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LA MOLIENDA Y SU PICARESCA EN LOS MOLINOS DE AGUA

Piedras de molino francesas mostrando el rayado de la solera, en un molino de Cervera sobre el arroyo Marrupejo

En las cocinillas de los molinos, junto a sus chimeneas de campana, solía haber bancos corridos donde descansaban los clientes mientras se molía su grano. Algunos edificios estaban incluso dotados de dependencias habilitadas como dormitorios, sobre todo si los núcleos urbanos se encontraban muy alejados.

La larga espera de los moledores era proverbial y ha dado origen a numerosos refranes y dichos al respecto: “Más vale aceña parada que amigo molinero”, “En la aceña muele el que primero llega”, “Quien al molino ha de andar cúmplele madrugar” y otros similares[1].

Molino sobre el arroyo tributario del Guadyerbas

Esa espera era a menudo burlada si el molinero era amigo, si se estaba considerado como buen cliente o si se le daba una propina al peón del molino, que sacaba así un no despreciable complemento a su escaso jornal y a las “sisas”.

La molienda se realizaba a cualquier hora, más de noche que de día durante las épocas de prohibición. El sistema de iluminación era el de candiles y carburos que a veces se hacían también necesarios durante el día por la escasa entrada de luz que ocasionaba la compacta estructura de estos edificios que, para evitar inundaciones, reducían al máximo sus huecos, ya de por sí escasos en nuestra arquitectura popular. De todas formas era constante en todos los molinos la presencia de un ventanuco, muchas veces en forma de saetera, que se abría frente a la piedra justo encima de la salida del cárcavo y que tenía como finalidad iluminar las labores de molienda.

Perfecta sillería de granito de un cubo molinero del río Guadyerbas

El molinero se quedaba con frecuencia dormido sobre los costales. Si se acababa el cereal de la tolva, las piedras molían en vacío y esto podía “quemarlas” desgastándose el rayado de las mismas y haciendo necesario repicarlas. Para evitarlo se ingeniaba un sistema de aviso mediante unas chapitas colgadas de un cordel o simplemente una campanilla o changarrita que sonaba al moverse libremente dentro de la tolva por haberse quedado  vacía de grano.

En cuanto al ruido del molino, existen varios refranes e incluso adivinanzas que hacen alusión a él: ¿ Qué cosa tiene el molino, precisa y no necesaria, que no puede moler sin ella y no le sirve de nada?[2]. Se refiere precisamente al ruido que no sólo producían las piedras sino también el rechinar de ejes y correas y el no menos continuo de la chorrera de la presa y el agua saliendo del saetín.

En los molinos pequeños el grano se limpiaba ahechando mediante el cribado con un cedazo que eliminaba la tierra y las pajas. En artificios más modernos y en fábricas de harina se hacía pasar el cereal por máquinas limpiadoras y dechinadoras que se movilizaban por correas accionadas a su vez por los rodeznos del molino. Se les daba mediante ejes excéntricos un movimiento de vaivén apropiado para su función de cribado.

Molino sobre el arroyo Marrupejo

Una vez que el trigo se encontraba “libre de polvo y paja” se solía humedecer mediante el salpicado de una escobilla para después verterlo sobre la tolva. La “cibera” era la carga de trigo que iba abasteciendo a las muelas. Era característico el movimiento de vaivén que transmitía la tarabilla a la canaleja cuando era golpeada por la piedra, consiguiendo así la movilización del trigo en la tolva y su caída hacia el ojo de la muela. En El Quijote (TomoI,

cap. 4) se alude a ello cuando Cervantes escribe “comenzó a dar a don Quijote tantos palos que  a despecho de sus armas le molió como a cibera”.

Mediante el tipo de repicado de las piedras o según se accionara la barra de alivio, se podía adaptar la molienda al tipo de grano con el que se quisiera trabajar o a las características de humedad y grosor del mismo. Incluso se llegaban a moler en los molinos harineros otros productos no cerealísticos como el pimentón o las algarrobas, aunque estas últimas eran más frecuentemente trituradas en molinos caseros de mano.

Ya me he referido al pago maquilero de los servicios de molienda y a cómo la cuartilla enrasada o con copete era el precio más frecuente por el trabajo de moler una fanega de trigo, aunque dependía de los molinos, de los molineros y de la mayor o menor carestía de la vida en ese momento. Además de las truculencias empleadas con las medidas que ya hemos comentado, el molinero solía abusar de sus clientes de diversas maneras, por ejemplo, bajando el alivio al final de la molienda de forma que quedaran separadas las piedras por uno o dos centímetros, sustrayendo así la cantidad no despreciable de harina que permanecía entre las muelas. En otras ocasiones eran simples cambios y tejemanejes con los costales los que distraían la atención de los incautos cambiándose incluso sacos llenos por otros que no lo estaban tanto, o  sacos que contenían cereal de mejor calidad por otros de peor trigo o que estuviera más sucio.

Un ejemplo literario de estas sisas nos lo da “El Lazarillo”, personaje tan vinculado a tierras toledanas, cuando habla del padre del protagonista diciendo que “ tenía cargo de proveer una molienda de una aceña y se le castiga por una sangría mal hecha en los costales”. En El Quijote se cita a una “ramera hija de un honrado molinero” dicho lo de honrado con mucha ironía sin duda.

El refranero nos ilustra con numerosos ejemplos referidos a la fama de escasa honradez de los molineros: “No fíes de maquila de molinero ni de ración de despensero”, o el otro que aparece en La Pícara Justina y que asegura “ Cien sastres, cien molineros y cien tejedores, trescientos ladrones son”

Luis Martínez Kleiser en su “Refranero General Ideológico” recoge alguno más que también se refiere al lugar común del latrocinio en los molinos: “Molinero y sangrador algo parecido son, éste sangra a los mortales y aquél a los costales” o “ Quien te maquila ese te esquila”.

Preguntados los molineros sobre este tema, es curioso que ninguno niega la tópica falta de honradez de su oficio sino que, al contrario, añaden alguna triquiñuela de las que ellos mismos realizaban. Esos mismos molineros, sin embargo, dicen haber ayudado a los más necesitados en épocas de carestía favoreciéndoles en las maquilas o simplemente haciéndoles donativos desinteresados de harina o peces de sus cañales.

[1] Los refranes a los que se alude en este trabajo han sido recopilados en las entrevistas personales con molineros y campesinos pero además se han consultado obras como: MARTÍNEZ KLEISER, L. : Refranero General Ideológico Español, Ed. Hernando, Madrid, 1989.CAUDETE, F.: Los mejores refranes españoles. Ed. Mateos Madrid, 1988.

[2] GARFER , J.L. y FERNÁNDEZ, C. : Adivinancero culto español Ed. Taurus, Madrid, 1990.