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AZAÑA, FERNÁN GÓMEZ Y BRENAN EN TALAVERA

AZAÑA, FERNÁN GÓMEZ Y BRENAN EN TALAVERA

El teatro Victoria en el que «invernaba» la compañía de Fernando Fernán Gómez

El presidente de la segunda república, don Manuel Azaña, pasa por Talavera a la vuelta de un viaje al parador de Gredos, como cuenta en sus diarios:

“Al pasar por Talavera el calor era sofocante. Mientras tomábamos gasolina se han acercado al coche unos chicuelos que hablaban entre sí y no los entendía; tan cerrado era su acento. Esta es la tierra donde se dice “lo cerdoha” en vez de “los cerdos”. Don Manuel sufre la canícula talaverana y observa en nuestro modo de hablar las características eses aspiradas de nuestro lenguaje.

Manuel Azaña

Por aquellos mismos años andaba Fernando Fernán Gómez recorriendo nuestras carreteras en una compañía de comedias. Todas sus experiencias sobre aquella vida ajetreada las refleja en esta novela, basada en la cual luego se rodó la película “El viaje a ninguna parte”. Talavera aparece en varias ocasiones en la obra como destino de los cómicos, que refieren aquí la competencia de un actor radiofónico llamado Doroteo Martí que les hacia aquí la competencia.

En la novela de Eduardo Alonso publicada por Austral “Los Jardines de Aranjuez” aparecen varios personajes vinculados a nuestra ciudad, desde una viuda a un cacharrero o un perillán con distintos oficios.

Otros libros en los que aparece Talavera puede que no brillen por su calidad literaria pero aportan una serie de datos interesantes y escenas pintorescas de nuestra ciudad. Es el caso de Féliz González Robles, cuando describe las ferias y mercados de los años cincuenta con curiosas anécdotas y datos entrañables en su libro “Un muchacho en Talavera de la Reina” de Huerga Fierro Editores.

Una calle de la Talavera pobre de posguerra que conoció Gerald Brenan

En la obra de Gerald Brenan “La Faz de España” el escritor inglés describe su paso por Talavera. La impresión que da nuestra ciudad al autor de “Al sur de Granada” es de lo más negativo. Llega a Talavera en los años cuarenta, cuando es una población que había sido machacada por la Guerra Civil y todavía no había experimentado el desarrollo de los sesenta y setenta. Habla Brenan de la vinculación de Talavera con Fernando de Rojas y con el Padre Juan de Mariana, “pero esos antecedentes no han impedido que hoy sea un lugar desagradable y una de las pocas ciudades de España que uno puede llamar escuálidas. Sus calles son polvorientas y están mal pavimentadas, sus edificios o feos o insignificantes y su propia disposición desordenada y sin un plan concreto. Uno no ve ninguna casa encalada. Viniendo del sur con su culto a la elegancia cívica y a la formalidad, uno se siente impresionado por la indiferencia mostrada hacia las cosas estéticas e incluso a la limpieza ordinaria. Talavera consigue combinar las peores cualidades de Castilla y Extremadura”.

Sin embargo, parece que el río le causa una buena impresión. “Pero el río Tajo es hermoso. Es un río realmente grande, con un caudal diez veces el volumen de agua del Guadiana, y con la consistencia y la fuerza de los ríos septentrionales. Así pues, pese a la sequía, discurría en dos amplios canales que ocupaban más de la mitad de su amplio lecho. Su color era de un amarillo intenso -dorado a los ojos de un poeta- y sus orillas estaban flanqueadas con altos álamos de tronco blanco y arbustos de gigantescos tamariscos. El viejo puente, viejo y con muchos arcos, resultó dañado por las crecidas, y un nuevo puente funcional metálico y feo había sido erigido a su lado” El río todavía conservaba su vegetación autóctona y el trasvase no había disminuido su caudal hasta convertirlo en el arroyo de aguas fecales que es hoy día. Don Geraldo, como le llamaban en Las Alpujarras, pasa después junto a la fábrica de cerámica de Ruiz de Luna y le llaman la atención las murallas que “en cualquier ciudad distinta a ésta alegrarían la vista”, y la pena es que en eso tiene razón y seguimos como entonces. Se sorprende también de que no hay agua corriente y que las mujeres pasan horas haciendo cola en las fuentes e incluso se montan jaranas con guitarras para hacer la espera más agradable. Da como explicación al mal estado de la ciudad “que durante los últimos sesenta años las autoridades municipales han sido corruptas y negligentes”.

El gran río Tajo, todavía limpio y caudaloso, que conoció Gerald Brenan

Hay un párrafo en el que el escritor se deja llevar por la melancolía y lo paga con Talavera: “Regresamos al hotel, caliente y lleno de polvo. Se había levantado un molesto viento y, en esas calles que nunca han sido barridas ni regadas, los montones de polvo y las hebras de paja y los papeles se alzan y remolinean por todas partes. Estaba sonando la llamada del Ángelus –un sonido duro y como irritado-, y en el deslustrado café con sus oscuras y cuarteadas paredes, decoradas con frisos de papel que mostraba los efectos de los bichos, y en las cuales colgaba un retrato de Franco lleno de cagadas de moscas y coloristas carteles de corridas. Las fuertes y roncas voces de los hombres sin afeitar que discutían el último partido de fútbol producían una sensación deprimente.”

En fin, parece que a este tan bien considerado snob británico que, como a tantos de su nación les gustaba recorrer el mundo con aires de superioridad pero con una poco disimulable envidia por ciertos aspectos de la forma de vida de los españoles, no le gustó nuestra ciudad y se siente deprimido por encontrarse en “una ciudad fea, un día lluvioso y un hotel desagradable”. Este inglés que tuvo una hija con una adolescente durante su estancia en Las Alpujarras, era sin embargo sumamente delicado en sus apreciaciones sobre nuestra ciudad y sus habitantes, que seguro no intentó conocer con cierta profundidad, como se deduce de lo poco informado que parecía estar con respecto a nuestras tradiciones, pues, por ejemplo, habla de una fiesta del Toro de San Marcos que aquí nunca se celebró y no parece haber visitado ninguno de sus monumentos.