VALDEVERDEJA, EMPEZAMOS POR SU HISTORIA
Aunque el entorno de Valdeverdeja es de gran belleza y está lleno de sugerencias paisajísticas y etnográficas, el caserío no se queda atrás, pues conserva uno de los patrimonios de arquitectura popular más ricos de la comarca.
Los restos de poblamiento humano en la zona comienzan en el paleolítico con el hallazgo de útiles tallados en cantos rodados que se distribuyen sobre todo por la zona de los riberos. Son conocidos los hallazgos de pequeñas hachas votivas de piedra pulimentadas, las conocidas en la zona como “piedras de rayo”. La mayoría procede de poblaciones del calcolítico o de la Edad del Bronce, épocas de las que también han quedado restos cerámicos en algunas elevaciones graníticas del entorno verdejo.
De la Edad del Hierro y de época romana también quedan restos como el yacimiento de Los Castrejones, al que nos acercaremos en la excursión.
Otro de los recuerdos de aquella época es un verraco, escultura de piedra que en este caso presentaba aspecto de jabalí, según las apreciaciones del Conde de Cedillo. Otro de estos verracos se puede ver en la finca de Bercenuño.
También los romanos dejaron varias pruebas de su paso por aquí. Se describieron ya en el siglo XIX varias inscripciones epigráficas entre las que destacamos un cipo o columna funeraria con inscripciones por la que un tal Aurelio Coscosianus lo hace tallar en memoria de su hermana Julia Vital. Otras dos inscripciones proceden de la finca de Bercenuño y todavía se pueden ver junto al caserío. Una de ellas es una estela que se encontró arando junto a una villa romana cercana conocida como El Bañuelo, donde también aparecieron canalizaciones romanas con tubos de cerámica. Muestra restos de haber tenido labrada una cara y está dedicada a Cassia y a Durio por Ceresiano y Flacco. En parecidas circunstancias apareció otra inscripción que en este caso es una dedicatoria entre esclavos. Ambas fueron labradas en torno al siglo II después de Cristo.
Para algunos autores existía una calzada romana que iría desde Talavera al Puente del Conde a través de Valdeverdeja y el cercano yacimiento arqueológico de Peñaflor, donde se han encontrado también numerosos restos del paso de los romanos.
Los visigodos dejaron algunas sepulturas y en el paraje de La Camorza se descubrió una sepultura medieval hecha de lajas de piedra con cuatro individuos en su interior. El poblamiento musulmán está confirmado por la presencia del castillo de Espejel al otro lado del río.
Ya hemos visto además como unos renegados mahometanos fundaron La Puebla de Naciados de la que dependerían más tarde varias aldeas entre las que figuraba Valdeverdeja. La zona había sido entregada por Alfonso VIII a la Orden de Santiago para su defensa, allá por los inseguros años de finales del siglo XII, ya que era lugar estratégico y, de hecho, también se llamó por ello Puebla de Santiago del Campo Arañuelo. Toda la comarca cayó en el ámbito repoblador de la ciudad de Ávila, a cuyo obispado perteneció hasta 1955. Una tradición legendaria achaca a una plaga hormigas la despoblación de La Puebla de Enaciados y la consiguiente fundación por sus habitantes de otras aldeas como Valdeverdeja. Ya hemos sugerido en otro capítulo una excursión hasta este paraje.
En 1423 el rey Juan II concede a Pedro López de Estúñiga, Justicia Mayor del Reino, el señorío sobre lugares hoy desaparecidos como Talavera la Vieja, el castillo y poblado de Alija y la Puebla de Naciados, junto a otros como Candeleda, Berrocalejo, Bohonal, el Gordo y la propia Valdeverdeja. Más tarde se une por matrimonio este señorío con el Condado de Miranda del Castañar, de donde deriva el nombre del Puente del Conde que se encontraba bajo su jurisdicción y que tenía gran importancia para el paso de ganados trashumantes. Parte de la población de la zona fue judía o morisca y también algunos verdejos partieron a la colonización de América. En 1678 obtiene Valdeverdeja el privilegio de Carlos II por el que se emancipa de La Puebla de Naciados adquiriendo poder jurisdiccional independiente.
Aunque Valdeverdeja sufrió la depredación francesa y el acoso de las partidas carlistas y, a pesar de que sus mejores tierras eran propiedad del Conde de Miranda o de monasterios como los de Guadalupe y Yuste, llegó la villa a contar a mediados del siglo XX con casi seis mil habitantes, la mayor parte de ellos agricultores, pero también con una presencia importante de artesanos y molineros. Aun así, la emigración hizo que este pueblo de los berroqueños riberos del Tajo disminuyera en población hasta llegar a reducirse en más de un ochenta por ciento debido a la emigración.