LA VIDA DEL MOLINO
Otro capítulo de mi libro «Los Molinos de Agua de la Provincia de Toledo»
En este capítulo comenzaremos a hablar de la vida de los edificios de los molinos de agua, para hablar de la vida del molinero en otros sucesivos.
De las entrevistas que he podido realizar se deduce que no es el de molinero un oficio especialmente hereditario. La propiedad del edificio sí que pasaba con más frecuencia de padres a hijos, aunque también era frecuente, sobre todo en molinejos de arroyo, que el peón, después de años de trabajo accediera a la adquisición de la máquina. En otras ocasiones, mediante la venta de un molino se conseguía la propiedad de otro de mayor envergadura y productividad.
Lo cierto es que casi ningún molinero ejercía con exclusividad este oficio, salvo en las grandes instalaciones del Tajo. Aunque de todas formas el refranero y los dichos populares dan un halo de seguridad y rentabilidad al oficio: “A buen año o malo, molinero u hortelano”, “Ten molino o almazara o cosa que para”, “El loco al monte y el cuerdo al molino”, “Abejas, ovejas y piedra que trabaja, desea a su hijo la vieja”.
También hay refranes que nos hablan de la dureza del trabajo de molinero : “Espalda de molinero y puercos de panadera no se hallan donde quiera”. Otros nos sugieren la inseguridad que la escasez o abundancia de caudal daba a este oficio: “Mientras tiene agua el molino, el molinero bebe vino, que si agua no tuviera agua bebiera”.
Parece que el molino de viento causaba a sus dueños menos sinsabores que el de agua y así nos lo atestigua el dicho “ De viento molinero poco trabajo y mucho dinero”
La dureza del trabajo y sobre todo la continuidad del mismo, que obligaba a la permanencia noche y día en el molino, conseguían que muchos molineros vendieran su artificio para volver a anteriores ocupaciones como la agricultura, la ganadería o a otros oficios artesanos que, en la mayoría de los casos, no habían abandonado totalmente simultaneándolos con el maquileo. Con el resultado de la venta compraban tierras o ganados subiendo así, generalmente, de estrato social. Constituía pues el molino un peldaño intermedio y no siempre definitivo en la escalada de mejores condiciones de vida o simplemente un complemento muy importante de la economía agropecuaria de algunos campesinos.
Esta falta de exclusividad en el desempeño del oficio de molinero se ve reflejada en el Catastro de Ensenada, donde se evidencia una clarísima falta de relación entre el número de molinos declarados y el número de personas que dicen vivir solamente del trabajo de molinero. Podemos citar como ejemplo el caso de un pueblo con tradición de molienda como es San Pablo de los Montes donde, aún existiendo nueve molinos de agua, no hay ni un solo vecino que declare ser molinero. Únicamente en Navahermosa y en Campillo de la Jara se puede observar cierta relación entre el número de molinos y el de molineros dedicados a su explotación. En otros lugares como Villanueva de Alcardete o Corral de Almaguer se registra un número muy inferior de molineros comparamos con el de los molinos en funcionamiento. En este catastro solamente son treinta los molineros que se declaran como tales en toda la provincia mientras que el número de artificios supera con mucho los dos centenares. En Puente del Arzobispo se da el único caso donde se alude directamente a la profesión que desempeña simultáneamente el molinero que declara dedicarse además a la confitería.
Estos datos son facilitados por las respuestas generales de dicho catastro, pero si fijamos nuestra atención en las declaraciones individuales correspondientes a cada vecino de un pueblo determinado podremos obtener noticias sobre las profesiones que se asocian a la de molinero. Así por ejemplo, en un estudio sobre Castillo de Bayuela, vemos que de cinco molinos declarados cuatro de ellos son regentados por labradores y otro de ellos es propiedad de un cirujano del pueblo que además de sangrar a sus pacientes maneja el artilugio.[1]
Muchos de los trabajadores de los molinos fueron simples asalariados, por lo que la llamada “utilidad” o valor fiscal de su trabajo figura en el apartado correspondiente a “jornaleros” del catastro citado.
Sucede algo similar con los molinos de mayor entidad situados en las orillas del Tajo de forma que, por ejemplo en Talavera, con dos grandes aceñas y tres molinos de arroyo, no figura como tal ni un solo molinero entre las profesiones de los habitantes de la ciudad.
Otra dificultad añadida para la localización de los molineros viene dada por el hecho de que lo que realmente da el valor fiscal impositivo es el edificio molinero tomando como referencia su producción, y no el oficio en sí como sucede en el caso de otros artesanos.
Este Catastro de Ensenada[2] anota en las declaraciones individuales las medidas del edificio, lo que aporta datos para comprobar si los restos actuales de los molinos coinciden en sus proporciones con las dimensiones de los artificios que ya molían en el siglo XVIII. Podemos así obtener consecuencias interesantes sobre la pervivencia actual y la evolución de la tecnología y arquitectura de nuestros molinos. Por mis impresiones personales y las medidas que de modo general he podido obtener, tengo el convencimiento de esa pervivencia de siglos en muchísimos de los edificios molineros que han sido reutilizados una y otra vez a lo largo de los siglos, en algunos casos incluso desde la Edad Media.
[1] DEZA AGÜERO, A. : Castillo de Bayuela a mediados del siglo XVIII, Madrid, 1986.
[2] A.H.P.T. Sección Catastro de Ensenada, Libros Maestros o Respuestas Particulares.