EL TAJO DEL SIGLO DE ORO

EL TAJO DEL SIGLO DE ORO

Nuevo capítulo de «Ríos de Historia en el que conoceremos el Tajo en el siglo XVII a través del Plan de navegación de Carduchi y los planos dol archivo municipal de Toledo. Describimos así el Tajo que cantaron Cervantes o Garcilaso.

En esta centuria se acomete un nuevo plan de navegación del Tajo que nos ofrece numerosos datos sobre el río en su recorrido por nuestra comarca. Se trata del Proyecto de Carducci y Martelli y es, después del de Antonelli, el siguiente intento de hacer navegable nuestro río. Se acomete durante el reinado de Felipe IV que, a propuesta de don Luis Bravo de Acuña, solicita a su tía doña Isabel

Talavera representada en el plan de navegación del Tajo de Carduchi
Talavera representada en el plan de navegación del Tajo de Carduchi

que envíe desde Flandes dos ingenieros para que estudien la viabilidad del proyecto. Los ingenieros Luis Carducci y Julio Martelli inician el reconocimiento del curso fluvial en compañía del licenciado Eugenio Salcedo el 24 de Febrero de 1641.  Durante el recorrido se levantan los primeros planos de uno de los proyectos de navegación del Tajo que conocemos. En el Archivo Municipal de Toledo se conserva uno de esos planos dibujado a color y en perspectiva caballera. La planta de estos mismos planos ha llegado hasta nosotros en copia datada en 1859 y trasladada del original que se había hallado en el archivo del  Conde de Cifuentes y que se acompaña de los planos de otros dos proyectos.

La separación definitiva de Portugal de la corona española restó interés al proyecto que perdía así su aspecto estratégico. Por otra parte, la iniciativa coincidió con varios conflictos bélicos interiores y fuera de la península que, unidos a la crisis económica y a la crónica falta de fondos, consiguieron que en este caso ni siquiera llegaran a comenzarse las obras.

Azután con su torre representada en el plan de carduchi
Azután con su torre representada en el plan de carduchi

En el reconocimiento desde Toledo hasta Alcántara se  tardaron dieciocho días de los que cuatro se emplearon en desencallar un barco y en varias paradas de mantenimiento. Hallaron ochenta y seis presas de las que cuarenta y ocho servían a molinos, aceñas y canales mientras que otras treinta y ocho estaban perdidas. Cuarenta y dos canales y chorreras dificultaban también el paso.

En los mapas de este plan de navegación se expresan  las distancias aproximadas entre los obstáculos en leguas con tres decimales. Si la presa sirve figura como Corriente y si se halla en desuso o derruida se señala con la frase “ No corre”. Se reseña además si el azud corresponde a molino, batán (Máquina que consta de unos mazos de madera muy gruesos que mueve una rueda con la violencia y corriente del agua, los cuales suben y bajan alternadamente y con los golpes que dan al tiempo de caer aprietan los paños y muelen las pieles y hacen el efecto que se necesita para tales obrajes, según el Diccionario de Autoridades), aceña (molino hidráulico de rueda vertical ), lavadero (Se refiere generalmente a a los lavaderos ribereños de lana), cañal (cañal es el “cerco de cañas que se hace en las presas de los ríos o en otros parajes angostos de ellos para pescar truchas y otros peces” según el Diccionario de Autoridades) o tejar (pues los grandes tejares necesitaban de agua abundante para amasar el barro de tejas y ladrillos ). En ocasiones, aparece el nombre del propietario de los artificios y también figuran las barcas y otros obstáculos como bajos de arena, chorreras, raudales y ollas o remolinos. Se reflejan de un modo esquemático los puentes, las poblaciones, ventas, casas de los molineros e incluso algunas granjas y ermitas.

Azuda de riego con sus ruedas y canales en el plan de Carcduchi
Azuda de riego con sus ruedas y canales en el plan de Carcduchi

Según Ildefonso Fernández se hicieron nuevas tentativas durante el reinado de Carlos II e incluso se proyectó llevar la navegación con canales desde Aranjuez hasta Madrid y Alcalá de Henares.

Consideraremos como inicio del recorrido por la comarca de Talavera el pueblo de Malpica cabeza del señorío de Valdepusa que hasta el siglo XIV formó parte de las Tierras de Talavera.

En el proyecto de Carduchi aparecen los molinos de Corralejo pero “no sirven” en ese tiempo, la crisis del XVII también se dejó notar en la molinería y son varias las paradas del Tajo que dejaron de funcionar durante ese siglo. Los molinos de Corralejo tienen la peculiaridad de servirse de un brazo del río para mover sus ruedas (fig. 4).

Sí están corrientes y molientes, sin embargo, los molinos del Conde de Oropesa en Cebolla, hoy casi irreconocibles por la construcción de una central eléctrica, y que también sirvieron como batanes. Aparece el edificio molinero con una pasadera de madera para acceder a él desde la orilla, muy frecuente disposición en las aceñas de rueda vertical que debían introducirse en el cauce para afrontar mejor las subidas y bajadas de caudal que dificultaban su funcionamiento por defecto o exceso de hundimiento de las palas en la corriente.

Puente del Arzobispo en el plan de navegación de Carduchi
Puente del Arzobispo en el plan de navegación de Carduchi

Aparecen luego unos “bajos” que se intentan salvar con una “empalizada que se ha de hacer” para aumentar el caudal en uno de los brazos del río (fig. 5). La presa de Montearagón podría corresponderse con la de los antiguos molinos de Merillos de los que actualmente no quedan restos. La desembocadura del Alberche da paso a una zona todavía hoy llena de bajos en la balsa que deja río arriba de su muro la presa de Palomarejos.

En Talavera se dibuja esquemáticamente la ciudad amurallada y los molinos de Arriba en el puente Viejo. No se representan los molinos del primer ojo del puente, tal vez porque no sirvieran en esa época. Los molinos de Abajo se señalan como pertenecientes al monasterio jerónimo de Santa Catalina con la misma presa quebrada que en la actualidad lleva el agua a la central eléctrica. También se dibuja la pasarela típica de las aceñas y otra parada molinera en la orilla opuesta de la que hoy quedan algunos restos de sus dos edificios con dos cubas de molino de regolfo en uno de ellos (fig. 6 ).

Las aceñas del Conde de Oropesa en témino de Torrico
Las aceñas del Conde de Oropesa en témino de Torrico

Nuevos “bajos” y llegando a Las Herencias aparece la granja jerónima de Pompajuela. El pueblo aparece esquematizado y se señala más abajo una “angostura” en el cauce que hoy está oculta por el reculaje del embalse de Azután. Los molinos de Silos presentan una parada en cada orilla. Un canal de Silos y un “cañar de Abana desvaratado” nos sugieren la actividad pesquera en esa zona todavía hoy rica en ictiofauna. También aparece otra “presa inservible de Socalata” y antes de ella dos chorreras desde donde parte la obra más quimérica de este proyecto, un canal que partiendo de aquí evitaría los rápidos furiosos del Tajo situados entre este paraje y la desembocadura del Tiétar. Se trataba de unir el río mediante una “cortadura que será de legua y media” con el arroyo de Alcañizo para a continuación volver al Tajo bajando el Tiétar. Imaginarnos a las barcazas atravesando las llanuras del Campo Arañuelo después de la realización de unas obras comparables con las de un canal transoceánico, no deja de ser un sueño para los medios con que contaba la ingeniería en el siglo XVII (fig. 7).

Aguas abajo de Silos encontramos los molinos de Ciscarros frente a Aldeanueva de Barbarroya y a continuación una “carrera del Rey”. Como hemos visto estas carreras eran obras de semicanalización realizadas para hacer navegable el río y podemos deducir que ésta sería una de las construidas por Antonelli bajo los auspicios del rey Felipe II. Hoy también se oculta bajo las aguas del embalse de Azután como los molinos de Ciscarros y la central eléctrica que se construyó aprovechando su azud[1].

Chorreras y presas arruinadas dan paso a los corrientes molinos de Azután propiedad de las monjas de San Clemente de Toledo señoras del pueblo. En el proyecto del Archivo Municipal de Toledo se dibuja todavía en pie la torre musulmana “del Sultán” que dio origen al nombre de Azután (fig. 2).

El puente construido por el arzobispo Tenorio se puede ver aún con sus dos torres y a continuación los molinos fundados también por él para la financiación del Hospital que daba en la Villafranca servicio a los peregrinos que se dirigían a Guadalupe.

La presa de Calatravilla se encuentra frente a la ciudad de Castros y por delante de los tajamares de su puente que no dibuja Carducci. Sirvió este azud a los molinos que llevan su mismo nombre y que pertenecieron a esa orden. Hoy pueden verse los restos de su edificio típico de aceña de rueda vertical con una pasarela de acceso de mampostería.

Las siguientes aceñas son las del Conde de Oropesa, cuyo edificio permanece hoy en pie con el blasón de la casa de los Álvarez de Toledo junto a las compuertas. Otros molinos también propiedad del Conde de Oropesa, o molinos del Barbo se corresponden con los actuales molinos de Los Rebollos. El molino de Meneses se identifica como la construcción que actualmente se denomina molino de los Capitanes y que se encuentra en término de Valdeverdeja.

El siguiente artificio es el de los Sacristanes que figura en el plano como “de Ramos” y que tiene parada en ambas orillas. Sobre la de la derecha se sitúan hoy los restos de la pequeña central eléctrica  que daba energía a Valdeverdeja y Valdelacasa y que permanece gran parte del año anegada por las aguas del embalse de Valdecañas.

Cerca de la chorrera de Pizarroso desemboca el río del mismo nombre que no se dibuja en el plano y a continuación, junto al castillo,  están los molinos de Espejel que pertenecieron al monasterio de Guadalupe. Cerca de la finca de Bercenuño molía el molino del Barquillo, último artificio antes de llegar a los pilares del Puente del Conde, situado bajo el castillo de Alija que tampoco dibuja (fig. 8 ).

[1] Presa generalmente oblicua a la corriente que desvía el agua para utilizarla en el riego o para mover molinos y otros artificios.

FECHORÍAS DE DOS DESERTORES

FECHORÍAS DE DOS DESERTORES

Nueva causa criminal del libro de «La Enramá» (Miguel Méndez-Cabeza, Rafael Gómez y Angel Monterrubio) sobre los procesos de de la Santa Hermandad Real y Vieja de Talavera. Desertores y salteadores en el camino de Madrid.

Cuadrillero de la Santa Hermandad del siglo XVIII
Cuadrillero de la Santa Hermandad del siglo XVIII

Una noche fría de Febrero, dos hombres jóvenes yacen arrebujados en el suelo. En el silencio de los barbechos se pueden escuchar  voces y risas desde las cercanas y siempre concurridas ventas de El Bravo . Hombro con hombro, van recordando su corta pero accidentada vida.

Uno de nuestros protagonistas es gallego, se llama Andrés y nació en una aldea de Mondoñedo. Cuando tenía doce años había salido de su tierra y , como otros muchos  paisanos suyos, se había asentado en Talavera donde se ganaba la vida recogiendo aceituna y sarmenteando[1] hasta que se colocó como mozo de cocina con el Conde de la Oliva[2]. A su servicio se trasladó más tarde a Madrid.

Tres años estuvo empleado en su casa trabajando después durante un tiempo como mozo de esquina[3] y luego volvió a sus labores en la cocina esta vez con la Marquesa de Breda. Sirvió en mesones y hosterías hasta que, deslumbrado por el uniforme, el caballo y las armas, acabó alistándose en el Regimiento de Caballería de Borbón.

Conoce allí a otro soldado natural de Letur en Murcia. Se trata de Juan Pérez del Río que había sentado plaza en esta ciudad en el Regimiento de Infantería de la Reina, pero al trasladar el destacamento a Cádiz, deserta. Se encamina a Granada donde se alista de nuevo en una compañía capitaneada por don Nicolás Duque de Estrada [4]. Con él pasa el murciano a Alicante donde es reclamado por su padre para ayudarle en las faenas agrícolas. En Enero de 1760 se alista en el mismo regimiento que su compañero gallego. Ambos deciden desertar en Toledo la noche del 24 de Febrero.

Andrés tenía un hermano en Talavera y hacia nuestra ciudad se encaminan los dos desertores sin entrar en poblado para acabar, como hemos visto, durmiendo cerca de El Bravo. Reinician por la mañana su camino y cuando se encuentran a una legua del Alberche deciden asaltar a algún caminante ocultándose para ello detrás de unas junqueras[5].

La primera víctima que acierta a pasar por el lugar es Juan Suer, un francés de veintinueve años. Al igual que otros muchos compatriotas suyos, trabaja como tejedor de seda y lana en las Reales Fábricas de Seda de nuestra ciudad. Por ser natural de La Picardía se le conoce en Talavera con el apodo de Picar.

El francés volvía de buscar trabajo en Santo Domingo[6] y había hecho noche en las ventas de El Bravo. Cree el infeliz que los dos hombres que están sentados junto al camino detrás de unas matas se encuentran descansando pero, al llegar a su altura,  se levantan de un salto y sacando una escopeta y una espada se las colocan junto al rostro mientras le amenazan diciendo:

¡ Suelta el dinero y todo lo que traes encima o te quitamos la vida!

Asustado les da los veintiséis cuartos que lleva en la faltriquera mientras suplica mintiendo para salvarse:

– No me matéis soy un pobre desertor de Francia  que ando perdido.

Al ver la víctima las ropas y correajes militares de los dos bandidos, intenta con rápidos reflejos despertar en ellos la solidaridad entre desertores.

Los dos salteadores le interrogan:

-¿Has estado alguna vez en Talavera o conoces a alguien allí?

También miente en esta ocasión cuando responde que no. Los asaltantes le proponen:

– Si eso es así, vente con nosotros con la condición que has de hacer todo lo que te mandemos.

El galo simula aceptarlo mientras le devuelven lo robado.

Al rato de ocurrir esta escena pasa un hombre caballero en una mula y aunque intercambian unas palabras no se deciden a asaltarle. Dos pastores cuidan su ganado algo apartados del camino y nuestros desertores se dirigen a ellos amenazándoles para que les den un cordero. Los pobres zagales responden temiendo las iras del dueño del rebaño:

-¡ Son de mi amo, más quiero que me quitéis la vida que no el cordero!

Se lanzan sobre el muchacho derribándolo y registran sus pertenencias encontrando solamente un mendrugo de pan que se llevan como único botín.

Continúan los tres hombres apostados en el mismo lugar cuando pasan dos arrieros[7] con tres pollinos. Son asaltados mientras les gritan:

-¡Traed acá todo el dinero si no queréis perder la vida!

Los desgraciados  se hincan de rodillas suplicando.

– Somos pobres, no tenemos dinero.

En efecto se trata de un nuevo robo fallido pues solamente les hallan en el registro nueve o diez reales que les devuelven dejándoles seguir adelante.

Las nuevas víctimas de nuestros bandidos principiantes son otros dos arrieros de Lagartera que se dirigen a Madrid con una carga de cecina[8] y otros encargos. También creen que los bandoleros están descansando, pero al llegar a su altura les salen al paso, Andrés con la carabina y Juan con la espada desnuda.

-¡ Ea perros ! No abléis palabra que si abláis os han de arder las vozes.

Uno de los arrieros les suplica:

-Señores, déjennos vuesas mercedes por Dios y tomen el dinero que llevamos.

Son apartados del camino detrás de unas retamas mientras de rodillas suplican que no les maten. Uno de ellos saca diez o doce reales que lleva sueltos ofreciéndoselos a los bandidos.

Al ver la pequeña cantidad que le ofrece, Andrés, el desertor gallego, agarra con furia al pobre hombre gritándole:

– ¡Perro! , pues no llevas más dinero que eso para Madrid.

Dominados por el pánico, los trajinantes sacan una bolsa de badana[9] con 142 reales, en dos moneditas de oro de veinte reales cada una y lo demás en pesetas de a cuatro o cinco reales. Los asaltantes continúan su registro hallándoles un reloj de plata que el cura de Lagartera les había encomendado para su reparación en Madrid. También encuentran una navaja, un tintero, un rosario y un pañuelo.

Después de despojar a sus víctimas les obligan a desnudarse mientras les apuntan con la carabina. El frío de Febrero les hace suplicar:

Por amor de Dios, vamos sudando, dejadnos el saio[10] siquiera.

Pero sin apiadarse responden:

-Anda perro desnúdate pronto.

Juan, el desertor murciano, se pone la chupa, calzones y montera[11]de uno de los arrieros y Andrés la enguarinilla[12] de paño pardo del otro, al estilo de la tierra. Después de maniatar con los brazos atrás a sus víctimas, se disponen para asaltar a algún otro viajero. Se trata en esta ocasión de un serrano con su borrico al que apean y atan con una soga. En las alforjas del pollino encuentran cuatro zapatos de cordobán[13] nuevos para mujer y unas medias encarnadas, un pañuelo pintado de azul, unas calcetas, una bota de vino, unas tripas llenas de manteca y un morral de pellejo con cartas.

Los ladrones emprenden la huida después de este último robo dirigiéndose hacia el río Alberche. Mientras, los arrieros consiguen desatarse y completamente desnudos emprenden de nuevo su camino hacia Madrid. En El Bravo, un criado de los agustinos de La Calzada[14] les da unos calzoncillos para que cubran sus vergüenzas.

Los desertores, aunque el río baja crecido y los hechos ocurren en invierno, lo cruzan a nado y vestidos internándose en la dehesa de Salinas hasta llegar a otro arroyo junto al que se secan, cuentan el dinero y descansan hasta que se pone el sol.La imagen tiene un atributo ALT vacío; su nombre de archivo es P4241918-1024x768.jpg

En la conversación que mantienen deciden llegar a Talavera, allí dice conocer Andrés a una mujer muy rica  a la que no será difícil robar. Sus planes no quedan ahí pues se proponen , después de cometer este nuevo crimen,  matar a los dos primeros jinetes que pasen tomando sus caballos para huir a otras tierras. Andrés advierte a sus acompañantes que no comenten nada de lo sucedido y se ponen de acuerdo en decir que los tres vienen de Guadalupe, pues el hermano de Andrés es persona respetable y no quiere que conozca sus andanzas.

Toman dirección hacia la villa caminando entre el monte y las viñas para mejor disimular su presencia llegando a Talavera a las ocho de la tarde. Se dirigen a una casa de las afueras en el paraje conocido como “Los Tamujales”.

Preguntan a una mujer por la casa del hermano de Andrés al que hacía seis años que no veía. La vecina les conduce hasta la vivienda donde en ese momento solamente se halla su mujer que, hospitalaria, se dispone a preparar una tortilla de torreznos a los recién llegados mientras manda avisar a su marido que se encuentra trabajando en una bodega. Para acompañar la merienda deciden los dos desertores enviar al francés a por vino.

Fachada de la casa de la dirección de las Reales Fábricas, donde acude el francés en busca de la ayuda del director Rulière. Es el llamado Patio de San José
Fachada de la casa de la dirección de las Reales Fábricas, donde acude el francés en busca de la ayuda del director Rulière. Es el llamado Patio de San José

Pero en vez de dirigirse a la bodega, el supuesto desertor se encamina a la casa del compatriota más influyente en la villa. Se trata de Juan Rulière, director de las Reales Fábricas de Seda de Talavera[15]. Le relata temeroso y amedrentado lo que le ha sucedido con los dos desertores y cómo se ha visto obligado a seguirles en sus robos y asaltos. El ingeniero Rulière le recomienda que acuda con el vino que le ha sido encargado, pero da las órdenes pertinentes a un sargento y cuatro soldados del destacamento que custodia las Reales Fábricas para que, siguiéndole hasta la casa donde se encuentran los delincuentes, procedan a su detención.

Al entrar en la casa, encuentra el tejedor francés al grupo dando cuenta de la tortilla de torreznos con dos mujeres que sirven la mesa y un muchacho llamado Pedro que trabajaba en la tienda de otro francés  que, al haber tenido relación con nuestro protagonista, lo reconoce mientras éste hace señas desesperadamente para que no le delate. En ese mismo instante llega la guardia que grita imprudentemente desde la calle:

-¡ Picar, Picar!

Las voces acaban de descubrir a Andrés la encerrona y se lanza a coger la escopeta. El francés trata de evitarlo y forcejean mientras se une a la lucha el sargento que acaba de entrar. Se producen momentos de confusión y caen las velas mientras que los tres ruedan a oscuras. Suenan tres tiros y uno de ellos hiere a Picar en el codo y el antebrazo.

Al fin es reducido Andrés y  es conducido atado y custodiado por los cuatro soldados a la cárcel de la Santa Hermandad pues sus delitos se han cometido en despoblado y por tanto es a ella a quien corresponde juzgarlos.

Juan Pérez , el segundo desertor, se escapa por una ventana y pasa la noche escondido en un olivar. Al día siguiente toma el camino de San Román de los Montes, se detiene en una taberna y allí se repone con un poco de pan y vino. Sigue su camino ascendiendo hacia la sierra de San Vicente pero al llegar a Hinojosa es apresado por dos cuadrilleros.

El proceso se desarrolla rápidamente por la abundancia de testigos y hallarse comprobados los hechos. Los reos son condenados a diez años de presidio en África pero antes deben recibir cada uno doscientos azotes en Talavera. El día uno de Abril de 1761 a las once de la mañana se saca a los presos»en bestias de albarda, rapados el pelo y la varba, con sogas de esparto al cuello, atados de pies y manos y desnudos de medio cuerpo arriva».  El recorrido es el acostumbrado o de estilo por las calles de la villa mientras se les azota y se pregonan sus delitos.

El ocho de Abril, ambos son remitidos en cuerda de presos hasta la cárcel de Toledo para desde allí ser enviados a los penales de África[16].

[1] Aunque el paisaje talaverano de hoy está dominado por el regadío, en la época de los hechos los cultivos de secano como el olivo y viñedo eran los más extendidos. Andrés recoge aceituna, uno de los cultivos sociales más importantes aún en la actualidad por los jornales invernales que produce. Sarmentador es el oficio del que recoge los sarmientos podados de las viñas.

[2] El palacio de los Condes de la Oliva todavía se mantiene frente al teatro Victora. Los establecimientos comerciales en él alojados deterioran el aspecto de uno de los pocos palacios que todavía quedan de la antiguamente numerosa nobleza talaverana.

[3] Mozo de cuerda, peón que se contrata para la carga y el trasporte eventual de mercancías con sus propias fuerzas.

[4] Varios hijos de esta antigua y noble familia de Talavera fueron militares famosos. Juan garcía Duque ganó fama por sus proezas combatiendo en la Orden de Calatrava. Diego Duque fue maestresala de los Reyes Católicos y coronel de caballería. Fernán Duque mayordomo de Juana la Loca y embajador en Inglaterra. Manuel Duque fue ayudante de Felipe V. Son todos miembros de la misma estirpe que se enterraban en el monasterio de la Trinidad al que protegían.

[5] Una legua equivale a unos cinco kilómetros y medio por lo que las primeras fechorías de Andrés y Juan habrían tenido lugar cerca del actual cruce de la carretera que va a Cazalegas desde la Nacional V.

[6] Probablemente Val de Santo Domingo, pueblo situado entre Maqueda y Torrijos.

[7] Arriero es el hombre que trasporta mercancías de unos pueblos a otros. La palabra deriva de la interjección ¡Arre!

[8] Carne seca y salada, también denominada tasajo. Era una de las provisiones que se llevaban durante los viajes. Puede fabricarse con carne de cualquier mamífero pero lo más habitual es que fuera de cabra aunque la más considerada era la cecina de burro joven.

[9] Cuero fino y blando generalmente de piel de carnero o de cordero muy utilizado para hacer bolsas que servían como monedero.

[10] Casaca hueca , larga y sin botones que regularmente suele usar la gente del campo

[11] La chupa es una vestidura ajustada al cuerpo y larga hasta las rodillas que abraza las demás vestiduras interiores.Encima de ella no se lleva más ropa que la casaca.

La montera es una cubierta de la cabeza con un casquete redondo, cotado en cuatro cascos y con una vuelta o caída alrededor para cubrir la frente y las orejas.

[12] En varias causas criminales se hace alusión a esta prenda que debía ser característica del vestuario de la comarca. Por otras descripciones podemos deducir que debía tratarse de una especie de blusón amplio de tejido fuerte.

[13] Piel del macho cabrío curtida y aderezada, se dice que el nombre procede de haberse trabajado con gran fama por su calidad en la ciudad de Córdoba.

[14] Tenían los agustinos en La Calzada de Oropesa una de las industrias textiles más prósperas de Castilla. En sus telares se fabricaban gran cantidad de hábitos y ropas religiosas fundamentalmente.

[15] En 1748 se establecen en Talavera estas fábricas y se pone a su mando a este francés nacido en Lyon. Fue perseguido en su país por no aclaradas cuestiones comerciales y después de una novelesca huida a Basilea estudia la maquinaria textil. En Amsterdan conoce a un caballero que le recomienda al ministro español José de Carvajal que le toma bajo su protección . Vienen a nuestra ciudad donde deciden positivamente sobre la idoneidad de nuestra ciudad para el establecimiento de la industria sedera de la que es nombrado director Juan Rulière comprometiéndose a traer operarios franceses expertos en el trabajo textil. Uno de ellos fue seguramente el protagonista de nuestra historia.

[16] Una de estas cuerdas de presos de la Santa Hermandad aparece en el Quijote . Se trata del episodio en que el Ingenioso Hidalgo se enfrenta a los cuadrilleros liberando a los reos.

RUTA DE LOS FÓSILES

Ruta de los FósilesRUTAFOSILES

Crucianas de la colección depositada en el ayuntamiento de Puerto de San Vicente
Crucianas de la colección depositada en el ayuntamiento de Puerto de San Vicente

Vamos a conocer hoy otra zona de La Jara “profunda”, el triángulo formado por las localidades de Puerto, Mohedas y Campillo de la Jara. De la ruta principal se pueden hacer varias derivaciones interesantes que señalaremos.

Partimos de Campillo, pero antes nos vamos a acercar hasta la estación de la vía muerta que cruza la Jara y de la que ya hemos hablado en otra ruta, avanzamos en dirección sur unos cientos de metros hasta que la vía cruza a la otra orilla del Huso, subimos ahora a pie un kilómetro hasta la desembocadura del Riofrío y si tenemos tiempo ascendemos por él contemplando los magníficos ejemplares de arquitectura popular que son los numerosos molinos de agua de sus riberas, hoy abandonados. Junto a la vía se ha restaurado otro molino que se encuentra en el río Huso,

Embalse del arroyo de San Vicente junto a la Vía Verde, a la derecha.
Embalse del arroyo de San Vicente junto a la Vía Verde, a la derecha.

Es obligado pasear por las calles de Campillo de la Jara ya que conservan también edificios y rincones de arquitectura tradicional jareña en pizarra y visitar su iglesia, donde se encuentra uno de los antiguos retablos de la iglesia de El Salvador de Talavera.

Arquitectura popular en pizarra de Campillo de la Jara
Arquitectura popular en pizarra de Campillo de la Jara

Preguntamos por el camino de Mohedas y recorremos los seis kilómetros de olivares y jarales que nos separan de este pueblo que cuenta con una iglesia digna de visitar con una curiosa estructura en que la entrada principal se sitúa en la base de la torre, en el interior se conservan algunos paneles de cerámica de Talavera y debemos detenernos en la portada sur no exenta de belleza. Entre sus construcciones de arquitectura tradicional destaca la casa de D. Juan Alvarez de Castro  que fue obispo de Coria y fue asesinado por los franceses. En el patio hay un capitel visigodo y también son de interés arqueológico las estelas romanas de la puerta de la ermita, que tiene la misma advocación que la de Talavera, la Virgen del Prado.

Estela romana como poyete en la ermita de Mohedas
Estela romana como poyete en la ermita de Mohedas

Para ir a Puerto de San Vicente podemos volver por el camino de Campillo hasta la Cañada Leonesa Oriental, y por ella descender en dirección sur hasta este agradable pueblecito formado alrededor de antiguas ventas en el camino de Guadalupe.

Siguiendo la carretera en dirección sur, llegamos a cruzarnos nuevamente con la Vía Verde de La jara entre eucaliptales y madroños y podemos pasear por ella.

Los aficionados a la paleontología tienen aquí magníficos parajes para intentar encontrar fósiles de hace millones de años; se hallan incrustados en las pizarras de la zona, ya que las que ahora vemos como montañas están formadas por antiguos fondos marinos elevados por plegamientos de épocas posteriores. En el llamado tunel de la Loba de la misma vía en el lado extremeño era tal la densidad que ha habido que prohibir su extracción, pues se estaba expoliando el yacimiento.Casa del obispo y héroe de la Guerra de la Independencia don Juan Antonio Castro

Desde Puerto, donde hay una pequeña colección de fósiles en el ayuntamiento, tomamos de nuevo la carretera que, paralela a la sierra, nos conducirá otra vez hasta Mohedas. El que lo desee puede detenerse a recoger níscalos o madroños entre los pinares de repoblación que bajan por las laderas, y los más valientes pueden ascender siguiendo cualquiera de los arroyetes que bajan de la sierra para, paseando entre huertos abandonados donde antes se cultivaban frutales, castaños, encinas, alcornoques y rebollos en los más alto, llegar hasta las agrestes cumbres con risqueras de cuarcita desde donde la vista panorámica sobre La Jara y los valles de los Guadarranques y Gualija es impresionante. Un lugar interesante es la llamada Cueva de los Doblones de sugerente nombre de tesoros perdidos.

Vista desde el cerro Castrejón de las dehesas jareñas y al fondo Mohedas y las sierras de Altamira
Vista desde el cerro Castrejón de las dehesas jareñas y al fondo Mohedas y las sierras de Altamira

Cuando contempléis el cerrado bosque mediterráneo que se extiende hacia el oeste, no os extrañará que toda esta zona fuera escenario de las andanzas de bandidos, golfines, contrabandistas y, más recientemente, refugio de guerrilleros maquis tras la Guerra Civil.

La zona es una de las más desconocidas y salvajes de nuestra comarca y en ella se dan numerosas monterías. La fauna, jabalíes, corzos, venados y rapaces son fáciles de observar si nuestro paseo por estos desiertos es lo suficientemente silencioso.

En los tres pueblos nombrados, podemos pedir en alguno de los bares que nos sirvan alguna comida sencilla pero económica.

En otra entrada hablaremos de Navatrasierra y su museo de fósiles en el Geoparque de Ibores -Jara-Villuercas.

El mar de La Jara

Hace unos quinientos millones de años, La Jara estaba cubierta por el mar. En su fondo habitaban curiosos bichejos que al morir caían al fondo y eran sepultados por los limos antes de descomponerse. Más tarde, altas temperaturas y elevadas presiones endurecieron y petrificaron esos sedimentos dejando la huella de las partes duras de esos animales, que quedaron así impresas en las pizarras y cuarcitas como las de Puerto de San Vicente, Los Navalucillos o Robledo del Mazo. Trilobites, arqueciotus, crucianas, braquiópodos y gasterópodos son algunos de los fósiles que podemos encontrar en estas sierras.

Aunque esta es una ruto por zonas ricas en fósiles, especialmente en Puerto de San Vicente, es en un pueblecito jareño  cercano,  Navatrasierra, donde se ha instalado un museo de fósiles vinculado al Geoparque de Villuercas y que recomendamos visitar, pero de ello hablaremos en otro capítulo.

 

EL PUENTE DEL ALBERCHE

EL PUENTE DEL ALBERCHE

Los dos únicos arcos del Puente del Alberche aún en pie
Los dos únicos arcos del Puente del Alberche aún en pie

 La red viaria romana unía Toletum con Emérita Augusta a través de Talavera (Caesaróbriga). Desde hace dos mil años nuestra ciudad era y es paso obligado de las comunicaciones del centro peninsualr con el occidente ibérico. Era por tanto obligado cruzar también, casi siempre, el puente del Alberche que, según los expertos, tiene parte de su sillería más antigua labrada en esa misma época romana.

Los restos que quedan del puente nos permiten todavía observar dos de los arcos, precisamente aquellos por los que discurre hoy el poco caudal del Alberche. El resto de pilares se cimentan sobre los restos de sillería del primitivo puente romano, que en algunos de ellos muestra todavía el arranque de los arcos.  Esos pilares son de ladrillo aunque se rematabn en la parte superior por sillares planos de granito. En algún tramo, especialmente en el extremo oriental del puente se percibe parte de la barandilla, también de ladrillo.

Pilar moderno del puente del Alberche sobre las antiguas estructuras romanas
Pilar moderno del puente del Alberche sobre las antiguas estructuras romanas

El río Alberche, aunque menos caudaloso que el Tajo, sufre en determinadas épocas grandes avenidas por los deshielos de Gredos o por las escorrentías serranas de épocas lluviosas. Como en el caso del puente sobre el Tajo, eran continuos los desperfectos y los arreglos consiguientes, que debía asumir el concejo talaverano para mantener transitable una de sus principales fuentes de ingresos, «por el mucho peligro que ay en el paso de la dicha puente» como se decía ya en 1501. Es popular el dicho de la comarca que avisa de estos peligros: «Si el Alberche y el Tajo se amistan, Talavera Dios te asista». Cuando el puente, en el que confluía también el transitado Camino de los Veratos, estaba inutilizado se cruzaba el río por el vado de La Cabra, situado a algo más de dos kilómetros río arriba.

La mayor parte de los ganados trashumantes que pasaban por Talavera, salvo los que discurrían por  la cañada leonesa a través de Navamorcuende y Velada directamente hacia Puente del Arzobispo, se veían obligados a pasar por el puente del Alberche. La Mesta llega a firmar diferentes concordias con la villa para regular el paso de ganados por el puente y surgen algunos conflictos, uno de ellos en el siglo XVI, porque los arrendadores de la renta del puente del Alberche obligaban ilegalmente «a beuer o pagar un açunbre de vino» a los hermanos mesteños que sólo debían pagar realmente dos ovejas por cada mil cabezas y un dinero por cabeza de rebujal.

Entrada oriental al puente del Alberche
Entrada oriental al puente del Alberche

En los puentes no sólo se cobraban derechos de pontazgo por el paso de mercancías o ganado, también la Santa Hermandad Real y Vieja de Talavera aprovechaba estos lugares estratégicos para recaudar la “asadura”, impuesto destinado a financiarla, que sobre el ganado cobraba tan significativa institución que hacía funciones de “policía rural”  en las tierras de Talavera.

Vinculada a este puente estaba otra fuente de ingresos paralela del concejo talaverano, la Venta del Alberche, un lugar lleno de historia y trasiego de gentes que todavía conserva algunos edificios junto a la orilla occidental  aunque se encuentra en estado de abandono total. También, eran controlados en este punto los viajeros y mercancías durante los periodos epidémicos poniendo guardias que vigilaran el paso.

Dibujo de jesús Morales que representa a la Venta del Alberche poco antes de su demolición
Dibujo de jesús Morales que representa a la Venta del Alberche poco antes de su demolición

Por su valor estratégico sufrió este puente diversas vicisitudes bélicas entre las que destacaríamos la Batalla de Talavera, durante la Guerra de la Independencia. En ella jugó un papel estratégico esencial, siendo asignada su defensa a las tropas españolas. Como huella de esa importancia estratégica durante la Guerra Civil todavía pueden observarse los restos de los bunkers que lo defendían.

Uno de los búnkers de la Guerra Civil a la entrada del puente del Alberche
Uno de los búnkers de la Guerra Civil a la entrada del puente del Alberche

Cuando visitaban los reyes Talavera o cruzaban por la ciudad de paso hacia Extremadura o Portugal, las autoridades, clero y nobleza locales acudían a esperarles al puente de Alberche, aunque también se aguardaba a estas visitas regias o a otras de menor importancia en el puente Cordero, un poco más próximo a Talavera, sobre el arroyo de las Parras, justo en el mismo lugar donde se exhibían para público escarmiento los cuartos de los ajusticiados que habían sido despedazados.

LAS PIEDRAS DE MOLINO

LAS PIEDRAS DE MOLINO

Nuevo capítulo de mi libro sobre los Molinos de Agua de la Provincia de Toledo, ya agotado y que nos habla de las piedras molederas y algún otro elemento del interior del molino.

Interior de uno de los grandes molinos del Tajo. En primer plano el rayado de una piedra solera, detrás varios conjuntos de muela solera y volaera
Interior de uno de los grandes molinos del Tajo. En primer plano el rayado de una piedra solera, detrás varios conjuntos de muela solera y volaera

Las muelas o piedras de molino son dos, la solera y la corredera o volaera. Esta última se sitúa en posición superior y es la piedra móvil a la que el rodezno imprime su movimiento rotatorio. En nuestra provincia, sobre todo en los molinos de arroyo, las piedras preferidas por nuestros molineros eran las de granito. Se llamaban también piedras morenas o españolas (Foto 12) en contraposición con las blancas o francesas de las que más tarde hablaremos.

Con frecuencia eran talladas por el mismo molinero en las afloraciones berroqueñas próximas o bien se encargaban a los canteros locales. Las cualidades de las piedras de algunos de nuestros pueblos eran conocidas desde antiguo, tal es el caso de Valdeverdeja, que aparece reflejado en las relaciones de Felipe II, o el de Aldeanueva de Barbarroya que se cita en las Relaciones del Cardenal Lorenzana del siglo XVIII.

Llama la atención, en muchos lugares de gran inaccesibilidad, la dificultad que deberían vencer los molineros para el transporte de las muelas a los molinos. A algunos de ellos solamente se podía llegar a través de caminos de herradura y por testimonios de los propios molineros sabemos que estos problemas se solventaban mediante la utilización de rulos, palancas, cuñas y el tiro experto de las narrias por las caballerías.

Piedras morenas o españolas de granito que muestran los rayones y la lavija
Piedras morenas o españolas de granito que muestran los rayones y la lavija

Algunos molineros preferían labrar las dos piedras al mismo tiempo, mientras que otros tallaban solamente la solera que cuando sufría el desgaste suficiente se colocaba de corredera, encargándose entonces al picapedrero una nueva solera. Muchas veces se labraban las piedras de afloraciones graníticas próximas y todavía hoy se pueden observar los huecos circulares dejados por la extracción de las muelas.

Ya sabemos que el trigo, para ser convenientemente molido sin quemarse y para no molturarse de forma incompleta, debe discurrir adecuadamente desde el interior de las piedras hasta el exterior. Para conseguir este efecto y el del tronzado del grano se realizaba una labor muy característica de los molineros, la del repicado de las muelas. La piedra se divide desde su interior hacia fuera en varias partes, el ojo, el pecho, el antepecho y el moliente como podemos observar en la figura 27 donde aparecen también los modelos de repicado más frecuentes. En nuestro ámbito geográfico la parte de la piedra más cercana al ojo o pecho se llama entrada, y la parte externa o moliente se conoce como mordiente o afinadero.

Rayado o repicado de las piedras con sus partes diferentes
Rayado o repicado de las piedras con sus partes diferentes

Las dos caras molederas de ambas piedras presentan un repicado, característico por la forma de su dibujo en bajorelieve conocido como de rayones, que son líneas radiales pero excéntricas dispuestas en forma de abanico.

Aunque tradicionalmente se han descrito complejas tipologías para la picadura de las piedras, en nuestra zona, tal vez por la mayor utilización de la piedra granítica que es poco apta para la filigrana en el repicado[1], las muelas suelen tener un dibujo sencillo y bastante similar en todos los molinos. De hecho, simplemente presentan unas picaduras radiales principales más o menos excéntricas o rayones y, entre estos, otras  líneas de picadura más fina conocidas como abanicos, los trazos son rectos en algunas ocasiones y curvos en otras, aunque sin mayores complicaciones en  diseño y composición del rayado.

Herramientas de repicado y cabria de un molino harinero
Herramientas de repicado y cabria de un molino harinero

Las piedras graníticas o españolas tenían repicado un número de  rayones muy variable, entre cuatro y cuarenta, mientras que las francesas solían mostrar en su dibujo entre diez y catorce líneas principales. La picadura puede disponerse en sentido dextrógiro o levógiro, pero si la piedra solera está picada hacia la izquierda, la corredera deberá estarlo siempre hacia la derecha y viceversa. Con esto se consigue el efecto de tijera necesario para que el tronzado del grano rompa la cascarilla.

En la piedra corredera debe hacerse la picadura coincidiendo su sentido con el de giro del rodezno, que a su vez dependerá del lado de la rueda sobre el que incida el chorro de agua cuando sale del saetín.

Las herramientas utilizadas para el repicado son: la pica que tiene el borde de percusión lineal, la piquetilla, parecida pero con hojas metálicas intercambiables, y el pico, de percusión puntiforme. Con estos útiles, después de haber pasado una regla con mazarrón u otro colorante que resaltara las desigualdades de la piedra, se labraban primero las estrías principales, después se esbastaban, es decir, se quitaban las  mayores irregularidades y a continuación se picaba el cordoncillo o trazo más fino que formaba los abanicos.

Piedra francesa que como se ve está compuesta de varias partes unidas por un zuncho circular
Piedra francesa que como se ve está compuesta de varias partes unidas por un zuncho circular

Las piedras francesas son menos frecuentes en los molinos toledanos aunque es más fácil encontrarlas en los molinos de mayor envergadura, en los mejor comunicados y en los más modernos o de transición a fábricas de harina.

Estas piedras se componen de varias piezas en forma de sector circular o Aporción de queso@ que se unen con cemento y cinchos metálicos. Procedían de varias fábricas en Francia, como las de La Ferté, Lhor y Dordogne y eran adquiridas por los molineros en los comercios concesionarios de Toledo, Talavera o Madrid (Foto 13). Se introdujeron en España a partir del siglo XIX y tenían la ventaja de necesitar repicarse con una frecuencia diez veces menor que las graníticas, según el testimonio de los propios molineros. Ya en el siglo XVI se describen también muelas similares que se consideran indicadas para los lugares en que la escasez de piedra o la inaccesibilidad del molino desaconsejen las piedras enterizas.[2]

Piedra francesa
Piedra francesa de La Ferté

El grosor de las piedras de molino varía entre los veinte y los cincuenta centímetros, aunque he observado muelas todavía sin desgastar de sólo nueve centímetros de grueso. A veces se encuentran también pequeñas piedras con tan solo un metro y diez centímetros de diámetro, cuando lo habitual es que midan entre uno treinta y uno cuarenta. Puede que estas pequeñas piedras estén hasta cierto punto relacionadas con la terminología de molinillo o de molineta tan frecuentes en la toponimia de los pequeños arroyos. Tal vez se refieran estas palabras en concreto a molinos de menor potencia o rendimiento aunque no puede asegurarse, ya que en ocasiones se pueden encontrar muelas pequeñas en molinos grandes o en corrientes de mayor caudal y por el contrario, en artificios de pequeños arroyuelos, encontramos obras de mayor envergadura y con capacidad para movilizar grandes piedras.

Otros elementos molineros descritos en el texto según Los Veintiún libros de Juanelo
Otros elementos molineros descritos en el texto según Los Veintiún libros de Juanelo

Como hemos visto anteriormente, el diámetro habitual de las piedras oscila entre 1,30 y 1,40 metros, aunque algunas llegan a medir hasta 1,60. La anchura habitual es de unos treinta centímetros, pero el grosor de la solera puede llegar hasta los sesenta. El ojo u orificio central de la muela viene midiendo entre 15 y 30 centímetros. El peso oscila entre media y dos toneladas, siendo recomendable un peso elevado si las piedras se destinan a moler cebada.

Lo más frecuente es que  las piedras tengan sus dos caras paralelas aunque se puede encontrar algún ejemplar levemente troncocónico con las caras molederas algo inclinadas hacia afuera.

El tiempo entre dos repicados varía en función del tipo de piedra y del tiempo de molienda. La clase de piedra también influye, ya que en las graníticas el repicado puede llegar a ser necesario cada dos días, mientras que en las francesas el tiempo de repicado podía dilatarse hasta dos meses. El tipo de granito también es muy variable e igualmente cambia su duración dependiendo del grano, composición mineralógica y grado de degradación de la roca.

La picadura podía llegar a suponer una considerable pérdida de tiempo y trabajo en el transcurso del trabajo del molinero, sobre todo en aquellos molinos situados en corrientes de escaso caudal donde la molienda solamente era posible en contado número de meses e incluso de unas pocas semanas durante el año.

Hay que señalar que para picar las muelas era necesario levantar esos dos mil kilos de piedra y darles la vuelta para que mostraran su cara moliente. Se utilizaba para esta operación una barra que levantaba solamente unos centímetros la piedra para, a continuación, ir introduciendo unas cuñas que facilitaban la colocación bajo la muela de unos rodillos sobre los que se deslizaba con facilidad. Entonces se metía un palo o lobilla por el ojo y haciendo palanca se volcaba la piedra apoyándose en otro madero o torno.

El sistema de palancas antes descrito era sumamente engorroso, lento y no exento de peligros para el molinero hasta que, a mediados del siglo pasado, se dota a muchos molinos del sistema de cabrias (fig. 28A). Consistía en dos semilunas metálicas partidas y sujetas a un tornillo también metálico que sube y baja la piedra. Las semilunas tienen en su extremo un pivote cada una para introducirlo en sendos huecos laterales de la piedra que servirán de anclaje. Con este cómodo sistema la muela puede levantarse, girarse y apoyarse mucho más fácilmente que con el viejo método de las palancas. Estas pequeñas grúas apoyan frecuentemente por su extremo superior el madero vertical sobre una de las alfangías del techo, mientras que el inferior se sostiene en el suelo y así puede pivotar el brazo horizontal. De él cuelgan las dos semilunas metálicas sujetas por el tornillo de elevación mediante el que ascienden o descienden las piedras.

Al objeto de que la harina no pueda esparcirse saliendo por la junta de ambas piedras se coloca, abrazando toda la circunferencia de las mismas un redor de esparto como sistema más simple para impedirlo. En otras ocasiones se dota al sistema de un tambor o guardapolvo que es un mueble de madera octogonal o circular que envuelve al conjunto de las dos muelas impidiendo que se derrame la harina, recogiéndola y dirigiéndola hacia un orificio o pitera que a su vez desemboca en el harinal o harinero, lugar donde se almacena la harina.

Estos depósitos son a veces simples costales colocados bajo la pitera, en otras ocasiones se trata de troncos vaciados, como en algún molino de Riofrío, o sencillamente un cajón de madera. En la mayoría de los molinos el harinal es un hueco rectangular situado en el suelo junto a las piedras, un depósito fabricado de obra o mediante la colocación de tres lajas de granito o de pizarra.

Desde el harinal, con el cogedor y la paleta del molinero, se va almacenando la harina en sacos para su posterior cernido. En los molinos más avanzados tecnológicamente en lugar de este sistema manual de transporte se empleaban cintas elevadoras de cacillos o los tornillos de Arquímedes que llevaban la harina hasta la cernedora (fig. 25).

Este artefacto forma parte de la maquinaria aneja que podemos encontrar en muchos de nuestros molinos. Es bastante frecuente tropezarnos con sus restos descomponiéndose de los molinos de ribera, dentro de la sala de moler o en dependencias anejas. La función de la cernedora es la de separar la harina del salvado o cascarilla del grano. Se logra mediante cilindros cernedores en los que una tela de cedazo envuelve una estructura prismática o cilíndrica hecha con armadura de listones de madera. Esta estructura gira con una correa transmisora conectada al eje del rodezno principal o a otro rodezno accesorio. En los pequeños molinos es frecuente encontrar cernedoras movidas manualmente mediante una manivela.

Con el sistema de las cernedoras ha coexistido hasta nuestros días el más sencillo método de hacer este trabajo a mano mediante cribas o cedazos que se movían sobre una artesa en la que se recogía la harina.

En las fábricas de harina el cernido es más complejo, consiguiéndose una limpieza mucho más efectiva mediante artilugios mecánicos que juegan con los diversos diámetros de los orificios que tienen las telas de los cedazos, generalmente elaborados con seda.

 

[1] ILLA, A. Opus cit.  pp. .95-103. En esta obra ni siquiera nombra el autor a las piedras de granito que considera deben ser erradicas de la molinería. Aun así persiste en España su utilización hasta que dejan de funcionar los molinos maquileros en los años sesenta

[2] LOS VEINTIÚN LIBROS…: Opus cit. p. 351, fig 204.