LOS MOLINOS DE AGUA HACIA SU OCASO
Nuevo capítulo de mi obra agotada “Los Molinos de Agua en la Provincia de Toledo” en el que se trata sobre su historia desde el siglo XIX a la actualidad
Con la desamortización cambian de manos no sólo los molinos de propiedad eclesiástica sino que también afectan las expropiaciones a molinos concejiles[1].
En el siglo XIX la coincidencia con los edificios actuales es todavía mayor y en el caso del trayecto del Tajo desde Puente del Arzobispo hasta el límite de provincia, los molinos que he podido estudiar hoy en día, corresponden uno por uno con los que ya existían en 1842, salvo el conocido como Molino Nuevo que, como su nombre indica, fue construido más recientemente[2].
Durante las tres últimas décadas del siglo XIX y primera del XX se observan y documentan abundantes reconstrucciones y algunas nuevas edificaciones que están dotadas de los últimos adelantos tecnológicos. Una prueba de ello es la abundancia de inscripciones con fechas de esa época que se pueden observar en los revocados.
En estos años comienzan a instalarse turbinas hidráulicas adaptadas a los antiguos molinos de rodezno. Es el caso del molino del Estanco en Riofrío, algunos molinos manchegos que antes se movieron por el sistema de regolfo y un ejemplar de Villarejo de Montalbán que además suministraba energía eléctrica a este pequeño pueblo.
Se llegan a construir también algunas fábricas de harina por turbina hidráulica con una mayor complejidad en sus instalaciones. La fuerza del agua ya no moviliza sólo las piedras sino que también dinamiza toda la maquinaria accesoria como limpiadoras, dechinadoras, cernedoras, cintas y tornillos de Arquímedes para el transporte del grano etc. Algunos ejemplos de esta industria molturadora directamente descendiente del molino de agua son Las Máquinas de Monteagudo en Oropesa, las fábricas de Villacañas o las de Toledo y Talavera[3].
La introducción del motor diésel, principalmente a partir de los años treinta, precipita la decadencia de nuestros viejos artificios. Aun así muchos de estos motores se adaptarán a los molinos de agua para completar su rentabilidad en épocas de sequía, aumentando así el periodo útil de los mismos. El motor se solía instalar en la misma sala del molino o en dependencias anejas. Desde allí movilizaba con una correa el eje de la piedra u otros ejes que suministraban energía a la maquinaria accesoria. Es característica en la imagen de estos molinos con motor, la presencia de un depósito de agua exterior de unos dos metros cúbicos de capacidad que era necesario para la refrigeración de los antiguos motores diésel.
La Guerra Civil disminuye tanto los abastecimientos mecánicos como el suministro de petróleo y se producen así casos curiosos, como el del molino Ovejero de Parrillas que dejó de funcionar porque tras una avería una de las piezas del motor debía suministrarse desde zona nacional y otra desde la parte republicana. Otro caso de adaptación a la penuria de la época es el de un molino en Sotillo de las Palomas que fue impulsado por un motor de vapor de agua, al parecer adaptado de una vieja locomotora. Cuentan los testigos que generaba tal gasto de madera que apenas pudo funcionar un par de meses pues si no se hubiera detenido su funcionamiento habría acabado con la riqueza forestal de la Sierra de San Vicente, donde se localizaba sobre el río Guadyerbas.
Pasada la contienda, el Servicio Nacional del Trigo asume el monopolio cerealístico como respuesta del régimen a la carestía de la posguerra[4], pero paga precios muy reducidos a los agricultores que, ante esta circunstancia y la demanda de «pan blanco» de estraperlo que era en general de mayor calidad, prefieren ocultar al menos parte de sus cosechas para consumo propio o para venderla a particulares en condiciones mucho más ventajosas.
Pero todo este trigo, digamos sumergido, debe molerse en algún lugar oculto de la inspección de los temidos agentes de Fiscalía de Tasas que vigilan y penalizan el estraperlo, precintando las piedras de los molineros que burlan los controles estatales, al no declarar ni inscribir en el libro obligatorio de registro de maquilas la cantidad total del cereal que se ha molido realmente.
En el estudio ya clásico en antropología que Julián A. Pitt-Rivers dedicó al pueblo gaditano de Grazalema a principios de los años cincuenta, se describe esta misma situación que por su interés y por coincidir en esencia con los testimonios que he recogido entre los molineros toledanos reproduzco a continuación[5].
A En realidad la organización de control de productos alimenticios no controla más que el cincuenta por ciento de la cosecha. Esto es fácil de explicar. Los funcionarios responsables de inspeccionar la producción son también agricultores. Se declara menos de lo que se siembra y de la extensión declarada sólo se admite haber cosechado la mitad. Además, al agricultor se le permite retener grano para la siembra del año siguiente y cierta cantidad más para su manutención, en lugar de la parte del racionamiento que le corresponde. Puesto que el precio que paga el gobierno por el grano no guarda relación con el precio real, un agricultor que hiciera todos los años una honesta declaración pronto quedaría arruinado. El grano declarado es recogido por el inspector y, según dice la gente, para proveer la insuficiente ración de pan se envía al pueblo otro grano de inferior calidad. Este es el grano que se muele en el molino oficialmente autorizado, que es eléctrico y está situado en Grazalema. La cosecha no declarada sigue un camino diferente y más natural de productor a consumidor. Se deposita en molinos oficialmente clausurados y sirve para abastecer de pan no racionado que se vende abiertamente en las casas de campo. Hay en la zona una gran cantidad de molinos que trabajan ilegalmente. Aprovechan las corrientes de agua que vienen de la sierra. Lo traen en burros que hacen el viaje en solitario o por parejas, a veces de noche por miedo al inspector.
Afortunadamente para los molineros la Guardia Civil era, en general, más benévola con ellos y con los estraperlistas que los agentes de Fiscalía de Tasas. Había varias razones, los molinos eran lugar de refugio para los guardias si había malas condiciones climatológicas, en ellos se realizaban relevos y controles de las patrullas pues muchas veces eran los únicos lugares poblados en las zonas agrestes. Les diré como anécdota que un molino sobre el río Sangrera conservaba todavía sobre las puertas antiguas pintadas de la Federación Anarquista Ibérica junto a las firmas de los guardias civiles que hacían allí sus relevos en los años treinta y cuarenta cuando deambulaban partidas de maquis por la zona.
Se establecía por todo lo anterior una lógica relación humana entre los guardias y los molineros. La penuria de postguerra acuciaba a todos y un costal de harina de vez en cuando en la puerta del cuartelillo suavizaba la vigilancia, según me relataba un viejo molinero. En este periodo de estraperlo muchos molineros se enriquecieron cobrando maquilas abusivas de hasta el cincuenta por ciento de la harina. Los molinos más alejados o peor comunicados son los que más se aprovecharon de estas circunstancias. Cuantas jugosas anécdotas he escuchado a los molineros sobre esta época, pero eso sí, una vez que les convencía de que mi persona no tenía nada que ver con instituciones estatales y solamente me guiaba el interés etnográfico, y eso que solamente había transcurrido medio siglo desde que sus molinos dejaron de funcionar.
Casi todos los molineros tenían preparados escondites muy diversos para ocultar el grano o la harina molida ilegalmente. Falsos techos, cubículos secretos, trampillas, cuevas, agujeros tapados con lanchas de pizarra o simplemente los jarales más cercanos servían para esconder rápidamente la mercancía de los ojos de los inspectores o de la Guardia Civil.
Un molinero me relataba cómo, nada más salir el agente que le había precintado las piedras y todavía caliente el plomo, se movía el alambre del precinto para que quedara holgado y poder así precintarlo y desprecintarlo a voluntad según la demanda estraperlista. En otras ocasiones se levantaba con delicadeza la piedra volaera que se había precintado y se colocaba otra diferente para moler. Un molinero relataba cómo incluso era avisado por el propio cabo de la Guardia Civil que enviaba por delante de él una perrita que advertía con su presencia de la no deseada visita de los temidos agentes de Fiscalía de Tasas.
A veces los avisos no eran suficientes y el molinero era cogido in fraganti. Por ejemplo, aquel que tras limpiar escrupulosamente toda la maquinaria del molino y una vez convenientemente reprecintada la piedra,
fue denunciado por haber olvidado sacudir una prenda tan integrada en el físico de nuestros campesinos como es la boina, que con su blancura lo delató ante el funcionario.
He escuchado el relato de penosas travesías nocturnas, incluso de vadeos de corrientes fluviales para eludir la vigilancia. Es el caso de gentes de El Carpio de Tajo que cruzaban el río para acudir a los molinos menos vigilados de Villarejo de Montalbán para, después de la travesía nocturna, estar de vuelta antes de que saliera el sol.
Sin embargo, esta época de bonanza para los molineros era la del canto del cisne de los molinos de agua pues, aunque algunos molineros se lucraron considerablemente con las circunstancias antes referidas, el avance de la electrificación rural durante la década de los cincuenta y el abaratamiento de los combustibles, junto con la motorización del transporte, hicieron aparecer molinos no hidráulicos en muchos pueblos. Además, estos nuevos molinos estaban situados en el mismo casco urbano y a disposición más cómoda de los agricultores.
Aparecen, en fin, las fábricas de harina situadas en las cabeceras de comarca donde al mismo tiempo también se localizan los grandes silos estatales de almacenamiento de grano. El molino de agua agoniza en los años sesenta sirviendo ya solamente para la molienda de piensos en lugares muy puntuales y más bien apartados. En los ochenta no localicé ningún molino corriente y moliente en nuestra provincia si bien, alrededor de una docena mantienen su maquinaria en relativo buen estado.
[1] HIGUERUELA DEL PINO, L. : La Desamortización en Talavera de la Reina, Ayuntamiento Talavera,Talavera, 1995, pp. 22 y 27. PORRES MARTIN-CLETO, J. La Desamortización del Siglo XIX en Toledo, Toledo, 1966.
[2] MADOZ, P. : Diccionario Geográfico, Facsímil de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha sobre la obra de 1842, Salamanca , 1987, ver ATajo@ y los epígrafes de cada uno los pueblos ribereños.
[3] FERNANDEZ SANCHEZ, I. : Historia de Talavera de la Reina, 1896, facsímil, Talavera , 1983.p. 334.
[4] MAPA NACIONAL DE ABASTECIMIENTOS DE 1945, Madrid, 1946, p. 242 y EL SECTOR HARINERO EN LA PROVINCIA DE TOLEDO, Toledo, Federación Empresarial Toledana, 1966, pp. 17-22.
[5]PITT RIVERS, J.A. : Un pueblo de la Sierra de Grazalema, Madrid, Alianza Editorial, 1989, pp. 81 y 82.
Leyendo el artículo sobre el ocaso de los molinos me he sentido muy identificado con los relatos que contaba mi abuelo del molino que tenía su padre en Fuencaliente (Ciudad Real). Lo del precinto de las piedras, el chivatazo de un funcionario del ayuntamiento, los sobornos a la Guardia Civil, limpiar todo el molino inclusive las piedras con agua,… Gracias por ofrecer estos temas.