
COLMENEROS, 1486
Marcela se acercó hasta la entrada del muro de piedra que circundaba la posada de colmenas y permaneció allí, quieta. Con un movimiento de cabeza llamó a su hijo Bartolomé. Ella sabía bien que una mujer mientras estuviera con su flor no debía acercarse a las abejas. Ni siquiera cuando hubiera comido ajos o cebollas, pues eran animalias muy delicadas a las que también molestaban los malos olores.
El muchacho se acercó a ella y tomó la cantarilla de vino, la hogaza y el pedazo de queso que les había traído para el almuerzo. Su marido dejó de encalar el poyete de pizarra cogida con barro que acababa de levantar para dar asiento a las colmenas. Seguir leyendo Un relato breve: COLMENEROS, 1486