EXCURSIÓN A PEÑAFLOR

La gran roca de Peñaflor emerge a las orillas del Tajo

Parte nuestra excursión de hoy desde el pequeño pueblo de Berrocalejo, nombre que quiere decir tanto como lugar de berrocales, de paisaje granítico. Se encuentra justo en el lugar donde el Tajo desemboca en el embalse de Valdecañas y para acercarnos a él iremos por la autovía A-5 para, ya en territorio extremeño, tomar la carretera que va hacia El Gordo y seguir hasta Berrocalejo, que fue lugar del señorío de Miranda, aunque antes llegaron hasta aquí las tierras de Avila, cuyos caballeros repoblaron la zona en la Edad Media. Perteneció como Valdeverdeja a al Puebla de Enaciados, hoy despoblada y de la que hablaremos en otra excursión. Se han encontrado también piedras talladas del paleolítico y un verraco vettón.

Puente del Conde arruinado cerca de Peñaflor

Aunque el casco urbano es pequeño, podemos dar un paseo para ver su ermita, su calvario, el lavadero de pilas de piedra de Granadilla y la arquitectura popular de mampostería de granito. También son pintorescas la iglesia y la graciosa ermita porticada de Nuestra Señora de los Remedios.

Vista del pueblo de Berrocalejo

La excursión parte por el cordel que en dirección sur se dirige hacia las riberas del Tajo, cordel que deberemos abandonar como indica el plano para descender por la cuerda que se halla entre el arroyo de Peñaflor y el arroyo del Conde, hacia el risco de Peñaflor.  No tiene pérdida pues la gran roca enhiesta de Peñaflor nos orientará. En el descenso hacia ella iremos viendo a un lado y a otro los restos de dos recintos amurallados, sepulcros y sepulturas, además de ruinas de construcciones romanas y medievales que salpican todo el terreno.

Sepulturas romanas en la necrópolis de Peñaflor

Antes había incluso algunas aras con inscripciones epigráficas y algún miliario romano que han sido retirados por el expolio al que era sometido el yacimiento. También había una mina al otro lado del arroyo de Peñaflor y se localiza la cueva Humá al norte del paraje.

Risco que emerge del Tajo en la entrada del embalse de Valdecañas junto al puente del Conde

El risco de Peñaflor es uno de esos lugares con restos arqueológicos que han dado lugar a toda clase de leyendas, como la que dice que fue escondido en una cueva de la peña un toro de oro, tapándose el hueco con una gran piedra. En un pequeño molino del paraje de la Canaleja también se aparece una moza encantada que sale a peinarse el día de San Juan desprendiendo un agradable olor a tomillo.

Puerta tradicional de una vivienda en El Gordo

Abajo vemos el río modificado por el reculaje del embalse de Valdecañas que también oculta el Puente del Conde, justo hacia donde iba el cordel antes mencionado y una supuesta calzada romana Fue volado durante la Guerra de la Independencia. Puede que tenga cimientos romanos, pero su obra actual se hizo en  el siglo XV por el Conde de Plasencia, don Pedro de Zúñiga, y de ahí su nombre.

En la otra orilla se encontraba otra de esas ciudades-fortaleza hispano musulmanas que jalonaban el Tajo y se perciben las arruinadas murallas y el castillo de Alija, que es como se denominaba. En el patio del castillo se ha levantado una desafortunada construcción.

El Gordo es una de las poblaciones con mayor número de nidos de cig:ueñas.

Las vistas son magníficas pues el gran embalse de Valdecañas, uno de los mayores de España, se extiende hacia el oeste como un mar interior y es muy abundante el número de especies de aves que rondan por la zona.

De vuelta a Talavera pararemos en El Gordo para ver la numerosa colonia de cigüeñas de la iglesia de este pueblo de tan curioso nombre, así como la cercana casa de postas que está cerca del puente de la autovía, una de las mejor conservadas y que también cuenta con algunos nidos.

PATRIMONIO OROPESANO 1, LA IGLESIA Y «LA COMPAÑÍA»

PATRIMONIO OROPESANO

LA IGLESIA

Portada plateresca de la iglesia de Oropesa

La iglesia parroquial de Nuestra Señora de la Asunción conserva algunos elementos constructivos de comienzos del siglo XVI e incluso de finales del XV, época en la que existen documentadas reformas del templo por el IV señor de Oropesa. Esta parte más antigua estaría representada en la torre de las campanas por sus balaustres renacentistas y los pináculos y las gárgolas góticas que la adornan.

Según una tradición, un rayo provocó el derrumbamiento de gran parte del edificio, lo que supuso nuevas obras de reconstrucción promovidas por el III conde, don Fernando, que concluyeron en 1613 como reza una inscripción. Las obras las dirigió el discípulo de Juan de Herrera, Francisco de Mora, simultaneándolas con las de la Capilla de San Bernardo, y su aspecto más representativo es el pórtico sur del templo.

Iglesia de Oropesa. Fachada sur

Se trata de una iglesia con planta de cruz latina que presenta en el exterior altos contrafuertes. Tiene ábside poligonal de cinco paramentos y cuatro capillas laterales. El mayor interés del edificio radica en su portada oeste, una buena obra renacentista con los blasones de los Álvarez de Toledo y de los Pacheco-Figueroa y decoración plateresca de columnas y flameros. Enfrente se perciben todavía los restos de los arcos que debían sostener el pasadizo inacabado por el que hubieran accedido los condes a la iglesia desde el Palacio Nuevo.

Detalle de la portada de la iglesia de Oropesa

El mobiliario y las obras de arte del interior han sufrido diversas vicisitudes a lo largo de la historia. Parece que el retablo original de la capilla mayor estaba muy deteriorado y se sustituyó a finales del siglo XIX por otro neogótico que actualmente se encuentra en la iglesia de Velada. Éste a su vez, fue reemplazado en Oropesa por el que luce actualmente, procedente de la parroquia de Santiago en la villa abulense de Arévalo, cerrada al culto por las vicisitudes de la Guerra Civil. Las imágenes de Santiago, San Pedro y San Nicolás de Bari también proceden de dicha iglesia. En el centro se halla la imagen de la Asunción, titular de la iglesia y parece que los dos cuadros que se sitúan actualmente junto al acceso de la sacristía pertenecían al retablo original. Enfrente de esta puerta se encuentra el altar de San Alonso de Orozco con frontal de cerámica talaverana  de Ruiz de Luna. Otros cuadros y retablos de los diferentes altares y capillas proceden de templos y conventos desaparecidos en el señorío, como Guadyerbas Alta y Baja, Rosarito, San Bernardo etc.

En esta iglesia se custodian los restos de don Francisco de Toledo, virrey del Perú, y los  de algunos de los señores de Oropesa, como es el caso de los segundos condes que reposan bajo dos losas de mármol cerca de la entrada a la torre de las campanas.

Edificio de «la Compañía» en Oropesa

«LA COMPAÑÍA»

En el perfil monumental de Oropesa destaca otro gran edificio que se recorta en el cielo. Se trata de la llamada Capilla de San Bernardo, una enorme mole construida en buena sillería y fundada por Francisco de Toledo, Virrey del Perú, para ser enterrado en ella y ofrecer los servicios religiosos a los alumnos del anejo colegio  menor de jesuitas que también él instituyó, aunque en principio a la Compañía no le parecieron bien sus condiciones y lo abandonaron, para volver cuando el heredero de don Francisco y conde de Oropesa, don Juan Álvarez de Toledo, llegó a un acuerdo con los jesuitas.

Esta capilla debía haberse construido a la vuelta de América del virrey en 1581, pero su caída en desgracia ante Felipe II, que llevó a su encarcelamiento y muerte, retrasó las obras hasta comienzos del siglo XVII. Fueron también dirigidas por Francisco de Mora, discípulo de Herrera y principal ayudante suyo en El Escorial.

La cúpula de la capilla mayor de «la Compañía

La edificación tuvo algunos contratiempos y problemas de presupuesto que llevaron incluso al encarcelamiento del contratista. Esa precariedad fue probablemente la causa de la finalización en ladrillo de la gran cúpula que debería haberse fabricado en piedra, y éste fue precisamente el lugar por donde comenzó la ruina de la capilla, condicionada también por la expulsión de los jesuitas. Se cerró y volvió a abrir al culto en varias ocasiones por las guerras y desamortizaciones del siglo XIX. En 1930 el Duque de Frías, cuya casa se había vinculado a la capilla e incluso había alojado aquí su archivo hasta su traslado a Montemayor, en Córdoba, cedió la propiedad de la misma a la parroquia de Oropesa. Unos años más tarde se desmanteló todo el maderamen, retablos, puertas y ventanas quedando solamente la estructura pétrea del templo que llegó a tener hasta ocho capillas decoradas con magníficos cuadros y retablos además de un rico ajuar. La plata era abundante, como no podía ser de otra manera en una iglesia patrocinada por el Virrey del Perú, e incluso las campanas tenían en su composición una aleación muy rica en este metal. Su biblioteca era muy variada y valiosa, albergando además el archivo de la casa ducal de Frías.

Portada de la iglesia de «la Compañía»

Destaca en la construcción su gran altura y lo sobrio de su decoración arquitectónica con grandes superficies graníticas apenas interrumpidas por sencillos vanos rectangulares. Solamente en la fachada oriental encontramos una sencilla portada renacentista con una hornacina que alberga una cruz que a los lados presenta los escudos de la casa de Oropesa y en las alturas una sencilla espadaña como remate en cada lateral del frontón. Otras dos espadañas más sencillas se levantan detrás sobre dos contrafuertes.  El interior tiene planta de cruz latina con una sola nave de grandes proporciones y capillas laterales que se comunican entre sí. La capilla mayor estuvo adornada por un gran cuadro de Ricci de grandes dimensiones, representando a San Bernardo recibiendo la leche de la Virgen en un magnífico marco de madera labrada. Delante se instaló un cimborrio con adornos dorados. El edificio ha sido recientemente restaurado.

Fachada de «la Compañía» en Oropesa

 

LA MOLIENDA Y SU PICARESCA EN LOS MOLINOS DE AGUA

Piedras de molino francesas mostrando el rayado de la solera, en un molino de Cervera sobre el arroyo Marrupejo

En las cocinillas de los molinos, junto a sus chimeneas de campana, solía haber bancos corridos donde descansaban los clientes mientras se molía su grano. Algunos edificios estaban incluso dotados de dependencias habilitadas como dormitorios, sobre todo si los núcleos urbanos se encontraban muy alejados.

La larga espera de los moledores era proverbial y ha dado origen a numerosos refranes y dichos al respecto: “Más vale aceña parada que amigo molinero”, “En la aceña muele el que primero llega”, “Quien al molino ha de andar cúmplele madrugar” y otros similares[1].

Molino sobre el arroyo tributario del Guadyerbas

Esa espera era a menudo burlada si el molinero era amigo, si se estaba considerado como buen cliente o si se le daba una propina al peón del molino, que sacaba así un no despreciable complemento a su escaso jornal y a las “sisas”.

La molienda se realizaba a cualquier hora, más de noche que de día durante las épocas de prohibición. El sistema de iluminación era el de candiles y carburos que a veces se hacían también necesarios durante el día por la escasa entrada de luz que ocasionaba la compacta estructura de estos edificios que, para evitar inundaciones, reducían al máximo sus huecos, ya de por sí escasos en nuestra arquitectura popular. De todas formas era constante en todos los molinos la presencia de un ventanuco, muchas veces en forma de saetera, que se abría frente a la piedra justo encima de la salida del cárcavo y que tenía como finalidad iluminar las labores de molienda.

Perfecta sillería de granito de un cubo molinero del río Guadyerbas

El molinero se quedaba con frecuencia dormido sobre los costales. Si se acababa el cereal de la tolva, las piedras molían en vacío y esto podía “quemarlas” desgastándose el rayado de las mismas y haciendo necesario repicarlas. Para evitarlo se ingeniaba un sistema de aviso mediante unas chapitas colgadas de un cordel o simplemente una campanilla o changarrita que sonaba al moverse libremente dentro de la tolva por haberse quedado  vacía de grano.

En cuanto al ruido del molino, existen varios refranes e incluso adivinanzas que hacen alusión a él: ¿ Qué cosa tiene el molino, precisa y no necesaria, que no puede moler sin ella y no le sirve de nada?[2]. Se refiere precisamente al ruido que no sólo producían las piedras sino también el rechinar de ejes y correas y el no menos continuo de la chorrera de la presa y el agua saliendo del saetín.

En los molinos pequeños el grano se limpiaba ahechando mediante el cribado con un cedazo que eliminaba la tierra y las pajas. En artificios más modernos y en fábricas de harina se hacía pasar el cereal por máquinas limpiadoras y dechinadoras que se movilizaban por correas accionadas a su vez por los rodeznos del molino. Se les daba mediante ejes excéntricos un movimiento de vaivén apropiado para su función de cribado.

Molino sobre el arroyo Marrupejo

Una vez que el trigo se encontraba “libre de polvo y paja” se solía humedecer mediante el salpicado de una escobilla para después verterlo sobre la tolva. La “cibera” era la carga de trigo que iba abasteciendo a las muelas. Era característico el movimiento de vaivén que transmitía la tarabilla a la canaleja cuando era golpeada por la piedra, consiguiendo así la movilización del trigo en la tolva y su caída hacia el ojo de la muela. En El Quijote (TomoI,

cap. 4) se alude a ello cuando Cervantes escribe “comenzó a dar a don Quijote tantos palos que  a despecho de sus armas le molió como a cibera”.

Mediante el tipo de repicado de las piedras o según se accionara la barra de alivio, se podía adaptar la molienda al tipo de grano con el que se quisiera trabajar o a las características de humedad y grosor del mismo. Incluso se llegaban a moler en los molinos harineros otros productos no cerealísticos como el pimentón o las algarrobas, aunque estas últimas eran más frecuentemente trituradas en molinos caseros de mano.

Ya me he referido al pago maquilero de los servicios de molienda y a cómo la cuartilla enrasada o con copete era el precio más frecuente por el trabajo de moler una fanega de trigo, aunque dependía de los molinos, de los molineros y de la mayor o menor carestía de la vida en ese momento. Además de las truculencias empleadas con las medidas que ya hemos comentado, el molinero solía abusar de sus clientes de diversas maneras, por ejemplo, bajando el alivio al final de la molienda de forma que quedaran separadas las piedras por uno o dos centímetros, sustrayendo así la cantidad no despreciable de harina que permanecía entre las muelas. En otras ocasiones eran simples cambios y tejemanejes con los costales los que distraían la atención de los incautos cambiándose incluso sacos llenos por otros que no lo estaban tanto, o  sacos que contenían cereal de mejor calidad por otros de peor trigo o que estuviera más sucio.

Un ejemplo literario de estas sisas nos lo da “El Lazarillo”, personaje tan vinculado a tierras toledanas, cuando habla del padre del protagonista diciendo que “ tenía cargo de proveer una molienda de una aceña y se le castiga por una sangría mal hecha en los costales”. En El Quijote se cita a una “ramera hija de un honrado molinero” dicho lo de honrado con mucha ironía sin duda.

El refranero nos ilustra con numerosos ejemplos referidos a la fama de escasa honradez de los molineros: “No fíes de maquila de molinero ni de ración de despensero”, o el otro que aparece en La Pícara Justina y que asegura “ Cien sastres, cien molineros y cien tejedores, trescientos ladrones son”

Luis Martínez Kleiser en su “Refranero General Ideológico” recoge alguno más que también se refiere al lugar común del latrocinio en los molinos: “Molinero y sangrador algo parecido son, éste sangra a los mortales y aquél a los costales” o “ Quien te maquila ese te esquila”.

Preguntados los molineros sobre este tema, es curioso que ninguno niega la tópica falta de honradez de su oficio sino que, al contrario, añaden alguna triquiñuela de las que ellos mismos realizaban. Esos mismos molineros, sin embargo, dicen haber ayudado a los más necesitados en épocas de carestía favoreciéndoles en las maquilas o simplemente haciéndoles donativos desinteresados de harina o peces de sus cañales.

[1] Los refranes a los que se alude en este trabajo han sido recopilados en las entrevistas personales con molineros y campesinos pero además se han consultado obras como: MARTÍNEZ KLEISER, L. : Refranero General Ideológico Español, Ed. Hernando, Madrid, 1989.CAUDETE, F.: Los mejores refranes españoles. Ed. Mateos Madrid, 1988.

[2] GARFER , J.L. y FERNÁNDEZ, C. : Adivinancero culto español Ed. Taurus, Madrid, 1990.

EL SEÑORÍO Y CONDADO DE OROPESA

Monumento a Francisco Álvarez de Toledo junto a «la Compañía» de Oropesa

Vamos a conocer algunos datos sobre el linaje que durante siglos gobernó este señorío, una de las casas nobiliarias más antiguas de España cuyo origen según historias legendarias se remonta nada menos que a un tal Pedro de Toledo que habría sido hermano del emperador de Bizancio y que vino a España a luchar con Alfonso VI contra los árabes en 1085. Varios de sus descendientes ya afincados en la ciudad del Tajo desempeñaron cargos importantes en la misma, entre ellos el de Alcalde Mayor. Después de varias generaciones, Juan Álvarez de Toledo comienza a llevar los apellidos que darían nombre a su linaje y uno de sus hijos, don García Álvarez de Toledo, sería el primer señor de Oropesa, Valdecorneja y la Casa del Horcajo, hoy dehesa cercana a Alcañizo. Sirvió como ayo a uno de los hijos de Pedro I el Cruel que le concedió el Maestrazgo de la Orden de Santiago. Cuando el hermanastro del rey se subleva, don García se pasa al bando de Enrique de Trastamara que le hace renunciar a la orden de caballería concediéndole a cambio el señorío que nos ocupa. Seguir leyendo EL SEÑORÍO Y CONDADO DE OROPESA

UNAMUNO SUBE A GREDOS

DON MIGUEL, EL VASCO ESPAÑOLAZO

Primer artículo de una nueva serie de Miguel Méndez-Cabeza, : «Viajes en busca de autor» en el que se relatan viajes por lugares vinculados a escritores que pasearon las españas. Adjunto texto completo del viaje incluido en «Andanzas y Visiones Españolas».

Garganta de Bohoyo
Garganta de Bohoyo

Los viajeros han decidido comenzar a buscar al escritor por uno de los lugares que más le ponían, las cumbres de Gredos. Cuentan que cuando Blasco Ibáñez enseñaba París a Unamuno, al llegar a los Campos Elíseos, preguntó el valenciano al bilbaíno si había visto algo más hermoso y don Miguel respondió con total aplomo: ¡Sí, Gredos!.

Escribe en sus «Andanzas y visones españolas» cómo decide en compañía de sus amigos Eudoxio Castro y Marcelino Cagigal, director de la escuela industrial de Béjar, subir a las cumbres de la cordillera. Desde Salamanca se accede a la sierra por el valle del río Tormes que aguas abajo pasa más abajo a los pies de su cátedra.

Es el verano de 1911 y entonces se ascendía al macizo central de Gredos desde el pueblecito abulense de Bohoyo siguiendo la garganta del mismo nombre hasta el mismo Almanzor, en un recorrido largo pero accesible y que era el más utilizado antes de que se construyera la carretera que desde Hoyos del Espino sube hasta la llamada Plataforma para después trasponer los Barrerones en tumultuosa romería y llegar hasta la laguna Grande de Gredos. No hay mal que por bien no venga y como los invasores urbanos son gente bastante ovina han dejado esta vieja ruta olvidada de la garganta de Bohoyo para el goce y disfrute de quienes no quieren ir acompañados del dominguerismo rampante que todo lo ha invade.

En aquella época se había puesto de moda esta sierra por lo que la frecuentaba don Alfonso XIII en busca de las cabras monteses siguiendo la cinegética tradición borbónica. Tanto es así que se hizo desde Candeleda un camino sólo para que su majestad subiera a dar unos tiros a los cornudos caprinos, tradición también muy borbónica. El pueblo serrano “cedió” amable y voluntariamente su territorio para hacer un coto real, base de lo que hoy es el Parque de Gredos, otro bien que por mal ha venido.

Cuando los caminantes van ascendiendo comentan que don Miguel y sus amigos irían acompañados de su manobre y su caballo y se imaginan la comitiva en la que seguro que no eran los catedráticos los que iban a por el agua o hacían la comida para los distinguidos excursionistas. Incluso llegan a imaginar cómo tan serio y trágico profesor tiraría de pantalón entre los canchales.

Refugio en la garagnta de Bohoyo
Refugio de Las Becedas  en la garagnta de Bohoyo

Vallejones con gargantas que muestran restos de antiguas glaciaciones, bosque de robles solamente al principio, pues curiosamente es en la solana de la sierra donde abundan más los bosques, y sobre todo piornales y prados son recorrido con la sola compañía de las avileñas abandonadas a su suerte por los ganaderos que saben que los cuatreros no se pegarán una candanga de andar para robarles sus vacas, que además se han hecho alpinistas en su soledad y buscan las yerbas en los prados más altos. Y tanto es así que al final de nuestro recorrido las encontramos compartiendo hierba con las monteses a más de 2.300 metros de altura.

El paisaje se va haciendo más árido con berrocales inmensos y grandes lanchas que descubren el batolito granítico en un paisaje casi lunar por donde serpentean las chorreras, las pocas que van quedando ya a finales de agosto. Comentan los viajeros que hasta hace un par de décadas siempre quedaban neveros junto al Almanzor, pequeñas manchas de nieves perpetuas que se veían desde el valle y que con el cambio climático han desaparecido. Grandes fragmentos pétreos cada vez menos rodados van dando al paisaje un aspecto de desierto marciano que sugiere a los dos curiosos los relatos de Lovecraft y sus monstruos primordiales.

Allí comprenden los viajeros la impresión que le  produce al filósofo aquel paisaje hace que vea”el corazón de roca viva” de España, en el Ameal de Pablo ve el “ara gigante de Castilla”. Toda aquella grandeza le sugiere lo que a tantos autores ha sugerido la grandeza de la naturaleza, y pega mandobles a diestro y siniestro, a los “progresistas” y a los hombres de frac que brindan con champán y viven para el “decorum” y la falsedad, a los sociólogos y a los turistas coleccionadores de imágenes. Palabras que podría trasladarse a nuestra época, pasados ya más de cien años desde su periplo.

La Galana y el pico Almanzor desde el final de la garganta de Bohoyo
La Galana y el pico Almanzor desde el final de la garganta de Bohoyo

También a los viajeros les hace el entorno disfrutar de su frugal colación, como decían los curas que debía ser la comida antes de comulgar, y comulgan con don Miguel y sus amigos y también disfrutan de las cosas pequeñas que tanto se valoran cuando el hombre se encuentra lejos de la civilización. La fuente de Los Serranos, uno de sus objetivos está seca y la sed les acucia. Cuando finalmente encuentran una fuente que mana helada en el avanzado agosto casi saltan de alegría al beber de aquellas aguas que los pastores han protegido con piedras del pateo de las vacas.

Cabramontés pastando en la garganta de Bohoyo
Cabramontés pastando en la garganta de Bohoyo

Ya refrescados por el agua de los filtrados neveros de invierno suben los curiosos hacia  la laguna del corral para dar vistas al valle, ese valle habitado por la miseria de los humanos al que le cuesta volver a don Miguel, y allí se sorprenden por la presencia de dos centenares de buitres que levantan el vuelo sobre esa España que tanto le dolía a don Miguel y que ahora tanto les duele a los viajeros, esa España a la que entonces como ahora sobrevuelan los buitres de la avaricia, la envidia, la política mezquina y la incultura. Tal vez sean los mismos abantos. El Almanzor y el circo levantan sus crestas delante de los viajeros que reposan conmovidos delante de un espectáculo grandioso.

TEXTO COMPLETO DEL VIAJE EN «ANDANZAS Y VISIONES ESPAÑOLAS»

DE VUELTA DE LA CUMBRE 

Un en un tiempo famoso profesor de Filosofía, de 
cuyo nombre no quiero ahora aquí hacer mención, solía empezar su curso coa esta pregunta: ¿qué venimos a hacer? Y acabábase el curso sin que ni él ni sus discípulos supieran lo que habían hecho ni si es que habían hecho algo. Así yo también, al tomar hoy la pluma, en esta mañana del día primero de agosto, me pregunto filosóficamente: ¿qué vengo a hacer? 

La tarea parece fácil. He estado hace pocos días en los altos de la sierra de Gredos, espinazo de Castilla; he acampado dos noches a dos mil quinientos metros de altura, sobre la tierra y bajo el cielo; he trepado el montón de piedras que sustenta al risco de Almanzor, he descansado 
al pie de un ventisquero contemplando el imponente espectáculo del anfiteatro que ciñe a la laguna grande de Gredos, y viendo el Ameal de Pablo levantarse como el ara gigante de Castilla, he convivido un momento con el pastor de las cimas y he recorrido, al bajar, las tierras 
teresianas, pasando mi fatiga del viaje por entre los no- gales de Becedas, donde durante unos meses trató a la santa — a Santa Teresa de Jesús, ¡claro está! — una curandera. Traigo el alma llena de la visión de las cimas de silencio y de paz y de olvido, y, sin embargo, nada se me 
ocurre, lector, decirte de ello. 

Algunos relatos de viajes y excursiones llevo escritos ya, pero he de dejar tal vez en el silencio en que los recogí los sentimientos más hondos que de esas escapadas a la libertad del campo he logrado. No he escrito ni creo escribiré jamás mis impresiones de Granada, y en Granada 
pasé una de mis quincenas más repletas de vida. Mien- tras viva reposará en el lecho de mi alma, por debajo de la corriente de las impresiones huideras, aquella santa caída de tarde que a principios del dulce mes de setiembre gocé en el Albaicin, todo blanco de recuerdos. Fue un como baño en algo etéreo. Las lágrimas me subían a 
los ojos y no eran lágrimas de pesar ni de alegría; éranlo de plenitud de vida silenciosa y oculta. 
Pero, ¿quién cuenta todo esto? El público, oh lector, quiere cosas concretas, noticias, datos, informaciones. Y yo cada día odio más la información y me interesa menos la noticia. Uno de los mayores encantos allá en las alturas de Gredos, era carecer de diarios, no ¿recibir cartas. 
Hablábamos a la caída de la tarde, descansando al pie de un ventisquero, de cosas impertinentes a aquella grandiosidad que nos rodeaba, y al mentar uno de nosotros a Maura, un pastor que nos oía hubo de preguntarnos: ¿pero no han matado a ese señor? Sorprendidos por la pregunta y recelando no tuviese noticias más frescas que nosotros, le interrogamos y resultó que se refería al atentado de que dicho señor fue objeto en Barcelona hace 
más de un año. «Hace tres días que lo he leído en un periódico» — añadió el pastor. Y al despedirnos de él para bajar a los valles en que habitan los hombres con sus mujeres, encontramos !a explicación del caso, pues nos pidió los periódicos en que habíamos llevado envuelta nuestra merienda. Era lo que lela, y la noticia del atentado a 
Maura le llegó por un número de periódico que dejaron allá entre los riscos unos excursionistas. ¡Feliz mortal! Había de estallar una revolución a sus pies sin que él se enterase. 
£1 cuerpo se limpia y restaura con el aire sutil de aquellas alturas y aumenta el número de glóbulos rojos, según nos dijo un catedrático de Medicina, pero el alma también se limpia y restaura con el silencio de las cumbres. 
¡Qué silenciosa oración allá, en la cumbre, al pie del Almanzor, llenando la vista con la visión dantesca del anfiteatro rocoso! Dábamos una voz y el eco la repetía dos veces entre las soledades. 
Pero hubo que bajar; hubo que bajar a estos valles y llanuras en que viven los hombres en sus pueblos, alimentándose de sus miserias y, sobre todo, de su incurable ramplonería. Bajé, llegué a mi casa y me encontré con el primer volumen de las obras completas de Gustavo Flaubert, que desde París me envía un amigo, rabioso flaubertiano. Contiene este primer volumen la correspondencia del gran hombre desde 1830 a 1850, es decir, desde sus nueve hasta sus veintinueve años. ¡Pobre Flaubert! ¡Qué aguda, qué dolorosamente sintió la estupidez humana! ¡Cómo se dolió el burgués, el buen burgués satisfecho de sí mismo, que cada mañana, mientras toma su café con leche y su pan con manteca, se informa de las noticias de la víspera! El y Máximo Du Camp, bajando el Nilo, divertíanse en representar el viejo señor inepto, rentero, considerado, en buena posición y de cierta edad, 
y se preguntaban uno a otro si habría sociedad en los pueblos por que pasaban o algún circulo en que se leyese diarios, si se dejaba sentir el movimiento ferroviario, si avanzaban las doctrinas socialistas, si había buen vino, si eran amables las damas, etc., etc. Y este hombre, en cuya alma repercutió más que en la de ningún otro la incurable tontería humana, acabó escribiendo aquel inmenso libro que se Mama Bouvard et Pecuchet, la más amarga rechifla del progresismo. 
¿Hay algo, en efecto, más ridículo que el progresismo? 
Un buen señor que no puede o no quiere o cree que no quiere creer en otra vida y se consuela pensando —¿pero es que piensa? — que el progreso traerá la felicidad .. ¿a quién? Y luego es tan vulgar... ¡tan vulgar!... 
¡Oh, en aquellas cumbres de Gredos, viendo la puesta del sol, la última novedad, la verdadera última novedad! «Nada hay nuevo bajo el sol», dijo Salomón, una especie de catedrático coronado y harto de leer libros. Pero el pastor de Gredos, si supiese expresarse, diría: «todo es nuevo bajo el sol». Todo es nuevo, si, y cada sol es un 
sol nuevo. 

En aquellas cumbres no recibe uno preguntas, quejas, amonestaciones, reproches. ¡Qué lejos allí del buen señor que no quiere que le digan sino lo que él piensa! 
¡Qué lejos, lector amigo, de esos lectores irritables y descontentadizos, que burlándose acaso de los dogmas llevan enquistado en su mollera un dogma formidable! 
¿Cómo podría uno soportar esta terca lucha de un día tras otro y un mes y otro mes y uno y otro año, si no hiciera de cuando en cuando una escapada a las cumbres libres o a los abiertos campos? ¿Cómo aguantar a todos esos señores que se nos vienen dando consejos o disparándonos instikos, si no se recrease utio charlando con cabreros, mendigos, gañanes y toda laya de gente sencilla y a la buena de Dios? 

Y luego en estas ascensiones a las cumbres, en estas escapadas por los campos, se desnuda uno del decorum ) de ese horrendo y estúpido decorum y se pone uno el alma en mangas de camisa. Hace anos ya, en un estudio que rae dedicó C O Bnnge, decía que flaqueo en el sentimiento del decorum. Y asi es, me carga eso que los antiguos romanos llamaban decorum y que no se traduce del todo por nuestro correspondiente decoro. Nada hay más revolucionario que el ponerse el más alto magistrado de una nación a bailar el bolcio tocando las castañuelas. 
Mi mayor odio es al (rae y al sombrero de copa, y no sé cómo Sarmiento, a quien le valió el dictado de loco su poco respeto al decoro convencional, sentía tal superstición por aquella prenda. El decoro es la seriedad de los que están vacíos por dentro. 
Y en estas correrías por campos y montes, ¡qué alivio, qué hondo sentimiento de libertad radical cuando dejando todo decoro se pone uno a hacer y decir chiquilladas! 
Se cuenta cuentos ambiguos o grotescos simplemente sin sentido, se chapuza uno en la infancia. ¡Oh, estas sumersiones en la remota infancia! No sé cómo puede vivir quien no lleve a flor de alma los recuerdos de su niñez. 
Trece volúmenes llevo ya publicados, pero de todos ellos no pienso volver a leer sino uno, el de mis Recuerdos de niñez y de mocedad, donde en días de serenidad ya algo lejana, traté de fijar no mi alma de niño, sino el alma de la niñez. Acaso si a su titulo sencillo le hubiese 
añadido esto: «ensayo de psicología de la infancia», habría tenido algún mayor éxito ese mi pobre y más desventurado libro. Pero eso era profanarlo. Nada de psicoiogiquerias; nada de sociologiquerias, y eso que hay allí 
hasta asomos de sociología infantil. 
¡La sociología! ¿Hay algo más horrendo, más grotesco, más bufo que eso que suelen llamar sociología? Hay en ella «Californias de grotesco», que diría Flaubert. Todas las ramplonerías progresaras, todos los lugares comunes modernos, parece se han refugiado en esa flamante sociologia. Desde allí arriba, desde los canchales de la cumbre de Gredos, contemplábamos con unos prismáticos los pueblecillos del valle del Tiétar, Madrigal, Viilanueva de 
la Vera... Unas montañas nos tapaban a Yuste, donde fue a morir, hastiado de los hombres, nuestro emperador. No se veía a los hombres en aquellos pequeños hormigueros. 
Y héteme otra vez aquí después de haberme dado 
cuerda al corazón con el aire libre de las cumbres, héteme otra vez aquí, en la ciudad, en e! vaho de la ramplonería humana teniendo que soportar el que al lado mío se hable de nuestras diferencias con Francia a propósito de lo de Marruecos o de las cogidas de Vicente Pastor. 
Otra vez a oír comentar durante veinticuatro horas las noticias del día. Me ocurre lo que a Flaubert: «siento un disgusto profundo de lo diario, es decir, de lo efímero, de lo pasajero, de lo que es importante hoy y lo lo será ya 
mañana». 
¡Sea usted más objetivo!, me dijo una vez un redomado pedante, y añadid: «¡Exponga usted menos ideas y cuente más cosas!» Y yo m¿ quedé pensando: ¿Qué entenderá por cosas este mentecato, y en qué las distinguirá de las 
ideas? Sí, ya sé, lo que hace falta es decir algo que pueda luego el lector repetirlo, atribuyéndoselo o no. Es !o que me decía un ingenuo: «Mire usted, yo voy al teatro 
porque alguna frase, algún pensamiento se me queda y puedo repetirlo luego, y en último caso cabe contar el argumento a los amigos; ¿pero a un concierto?, no se me pega la música ..» Y, sin embargo, este ingenuo va al concierto, pero es para que le vean en él y decir que ha estado. Pero tú, lector, me complazco en creer que no 
me pides noticias. Hay otros que te informarán mejor que yo de lo que pasa por el mundo. Y entretanto, acaso no te enteres de lo que pasa en ti mismo. Por mi parte, si alguna vez he logrado llevarte o siquiera acercarte a ti 
mismo, me doy por pagado. 
Vives acaso, lector mío, en un tráfago mundano, entre negocios o entre diversiones. Escápate cuando puedas a la cumbre, ve a pasar unos días al pie del Aconcagua, donde más alto puedas. Deja de pisar el asfalto de los bulevares. Aprende a desdeñar eso que llamamos civilización, y que rara vez es tal, y a extraer de ella lo que de 
cultura encierre. Deja la civilización con el ferrocarril, el telégrafo, el teléfono, el water-clos y llévate la cultura en el alma. La civilización no es más que una cáscara 
para proteger las pulpas, el meollo, que es la cultura. Todo ese formidable aparato de invenciones mecánicas acaba en producir una poesía. Cuando haya surgido el poema de la ingeniería moderna puede muy bien hundirse ésta. 
Y otra gran lección nos da la cumbre, y es enseñarnos a pasarnos sin comodidades. Nada denuncia tanto la ordinariez de espíritu, la ramplonería y plebeyez de alma, como el apego a la comodidad. £1 señor que no sabe viajar sin almohada y baño es un mentecato. El desprecio 
a la comodidad es aún una de las evidentes superioridades de los pueblos de casta ibérica. En ninguna parte estalla tan a las claras la ramplonería humana como en la mesa del comedor de un gran hotel. 
Allí arriba hay que comer poco y frío, y mojarlo con agua, con agua cristalina del deshielo de los ventisqueros. Si a alguien se le ocurriese allí, en la cumbre, brindar con champaña, se le vendría encima el desprecio silencioso de los riscos. El brindar con champaña es el acto más sociológico, quiero decir, más grotesco que ha podido inventar el hombre enamorado del progreso. Y si 
el que brinda lo hace estando vestido de frac, ¡qué enormidad de grotesquez! ¿Has visto, lector, nada más bufo que un señor de frac, con su blanca pechera reluciente 
y acaso un anillo en un dedo» con una copa de champaña en la diestra y brindando? 
A eso llaman, creo, vida de sociedad. Y eso pide, 
claro está, la fotografía para que lo eternice. Y es que hay pocas cosas más sociológicas que la eternización fotográfica. Es lo que llaman ilustración. Porque ilustrar hoy quiere decir añadir fotografías. 
Figúrate, lector, que esta divagación fuese ilustrada con vistas de Gredos, la subida por la barranca, un ventisquero, el pico de Almanzor, el Ameal de Pablo, la choza de un pastor, la laguna vista desde arriba, etc. ¡Cuánto do ganaría esto para los que quieren cosas! 
Y el recurso es excelente. Sé de un cronista a quien no le interesan ni los paisajes m los monumentos arquitectónicos; llega a una ciudad, compra una colección de vistas de ella, se encierra en el hotel, donde se cuida, ante todo, del raeoú, y se pone, con una guía al lado, a 
escribir su viaje. Así es como ha sido tantas veces descubierta esta Salamanca en que vivo, lucho y rabio. 
Basta ya. Dentro de unos día? me voy con unos amigos franceses a pasar algunos en el Santuario de la Peña de Francia, en la sierra de este nombre, entre esta provincia y la de Cáceres. Allí volveré a vivir vida libre. 

MIGUEL DE UNAMUNO
Salamanca, agosto 1911.

UN PASEÍTO POR MONTEAGUDO, EN EL TIÉTAR

Máquinas de Monteagudo y puente sobre el Tiétar

Recorrido aproximado 7 kilómetros, 2 horas

 Como el conocimiento detenido del patrimonio de Oropesa nos llevará su tiempo, vamos hoy a dar simplemente un paseo por la zona conocida como Monteagudo, para lo que nos desplazaremos hasta el límite de provincia por la carretera que une Oropesa y Candeleda. En el camino cruzaremos por la pequeña población de la Corchuela, de la que ya hablamos en un capítulo de la Cañada Leonesa Occidental. Su entorno es muy hermoso por la vegetación que adorna al arroyo de Alcañizo.

Puente de la Mesta sobre el tiétar

Seguimos nuestro camino y llegamos al puente que cruza sobre el Tiétar. Poco antes se encuentra un gran edificio de varios pisos construido a mediados del siglo XIX y que es conocido en la zona como “Las Máquinas de Monteagudo”, llamadas así por ser una de las primeras fábricas de harinas movidas por energía hidráulica en España, antes de extenderse el uso de la electricidad como energía motriz. Un incendio acabó con las estructuras interiores pero podemos imaginar los sinfines que llevaban la harina o el cereal a los molinos, las dechinadoras, las cernedoras que separaban la harina del salvado y otros artificios del sistema para obtener la harina.

Edificio de las Máquinas de Monteagudo

El acceso y compuertas de la turbina que movía toda la maquinaria se encuentran al sur del edificio y también podemos ver siguiendo el canal ya cegado la presa semiderruida que derivaba el agua. Aguas arriba de las “Máquinas” vemos un antiguo molino que de alguna forma nos remonta al origen de estos artificios que finalizan su evolución en las fábricas de harina como ésta.

Fecha de construcción en la fachada de las máquinas de Monteagudo

Río arriba, podemos observar un viejo puente cuyos tajamares denotan considerable antigüedad, al menos medieval. Seguimos por esa orilla río arriba en un ameno paseo hasta la desembocadura del río Guadyerbas en el Tiétar disfrutando del paisaje y de la fauna casi siempre abundante

Molino de agua de odezno junto a las máquinas de Monteagudo

Podemos volver por donde hemos venido o por la fuente de la Tinaja, tal como indica el plano.

El Tiétar cerca de la desembocadura del Guadyerbas

EL NOMBRE DE OROPESA Y SU CASTILLO

UN NOMBRE DE LEYENDA

Escudo de Oropesa en azulejería talaverana

En el siglo XVIII se atribuía la fundación de Oropesa nada menos que a un capitán egipcio que acompañaba a Hércules en una expedición de Ávila a Trujillo. El capitán se habría llamado Oróspedo Arúnculo, de donde derivarían los nombres de Oropesa y la comarca adyacente del Campo Arañuelo, según dato recogido por García Gil y Fernández Arroyo. Pero la leyenda con más arraigo popular y que recientemente se ha recreado en jornadas medievales es la que justifica el nombre por el rescate entregado a los moros para obtener la libertad de una doncella. El precio era el peso en oro de la dama de donde habría derivado el nombre de Oro-pesa, y de ahí que el escudo heráldico de la población sea una dama sobre un castillo sosteniendo una balanza en una mano y la cruz en la otra. El tributo de este tipo a reyes moros aparece realmente en las crónicas y en la literatura épica medievales.

Escudo de Oropesa labrado en la muralla

Aunque este tema de la toponimia es siempre escurridizo, otros autores quieren ver la procedencia del nombre de Oropesa en declinaciones y latines que indicarían que “Oros” significa monte, refiriéndose a la pequeña sierra de La Ventosilla sobre la que asienta el pueblo, y el sufijo “pes” o “pedis” haría referencia a que el casco urbano se situaría a los pies de esa montaña, lo cual evidentemente no es cierto.

Detalle de la torre del homenaje del castillo de Oropesa

EL CASTILLO DE OROPESA

Ya hemos conocido la existencia en época romana de un “castillo comediano” que tal vez se asentara sobre un castro céltico anterior aprovechando las estratégicas elevaciones de la pequeña sierra de la Ventosilla, que domina desde la altura todas las llanuras del Campo Arañuelo hasta Gredos y que protege el paso de la importante calzada y cañada que desde Toledo iba a Mérida pasando por Talavera y Oropesa.

torres meridionales del complejo del castillo de Oropesa

A la época musulmana puede que pertenezcan algunos muros terrizos de la zona nororiental de la fortaleza que tradicionalmente se ha conocido como el “Castillo Viejo”o “Patio Musulmán”. Alfonso X manda restaurar y ampliar el castillo y que se pueble su entorno. Desde la creación del señorío de Oropesa, por merced de Enrique II a García Álvarez de Toledo, hasta su transformación en condado en 1477, parece que se sitúa en el tiempo la construcción del “Castillo Nuevo”.

Puerta sur del castillo y la torre del homenaje al fondo

Lo primero que llama la atención es la torre del homenaje, una esbelta construcción que se sitúa en el centro del lienzo de muralla occidental junto al patio del palacio, actual parador de turismo. La torre está rematada por cuatro garitones en los que se pueden ver encastrados los escudos de los Álvarez de Toledo y los Zúñiga, y un parapeto volado sobre canecillos y defendido por cañoneras y saeteras cruciformes. Actualmente se accede al castillo por la planta baja de esta torre y se puede ascender por sus tres plantas hasta el ático a través de una escalera de madera. La vista panorámica es impresionante. En la planta primera se conserva el solado antiguo y una puerta cegada que daba paso a construcciones hoy desaparecidas. Desde la planta segunda se accede al adarve de la muralla. La planta tercera conserva dos miradores palaciegos y una chimenea.

Aspillera de una de las torres de la fachada este del castillo

La entrada dispuesta en codo para su mejor defensa y los variados aparejos utilizados hacen pensar a investigadores como Ramón Villa en diferentes fases constructivas y en que este primer nivel de la torre pudiera ser incluso de época musulmana.

Una segunda torre se sitúa en el ángulo noroccidental, también tiene en su interior un mirador y se accede a su plataforma desde el adarve. A continuación un lienzo de muralla une las torres segunda y tercera conservando algunos tramos de tapial por lo que, como he señalado, se ha especulado con su origen árabe. De la tercera torre que se encuentra a mitad del lienzo norte de la muralla apenas se conservan los cimientos de su planta circular. La cuarta torre se sitúa en la esquina nororiental y también es circular, aunque mejor conservada y de mayores proporciones. La quinta torre es maciza y de planta semicircular y la sexta es cuadrada y con dos garitones protegiendo dos portillos que la flanquean. Es de las más recientemente construidas y podemos observar en su sillería numerosas marcas de los canteros que la ejecutaron. En el ángulo sudeste del castillo se encuentra la séptima torre, que es de planta cuadrada y de estructura muy maciza aunque bastante arruinada en su parte superior. Esta dotada de mirador y de una escalera de caracol que daba acceso a la plataforma. Por fin, la torre octava se encuentra en el ángulo suroccidental y es circular en su base y semicircular en su planta alta. En el lienzo occidental se abrió en el siglo XVIII un acceso para el patio de armas.

Torre adosada al muro oriental del castillo

En el interior del castillo debemos destacar una escalinata más ornamental que defensiva en el lado occidental, un aljibe situado en el llamado patio musulmán y las caballerizas adosadas al lienzo oriental de muralla que actualmente se utilizan como sala de exposiciones. En la excavación arqueológica de las mismas se descubrieron restos de un edificio anterior y unos moldes para la fundición de campanas que hoy se pueden contemplar a través del solado de vidrio.

Cubo de la muralla de Oropesa reutilizado como vivienda en el portillo del cementerio

Además del castillo, Oropesa conserva una parte considerable de su muralla circundante que podemos empezar a recorrer a partir del ángulo noroccidental del Parador con la Puerta del Paseo. La muralla se mantiene todavía en pie hasta la puerta de La Vega y después, hasta la carretera con un portillo que aún se conserva. A partir de aquí, la destrucción de la muralla ha sido casi total y solamente se conserva un pequeño tramo formando parte de la fachada de una institución bancaria, tampoco se puede ver en la plaza, ni se conserva la antigua Puerta de la Villa, situada antiguamente en el lado septentrional de la plaza. Pero siguiendo su trazado unos metros sí se conserva un tramo considerable aunque no con la altura original. Otra puerta desaparecida era la Puerta de Talavera y ya sobre el cementerio Viejo, delimitándolo por uno de sus lados, se conserva otro lienzo que acaba en una torre circular reutilizada como vivienda y que formaba parte del llamado Portillo del Cementerio.

Vista del castillo desde la esquina noreste

UN POCO DE HISTORIA OROPESANA

Vista general del conjunto monumental de Oropesa

Los restos arqueológicos que se hallan diseminados al norte de Oropesa, aunque se encuentren a menudo en jurisdicción de la villa, están más cercanos a otros municipios, pues la complicada división de términos y dehesas que resultó de las exenciones de las villas respectivas hace que, por ejemplo, muchos de los restos paleolíticos del Guadyerbas se encuentren en término de Oropesa, así como el menhir llamado de Parrillas y otros muchos hallazgos.

Menhir hoy desaparecido situado junto al embalse de Guadyerbas. Se observan numerosas cazoletas.

Son numerosos los útiles de piedra tallada y pulimentada hallados que representan la huella del hombre del paleolítico o de la Edad del Cobre respectivamente, así como los monumentos megalíticos que confirman la presencia humana en esta época, entre dos mil y dos mil quinientos años antes de Cristo. Algunos fondos de cabaña hallados por el autor en la orilla del embalse y un yacimiento en el Golín de la Senda con lascas de sílex y cerámica son muestra de los poblados que en esta época y a lo largo de la Edad del Bronce poblaron el valle del Guadyerbas en término de Oropesa. De la Edad del Hierro contamos con abundantes muestras de que el pueblo vettón habitó la zona dejando sus esculturas zoomorfas como legado. Concretamente en la finca Valdepalacios se conserva un verraco al que le falta la cabeza.

Industria paleolítica de sílex de los yacimientos del río Guadyerbas

Los romanos dejaron una epigrafía abundante, como nos describe Jiménez de Gregorio con una lápida dedicada a Júpiter y otras dos invocando a los dioses manes de las que una de ellas hace referencia a un “castillo Comediano”. Es tradición que esta última desapareció en una restauración de la ermita encontrándose actualmente embutida en el muro. También son numerosos los restos de enterramientos y yacimientos tardorromanos repartidos por sus campos entre los que fue excavado el conocido como de El Rondal, cerca de Guadyerbas las Bajas y que, por los restos hallados de un horno de fundición y algunas herramientas y clavos de hierro y bronce, podemos deducir tuvo utilidad como lugar de producción metalúrgica. Otra villa romana fue localizada junto a una necrópolis en el entorno de la laguna de las Limas.

Guerrero en azulejería de Ruiz de Luna en el Hogar Rural de 1946, situado en la plaza mayor

En el casco urbano se encontró una estatuilla femenina en terracota con datación probablemente romana. Hay autores que aceptan la hipótesis de una primitiva fortificación romana de Oropesa que defendería el estratégico paso de la cañada y calzada que desde Talavera  (Caesaróbriga) se dirigía a Mérida (Emérita Augusta). Algunos fragmentos de cerámica y lo estratégico de su situación, además de algunos topónimos de la zona nos hacen pensar en la pervivencia de población musulmana en Oropesa y su entorno.

Este gran torreón es probablemente el más antiguo de la fortaleza de Oropesa, para algunos podía remontarse a época musulmana

La reconquista de la zona estuvo a cargo de los caballeros abulenses que batieron toda la comarca quedando como huella de aquellas conquistas medievales la pertenencia eclesiástica de La Campana de Oropesa a la diócesis de Ávila hasta hace unas décadas. La repoblación propiamente dicha comenzaría en el siglo XII y ya con Alfonso X se concedieron en 1274 ciertas franquicias a los pobladores del castillo. Nace así la población actual de Oropesa como tal.

Muralla medieval de Oropesa

En 1281 la dona este mismo rey a la Orden Militar de Santa María de España que después se incorporaría a la Orden de Santiago. A comienzos del siglo XIV el castillo es propiedad de uno de sus hijos, el infante don Juan, que otorga a sus defensores los privilegios propios de los Caballeros de Extremadura. Permanece Oropesa vinculada a miembros de la familia real como don Juan el Tuerto y sus descendientes, doña Leonor de Guzmán, favorita del rey Alfonso XI y asesinada en Talavera por su esposa la reina doña María de Portugal, y el infante don Juan de Aragón, hasta que en 1369 se une a la noble casa de los Álvarez de Toledo por donación de Enrique II a don García Álvarez de Toledo.

Uno de los dibujos murales en el Hospital de San Juan Bautista. Algunos de ellos son de época medieval

Continuará

RUTA: UNA VUELTA POR EL ENTORNO DE LAGARTERA

RUTA: UNA VUELTA POR EL ENTORNO DE LAGARTERA

 Recorrido aproximado 8 kilómetros, 2 horas y media

Hornacina del Calvario de Lagartera

 Podemos dar un agradable paseo por el extrarradio de Lagartera conociendo algunos elementos de interés de su paisaje y su patrimonio. Para ello preguntaremos por el camino que va hacia el calvario. En dirección sureste, tomaremos a la izquierda la senda que entre olivares va siguiendo las cruces graníticas de las estaciones del viacrucis. Las tres cruces de la estación del calvario se levantan sobre un plinto también de piedra cerca del que podemos ver un pequeño altarcillo en forma de hornacina coronada por una cruz, y junto a él una roca completamente enjalbegada donde suelen dejar pequeñas cruces hechas de palitos de olivo o de hinojo los lagarteranos que suben hasta aquí haciendo el viacrucis. Vale la pena detenernos en estas alturas desde donde se contempla el núcleo histórico oropesano que destaca al este, el murallón de Gredos al Norte y el caserío de Lagartera delante de nosotros, dominando sobre él la esbelta torre de la iglesia. Al sur se adivinan las sierras jareñas. Seguir leyendo RUTA: UNA VUELTA POR EL ENTORNO DE LAGARTERA

SANTUARIOS DE LA CERÁMICA DE TALAVERA Ermita de la Virgen de las Fuentes en San Juan del Olmo (Ávila)

SANTUARIOS DE LA CERÁMICA DE TALAVERA

Ermita de la Virgen de las Fuentes en San Juan del Olmo (Ávila)

San Pedro de Alcántara en un panel de azulejos de la ermita de la Virgen de las Fuentes

Hoy nos vamos a ir a la Sierra de Ávila, cerca del valle del Amblés. Aunque nuestro objetivo es conocer la cerámica de Talavera que se encuentra repartida por todo el territorio nacional, la Ermita de nuestra Señora de las Fuentes en el municipio de San Juan del Olmo cuenta con otros atractivos que vamos a comentar.

Una de las fuentes de la ermita de la Virgen de las Fuentes

La ermita se sitúa en uno de esos parajes mágicos que desde siempre han tenido una especial atracción para el ser humano. Está en la misma Cañada Leonesa Occidental y junto a ella pasaron y descansaron millones de ovejas merinas que formaban los rebaños que iban a Extremadura a aprovechar los pastos de invierno o que volvían para pastar en los prados serranos en verano. El ganado vacuno avileño famoso por su calidad es también muy abundante en esta tierra vettona que tan cerca tiene ese gran yacimiento de Ulaca.

Capillita de la Virgen de los Arrieros

Pero no solo fue lugar de paso para el ganado, sino que también discurrían por el paraje muchos arrieros con sus mercancías y de hecho hay en el muro oriental una pequeña hornacina con una imagen muy deteriorada de madera llamada la Virgen de los Arrieros, y ante ella se postraban cuando pasaban con sus recuas de mulas, rezaban una oración y dejaban alguna perrilla. Al norte de la ermita se sitúa la necrópolis altomedieval de La Coba cuyos sepulcros labrados en la piedra nos confirman la antigua y persistente población de este territorio.

Decoración en las pechinas de la ermita de la Virgen de las Fuentes

Pues bien, la construcción se levanta junto a dos bonitas fuentes y de ahí el plural de su advocación. Es la típica ermita instalada sobre una surgencia de agua, lugares que desde tiempos prehistóricos han alojado diferentes deidades en alguno de estos locus amoenus donde tan frecuentemente la mentalidad popular ha referido apariciones marianas. Como ejemplos cercanos podemos señalar casos similares como la ermita de la Virgen de la Fuentesanta en la Iglesuela o en Parrillas, o en la propia ermita de Piedraescrita, en la que junto al altar había otra surgencia de aguas y nacimiento de ríos, en ese caso el Gévalo, y en el de la Virgen de las Fuentes el río Almar. Y es que además, en el lado de la epístola del presbiterio hay un pequeño pocillo donde mana agua que era muy demandada por las mujeres de la zona porque tenían la creencia de que bebiendo de ella sería más fácil quedar embarazadas.

Chiqueros de la rústica plaza de toros de la ermita

Por otra parte, el templo actual construido en 1669 parece que se levanta sobre otro que estaría datado en el siglo XII o XIII y que habría tenido una imagen más antigua. En el exterior se sitúa al norte la casa del santero y al noroeste, en unos prados cercados, una rústica plaza de toros con su tribuna granítica de autoridades y los chiqueros, pues al igual que junto a la Virgen del Prado de Talavera en Las Mondas se hacían concurridos festejos taurinos.

Ermita de la Virgen de las Fuentes

El templo se tuvo que reformar a principios del siglo XVIII y cuenta con una sola nave adornada con buenos retablos y algunas imágenes de cierto valor, así como una buena reja, pinturas barrocas murales y yeserías, algunas de ellas muy curiosas como el tetramorfos de la capilla mayor.

Pavimento de azulejaría talaverana en el camarín de la Virgen

El camarín está cubierto de pinturas y yeserías algo deterioradas y tiene el suelo de azulejería talaverana instalada en el año 1759, aunque el motivo de su ornamentación es el típico florón que decoró El Escorial y otros palacios reales desde el siglo XVI, cuando parece que lo diseñó el famoso ceramista talaverano Juan Fernández.

Junto al retablo de la capilla mayor se puede observar en el piso un jarrón de azucenas en azulejería, símbolo de la pureza de María, muy gastado pero que por sus motivos barrocos nos recuerda al de la sacristía de la ermita de la Virgen del Prado de Talavera.

Jarrón de azucenas en el pavimento de la ermita

Solamente tenemos una imagen figurada de azulejería talaverana en esta ermita. Puede que formara parte del frontal del altar mayor o de alguno de los altares laterales y representa a San Pedro de Alcántara arrodillado sobre unas nubes en hábito franciscano y orando ante el crucifijo y la calavera. Entre nubes aparecen unas cabezas aladas de querubines en un rompimiento de gloria y al fondo se ve un paisaje con una casa un río y montañas. La escena se enmarca arriba y abajo con cinta bicolor de azul y blanco con flores y hojas. Policromía en manganeso, verde amarillo, azul, blanco y anaranjado.