COSAS , CASOS Y CASAS DE PUTAS
El destilado de la marginación femenina produce un licor pútrido que se llama prostitución. Como esos otros licores y filtros de amor que elaboraba la » puta vieja» por antonomasia, la protagonista de la obra de nuestro paisano Fernando de Rojas, La Celestina. Vive esta mujer en el lugar más sucio de la ciudad, junto a las tenerías, las prostitutas actuales no han mejorado en cuanto a su ubicación en barrios enquistados en las ciudades opulentas, o en sórdidos puti-clubs de carretera. La afición de la Celestina al vino es uno de sus rasgos más característicos, hoy el alcoholismo y las toxicomanías más feroces se encuentran indisolublemente unidas a la vida de muchas prostitutas y , con frecuencia, han sido la causa del inicio de su mala vida.
Pero es sorprendente, en una obra escrita a finales del cuatrocientos, cómo el autor sugiere que no debe achacarse la conducta de La Celestina a una naturaleza dedicada al mal desde su nacimiento, sino a funestas influencias y circunstancias sociales; es un avanzado para su época que, en boca de Pármeno, nos dice que la causa de la degradación de la remiendavirgos viene de » la necessidad y pobreza, la fambre. Que no ay mejor maestra en el mundo, no ay mejor despertadora y avivadora de ingenios».
Si la actidud social hacia los marginados está siempre cargada de unas grandes dosis de hipocresía, el paradigma de esa actitud es la que socialmente se ha mantenido siempre con la prostitución. Llega a decir la Celestina que » cada día hay hombres penados por mugeres y mugeres por hombres, y esto es obra de Natura y la Natura ordenóla Dios«.
En efecto, el llamado oficio más antiguo de la humanidad fue considerado sagrado por algunas culturas antiguas y el cristianismo ha adoptado una actidud ambivalente, la prostitución es condenable pero perdonable y de hecho, en el Nuevo Testamento, algunos de los pocos personajes femeninos que aparecen con cierto protagonismo son mujeres de vida alegre, a la adúltera cuando es perseguida por los fariseos, Cristo la perdona y muestra uno de sus pocos momentos de agresividad al dirigirse a sus perseguidores con aquello tan mordaz de «el que esté libre de pecado que tire la primera piedra». María Magdalena es otra cortesana convertida que también aparece en los evangelios, nuestra tradición cultural cristiana-occidental se mezcla frecuentemente con ritos paganos y así por ejemplo, en las fiestas de «La Madalena» del pueblecito de Garciotún, cantan las mujeres canciones de tono erótico cuando conmemoran a la santa prostituta. Incluso existe en el santoral una patrona de las llamadas mujeres de vida alegre, Santa María Egipciaca, aquella mujer que pagó su viaje a los santos lugares con favores sexuales a la tripulación del barco durante toda la travesía. Era ella quien apadrinaba algunos de los beaterios de arrepentidas o arrecogidas, instituciones cristianas que, a su manera, intentaban dar una respuesta al problema de la prostitución. En nuestro entorno, tras la Guerra Civil fueron internadas en el Convento de Calzada de Oropesa más de quinientas mujeres, muchas de ellas prostitutas, los resultados no debieron ser muy fructíferos ya que las monjas, dada la algarabía en patios y claustros, decidieron marcharse a otro convento.
La piedad o la horca , el regeneracionismo paternalista o la represión pura y dura se han alternado desde siempre en la actitud social hacia los marginados mezclándose, en el caso de la prostitución, con aspectos de mera prevención sanitaria. No creamos que los modernos dispensarios, y los intentos poco exitosos de regular la prostitución son algo de nuestros días, el talaverano Padre Juan de Mariana, pionero de las ciencias históricas en España, hace referencia en su tratado «Contra los juegos públicos» a una ley de Felipe II de 1571 por la cual a » el padre de la casa pública, antes de ser admitido a tal oficio sea aprobado por el regimiento y no comience a ejercitar el dicho oficio hasta no haber jurado que guardará todo aquello que se manda guardar en esta ley». Casi nada, un examen de proxenetas. «Haya médico o cirujano que cada ocho días visite a estas mujeres». No estén en las casas públicas mujeres casadas, o que tienen padres en la misma ciudad, o mulatas. Contiene además otras disposiciones por las que se intenta impedir la explotación en las mancebías mediante la prohibición de préstamos de los rufianes a sus pupilas. Pero incluso hoy día, el problema de todas estas legislaciones «sociales» es su cumplimiento y el Padre Mariana acaba su disertación lamentándose de que « por demás son las leyes si no se cumplen».
Como vemos, la ideología dominante ha hecho que históricamente la prostitución se acepte, siempre que se guarden las formas sociales y se reconozca lo pecaminoso de tal actividad. La Santa Inquisición perseguidora no sólo de herejes, sino también de bígamos y fornicarios, condenó a un campesino talaverano llamado Alonso Hernández a salir en auto de fe con una vela en las manos y abjurar de levi, por haber mantenido públicamente que » tener un hombre quenta en la mançebía con una mujer no era pecado», la hipocresía de nuevo, lo malo no es yacer en la mancebía con una mujer previo pago, lo malo es decir que no es malo.
Pero, para mantener este estado de mentira social, es necesario estigmatizar al agente del demonio, ya sea obligando a llevar un mantillo amarillo a las rameras, como ordena la pragmática referida de Felipe II, o como en los tiempos de su padre Carlos V en que las prostitutas debían llevar los «picos pardos» de sus enaguas para ser fácilmente identificables. El emperador, que en su retiro espiritual de Yuste no permitía que sus soldados desahogaran sus apetitos en el pueblecito de Cuacos junto al cual se encuentra el monasterio, sí lo consentía en el cercano lugar de Garganta la Olla, allí todavía se pueden observar las casas de mancebía marcadas o por la pintura añil de las jambas de la puerta o por unas muñecas labradas en la piedra. Todo muy claro pero muy discreto.
Talavera, ciudad de paso y de mercados ganaderos, tuvo históricamente entre sus vecinas a muchas de estas mujeres que, durante ferias y mercados, recibían en los burdeles la visita de tratantes y pastores con olor a cabra. Hoy, las toxicómanas que masturban por quinientas pesetas a los ancianos y rústicos que captan en las inmediaciones de la estación de autobuses, nos demuestran que la miseria humana no ha variado sustancialmente desde los tiempos en que las prostitutas y marginados de nuestro Siglo de Oro eran los protagonistas involuntarios de algunas de las mejores páginas de nuestra literatura, la novela picaresca que, al menos, inmortalizó con cierta ternura a esas gentes de mal vivir.
Mucho más difícil lo tuvieron los homosexuales a lo largo de la historia, sus relaciones eran consideradas como pecado nefando, el peor de los pecados, y han aparecido causas inquisitoriales en las que la hoguera fue el terrible final de gentes que tenían una sexualidad diferente.