ANCHURAS Y SUS ALDEAS
Anchuras de los Montes es localidad situada en la provincia de Ciudad Real pero que geográfica e históricamente pertenece la comarca de La Jara. Este extenso territorio es el alfoz de repoblación medieval de Talavera de la Reina, ciudad que aún hoy mantiene su influencia económica y de servicios sobre la localidad de Anchuras. Esta situación especial es la que ha hecho que se denomine el término de este municipio el «Enclave» o «Rincón» de Anchuras. (El Enclave de Las Anchuras. F.Jiménez de Gregorio, Instituto de Estudios Manchegos, Ciudad Real 1953)
Su territorio se compone de la propia población de Anchuras y sus cuatro aldeas: Encinacaída, La Enjambre, Gamonoso y Huertas del Sauceral, localidad ésta última que se encuentra más próxima a los grabados objeto de este artículo. Todos estos pueblos se sitúan en las estribaciones hacia el sur de las sierras de Altamira, La Hiruela y Sevilleja.
Geológicamente la zona se encuentra como la mayor parte de La Jara sobre rocas consolidadas silíceas y de gran antigüedad sobre las que predominan las pizarras. Las zonas más elevadas de los serratos están formadas por crestas cuarcitas con pedrizas a veces muy extensas tendidas sobre las laderas. Los afloramientos graníticos que se dan más en la zona norte de la comarca, así como los pizarrosos de la zona que nos ocupa están cubiertos por arcillas y cantos de cuarcita formando extensas llanuras llamadas rañas, cortadas y delimitadas por profundos surcos que han sido excavados por los cursos de agua. Se trata de un relieve “apalachense” y en el área donde se localizan los grabados el suelo está compuesto por pizarras silíceas, litarenitas y areniscas de la serie anteordovícica superior. (Julio Muñoz Jiménez: La Jara, en Guía de Espacios Naturales de Castilla-La Mancha, Servicio de publicaciones de la JCCM 1991)
Las sierras cuarcíticas al norte de los grabados de La Etrera ascienden por encima de los 1300 metros mientras que las rañas se sitúan entre los 600 y los 700 metros. La estación rupestre se encuentra a la orilla de uno de los ríos que ha excavado este territorio, el Estenilla.
Los suelos pizarrosos y de cuarcita son en general muy pobres por lo que los cultivos se limitan prácticamente a las llanuras cerealistas de las rañas y a los olivares de las “barreras” y llanuras de menor pendiente cercanas a los pueblos. Los pastos son de buena calidad pero escasos y algunos huertecillos se riegan con las numerosas corrientes de ríos y arroyos que atraviesan la zona, aunque tienen regímenes caudalosos en época de lluvias pero con estiajes prolongados en verano. El caudal medio de los ríos comarcanos es de unos 2m/s en la desembocadura.
Las precipitaciones son más abundantes según ascendemos orográficamente a las sierras adyacentes llegando hasta los 1000 l./m2 con temperatura media anual inferior a los 14º, mientras que en las zonas más bajas como la que aloja los grabados oscilan las lluvias entre los 400 y 600 l./m2, según la cercanía a las elevaciones serranas, sobrepasando los 15º de temperatura media.
La minería ha sido un recurso aprovechado durante siglos. En el entorno de Anchuras y la localidad de Sevilleja, de la que dependía como anejo hasta hacerse municipio independiente en 1785, se han documentado cerca de medio centenar de explotaciones mineras, especialmente de galenas argentíferas y hierro, además de una mina de oro muy próxima, en la localidad de la Nava de Ricomalillo, la llamada mina La Oriental de Sierra Jaeña, la más importante explotación aurífera en el territorio nacional durante los siglos XVII y XVIII y que parece haber sido aprovechada desde tiempos romanos. De ella se extraía el metal para elaborar las conocidas durante el siglo XVII como doblas jaeñas.
En Anchuras se explotó hasta los años ochenta la mina de plata El Brillante, la última en cerrar en la zona y de cuya presa se abastece de agua potable actualmente el pueblo. Colindante con Anchuras se encuentra la localidad de Minas de Santa Quiteria, que es el lugar más cercano a los grabados en el que se documentan minas de cobre así como en el paraje de El Labradillo, en Sevilleja. (“Arqueometalurgia de la Provincia de Toledo: minería y recursos minerales de Cobre, Ignacio Montero Ruiz; Sagrario Rodríguez Montero; Juan Manuel Rojas Rodríguez Malo Editorial: Instituto Provincial de Estudios Toledanos, Toledo, 1990)
En algunos de estos yacimientos es tan frecuente el hallazgo de cierta proporción de estaño junto al cobre que podríamos hablar de aleación natural de bronce, circunstancia que podría explicar los relativamente numerosos asentamientos del calcolítico y el bronce en La Jara, a pesar de ser tan escasos sus recursos agrícolas. (Jesús Carrobles Santos y Miguel Méndez-Cabeza Introducción al estudio del Calcolítico en La Jara Toledana, ANALES TOLEDANOS XXVIII, 1991)
En cuanto a otros yacimientos de cobre que pudieran condicionar la presencia de grupos humanos en la Edad del Bronce la extracción más cercana se encuentra en la localidad de Aldeanueva de San Bartolomé, en la conocida como mina de La Borracha.
Hay algunas instalaciones de aprovechamiento del mineral, tanto en la propia Anchuras junto al río Fresnedoso, como en localidades colindantes. Es el caso de las importantes ferrerías de El Mazo en Navalucillos, el Martinete que da nombre a un paraje en término de Alcaudete de La Jara o el mazo que da apellido al municipio situado al norte de Anchuras, Robledo del Mazo. En este mismo municipio se encuentra también el topónimo minero de arroyo de los Lavaderos. Hay referencias en la obra de Larruga a minas de cobre en término también de Alcaudete. En Campillo de la Jara se han hallado minerales de cobre y estaño. En Los Navalmorales se encontraban las ferrerías de la Herrera y también hay referencias a la existencia de plomo y cobre. En la cercana aldea de Robledo del Buey en el río Estenilla, aguas arriba de los grabados de La Etrera también hay restos de una mina de galena.
La zona fue rica asimismo en balnearios populares cuyas propiedades medicinales eran aprovechadas por los vecinos para aliviar sus patologías reumáticas.
La caza sigue siendo aún hoy, junto al olivar, el principal recurso económico de la zona por las extensísimas zonas de monte bajo cerrado, jarales, encinares y alcornocales con robles, quejigos, enebrales y pinares de repoblación. Una rica flora y fauna muy similar a la del colindante Parque Nacional de Cabañeros, con los venados y jabalíes como especies cinegéticas más abundantes. La pesca de sus ríos pudo ser en la zona un recurso de cierta importancia para las gentes de la prehistoria y la miel es otra de las producciones tradicionales y, de hecho, sus primeros repobladores medievales fueron colmeneros.
El río Estenilla, en cuyas riberas se localizan los grabados, nace en el cercano término de otra población jareña, Los Navalucillos. Discurre en su primer tramo en dirección sur por terreno montuoso para girar hacia el oeste y pasar junto a la aldea de Los Alares. Después de dar agua a algunos huertecillos y molinos hidráulicos, toma de nuevo la dirección sur para llegar a su desembocadura en el Guadiana, en los reculajes del embalse de Cijara y muy cerca de la desembocadura de otros dos ríos que confluyen casi juntos: el Estena y el Estomiza.
Estos ríos fueron sin duda las primitivas vías de comunicación de una zona tan retirada y agreste, además de los caminos que llegaban desde Talavera de la Reina, la ciudad capital del alfoz al norte, y los que llegaban desde el sur, sin localidades importantes hasta desplazarnos muy al mediodía en la llamada Siberia extremeña y el señorío de la Puebla de Alcocer.
Un poco más al norte de los grabados cruza un puente que por su aspecto parece haberse construido en el siglo XIX, tal vez para aprovechar los recursos mineros y para conectar estos territorios con el sur, pues el camino que por él cruza el río viene desde la localidad de El Bohonal, hoy con escasos habitantes pero que fue uno de los primeros núcleos en ser repoblados después de la batalla de Las Navas de Tolosa.
Desde ese momento la frontera entre árabes y cristianos bajó desde el Tajo hasta el Guadiana, dejando el enorme desierto de La Jara para ser repoblado desde Talavera. De hecho, la población madre de Anchuras fue Sevilleja de La Jara, repoblada por mozárabes sevillanos (y también cordobeses que poblaron la cercana Cordobilla, hoy desaparecida). Iban encabezados por su obispo Clemente que pidió tierras al concejo talaverano tras su huida de la represión de los almohades.
Madoz en su Diccionario Geográfico dice que “el terreno es sumamente montuoso, áspero y cruzado de sierras en todas direcciones”. Hemos de recordar también para ilustrar lo apartado y agreste de estos territorios que es aquí donde se producen las incursiones primeras de los Golfines, bandoleros que hubieron de ser reprimidos por la Santa Hermandad Real y Vieja de Talavera antecedente como policía rural de la Guardia Civil y que se funda como una cofradía de autodefensa de los colmeneros perjudicados por las incursiones de los salteadores. Partidas carlistas o de guerrilleros antifranquistas también se refugiaron en estos montes.
En cuanto al entorno arqueológico de los grabados solamente
podemos hacer referencia a las azuelas y hachas pulimentadas halladas en las rañas y a algunos topónimos como “La Torrezuela” (Desde el risco de la Cruz, Domingo Díaz Urbina) o “Las Ruinas” en el valle del Estenilla, al norte de los grabados, así como una Laguna de los Moros también cerca del cercano pueblo de Los Alares y en cuyo entorno se han hallado escorias de fundición con hierro, plomo e indicios de zinc y plata.
En las cumbres cercanas de La Jara Alta, al noroeste de los grabados hay algunos topónimos de etimología probablemente más morfológica que arqueológica, como son “El Castillazo” o “El Atalayón”, aunque hay otros como “Las Moradas”, cumbre más elevada de la zona donde sí que se perciben restos de construcciones precarias, que son de difícil datación pues no aparece cerámica en superficie. Para algunos serían lugares elevados de refugio en la época de la Reconquista, con el significado que, por ejemplo, le da Santa Teresa al término “Las Moradas”, como lugar de refugio y aislamiento, y para otros puede tratarse de castros de ocupación temporal para aprovechamientos de pastos altos, muy similares al yacimiento estudiado en la cumbre de la cercana sierra de La Estrella. Por último, algunos piensan que son simplemente asentamientos pastoriles de difícil concreción cronológica.