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1090, EL GOBERNADOR DE TALAVERA EJECUTADO POR TRAICIÓN

Año 1090, EL GOBERNADOR DE TALAVERA ES EJECUTADO POR TRAICIÓN

Tropas musulmanas al mando de galafrón cruzaron el Tajo con consentimiento del gobernador de Talavera
Tropas musulmanas al mando de galafrón cruzaron el Tajo con consentimiento del gobernador de Talavera

Esta historia comienza de Ávila, en plena canícula del año 1090. Un pastor llega agotado a la ciudad del Adaja y pide ver al conde don Raimundo de Borgoña, gobernador de ella y casado con doña Urraca, la hija del rey Alfonso VI. El asustado serrano cuenta cómo una partida de moros al mando de un tal Galafrón han cruzado el Tajo y se hallan en “los pinares”, con trescientos de a caballo y cien de a pie corriendo toda la tierra, robándoles sus ganados y aprisionando a sus pobladores y “faciendo grandes desaguisados e que si no les valían fincarían todos muertos e captivos”. Por “los pinares” se conocía a la ladera sur de Gredos, donde al igual que hoy día eran extensos los bosques de pinos.

El conde montó en cólera y pidió su caballo para acudir “a la brega”, pero su mujer “fincó de hinojos” rogándole que no fuera, por lo que el conde hizo sonar las trompas y llamar a sus soldados. Ordenó tomar doscientos caballeros franceses de los suyos y doscientos castellanos de la compañía de Sancho de Estrada y Juan Martínez del Abrojo. También el obispo de Ávila quiso ir a pelear con sus tropas pero no se lo consintieron.

Otros nobles se ofrecieron pero el conde sólo aceptó la participación en la expedición a Fernán López y a Fortún Blázquez. Cargaron además a sesenta rocines y mulas con las viandas y partieron con el pastor como guía. En la “primera nava”, que es como llaman en el relato a la parte de la sierra que se encuentra pasado el puerto de Menga, llegaron más pastores con alimentos y les informaron de que los moros habían pasado ya “el Puerto”, nombre que daban al puerto de El Pico, y que iban ya en dirección a Talavera para cruzar el Tajo con sus muchos cautivos y los ganados mayores y menores robados.

Hay que señalar que ocasionalmente los pastores hacían entonces de soldados serranos para defenderse de las razzias de los musulmanes.

Las tropas de Raimundo de Borgoña descendieron por la calzada del puerto del Pico
Las tropas de Raimundo de Borgoña descendieron por la calzada del puerto del Pico

Como ya era tarde y estaba oscuro, “lobreguido” como dicen en la crónica, se entabló entre los nobles una discusión sobre si avanzar o descansar, pues las bestias se encontraban cansadas después de subir la sierra. Al final decidieron seguir cuatro horas más hasta trasponer el puerto y se emboscaron antes del “albor”en un castañar, probablemente el de Cuevas del Valle. Dieron de comer heno y avena a los caballos y descansaron hasta que les llegaran nuevas noticias sobre el lugar en que se encontraban los moros.

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Puerto y alle de Mijares

Llegó otro pastor que les informó de que los árabes habían avanzado hacia Talavera y se encontraban a nueve millas y media, y de que ese día no seguirían la marcha, por lo que les recomendaba que al llegar la noche avanzaran en la oscuridad guiados por él mismo hasta alcanzarlos. Llegaron otros pastores desde las “navas fondas” de la sierra, los más perjudicados por la acometida de los árabes, y se ofrecieron a unirse a las tropas si les esperaban, pero los caballeros no quisieron hacerlo por encontrarse ya los cristianos muy cerca del campamento de Galafrón.

Sancho de Estrada hizo montar al pastor en un caballo y se dirigieron hacia el soto donde estaba el campamento enemigo. En el camino toparon con un vaquero que les informó de que los musulmanes se encontraban descuidados descansando y con los caballos recogidos en un prado a cierta distancia de las tiendas. Ordenó Sancho de Estrada que Fernán López fuera por sorpresa con cien hombres y les quitaran las monturas.

Los moros que cuidaban a los caballos fueron sorprendidos de madrugada y corrieron hacia el campamento, situado en un soto donde Galafrón reposaba junto a una fuente. Atacaron entonces los cristianos haciendo gran cantidad de cautivos y muertos entre los moros, uno de los cuales fue el propio Galafrón que fue hallado con una lanzada. Las bajas musulmanas fueron trescientas veinte, y once las de las tropas abulenses. Entre el botín que llevaban se encontraron muchas cabezas de ganado

Los caballero cristianos salieron de Ávila para defender la sierra de los moros que cruzaron por Talavera
Los caballero cristianos salieron de Ávila para defender la sierra de los moros que cruzaron por Talavera

También fueron aprisionados tres “malos cristianos” que guiaban a las tropas de Galafrón. Los victoriosos caballeros rezaron en acción de gracias y vieron como llegaban los habitantes de las “navas fondas” con becerros y viandas para agradecerles la lucha mantenida en su defensa.

Fernán López fue nombrado juez para devolver los bienes a sus legítimos dueños y los caballos que traían los moros fueron repartidos entre los señores y escuderos españoles y entre los franceses de las compañías de Raimundo de Borgoña. Al otro día “se dio pregón para volver a Ávila” y tocando las trompas comenzaron el viaje de vuelta y se mandaron cartas al obispo y al conde sobre la buena nueva.

La comitiva estaba formada por las diferentes compañías precedidas del pendón del noble al que pertenecían. Unos custodiaban a los cuatrocientos prisioneros, otros a los caballos o al botín. Pararon una noche en la sierra e hicieron allí grandes hogueras y lo celebraron. A siete millas de Ávila les recibió la compañía de Gimén Blázquez y un poco después el obispo“con asaz de prestes y arciprestes”.

En Ávila la población acudió a dar gracias a la iglesia de El Salvador. El señor conde de Borgoña hizo gracia a los caballeros y al obispo de los moros cautivos y de los caballos que fueron repartidos entre todos.Esta imagen tiene un atributo ALT vacío; su nombre de archivo es santiagopiedret-758x1024.png

Pero pasados los momentos de alegría, el conde envió a Talavera a Fernando de Llanes y a Martín Roanes para que prendieran a su gobernador Sancho del Carpio y lo llevaran a Ávila, quedando el primero de ellos como sustituto del gobernador. Se le acusaba de no haber sido cuidadoso en la vigilancia de la frontera impidiendo que Galafrón y los suyos pasaran el Tajo. Solamente Álvaro Álvarez se levantó ante el conde para defender a Sancho del Carpio, por considerar que había prestado al rey don Alfonso valerosos servicios de armas y que por ello le había dado en premio el gobierno de Talavera, cuando hacía ya siete años se la había conquistado a los moros. Dijo además que Talavera era de jurisdicción real y que por tanto el conde no podía juzgar lo que allí sucediera. Raimundo de Borgoña se irritó tanto ante la defensa que hacía del gobernador que echó de la reunión a don Álvaro, aunque después el obispo intercedió y fue perdonado. Tanto a él como a los otros cinco nobles que habían intervenido en la batalla el conde les dio como premio el privilegio de armar un molino en el río Adaja.

Llegó al poco la comitiva desde Talavera con el gobernador cargado de cadenas sobre “un magro rocino e con gran tristura”.

Detrás iba su mujer Roma Vélez con gran amargura sobre un palafrén con paños negros rodeada de algunos sirvientes. Álvaro Álvarez la llevó a casa de sus padres y allí acudieron a consolar su llanto las mujeres de los nobles.

Mientras, el nuevo gobernador de Talavera recogía los testimonios de varios testigos que aseguraban que Sancho del Carpio había sabido del paso de los moros y lo había consentido. Otros talaveranos se quejaban también de su mal gobierno. Fueron nombrados además dos nobles llamados Lope Moreno y Gómez Sánchez como sus defensores, pero no consiguieron encontrar en la villa ni un solo testimonio en su defensa. El conde mandó también al Notario Mayor de Ávila para que embargara los bienes de Sancho del Carpio en Palencia y a Fernando Llanes para que hiciera otro tanto en Talavera.

El gobernador fue juzgado y condenado a cortarle la cabeza. En el coso mayor, probablemente la plaza del Pan, se armó un tablado. Veinte escuderos y veinte ballesteros fueron a por el traidor a la cárcel y envuelto en una larga cadena fue subido a un caballo después de confesarle el obispo.

Le fue cortada la cabeza delante de los judíos, moros y cristianos de la ciudad y después fue su cuerpo despedazado en cuatro y puestos los cuartos en los caminos de

LA LEYENDA DE NALVILLOS, EL CABALLERO CORNUDO

 

Postal de los años 70 donde aparecen los restos de la alcazaba, escenario de parte de la leyenda de Nalvillos
Postal de los años 70 donde aparecen los restos de la alcazaba, escenario de parte de la leyenda de Nalvillos

Vamos a conocer una leyenda que se basa en hechos históricos y que tiene como escenario la alcazaba de Talavera, situada antiguamente en lo que hoy conocemos como Huerto de San Agustín. Se trata de la Leyenda de Nalvillos, el caballero cornudo.

Nos encontramos a comienzos del siglo XI. Ximén Blazquez es uno de los caballeros cristianos con mayor protagonismo en la reconquista y repoblación de las tierras de la ciudad de Ávila, cuyo territorio limitaba por su extremo sur con la entonces musulmana ciudad de Talavera con la que guerreaban continuamente.

De la estirpe de este noble saldría la familia de los Dávila, con viejas ramas nobiliarias como el marquesado de Velada y el condado de Navamorcuende, territorios cercanos a Talavera que les fueron concedidos a nobles abulenses precisamente por intervenir en la conquista de los mismos a los árabes. Un hijo de Ximén Blazquez se llamaba Nalvillos y su mujer fue raptada en las cercanías de la ciudad del Adaja cuando iba de romería el día de San Lorenzo, durante una algarada que los moros talaveranos.

El joven marido, considerado también un valiente caballero famoso por sus hechos de guerra, ante el agravio infligido por los moros solicitó del concejo abulense que fuesen con él en cabalgada contra Talavera. Así lo hicieron, dejando que cincuenta caballeros acompañaran a Nalvillos y, como dice la crónica, «Quando llegaron a las atalayas çerca de Talavera, metió los cavalleros todos en una çelada, e rogoles e mandóles que no saliesen de allí mientras que no le oyesen a él tañer su bocina».

Una vez dejó a sus compañeros de armas ocultos probablemete junto a la que hoy conocemos como atalaya de Segurilla, Nalvillos se cambió de ropa, cortó hierba, entró en la villa simulando querer venderla y llegó hasta la alcazaba donde su mujer permanecía después de haberla tomado el gobernador militar árabe como esposa. Estando asomada a una ventana, la mujer le reconoció e hizo que pasara al interior, donde le advirtió del peligro de muerte que corría si era descubierto. Pero el joven caballero le insistió en el gran amor que la profesaba y penetró en el interior del palacio.

Pero estando en éstas, «entrava el moro por el alcaçar e mandol ella a Nalvillos esconderse en cavo del palacio. E el moro echose en la cama con ella. E faziendo sus deportes olvidó el amor del Enalviello».

y Nalvillo fue apresado….

Curiosa manera ésta del deporte para llamar en la Edad Media a las actividades eróticas que tan bien debía ejercitar el jefe árabe, a quien ella, arrobada de placer, le preguntó después de yacer juntos sobre el premio que daría a la persona que le entregase a Nalvillos, su mayor enemigo cristiano en el campo de batalla. A lo que el gobernador contestó que le otorgaría la mitad de las tierras y riquezas de su señorío.

Atraída por la oferta y tal vez por los “deportes” que practicaba con el moro, la cristiana traicionó a su marido y lo entregó. Una vez apresado, el gobernador preguntó a Nalvillos qué tipo de muerte daría a su mayor enemigo si, como era el caso, le tuviese en su poder, y el caballero de Ávila respondió que lo quemaría en el lugar más elevado de la ciudad con la concurrencia de todo el mundo después de pregonarlo.

“…y llevaron preso a Nalvillos para ejecu-tarlo en el lugar más alto cercano a la villa…”

Esto mismo ordenó hacer el gobernador árabe. Llevaron leña a Las Atalayuelas, paraje que como ya hemos dicho pudiera tratarse de la atalaya de Segurilla, como lugar de mayor altitud, o bien del primitivo despoblado de Velada conocido como Las Atalayuelas en la finca El Barrero. Cuando le ofrecieron a Nalvillos pedir un último deseo antes de morir, El valiente caballero manifestó que quería tocar la bocina mientras era ejecutado. Pero al hacerlo aparecieron los cristianos abulenses que se encontraban emboscados y causaron gran mortandad entre los desprevenidos musulmanes, quemando vivo al gobernador en la misma pira que tenía preparada para Nalvillos. Entraron después los caballeros de Ávila en Talavera por sorpresa, matando y cautivando a cuantos encontraron y llevándose un gran botín. La mujer de Nalvillos no tuvo mejor suerte que su amante el gobernador, ya que fue también quemada por los cristianos en un paraje que en la crónica se denomina La Alvacoba, lugar que pudiera tratarse del antiguo asentamiento vettón, romano y luego granja de los jerónimos de La Alcoba, cerca de “Talaverilla”.

Antes de embarcarse en esta aventura Nalvillos consultó los augurios de las aves, pues al parecer era un gran escrutador del destino mediante la observación de las vísceras de los animales o el vuelo de los pájaros, por lo que una vez seguro de su éxito se decidió a emprender camino a Talavera con sus huestes para tomar v

Año 1090, EL GOBERNADOR CRISTIANO DE TALAVERA ES EJECUTADO POR TRAICIÓN

 

Tropas musulmanas al mando de galafrón cruzaron el Tajo con consentimiento del gobernador de Talavera
Tropas musulmanas al mando de galafrón cruzaron el Tajo con consentimiento del gobernador de Talavera

Esta historia comienza de Ávila, en plena canícula del año 1090. Un pastor llega agotado a la ciudad del Adaja y pide ver al conde don Raimundo de Borgoña, gobernador de ella y casado con doña Urraca, la hermana del rey Alfonso VI. El asustado serrano cuenta cómo una partida de moros al mando de un tal Galafrón han cruzado el Tajo y se hallan en “los pinares”, con trescientos de a caballo y cien de a pie corriendo toda la tierra, robándoles sus ganados y aprisionando a sus pobladores y “faciendo grandes desaguisados e que si no les valían fincarían todos muertos e captivos”. Por “los pinares” se conocía a la ladera sur de Gredos, donde al igual que hoy día eran extensos los bosques de pinos

Alfonso VI rinde la ciudad musulmana de Toledo en azulejería de Ruiz de Luna

El conde montó en cólera y pidió su caballo para acudir “a la brega”, pero su mujer “fincó de hinojos” rogándole que no fuera, por lo que el conde hizo sonar las trompas y llamar a sus soldados. Ordenó tomar doscientos caballeros franceses de los suyos y doscientos castellanos de la compañía de Sancho de Estrada y Juan Martínez del Abrojo. También el obispo de Ávila quiso ir a pelear con sus tropas pero no se lo consintieron.

Otros nobles se ofrecieron pero el conde sólo aceptó la participación en la expedición a Fernán López y a Fortún Blázquez. Cargaron además a sesenta rocines y mulas con las viandas y partieron con el pastor como guía. En la “primera nava”, que es como llaman en el relato a la parte de la sierra que se encuentra pasado el puerto de Menga, llegaron más pastores con alimentos y les informaron de que los moros habían pasado ya “el Puerto”, nombre que daban al puerto de El Pico, y que iban ya en dirección a Talavera para cruzar el Tajo con sus muchos cautivos y los ganados mayores y menores robados.

El alcázar de Talavera, residencia de los gobernadores cristianos y musulmanes en la Edad Media

Hay que señalar que ocasionalmente los pastores hacían entonces de soldados serranos para defenderse de las razzias de los musulmanes.

Las tropas de Raimundo de Borgoña descendieron por la calzada del puerto del Pico
Las tropas de Raimundo de Borgoña descendieron por la calzada del puerto del Pico

Como ya era tarde y estaba oscuro, “lobreguido” como dicen en la crónica, se entabló entre los nobles una discusión sobre si avanzar o descansar, pues las bestias se encontraban cansadas después de subir la sierra. Al final decidieron seguir cuatro horas más hasta trasponer el puerto y se emboscaron antes del “albor”en un castañar, probablemente el de Cuevas del Valle. Dieron de comer heno y avena a los caballos y descansaron hasta que les llegaran nuevas noticias sobre el lugar en que se encontraban los moros.

Llegó otro pastor que les informó de que los árabes habían avanzado hacia Talavera y se encontraban a nueve millas y media, y de que ese día no seguirían la marcha, por lo que les recomendaba que al llegar la noche avanzaran en la oscuridad guiados por él mismo hasta alcanzarlos. Llegaron otros pastores desde las “navas fondas” de la sierra, los más perjudicados por la acometida de los árabes, y se ofrecieron a unirse a las tropas si les esperaban, pero los caballeros no quisieron hacerlo por encontrarse ya los cristianos muy cerca del campamento de Galafrón.

Sancho de Estrada hizo montar al pastor en un caballo y se dirigieron hacia el soto donde estaba el campamento enemigo. En el camino toparon con un vaquero que les informó de que los musulmanes se encontraban descuidados descansando y con los caballos recogidos en un prado a cierta distancia de las tiendas. Ordenó Sancho de Estrada que Fernán López fuera por sorpresa con cien hombres y les quitaran las monturas.

Los moros que cuidaban a los caballos fueron sorprendidos de madrugada y corrieron hacia el campamento, situado en un soto donde Galafrón reposaba junto a una fuente. Atacaron entonces los cristianos haciendo gran cantidad de cautivos y muertos entre los moros, uno de los cuales fue el propio Galafrón que fue hallado con una lanzada. Las bajas musulmanas fueron trescientas veinte, y once las de las tropas abulenses. Entre el botín que llevaban se encontraron muchas cabezas de ganado

Los caballero cristianos salieron de Ávila para defender la sierra de los moros que cruzaron por Talavera
Los caballero cristianos salieron de Ávila para defender la sierra de los moros que cruzaron por Talavera

También fueron aprisionados tres “malos cristianos” que guiaban a las tropas de Galafrón. Los victoriosos caballeros rezaron en acción de gracias y vieron como llegaban los habitantes de las “navas fondas” con becerros y viandas para agradecerles la lucha mantenida en su defensa.

Fernán López fue nombrado juez para devolver los bienes a sus legítimos dueños y los caballos que traían los moros fueron repartidos entre los señores y escuderos españoles y entre los franceses de las compañías de Raimundo de Borgoña. Al otro día “se dio pregón para volver a Ávila” y tocando las trompas comenzaron el viaje de vuelta y se mandaron cartas al obispo y al conde sobre la buena nueva.

La comitiva estaba formada por las diferentes compañías precedidas del pendón del noble al que pertenecían. Unos custodiaban a los cuatrocientos prisioneros, otros a los caballos o al botín. Pararon una noche en la sierra e hicieron allí grandes hogueras y lo celebraron. A siete millas de Ávila les recibió la compañía de Gimén Blázquez y un poco después el obispo“con asaz de prestes y arciprestes”.

En Ávila la población acudió a dar gracias a la iglesia de El Salvador. El señor conde de Borgoña hizo gracia a los caballeros y al obispo de los moros cautivos y de los caballos que fueron repartidos entre todos.

Pero pasados los momentos de alegría, el conde envió a Talavera a Fernando de Llanes y a Martín Roanes para que prendieran a su gobernador Sancho del Carpio y lo llevaran a Ávila, quedando el primero de ellos como sustituto del gobernador. Se le acusaba de no haber sido cuidadoso en la vigilancia de la frontera impidiendo que Galafrón y los suyos pasaran el Tajo. Solamente Álvaro Álvarez se levantó ante el conde para defender a Sancho del Carpio, por considerar que había prestado al rey don Alfonso valerosos servicios de armas y que por ello le había dado en premio el gobierno de Talavera, cuando hacía ya siete años se la había conquistado a los moros. Dijo además que Talavera era de jurisdicción real y que por tanto el conde no podía juzgar lo que allí sucediera. Raimundo de Borgoña se irritó tanto ante la defensa que hacía del gobernador que echó de la reunión a don Álvaro, aunque después el obispo intercedió y fue perdonado. Tanto a él como a los otros cinco nobles que habían intervenido en la batalla el conde les dio como premio el privilegio de armar un molino en el río Adaja.

Llegó al poco la comitiva desde Talavera con el gobernador cargado de cadenas sobre “un magro rocino e con gran tristura”.

Detrás iba su mujer Roma Vélez con gran amargura sobre un palafrén con paños negros rodeada de algunos sirvientes. Álvaro Álvarez la llevó a casa de sus padres y allí acudieron a consolar su llanto las mujeres de los nobles.

Mientras, el nuevo gobernador de Talavera recogía los testimonios de varios testigos que aseguraban que Sancho del Carpio había sabido del paso de los moros y lo había consentido. Otros talaveranos se quejaban también de su mal gobierno. Fueron nombrados además dos nobles llamados Lope Moreno y Gómez Sánchez como sus defensores, pero no consiguieron encontrar en la villa ni un solo testimonio en su defensa. El conde mandó también al Notario Mayor de Ávila para que embargara los bienes de Sancho del Carpio en Palencia y a Fernando Llanes para que hiciera otro tanto en Talavera.

El gobernador fue juzgado y condenado a cortarle la cabeza. En el coso mayor, probablemente la plaza del Pan, se armó un tablado. Veinte escuderos y veinte ballesteros fueron a por el traidor a la cárcel y envuelto en una larga cadena fue subido a un caballo después de confesarle el obispo.

Le fue cortada la cabeza delante de los judíos, moros y cristianos de la ciudad y después fue su cuerpo despedazado en cuatro y puestos los cuartos en los caminos de

TRES MUCHACHOS EN UNA CUEVA

TRES MUCHACHOS EN UNA CUEVA

Septiembre del 306

Cueva de los Santos Mártires en el Cerro de San Vicente o Monte de Venus
Cueva de los Santos Mártires en el Cerro de San Vicente o Monte de Venus

Entre la grieta que dejan dos grandes moles de granito se asoman los ojos asustados de un joven mientras el viento agita su túnica. Desde la cumbre del Monte de Venus mira como el Tajo se acuesta en el valle. Al fondo, angustiado, vislumbra los tejados de los templos de la ciudad de Ébora. Vincencio ha recogido unas bellotas que lleva envueltas en un pedazo de lienzo. Vuelve sobre sus pasos hasta le entrada casi oculta de una cueva por la que desciende hasta su interior. Con las espaldas apoyadas sobre la piedra dos muchachas esperan aterradas, pero sonríen aliviadas al verle mientras le interrogan con su mirada.

– No se ven soldados. El día ha salido despejado y debemos continuar – dice entre imperativo y cariñoso su hermano.

Los Santos Mártires Vicente Sabina y Cristeta representados en azulejería de Ruiz de Luna en la iglesia de Castillo de Bayuela
Los Santos Mártires Vicente Sabina y Cristeta representados en azulejería de Ruiz de Luna en la iglesia de Castillo de Bayuela

Aunque las hace estremecer el aire que azota la cumbre esa mañana, al salir de su refugio, la luz y el tibio sol de otoño las reconfortan. Con un poco agua de un fontarrón cercano lavan las heridas de sus pies defendidos de una caminata de nueve horas bajo la lluvia tan sólo por unas pobres sandalias. Antes de descender hacia el Piélago, el muchacho mira desconfiado hacia atrás y recuerda las historias que le contaba su abuelo. Aquí mismo se había fortificado el famoso guerrero Viriato y tuvo en jaque a los romanos desde estas alturas. Pero el lusitano al menos tenía armas. Vincencio, sin embargo, sólo tiene la certeza que empapaba todas sus vísceras de que la religión del judío crucificado, la que dice que los pobres heredarán la tierra, era la religión verdadera. Tan seguro estaba que hacía dos días, delante de Dacio, el gobernador que había encerrado a la piadosa Leocadia en las mazmorras de Toledo, había renegado de los viejos dioses asegurando que cuando los romanos los adoraban era como si veneraran a un montón de piedras y palos. Vincencio no lo creía, pero oyó decir a los soldados que le custodiaban que, en la piedra sobre la que descansaba cuando compareció ante el gobernador, quedaron marcados, como si la roca fuera de cera, sus pies y el báculo que le sostenía.

Capilla del eremitoriode la cueva de los Santos Mártires
Capilla del eremitoriode la cueva de los Santos Mártires

Esos mismos soldados le liberaron esa noche y con sus hermanas Sabina y Cristeta había huido entre encinas y enebros hasta el Monte de Venus. No podía permitir que el empecinamiento que Dacio achacaba sólo al fanatismo de los cristianos afectara a sus hermanas. Pero ellas, tanto y con tanta vehemencia habían escuchado hablar a su hermano sobre la nueva religión, que ya le acompañaban en lo que para unos era delirio y para otros eran convicciones profundas. Estaban ya dispuestas a morir con él sin renunciar al nuevo Dios que los emperadores perseguían con tanta saña.

Caminando entre los robles habían llegado al otro extremo de aquellos montes y podían ver frente a ellos la alta sierra de Gredos que deberían cruzar si querían ponerse a salvo. Unos pastores que los encontraron comiendo moras junto al río Tiétar les dieron refugio esa noche. No subieron por el puerto del Pico pues, junto a la calzada, siempre había soldados que controlaban el paso del ganado y de las mercancías. La senda por la que les condujo uno de los cabreros era empinada pero más segura. Después de alimentarse de carne seca durante cuatro días llegaron, tras atravesar los piornales y las praderas de las cumbres, hasta la ciudad de Ávila. Uno de los pastores, interrogado por los soldados, delató a los hermanos y cuando llegaron a la ciudad de los fríos inviernos estaban esperando para apresarles.

Otra vez los ofrecimientos de renuncia, otra vez mantenerse en esa curiosa fe que a Daciano, en realidad, le parecía tan falsa como la suya propia, una forma más de someter a los que debían someterse. Los desnudaron y los sacaron fuera de la ciudad y después les azotaron hasta la extenuación. En el tormento que llaman hecúleo descoyuntaron sus miembros sobre una cruz en aspa. Como no acababan con sus vidas apretaron las cabezas de los tres hermanos en una prensa formada por dos tablones poniéndoles, en fin, grandes losas de piedra y golpeando sobre ellas con grandes mazos hasta que sus sesos quedaron desparramados.

Después de muertos los arrojaron  a una cueva que llaman de la Soterraña. Y dicen las gentes de Ávila que, como no permitieran los soldados que nadie enterrase los cuerpos, una gran serpiente salió de las profundidades levantada la cerviz y dando temerosos silbidos. Cuentan que un judío miraba sus cuerpos con poca reverencia y la culebra se enroscó en su cuerpo casi asfixiándole hasta que prometió, convirtiéndose al cristianismo, levantar un templo que custodiara los cuerpos de los tres muchachos de Ébora.

LOS SANTOS MÁRTIRES HUYEN DE TALAVERA. DETALLE DEL CENOTAFIO DE LOS SANTOS MÁRTIRES EN LA BASÍLICA DE SAN VICENTE DE ÁVILA