Desde Puente del Arzobispo nos acercaremos en un agradable paseo ribereño hasta otro de los enclaves árabes que defendían la línea fronteriza del río Tajo. Menos conocido que la ciudad de Vascos pero situado en un lugar también muy pintoresco y con una población de menor entidad que ella y no amurallada como el famoso yacimiento del río Uso.
Se trata de la fortaleza musulmana de Castros que, aunque se encuentra en término del jareño pueblo de Villar del Pedroso, es más accesible desde aquí. Los lugareños conocen el paraje como “La Muralla” y para ir hasta allí tomaremos un camino que sale inmediatamente a la izquierda del propio puente del Arzobispo, discurriendo por la ribera del río.
Desde esta orilla tenemos una bonita vista de la villa con el puente, los molinos y el caserío. Después de andar unos dos kilómetros, tropezamos con la desembocadura del río Pedroso, que se despeña en cascada sobre el Tajo en un hermoso paraje. Una curiosa leyenda dice que una mora que vivía en el castillo que vamos a visitar, despechada por mal de amores, se arrojó desde estas alturas al río y todavía se la puede ver saltando y se escuchan sus lamentos en las noches de luna del día de San Juan.
Tajamares del puente árabe bajo la fortaleza de Castros
Justo en el codo que hace el río Pedroso antes de su desembocadura, se observan sobre el cauce los restos de un batán, con cuyos beneficios dejó también estipulado el arzobispo Tenorio que se financiaran los hospitales de Puente. Siguiendo el cauce del riachuelo nos encontramos con el bonito conjunto que forman un puente y un molinillo de ribera. En la elevación situada entre los dos ríos se sitúa la fortaleza que formaba, junto a las de Vascos, Espejel, Alija, Azután, Canturias o Talavera, una fuerte línea defensiva destinada a impedir que los cristianos atravesaran la frontera natural del Tajo en su avance hacia el sur.
En este caso nos encontramos ante una alcazaba con un poblado alrededor, sin contar en este caso con el amurallamiento que rodea al caserío en la Ciudad de Vascos pero que, como se deduce por sus características constructivas, también se levantó entre los siglos IX y XI por las aguerridas gentes bereberes con las que los árabes repoblaron estas orillas. La vista desde sus murallas es impresionante y vemos al río Tajo que discurre por terreno quebrado con su cauce cortado por las azudas o presas que llevaban agua a los molinos, como las aceñas del Conde de Oropesa, un gran edificio que se contempla algo más abajo de esta fortaleza Castros. Parece que este castillo tenía también como misión la defensa de un puente que se encuentra a sus pies y del que se mantienen todavía los tajamares. Río arriba se ven en la otra orilla los arruinados molinos de Calatravilla y más arriba aún, los molinos de Puente del Arzobispo y su presa.
Torre fuerte interior y murallas de la fortaleza de Castros
La puerta principal es la que da al norte y es la que mejor se conserva con sus dos torres de arquitectura califal que la flanquean. Hay también una arruinada torre fuerte central con una puerta y buena sillería y varios lienzos bien conservados de muralla con varias torres que lo refuerzan.
Sobre la misma loma del castillo pero más al este se ven restos de una atalaya y algunas otras estructuras que reforzaban la defensa.
Ayer describíamos la vivienda y otras dependencias de los cabreros del alto Gredos, además de diversas construcciones complementarias. Nos queda por conocer el recinto en el que se cerraba el ganado. Generalmente se construía con palos y ramajes dispuestos en forma de “berenga”, cuando se colocaban inclinados hacia el interior impidiendo así que los animales saltaran y escaparan y al mismo tiempo sirviendo de cobijo en caso de temporal. Cuando se colocaba otra fila de palos inclinados sobre los anteriores dejando en su interior un espacio habitable para el ganado, al que se accedía mediante aberturas llamadas portillas, entonces se denominaba “berengón”. La cumbrera del berengón remataba con un canalón de roble cóncavo vuelto hacia abajo. Los deshechos y el agua salían por un agujero de drenaje llamado “camilleja”
Con las cabras en la berenga
Estos lugares para encerrar a las cabras servían también como protección ante el ataque de los lobos que nuestro amigo Alejandro Garro ha conocido en las soledades de las alturas serranas rondando en torno a su ganado. Más peligroso era dormir con el ganado al sereno sin ningún tipo de protección, como sucedía en los traslados. Entonces había que dormir a “jogueril”, es decir con la hoguera encendida y la escopeta cargada, y más de una vez se veían obligados “ a liarse a tizonazos” con los troncos de la lumbre encendidos para defenderse del ataque del lobo. Hubo ocasiones en que fueron tan abundantes que se hizo necesario organizar batidas para eliminar a los depredadores por la mortandad que producían en el ganado. Unos pastores iban armados y otros actuaban de “echaores” para espantar y conducir a los lobos hasta la encerrona.
Berengas, chozos y casillas de la majada de Braguillas
No eran estos los únicos peligros que habían de afrontar los pastores serranos. No eran infrecuentes los accidentes provocados por caídas, algunos de ellos al intentar recuperar algún animal en situación comprometida sobre alguna risquera o, como sucedió en el paraje de los Hospitalones, con un macho montés herido que hizo precipitarse al vacío a un pastor. La climatología era sin embargo el peor enemigo y la humedad permanente con los pies mojados durante largos inviernos es un recuerdo poco agradable para algunos de estos pastores. Cuando le preguntamos a Alejandro por su protección contra el frío cuando dormía al sereno responde: “Pues mire usted con media manta arriba y media manta abajo”. También recuerda cómo antes se podían adquirir sombreros de paño que realmente eran impermeables y que ya es imposible encontrar o cómo se fabricaban botas y sandalias de cuero de una resistencia que hoy no superan los nuevos materiales, y de hecho, para los pastores, en su estricta economía de subsistencia el desembolso en metálico que les resultaba más gravoso era el que invertían en ropa y zapatos, porque el resto de sus necesidades eran cubiertas prácticamente con lo que ellos mismos producían.
Troncos de roble vaciado para dar de comer a las cabras
Las cabras que más se aprovechan en Gredos son las de la especie llamada serrana, la cabra verata y algunos híbridos de ambas, además de otras especies recientemente introducidas como la cabra “granaína”. En la conversación aparecen los sugerentes nombres de las especies vegetales que servían de pasto a los rebaños: alambrillo, calvitero, berceo, cerrillo o vainilla, el fruto de los piornos que a veces ocasionaba ciertas disputas entre los pastores de una vertiente y otra de Gredos. También se podía completar la alimentación del ganado con el ramaje de los robles, y algunos cubos de castañas o de bellotas. Los pastos del monte público solían ser subastados y en el monte privado los pastores eran “acogíos”, una forma de arrendamiento que ocasionaba a veces abusos por parte sobre todo de los administradores de las fincas que introducían cláusulas abusivas que no figuraban en los contratos como la entrega de cargas de leña o el apropiamiento indebido del estiércol, preciada mercancía principalmente para los hortelanos de la cara sur de la sierra.
Quesera bajo una cascada
A veces llegaban los administradores a cobrar a los pastores el propio estiércol que producían sus cabras y que les era necesario para sus huertos familiares, o a cobrarles el ramón de los robles que se aprovechaba en las épocas de sequía y más escasez de pastos. Era tan ajustada su economía que a veces “no alcanzaban” siquiera a pagar el arrendamiento de los pastos y si además tenían la mala suerte de que la gota, la mamitis, la gripe u otras enfermedades del ganado afectaran a su majada, no era infrecuente que familias enteras quedaran en la ruina más absoluta sin ni siquiera un pedazo de pan que llevarse a la boca.
Su vida cotidiana era dura pasando largos ratos en la sierra labrando algún objeto de arte pastoril como huesos para adornar sus mochilas, morteros de madera, zajones o petacas de cuero etc. Aunque algunos pastores siguen ocupando sus ratos libres con esta artesanía, el transistor casi ha acabado con ella pero a supuesto una magnífica compañía y aún muchos de ellos guardan un recuerdo entrañable de un programa de Radio Andorra de canciones dedicadas con el que desde sus alturas comenzaron a conectarse con el resto del mundo.
Subiendo a la majada
De los dos centenares aproximados de majadas que poblaban las más recónditas gargantas de Gredos, hoy apenas quedan algunas que se cuentan con los dedos de una mano. Cuando el que esto escribe iba a mostrar el primero de estos artículos a Alejandro Garro, nuestro guía en este viaje pastoril, este pastor de las alturas falleció, sirvan mis palabras como pequeño homenaje a él y a los que como él son los últimos testigos de una forma de vida que se acaba.
Acabaremos con un nuevo capítulo sobre la gastronomía de los pastores de Gredos
Este monumento megalítico con unos 5500 años de antigüedad, descubierto por el que esto escribe y confirmado por la gran especialista Primitiva Bueno ha sido derribado y corre el riesgo de desaparecer como sucedió con el llamado menhir de Parrillas que primero fue derribado y luego fue sustraído, aunque parece que todo el mundo en Navalcán sabe dónde está.
Esta pieza debería llevarse y exhibirse en Gamonal o en Talavera o mejor, ser preservado en su lugar con las debidas medidas de seguridad. Desde luego, donde no debe ir es al Museo de Santa Cruz de Toledo.
Van a hacer algo o como siempre esperaremos a que suceda el desastre para luego lamentarnos-
Para quien quiera saber más sobre este menhir puede leer el enlace que sigue de este mismo blog.
Permítanme ustedes que me tome la libertad de acuñar un nuevo término, el “insultónimo”. Definiría esta palabra a todos los motes colectivos que con cariño, pero no sin cierta mala uva, se aplican entre sí los pueblos que tienen relaciones de vecindad.
Muchos de estos términos van acompañados de una más o menos disparatada anécdota que justificaría su aplicación a los vecinos de un lugar determinado y, curiosamente, muchas de esas historietas tienen relación directa o indirecta con prácticas o edificios religiosos. Así, por ejemplo, a los vecinos de Gamonal se les ha denominado tradicionalmente ahorcaburros. Se explica este apelativo diciendo que, en cierta ocasión, había crecido hierba en el tejado de la torre de la iglesia. Decidieron algunos vecinos que podía servir de comida a un asno. Ni cortos ni perezosos, izaron al pobre animal hasta el campanario atado a una cuerda, consiguiendo ahorcarlo.
A los vecinos de Mejorada se les conoce por zorreros. La explicación es igualmente pintoresca pues dice que, en cierta procesión, los lugareños no tuvieron mejor proyectil para arrojar a un zorro que se cruzó en su camino que el Cristo que llevaban en las andas.
Con otra procesión tiene que ver también la interpretación del mote de lavijeros que se aplica a los habitantes de Navamorcuende. Una talla custodiada en la ermita de Guadyerbas servía de disputa a Navamorcuende y Sotillo Se habían perdido las lavijas, que son las piezas que unen la imagen a las andas en las procesiones. Los vecinos de Sotillo fueron rápidamente a fabricar otra lavija en la fragua de su pueblo pero, más astutos, los de Navamorcuende hicieron sobre el terreno las lavijas de palo consiguiendo llevarse a la Virgen.
Abubilleros llaman a los de Velada porque dicen que se comían a las abubillas, ave que desprende muy mal olor. Aunque otra versión habla de un rayo de sol que entraba en la iglesia y los “velaínos” querían espantarlo como si fuera una abubilla.
A las gentes de Los Navalmorales se les conoce como chocolateros porque cambiaron el Cristo por chocolate, pero, en el siglo pasado y comienzos de este, había varias fábricas de chocolate en el pueblo, lo que podía explicar el mote.
Generalmente son “insultónimos” que intentan resaltar la rusticidad de los habitantes de un pueblo de manera humorística, con episodios que demuestren las pocas luces del vecino. Muchos de ellos se repiten en pueblos alejados entre sí como es el caso de llamar a los de Calera, “los de la viga” porque, aseguran en los pueblos cercanos, intentaron entrar una viga atravesada por la puerta de la iglesia. También se aplica, por ejemplo, a los vecinos de Bargas.
Hay muchos apodos que se explican por determinadas características físicas que se supone a los originarios de un pueblo y así los de Sartajada son tripulines por su supuesta baja estatura acompañada de prominente barriguilla. Los navalqueños serían patas de cigüeño
Otros no tienen una explicación concreta o es demasiado patente, por ejemplo a los de Valdeverdeja se les llamaba chalucos y borrijones, a los de Hinojosa jorgos, a los de Torrecilla de la Jara tramposos, a los de El Torrico migueletes y a los de Mohedas patateros . Navalmoralejo es conocido en su entorno como el Cuco y sus habitantes son cuqueños.
Son muchos los motes que se aplican a los vecinos en forma de coplas o estribillos que suelen cambiar los protagonistas según el pueblo donde se apliquen, como por ejemplo:
Para borrachos Torralba / para ladrón el ventero (de Ventas de San Julián)
para vagos la Calzada / que hay un regimiento entero.
Entre los pueblos de La Jara occidental se dice, también con los nombres de los pueblos intercambiables según quien lo diga, otra famosa coplilla:
Las del puerto son portanchas / las del Campillo panderas
las de La Nava cigarras / para guarras las de Mohedas.
Aunque, según el pueblo donde se cante las guarras son las de Sevilleja o La Nava.
Otro ejemplo similar en el ámbito de la Sierra de San Vicente es:
En Pelahustán son cuclillos / que cantan en primavera
en Navamorcuende hay brujas / y en el Real hechiceras
en Almendral fanfarrones / si tienen cuatro cerezas
y en Iglesuela, porqueros /que al recoger los ganados
aúllan en montanera.
Pero como uno es talaverano y no quiero que el lector diga que no me he referido a los motes de mis paisanos, reproduciremos una coplilla que habla de los buenos atributos de las talaveranas:
Las chicas de Talavera / tienen que llevar dos fajas /
porque con una no pueden / sostener las calabazas.
Cuando vemos un grupo de chozos y queseras en una majada de Gredos lo primero que nos viene a la cabeza son las construcciones de los castros celtas reconstruidos en Galicia, como el de Santa Tecla. Más cerca, en El Raso de Candeleda podemos ver reconstruidas las viviendas de un poblado vettón que ayudan a comprender las formas algo más complejas de vivienda de un núcleo urbano relativamente poblado como el que allí se asienta.
Las chozas de los pastores de la sierra tienen una tipología muy característica. Son construcciones circulares que tienen un diámetro que oscila entre los dos y los cuatro metros.
Se construyen generalmente sobre pequeñas elevaciones del terreno o sobre aterrazamientos que intentan evitar las humedades que la alta pluviosidad de aquellas alturas puede ocasionar. Constan de un muro levantado a piedra seca o con barro, “la pared”, con una altura que no suele sobrepasar el metro veinte de altura. La pared no suele tener huecos, si acaso, algún pequeño ventanuco y la puerta de madera con la altura del propio muro de piedra.
Rachones de roble en una majada en ruinas
Sobre la pared apoyan los rachones de roble que proceden de troncos que han sido cortados longitudinalmente desgajándoles, por lo que suelen tener una cara cóncava que guía mejor las aguas filtradas de la techumbre vegetal. Sobre esos rachones se colocan, no sin destreza, las escobas, cuando la construcción se encuentra a baja altura de la montaña como es el caso de las majadas, y con piornos cuando la construcción se sitúa en los puestos de verano que aprovechan los pastos de altura. Algunos de los rachones son palos acabados en horca que forman el armazón inicial de la techumbre. En la junta del techo vegetal con la piedra se colocan a veces cepellones de tierra con hierba que impide la entrada de humedad en la choza. El techo de escobas o piorno se remata en el vértice del cono que forma con una lancha de piedra o con un bien atado y compacto capirucho vegetal. El suelo suele ser de tierra apisonada, aunque a veces está enlanchado con granito. En uno de los lados del interior de la choza el muro acaba rematado por una bisera formada por un lanchón de piedra, ya que debajo está el lugar donde se hace el fuego o “tiznera” y es necesario evitar incendios. El humo sale entre el ramaje del techo lo que a veces hacía poco habitables estas chozas
Casa con techumbre vegetal y remate en la cumbrera de medios troncos vaciados de roble
Cuando el buen tiempo lo permitía se hacía la vida en el exterior, en una terracilla también circular o semicircular llamada “estanza”. Está hecha generalmente con un pequeño murete de medio metro de altura, con el suelo enlanchado y sin puerta de acceso para evitar así que pasen los animales. En uno de los laterales se sitúa la cocina de verano al aire libre y en el contrario suele hacerse un emparrado o “solombrajo” con una parra o simplemente con hojas de helecho. La estanza suele estar dotada de una mesa de piedra hecha con una lancha de buen tamaño y con asientos también de granito alrededor.
El mobiliario de la choza no puede ser más sencillo. Del techo cuelgan los “carabancheles”, unos palos con las ramas cortadas que se cuelga del techo para a su vez colgar de él los pertrechos y los alimentos y evitar así a los roedores. Incluso a veces se coloca una tapa de lata en la parte superior para evitar así que desde el techo puedan acceder a las viandas los ratones. En la tiznera se instala el “jurganero” con dos horcas para poder colgar de él el puchero. Los tajos para sentarse son tajos compuestos por un asiento de madera y tres palos clavados en él a modo de patas. A veces encontramos algún rudimentario “vasal” fabricado con cuatro tablas y alguna alacena hecha sobre un hueco del muro. Todavía he podido ver alguna cama de las que se utilizaban antiguamente hechas con un marco de palo sostenido por cuatro patas y con cuerdas que van de un lado a otro del armazón. Los jergones se rellenaban sencillamente de hojas o de helechos secos. La iluminación se llevaba a cabo con candiles de aceite aunque también se utilizaban las lámparas de carburo los faroles de aceite o como recuerdan los más antiguos, con teas de pino.
Chozo en una majada de La Villa de Mombeltrán
Además de las chozas para los pastores había una serie de construcciones anejas frecuentes en casi todas las majadas. El “burrero” era una edificación de parecidas características a la choza pero algo más precaria en su construcción y de planta más alargada, Servía para guardar aperos y en caso de mal tiempo meter al caballo y así protegerlo.
Otras construcciones eran las zahurdas, generalmente levantadas con palos colocados como el armazón de un chozo y sobre los que se acumulaba tierra quedando debajo un hueco donde vivían los cerdos, que ya hemos dicho constituían un complemento económico importante en la vida de estos pastores, pues no sólo criaban los necesarios para su propio consumo, sino que tenían siempre algunos de cría que luego vendían y que eran alimentados con el suero de los quesos. Los gallineros eran pequeños chocillos con techo vegetal o con lanchas de piedra. Los hornos para cocer el pan se hacían sobre un plinto de piedra sobre el que se hacía la bóveda del horno con adobes dejando una puerta hecha con tres pequeños sillares de granito. Estos hornos se solían cubrir con un pequeño tejadillo que sobrepasaba la construcción por encima de la boca del horno dejando así un portalito.
RUTA ENTRE EL TIÉTAR Y EL GUADYERBAS
Un kilómetro antes de llegar a Parrillas, atraviesa la carretera la cañada que, desde el Puerto del Pico, discurre hacia Extremadura por las llanuras de la Campana de Oropesa. Tomamos esa cañada en dirección suroeste llegando hasta las orillas del Embalse del Guadyerbas, donde el aficionado a la pesca puede intentar capturar alguna carpa, barbos, bogas y black-bass, aunque las desafortunadas repoblaciones con peces gato y percasoles han degradado la práctica de este deporte en casi todos los embalses.
Riberas del Tiétar
El siguiente tramo del trayecto continúa por la misma orilla del pantano que, si el nivel de las aguas no es muy elevado, es practicable. En el caso contrario después de disfrutar del embalse y sus magníficas vistas sobre Gredos y las dehesas del entorno volveremos a la carretera y continuaremos por ella el recorrido hacia el oeste.
Arquitectura popular de Parrillas
Nos encontramos ya en el muro de la presa y desde allí seguimos la carretera como un kilómetro más hasta que volvemos a encontrar el río a la derecha .En este paraje se encontraba uno de los núcleos de población que dieron origen a Navalcán y del cual hoy apenas quedan restos, con algunos muros escasamente visibles y, si os fijáis bien, una calleja entre pequeños fresnos que conduce a un grueso muro de argamasa, único testigo de lo que fue la iglesia del pueblecito de Guadyerbas las Bajas.
Molino en el Guadyerbas
Este paraje es adecuado para detenerse a reponer fuerzas y dar un paseo observando primero un tejar sobre una pequeña elevación donde todavía se percibe el horno, la era donde se extendían los ladrillos antes de cocerlos y la pila donde se amasaba el barro. Al otro lado del río se encuentra un molino en un paraje de fresnos y praderas muy ameno, y siguiendo su canal aguas arriba llegamos a un antiguo puente medieval cuyo arco, muy aplanado, parece ir a derrumbarse de un momento a otro. El lugar es adecuado para la pesca del black-bass y también abundan los cangrejos americanos.
Puente «romano» de navalcán sobre el Guadyerbas
Volvemos a Navalcán y tomamos la pista que frente a la piscina conduce a la captación de aguas en el Tiétar. Se distingue por ir casi paralela a una pequeña línea eléctrica. Un kilómetro antes de llegar al río hay una desviación a la derecha que nos conduce hasta el molino de Peña ,es un paraje muy agradable ,donde se puede pernoctar si vamos a pie y queremos doblar la jornada, pues el molino es abovedado y dentro hay arena.
El río corre limpio hasta Junio cuando desgraciadamente, las captaciones de agua de las urbanizaciones y pueblos de Gredos y la escasa depuración de las aguas residuales que generan, lo deterioran hasta el punto de no ser recomendable para el baño. Pero las primaveras del Tiétar son de singular belleza y también nos permiten practicar la pesca, sobre todo de barbos y bogas.
Desandamos el camino hasta Navalcán ,aquí podemos reponer fuerzas en los dos o tres restaurantes ,carillas y cochinillo o chanfaina, por ejemplo, y dar una vuelta por el pueblo visitando un pequeño puente medieval restaurado por la escuela taller, algunos elementos de arquitectura popular, un monumento a los conquistadores que desde estas tierras fueron a las Américas y otro a los emigrantes. Los amantes de la artesanía pueden adquirir en Navalcán labores de mantelería que, aunque menos conocidas que las de Lagartera, en nada tienen que envidiarlas.
También podemos visitar un pequeño museo etnográfico donde además se exhiben las fotos donadas por Arthur Miller, escritor y premio Nobel cuya esposa, después de Marylin Monroe, fue Inge Morth que hizo las instantáneas en los años 50 durante una boda local.
Una de las fotos de una boda en Navalcán de Inge Morth que se exhiben en el museo.
Seguimos después nuestro camino hasta Parrillas, pueblo con mucho sabor que todavía conserva rincones con pintoresca arquitectura tradicional. También aquí ha restaurado la escuela taller un potro de herrar, la placita del pilón y se han erigido un rollo en memoria del 350 aniversario del privilegio de villazgo de este pequeño pueblo al que desde aquí felicitamos por conservar su patrimonio etnológico. Otro ejemplo de su buen hacer es la reconstrucción de la Ermita de la Fuente Santa que podemos visitar, camino ya de Talavera y donde se celebra en mayo una concurrida romería.
Las labores de Navalcán
Se pueden adquirir en Navalcán a buen precio típicas labores tradicionales. Los eruditos dicen que son absolutamente autóctonas y remontan sus motivos al siglo III d.C. Parece que sus esvásticas, rombos y meandros son de origen copto y de una gran influencia oriental. Son bordados de los denominados «de tejidillo» y tradicionalmente se hacían sobre lino con hilo de lana ,especulándose con la influencia sobre bordados incas que habrían llevado los navalqueños que pasaron a América en la conquista.
Comenzamos una serie de cinco artículos publicados en el Diario de Ávila y La Tribuna de Talavera sobre la vida de los pastores del alto Gredos. En este primero entrevistamos al tío Pancho, uno de los últimos.
Zagal cuidando sus cabras en el alto Gredos
Son muchas las formas de vida rural cuyos protagonistas son los últimos testigos de una supervivencia al límite. Cuando nos dejen, ya nadie sabrá sacarle a la naturaleza sus frutos como ellos lo hacían y una pérdida cultural irreparable se habrá producido. No hace falta ir a perdidas zonas de la Amazonía o de África para conocer pueblos cuya riqueza etnográfica es una joya del patrimonio antropológico universal.
En las cumbres de la sierra de Gredos van desapareciendo los cabreros que, aprovechando los pastos de altura, sobrevivían con su ganado en un ambiente muchas veces hostil pero que, a pesar de todas las penurias, les hacía disfrutar de una gran libertad si los comparamos con sus paisanos del llano.
Macizo central de Gredos con el Almanzor al fondo
Para conocer a uno de estos pastores tuve el placer de entrevistar antes de su fallecimiento a Alejandro Garro Garro un candeledano conocido cariñosamente por sus vecinos como “tío Pancho” que nos llevará de la mano por la vida y las costumbres de los hombres de las risqueras y los piornales.
Nació en Candeleda en 1913 y nos refiere con orgullo que a los once años era ya un zagal con ochenta chivas bajo su custodia. Cuando, como dice Alejandro, llegó la revolución en 1936 no quiso apuntarse a aquellos proyectos utópicos de la gente de cumbres abajo que tan lejos y extraños le sonaban, al fin y al cabo él ya vivía en su Arcadia serrana. Pero cuando fue quinto, no le quedó más remedio que servir en el ejército de los sublevados de Franco. Lo destinaron a Ávila donde ese curioso y aleatorio sistema militar de otorgar destinos le hizo tomar la jeringuilla para ser practicante. Para cualquier hombre del campo español el servicio militar es un periodo vital que queda grabado en su memoria por haber sido, generalmente, la única ocasión en que los campesinos han salido del pueblo y han conocido otras tierras y otras formas de vida. Por eso nos relata con todo lujo de detalles sus diferentes destinos en la comandancia militar, en un almacén de ropa y alimentación, donde las marciales penurias eran más livianas y donde comenzó a aprender a escribir por sí mismo, simplemente observando aquellos extraños signos y preguntando a otros su significado, con esa intuitiva forma de valerse de tantas gentes rurales que seguramente en otras circunstancias habrían destacado en una sociedad que les hubiera dado la oportunidad. Por contraposición a este buen destino con manduca asegurada nuestro hombre se las tuvo que ver como camillero en el frente de Córdoba donde dice con su gracejo serrano que a él y a sus compañeros “nos tupieron de huevos” para definir el fragor de la batalla. Recuerda también como en las minas de Almadén “me pudieron matar” en una disputa entre legionarios y guardias civiles.
Rebaño de cabras veratas pastando en Gredos
Pero “un día empezó a sonar radio Franco, radio Franco y se acabó la guerra”. Volvió a su tierra y al morir su padre se tuvo que poner a servir por “catorce duros y catorce chivas al año” en una dehesa, pero en las tierras llanas asegura que le dolía la cabeza y aquellas aguas cárdenas que bebía en la calabaza de pastor no le sentaban tan bien como las aguas serranas y este fue el motivo que Alejandro da para justificar su vuelta a las soledades de las cumbres de Gredos. Sirvió después con un patrón de mote “Pielero” por cincuenta pesetas y doce chivos. Las cifras se mezclan en la cabeza de nuestro protagonista y no llegamos de verdad a saber cual fue el acuerdo, las condiciones que ajustaba con uno u otro patrón.
El viejo pastor me sigue hablando de las condiciones en las que trabajaba con “su señor y su señora”, los que yo durante la conversación supongo que son sus patrones, pero tercia su hijo Ángel en la charla para indicarme que en la zona se llama “mi señor y mi señora” a los suegros, curiosa costumbre con tintes medievales.
Es así como se establece por su cuenta con ciento cincuenta cabras viviendo de majada en majada, de puesto en puesto por estas sierras hasta que se bajó con su mujer a la finca que su padre compró por cien duros en el paraje del Alcornocal, cerca de Madrigal de la Vera, en terrenos menos ásperos e inseguros y donde a la sombra de uno de esos naranjos que dan aire levantino a las laderas del sur de Gredos estamos conversando.
Vista parcial de la Majada de Braguillas
Ya hemos conocido al personaje que nos enseñará en semanas próximas la forma de vida de estas gentes solitarias que cuando bajaban a algunos de los pueblos de la Vera o del Valle del Tiétar eran despreciados, “tratándonos como salvajes o bobos” como me dice su otro hijo, Albino. Aunque lo que se podía deducir era más bien que en las gentes del llano lo que asomaba era la envidia de estos hombres que no tenían patrón que los maltratara, que vivían con absoluta independencia en sus chozas y que, eso sí, cuando iban al pueblo pagaban al contado y había quien se les arrimaba olvidando su desprecio para que se pagaran una ronda en la taberna. Eran hombres libres y eso, había a quien no le gustaba.
Pero comencemos ya a conocer la vida de estos hombres que durante el invierno vivían en las majadas, “las mahás”, dicho en el castellano extremeño de las laderas del sur de Gredos, y que en verano subían a los “puestos” de las alturas para aprovechar los pastos más frescos y viviendo en construcciones más precarias.
Invierno en La Jara. El sol rojo se refleja al atardecer sobre las espesas columnas de humo y vapor de las almazaras que se levantan por encima de los caseríos de tejas rojas, rojos ladrillos y adobes colorados.
Las rañas jareñas vistas desde el risco Ñañas
Hileras interminables de olivos platean sobre las rañas movidos por el viento que se levanta al salir el sol después del chaparrón. Las duras cuarcitas que desde hacía siglos se comían las rejas de los arados romanos brillan mojadas sobre la arcilla. Verdean las jaras, este año jugosas porque el invierno húmedo y sin frío no las ha dejado consumidas y blanquecinas como en los años de secas pelonas y escarchas.
Vestidas con mil capas de chaquetas de chándal, rebecas y mandiles las mujeres salen por las mañanas en los remolques a varear las olivas, el único tesoro que les va quedando con las cuatro cabras y lo que deja el señorito por matar a los venados o el italiano por disparar hasta a los saltamontes.
Corrales y labranzas arruinadas desde el risco Ñañas
Y los chozos de pizarra se van derrumbando y las casillas de los olivares muestran sus muros de tapial lamido por el agua, con los cuartones y los cañizos de sus tejados pudriéndose bajo la lluvia y los cascotes. Y al fondo, las sierras antiguas se elevan con sus inmensos canchales de piedras quebradas y picudas que formaron antes enormes montañas. Grandes cordilleras que se formaron al elevarse hace millones de años los limos de un mar ancestral que dejó sus pequeños monstruos marinos impresos en la roca de Las Moradas o del Rocigalgo.
Cumbres de La Jara Alta desde el rico Ñañas
Olor a alpechín y al barro pisoteado de los trampales de los caminos que se mezcla con las heces del ganado, de los rebaños que cada vez pasan menos por las coladas y cañadas, permitiendo que el monte se vaya comiendo las barreras. Y observo que siguen poniendo puertas al campo con las ilegales y elevadas alambradas de los amos, amos tan antiguos como los trilobites de las cumbres. Amos que adiestran a los guardas como a mastines porque no quieren que les roben sus ciervos alimentados como borregos que les sirven para darse tono con las amistades en nuestra Escopeta Nacional de nunca acabar.
Mirador del risco Ñañas
Voy subiendo hacia el Risco Ñaña, que me atrae con su vieja toponimia de magia y misterio, y me acompañan robles, pinos y castaños sobre los que planean los abantos. Desde allí un haz de luz que sale de repente entre las nubes negras ilumina como un foco gigantesco las rañas, las planicies perfectas surcadas por los valles del Pusa o del Jébalo. Muestran allí abajo su damero de olivares verdes, barbechos grises y labrados rojos. Y disfruto de esa atalaya lejos de los lenguajes binarios y simplones de los aparatejos que nos sorben el seso, y apartado también de la putrefacción urbana amasada por los nuevos bandoleros del voto y la mentira con sus corbatas verdes que tanta roña tapan, y a cuyo lado son criaturas inofensivas los golfines a los que perseguía por estos lares la Santa Hermandad, ejecutándolos sumariamente con sus ballestas atados a una encina . Hoy no hubieran tenido bastantes saetas.
Y con el viento frío que trae olor a jara, a hojas que se van pudriendo y a revolcadero de jabalíes, acompañado de una petaca de orujo de la tierra que templa el fresco, recuerdo las palabras del fraile leonés: “¡Oh campo, oh monte, oh río! Seguro secreto deleitoso”.
Quizá el último secreto deleitoso que nos va quedando.
Valle del río Sangrera en su naciente desde el rico Ñañas
Mucho se ha especulado sobre si el italiano Niculoso Francisco “el Pisano” había estado en Talavera de la Reina y había introducido la cerámica renacentista en la villa, siendo por ello el precursor del gran impulso del arte del barro que hizo de Talavera sinónimo de cerámica en España y América.
Los que así lo defienden se basan en la cercanía geográfica de la última obra documentada del famoso ceramista italiano que se halla en la iglesia del pueblecito abulense de Flores, especulando por ello sobre la presencia de Niculoso en Talavera por la mera cercanía geográfica de esta obra que, por otra parte, adorna el sepulcro de un personaje sevillano originario de Flores. Porque es precisamente en Sevilla donde trabajó el Pisano y donde se alberga la mayor parte de sus obras de gran calidad.
Se sabe poco de su vida antes de llegar a Sevilla. Nació en Pisa, o en alguno de los pueblos de su entorno, a finales del siglo XV, aunque hay referencias a documentos de la época en los que aparece como “el florentino”. Probablemente vino desde la Toscana a la ciudad del Guadalquivir atraído por el gran movimiento económico que suponía el hecho de que Sevilla se estaba convirtiendo en el mayor puerto de intercambio comercial entre España y sus colonias, con lo que esta circunstancia suponía en cuanto a concentración de fortunas y personajes enriquecidos que podían financiar la obra innovadora del “Pisano”.
Para su biógrafo Alfredo J. Morales, el artista italiano debió formarse y trabajar en alguno de los talleres de Faenza, Cafaggiolo o Casteldurante, para desplazarse después a Sevilla, donde se instala en Triana, barrio con larga tradición alfarera desde el tiempo de los romanos que contaba con el mayor número de hornos de alfar en la ciudad. Otros autores, sin embargo, han querido ver en su obra cierto influjo de las cerámicas de los Países Bajos.
En el año 1498 aparece viviendo en una casa propiedad del Cabildo un tal Niculoso, casado con la sevillana Leonor Ruiz. Su producción comienza a ser abundante y le reporta considerables beneficios. Tiene relaciones personales tanto con el alto clero, como con la nobleza sevillana, que le hacen sus encargos por la gran novedad y calidad de su obra artística, pues no solo tiene los conocimientos técnicos, sino que sus cualidades como pintor hacen de la suya una obra magnífica de gran calidad.
En 1508 con su segunda esposa, Elena Villar, paga “mil maravedíes y dos pares de buenas gallinas” al hospital de ciegos por unas casas para albergar su alfar, lo que indica que su taller progresaba y generaba importantes beneficios. Nace también ese año su hijo Juan Bautista y los padrinos de su bautizo son nobles y canónigos, lo que nos habla del ascenso social del gran ceramista. En 1511 nace su segundo hijo, Francisco. Fallece Niculoso en Sevilla en 1529 tras varias décadas desarrollando su trabajo en España.
Sorprenden en la ciudad sus nuevas técnicas y motivos decorativos, donde predomina la policromía y los grutescos “a lo romano” como motivos decorativos. Hasta entonces la producción cerámica andaluza se basaba en las tradiciones árabes y mudéjares, con sencillos motivos decorativos geométricos y vegetales y los azulejos de arista que, aunque parece que ya se producían en Sevilla con anterioridad a la llegada de Niculoso, su taller también los produce y los integra en sus obras, así como algunas piezas en relieve al estilo De la Robbia.
En 1503 ya se documenta alguna de sus primeras obras, como la lauda sepulcral de Iñigo López de Santa Ana. Al año siguiente se hacen en su alfar los azulejos del monasterio de Santa Paula y los de los Reales Alcázares, de los que se ha conservado el oratorio de la reina, un conjunto extraordinario cuya escena principal representa la Visitación, motivo también de otro panel de Niculoso que se encuentra en el Rijksmuseum de Amsterdam.
Una de sus obras más importantes del italiano se encuentra en el pueblo pacense de Calera de León, en el Monasterio de Nuestra Señora de Tentudia que tiene, aunque no esté relacionada con su cerámica, una curiosa relación con la ciudad de Talavera, , pues en ella se encuentra un hospital de la orden de Santiago donde se hallaban los restos del maestre de la Orden de Santiago D. Pelayo Pérez Correa, famoso por sus victorias sobre los moros y por su intervención en la conquista de Jaén y Sevilla que murió encontrándose en Talavera y fue enterrado en el claustro del Hospital de Santiago, llamado hoy Santiaguito. Era este monje guerrero famoso por la leyenda que le hacía protagonista de un milagro en el que, por intercesión de la Virgen, se paró el sol para que hubiera tiempo de finalizar una batalla victoriosa para los cristianos contra los moros. Esa fama hizo que Felipe II, a su paso por Talavera camino de Lisboa, se acercara a visitar la tumba, en la que ya no estaba el cuerpo del maestre porque se había trasladado por orden de Fernando el Católico a Santa María de Tentudia. En la Talavera de 1494 este traslado fue todo un acontecimiento organizado por Pedro de Cervantes, caballero santiaguista y a la sazón regidor de la ciudad. Para la solemne ceremonia acudió el cabildo colegial y el concejo, que despidieron al cadáver acompañándolo hasta las afueras de la villa.
Se inspira sus diseños en dibujos de Pinturiccio, Nicoletto Rosex de Módena y Zoán Andrea, o en grabados que ya se difundían en la época pertenecientes a libros de horas franceses o alemanes. Aunque treinta años antes de su llegada parece que se realizaban ya algunos trabajos “a la romana”, es Niculoso quien impulsa la utilización de azulejos planos, llamados así por no tener el relieve necesario en la superficie que precisaban los azulejos de arista, llamados así por estar separados los diferentes colores por relieves aplantillados.
No solo trabaja para las clases más pudientes de Sevilla, sino que su fama hace que reciba pedidos de toda España, de manera que llega a tener cierta fortuna, como nos indica el hecho de que se llegue a hacer un retrato, lujo reservado en la época sólo a personas con cierto nivel económico. Sabemos de la existencia de algunos documentos en los que se alude a pleitos del artista motivados por el alquiler de unas casas para su taller.
En el año 1526 hace el retablo que adorna la iglesia del pueblo de Flores en la provincia de Ávila. La relativa cercanía de esa localidad a Talavera ha hecho que algunos aventuren la hipótesis y otros la certeza de que los azulejos fueron cocidos en la ciudad del Tajo, aunque ningún documento lo confirme.
Esta obra es descrita por Manuel Gómez Moreno en su Catálogo Artístico de la Provincia de Ávila, donde aventura por primera vez la posibilidad de la influencia de Niculoso en la cerámica talaverana:
“En la capilla de la Virgen del Rosario se han puesto como solería los azulejos arrancados del zócalo de la capilla de los Reyes (hoy están nuevamente instalados en ella). Desde luego recuerdan los de Francisco Niculoso en Sevilla y los de manufactura talaverana más antiguos; están coloridos a pincel, con blanco, amarillo de antimonio, azul y verde, y son de purísimo gusto italiano. A cada lado de la peana del altar hay cuadros compuestos de doce azulejos cada uno, con orla de moldura y follaje, coronas de frutas y hojas atadas con revueltas cintas y en medio estas alegorías: Un niño dormido con la mano apoyada en la mejilla, calavera delante y cinta en torno que dice “Memento mortis et no pecavis”. Otro niño volviéndose con espanto al ver la calavera, y esta sentencia: “Memorare in novísima tua et non pecavis in eternum”.
Les rodean otros muchos azulejos de la misma clase, que componían grutescos, un escudo de armas, que ignoramos a quien pertenezca, jarros, niños tocando el violín y terminados en macolla, y certelitos con estos letreros: “Memento mortis et non pecavis”. “Laus deo” S.P.Q.R. P. NICULOSO PISANO NICULOSUS ME FECIT 1526 ano de…”
El famoso ceramista firmaba “Niculoso Pisano Me Fecit”.
Lo que sí es seguro es que hubo influencia tanto de la cerámica sevillana sobre la talaverana como viceversa, sin que sea necesario que el propio Niculoso Pisano estuviera personalmente en Talavera de la Reina y, aunque pudiera haber comenzado en Sevilla la moda de la utilización de las técnicas y estilo italiano en la cerámica, se debe sin duda a los talleres talaveranos la gran difusión que alcanzó la azulejería renacentista en toda España, ya que en Sevilla ni siquiera Juan Bautista, el hijo del Pisano siguió ejerciendo felizmente el oficio de su padre, pues nunca llegó a alcanzar su calidad artística. Por otra parte, ya se conocían y se intentaban imitar en los talleres talaveranos las obras de mayólica italiana, sobre todo al estilo de Faenza y de la ciudad de Urbino, y especialmente las del taller de Orazzio Fontana.
Personalmente no creo que, como se ha especulado, Niculoso Francisco Pisano tuviera una influencia directa en el inicio de la producción de azulejos planos renacentistas en Talavera. Ni los motivos y grutescos, ni el estilo pictórico, ni las técnicas y colores, tienen similitud alguna con los azulejos talaveranos, aunque sin duda la moda de la azulejería “a la romana” fue Niculoso quien la introdujo en España e indirectamente influyó en la producción famosa de Talavera de la Reina, hoy declarada Patrimonio de la Humanidad.
Dibujo de Enrique Reaño sobre una foto antigua que muestra los arruinados muros de la alcazaba
HISTORIA DE LA ALCAZABA (el Huerto de San Agustín)
Comenzaremos la descripción de las antiguas murallas talaveranas por el extremo suroriental, donde se encontraba la antigua alcazaba musulmana descrita así por el historiador musulmán Al-Razi «Talavera fiziéronla los antiguos sobre el río de Tejo, en el partimiento de los moros e de los Christianos. E el muro de Talavera es muy fuerte e mucho alto e de muchas altas torres. E quando andava la era de los moros de trezientos e veynte e çinco años, e mandó Mira bomelym, fijo de Mafomad que fiziesen en Talavera un departimiento entre los de la villa e los de fuera, e que fiziese ay un alçar en que morasen los almoxarifes». Vemos así como es Abderramán III quien ordena construir un alcázar en el año 936 para que residieran en él los gobernadores militares de la ciudad.
Fragmento del dibujo de Talavera de Van der Wingaerde que muestra el alcázar en el siglo XVI
Esta alcazaba ocupaba el antiguo huerto de San Agustín. En recientes excavaciones arqueológicas se descubrieron los muros que dibujan el trazado de la planta del antiguo edificio. Según Francisco de Soto, Almanzor descansó en él cuando regresaba de sus campañas por Galicia.
Arcos mudéjares del ábside de la capilla del Alcázar de Talavera
Alfonso VI conquista Talavera en 1083 y nombra gobernador de su alcázar a Sancho del Carpio, ejecutado posteriormente por no haber sabido defender de los musulmanes el paso del río Tajo. Alfonso VII gustaba de pasar largas temporadas en el alcázar talaverano y hace algunas obras de acondicionamiento en el mismo. Alfonso VIII mejora las fortificaciones y reforma también este Alcázar Real. En 1351 muere degollada en este edificio doña Leonor de Guzmán, madre de Enrique II.
Placa fundacional de la construcción por Abderramán III de la alcazaba y las murallas reforzadas. Actualmente en el Museo Arqueológico Nacional
El alcázar es palacio arzobispal a partir de 1371, cuando Talavera pasa a depender del señorío de la mitra de Toledo. Durante el reinado de Enrique III vuelve por un corto periodo de tiempo a estar bajo la custodia real.
Antigua postal con las murallas de la alcazaba árabe de Talavera
Durante la Guerra de las Comunidades acomete el ayuntamiento talaverano ciertas reparaciones y restablece la vigilancia del castillo para la cual eran precisos seis hombres. Su conservación debía ser precaria ya en el siglo XVI pues el arzobispo Jiménez de Cisneros inicia unas labores de acondicionamiento del alcázar al que ya se hace referencia como derruido.
Fotografía aérea 1934, vista parcial con la Alcazaba
Página Talavera y su Tierra de Miguel Méndez-Cabeza Fuentes
Uso de cookies
Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.
ACEPTAR