EL GRAN ESCRITOR PEDRO ANTONIO DE ALARCÓN PASA POR TALAVERA

Dibujo de Enrique Reaño sobre foto de Clifford del siglo XIX

Pedro Antonio de Alarcón tiene un librito delicioso de viajes en el que uno de ellos tiene como destino el monasterio de Yuste. El escritor pasa por Talavera y reproducimos aquí el texto desde que sale de Madrid hasta que llega  Navalmoral de la Mata.

Si sois algo jinete (condición sine qua non); si contáis además con cuatro días y treinta duros de sobra, y tenéis, por último, en Navalmoral de la Mata algún conocido que os proporcione caballo y guía, podéis hacer facilísimamente un viaje de primer orden—que os ofrecerá reunidos los múltiples goces de una exploración geográfico-pintoresca, el grave interés de una excursión historial y artística, y la religiosa complacencia de aquellas romerías verdaderamente patrióticas que, como todo deber cumplido, ufanan y alegran el alma de los que todavía respetan algo sobre la tierra —Podéis, en suma, visitar el Monasterio de Yuste.

Puerta de Mérida vista por su cara oriental poco antes de su total destrucción

Para ello (suponemos que estáis en Madrid) empezaréis por tomar un billete, de berlina o de interior, hasta Navalmoral de la Mata, en la «Diligencia de Cáceres» — que sale diariamente de la calle del Correo de ésta que fue corte[1], a las siete y media de la tarde. La carretera es buena por lo general, y en ningún paraje peligrosa. Pasaréis sucesivamente por la Dehesa de los Carabancheles, donde los Artilleros tenían establecida su muy notable Escuela práctica; — por las Ventas de Alcorcón y por Alcorcón mismo, que es como si dijéramos por el Sévres[2] de los actuales madrileños ;—por Móstoles, donde os acordaréis de su órgano y de su célebre Alcalde del año de 1808;—por Navalcarnero, uno de los principales lagares que surten de peleón a Madrid;—por Valmojado, que nada tiene de mojado ni de valle, pues ocupa un terreno muy alto y arcilloso;—por Santa Cruz del Retamar, abundante en fiebres intermitentes y en carbones;—por Maqueda, todavía monumental hoy, cuanto poderosa en la antigüedad romana y en tiempos de nuestra doña Berenguela,—y, en fin, por Santa Olalla, patria del historiador Alvar Gómez de Castro y del predicador Cristóbal Fonseca, ambos insignes varones y literatos;—con lo cual, al amanecer (dado que viajéis, como os lo aconsejamos, en primavera o en otoño), os encontraréis en Talavera de la Reina, confirmada (supongo) recientemente con el nombre de Talavera de la República federal[3].

Muchachas pintando cerámica de Talavera en un dibujo de un viajero a principios del siglo XX

Dicho se está que en todo este trayecto no habéis visto casi nada, a causa de la obscuridad de la noche y de haber ido proveyéndoos de sueño, o bien de dormición o dormimiento (como se decía antaño, para evitar confusiones entre la gana y el acto de dormir); y en ello habréis hecho perfectamente, pues no os esperan grandes hoteles, que digamos, en toda vuestra romería;—pero al llegar a Talavera, donde se detiene el coche una hora y se toma chocolate, despertaréis sin duda alguna, y podréis ver al paso muchas y muy buenas cosas Por ahorraros gastos, no presuponemos que caéis en la tentación de pasar todo un día en aquella ilustre villa , cuna del ínclito Padre Mariana; rica de monumentos arquitectónicos; emporio de los opimos frutos y frutas de todo el país que vais a recorrer; renombrada por sus barros cocidos, que os indemnizan del bochorno cerámico que pasasteis en Alcorcón[4], y vecina del memorable campo de batalla en que españoles e ingleses dimos tan buena cuenta de José Napoleón, de Sebastiani, de Víctor y de otros generales del Imperio, con más de 50.000 soldados vencedores de Europa — En otro caso vierais allí, además de las murallas, y la catedral[5], y los conventos, y los palacios, los celebérrimos jardines y alamedas que forman un paseo público a la orilla del noble Tajo —Pero ¡nada! vosotros vais a Yuste exclusivamente, y no podéis deteneros en parte alguna.

Dibujo de Sorolla del castillo de Oropesa

Montaréis, pues, de nuevo en la Diligencia, y , dejando a la izquierda el gran río y viendo siempre a la derecha la cadena del Guadarrama[6] (que, con el nombre de Sierra de Gredos y otros, se extiende hasta Portugal), continuaréis vuestro camino y cruzaréis por delante de la imponente villa de Oropesa, de aspecto feudal, coronada por su viejo castillo y presidida por el magnífico palacio de los antiguos Condes de Oropesa, hoy Duques de Frías — Como sabéis a dónde vais, no dejaréis seguramente de saludar agradecidos aquella villa, ni de pensar con reverencia en los mencionados Condes, cuyos recuerdos habéis de encontrar íntimamente ligados con los del Monasterio de Yuste; y , cumplida esta obligación , pasaréis por la Calzada de Oropesa, último pueblo de la provincia de Toledo; entraréis poco después en Extremadura, y, en fin,  eso de las doce del día os hallaréis en Navalmoral de la Mata[7].

[1] Estamos en 1873, en tiempos de la primera República y por eso dice Alarcón que ya Madrid ya no es corte real

[2] Se burla Alarcón de la cacharrería de Alcorcón comparándola con la fina porcelana de Sévres

[3] Situación similar a la de Talavera en la segunda República, cuando tras el alzamiento del 18 de Julio se cambia el nombre de Talavera de la Reina por Talavera del Tajo.

[4] Vuelve a burlarse de los pucheros de Alcorcón.

[5] Confunde la Colegiata con una catedral.

[6] Confunde el Sistema Central con la Sierra de Guadarrama, en la que incluye a Gredos.

[7] Este viaje se hizo y fue escrito en 1873. Pocos años después se podría hacer este viaje en ferrocarril a Navalmoral de la Mata.

 

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