

Es característico de algunos pueblos como Navalucillos o Belvís el empleo en las puertas y ventanas del arco de medio punto rebajado en lugar del adintelado simple de las tradicionales viviendas rústicas, aunque parece que es una adquisición tardía por influencia de albañiles portugueses. Estos dos pueblos tienen una arquitectura con peculiaridades específicas en el casco urbano, aunque la arquitectura rural siga las líneas generales del resto de La Jara. En Navalucillos, por ejemplo, se utiliza lacería sencilla de ladrillo en los remates de aleros y ventanas mientras que en Belvís se pinta una franja de color alrededor de puertas y vanos.

HERNANDO DE LOAYSA, OTRO DE LOS AZULEJEROS DE LA CERÁMICA DE TALAVERA EN SU INICIO

Sala del palacio del Infantado en Guadalajara con pinturas renacentistas y cerámica de Hernando de Loaysa

Fue otro de los alfareros que participaron en el ensayo de Gerónimo Montero ordenado por Felipe II en los inicios del impulso real a la artesanía talaverana del barro. Era un ceramista talaverano pero que llegó a residir en Valladolid y a producir allí sus obras debido a la demanda que tuvo su obra por parte de los nobles, los banqueros y la iglesia. Como ya apuntamos en el capítulo anterior, también participó en la azulejería del Palacio del Infantado de Guadalajara.

Al igual que sucede con otros alfareros, estaba relacionado familiarmente con otros del oficio como Antonio Díaz, del que era sobrino, y Juan Fernández de Oropesa, de quien era yerno. También tuvo relación profesional con el famoso Juan Fernández, del que más adelante hablaremos.

Detalle del panel de los apóstoles en el palacio del infantado

Según el investigador Manuel Moratinos García, el talaverano Hernando de Loaysa comienza su relación con Valladolid en 1580 cuando se compromete con doña Francisca Cepeda a cubrir de azulejos una capilla de su propiedad en el monasterio de Santa María del Prado. Se trataba de un diseño que previamente había realizado para el colegio de Santa Cruz con sus características labores de lagartillo y de ventanillas. Ante el aumento de la demanda de la azulejería talaverana, se asienta en Valladolid en 1583. Al menos vive en la ciudad hasta 1592, año en el que fallece su esposa y decide volver a Talavera. Loaysa aparece como uno de los “alcalleres” de Valladolid que se asentaban sobre todo en el barrio de Santa María y también pertenece a la cofradía de Nuestra Señora de la Consolación, formada por sus compañeros alfareros. Tiene dos hijos: Luis de Loaysa, también ceramista, y Mencía.

Azulejos de repetición en un panel de la iglesia de Manzanillo en Valladolid

También según Moratinos, fue el obispo de Palencia, don Álvaro de Mendoza quien encargó varios trabajos a este ceramista al igual que había hecho cuando era arzobispo de Ávila y así recibe varios encargos como los de Nuestra Señora de la Asunción de Tudela de Duero, Santa María de la Overuela, San Pedro de Langayo, Santiago de Fuentes de Duero, San Justo de Manzanillo y San Esteban de Amusquillo de Esgueva, trabajos que se conservan en alguno de los casos, aunque otros azulejos de estilo muy similar se localizan en San Pelayo de Olivares de Duero, Santa María Magdalena de Matapozuelos, San Andrés de Torre de Peñafiel, colegiata de Villagarcía de Campos y el monasterio de Santa María de Valbuena de Duero. Los motivos decorativos de repetición son muy variados y los más frecuentes son los florones bicolores y polícromos, los de punta de diamante, cintas de calabrote, glifos y alizares con motivos vegetales.

También recibió encargos de otros importantes personajes de la época en Valladolid, como el rector del colegio de Santa Cruz, los Pérez Cepeda o el banquero Fabio Nelli.

Fotografía del catálogo monumental de Valladolid con dos paneles figurativos en la colegiata de San Luis en Villagarcía de Campos

Pero también realizó hermosas composiciones figuradas, como la de iglesia de Fuentes de Duero, la del palacio de Fabio Nelli, aunque tal vez sus mejores obras se hallan en el convento de Santa Isabel, en la escalera del claustro y en la capilla de San Francisco, además de otras obras en conventos como el de Santa Cruz y el de la Trinidad, donde pidió ser enterrada su mujer y donde había recibido el encargo de los azulejos del enterramiento del banquero genovés Meliadus Espínola en la sacristía. Trabajó también con azulejeros locales como Juan Lorenzo y su cuñado el solador Francisco de Cuevas.

Azulejos de repetición en la iglesia de Matapozuelos en Valladolid

Tres documentos que sacan a la luz el padre Vaca y Juan Ruiz de Luna nos ofrecen los pocos datos que tenemos sobre este ceramista. El primero de ellos pertenece al archivo de Protocolos de Valladolid. En él Loaysa se califica a sí mismo como “maestro de açer açulejos” y nos dice que es residente en Valladolid en 1586. Por licencia del obispo de Palencia se encarga al maestro hacer en la iglesia de San Pedro de la Vega un frontal con su peana y testeros para el altar mayor que estarán “acabados en toda perfición”. El porte de Valladolid a la iglesia se hará a costa del mayordomo de la iglesia y pide un adelanto a cuenta de 50 reales.

En el segundo documento, del Archivo de Protocolos de Talavera, da poder a su yerno, el también alfarero Juan Fernández de Oropesa para que en su nombre haga los contratos pertinentes con los clientes y se obliga a cumplir con las escrituras que firme en cuanto a la fabricación de “açulejos y baxillas”. Lo hace en general, aunque concreta específicamente un encargo realizado por el Condestable de Castilla.

Azulejos de repetición en el convento de Santa Cruz

El tercer documento está firmado en Guadalajara ante el contador del señor duque, y son precisamente las escrituras del contrato con el duque para hacer los azulejos del palacio. Lo firma de Hernando de Loaysa mancomunado con “Antonio Díaz su tío, maestro de açulejos”,  Por él se obliga a hacer 8.000 azulejos “que son necesarios para la sala de los linajes, para el corredor de la huerta y camarín nuevo, en que entran los alizares que son necesarios para los nichos del comedor”. Continúa especificando algunas características de la obra que se ha de realizar y se compromete a hacerlo conforme a una muestra con algunas figuras “poquinicas”. Entregará los azulejos “acabados y hechos” en Talavera.  En el contrato con el condestable de Castilla Juan Fernández de Oropesa dice que Loaysa es su suegro. Vemos de nuevo esa cierta endogamia que había en el sector alfarero.

La obra más importante era la del salón de linajes y debía ser en el formato de «compartimentos». La Guerra Civil destruyó la mayor parte de la obra pero se conservan algunas fotografías en que se puede vislumbrar la composición con compartimentos en forma de T, con medallones ovalados de fondo jaspeado y rectángulos donde se representan figuras mitológicas. La separación entre los compartimentos se hace con el eslabón de cadeneta, habitual en muchas de sus obras.

Los zócalos del palacio del Infantado están datados en 1595, pero hoy se encuentran dispersos o desaparecidos en gran parte. Son una magnífica obra de este autor con sus medallones en amarillo sobre fondo azul con brillos y relieves en blanco. Para el gran especialista Pleguezuelo, siguen modelos realizados en Génova y Venecia de la serie llamada «berettina»

Panel del palacio del Infantado de Guadalajara de Hernando de Loaysa

Como en otros contratos se especifica el número de azulejos que se hará en entregas parciales y se establece el precio por cada uno de ellos, en este caso 13 maravedíes. También se puntualizan aspectos del trasporte como que se debe enviar con los azulejos un oficial que cobrará tres reales desde que salga de Talavera hasta que vuelva. Si se rompen azulejos en el camino, corren de parte del Hernando de Loaysa que deberá reponerlos. De su parte corren también las “seras y la paja” para trasportarlos, pero recibe por adelantado doscientos reales a cuenta.

RUTA POR LA CAÑADA A NAVAMORCUENDE

CAÑADA LEONESA ORIENTAL IV

DE ALMENDRAL A NAVAMORCUENDE

Recorrido aproximado 8 kilómetros, 2 horas y media

A la salida de Almendral se sitúa una de las fuentes más bonitas de todo el camino ganadero y, justo enfrente, un antiguo lagar convertido en bar y casa rural.  Reiniciamos el camino y, también en medio del cordel, nos encontramos con la ermita de San Sebastián
que, como muchas otras de la sierra, tiene planta cuadrada y está levantada en sillería granítica. Guarda en su interior una graciosa imagen popular del santo atravesado por las flechas de su martirio.

Continuamos el camino y vamos ascendiendo entre jarales, encinas y rebollares, mientras contemplamos al norte la sierra de Gredos con los pueblecillos colgados de su falda.

Navamorcuende rodeado de prados

Llegamos a Navamorcuende, que es la capital señorial del occidente de la sierra de San Vicente. Se trata de uno de los señoríos más antiguos, pues ya fue otorgado por el rey Alfonso X el Sabio en 1276, cuando lo recibe el caballero Blasco Ximénez por sus señalados servicios al monarca, con facultades de repoblación y vasallaje. Esta familia formaba parte del mismo tronco de caballeros abulenses de la familia Dávila, famosos guerreros en la Edad Media y estirpe de la que derivan varias casas nobiliarias como la de Velada, casa con la que los señores locales mantuvieron largos pleitos cuando se creó el marquesado de Navamorcuende en 1641, pues reclamaban su titularidad. Comprendían sus estados las localidades de Marrupe, Sotillo, Buenaventura, Almendral y Cardiel. El Conde de Cedillo llegó a conocer el rollo jurisdiccional que daba al pueblo categoría de villa.

Cúpula granítica en la entrada de la iglesia parroquial de Navamorcuende

Es obligada una parada para visitar la magnífica iglesia parroquial de Santa María de la Nava, una soberbia construcción de sillería granítica de armónicas proporciones y adornada de contrafuertes y pináculos renacentistas rematados en bolas. En ella cabe destacar también la impresionante torre y la cúpula pétrea del pórtico principal y de la sacristía, dependencia que probablemente pertenece a una construcción anterior como indica su bóveda ojival del siglo XV. El ábside está decorado con dos grandes pilastras dóricas. Otros detalles que realzan el edificio son la ventana del baptisterio, las bolas de granito que rematan las columnas y balaustradas y el escudo de los Dávila en el exterior del ábside. El edificio está rodeado por un pretil de piedra y es obra de Pedro de Tolosa, discípulo de Juan de Herrera que trabajó también en El Escorial. En el interior se guarda una imagen barroca interesante de Cristo “amarrao” a la columna.

Fuente con inscripción de Carlos IV junto a la iglesia de Navamorcuende

El templo da a dos plazas, la mayor tiene una de las mayores tradiciones taurinas de la comarca, y en la otra podemos ver una graciosa fuente del siglo XVIII con una inscripción de Carlos IV. También hay un crucero junto a la iglesia y algún pilón.

Ermita del Cristo en Navamorcuende

La arquitectura popular es también interesante, aunque no quedan muchos edificios tradicionales de mampostería granítica. Sí podemos visitar algunos edificios singulares, como el palacio inacabado de los marqueses, edificio del siglo XVIII hoy arruinado, salvo la zona reutilizada como bar. También podemos acercarnos a la salida del pueblo hasta la ermita del Cristo de los Remedios, un edificio dieciochesco de considerables proporciones para su fin y pintoresco por su espadaña y su portalillo cubierto. Otros edificios de interés son los molinos de arroyo Lugar y otros tres situados ya en el Piélago que dejaremos, junto a otras muchas cosas de interés, como el convento, para un viaje específico a este paraje singular situado en la sierra y sobre el que hemos descrito una de las rutas de la Sierra de san Vicente.

Robledales de Navamorcuende bajo el arco iris

Sus taurinas fiestas se celebran del 7 al 11 de septiembre en honor de Nuestra Señora de la Nava. Antes de reiniciar nuestro camino trashumante podemos recuperarnos en uno de los restaurantes del pueblo en los que destacan los asados.

Un viejo azulejo nos indica todavía el nombre de una calle dedicada a maese Leví, un judío de la numerosa aljama de Navamorcuende que tenía a finales del siglo XV una reconocida fama de “galeno sangrante”. Ejerció también en Talavera y parece que su fama llegó incluso a la corte, donde reclamaron sus servicios, aunque también fue procesado por la muerte del hijo del alguacil de Sotillo, con el que parece se pasó de sangrías. Hubo en el pueblo otros judíos que fueron procesados por la inquisición, como el pescadero del pueblo que era a su vez cobrador del señor feudal.

FACUNDÍN EL BANDOLERO TORERO

FACUNDÍN EL BANDOLERO TORERO

Escena taurina en cerámica de Talavera del siglo XVII-XVIII

Jose Facundo de Vanga, Facundín, torero que había lidiado con notable éxito en Talavera en las últimas fiestas de Nuestra Señora del Prado, salió de Madrid en su caballo el miércoles tres de enero de 1748 muy de mañana. Chupeta (1) de tapiz de colores, vaquetilla (2) acanelada, calzones de terciopelo negro, medias y camisola blancas, capa parda, pañuelo blanco al cuello, montera de terciopelo negro forrada de pieles blancas, espada de media talla al cinto y ninguna otra arma porque, aunque tiene suya una escopeta, hace dos meses que la tiene a componer en la villa de Brunete porque se le torció en una caída del caballo. Le acompañan José Rodríguez, alias Faldillas, de profesión carnicero, por ser su pariente, y José Alvarez, empedrador, por venirse a pasear y acompañarle.

El motivo del viaje es entregar a don Francisco, boticario de Cebolla, un caballo de cinco años, pelo negro y con un poco de blanco en la frente que Facundín le había vendido y ajustado en trato por once doblones. Ya de paso, querían acercarse desde aquel pueblo a Talavera para llevar unos encargos que de la villa le habían hecho, concretamente una zalea (3) de pellejo con lana que le tenía encargada desde hacía tiempo don José Arellano, un sombrero de Salamanca para el mesonero Pedro Pérez y una caja de turrón de Madrid con que pretendía obsequiar a sus amigos de Talavera.

Aquel día comieron nuestros viajeros en la villa de El Álamo y durmieron en la de Casarrubios, en la posada que estaba en la plaza, frente a la botica. Al día siguiente, almorzaron de camino en la villa de Portillo en casa de El Torero, compañero de oficio de Facundín, que en el pueblo tenía una tienda de ultramarinos. De allí pasa a Santa Olalla donde pretenden visitar a otro colega de nombre Alfonso Pérez, más conocido como El Cortador de Maqueda (4), pero en esos momentos se encuentra preso en la cárcel de Toledo y no precisamente por temas taurinos. En su casa comen en compañía del cebollano don Blas de Mora con quien se dirigen después en amena conversación hasta Cebolla.

Entregado y cobrado el caballo que traían para don Francisco, pasan la noche en la posada de El Perdigón, situada en la plaza mayor del pueblo. A las tres de la tarde del día siguiente entraban nuestros protagonistas en una de las más concurridas posadas de Talavera, situada en las inmediaciones del Prado y regentada por Pedro Pérez y su mujer Juliana. En ella paraban habitualmente cuando venían a Talavera.

Toro representado en cerámica de Talavera

No sería más de media tarde, cuando el torero, durante un tranquilo paseo por la villa, conversaba con el zapatero Juan Vizente cerca de la plaza del Comercio (5). Allí, de repente, los cuadrilleros de la Santa Hermandad se le echan encima, le rodean y detienen, siendo conducido de inmediato a la cárcel de Roque Amador. Sus compañeros corren la misma suerte al ser presos mientras jugaban a las cañas en el mesón despreocupados. La Santa Hermandad había esperado pacientemente durante más de dos meses para apresarles. Todo indicaba que nuestros personajes coincidían en sus señas con tres salteadores que en el camino de Guadalupe habían robado a unos vecinos de Valdeverdeja. Juan Bravo, Tomas Vazquez y Manuel Igual iban de camino hacia Alía y Castilblanco a primera hora de la mañana del día nueve de diciembre de 1747. Querían vender madera y castañas y comprar trigo pero, al pasar por el sitio que llaman los Guadarranques, como a una legua del Puerto de San Vicente, salieron a ellos tres hombres embozados, dos a caballo y otro a pie. Uno de ellos de bastante estatura, zerrado de barva, con una montera a lo valenciano, capo de paño obscuro, quasi negro, con una espada o cuchillo largo al cinto y montando un caballo negro. Otro era mediado de talla, con capotillo oscuro y caballo bermejo que tenía una estrella y raia blanca toda la frente abajo hasta el hocico. El de a pie, un hombrecillo pequeño con capa parda, vestido de paño y zapatos blancos con hebillas.

-¡Deténganse! -les gritó el más alto.

Los dos de a caballo les amenazaban con las escopetas en la mano. Sin desmontar dieron orden a su compinche para que les atase, lo que efectuó rápidamente sacando de la faltriquera tres cordeles.

Una vez amarrados registran minuciosamente a las víctimas, quitándoles trescientos reales que llevaban para emplear en el trigo, además de una manta, una cincha, dos tarros con pimientos y dos costales de jerga de Don Benito(6), uno rayado de negro y otro con el nombre de Manuel Igual. Denunciado el hecho a la Santa Hermandad, empiezan de inmediato las pesquisas.

En el puente delos Guadarranques se producían numerosos asaltos a viajeros a Guadalupe

Las primeras pistas las encuentran los comisarios en la Villafrancade la Puente del Arzobispo. Los vecinos han visto pasar a unos transeúntes muy parecidos a los que describen los asaltados, cabalgando en derechura a la villa de Talavera. Ya en ella, se confirma que se han hospedado en el mesón que esta junto al Prado. No cabe duda acerca de su identidad: son Facundín el torero y sus amigos.

Aunque los encausados niegan los hechos con empecinamiento, las averiguaciones confirman lo sucedido, llegando incluso más lejos, pues de los informes que envía la Santa Hermandad al Tribunal de la Villa y Corte de Madrid, solicitando información sobre los antecedentes de los encartados, se deduce que nuestros bandoleros toreros han realizado reiterados salteamientos en el contorno de la capital, concretamente en el término de Brunete, donde los testimonios y descripciones tomados por la Justicia encajan a la perfección con la banda de Facundín.

Este nuevo giro de la situación hace que el tribunal de la capital reclame a los reos y la causa, pues tenemos que tener en cuenta que el primer delito conocido se comete dentro del ámbito jurisdiccional de aquel tribunal que se extendía cinco leguas en el contorno dc la capital. La Santa Hermandad Real y Vieja de Talavera, aunque es la que resuelve el caso, se inhibe. Facundín, Faldillas y el Empedrador son conducidos en cuerda de presos desde Talavera a Madrid.

  • Prenda de vestir con mangas ajustadas que cubría el cuerpo, tenía una faldilla pequeña

dividida en cuatro partes de arriba abajo. -»

(2) Cuero o piel de buey o vaca curtido.

(3) Piel dc oveja o carnero curtida con su lana. Se emplea bien como alfombra, forro de

zapatillas o para confeccionar prendas de abrigo.

(4) Persona que se dedica a cortar vestidos o calzado.

(5) Actualmente Plaza del Reloj.

(6) Tela de lana gruesa y tosca cuyo tejido forma rayas diagonales.

ALMENDRAL DE LA CAÑADA «LEONESA ORIENTAL»

CAÑADA LEONESA ORIENTAL III

Una estampa repetida desde hace siglos, las ovejas por la Cañada Leonesa Oriental a su paso por Almendra

ALMENDRAL DE LA CAÑADA

Recorrido aproximado 10 kilómetros, dos horas y media

Salimos de Fresnedilla y, tal como indica el plano, en una curva de la carretera que une esta localidad con El Real de San Vicente sale la cañada en dirección oeste hacia Almendral, entrando así en la provincia de Toledo.

Discurre la vía pecuaria amplia y respetada en toda su anchura, como en los orígenes de estos caminos ganaderos que algunos remontan hasta tiempos prehistóricos, cuando los vettones y pueblos ganaderos aún más antiguos se movían con sus ganados para aprovechar los pastos de las zonas cálidas en invierno y las frescas y serranas en verano. Vamos entre encinares y cercados, con la Sierra de San Vicente al sur y el farallón de Gredos al norte, hasta que, recorridos aproximadamente seis kilómetros, parte un camino hacia la izquierda que va hasta los Baños de la Pólvora, un balneario popular donde se podían tomar baños fríos y calientes de aguas medicinales con propiedades que, según sus usuarios, son beneficiosas para las enfermedades reumáticas. Disponía de alojamiento y servicio de comidas en un ambiente aislado y rústico.

Baños de la Pólvora balneario popular cercano a la cañada

Poco antes del caserío se levantan en medio del cordel las ruinas de la ermita del Cristo de la Sangre.

Ermita del Cristo en Plena cañada leonesa oriental

El pueblo se llamó Almendral de Arriba hasta 1916, en que su apellido pasó a ser “de la Cañada”, precisamente la que vamos conociendo. El cordel de ganados ha marcado incluso la toponimia de los pueblos de su recorrido.

Fuente en plena cañada a su paso por Almendral

Aunque existen los restos de los que pudiera haber sido un dolmen en el lugar conocido como “Los Majanos” junto al arroyo de las Fuentes, la primera referencia al lugar es de 1337, año en el que parece haber restos de una torre musulmana en su entorno, lo que explicaría el nombre de “Almenar”(atalaya o torre de observación) fuera con más probabilidad el nombre original, que habría derivado en Almendral. Cosas de la toponimia que podemos creer o no. No conocemos su primitiva localización aunque sí se encuentran restos de población medieval por todo el término, como en el paraje de “Las Artesas”, llamado así por la existencia de sepulcros medievales labrados en la piedra y que en la imaginación popular simulan las artesas, esos recipientes rectangulares en los que se hace la matanza o se guarda el pan.

Fue lugar del señorío de Navamorcuende, por lo que debía pagar al feudal una gallina por el solar donde asentaban sus viviendas.

Torre de la vieja iglesia del Salvador. hoy cementerio, tras la cruz blanca la cripta en la que se retiraba Ana de Almendral

No debemos dejar de visitar el cementerio, que en realidad es de la primitiva iglesia de El Salvador, arruinada ya. Sus antiguos muros guardan el pintoresco camposanto, con una de las viejas capillas convertida en un panteón familiar. En el muro oriental se puede ver una a modo de alacena de decoración gótica que serviría probablemente de sagrario. Al oeste se sitúa los restos de la torre y de la cripta donde, según sus escritos, tuvo sus primeras experiencias místicas la beatificada Ana de San Bartolomé, la que fuera secretaria de confianza de Santa Teresa, y la que con ella compartió proceso inquisitorial. Nació en 1549 y en sus memorias han quedado algunas anécdotas de su infancia en Almendral, como cuando la vaca “Cereza” la salvó de morir por la mordedura de un perro rabioso llevándola al pueblo sobre su lomo, o cómo los bueyes se amansaban para trillar con facilidad y no alterar las oraciones de Ana. Acabó sus días en una de las fundaciones carmelitas de Bélgica. Ha sido recientemente beatificad y se le ha erigido un monumento en Almendral junto a una fuente abovedada.

Monumento a la secretaria de Santa teresa, Beata Ana de San Bartolomé

Otros lugares con halo de magia se encuentran en el término, como La Mora Encantada, un lugar cerca de los molinos de Tejea, donde dicen que a los pastores que pasaban por allí se les metían serpientes por la boca.

En el pueblo encontraremos también algunos rincones pintorescos con arquitectura tradicional en mampostería granítica, y veremos también la actual iglesia y las agujas de piedra del antiguo cerramiento de la plaza para las corridas de toros.

Ermita de San Sebastián junto a la Cañada con otra de sus fuentes.

En el término, lo que más llama la atención en es el gran robledal que puebla toda la cara norte del cerro de Cruces, aunque también valen la pena los paseos por el entorno de la garganta Torinas, donde quedan restos de algún molino de agua. En una relación de 1951 se habla de la riqueza natural de nuestro pueblo y se dice que había raposos, tejones erizos, hurones, gatos monteses y alguna nutria.

LAS PUERTAS DE LA MURALLA DEL PRIMER RECINTO

LAS PUERTAS DE LA MURALLA DEL PRIMER RECINTO

Dibujo sobre fotografía del siglo XIX. Se observa sobre el arco la imagen gótica de la Virgen que se ve adosada a uno de los muros de la ermita del Prado

Nos ocuparemos ahora de las puertas que daban acceso a  este primer recinto murado. Comenzaremos por la que fue la más monumental de todas ellas, la puerta de San Pedro, que todavía hoy da nombre a la calle en la que se situaba. Fue derribada en 1885 y se apoyaba en la antigua muralla árabe aunque modificada y agrandada en varias ocasiones. De una de estas reconstrucciones tenemos referencias, concretamente de la reforma que realizó el Cardenal D. Pedro González de Mendoza, cuyo escudo aparecía sobre la puerta que, además, estaba dotada de rastrillo para asegurar el acceso. El padre Fita refiere que había en esta puerta una inscripción que decía: «Esta puerta mandó alçar el cardenal nuestro Señor el año de MCCCCXCIIII años, siendo corregidor el comendador Juan de Horosco». Su estructura declara la época de la reforma ya que en los dibujos que han llegado hasta nosotros se aprecia que la puerta es construcción típica del siglo XV con su arco carpanel y su decoración de bolas con tres pináculos. Sobre el central de ellos se situaba una imagen gótica de la Virgen con doselete, actualmente está adosada a uno de los muros del interior de la Ermita de la Virgen del Prado. También decoraban la puerta algunas pinturas de temas religiosos alusivos a la Eucaristía que, según dice el padre Fita, habrían sido pintadas en el siglo XVI o el XVII: «en la cúspide representa la custodia del sacramento, con varias figuras a los lados y en las gradas inferiores: ya alegóricas como la Fe; ya históricas como Santo Tomás de Aquino, el noble autor del Pange Lingua, ya bíblicas en fin y muy adecuadas, de mayor tamaño que el natural, como David con su arpa y Moisés con el rótulo profético, tomado del Deutoronomio, XVIII, 15».

Arco de San Pedro visto desde la antigua iglesia, luego almacenes Moro y hoy Merkamueble. Es curiosa la galería que ocupaba la parte superior en ambos lados.

En los lienzos de muralla inmediatos, había alguna inscripción epigráfica romana dedicada a Pompeyo. Sobre la cimentación de una de las torres que protegían esta puerta se construyó la antigua torre del Reloj y sobre el arco discurría un pasadizo para dar acceso al relojero. En una casa particular, que tenía a la inmediata torre albarrana formando parte de su estructura, existía todavía en el siglo XVIII una tinaja, cuyo dibujo realizó  Pedro Guerra y que muestra su escritura árabe.

Tinaja árabe hallada en el arco de San Pedro
Puerta de Mérida según grabado de la obra de Laborde en 1809. Recreación en dibujo de Enrique Reaño

Hasta que en 1881 el ayuntamiento de Talavera decide utilizar los sillares de la Puerta de Mérida para la construcción del cementerio actual, se mantuvo en pie  esta entrada de la muralla de la cual solamente queda hoy día parte de la estructura semicircular del torreón norte, el situado junto a la casa de la Panadería, aunque recientes excavaciones han descubierto el trazado original de los muros y torres inmediatos.

Foto donde observamos los escasos restos de la puerta de Mérida antes de su demolición en el siglo XIX

En el grabado de Laborde del siglo pasado, pueden observarse las dos torres semicirculares de construcción musulmana y otra estructura central con dos arcos; entre ambos se sitúa una hornacina y todo el conjunto está sostenido por dos pilares de planta rectangular que tienen aspecto de ser una construcción posterior a la edificación árabe. Al fondo del arco parece observarse un edificio que podría tratarse de la antigua iglesia de San Clemente, aunque la perspectiva estaría un tanto idealizada por el autor,  pues las ruinas actuales de esta antigua iglesia talaverana se encuentran situadas más a la derecha.

Detalle de un dibujo de la historia de Talavera de la Biblioteca Regional del siglo XVIII del siglo donde se representa la Puerta delRío (22) junto a la de Sevilla (28) del segundo recinto

En el sur de la ciudad y dando acceso al puente “romano” se encontraba la Puerta del Río, derribada en 1862 y de la que solamente nos queda como testimonio gráfico el tantas veces referido grabado de Van der Wingaerde, en él aparece este acceso junto a una torre cuadrada, no albarrana y que tiene una mayor altura de la habitual en las torres musulmanas similares del recinto

Puerta del Río y Molinos del primer ojo del puente

Todo el trayecto de la muralla junto al Tajo fue también demoliéndose durante el pasado siglo, hasta no quedar apenas restos de la misma, salvo un  pequeño lienzo, que parece pertenecer a la barbacana, conservado todavía frente a la cuesta de San Clemente. Parte de los lienzos de este tramo sur se encuentran sepultados bajo los escombros que se arrojaron sobre la muralla para poder dar anchura suficiente a la Ronda Sur. Una fotografía de Ruiz de Luna nos muestra los restos de la muralla lamida por el río con un torreón que se introducía en el cauce y que se hallaba junto al postigo de Nazar o de la Victoria.

Muralla ribereña en la zona del lagar y entorno de los jeronimos donde se observa la puerta de Nazar con su torreón

Según Jiménez de Gregorio podría tener este nombre por haber tomado por allí la ciudad los musulmanes en alguno de sus muchos asedios. El torreón de Nazar tiene aspecto de ser más bien el soporte de una rueda de arcaduces, similar a la albolafia de Córdoba, que todavía se conserva, y que servía para elevar el agua a la ciudad con la misma fuerza de la corriente fluvial. Hay constancia de que sobre este torreón tenían los jerónimos situado un artificio para subir agua a una huerta inmediata.

Otro postigo era el de El Águila llamado así probablemente por tener sobre el mismo el escudo de los Reyes Católicos.

La flecha señala el hueco entre la muralla y la plaza de Abastos donde se habría situado la llamada Puerta de las Cebollas

Tres puertas más se abrieron en este primer recinto, pero ya en época  medieval tardía, la Puerta Nueva o de las Cebollas que daba acceso a la villa desde la Corredera y se situaba junto al Palenque. La Puerta de las Pescaderías, en la calle del mismo nombre, también llamada del Alcázar por hallarse en sus inmediaciones, junto al muro norte y dando acceso a la zona del convento de los agustinos. Parece que ambas fueron reformadas en 1579.

En este recorrido por el primer recinto amurallado podemos observar la existencia de postigos o pequeñas entradas de las que la más peculiar, en la zona de la calle Carnicerías, es una entrada acodada para que el ángulo de acceso dificulte la entrada al enemigo. Este elemento parece tener muy pocos paralelos en la arquitectura militar musulmana.

Una de las peculiares puertas de la alcazaba a las que se refiere el texto

MOLINILLOS DE LOS ARROYOS DE LA CAMPANA DE OROPESA Y VELADA

MOLINILLOS DE LOS ARROYOS DE LA CAMPANA DE OROPESA Y VELADA

Restos del antiguo molino de Riolobos que para algunos pudiera ser romano

En término de Velada y sobre el arroyo de Navalarroyo se halla un antiguo molino de cubo del que no he podido encontrar referencias históricas ni cartográficas (Nv1). Muy próximo se encuentra otro afluente del Guadyerbas llamado arroyo del Molinillo, los restos del artificio que le daba nombre fueron recientemente destruidos por la construcción de una presa y tampoco existen sobre él noticias documentales (Mi1).

Más arriba y en la orilla sur del Guadyerbas desemboca el Riolobos. En esta corriente se encuentra el único ejemplar de rueda gravitatoria de la provincia (fig. 23) (Rl1). Junto a él podemos contemplar los restos de un cubo con aspecto muy antiguo (Rl 2) y que se sitúa en un entorno de yacimientos arqueológicos romanos y medievales. Ya hemos comentado antes que desde el siglo XII existen noticias sobre los molinos de Riolobos.

El tramo del Guadyerbas que discurre por esta comarca solamente contaba con un molino de cubo de dos piedras cerca de Navalcán en el paraje conocido como «del puente romano» (G6) ( Foto 18). Por referencias del siglo XVIII, es posible que existiera otro ejemplar sobre el Guadyerbas en término de Velada pero no he encontrado vestigios del mismo.

Molino del Guadyerbas cercano al puente romano
Plantas esquemáticas de los molinillos a que alude el texto

Esta escasez de molinos en el término indujo al marqués de Velada a construir en su villa un artificio de viento que ha conservado el escudo nobiliario sobre su portada hasta hace unos años. Sin embargo, existen en el propio casco urbano de este municipio, sobre otro arroyo llamado del Molinillo, restos de un molino de presa de acceso directo del que solamente queda en pie el muro de la presa y las tres grandes vigas graníticas que mantenían la estructura del cárcavo y sostenían la piedra. (Ml1).

Las vigas de granito y la presa es lo único que queda de esta sencillísima instalación

En el sur de la comarca, existen dos ejemplares sobre el arroyo de Corralejo aunque se encuentran muy arruinados. El primero tiene un sistema de cubo con un curioso canal  que se ha modificado para dar acceso en rampa a una pequeña cuba de regolfo. Las ruinas de una bóveda aneja demuestran que anteriormente movilizó un rodezno con el cubo al que servía el canal después modificado (Co1). Aguas abajo de este mismo arroyo se encuentra otro molino de cubo que, como el primero, tiene escaso diámetro, cerca de 1,30 metros pero una gran altura (Co2) los dos presentan aspecto de gran antigüedad y su primitivo diseño es similar.

Molinillo del arroyo de Corralejo en Lagartera

Cerca del pueblo de El Torrico discurre el arroyo del Corchito sobre el que se hallan los molinos de Tarrara (Tr1). Cuentan con una presa de acceso directo recientemente modificada por haberse dedicado el paraje a zona recreativa. Presenta un extraño cubo embutido en el mismo muro y que solamente tiene cuarenta centímetros de diámetro. Este tipo de receptor puede sugerirnos el aprovechamiento de este ingenio no sólo como molino sino también como barquín o como batán aprovechando la misma presa. No existen, sin embargo, referencias históricas a las instalaciones metalúrgicas o textiles para las que hubieran trabajado esos artificios en esta villa. Más abajo, sobre este mismo arroyo, se perciben los restos de otros dos molinos pero la maleza y la ruina apenas permiten constatar su mera existencia (Tr2) y (Tr3).

Plantas de algunos molinillos a que alude el texto

Sobre el arroyo del Pilón encontramos cinco pequeños molinos de variada tipología. El primero de ellos podríamos denominarlo como de presa-cubo por las grandes proporciones de su receptor (Pi1). Desde su socaz parte un canal elevado sobre una estructura de mampostería arruinada que lleva el agua al segundo ejemplar (Pi2) del que solamente nos queda un cubo muy deteriorado. Es más interesante el tercero (Pi3) que está dotado de un gran cubo con una balsa previa pero que además cuenta con un sistema de captación de aguas de escorrentía y por ello nos encontramos en realidad ante un molino mixto de cubo-balsa-escorrentía (Foto 19).

Plantas esquemáticas de algunos molinillos a los que alude el texto

Seguimos el arroyo del Pilón corriente abajo y tropezamos con otro ejemplar con un pequeño cubo de apenas un metro de diámetro pero diez de altura (Pi4). El quinto y último molino (Pi5) se ha edificado en una ladera muy escarpada con un cubo-balsa de planta alargada para una mejor adaptación a la considerable pendiente del terreno. El canal accede a la balsa mediante un sifón previo que permite el paso subterráneo del agua para que, dado lo dificultoso del terreno, puedan acceder al molino los hombres y caballerías. El edificio no está abovedado sino tejado, como sucede con la mayoría de los molinos de arroyo porque no suelen sufrir inundaciones. Al contrario que los grandes artificios del Tajo que, dada la frecuencia de avenidas, están todos cerrados con fuertes bóvedas.

Molinillo del arroyo de la Pradera en valdeverdeja

En el cercano arroyo de la Pradera encontramos un primer molino de escorrentía mixto, pues además del muro que recoge las aguas de las laderas cercanas cuenta con una presa sobre el arroyo, desembocando ambos sistemas en un receptor de rampa (Pr1). La segunda molineta, como llamaban en Valdeverdeja a estos pequeños molinos, es de cubo y su edificio se encuentra muy deteriorado (Pr2). A continuación movía este arroyuelo un molino de presa de acceso directo. El muro es de estructura escalonada y está datada en una inscripción como una construcción edificada en el siglo XVIII (Pr3). El cuarto y último artificio se halla muy cercano ya a la desembocadura en el Tajo y era accionado por una rampa. Tiene además la peculiaridad, típica de la Campana de Oropesa, de haber sostenido su techumbre con arcos de tipo carpanel (Pr4).

Cubo-rampa  del segundo Molinillo en el arroyo de Malezo en Valdeverdeja

En el arroyo Malezo o Piejachica, próximos al casco urbano de Valdeverdeja y situados sobre la escarpada desembocadura del arroyo sobre el Tajo, se localizan dos ejemplares: el primero es también de presa escalonada de acceso directo (Pj1) y el segundo, pocos metros más abajo sobre una gran pendiente y casi colgado de los riscos graníticos (Pj2), era accionado por una rampa.

El primer molinillo del arroyo Malezo en las mescarpadas orillas cercanas al Taljo

Caleruela y Lagartera cuentan en su toponimia con la referencia a dos «arroyos del Molinillo», en el primer caso quedan restos apenas identificables de la estructura por haberse construido después sobre el edificio un molino de aceite (Mc1). De el segundo no he conseguido encontrar ni siquiera las ruinas.

LA CAÑADA LEONESA ORIENTAL II POR LA HIGUERA Y FRESNEDILLA

LA CAÑADA LEONESA ORIENTAL II

POR LA HIGUERA Y FRESNEDILLA

Recorrido aproximado 10 kilómetros, 2 horas y media

Nacimiento del Tiétar cerca de la Venta del Cojo

La Cañada Leonesa Oriental entra en el valle del Tiétar justo junto a su nacimiento en la Venta del Cojo en Santa María del Tiétar, y discurre paralela al río hasta entrar en la población de Higuera de las Dueñas. Llamada así por haber pertenecido a las monjas,  “dueñas” en lenguaje medieval, del monasterio de San Clemente de Ávila. Luego pasó su señorío al monasterio de San Benito en 1332. Don Álvaro de Luna lo compra para redondear sus estados de la zona.

Esta población no perteneció al señorío de La Adrada, pero sí formó parte del extenso alfoz de Ávila. Higuera da nombre a la sierra que se encuentra al sur de su caserío, a cuya cumbre podemos llegar por una pista y contemplar unas hermosas vistas sobre el valle del Tiétar, Gredos y la Sierra de San Vicente. También la ladera norte de la misma tiene bonitos bosques de robles con vaguadas y arroyuelos que bajan hacia el llano con una vegetación que hace agradable el paseo.

Panel de azulejería talaverana del siglo XVI que representa a San Juan Evangelista en la iglesia de Higuera de las Dueñas

Su monumento más destacado es una iglesia del gótico tardío que presenta una buena portada enmarcada en alfiz y decorada con bolas, como tantas iglesias del siglo XV en Ávila. Las bóvedas de crucería son de calidad y cuenta en la capilla mayor con un buen retablo barroco y paneles de azulejería talaverana representando a los evangelistas. A la entrada del pueblo se encuentra una cruz y una fuente de piedra con pilón de los siglos XVI y XVII. También cuenta el pueblo con arquitectura tradicional en granito y alguna casona de interés. La portada posee un arco con doble filas de dovelas y un alfiz que rodea todo el marco. Su torre esbelta y cuadrada se sitúa en el lienzo norte del templo, al igual que su entrada principal. En su interior cabe destacar, su precioso presbiterio, al que se accede a través de un arco gótico apuntado con dovelas. Resalta su retablo rococó, dorado y de grandes dimensiones, con motivos vegetales y ángeles. La cubierta es una buena bóveda de crucería con nervios, todo ello bien conservado, al igual que el coro. El templo se divide en tres naves. La central más amplia y cubierta con un noble artesonado y separada de las demás por seis grandes columnas graníticas. Cabe mencionar la bien labrada pila bautismal, y ya en el exterior una cruz pétrea sobre un pedestal al que se accede por gradas de granito.

Fuente de Fresnedilla junto a la Cañada Leonesa Oriental

La arquitectura popular de su caserío se conserva relativamente bien con algunas casonas de cierta entidad.

Desde Higuera podemos dar un paseo por una pista asfaltada que luego se hace camino y nos lleva hasta un pequeño puente medieval sobre un arroyo, llamado Puente Chico y, ya en el Tiétar, otro puente magnífico entre pinares llamado Puente Mosquea, aunque esta excursión podemos hacerla desde La Adrada tal como se indica en la ruta de este pueblo incluida en las del valle del Tiétar.

El llamado Puente Chico cerca de Higuera de las Dueñas

Fresnedilla es un pueblecito que sí perteneció al señorío de La Adrada y que, como Higuera, se encuentra en plena cañada, por lo que ambas localidades estuvieron muy vinculadas a la trashumancia. Su iglesia se construyó también en el siglo XVI, aunque es más modesta que la de Higuera y está presidida por una espadaña. Era famosa por tener un buen retablo de azulejería de Talavera, aunque todavía cuenta con algunas imágenes populares del siglo XVIII y con una pila bautismal de cerámica talaverana de la misma centuria.

También podemos ver una fuente y un  pilón a la entrada, en los que tantos ganados trashumantes habrán abrevado. Pero tal vez, lo más curioso de su patrimonio etnográfico es una rústica plaza de toros que conserva las agujas en las que se sujetaban los palos de cerramiento del coso, y unos burladeros hechos con grandes lajas de granito que protegían a los toreros. Cuenta también este pueblecito con algunos rincones de arquitectura popular típica de la zona. Se celebran todavía interesantes fiestas de quintos y en “Las Candelas” se hacen luminarias.

Burladero de la rústica plaza de toros de Fresnedilla, hoy reutilizado como jardinera

LAS MURALLAS, PRIMER RECINTO

LAS MURALLAS

Murallas de El Charcón. Dibujo de Enrique Reaño sobre grabado del siglo XIX

HISTORIA

El concepto medieval de ciudad era inseparable de la existencia de un recinto amurallado. Talavera se encuentra en una importante encrucijada de caminos a la orilla de un río importante. Es indudable la trascendencia estratégica de nuestra ciudad que defiende el lugar más vadeable del tramo medio del Tajo. Sus orillas marcan una  línea defensiva poblada de fortalezas como Canturias, Vascos, Castros, Espejel o Alija, mediante las cuales los musulmanes intentaron cortar el paso a las huestes cristianas. Pero, sin embargo, Talavera está situada en una amplia vega, en un terreno llano que dificulta la defensa de un lugar tan estratégico. Esta circunstancia  y la protección de la  propia riqueza agropecuaria y comercial de la ciudad, expresada por viajeros como Al-Idrisi, condicionó la construcción de las magníficas murallas talaveranas. Por otra parte, la ciudad de Toledo mantuvo casi siempre una actitud levantisca hacia el califato, motivo por el que Córdoba potenció y financió la fortificación de Talavera que podía de esta forma ser un punto de apoyo táctico esencial de cara a las sublevaciones de Toledo.

Fueron tres los recintos amurallados de Talavera. Comenzaremos la descripción de los mismos por el que encerraba el casco viejo, esa parte más antigua de la población que era conocida como la villa. Aunque futuras excavaciones y hallazgos arqueológicos puedan confirmarlo con seguridad, se tiene hoy día la práctica certeza de que existía una fortificación romana anterior a la musulmana, como lo atestigua el aspecto del aparejo de ciertos tramos de sillería y algunas cimentaciones que parecen  orientar en este sentido.

Estela romana encastrada en el frente de una torre romana

Desde las primeras referencias escritas sobre Talavera, hay continuas alusiones a la fortaleza de sus defensas. Es el caso de la Crónica del Moro Rasis que se refiere a Talabira en el siglo IX diciendo: «sus murallas son sólidas y elevadas con altas torres», o el mismo Al-Idrisi, que a su paso por la ciudad en el siglo XI observa cómo la «ciudadela está perfectamente fortificada».

Estelas romanas en el cimiento de la muralla de la alcazaba

EL PRIMER RECINTO

 DESCRIPCIÓN

 Los tres recintos amurallados de Talavera son tangenciales a la alcazaba en su trazado. Si seguimos el  primer recinto defensivo, el más antiguo y monumental, podemos ir observando varios elementos y peculiaridades de este impresionante recuerdo de los que probablemente fueron los años de mayor grandeza histórica de nuestra ciudad, la época califal. Posteriormente se añadieron a la muralla otros elementos constructivos por sucesivas reparaciones.

Lienzo de muralla del primer recinto amurallado en su tramo de El Charcón con una de las torres circulares musumanas

Si observamos los lienzos de la muralla podemos distinguir numerosas reconstrucciones consecuencia muchas de ellas de la ruina que determinaron las incursiones de cristianos y musulmanes o las de los reinos de taifas vecinos. Otras de esas reformas fueron debidas a la construcción de elementos nuevos, ya con la tradición arquitectónica del grupo dominante en ese momento. Se ven lienzos construidos con sillería finamente labrada y con la piedra trabajada específicamente para ese fin. Pero otros lienzos, sin embargo, aunque también edificados en sillería, se han levantado con bloques de piedra de construcciones anteriores, siendo muchos de ellos de origen romano como se deduce por el almohadillado característico. En este caso, para nivelar las hiladas de los sillares de diferente altura, se han utilizado verdugadas de una o varias filas de ladrillo, dispuestos en el aparejo que se denomina el “encintado” que, para algunos autores, es preludio de las formas constructivas mudéjares que más tarde combinarán piedra y ladrillo.

Torre musulmana de planta cuadrada en la Corredera

Todavía hoy se pueden observar en los muros algunas inscripciones romanas, siendo numerosas las referencias históricas a lápidas y aras encastradas en la muralla, hasta el punto de que algunos antiguos historiadores creían que estas fortificaciones se levantaron con los restos de una gran necrópolis romana. En otros lugares, como en la zona del alcázar, se ha intentado en época moderna reconstruir el muro con bloques de hormigón, afortunadamente no se continuó tan espantosa rehabilitación de nuestro primer monumento.

Torre albarrana en la calle Carnicerías

En el recorrido vamos constatando la existencia de trecho en trecho de hasta sesenta y cuatro torres de planta cuadrada y otras semicirculares de gran importancia tipológica. De éstas, la más visible se encuentra en la zona del Charcón. Parece, según Martínez Lillo, que estas torres redondas constituyen el elemento más antiguo de la fortaleza de Talabira cuya edificación podría remontarse al siglo IX o X. El mismo autor ve en ciertos aspectos de nuestra muralla la aparición de elementos constructivos de origen norteafricano, lo que no sería de extrañar por la importante proporción de gentes bereberes que poblaron nuestras tierras en época musulmana.

Torre albarrana, muy típica de la muralla talaverana y ya de época cristiana

Pero lo más paradigmático de nuestra muralla son las torres albarranas, esas grandes elevaciones de planta rectangular, edificadas en mampostería con sillería en las esquinas y en sus elevadísimos arcos. En nuestro ámbito geográfico, estas peculiares construcciones podemos solamente contemplarlas en contadas fortificaciones como las del castillo de Escalona y el de Montalbán. Ha sido objeto de discusión para los especialistas el datar  estas torres, pues para algunos se construyeron en época almohade, mientras que otros consideran que fue en época cristiana, durante el reinado de Alfonso VII o de Alfonso VIII, y por último hay quien retrasa su construcción hasta el siglo XIV, en época del “arzobispo arquitecto”, el arzobispo Tenorio. Estas enormes torres dejaban discurrir debajo de ellas el foso y sus frentes se enlazaban con otro recinto defensivo paralelo al principal cuyo nombre es barbacana, así aparece en el dibujo de Van der Wingaerde del trayecto conocido como Entretorres y en el tramo que se sitúa frente a la Cuesta de San Clemente. Hay quien ha querido ver en el escudo de Talavera a la torre albarrana como símbolo más específico de la ciudad. En  el interior de la torre que se sitúa al inicio de La Corredera se aloja la capilla del conocido como “Cristo de los Mercaderes”.

Murallas de Entretorres en el dibujo de Van der Wingaerde del siglo XVI

En próximas entradas hablaremos de las puertas del primer recinto amurallado

LA CAÑADA LEONESA ORIENTAL (1) DE CEBREROS A SANTA MARÍA DEL TIÉTAR

 

LA CAÑADA LEONESA ORIENTAL 1

 

Recorrido aproximado 17 kilómetros, 5 horas

Las Tierras de Talavera han tenido desde siempre una especial vinculación con el mundo ganadero. Nuestra ciudad se halla enclavada en un cruce estratégico de comunicaciones. Un lugar de encuentro entre las dos castillas y Extremadura, entre los pastos estivales de altura de la Sierra de Gredos y los pastos de los inviernos suaves de la Lusitania. Talavera fue primero un paso situado en el  lugar más vadeable y arenoso del Tajo y, más tarde, vio cómo por su viejo puente cruzaban los ganados que se dirigían a extremos. Más tarde, los puentes de La Puebla de Montalbán y Puente del Arzobispo vieron cruzar también los millones de ovejas merinas que atravesaban España durante los siglos en los que el Honrado Concejo de La Mesta era uno de los mayores poderes del imperio español. Nuestra tierra es el punto geográfico donde más se aproximan las tres cañadas principales, la Leonesa, la Segoviana y la Soriana. Además son varios los ramales principales y los cordeles que comunican entre sí estas tres grandes vías que atraviesan las mesetas de norte a sur, quedando en su centro Talavera como nudo de comunicaciones ganaderas que no en vano llegó a ser la sede de varias Juntas Generales de invierno del Honrado Concejo y a tener el principal mercado de ganados de la península que, curiosamente, nació como la Mesta en el siglo XIII.

Rebaño de ovejas por la Cañada Leonesa Oriental a su paso por Cebreros

 

Esas cañadas fueron vigiladas por una institución tan talaverana como es la Santa Hermandad Real y Vieja, cobrando en los “puertos” el peculiar impuesto de la asadura como pago por los servicios que prestaban de seguridad en despoblado. Todavía nos quedan ventas, paradores, fuentes, abrevaderos, mojones, cruces y otros elementos que jalonaban el recorrido y tan importante fue el trasiego de gentes y ganados por las cañadas, que incluso hay algunas poblaciones como La Corchuela, Ventas de San Julián o Puerto de San Vicente cuyo nacimiento estuvo relacionado directamente con el paso de las ovejas merinas.

Puente de Valsordo sobre el que discurre la Cañada Leonesa Oriental para cruzar el Alberche

Esas cañadas y cordeles son un patrimonio de todos, un patrimonio caminero que puede servir de arteria vivificante para que el turismo rural se desarrolle en nuestros pueblos.

Vamos a conocer desde estas páginas las vías pecuarias que nos conducirán por nuestra variada y hermosa naturaleza comarcal. Iremos deteniéndonos en los pueblos y parajes donde el viajero a pie, a caballo, en bicicleta o con vehículos todoterreno pueda encontrar algún elemento natural, histórico, o etnográfico que sea de su interés.

Provéanse del zurrón, el cayado y los mastines que pues comenzamos a viajar a extremos por nuestras cañadas.

Recorreremos primero la Cañada Leonesa Oriental e iniciaremos nuestro recorrido en el término de Cebreros, antes de trasponer la sierra de Gredos por el puerto de Arrebatacapas. Visitaremos esta población, ya descrita en su ruta correspondiente del valle del Alberche. Saldremos desde el cruce de la cañada con la carretera en el lado occidental del casco urbano. Pasaremos después por el puente de Valsordo, donde observaremos el curioso documento mesteño grabado en la piedra y descrito en esa misma ruta, para después ascender por la cañada hasta el bonito puente de la Yedra, sobre el arroyo del mismo nombre.

Inscripción gótica de grandes dimensiones junto al puente de Valsordo
Transcripción de la inscripción del Puente de Valsordo

Después de un par de kilómetros desparece la pista que hasta este momento nos ha permitido viajar incluso en todoterreno para llegar finalmente hasta el entorno de los Toros de Guisando, tras pasar por el cruce de la carretera N-401 y la Av-511. Podemos visitar el patrimonio descrito en la ruta de este paraje, también incluida en las del valle del Alberche.

Toros de Guisando

Vamos después por debajo del Cerro Guisando y el de La Pinosa, para a continuación pasar junto a la urbanización de Navahonda y el pueblo de Navahondilla que cuenta con algunos rincones pintorescos.

Dejamos a la derecha el Colegio Arzobispal y subimos hasta coronar el valle del arroyo de los Morales, con el embalse del mismo nombre que cuenta con un bosque circundante de gran belleza que ya describimos en la primera ruta del valle del Tiétar. Comenzamos así nuestro recorrido de la vía pecuaria por el valle del Tiétar, justo en su nacimiento de la Venta del Cojo, viejo parador donde precisamente se daba servicio a los pastores trashumantes que por aquí discurrían y a otros viajeros.

El Cerro Guisando en el que se percibe el arruinado monasterio jerónimo
Interior del arruinado monasterio de Guisando en El Tiemblo