Viejo artículo de opinión sobre el único país donde se desprecian los símbolos que unen a sus habitantes: España
Cuando se perpetró la expropiación de REPSOL por el gobierno Argentino, quedé anodadado en Twitter por la cantidad de opiniones de españoles favorables a este expolio ilegal desde un punto de vista supuestamente progresista, y lo curioso es que la expropiación la hacía esa atrabiliaria presidenta de un partido que tiene como héroe fundador a un preclaro dictador fascista, aunque ahora con la proverbial empanada ideológica argentina, se las den de defensores del pueblo y de bolivarianos, condición que uno no sabe realmente en qué consiste, porque no creo que Simón Bolívar hubiera abrazado las teorías políticas de ese otro gran esperpento bananero que es Hugo Chávez.
Una vez más los españoles tirando piedras contra su propio tejado que es un problema que a mi modesto entender tiene sus raíces en el sectarismo rampante de nuestra sociedad. Con el agravante de que en este caso se trata de una “multinacional”, uno de esos bichos diabólicos para la izquierda al estilo de esos seres ancestrales de Lovecraft.
Todo lo que no procede de “los míos”, procede de “los otros” y aunque se hunda tu propia sociedad, si con ella se hunde el adversario nacional cualquier cosa se da por buena.
Recuerdo que determinados autores literarios como Lorca o Antonio Machado, incluso Clarín eran desconocidos para mí en mi adolescencia porque apenas nos hablaron de ellos en el colegio de curas, mientras que cuando llegué al instituto y me dieron clase los barbudos profesores de la época, jamás nombraron a Pereda, Gabriel y Galán, Juan Valera, o Manuel Machado, a quienes consideraban una especie de reaccionarias antiguallas. En ambos casos se despreciaba algo que es patrimonio de todos porque pertenecía a la España de “los otros”.
En los informativos de Televisión Española (sic) ni siquiera se pronuncia el nombre de España y se dice sin embargo “país”, o cualquier circunloquio, cuando esta tierra de conejos ya se llamaba así, Hispania, desde los romanos. Incluso se dice chistosamente lo de ¡EhhhPPaña!
Somos por otra parte un país sin bandera porque la que llevaban los barcos españoles desde el siglo XVIII no se ha querido admitir todavía por la mitad de la sociedad, que solamente la saca en los mundiales de fútbol, Lo del himno y el patético intento de ponerle letra es más de lo mismo y demuestra que ni siquiera somos capaces de hilar cuatro estrofas que puedan unirnos. La trama que aglutina a las sociedades humanas desde la prehistoria, nos guste o no, se sirve en gran medida de los símbolos.
Ni siquiera en la épica y la literatura se tiene cierto respeto por los héroes que hablaban nuestro mismo idioma y estaban imbuidos de nuestra misma cultura, desde la epopeya de América hasta la de cualquiera de los miles de personajes apasionantes de nuestra historia que son dignos de ser novelados o filmados. Solamente la Guerra Civil es fuente perpetua de inspiración, precisamente por ser la sublimación bélica de nuestro perpetuo sectarismo nacional.
Algo similar le sucede a la derecha con todo aquello que no es argumento ideológico de su facción y así, cualquier cosa que suene a medio ambiente les hace sacar el latiguillo de que los ecologistas “son como la sandía verdes por fuera y rojos por dentro”, como si el agua o los bosques no fueran patrimonio de todos. Solamente parece para ellos algo que dificulta el negocio y el fluir del dinero. En el otro lado, el concepto de patria es algo de lo que huye la izquierda como de la peste, cuando curiosamente los cubanos, por ejemplo, no se quitan la palabra de la boca.
Pero todas estas cuestiones también se extienden desde lo nacional a lo autonómico e incluso a lo local, y por ejemplo, algunos prefieren que se sequen sus ríos y se acabe con recurso tan básico antes que unirse a la otra facción en su defensa, y despellejan a quien dice o hace algo que vaya a favor de los intereses de su tierra, si es que lo dicho no va a favor de los intereses de su secta, que por supuesto está siempre por encima de todo en su escala de valores. Incluso consideran el hecho de disentir como un agravio personal digno de miradas aviesas y denegaciones de saludo.
Atizándonos garrotazos enterrados hasta las rodillas como nos pintó Goya.