LA VÍA DEL HAMBRE, CUENTO (1)

LA VÍA DEL HAMBRE, CUENTO (1)

La llamada hoy Vía Verde de la jara es denominada por los lugareños la Vía del Hambre. En este cuento de obras que no se acabaron se relata el porqué. 

Estación de la Vía del Hambre en Aldeanueva de Barbarroya
Estación de la Vía del Hambre en Aldeanueva de Barbarroya

Había llegado esa hora de los inviernos de Castilla en la que es difícil permanecer sentado sin que se enfríen las orejas. Cuando el sol rojo, que cae después de uno de esos días despejados de un azul diáfano, quiere calentarnos más, pero no puede y se hunde en la tierra húmeda de la que empieza a levantarse una neblina rastrera. Ramiro “el jefe” se ha quedado pensativo sobre el andén mohoso que nunca pisó ningún pasajero. Mirando hacia el suelo mientras se cala la gorra, murmura:

– Mira tú que si al final sirvió para algo todo aquel sudor.

Hoy no ha venido don Romualdo a dar el paseo después de la partida. Sin compañía, no ha querido hacer su diario recorrido por la vía. La verdad es que cada vez se va notando más viejo y parece que tiene un perro mordiéndole la rodilla, como siempre le dice al médico, quien, a su vez, siempre le responde:

– Pero qué quiere Ramiro, con sus casi ochenta años y lo trabajado que está usted, ojalá estuviera yo así.

Todo el mundo sabe en el pueblo que don Antonio, el médico, siempre ha sufrido antes que sus pacientes cualquier enfermedad, incluso las que son un poco ridículas o infamantes.

– ¿Es que crees que sólo tú tienes almorranas?. Mira, tres semanas llevo yo con las posaderas sobre el flotador de mi nieto para aguantar el dolor.

Tampoco las patologías venéreas escapan a su terapéutica comparativa y si algún mozo viejo va a la consulta con purgaciones de puticlub, relata el galeno con todo lujo de detalles cuando cogió un mal chancro haciendo la mili en Melilla, y cómo su padre tuvo que mover durante la posguerra sus influencias en las embajadas para conseguir la penicilina salvadora.

Ramiro salió de la estación mirando de reojo las paredes decoradas con dibujos soeces y las grietas que dejaron los chatarreros cuando robaron las tuberías. Ha pasado mucho tiempo desde que “el jefe” dejó de llamar la atención del alcalde para que, al menos, tapiaran las puertas y ventanas y, de vez en cuando, el ayuntamiento diera una peonada para correr el tejado. Ya no quedaban tejas, y el fuego que encendieron para calentarse unos aceituneros portugueses acabó hace algunos años con la techumbre. Hasta llegó, con la ayuda de don Romualdo, que había sido profesor en la universidad, a escribir una carta a un periódico de Talavera para que las autoridades tomaran cartas en el asunto, pero nadie le escuchó.

El camino iba subiendo junto a una hilera de álamos corroídos por la grafiosis y Ramiro pensó mirándolos:

– Estos árboles están como yo y como la vía, aunque, si es verdad lo que me han dicho esos dos ciclistas de Madrid, puede que la estación de Aldeanueva de Barbarroya se salve.

Él siempre soñó con decir en voz alta ese nombre, tan sonoro y difícil de pronunciar, del pueblo donde estaba destinado como jefe de estación a los forasteros que asomaran por las ventanillas, pero nunca llegó a levantar la bandera ni a oler la carbonilla, la línea nunca se terminó.

Viaducto a puente de Amador, llamado así por el contratista que lo levantó
Viaducto a puente de Amador, llamado así por el contratista que lo levantó

De camino a casa se detiene con Teresa, una de esas personas chatas y bajitas que todavía se pueden ver por las tierras pobres de España marcadas por la necesidad de la posguerra y por la precariedad de su alimentación.

-Ya ve usted señor Ramiro, entonces, cuando llorábamos y no había qué llevarnos a la boca nos hacían con un trapito atado un chupete de miel y adormidera y así engañábamos el hambre; y no como ahora, que los críos están “tiestos de yogules y potitos desos”.

La mujer continúa lavando los moldes de esparto de los quesos y le ofrece al jefe de estación.

– Tome usted un cachejo que mis cabras son las más limpias del pueblo.

El hombre coge un pedazo de queso con un vaso de vino tan oscuro y espeso como las arcillas de La Jara donde nacen las viñas y continúa cansino hacia su casa. Hoy, después de mirar en la televisión un concurso estúpido o alguna de esas películas americanas que no entiende, se irá a acostar y volverá a contemplar absorto, como en una oración, el retrato de su mujer que tiene junto ese cuadro de los caballos y los ciervos bebiendo a la luz de la luna que hay en tantas casas de los pueblos españoles. Parece que ha sustituido a aquel hule con el mapa de España que cubrió durante décadas la mesa camilla. En él los niños españoles aprendían geografía cuando un macarrón se caía sobre la ciudad de Valencia o el cerco caliente de una cacerola requemaba la provincia de Madrid.

Al día siguiente, después de perder en la partida un café y dos copas de Veterano, Ramiro salió con don Romualdo a dar su paseo.

– Venga Ramiro, que ya sabes que en febrero busca la sombra el perro, y hoy parece que ha calentado un poco más el sol. Vamos a acercarnos por la vía hasta la fábrica de la luz.

Pasaron primero junto a los muelles de la estación y Ramiro imaginó a las vacas y las cabras subiendo en los vagones para ir a la feria de ganado de Talavera. Siguieron por delante de los almacenes también arruinados, mientras las uralitas sueltas golpeaban contra la estructura oxidada del tejado. Frente a ellos, a falta de raíles y guardagujas, los chavales habían preparado un campo de fútbol en la explanada y se llamaban unos a otros con nombres brasileños.

– Está usted oyendo Ramiro, nosotros aprendíamos que Hernán Cortés y Pizarro debían ser nuestros héroes, y ahora resulta que los indios de las favelas son los ídolos de la juventud. Un detalle de justicia histórica para aquellas tribus que siempre salían perdiendo en sus luchas contra los dioses de la barba y el caballo- explicó don Romualdo en el tono un poco pedante que siempre utilizaba con sus paisanos cuando hablaba de estas cosas que ninguno de ellos comprendía.

Siempre que tomaba esta actitud, su compañero pensaba lo alto que había llegado “Aldito” el hijo de Marciano “Gorreta”, que con este nombre conocían en el pueblo a todos los de su familia pero, cualquiera se lo llamaba. Un enfado jupiterino le acometía si alguien le recordaba en su cara el mote familiar e improperios como palurdo, asno, o acémila eran lo mínimo que salía de su boca, mientras una lluvia de perdigones escapaba entre su descolocada dentadura postiza.

Las flores de los almendros estaban perdiendo los pétalos y formaban una alfombra bajo sus troncos. Ya estaba avanzado el invierno y habían dejado de adornar con su belleza breve la naturaleza sobria de las lindes que separan los barbechos.

Anduvieron unos minutos en silencio y se detuvieron a contemplar desde el terraplén las riberas del Tajo. Al otro lado del río emergía sobre las aguas un tejado con un poste corroído del que colgaba un cable oxidado. Era la antigua central eléctrica que en tiempos había dado luz al pueblo.

Vista del Tajo desde la vía del Hambre, al fondo el puente Amador
Vista del Tajo desde la vía del Hambre, al fondo el puente Amador

– Nada, cuatro bombillas repartidas por las calles que, si corría poco agua, daban menos luz que las velas.- dijo D. Romualdo, siempre tan negativo- Esa central es como la vía, y como el pueblo, un quiero y no puedo.

– Pues no señor, no estoy de acuerdo – dijo el jefe de estación- Por el oeste de España siempre se ha puesto el sol, jamás se ha levantado, y ya va siendo hora. Nunca se nos ha regalado nada y para una vez que se quería dar con el tren algo de vida a estas tierras se chafó la cosa.

– Ya sé Ramiro, me lo ha contado usted muchas veces. Que la vía la proyectaron en tiempos de la Dictadura de Primo de Rivera, que la quiso impulsar la República y que luego quisieron unir Madrid con los regadíos del plan Badajoz. Lástima, que los camiones empezaran a abundar, que las carreteras mejoraran y que los ministros de Franco creyeran que ya no era rentable acabarla. El caso es que hoy no tenemos tren ni central, que lo único que nos queda es la cara de Agapito.

Agapito había sido el encargado de la central. Su amigo Onésimo tenía veleidades artísticas y le había hecho una máscara para esculpirle más tarde con un mármol que nunca llegaría a comprar. La central cerró y Agapito se marchó, pero Onésimo se hizo una casa en la plaza con la indemnización que cobró cuando le despidieron y, no se sabe el porqué, colocó en la fachada la máscara de Agapito. Aquel extraño elemento decorativo atraía los comentarios de los visitantes ilustrados del pueblo, que especulaban sobre el origen fenicio o romano de la cara de barro de Agapito, el de la fábrica de la luz.

Los dos hombres seguían mirando hacia el río cuando algunas grullas retrasadas cruzaban el cielo hacia el sur.

-¿Te acuerdas del cajón?- Dijo Ramiro mirando con sorna a Romualdo.

– Cómo no me voy a acordar- respondió secamente el profesor-.

Ramiro sentía un placer algo malintencionado en recordar a su amigo el día en que, por ser el hijo de los caciques, tuvo que cruzar el río en el cajón que con un cable vadeaba el Tajo acompañado de un cura y un falangista de un pueblo cercano. Muertos de miedo y ateridos de frío llegaron al otro extremo donde se percibía en la oscuridad el bulto de otras gentes. Era el maestro de Calera, un herido en la guerra y un alcalde de los rojos que iban a cruzar a la otra parte. Romualdo recordaba que los huidos de ambos bandos se habían dado las buenas noches con mucha educación y luego él había echado a correr tropezando con las encinas y las cornicabras hacia zona nacional.

Secundino, el alcalde del pueblo, de acuerdo con los molineros, utilizaba el cajón para cruzar a cada uno al lado de sus preferencias políticas, sin ningún escrúpulo ideológico y sacando de paso un dinerito con labor tan humanitaria.

– Pero no te olvides que, aunque cerró la fabrica de la luz, después hicieron la presa de Azután que inundó el molino y la central- dijo Ramiro rompiendo una lanza por el progreso.

-Sí- respondió don Romualdo- pero se llevan la energía a mover la industria de otras tierras y aquí siguen arañando con las uñas las aceitunas del suelo para poder vivir.

Los dos hombres siguieron su camino sobre la vía que se iba encajando entre elevados taludes de granito negro y compacto. Recordaron el esfuerzo inmenso, las miles de carretas de piedra que se sacaron de allí haciendo estallar los barrenos que se llevaron por delante la vida de varios obreros.

-Te acuerdas de aquel picapedrero de Lagartera, tuvieron que bajar hasta el río para recoger una de las piernas cuando estalló una caja de dinamita.

Ramiro recordaba las viejas camionetas de explosivos custodiadas por dos guardias civiles muy serios aferrados al mosquetón. Y es que los maquis andaban cerca, la partida de Quincoces podía aparecer en cualquier momento. Había traído en jaque a los guardias y a los soldados hasta que le traicionaron en Valdelacasa. Dicen que un majano de piedras amontonadas en el lugar donde murió es el monumento que fueron formando sus paisanos en recuerdo de su lucha sin futuro.

Una bandada de torcaces levantó el vuelo en la otra orilla del río sobre los acebuches.

– Sabrá usted –dijo don Romualdo- que los fenicios injertaron los acebuches silvestres de la península ibérica y así nacieron sus magníficos olivares. Todavía se aprovechaban hasta hace poco sus pequeñas aceitunillas en algunos lugares de España para hacer un aceite áspero y negro.

– Hoy sólo sirven para llenar el buche de las palomas que vienen a cazar los italianos, que creo que en su tierra ya no quedan ni golondrinas por el vicio que tienen para tirar de gatillo.

Abajo, el sol oblicuo del atardecer iba dando un aspecto sombrío a las aguas del río.De vez en cuando sus aguas se veían sacudidas por las carpas que saltaban pesadamente o por el despegue lento de alguna garza. En esta ocasión los dos paseantes llegarían hasta el Puente de Amador. Así llamaban en el pueblo al gran viaducto que unía las dos orillas del Tajo. Amador había sido el capataz de la inútil obra que por lo menos dejaría su nombre en la particular y extensa historia del absurdo de las obras públicas españolas, con las presas que nunca se llenaron de agua y las minas que nunca dieron oro.

Sobre el puente, un grupo numeroso de jóvenes manipulaba cuerdas y correas. Los ancianos se acercaron y oyeron que uno de ellos decía:

– ¡Vamos!. El último lanzamiento de hoy. ¿Quieres tirarte tú Esther?.

– Vale, pero seguro que voy a gritar.

– No importa es bueno soltar la tensión en las primeras caídas.

En un momento, la chica de aspecto frágil se colocó un arnés y se enganchó a una gran maroma, se colocó sobre la barandilla y se lanzó al vacío. Romualdo y Ramiro, estupefactos, no salían de su asombro, pero se asomaron y respiraron algo más tranquilos cuando comprobaron que la cuerda era flexible y la chica subía y bajaba como una pelota.

-¿Han visto abuelos? ¡Vaya alucine! – dijo el que parecía el jefe- ¡Joé! tú, han “flipao” los viejos. Esto no lo hacían en sus tiempos ¿Eh?

– En nuestros tiempos sólo vivir era ya un riesgo, chaval, y no hacer estas tonterías- dijo Ramiro, más tranquilo al ver que la muchacha estaba a salvo.

– Venga abuelo, tome un trago del vino de pitarra que hemos comprado en el pueblo y no se enfade- respondió el estudiante con esa emoción infantil que produce a la gente de la ciudad consumir cualquier producto del campo.

Después de compartir el vino, se fue rompiendo la frialdad de los primeros momentos y al cabo de un rato los chicos estaban tratando a los ancianos con el aire entre paternalista y estúpido con el que los urbanos tratan a los rústicos, especialmente cuando son ancianos.

RUTA DE LA ERMITA DE CHILLA Y SU GARGANTA

RUTA DE LA ERMITA DE CHILLA Y SU GARGANTA

Ermita de la Virgen de Chilla entre el robledaL
Ermita de la Virgen de Chilla entre el robledaL
En un espléndido entorno se encuentra la ermita de la Virgen de Chilla, patrona de Candeleda, pero también muy vinculada a lugares tan lejanos como Calera y Chozas o Mejorada. Cuenta la leyenda que un pastor llamado Finardo, natural de Calera, cuidando sus ganados en el entorno de su pueblo, vio como se le aparecía la Virgen en dos lugares distintos del término de esa localidad. Uno de ellos se encuentra en las inmediaciones de la Vía Verde de la Jara, y en el lugar se ha construido una nueva ermita dedicada a la Virgen, aunque se ha cambiado el nombre de Virgen de Chilla por el Virgen de la Vega. En la anterior capillita que existía en el lugar se puede ver una piedra con una curiosa inscripción  de difícil interpretación sobre la que es tradición tuvo lugar la aparición. Los caleranos, cuenta la leyenda, que en principio no hicieron caso al pastor, considerando que lo que contaba sólo eran fantasías, pero cuando éste se encontraba con su rebaño en las inmediaciones de la garganta de Chilla, tuvo lugar una nueva aparición en la que la Virgen curó una de sus cabras, lo que en este caso sí fue creído por las gentes de Candeleda porque María le estampó al pastor dos dedos en su rostro, y por ello erigieron una ermita en el lugar.

Pintura de la ermita que representa uno de los milagros de la Virgen de Chilla

Pintura de la ermita que representa uno de los milagros de la Virgen de ChillaEsa ermita de estilo herreriano ha tenido después diferentes reformas, especialmente en el siglo XVIII, que han ido conformando el estado actual del edificio. Junto a él se encuentra también la casa del santero levantada con la pintoresca arquitectura de entramado de la zona y un merendero con un pequeño refugio de peregrinos. Bajo las copas de grandes árboles, con una fuente generosa se encuentra un agradable paraje en el que también se ha instalado un altar donde se dicen las misas en las celebraciones religiosas.

El milagro de la batalla contra el turco porque son devotas las gentes de Mejorada
El milagro de la batalla contra el turco porque son devotas las gentes de Mejorada

Dentro de la ermita se encuentra la imagen de la Virgen y cuadros que refieren algunos milagros, como aquel en el que salvó a una joven de un toro que la atacaba y otro que nos explica la vinculación con el pueblo de Mejorada, pues parece ser que en el siglo XVI, cuando iban en un navío de guerra español un capitán llamado Juan Briceño con soldados de esta población, se encomendaron a la Virgen de Chilla en una situación de enfrentamiento desigual con dos barcos turcos y uno holandés y la Virgen candeledana les favoreció salvándoles de una situación de verdadero riesgo para sus vidas. Las gentes de Mejorada han tenido una gran devoción a la imagen de Chilla y siguen acudiendo en romería todos los años por un camino utilizado para ello desde hace siglos.

LA EXCURSIÓN

Plano de la excursión
Plano de la excursión

Explorando la Garganta de Chilla

 A esta garganta le da nombre la Peña de Chilla, un risco prominente que se encuentra sobre la cuerda que la delimita por el oeste. Esta zona es conocida también por encontrarse en ella el santuario de la Virgen de Chilla en las laderas. Partimos desde El Raso hacia el castro celta y en la primera curva tomamos una pista que nos conduce por otro camino hasta una explanada donde podemos dejar el vehículo si lo llevamos. Comenzamos a andar por la orilla oeste y pronto nos cruzamos con el arroyo del Chorro, que desciende formando cascadas y chorreras, dos de las cuales se encuentran cerca del camino, arroyo arriba. En la zona más alta se encuentra una majada hasta la que sube directamente una senda desde la Vega de la Zarza. Pasamos junto a un corral y luego ascendemos algo para pasar por encima de un castañar, hasta llegar a dicha vega de la Zarza en cuyo entorno se encuentran varias majadas y chozos, además de un puente de madera sobre la garganta que es mejor cruzar para seguir por la otra orilla.

Casilla con techo de escobón reconstruida en la Garganta de Chilla
Casilla con techo de escobón reconstruida en la Garganta de Chilla

Seguimos nuestro camino ascendiendo y, junto a la confluencia de los dos arroyos que bajan en ese mismo lado, encontramos restos de otras majadas. El paisaje comienza a tomar la forma típica de los cauces altos de las gargantas de Gredos con los grandes bloques graníticos rodados y la vegetación escasa que les caracteriza. Llegamos así a la vega del Enebral desde donde la pendiente se hace mucho mayor formando el gran farallón del macizo central.

Tramo alto de la garganta de Chilla
Tramo alto de la garganta de Chilla

Podemos volver por una senda muy agradable que llega hasta el mismo santuario de Chilla, junto a la fuente y el altar al aire libre que se encuentra cerca de la ermita. Bajaremos después por el camino indicado hasta el puente de Chilla para subir luego hasta El Raso.

Recorrido aproximado 17 kilómetros, 5horas

FOTOS ANTIGUAS DE LA ENTRADA DE TALAVERA DESDE MADRID

FOTOS ANTIGUAS DE LA ENTRADA DE TALAVERA DESDE MADRID

Entrada de talavera desde la carretera de Madrid
Entrada de talavera desde la carretera de Madrid

A la izquierda según se llegaba, antes de la ermita se encontraba el kiosco Villa Rosa, muy frecuentado a finales de los años sesenta por los talaveranos que degustaban allí la horchata,  el limón helado y los polos de los chavales o las tapas y cervezas de los mayores.

A la derecha la gasolinera y el hostal Edán.

Entrada de la carretera de Madrid con el crucero situado en el lugar primitivo de su localización
Entrada de la carretera de Madrid con el crucero situado en el lugar primitivo de su localización

Por delante se encontraba el crucero que hoy día se sitúa frente a la puerta norte de la ermita. En su cúpula se puede ver el luminoso «Ave María» que se veía al entrar en la ciudad.

Crucero con un autobús aparcado junto al kiosco Villa Rosa
Crucero con un autobús aparcado junto al kiosco Villa Rosa

Otra fotgrfía aérea de los años sesenta nos muestra la plaza de toros, la ermita, los jardines del prado y los chalets frente al los jardines cuando están siendo construidos algunos de ellos.

Vista aérea de la plaza de toros, la ermita y la entrada de Talavera
Vista aérea de la plaza de toros, la ermita y la entrada de Talavera

 

Entrada de Talavera con las acacias con los troncos enjalbegados. El arroyo de Papacochinos, hoy oculto, pasa bajo la carretera nacional V
Trabajadores e instalaciones de CIMASA a la entrada de Talavera
Desviación por obras en el firme junto al hotelito de Arellano en los años 50. A la derecha se construiría más tarde la estación de autobuses

PIONEROS MEDIEVALES EN LA JARA, COMO EL OESTE PERO SIN INDIOS

PIONEROS EN LA JARA

Dibujo medieval en el que se representa un colemero como aquellos que repoblaron La Jara
Dibujo medieval en el que se representa un colemero como aquellos que repoblaron La Jara

Ahora nos vamos a la Edad Media para conocer cómo vivían  los primeros habitantes de las entonces despobladas Tierras de Talavera, gentes que con su dura forma de vida en nada tienen que envidiar a la épica que nos venden los americanos con sus pioneros de las películas del oeste.

A partir de 1212, una vez aseguradas las fronteras en el Guadiana con la batalla de Las Navas de Tolosa, era necesario repoblar las grandes extensiones de montes y dehesas que los reyes habían cedido al concejo talaverano al sur de la villa.

Como todavía había razzias e incursiones de los almohades, almorávides y benimerines, quemando cosechas, violando, asesinando y tomando cautivos, las primeras gentes que se atrevían a poblar La Jara eran sobre todo colmeneros, ganaderos y cazadores. A finales del siglo XIII había unas cuatrocientas posadas de colmenas en las tierras de Talavera que debían mantener una distancia determinada entre ellas.

Tropas musulmanas medievales como las que razziaban La Jara
Tropas musulmanas medievales como las que razziaban La Jara

Estos primeros pioneros apicultores construían al principio una pequeña choza en la que resguardarse y la posada, que es como se llamaba al lugar donde se colocaban las colmenas de corcho rodeadas de un muro de piedra de mayor altura que las cercas ganaderas normales, para proteger así la miel de los osos que entonces poblaban La Jara con abundancia. Ademas solían tener mastines y otros perros de gran tamaño como los ganaderos, para así protegerse de los lobos, también abundantes entonces.

Monumento a los pioneros de La Jara en Alcaudete

Pero no era este el único peligro al que estaban expuestos, pues si las razzias árabes llegaban hasta sus pobres asentamientos, rápidamente debían refugiarse en lugar seguro, y es por eso que algunos historiadores consideran que el topónimo que aparece en algunas de las elevaciones de las sierras jareñas como “Las Moradas” o “Las Morás ” hace alusión a los pequeños refugios o covachas más o menos enmascarados en el terreno o en las cercas y murallas que las circundan y que serían precarios e s c o n d i t e s utilizados por los atemorizados pobladores para protegerse de las incursiones árabes. Son esos mismos refugios de las cumbres a los cuales alude espiritualmente Santa Teresa cuando habla de “las moradas” como lugar de retiro místico.

Muralla de la sierra de La Estrella. ¿Castro o "moradas" medievales?
Muralla de la sierra de La Estrella. ¿Castro o «moradas» medievales?

Por si fuera poca la inseguridad causada por las incursiones musulmanas, los soldados de fortuna que habían quedado sin oficio después de las campañas de los ejércitos cristianos, acostumbrados al saqueo y al botín de guerra, se echaban al monte formando grupos de bandidos. Como aquellos primeros grupos de gente armada conocidos como los golfines, precursores de un fenómeno tan español como es el bandolerismo. Para proteger a esos pioneros colmeneros de estos forajidos nació la Santa Hermandad Real y Vieja de Talavera de la que hablaremos más extensamente.

Al ir aumentando la seguridad de aquellos desiertos, los colmeneros fueron acompañados poco a poco de los pastores y vaqueros que con sus ganados tenían igualmente una mayor movilidad ante posibles peligros, aunque también eran acosados por los lobos y los osos.

Poco a poco se fueron quemando y rozando las tierras para poder iniciar los cultivos de cereales, y se fueron aprovechando las parcelas desbrozadas que podían ser regadas en las riberas de los arroyos para plantar así huertos de subsistencia.

Los cazadores y loseros, unos tramperos que utilizaban curiosos artificios hechos con losas de piedra para cazar pequeñas piezas, se fueron también repartiendo por los montes con su vida montaraz.

Labrador representado en cerámica de Talavera del siglo XVI en la ermita de san Illán en Cebolla

Poco a poco se fueron formando en todo el territorio pequeñas aldeas que también dependían a su vez de una determinada parroquia o colación de Talavera, pero que luego comenzaron a organizarse por sí mismas en el territorio. En ocasiones estas poblaciones se asentaban en torno a pequeñas torres de vigilancia o defensa que en algunos casos ya existirían en época árabe. Entre ellas podemos señalar la torre de Alcaudete, la de Torrecilla de la Jara, la torrecilla de Villar del Pedroso o el castillo de Santisteban en San Martín de Pusa, además de otras muchas torres, castrejones y castillejos repartidos por todas la comarca.

OTROS PERSONAJES DE LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA ( y 2)

IMPRESIONES Y DIBUJOS DE BOOTHBY

( y 2)

Tipos talaveranos dibujados por el teniente Boothby durante su convalecencia en Talavera
Tipos talaveranos dibujados por el teniente Boothby durante su convalecencia en Talavera. El texto inferior dice ;«Gorros de este tipo los llevan los paisanos adinerados, alcaldes y gente así. Son de tela marrón, rígidos por la parte de arriba, y van decorados con cintas negras y borlas.»

 

En una entrada anterior mostrábamos algunos personajes talaveranos dibujados por el teniente Bootby, inglés que queda herido y convaleciente en nuestra ciudad como otros mil quienientos soldados, distribuidos en su mayoría por los conventos talaveranos.

Ante la posibilidad de que el mariscal Soult llegue desde Plasencia con fuerzas francesas parte de los cinco mil heridos se retiran hacia Mérida cruzando por el Puente del Arzobispo para llegar luego la comitiva hasta Deleitosa pasando por Valdelacasa. Llevan siete galeras o carretones donde meten a unos pocos heridos y luego consiguen hasta cuarenta carretas de bueyes en tan lamentable estado que solamente llegan una docena.

Bothby, aunque tiene caballos y soldados que le asisten prefiere quedarse en Talavera dibujando a los personajes del capítulo anterior. Acumula alimentos que compra a un precio elevado y describe la angustia de nuestros paisanos cuando se enteran de que el ejército gabacho entra de nuevo por sus calles:

«Entre las ocho y las nueve  se oyó el galope de caballos en la calle. las mujeres corrieron  a las ventanas y se retiraron al instante pálidas como la muerte, cada una con un dedo en los labios en señal de silencio. ¡Los demonios! murmuraron, tienen las pistolas y las espadas preparadas»

Carromato para llevar a los heridos en el que trasportaron al teniente Bootby desde Talavera a Madrid
Carromato para llevar a los heridos en el que trasportaron al teniente Bootby desde Talavera a Madrid

El cirujano jefe Higgins que ha amputado la pierna del teniente sale a la búsqueda de la vanguardia de los franceses con las esperanza de que todos los heridos sean respetados ya que él ha tratado a todos por igual, pero los españoles han huido en su mayoría de Talavera echándose al monte ante los rumores de la ciudad va a ser saqueada, como así resultó después.

Así describe Boothby su martirio de calor y moscas:

«Estaba todavía sufriendo, todavía inmóvil, oprimido por el excesivo calor y atormentado por las innumerables moscas que oscurecían las cercanías de mi cama.  opio, paciencia y limonada suavizaban algunos de estos males. «

Sin embargo valora muy positivamente el carácter de los talaveranos que le acogen y el trato entre las distintas clases sociales, tan diferente de las estiradas costumbres inglesas:

«Aunque ya he hablado de las mujeres españolas, quizá no he introducido al lector a todos los habitantes de la casa, cada uno de los cuales, en mayor o menor medida contribuyeron a mi bienestar y se relacionaron conmigo. para nosotros, que trazamos una línea entre nuestra sociedad y la de nuestros criados, no se puede concebir fácilmente la libertad con la que las dos clases se asocian entre la clase media española. Todos los individuos bajo el mismo tejado son tratados como seres de la misma naturaleza»

Reproducimos también el dibujo del carromato en el que llevaron amontonado con su equipaje a Boothby y otros heridos desde Talavera a Madrid. Aunque a partir de madrid alquilaron un calesín donde fue más cómodo.

 

Portada de la novela de Paul Feval, «El Capitán Fantasma en Talavera de la Reina». Una novela francesa sobre la batalla de Talavera

LOS NEBULOSOS COMIENZOS DE LA CERÁMICA TALAVERANA

Panel del siglo XVI representando a San José que se encuentra en el pórtico de la Basílica del Prado

El arte cerámico de Talavera no partió de cero porque, aparte de la tradicional alfarería de tradición morisca que se venía haciendo al final de la Edad Media, una industria ya asentada sería directamente promocionada e impulsada por el rey Felipe II. Sabemos también por el cronista Lucio Marineo Sículo que en tiempos de los Reyes Católicos había ya hornos cociendo cacharros en la villa: “También en Talavera se labra muy excelente vedriado blanco y verde. Lo qual es muy delgado y sotilmente hecho y házense vasijas de muchas y diversas maneras”, aunque no pone a Talavera entre los primeros centros de producción, por detrás de Valencia, Murcia, Toledo o Morviedro.

Según se puede deducir del testimonio de Diego Pérez de Mesa en su obra editada en 1548 “Grandezas y Cosas Memorables de España”, ya entonces, antes de la venida de Juan Floris, se producía gran cantidad de loza en Talavera que se comercializaba en todo el reino e incluso se exportaba a América, Francia, Italia o Flandes. A mediados de siglo, ya se obsequiaban por parte de la villa a los arzobispos toledanos objetos de cerámica, lo que indica cierto desarrollo y prestigio de la industria alfarera.

Arrimadero de azulejos de repetición de la iglesia de Domingo Péres. Unos paneles datados en 1567. El motivo principal es el florón que decoraría tantos palacios reales pero en cuatro colores azul, blanco, verde y amarillo

También se puede deducir de la historia de Talavera de García Fernández, datada en 1560, que ya había en Talavera una importante industria artesana del barro a mediados del siglo XVI, antes de que llegara Floris y la impulsara Felipe II: “Házese en Talavera barro vedriado blanco, verde, azul, jaspeado y de otras colores ynterpoladas. Es lo mejor que en Castilla se labra” “…y dello se provee Castilla y Andaluzía y Portugal y se pasa en Yndias” Aunque tal vez no se dedicaran todavía a esta actividad un grupo numeroso de talaveranos, pues el gremio no encabeza siquiera el pago de algún toro en la fiesta de las Mondas, sino que se debe unir a carpinteros, albañiles, olleros tinajeros, tejeros y otros oficios. En esa misma época, sin embargo, el escritor Felipe de Guevara compara las obras talaveranas con las italianas y considera que todavía no llegan a la “perfición” de las de Pisa o Faenza, pero no por la falta de pintores o diseño, sino por problemas técnicos con los esmaltes y colores.

Vimos en el anterior capítulo cómo el propio Felipe II impulsó la cerámica de Talavera ordenando al sevillano Jerónimo Montero realizar experimentos con esmaltes y productos químicos con el barro de Talavera, de color algo más rosado, pues los barros de Calera, de color más claro, no se utilizaba todavía, como se deduce del documento de Frías de Albornoz en el que dice “…y en la misma villa están las minas de barro que se labra vidriado de donde se provee toda España”.

Pastores representados en azulejería del siglo XVI procedente del hospital de San Antonio Abad que actualmente se encuentra en el friso superior del pórtico de la basílica del Prado. Ofrecen corderos y lo que parece un cuenco con leche.

Otro dato sobre los materiales utilizados en la alfarería talaverana nos los da Fray Andrés de Torrejón, monje jerónimo del convento de Santa Catalina de Talavera que refiere cómo la arena necesaria para los vidriados se traía de Hita, hasta que se empezó a utilizar arena de la cercana localidad de Mejorada. Mi impresión es que la extracción debía realizarse en la zona noroeste del término, en las proximidades del Riolobos, junto al arenoso baldío de Velada, cuyas arenas intentó explotar recientemente la fábrica de porcelanas de Lladró por su gran calida:. “La arena con que se mezclan los metales para hacer el vedrio blanco se solía traer de encima de Hita y abrá diez años que se halló junto a un pueblo que se llama Mejorada, una legua desta villa y es muy menuda en estremo y tan blanda como seda”.

Una de las características que hicieron más atractiva la cerámica de Talavera fue la intensa blancura de sus vidriados que varios autores comparaban entonces con los de Pisa. Dice Torrejón: “porque el vedrio blanco es plomo y estaño y arena, y con la fuerza del fuego se vienen a coadunar de tal manera que se da con ello un lustre tan agradable y graçioso a los que lo miran y especialmente el blanco que se ha hallado agora, que es tan estremado que afiçiona más que lo pintado”

De esas primeras referencias también se destacan la variedad de formas en la alfarería que a su vez hicieron muy popular la producción y así otra vez el padre Torrejón nos enumera algunas de ellas: “La diversidad de los jarros y taças, de los búcaros y brinquiños la buena traça de los platos y ramilletes, el contrahacer los caracoles, los búhos y perros, hasta los chapines y çapatillos de las mujeres y todo género de frutas y pégalas en unos platos con tanta propiedad que hacen hartas burlas”

Detalle de los arrimaderos de la iglesia de Erustes con variados motivos y grutescos

También el padre Torrejón apunta otros datos de interés como que se contrahacen, forma de la época para decir que se copian, algunos motivos decorativos de las cerámicas orientales de India y de China, con las que estaban familiarizados los españoles debido a sus viajes por el Pacífico, el llamado “lago español” en el siglo XVI. Además del comercio del imperio oriental de Portugal, reino unido entonces al imperio español por herencia de Felipe II al morir el rey luso Don Sebastián. El autor Morel Fatio asegura que la vajilla en la que se sirve la comida en el encuentro en Guadalupe entre los dos reyes es de Talavera.

Parece así mismo que hubo en estos primeros ensayos problemas con el esmalte, incluso en las obras del maestro Floris, pues documentos de la época relacionados con los encargos para el monasterio de El Escorial refieren una mayor calidad de los azulejos del talaverano Juan Fernández comparados con los del flamenco, y también se ponen como ejemplo de esa mala calidad los azulejos de Floris para el refectorio del monasterio dominico de Plasencia, hoy comedor del Parador Nacional, en los que se aprecia un considerable deterioro, con los esmaltes descascarillados y perdidos en parte de la superficie de los arrimaderos.

La actividad alfarera aumentará conforme va avanzando el siglo XVI, y es en el último cuarto de la centuria cuando se constata en los padrones un número considerablemente más elevado de artesanos del barro en la villa. Ya hemos comentado en otro capítulo cómo a principios de siglo, aunque se conocen ordenanzas municipales que regulan el encendido de los hornos, apenas hay alfareros pues en 1513 solo hay 4, y 6 en 1518, número similar al de muchas otras villas con la misma población que Talavera. Va creciendo esta actividad hasta los 20 ceramistas de 1548 y 30 en 1554 para descender en la década de los sesenta a 22, pero aumentando paulatinamente hasta los 42 del año 1596, fecha en la que podemos considerar asentada la actividad ceramista. Lo mismo sucede con los pintores de loza y azulejos, que de no enumerarse ninguno en los primeros años del siglo se pasa a 22 del año 1607.

 

PERSONAJES DIBUJADOS POR UN TENIENTE INGLÉS TRAS LA BATALLA DE TALAVERA (1)

PERSONAJES DIBUJADOS POR UN TENIENTE INGLÉS

TRAS LA BATALLA DE TALAVERA

El libro de Carlos Santacara «La Guerra de la Independencia vista por los británicos.1808-1814» nos ofrece unos curiosos datos y dibujos sobre personajes talaveranos que hizo el teniente inglés herido Boothby. 

Mujeres talaveranas dibujadas por el teniente Boothby. Eran las sirvientas de la casa que le acogió
Tres mujeres talaveranas dibujadas por Boothby en 1809. Es de interés su atuendo y dos de ellas se encuentran hilando

Tras la batalla de Talavera los franceses se retiraron, pero volvieron después a ocupar la ciudad cometiendo toda clase de saqueos y tropelías.

En una de las viviendas talaveranas había quedado convaleciente un teniente inglés llamado Boothby al que le había sido amputada una pierna por las heridas que le hicieron en la Batalla de Talavera.

Le llama la atención lo bien que le tratan las paisanas que le han acogido pero observa el terror que va invadiendo a todos ante la inminente entrada de los franceses. Él piensa que ésta es una guerra entre caballeros y aunque es un oficial enemigo cree que será respetado. Pero todos temen a algún soldado borracho o ambicioso que les asalte.

La tía Polonia propablemente Apolonia, la anfitriona del teniente Boothby
La tía Polonia, propablemente Apolonia, la anfitriona del teniente Boothby

Se admira también de que la dueña de la casa acoge a todos los que puede para darles refugio y se ríe con una pobre mujeruca que carga a sus espaldas sus colchones y enseres con tan gran volumen del bagaje que apenas puede mantenerse en pie entre gemidos de miedo.

Sirvientas de la casa que acogió al teniente Boothby en Talavera.
Sirvientas de la casa que acogió al teniente Boothby en Talavera.

Catalina es el ama de llaves, de unos cuarenta años, ,tez morena, alta, de ojos azabaches y especialista en darle el toque a la «olla»

Manuela es la moza de la casa «una animada, simple y trabajadora muchacha. Era sencilla, sana y robusta, y capaz de castigar con sus puños a cualquier joven que se pusiera impertinente»

El inglés se sorprende de que la tía María y la tía Pepa sea llamadas tías, «aunque sus hermanos y hermanas no tengan hijos»

Al teniente le hace una pata de palo un carpintero vecino llamado Agustín y nos habla de sus dos hijas Marta y María Dolores. Un tal don Antonio es inquilino de la casa «muy respetado,…callado, sensible y agradable»

EL RATERO ARREPENTIDO

EL RATERO ARREPENTIDO

Nueva causa criminal de la Santa Hermandad de Talavera que se custodia en el archivo municipal y que se desarrolla en el extremo occidental de las Tierras de Talavera.

Paisaje en la zona de Los Guadarranques, cerca de Navatrasierra
Paisaje en la zona de Los Guadarranques, cerca de Navatrasierra

Retiró la perdiz que todavía se movía atrapada por la percha. El lazo trenzado con cerdas de caballo había cumplido con su cometido y, una vez más, podría Tiburcio llevar algo de comer a su mujer y a sus tres hijos. En un canchal cercano se oyeron rodar algunas piedras y el cazador se agachó ocultándose tras unos chaparros. Era una falsa alarma, un corzo había cruzado la pedrera. Podía seguir buscando entre los jarales y barbechos el fruto de sus artes prohibidas de caza.

Trabajosamente ascendió desde los Guadarranques hasta la alquería de Navatrasierra. Era casi de noche y los vecinos se habían retirado ya a sus chozas. Al pasar por un corral pudo observar que dos lienzos se curaban al oreo de la brisa que venía desde las sierras del Hospital del Obispo. Por un momento dudó, su mujer le había suplicado, llorando en su camastro, que dejara de una vez las raterías que le habían llevado a trabajar durante dos años, como preso forzado, en los jardines del Prado en Madrid y en un gran edificio donde los capataces decían que se iban a guardar valiosas pinturas.

No pensaba que fuera a ser descubierto en esta ocasión, al fin y al cabo nadie le había visto en todo el día. Pero tener que dar explicaciones a su mujer por los dos lienzos era difícil. Debería soportar durante días ese machaqueo permanente con el que el sexo femenino consigue conducir a su pareja por el camino adecuado. No era una perspectiva agradable. Además, ya se sospechaba de él por la desaparición de un macho cabrío de una machada en Guadarranquejo. En esta ocasión sí que había testigos. Unos porqueros vieron al perchero merodear por la zona y, además, se había ido de la lengua con un conocido  diciéndole que en su casa podrían comer mejores tajadas que en la taberna. El dueño de la res se había presentado en su casa encontrando un cuarto del animal colgado de la pared de su dormitorio. Había dado la excusa habitual, que había encontrado esos despojos en la sierra y que, probablemente, habían sido despedazados por algún lobo de los que abundaban en aquellos parajes.

Pena de vergüenza pública pasando la comitiva por la cárcel de la Santa Hermandad. De una publicación del IPIET de la Diputación de Toledo.

Si le cogían otra vez se arriesgaba a pasar seis años en presidio, así que decidió guardar los lienzos bajo una lancha de piedra. Continuó su camino hacia el pueblo y cuando se cruzó con un pastor de Navatrasierra le dijo que sabía donde se encontraban dos lienzos de lino, que si algún vecino los había echado en falta podría preguntar por ellos en Puerto de San Vicente, en casa de Tiburcio.

Puerto de San Vicente desde la cueva de la Fuentesanta
Puerto de San Vicente desde la cueva de la Fuentesanta

Cuando al día siguiente, después de colocar unos lazos, llegó a su pueblo, ya le estaban esperando el matrimonio dueño de los lienzos, el alcalde del pueblo y un comisionado de la Santa Hermandad de Talavera que andaba persiguiendo gentes de mal vivir por aquellos apartados lugares de La Jara. Este comisionado era un cuadrillero rústico, ni siquiera el Cuadrillero Mayor, ese tipo de hombre que cuando se le inviste de autoridad puede llegar a ser el más cruel de los humanos si se trata de juzgar a los de su misma clase.

No lo dudó un momento, aunque era el mismo Tiburcio el que se había autoinculpado, arrepentido de su acción, decidió enviarle sin contemplaciones a la cárcel de la Santa Hermandad en Talavera. El ratero se arrepintió mil veces de haberse delatado cuando comenzaron otra vez los interrogatorios. El fiscal, como reincidente que era, no estaba dispuesto a tener el más mínimo rasgo de piedad y, en la petición de pena que hacía al juez, hablaba, con palabras terribles para el perchero, de su mala inclinación y envejecido hábito de hurtar y usurpar lo ajeno. Repetía una vez más los delitos que habían llevado al infeliz a su anterior condena y Tiburcio los recordaba como algo muy lejano. El fiscal iba desgranando algunos de los pequeños hurtos que había cometido el acusado, pero nunca aludía a la precariedad, al hambre siempre amenazante que había acompañado a cada uno de los minutos de la miserable vida del cazador. Tenía que volver a escuchar sus pequeños robos de ganado y cómo, cuando fue sorprendido en cierta ocasión, intentó compensar a una de sus víctimas con una capa que a su vez había sido robada pero que, aseguraba, se había encontrado en un pajar. Unos serranos que pasaban hacia los pastos de Extremadura notaron la pérdida de una oveja coja y unos esquilones que también fueron encontrados en su poder. Hasta el hurto de seis haces de centeno de un barbecho se le restregaba por su conciencia. Pero lo que más le dolió fue el recuerdo del robo a su cuñado de una fanega de trigo y centeno que tenía en la troje. Cuántas veces había tenido que oír los gritos de su mujer reprochándole que  había hecho víctima de sus raterías hasta a su propio hermano.

Afortunadamente otros vecinos se apiadaron de él y no habían echado más leña al fuego, sabían de su situación y habían tenido compasión de Jerónima, su mujer, y sus tres hijos que, ahora que estaba nuevamente en la cárcel, andaban mendigando por las calles de Talavera.

En aquella primera ocasión habían cambiado su pena de seis años de presidio por otra más liviana de dos años de trabajos forzados en El Prado de Madrid. Incluso habían remitido la pena de doscientos azotes que acompañaba a la sentencia. Pero ahora no tendrían piedad. Estaba desesperado. Solamente le consolaba ver que su abogado defensor era un hombre sabio y que, a lo mejor, pensaba un truco para salvarlo.

Cuando ceía que ya todo estaba perdido, el licenciado encontró algunos fallos en el procedimiento del rústico comisionado de la Santa Hermandad. Esto, unido a la presencia de su miserable familia en la puerta de la prisión, consiguió que el juez tuviera un poco de compasión. Solamente le condenaron a seis años de destierro a diez leguas en contorno de Puerto de San Vicente y seis en contorno de la villa de Talavera. Por ahora se había salvado, pero ¿Qué haría él sin sus valles de Guadarranque, sin sus lazos y sus perdices?  La miseria seguía su ciclo inexorable.

(Causas Criminales de la Santa Hermandad de Talavera Sig. 41/12. Archivo Municipal )

FELIPE II VISITA TALAVERA

FELIPE II VISITA TALAVERA

(Marzo de 1580)

Arcabuceros en la azulejería del siglo XVI de la ermita de Nuestra Señora del Prado en Talavera
Arcabuceros en la azulejería del siglo XVI de la ermita de Nuestra Señora del Prado en Talavera

La Venta del Alberche era un hervidero de viajeros, pastores, furcias y bribones que, ante la presencia inusitada del concejo, los nobles y el cabildo de la Colegial, se mantenían en un extraño silencio. Un calderero llegó corriendo con su borrica y, entre el ruido de sus cobres, podían apenas oírse las grandes voces que daba anunciando la llegada de la comitiva real. Uno de los caballos de los cuadrilleros de la Santa Hermandad se desbocó y casi da en el río con el jinete que, con una ballesta en la mano y las riendas en otra, intentaba mantener el equilibrio.

Frente a la labranza de Entrambosrríos asomaban ya los primeros soldados y criados reales. Los alcaldes, nerviosos, se colocaron la indumentaria de gala mientras daban órdenes apresuradas a la comitiva que había acudido desde la Villa a recibir al rey Felipe. El carruaje paró, su majestad dejó a un lado los papeles que iba despachando con uno de sus secretarios y bajó junto al pescante del coche donde recibió el homenaje de las autoridades y el clero talaveranos. La Santa Hermandad Real y Vieja extendió su estandarte precediendo a la comitiva que continuó su recorrido hacia Talavera. Al pasar junto al arroyo de las Parras, el cortejo observó dos grandes palos clavados junto al camino real donde todavía picoteaban las urracas los despojos del último bandido ejecutado por la Hermandad.

Detalle de la decoración renacentista de la fachada sur del monasterio jerónimo de Santa Catalina

En otro carro iba la reina Anna, la adorada esposa del rey, y detrás más de trescientas personas entre soldados, sirvientes, escribanos, secretarios y nobles cortesanos. La primavera estaba ya despuntando en las ramas de los fresnos y los álamos que crecían junto al cordel. Al fondo se podían ver los tejados de la ermita de la Virgen del Prado, la que el mismo rey había bautizado en un viaje anterior como la Reina de las Ermitas. Su majestad ordenó parar y en compañía del cabildo municipal y el de la Colegial entró en el templo mientras repicaban las campanas de su espadaña. Permaneció unos minutos orando y a continuación se reanudó la marcha hasta llegar a la villa, en cuyo recinto la comitiva real penetró por la Puerta de Toledo.

Felipe II fue el rey que declaró a la cerámica de Talavera como la oficial del Imperio español con la sevillana. Horno representado en la azulejería del siglo XVI de la ermita.
Felipe II fue el rey que declaró a la  cerámica de Talavera como la «oficial» del Imperio español con la sevillana. Horno representado en la azulejería del siglo XVI de la ermita del Prado.

Fuera de este segundo muro de barro, muy deteriorado por el paso del tiempo, quedaban en la Cañada de los Alfares los hornos humeantes donde, por encargo del rey, tantos miles de azulejos se habían cocido para sus reales alcázares, sus palacios de caza y para su monasterio de San Lorenzo de El Escorial. Juan Floris y Juan Fernández, sus alfareros predilectos, habían acudido a las audiencias que el rey concedió en sus anteriores estancias en Talavera, interesándose por la marcha de sus trabajos. Desde la Puerta de Toledo, que lucía su renovado aspecto por la restauración del Cardenal Tavera, se dirigieron después hacia el interior del caserío por la calle de Zapaterías pasando bajo los arcos triunfales de flores y follaje que adornaban las calles. Los hermosos palacios de la nobleza talaverana y las más modestas casas de ladrillo y tapial lucían colchas y gallardetes para saludar la presencia del monarca.

Todos los viajeros quedaron impresionados por las esbeltas torres albarranas que hacían más fuerte aún la muralla que dejaron los hijos de Alá. Después siguieron entre el griterío de la concurrencia hasta el monasterio jerónimo de Santa Catalina, donde el rey dormiría como en las dos anteriores ocasiones que pernoctó en Talavera. Era la de estos frailes su orden favorita, a quien había encomendado el gran monasterio del Escorial. Siempre se había encontrado cómodo entre los jerónimos. El prior rindió homenaje al monarca a la entrada del convento y el rey Felipe, tras las formalidades de rigor, quiso saber si su arquitecto Juan de Herrera había ayudado a la comunidad talaverana a resolver la amenaza de ruina de la capilla mayor de la iglesia, agrietada cuando iba a cerrarse la media naranja de la cúpula por el gran peso de la misma y de los muros. El fraile señaló el gran machón que Herrera había hecho construir pegado a la cabecera para evitar el derrumbe; la grieta era alarmante pero el arquitecto había asegurado a los monjes que el templo ya no correría peligro.

Abside mudéjar del Hospital de la orden de Santiago (Santiaguito), donde se hayaban los restos de pelayo Correas que visitó Felipe II
Abside mudéjar del Hospital de la orden de Santiago (Santiaguito), donde se hayaban los restos de pelayo Correas que visitó Felipe II

Por la mañana fueron recibidos en audiencia el concejo y los nobles talaveranos. A petición de uno de ellos, don Antonio Meneses y Padilla, el rey visitó el sepulcro de Pelayo Pérez Correa en la antigua iglesia del hospital de Santiago, llamada por el pueblo el Cristo Santiaguito. Este monje guerrero allí sepultado había sido Maestre de la Orden de Santiago, librando famosas batallas en la reconquista de Aldalucía. Una creencia muy arraigada en las gentes relataba cómo, durante uno de sus enfrentamientos con los moros, había recibido la ayuda de la Virgen que había detenido el sol a su puesta para que las huestes cristianas pudieran acabar felizmente la batalla. Murió en 1275 y fue enterrado en este hospital que la orden militar tenía en Talavera hasta que, en 1510, su cuerpo fue trasladado a la iglesia de Nuestra Señora de Tudia en Badajoz. El rey, minucioso como siempre, mandó poner «aquí yació» donde figuraba «aquí yace» sobre su sepultura ya vacía.

Era la tercera vez que Felipe II visitaba Talavera. En la primera ocasión se dirigía a Guadalupe para agradecer a la Virgen que don Juan de Austria hubiera sofocado el levantamiento de los moriscos. En su segundo viaje también se dirigía al santuario de las Villuercas para entrevistarse con su sobrino D. Sebastián, rey de Portugal, e intentar convencerle, sin conseguirlo, de que no emprendiera la suicida campaña africana donde el portugués perdió la vida en la batalla de Alcazarquivir. En ese encuentro, la comida fue servida a los dos monarcas en una hermosa vajilla de Talavera con el escudo de Portugal.

Ahora el rey se dirigía al reino vecino para hacerse cargo de él. Partió el cortejo de Talavera acompañándole las autoridades hasta el arroyo Bárrago. La reina Anna volvería a pasar por aquí siete meses más tarde pero ya sin vida pues había fallecido en Badajoz. El talaverano García de Loaysa oficiaría su entierro en el Escorial.

TRES MUCHACHOS EN UNA CUEVA

TRES MUCHACHOS EN UNA CUEVA

Septiembre del 306

Cueva de los Santos Mártires en el Cerro de San Vicente o Monte de Venus
Cueva de los Santos Mártires en el Cerro de San Vicente o Monte de Venus

Entre la grieta que dejan dos grandes moles de granito se asoman los ojos asustados de un joven mientras el viento agita su túnica. Desde la cumbre del Monte de Venus mira como el Tajo se acuesta en el valle. Al fondo, angustiado, vislumbra los tejados de los templos de la ciudad de Ébora. Vincencio ha recogido unas bellotas que lleva envueltas en un pedazo de lienzo. Vuelve sobre sus pasos hasta le entrada casi oculta de una cueva por la que desciende hasta su interior. Con las espaldas apoyadas sobre la piedra dos muchachas esperan aterradas, pero sonríen aliviadas al verle mientras le interrogan con su mirada.

– No se ven soldados. El día ha salido despejado y debemos continuar – dice entre imperativo y cariñoso su hermano.

Los Santos Mártires Vicente Sabina y Cristeta representados en azulejería de Ruiz de Luna en la iglesia de Castillo de Bayuela
Los Santos Mártires Vicente Sabina y Cristeta representados en azulejería de Ruiz de Luna en la iglesia de Castillo de Bayuela

Aunque las hace estremecer el aire que azota la cumbre esa mañana, al salir de su refugio, la luz y el tibio sol de otoño las reconfortan. Con un poco agua de un fontarrón cercano lavan las heridas de sus pies defendidos de una caminata de nueve horas bajo la lluvia tan sólo por unas pobres sandalias. Antes de descender hacia el Piélago, el muchacho mira desconfiado hacia atrás y recuerda las historias que le contaba su abuelo. Aquí mismo se había fortificado el famoso guerrero Viriato y tuvo en jaque a los romanos desde estas alturas. Pero el lusitano al menos tenía armas. Vincencio, sin embargo, sólo tiene la certeza que empapaba todas sus vísceras de que la religión del judío crucificado, la que dice que los pobres heredarán la tierra, era la religión verdadera. Tan seguro estaba que hacía dos días, delante de Dacio, el gobernador que había encerrado a la piadosa Leocadia en las mazmorras de Toledo, había renegado de los viejos dioses asegurando que cuando los romanos los adoraban era como si veneraran a un montón de piedras y palos. Vincencio no lo creía, pero oyó decir a los soldados que le custodiaban que, en la piedra sobre la que descansaba cuando compareció ante el gobernador, quedaron marcados, como si la roca fuera de cera, sus pies y el báculo que le sostenía.

Capilla del eremitoriode la cueva de los Santos Mártires
Capilla del eremitoriode la cueva de los Santos Mártires

Esos mismos soldados le liberaron esa noche y con sus hermanas Sabina y Cristeta había huido entre encinas y enebros hasta el Monte de Venus. No podía permitir que el empecinamiento que Dacio achacaba sólo al fanatismo de los cristianos afectara a sus hermanas. Pero ellas, tanto y con tanta vehemencia habían escuchado hablar a su hermano sobre la nueva religión, que ya le acompañaban en lo que para unos era delirio y para otros eran convicciones profundas. Estaban ya dispuestas a morir con él sin renunciar al nuevo Dios que los emperadores perseguían con tanta saña.

Caminando entre los robles habían llegado al otro extremo de aquellos montes y podían ver frente a ellos la alta sierra de Gredos que deberían cruzar si querían ponerse a salvo. Unos pastores que los encontraron comiendo moras junto al río Tiétar les dieron refugio esa noche. No subieron por el puerto del Pico pues, junto a la calzada, siempre había soldados que controlaban el paso del ganado y de las mercancías. La senda por la que les condujo uno de los cabreros era empinada pero más segura. Después de alimentarse de carne seca durante cuatro días llegaron, tras atravesar los piornales y las praderas de las cumbres, hasta la ciudad de Ávila. Uno de los pastores, interrogado por los soldados, delató a los hermanos y cuando llegaron a la ciudad de los fríos inviernos estaban esperando para apresarles.

Otra vez los ofrecimientos de renuncia, otra vez mantenerse en esa curiosa fe que a Daciano, en realidad, le parecía tan falsa como la suya propia, una forma más de someter a los que debían someterse. Los desnudaron y los sacaron fuera de la ciudad y después les azotaron hasta la extenuación. En el tormento que llaman hecúleo descoyuntaron sus miembros sobre una cruz en aspa. Como no acababan con sus vidas apretaron las cabezas de los tres hermanos en una prensa formada por dos tablones poniéndoles, en fin, grandes losas de piedra y golpeando sobre ellas con grandes mazos hasta que sus sesos quedaron desparramados.

Después de muertos los arrojaron  a una cueva que llaman de la Soterraña. Y dicen las gentes de Ávila que, como no permitieran los soldados que nadie enterrase los cuerpos, una gran serpiente salió de las profundidades levantada la cerviz y dando temerosos silbidos. Cuentan que un judío miraba sus cuerpos con poca reverencia y la culebra se enroscó en su cuerpo casi asfixiándole hasta que prometió, convirtiéndose al cristianismo, levantar un templo que custodiara los cuerpos de los tres muchachos de Ébora.

LOS SANTOS MÁRTIRES HUYEN DE TALAVERA. DETALLE DEL CENOTAFIO DE LOS SANTOS MÁRTIRES EN LA BASÍLICA DE SAN VICENTE DE ÁVILA

Página Talavera y su Tierra de Miguel Méndez-Cabeza Fuentes

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