LLEGAMOS A PUENTE DEL ARZOBISPO

LLEGAMOS A PUENTE DEL ARZOBISPO
 EL PUENTE

Recorrido aproximado 9 kilómetros, 3 horas y media

Desde Alcolea la cañada nos une con Puente del Arzobispo tras recorrer escasos dos kilómetros y pasar por un puente sobre el arroyo de Las Praderas

Puente de la cañada leonesa oriental sobre el arroyo de las Praderas en Alcolea

Aguas abajo de Talavera de la Reina eran muchas las leguas que recorría el Tajo sin que hubiera ni un solo puente estable desde el tiempo de los romanos. Talavera mantenía a ultranza sus derechos sobre el paso del río por los grandes beneficios económicos y estratégicos que ello le reportaba, y ponía por ello toda clase de dificultades a la construcción de algún otro puente que hiciera competencia al suyo, aunque a duras penas se mantuviera en pie y hubiera de sufrir continuas reparaciones causadas por las crecidas. Por este motivo, incluso llegó a haber encuentros violentos con las monjas del monasterio de San Clemente de Toledo, señoras de Azután que defendían el paso a través del Puente Pinos, muy precario en su construcción y situado bajo el embalse actual, cerca del muro. Las gentes que querían cruzar el Tajo y aventurarse en La Jara, bien para repoblarla o para dirigir hacia los pastos de invierno a sus ganados trashumantes, debían vadearlo en las zonas más favorables durante el estiaje o atravesarlo en las barcas y cajones que cruzaban el río y que estaban frecuentemente situados aguas arriba de las presas molineras.

Representación dl puente en azulejos puenteños representandolo con las torres hoy desaparecida

A finales del siglo XIV detentaba la mitra toledana el arzobispo Tenorio que tenía propiedades en la zona de Alcolea heredadas de su madre Juana Duque, perteneciente a una noble familia talaverana. El prelado frecuentaba la zona por esta razón y conocía de los peligros a los que debían hacer frente los miles de peregrinos que se dirigían al monasterio de Guadalupe. Conmovido por los riesgos que afrontaban, el arzobispo inició la construcción de un magnífico puente medieval.

Se trata de una construcción en sillería de gran solidez que en un principio tenía ocho ojos pero que en la actualidad cuenta con once, siendo de mayor amplitud los dos centrales bajo los que pasa la mayor parte del caudal. En dos de sus estribos hay practicadas dos puertas que permitían en tiempos de inseguridad acceder directamente al agua del río, pues sobre ellos se erigían antiguamente sendas torres fuertes para defensa del paso. En uno de estos estribos se encuentra todavía una inscripción en piedra con letras góticas que dice:

ESTA PUENTE CON LAS TORRES DELLA MANDÓ FAZER EL MUCHO HONRADO EN CHRISTO PADRE E SEÑOR DON PEDRO TENORIO POR LA GRACIA DE DIOS ARÇOBISPO DE TOLEDO, ACABOSE DE FAZER EN EL MES DE OCTUBRE EL AÑO DEL SEÑOR DE MIL CCCLXXXVIII AÑOS.

Placa fundacional en letra gótica del puente del Arzobispo

Por supuesto, las monjas dueñas del puente de Pinos que habían tenido que luchar contra el concejo talaverano para mantener sus derechos, ahora protestaban porque el nuevo puente construido por el arzobispo perjudicaba a sus intereses, hasta el punto de que el prelado hubo de firmar con ellas una concordia para mantener sus derechos y evitar enfrentamientos, permitiendo que cobraran sustanciosos beneficios por el ganado trashumante que cruzaba por él.

Para valorar bien las verdaderas dimensiones y la belleza arquitectónica de este puente, debemos descender a la orilla del río, aguas abajo, y desde allí observaremos su prestancia y lo seguro de su construcción.

Centenares de nidos de vencejos en un ojo del puente.

Los viajeros de todas las épocas quedaban sorprendidos por su belleza y en grabados antiguos todavía pueden verse las torres. El noble bohemio León de Rosmithal se admira en 1466 por las dos “lindas torres” que tiene el puente. En el siglo XVI refiere Navagero que Puente “es buen lugar, situado a orillas del Tajo, y tiene sobre él un hermoso puente de piedra con una torre”. Ponz dice en el siglo XVIII que es obra “digna, grandiosa y benéfica”.

Es sin lugar a dudas este puente uno de los mejores construidos en España durante la Baja Edad Media, y tanto es así que al cruzarlo el rey Juan I dijo que “fue un gran servicio de Dios e una de las más notables cosas que en mi reinado se hizo y especialmente por se hacer en el río Tajo, en lugar muy necesario” pues antes de su construcción “los que acostumbraban a ir al romeraje de Santa María de Guadalupe… peligraban muchos cristianos en las barcas que entonces eran en el río”.

Vista del Puente del Arzobispo

Parece que antes de éste existió otro de madera junto a una pequeña población llamada Alcherina. Después de la construcción del puente, unas chozas y pequeñas viviendas comienzan a asentarse en su entorno y al pasar el rey Juan I en 1390, nos cuenta el alcalde en el siglo XVI, que decide fundar una villa en torno del puente. Esta villa será declarada franca de los impuestos de la época por lo que se denominará en un principio La Villa Franca de La Puente del Arzobispo. Como hemos visto, la construcción del puente tuvo su origen en razones devotas y en otros motivos económicos no tan altruistas, pues las monjas de San Clemente percibían “el pontazgo que pagaba el ganado trashumante y todo ganado forastero de pezuña hendida, yeguada y muletadas”. El Alcaide de las torres se llevaba también en tiempos de Felipe II diez mil maravedíes,  un leño por cada carga de leña que pasara y mil maravedíes por cada esclavo fugitivo que se apresara en la villa, o bien se quedaba con él si no aparecía el dueño.

Grabado del siglo XIX que representa el puente del Arzobispo idealizado

LA LEYENDA DEL PUENTE

A pesar de todas estas circunstancias de índole económica, el pueblo tejió sobre la magnífica edificación una bonita leyenda: “En cierta ocasión bajaban las aguas bravas. Tanto que se habían llevado con la crecida algunos ojos del puente de Talavera y los tablones del puente Pinos. El arzobispo tenía que cruzar sin falta el río para acudir a las granjerías que su madre le dejó en herencia por estas tierras. Esperó varios días pero las aguas seguían bajando altas. Al cruzar, un remolino hizo casi zozobrar la barca y, al sujetarse el prelado en la pértiga del  barquero para no caer al río, su anillo se hundió en las aguas. Era una joya magnífica con un rubí del tamaño de un huevo de gorrión que le habían regalado los judíos de Toledo. Tan disgustado quedó su eminencia por la pérdida, que ofreció una bolsa de monedas al mozo que consiguiera sacarlo del fondo del Tajo. Muchos lo intentaron en los días siguientes pero no consiguieron encontrarlo aunque ya sabéis que el agua de este río si no hay riada es como un cristal.

Cuando volvió el Arzobispo al cabo de unos meses y preguntó por su anillo. Unos pastores le dijeron que había sido imposible encontrarlo por más que hasta los zagales se sumergían en las pozas gritando  ¡A por el anillo del obispo!

Pues escuchad pastores -dijo el arzobispo Tenorio- Sed testigos de mi promesa: Si el anillo volviera a mí, he de construir un puente por el que ganados, peregrinos y viajeros crucen el río sin los trabajos con que ahora lo hacen.

Pasaron dos años y cuando el Arzobispo se disponía cierto día de primavera a comer en sus casas de Alcolea, ordenó le sirvieran uno de los grandes barbos del Tajo que tanto le gustaban y que se pescaban en el canal del molino de las monjas de Azután. Al abrir el pez las cocineras comenzaron a gritar y a reír pues entre las tripas brillaba el rubí. Conmovido por el hallazgo y considerándolo milagro de la Virgen de Guadalupe, esa misma noche ordenó que se comenzaran los trabajos para hacer un puente en el paraje donde había perdido su anillo”.

MONJES LUJURIOSOS, UN HALLAZGO Y UN MOTÍN

MONJES LUJURIOSOS, UN HALLAZGO Y UN MOTÍN

CURIOSIDADES DEL MONASTERIO JERÓNIMO

Claustro ´sur de los jerónimos mal llamado «de los Canónigos», ya que estos nunca se llegaron a enclaustrar

HOY TRAEMOS TRES CURIOSIDADES HISTÓRICAS REFERIDAS AL MONASTERIO JERÓNIMO DE SANTA CATALINA

Costumbres poco edificantes

 Poco antes del cierre definitivo de este monasterio en 1803 se produjeron algunos hechos escandalosos que nos hablan de la decadencia del mismo y de la utilización de los bienes del convento para el beneficio personal de los monjes.

Fray Joaquín de Segurilla acostumbraba a visitar a sus barraganas en Gamonal con una vistosa mula blanca a la que los jóvenes del pueblo cortaron la cola como humorístico escarmiento, paseando este monje su vergüenza por toda la comarca y llegando a establecerse el dicho “Estás más descolado que la mula de Fray Joaquín”.

Otro fraile hubo de salir desnudo por los tejados de Talavera huyendo de un marido celoso, mientras que también eran famosos los escándalos sexuales que se producían debido al mantenimiento de “amas” poco recomendables por los frailes a cuyo cargo se encontraban los molinos o la granja de Pompajuela.

Por estas ventanas se arrojaron jamones y enseres de los jesuitas en el Motín del Pan

 Un levantamiento revolucionario.

El dos de mayo de 1898 fue asaltada la residencia jesuítica de Talavera en un motín de carácter anarquista protagonizado por mujeres talaveranas que protestaban por la subida exorbitante del precio del pan, de este suceso nos ha quedado un curioso aunque parcial relato de uno de los concejales de la época, el médico D. Fulgencio Farinós:

 «Una vez abierta la puerta penetraron las más atrevidas, arrojando a la vía pública todo cuanto encontraron. De una a otra habitación recorrieron todo el edificio. Detrás de las mujeres penetraron hombres y no hubo mueble, ropa, ni objeto de adorno, que no destrozasen. Crucifijos, imágenes, libros sagrados, ornamentos, nada en una palabra se libró de sus manos.

Por aquellas puertas rotas , por aquellos balcones y rejas eran arrojados a la calle jamones, chorizos, trigo y comestibles de todas clases; colchones hechos pedazos, camas, muebles, crucifijos y objetos sin fin…y con navajas y cuchillos rasgaban las ropas, sotanas, habitos, casullas…todo cuanto cogían.

No contentos con romper hicieron hogueras para que todo fuera pasto de las llamas.

Los Sres. Alcalde y Capitán de la Guardia Civil, lograron casi a viva fuerza penetrar en el recinto, exponiéndose a las iras de aquellos desgraciados; se colocaron frente a las puertas que trataban de derribar y les intimaban que para abrirlas habían de pasar sobre sus cuerpos…Todo inútil, todo en vano, aquello no hubiera podido dominarse más que con las bayonetas y las balas…el señor alcalde ordenó tocar las campanas en son de somatén…»

Un hallazgo arqueológico

 «Cuando se abrieron las zanjas para los cimientos de la capilla mayor de este monasterio hallaron los oficiales una cabeza de becerro de bronce vaciado, continuada con su pescuezo hasta los hombros, con un movimiento y habitud de gran maestría y primor; guardola un monje antiguo y curioso, y a dos años dispuso labrándose una campana, la echó en la fundición quizá con consideración que si había sido instrumento de idolatría en la ciega gentilidad , de allí adelante se incorporase en otro instrumento que llama y despierta a dar el verdadero culto a Dios» Esta curiosa noticia arqueológica nos confirma la importancia del entorno de la Colegial, zona incluida en el primer recinto amurallado, como localización de restos similares al referido en este párrafo que se ha extraído de la historia de Talavera de Francisco de Soto. Podríamos pensar en el  origen probablemente romano de esta escultura perdida por el celo religioso del monje.

ALCOLEA Y DOS YACIMIENTOS ARQUEOLÓGICOS

CAÑADA LEONESA ORIENTAL X

DOS YACIMIENTOS ARQUEOLÓGICOS Y ALCOLEA

En el entorno del muro del embalse de Azután hay dos yacimientos arqueológicos que visitaremos así como el aula de interpretación de los mismos que se halla en el poblado de El Bercial, uno de esos «pueblos nuevos» de colonización para a continuación visitar el pueblo de Alcolea  siguiendo con la cañada.

Yacimiento paleolítico de Puente Pino

Cerca del muro del embalse, se sitúan dos importantes yacimientos arqueológicos que están siendo excavados actualmente, uno de ellos es el llamado de Puente Pino, pertenece al paleolítico y está junto al aparcamiento de la presa, dentro de un pinar. Se han encontrado en su estudio numerosos útiles tallados de piedra.

Recreación de taller paleolítico de Puente Pino en el aula de interpretación del yacimiento en El Bercial

También se está excavando un castro de la segunda edad de hierro, Seguir leyendo ALCOLEA Y DOS YACIMIENTOS ARQUEOLÓGICOS

MOLINOS DE EL REAL, ALMENDRAL Y LA IGLESUELA

MOLINOS DE LA SIERRA DE SAN VICENTE

EL REAL, ALMENDRAL Y LA IGLESUELA

Tercer molino de la garanta Tejea

Pasemos ahora a la cuenca del río Tiétar, a caballo de los términos de El Real de San Vicente y Almendral de la Cañada se sitúan los molinos de garganta Tejeda sobre una pendiente muy pronunciada a la que se adaptan con el ya descrito receptor de tubo. Tres de ellos cuentan con una pequeña balsa  previa de almacenamiento antes de  la entrada del agua en el tubo (Gt 3), (Gt 4) y (Gt 5). Seguir leyendo MOLINOS DE EL REAL, ALMENDRAL Y LA IGLESUELA

EL QUIJOTE EN LA CERÁMICA DE TALAVERA ( y 2)

EL QUIJOTE EN LA CERÁMICA DE TALAVERA ( y 2)

Ánfora con escena quijotesca del Centro Cerámico de Talavera. Foto de Vicente Canseco

Más tarde extiende Ruiz de Luna los motivos de El Quijote a todo tipo de piezas, no solo de azulejería, y otros ceramistas como Niveiro también utiliza en su alfar de El Carmen las escenas cervantinas, además de todos esos ceramistas de gran calidad pero desgraciadamente considerados como segundones, eclipsados por la luz de Ruiz de Luna, aunque indudablemente merecen también estar en lugar destacado de la historia de nuestra cerámica. Me refiero a los Henche – con su obra de decoración con azulejería de la venta de El Toboso-, Montemayor, Ginestal y Machuca, Durán y tantos otros que acompañaron en su aventura a los dos más famosos alfares del siglo XX sin desmerecer en absoluto y escribiendo una página importante de la historia de nuestra cerámica por su inquebrantable resistencia a que desapareciera su actividad.

Por razones obvias la dictadura de Franco, nacida de una Guerra Civil en la que el bando ganador se llamaba a sí mismo de los nacionales, los motivos de las antiguas glorias culturales de España eran magnificados, y el Quijote era nuestra obra más universal, por lo que el ámbito cultural de la época también era el adecuado para que se valoraran los motivos cervantinos. Durante los años que transcurren entre el cierre de los alfares de Ruiz de Luna y Niveiro y el nuevo renacimiento actual de nuestra cerámica, pasan los años setenta con el alfar de Mauri y Corrochano como taller artesanal más productivo y expansionista, acompañado de otros muchos que languidecían manteniendo apenas encendida la antorcha de nuestra artesanía. También entonces son muchos los alfares que tienen en los motivos de el Ingenioso Hidalgo un recurso pictórico con buena demanda comercial, por lo que se han mantenido hasta ahora, momento en que todos los actuales obradores, algunos con raíces familiares y muchos otros nutridos con las jóvenes manos salidas de la Escuela de Artes y Oficios, continúan inspirándose en los viejos motivos cervantinos, aunque innovando en muchos casos en formas y en colores, pero sin perder nunca el espíritu tradicional que desde hace siglos guía a nuestra artesanía.

Escena del Quijote de Artesanía Talaverana. Foto de Vicente Canseco

Las piezas sobre las que aparece el loco genial y su escudero son de lo más variopintas. En primer lugar, debemos hacer referencia a los paneles de azulejería que en número de doce hasta casi cien están destinados a decorar superficies de dimensiones muy variables. Muchos de ellos presentan grecas renacimiento enmarcando la escena quijotesca y otros simplemente dibujan el motivo sin orla o cenefa alguna que lo enmarque. Algunos alfares conservan las técnicas y motivos de la cerámica talaverana del siglo XVI y XVII, mientras que otros utilizan los nuevos pigmentos que les dan juego para mayores variaciones de tonos y colores. Es precisamente en estos paneles en los que también los dibujos se suelen salir de los moldes tradicionales mediante diferentes enfoques artísticos, desde el intento de conseguir cuadros que podrían confundirse con pinturas al óleo hasta los que por la sencillez y colorido de su paleta podrían parecer viñetas de comics. Lo que no es en absoluto peyorativo porque ¿Qué eran los paneles que representaban hace cuatro siglos en las iglesias las vidas de santos y las escenas de la vida de Jesús o de la Virgen, sino un tebeo en barro, no exento de arte por supuesto, pero con el que se pretendía llegar a la mentalidad sencilla y muchas veces analfabeta de los feligreses.

Panel de azulejos con escena quijotesca de Cerro. Foto Vicente Canseco

El segundo soporte más frecuente de los motivos quijotescos es el de los platos, en policromía o en tonos azules, con diseños tradicionales o más avanzados pero que, como sucede con los paneles de azulejos, si son de trazado clásico se suelen enmarcar con bordes azules con algún filete y grecas renacentistas ocupando el ala y dejando el fondo del plato para la escena, mientras que si son diseños más modernos se extiende la escena, en general, a toda la superficie de la pieza. Estos platos pueden ser lisos, de borde ondulado o levemente lobulado, e incluso de castañuelas o de borde rizado, como las vajillas ideadas por Ruiz de Luna.

Algo parecido sucede con las bandejas, que pueden ser ovaladas o rectangulares, con asas o sin asas pero que en general tienen las mismas características antes referidas para los platos. Variando solamente en la profundidad de las mismas y en los bordes lisos, lobulados o rizados.

Es evidente que tanto los paneles de azulejos como los platos son formas planas que por su superficie permiten un mejor lucimiento de las imágenes de El Quijote, pero no por ello se dejan de decorar formas redondas como jarras, floreros, ánforas o cuencos, tibores o barriletes, en los que la escena suele ocupar el cuerpo de las mismas.

Panelde azulejos con escena quijotesca de Timoneda. Foto Vicente Canseco

Otros perfiles y formas más actuales son difícilmente clasificables, como los ceniceros, tableros de mesa, placas ovaladas, jarras de cuello de jirafa etc. Y se da incluso el caso de una vajilla de El Carmen con viejos diseños de Niveiro que presenta grecas de influencia valenciana, donde además de los platos hay otros elementos como salseras o soperas también decoradas con la vida de nuestro hidalgo.

Las cenefas más frecuentes utilizadas son las de roleos renacentistas, pero también dentro del mismo estilo algunos artesanos han desarrollado modelos característicos de su alfar en los que se combinan motivos vegetales diversos de acanto, florecillas, ovas, guirnaldas etc con puntillas de Beraín y otras más geométricas, con óvalos, cordones, glifos y ovas,  aunque son menos frecuentes.

Sancho representado en un plato de Ruiz de Luna. Foto Vicente Canseco

Las ilustraciones y grabados de las diferentes ediciones de El Quijote han servido de modelo a la mayoría de las piezas cerámicas que lo han tenido como motivo durante los ochenta años en que se vienen realizando. Podemos asegurar después de un análisis de las piezas examinadas que en más de un setenta por ciento las escenas han sido inspiradas en los grabados de Gustavo Doré, que, por otra parte, son probablemente los que tienen una mayor calidad artística y han tenido una mayor difusión. Son ilustraciones que además están muy bien documentados en tipos y ambientación, ya que el mismo Doré recorrió La Mancha con Duvalier para tomar apuntes y motivos.

Son muchas las ediciones de El Quijote en España y el extranjero que han sido ilustradas, pero aparte de Doré apenas podemos constatar fehacientemente unos pocos artistas que hayan servido de inspiración a las escenas representadas en la cerámica talaverana. Una de estas ediciones es la aparecida en Londres en 1725 e ilustrada por Charles -Antoine Coypel, además de dos ilustradores españoles del siglo XIX, Ricardo Balaca y José Luis Pellicer que también lucen algún ejemplo en las piezas exhibidas en este libro.

Sin duda, son muchos los motivos inspirados con mayor o menor fidelidad en ediciones populares más modernas, pero de difícil identificación por la adaptación más o menos imaginativa realizada por los artesanos y por el enmarque de los motivos en los patrones de espacio, color y estética de la propia cerámica talaverana, que condicionan en gran medida las versiones de los ceramistas.

Otro panel del portal de San Bernardo en Madrid, primera obra quijotesca de Ruiz de Luna. Foto Vicente Canseco

La sistemática utilizada en este trabajo ha intentado hacer durante el mes de Enero de 2005 una instantánea de los motivos quijotescos existentes en la práctica totalidad de los talleres talaveranos, donde se han fotografiado el mayor número posible de las obras, exponiendo en el libro toda la tipología posible de las escenas descritas en la novela. Para situar al lector se ha hecho un pequeño comentario introductorio de cada uno de los episodios y se ha añadido el texto original de Cervantes para facilitar su lectura a aquellos que quieran disfrutar del texto al mismo tiempo que observan la imagen. Además, se ha añadido a cada pieza una pequeña descripción de la misma con el alfar que la ha realizado.

Este libro pretende ser un homenaje a todos los artesanos talaveranos que, contra viento y marea, siguen trabajando el barro con entusiasmo a veces quijotesco, perpetuando así la actividad artesanal por la que desde tiempos de Cervantes se nos dio a conocer al mundo.

EL QUIJOTE EN LA CERÁMICA DE TALAVERA (1 de 2)

EL QUIJOTE EN LA CERÁMICA DE TALAVERA (1 de 2)

Primer plato conocido de motivo quijotesco de la colección de Angel Sánchez Cabezudo, hacia mediados del siglo XVIII

Mucho se ha escrito ya sobre la historia de la cerámica de Talavera, que hunde sus raíces en alfares de los tiempos de la romana Caesaróbriga o en las cerámicas que se cocían en los hornos de la musulmana Talabayra. Pero es a partir del siglo XVI cuando comienzan a fabricarse los platos adornados con los motivos en azul incluidos en la llamada «serie de las mariposas», que se alternan en sus orlas decorativas con motivos vegetales y animales muy esquemáticos. De esta misma época es la técnica del esponjado a la que pertenecen algunos albarelos de la farmacia de El Escorial. De origen renacentista italiano, pero con influencia flamenca en la decoración de las piezas es la conocida como serie de las «ferroneríes», denominada así por imitar los motivos de los trabajos de hierro forjado.

A finales del siglo XVI y durante todo el XVII predomina la serie conocida como «tricolor»: azul, naranja, y el manganeso que perfila los dibujos. En esta serie, además de motivos animales y vegetales aparecen ya figuras humanas sencillas.

Es la época de esplendor y difusión de la cerámica de Talavera, cuando los palacios reales de Felipe II y, más tarde, Felipe III o Felipe IV contarán con vajillas talaveranas en sus ajuares y El Escorial o las casonas de la nobleza se adornarán con su azulejería. El Rey Prudente había hecho de nuestra loza y azulejería una especie de cerámica oficial del reino que únicamente con la de Triana se podía exportar al nuevo mundo.

Playo de Guijo copia del anterior, hacia 1910

Durante todo el siglo XVII, comienzan a llegar otras influencias extranjeras, como la francesa, italiana o portuguesa. Esta última con los motivos conocidos como de «golondrinas» y otros coloniales y chinescos que enriquecen la estética del arte del barro, aunque sin hacerla perder su personalidad, su identidad propia. Se llega así, con el final de este siglo y primer cuarto del XVIII, al esplendor de la policromía en azules, naranjas, amarillos, verdes y negros amoratados que representan escenas campestres, de montería o mitológicas en fondos paisajísticos arbolados.

En el siglo XVIII comienza una lenta decadencia, pero el peso de Alcora y sus motivos dejan sentirse con una esquematización en los dibujos, a veces casi infantil, pero de bonito sabor popular. Las jarras de bola son las formas más peculiares de este siglo, así como en la siguiente centuria el motivo más característico es la Guerra de la Independencia y sus personajes, además de los toros y las fiestas tradicionales. La invasión de los franceses, con la decadencia en la que sus tropelías dejaron sumida a Talavera, dieron casi la puntilla a la ya decadente artesanía de la ciudad.

Es sin embargo a mediados del siglo XVIII cuando se fabrica el primer plato conocido con motivo quijotesco y que pertenece a la colección de Ángel Sánchez Cabezudo.

Pero los Niveiro a mediados del siglo XIX y los Ruiz de Luna a principios del siglo XX impulsan una revitalización de la cerámica talaverana que vuelve a conseguir que humeen los alfares junto a las orillas del Tajo. Hasta esta época no se conoce que haya habido ninguna representación de El Quijote en cerámica. Sólo sabemos de la representación de algunas de las ilustraciones en loza de origen chino durante el siglo XVIII, pero nunca se había utilizado como motivo en los alfares talaveranos.

Plato de la colección del autor, obra de Niveiro, que representa la llegada de don Quijote a la venta

Es en el contexto cultural de la segunda decena del siglo XX cuando de la mano de Juan Ruiz de Luna, aparecen los primeros motivos de la novela cervantina en azulejos cocidos en su alfar. La Institución Libre de Enseñanza y los movimientos culturales de su ámbito habían comenzado ya a potenciar las artes industriales españolas desde finales del siglo XIX. Y ya nos hallamos en la época de influencia cultural de la generación del 98, cuando con la pérdida de las últimas colonias se había originado una corriente de pesimismo nacional y al mismo tiempo se perdían los últimos mercados que la en otros tiempos boyante cerámica de Talavera había inundado. Pero también es la época en la que se volvía a valorar de nuevo todo aquello que en el pueblo había de positivo y genuinamente español, todo lo que de grande había tenido la tradición literaria o artística de una patria herida por el desengaño, pero que un puñado de intelectuales querían revitalizar, aunque sin olvidar el deseo de progreso y la vuelta a Europa. Tiempos en que Miguel de Unamuno se encarama en Gredos y mirando hacia nuestros valles escribe: “Sólo aquí en la montaña, solo aquí con mi España – la de mi ensueño- cara al gigantesco rocoso Ameal, aquí mientras doy huelga a Clavileño…

Y en esos valles que sobrevuela Unamuno con el caballo de madera y pólvora de don Quijote, y en esa misma época, el socio de Ruiz de Luna, Platón Páramo, el farmacéutico de Oropesa y gran coleccionista de cerámica, trae a Lagartera a gentes como Sorolla o Ortiz Echagüe que retratan allí los tipos y trajes tradicionales, cuando en torno a un grupo de amigos y entusiastas, como casi siempre forasteros y talaveranos al mismo tiempo, se vertebran en la comarca una serie de inquietudes intelectuales y empresariales que llevarán, entre otras, a iniciativas como la de buscar el renacimiento de la cerámica que fue famosa y utilizada en aquel imperio ya acabado donde no se ponía el sol.

El mismo Unamuno dejaría en una visita al alfar de Ruiz de Luna la dedicatoria siguiente:

“Resucitar el pasado renovando la tradición es una de las maneras más hondas de fraguar porvenir y hacer progreso”, una frase que bien puede resumir el espíritu que animaba a aquellos quijotescos emprendedores sin apenas medios para conseguirlo.

En ese contexto es cuando, ya a pleno rendimiento los hornos de Ruiz de Luna, entre otros muchos encargos en la capital del reino, recibe el  ceramista de Noez  el de decorar con azulejería un portal del número 67 de la calle San Bernardo de Madrid. Algunos autores dan como fecha de realización de esta obra el año de 1916, pero lo cierto es que está datada en uno de sus azulejos en 1926, por lo que debemos retrasar en diez años la fecha que hasta ahora se tomaba como la del nacimiento de El Quijote en los barros talaveranos.

Además de la habitual decoración renacentista podemos en este conjunto observar por primera vez escenas concretas de la obra inmortal de Cervantes, como la llegada de don Quijote a la venta, donde le reciben las dos mozas de fortuna, escena que curiosamente es muy similar en su diseño a otra de un plato de Niveiro. También figura en sus azulejos la aventura del Yelmo de Mambrino, cuando nuestro caballero despoja al barbero de su bacía para utilizarla como yelmo, la lucha contra las ovejas, el apedreamiento de los galeotes o la imagen que muestra al hidalgo y su escudero cuando vuelven a su aldea y contemplan con gozo su caserío en la distancia, además de otra con don Quijote desmontado después de su batalla con los molinos.

Para conocer exhaustivamente la vida y obras de los Ruiz de Luna en Talavera es de obligada referencia el libro de Mª Isabel Hurley Molina “Talavera y los Ruiz de Luna”, donde aparece la descripción de esta primera obra de inspiración quijotesca que reproduzco aquí por su interés:

Panel de azulejos del portal de la calle de San Bernardo en Madrid, considerado el primer Quijote de Ruiz de Luna. Foto de Vicente Canseco

“La altura máxima es de 1,87 metros y en metros lineales cubren 8,48, perímetro de la pieza, además de la gran jardinera cuarto esférica del lado derecho, que nos evoca la construcción del ángulo del aguamanil de la sacristía de la ermita del Prado. La principal novedad se cifra en que estos azulejos inauguran la puesta en circulación de las características de la serie polícroma con el tema de El Quijote. Son nueve escenas; en cuatro de ellas, con 30 x 35 cm, desfilan ante nuestros ojos pasajes famosos de tan entrañable personaje y su fiel escudero…Todas con el marco simétrico de dos árboles de grueso y tortuoso tronco, a veces varios entrelazados, en cuyas ramas altas y jóvenes florecen las hojas espiriformes del final de esta serie. El terreno se presenta en pequeños montículos ajenos a la plenitud que debiera tener el paisaje de la más célebre novela de ambiente manchego, pues al fondo se elevan, ya en azul, distantes y elevadísimos picos en cordillera. La figura se ha tratado con un eminente sentido de lo popular e ingenuo, propio de tal serie, matiz que se repite en los arbustos que a izquierda y derecha de la composición dan una nota anecdótica más. Surcan el cielo pinceladas azules y amarillas en continuidad con las del suelo, además de unas graciosas aves de larga cola y nubes pequeñas.”

A los alfareros talaveranos no les eran desconocidos ni la ambientación ni el vestuario de los personajes cervantinos, porque su cerámica había gozado precisamente desde los tiempos en que nace Cervantes y durante todo el Siglo de Oro, de su máximo apogeo, y especialmente en la serie en policromía, con escenas de montería de ambientación rústica en la que eran dibujados sin problema por los artesanos los jinetes y sus caballos con su armamento y su movimiento. Era fácil por tanto, cambiar los cazadores y ojeadores de la cerámica de inspiración tradicional por los conocidos personajes de la novela de Cervantes, y es por ello que ni siquiera varían los motivos que completan y ambientan las escenas como son las terrazas en las que se desenvuelven las figuras con parecidas matas y árboles escalonados y los fondos celestes azulados o montañosos, que por eso desentonan a veces con el paisaje manchego, colocando, por ejemplo, los molinos sobre picudas montañas en vez de sobre las crestas manchegas, o dando a los suelos y a los paisajes un verdor que choca con el concepto que habitualmente tenemos de La Mancha.

CAÑADA LEONESA ORIENTAL (IX) EN TORNO A EL BERCIAL Y EL EMBALSE DE AZUTÁN

CAÑADA LEONESA ORIENTAL IX

Verraco vettón doble de El Bercial y otro sencillo

Recorrido aproximado 14 kilómetros (con desviación a El Bercial de San Rafael y a los yacimientos de la presa de Azután), 6 horas.

La cañada cruza la carretera de Talavera a Puente del Arzobispo y, unos quinientos metros después, podemos desviarnos de la cañada si lo deseamos y tomar un camino que nos llevará al Bercial de San Rafael.

Alfonso VIII donó al Hospital del Rey de Burgos, regentado por el monasterio de las Huelgas Reales de esa misma ciudad, la dehesa que entonces se conocía como “Real Vosque, Villa y Casa de Vercial”. Su tierra se dividía en diez departamentos o millares donde pastaban las ovejas que eran propiedad del monasterio. Como tenía consideración de villa, tenía su rollo y su horca, así como la iglesia parroquial y una casa-palacio, actualmente en pie, donde residía el Caballero-Comendador, delegado de la abadesa del monasterio para administrar la cabaña. La campana del torreón tenía por fin “llamar a los pastores repartidos por la dehesa en el caso de ser acometidos en tal desierto de alguna invasión de gente de mal vivir o de algún incendio”. Contaban también con “fuertes y seguros calabozos con porzión de grillos y cadenas y todo género de prisiones”.

Los habitantes de los alrededores se beneficiaban de la finca con la recogida de criadillas de tierra, muy valoradas en toda España, y con la corta de retamas destinadas a los hornos alfareros de Puente del Arzobispo. Esta actividad contribuiría sin duda a la deforestación que actualmente se observa en el paisaje de la zona. En su término se encontraban, sobre la orilla del Tajo, los antiguos molinos de Ciscarros y el puente de Pinos que pertenecía a las monjas de San Clemente de Toledo, señoras del pueblo de Azután.

Fuente de La Solana con dos sepulcros romanos comoabrevaderos

Hoy día esta finca se denomina El Bercial de San Rafael y pertenece al patronato que financia al hospital de San Rafael de Madrid. Quedan muestras en su entorno de haber sido habitado el territorio desde antiguo, como demuestran los dos curiosos verracos unidos por el costado a modo de siameses y otro más deteriorado, tres esculturas zoomorfas que nos hablan de las raíces célticas de estas tierras que antes de los romanos estuvieron habitadas por los vettones que las esculpieron. Varios son los hallazgos que confirman la presencia romana en los alrededores, como la fuente de La Solana, que cuenta con dos sepulcros antropomorfos por abrevadero, o la fuente de El Arco, en la que se aprecia una piedra de molino romana formando parte de su estructura. Pero sin duda la pieza más valiosa se encuentra encastrada en el muro del hermoso patio del palacio. Se trata de una inscripción sobre mármol que según algunos eruditos se refiere a la muerte de un joven en unas carreras y según otros dice que el individuo en cuestión murió joven, demasiado rápidamente.

Estela romana de El Bercial

El último asentamiento se produce hace unas décadas cuando, en una parte expropiada de la finca, se construye un poblado del Instituto Nacional de Colonización, para aprovechar así las vegas más próximas al embalse de Azután, otro de los “pueblos nuevos” similar a los de Talavera la Nueva o Alberche del Caudillo.

UN PASEO HASTA EL EMBALSE DE AZUTÁN Y SUS YACIMIENTOS ARQUEOLÓGICOS

Riberos del Tajo entre Calera y Alcolea

Andando podemos acercarnos desde Alcolea hasta el muro de hormigón que embalsa desde 1969 las aguas del Tajo para la producción de energía eléctrica. El inmenso lago artificial llega en su reculaje casi hasta Talavera, poco antes ya hemos hablado de la riqueza en avifauna de las llamadas “tablillas” de Azután junto al camino del Barro o en el reculaje de la desembocadura del Jébalo. Un ecosistema lacustre artificial que se prolonga hasta aquí y en el que asientan colonias de garcillas bueyeras, martinetes, garcetas, avetorillo, avetoro, garza imperial, calamón, aguilucho lagunero y pájaro moscón. En invierno anátidas de diferentes especies, grullas, cormoranes o águilas pescadoras alegran con su bullicio este gran lago mesetario.

El río discurre entre los más encajados riberos de Calera y Aldeanueva de Barbarroya en la otra orilla. Antes del embalse, el agua corría por estos parajes en “rapidos furiosos” que amedrentaban a los ingenieros que desde el siglo XVI recorrieron el río para intentar hacerlo navegable. Bajo sus aguas se encuentran los antiquísimos molinos de Ciscarros, una calzada romana o el puente Pinos que servía para cruzar el río antes de que el arzobispo Tenorio construyera el suyo. Estos riberos son un magnífico lugar para la práctica de la pesca y del piragüismo, disfrutando de la fauna que se concentra en sus encinares y acebuchales.

El próximo viernes visitaremos los dos yacimientos arqueológicos y el pueblo de Alcolea

JARA EXTREMEÑA, TIERRA TALAVERANA UN PASEO EN COCHE

JARA EXTREMEÑA, TIERRA TALAVERANA

UN PASEO EN COCHE

Uno de los verracos hallados en el término de El Villar

La absurda división provincial del siglo XIX despojó a nuestra tierra de la parte más occidental de sus territorios históricos. Me refiero a la zona de La Jara incluida hoy en las provincias de Cáceres y Badajoz que, por arte de birlibirloque, quedó convertida en tierra extremeña sin serlo, ya que desde Talavera se repoblaron sus pueblos y con Talavera tuvieron siempre una vinculación geográfica, humana y económica imborrable, por más que la también absurda división autonómica intente alejar a sus gentes de nuestra ciudad.

Ahora que explota la naturaleza jareña les invito a conocer esta tierra talaverana llena de historia y paisaje. Comenzamos nuestro periplo cruzando ese puente del Arzobispo Tenorio que desde el siglo XIV mejoró las comunicaciones de esta zona, facilitando el paso de los ganados trashumantes y de los peregrinos que acudían a Guadalupe.

Ese camino de peregrinación es la espina dorsal de esta Jara Occidental y en torno a él crecieron pueblos como Villar del Pedroso, primer lugar en el que nos detendremos y donde todavía permanecen las huellas de ese deambular de gentes humildes pero también de reyes y personajes como Cervantes que acudían al santuario de las Villuercas cuando allá por el siglo XVI y XVII tenía, como destino de peregrinación tanta importancia como Santiago de Compostela. Villar del Pedroso deja ver estas huellas peregrinas en el antiguo Hospital que todavía en pie es ahora casa particular pero que conserva su portada gótica y la lápida que habla de su fundación por el canónigo talaverano Hernando de Alonso. En él se alojaban los peregrinos que enfermaban en el camino y los que ya enfermos acudían a Guadalupe en busca de remedio. Enfrente se encuentra la antigua hospedería, hoy «casa del cura», donde se alojaban los peregrinos sanos con más posibles. Es esta una calle ancha que deja ver como el pueblo fue acercándose al camino real al calor de la peregrinación, bordeándolo con sus mejores casas, alguna de ellas blasonada.

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Castillo árabe de Epejel en término de Valdelacasa y a la orilla del Tajo

Pero Villar tiene también historia más antigua que salpica sus muros en forma de lápidas y aras de antiguos romanos que lo poblaron después de los vettones, pueblo que dejó cuatro o cinco verracos en el mismo casco urbano y en los alrededores como muestra del paso de esta cultura ganadera, de los primeros trashumantes de esta tierra nuestra de cañadas y cordeles. La iglesia granítica es hermosa y hermosos son su retablo y su espadaña que como en otras iglesias de esta parte de La Jara dejan ver dibujadas en el muro otras espadañas primitivas del tiempo de los primeros pobladores medievales que luego, tal vez en las épocas de esplendor del camino de Guadalupe, se levantaron más orgullosas. Esta iglesia es prota-gonista en invierno de unas magníficas fiestas decarnaval llenas de colorido y ritos antiguos. Salimos de Villar por alguno de esos caminos que están todos ellos marcados con cruces antiguas que delimitan el caserío y marcan el territorio urbano cuando sus gentes dicen «de cruces adentro» o de «cruces afuera».

Nos dirigimos hasta Carrascalejo que nos deja ver un caserío donde todavía se conservan rincones con el sabor de la arquitectura rural jareña, especialmente hermosa en esta zona con sus muros que combinan las lanchas de oscura pizarra con los bloques de un pálido granito que dan un vistoso aspecto a los muros. Son miles los chozos, los “mochanos” y las cochineras que con labranzas, casillas y palomares se reparten por sus campos, ribeteando el paseo del curioso con estas pintorescas construcciones.

Navatrasierra y el valle del Gualija formaron parte de las Tierras de talavera

Dejaremos Navatrasierra, agreste pueblecito serrano anejo de Villar, para otro día que sigamos el viejo camino de peregrinos y volveremos sobre nuestros pasos para, desde El Villar, tomar otra carretera que nos lleva a Valdelacasa, pero a mitad de camino deberemos detenernos para ver la capilla de la Virgen de Burguilla que se encuentra a la derecha en una casona que fue de los jerónimos, tan poderosos en todas estas tierras de Talavera.

Valdelacasa tiene apellido, de Tajo. Los riberos del río, festoneados de olivares sobre los que vuelan águilas, buitres y cigüeñas negras, fueron frontera entre moros y cristianos y todavía quedan restos de antiguas fortalezas como la de Castros en término de El Villar, la de Espejel, con sus molinos que también pertenecieron a los jerónimos, o la de Alija, que nos ofrece una vista panorámica impresionante sobre el embalse de Valdecañas. Y es que la Jara Occidental, que no extremeña, se divide entre el río que la limita al norte y la sierra que la bordea al sur. «Los dela sierra» era la forma precavida de denominar en estos pueblos a los guerrilleros antifranquistas, a los maquis que hicieron de sus fragosidades refugio y resistencia. Precisamente a quien la falda de los montes de Valdelacasa se tendió una emboscada a «Quincoces» el tratante guerrillero de Aldeanovita, y aquí murió con sus compañeros quedando como mudo testigo de su lucha un montón de piedras, “un majano”, como modesto monumento jareño a las luchas imposibles del que también fue conocido en la tierra como “Lamío».

Foto de Quincocesl Guerrillero antifranquista de Aldeanovita cuando hacía el servicio militar

Valdelacasa tiene, como casi todos estos pueblos, una soberbia iglesia con un pie en el gótico y otro en el renacimiento, y la arquitectura popular bien merece dar una vuelta por el caserío. Para los que estén bien calzados y no les asuste dar un paseíto por las ásperas sierras jareñas, podemos recomendarles que, siguiendo el antiguo camino que desde Valdelacasa iba, como no, a Guadalupe, suban hasta los restos de la fortaleza de Marcos que más que bastión medieval le parece al que escribe fortificación prehistórica, probablemente de la Edad del Hierro.

Escudo de Valdecaballeros con el de Talavera, dr cuyo alfoz formó parte

Seguimos hasta Garvín que ahora es modesto lugarcillo pero que fue pequeña capital de esta Jara Occidental, por supuesto tiene buena iglesia con retablo de 1620 despojado en la guerra, buena cubierta de arista gótica y hasta una lápida del siglo XIV que a lo mejor habla de los Duque de Estrada, nobles talaveranos relacionados con estos parajes y probablemente dueño de su torre fortificada. La coqueta espadaña con la decoración de «bolas» del siglo XV nos despide cuando nos encaminamos a Peraleda de San Román, pueblo apellidado así llamado así por tener despoblado y luego ermita de la que sólo queda modesto paredón a las orillas del Gualija, donde el río salta de molino en molino y pasa debajo de «la puente» que no es el puente, del Buho, donde los hermanos Cuesta se enfrentaron a los gabachos. Desde la ermita de San Román se ven edificios arruinados, casas de minas que perforaron estas tierras minerales de La Jara, de donde brotan aguas rojas que curaban «las reumas».

Dejaremos para otro día los pueblos talaveranos de Castrejón de Ibor, Navalvillar de Ibor y el despoblado de la Avellaneda, la misma Guadalupe y los pueblos hoy en la provincia de Badajoz de Castilblanco y Valdecaballeros sindo por cierto este último el único que en su heráldica muestra el escudo de Talavera como recuerdo de esa pertenencia a las tierras jareñas.

NI LOS GORRIONES: EL DESIERTO RURAL

NI LOS GORRIONES: EL DESIERTO RURAL

Primero se fue el veterinario, ya no quedaban en el pueblo animales de tiro y las pocas cabras y ovejas eran careadas por viejos pastores que  se iban muriendo. Ni siquiera vivía ya el herrador, esa especie de ATS de los albéitares.

Los maestros venían en un coche desde la pequeña ciudad y cuando se acababa la jornada se volvían a marchar sin saber casi como se llamaba el pueblo, ya nadie se acordaba de aquellos viejos profesores, de aquellas maestras que organizaban teatros o acompañaban a los chavales por el campo a enseñarles cosas de la naturaleza, la historia o la literatura. Las cuatro reglas, pero bien enseñadas.

Cuando hicieron el centro de salud en el pueblo de al lado las pobres gentes creían que allí les “echarían los rayos” y se podrían hacer el «analís», pero solo consiguieron quedarse sin el médico o el enfermero que antes vivían en el pueblo y sabían casi a qué hora se levantaba cada vecino. Muchos echaron de menos aquel decimonónico sistema de las igualas que compensaba a los sanitarios por permanecer en el pueblo «de contino». Pronto los guardias civiles hicieron lo mismo y ya ponían también un cartelito en la puerta del vacío cuartelillo con un teléfono al que dar los avisos.

El secretario también vivía en la pequeña ciudad y solo venía de vez en cuando. Uno de esos secretarios con tanto poder en otras épocas, pero que conocían bien los entresijos de la modesta administración de los pequeños pueblos. El alguacil se cambió por un policía local sin corneta pero con un uniforme muy bonito, aunque tampoco se quedaba a dormir en el pequeño lugar. Y el cura sudamericano tenía un montón de pueblos a su cargo y apenas conocía a sus feligreses.

Las gentes con posibles y algunos abuelos compraron con sus ahorros un piso en la pequeña ciudad donde tal vez sus hijos y nietos vivirían un día para encontrar trabajo más fácilmente que en aquellos páramos despoblados. Y ya, desde las últimas elecciones, hasta el alcalde y los de otros pueblos cercanos ni siquiera vivían allí. Iban y venían a los plenos desde la cercana ciudad donde residían en un bonito adosado.

Si había que recoger la aceituna lo hacían casi siempre los rumanos y en las labranzas ya solo se hacían cargo del ganado inmigrantes marroquíes. Apenas quedaban en el pueblo algún que otro tractorista y los guardas de la caza de esas fincazas tan bonitas que se habían comprado y acondicionado “a tó confor” los empresarios del ladrillo, cortando los caminos públicos con total impunidad.

Solo las asociaciones de mujeres organizaban actividades para intentar conservar la cultura de sus mayores, aunque ya casi todas se dedicaban a sus labores o a coser manteles de Lagartera, porque habían cerrado los dos pequeños talleres de confección. Los pocos jóvenes se sentaban junto a la iglesia sin otra cosa que hacer que mirar sus aparatitos cibernéticos, pero sin saber siquiera distinguir una encina de un alcornoque. El bar ya solo se veía animado cuando después de una jornada de caza se daban las judías a los italianos que venían a disparar como posesos contra los zorzales.

Este año no se ven apenas gorriones y ni siquiera han anidado los vencejos bajo el puente de un río que ya no lleva agua. Y mientras, los que se fueron del pueblo, deambulan fantasmales entre las tiendas y las escaleras mecánicas de las grandes superficies comerciales de la ciudad sin un duro en el bolsillo.

ARQUITECTURA POPULAR (y 15) VALDEPUSA Y EL HORCAJO

ARQUITECTURA POPULAR (y 15)

VALDEPUSA Y EL HORCAJO

Aparejo típico de la comarca del Horcajo con ladrillo y canto rodado

La zona más occidental de nuestra comarca comprende las subcomarcas del Horcajo; que son las tierras comprendidas entre el Tajo y el Alberche; y el señorío de Valdepusa con los pueblos que se sitúan en las orillas del río que le da nombre.

En el Horcajo es escasa la piedra, salvo los cantos rodados que afloran en las terrazas de los ríos, por ello y por una mayor influencia toledana se emplean con mayor profusión los aparejos mudejaristas de ladrillo que enmarcan entre verdugadas y machones, lienzos de muro fabricado en tapial o con mampostería. El adobe es también utilizado con enfoscado y enjalbegado  protector. Seguir leyendo ARQUITECTURA POPULAR (y 15) VALDEPUSA Y EL HORCAJO