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ARQUITECTURA POPULAR PUEBLO A PUEBLO, CAMPILLO DE LA JARA

Vivienda típica de Campillo en el llamado barrio de la Zorra

Campillo pertenece a la comarca de La Jara, tierra histórica de Talavera. Se sitúa en territorio especialmente pizarroso por lo que éste es el material más abundante en sus construcciones.

A veces se rematan los muros con pizarra en el extremo lateral de los tejados

Los edificios más numerosos se levantan en mampostería de pizarra con barro como aglutinante. También existen partes y construcciones auxiliares en las que podemos ver el adobe o el tapial, pero en menor medida. La pizarra más fina se utiliza en algunos remates de los muros que sostienen los tejados protegiéndolos.

A veces se redondean las esquinas por hacerlo necesario el pequeño tamaño de la mampostería de pizarra

La mayor parte estaban enjalbegados pero también hay algunos que han sido revocados y pintados, tanto la pared como el recercado de puertas y ventanas con las casas de típica arquitectura jareña con ventanas con arco de medio punto y reja carcelera sencilla.

Ventana protegida y reforzada por visera o pestaña de pizarra
Ventana típicamente jareña recercada y con dintel de medio punto rebajado

Algunas ventanas están protegidas por una especie de visera de pizarra que sobresale del muro encima del dintel.  El hecho de no contar con grandes bloques de pizarra en la mampostería hace que sea más fácil remata las esquinas redondeándolas por no utilizarse la sillería granítica en esta zona pizarrosa.

Algunos edificios típicos en Campillo

La descripción que se hace de la vivienda campillana en 1960 es así: «la casa está construida de piedra de pizarra; tiene el tejado a dos aguas, con poca inclinación, y la fachada enjalbegada. La habitación principal es la cocina. Los suelos son de pizarra; las ventanas pocas y de pequeño tamaño.

Lagar construido con pizarra enjalbegada en Campillo de La Jara. Obsérvese la chimenea de gran tamaño y la conducción que vertía al arroyo cercano

La habitación principal es la cocina. El piso superior está destinado a granero y todas las casas tienen corrales muy amplios en los que se hayan situados los pajares, cuadras y tinadas.»

Conjunto de edificaciones en pizarra en Campillo de la Jara

Resumiendo. Campillo es un pueblo típico de la Jara Baja. Conserva una arquitectura popular con numerosos rincones tradicionales, principalmente en los modestos arrabales de La Pasión y del Calvario, también conocidos como barrio de la Zorra. Están situados al este del casco, sobre una zona elevada, y constituyen un bonito conjunto bastante bien conservado y homogéneo, donde son numerosas las construcciones de vivienda con anejos de utilidad agropecuaria como las huertas o los corrales.

Alacenas en el muro de una vivienda derribada

El trazado de las calles es irregular y abigarrado, con los muros de mampostería de pizarra a veces enjalbegada, pequeñas ventanas y remate redondeado en sus esquinazos. Es característico del casco urbano la alternancia de las edificaciones con espacios todavía dedicados a prados, huertas u olivares sin que, como sucede en otros pueblos de La Jara, el caserío esté tan concentrado.

ARQUITECTURA POPULAR PUEBLO A PUEBLO (8) ANCHURAS Y SUS ALDEAS (y 2)

Segunda parte

Reproduzco aquí un interesante fragmento de un estudio geográfico de Fernando Jiménez de Gregorio, de 1953, sobre el Rincón de Anchuras, donde trata sobre las viviendas de Anchuras y sus pedanías.

Quedan pocos bardales como cubierta vegetal protectora de los muros en Anchuras y sus pedanías

«Las modernas casas de Las Anchuras capital, aunque de pizarra y cuarcita tienen una parte de ladrillo en el encuadre de los huecos que son de buen tamaño. Algunas aparecen revocadas y con la vivienda a la calle.

Los balcones son escasos porque siguen siendo la mayoría de un piso; la cubierta de madera, generalmente de pino. La portada adopta generalmente la forma de cuerda de arco. Seguir leyendo ARQUITECTURA POPULAR PUEBLO A PUEBLO (8) ANCHURAS Y SUS ALDEAS (y 2)

El aceite de La Jara

EL ACEITE DE LA JARA

Olivares de La Jara y Valdepusa desde la ermita de San Sebastián en Los Navalmorales
Olivares de La Jara y Valdepusa desde la ermita de San Sebastián en Los Navalmorales

En el siglo XVI, Gabriel Alonso de Herrera, autor del primer tratado español de agricultura, decía sobre el olivo que “son tantas las excelencias deste árbol que antes es cierto que para las poder decir bien y declarar me faltarán más palabras que materia. ¿Qué provisión o despensa es buena sin aceite?, tanto que en el Psalmo es puesto por una de las tres principales que son pan, vino y aceite; otras provisiones son para abundancia, pero el aceite es de necesidad”.

El que esto aseguraba era un sabio clérigo de una ciudad castellana, Talavera de la Reina. Desde ella se repobló después de la reconquista un enorme territorio antes desierto por las continuas escaramuzas de moros y cristianos que por hallarse despoblado se llamó La Jara.

Cuando hace cuatro mil años, los primeros agricultores jareños construían monumentos megalíticos como el dólmen de Azután, a miles de kilómetros, en el oriente medio se comenzaba a injertar el olivo silvestre para conseguir su mejor aprovechamiento en la obtención del aceite.

Ese olivo silvestre se conoce como acebuche,  nombre que procede de la lengua berebere que los habitantes del norte de África trajeron hasta la Jara cuando los árabes la habitaron sirviéndose de esos bravos guerreros magrebíes que fundaron lugares como la misteriosa Ciudad de Vascos, cuyos alrededores, como tantos otros lugares de La Jara, están  repletos de los acebuches que nacen espontáneamente en esta tierra donde, como dice también Alonso de Herrera, “este árbol es de mucha vida, que cuasi es sempiterno, y aunque muchos años le dexen sin labrar no peresce…y en retornando sobre él, él retorna sobre sí, y de viejo se hace nuevo, de enfermo sano, de estéril frutífero, de seco verde”.

Casilla de olivar en Belvís

Justifica también este primer ingeniero agrónomo español, autor de cabecera de muchos agricultores biológicos, la bondad de estas tierras para el cultivo de olivares porque “quieren tierras algo airosas” como las rañas y barreras de La Jara. Asegura también que nuestro venerable árbol precisa de “aires templados, que en lo muy caliente en demasía no se hacen, ni tampoco en lo muy frío  mas, con todo, más sufren algo de calor que de frío”.

Nos aconseja además Alonso de Herrera que la buena tierra para el olivar sea la de “guija y barro” que no es otra cosa que el suelo de rojas arcillas y abundantes cuarcitas terciarias de estas tierras jareñas que son ideales como vemos por su clima y edafología para el cultivo del olivar  y así “ muy presto se hagan aquí las olivas y muy presto hagan el más singular aceite que nunca vi”

Rulos y maquinaria de una almazara en un monumento de Belvís de La Jara
Rulos y maquinaria de una almazara en un monumento de Belvís de La Jara

Un cultivo que nos vino por el mediterráneo y que es componente fundamental de la más saludable dieta del mundo, la dieta mediterránea, que no es cuestión de modas pues el autor que nos va guiando decía ya en tiempos del Renacimiento castellano que “ el aceite es ponzoña contra las ponzoña, tanto las comidas como las exteriores”. ¿Intuiría ya con estas palabras nuestro estudioso autor los benéficos efectos del aceite de oliva sobre el metabolismo de los lípidos ?  Se referiría intuitivamente al colesterol como ponzoña, como veneno que tantas riesgos acarrea para las enfermedades cardiovasculares?

El aceite de La Jara nace de un limpio entorno natural ideal para su producción. Pero además es mimado en cada uno de los procesos que lo llevará  desde el árbol a la mesa. El olivo es la principal fuente de riqueza de estas gentes jareñas, sobrias pero acogedoras, que miman el árbol desde que con ilusión plantan la estaca, abonan y preparan esos suelos tan duros de trabajar, talan y limpian sus troncos de los chupones con esmero, casi con cariño,  vareando con sistemas tradicionales las olivas, ya que al ser muchas plantaciones de difícil acceso no admiten el empleo de medios mecánicos. Llevan sus aceitunas a las modernas instalaciones de las cooperativas que han sustituido a las almazaras tradicionales de rulo y viga que sirvieron para exprimir la aceituna desde hace siglos. Obtienen así un producto elaborado con la calidad humana de las gentes de la Jara que llevará a su mesa el sabor y la calidad de vida de un producto natural, saludable y exquisito.

Olivo en La Jara

Pero habremos de detenernos en nuestro viaje jareño para llenar la andorga, para saborear los platos, los muchos guisos y asados que tienen en el aceite de oliva el ingrediente fundamental para una cocina sana pero sabrosa.

Siempre fueron los clérigos amantes de la buena mesa y pues con uno comenzamos, con otro terminaremos, el párroco de Mohedas de la Jara que a finales del siglo XVIII le informaba a su Obispo de que: “ Según de los nuevos plantíos que se van haciendo y se hallan nuevamente hechos, cuidándolos y reservándolos…fuera este terreno abundantísimo de estos  frutos, pues crían las olivas que aquí hay un aceite especialísimo, claro como agua y bello sabor, lo comparo al aceite de almendras dulces”.

Un aceite pues, éste de La Jara que constituye un producto con historia,  natural y de gran de calidad.

Chozo de olivar en Mohedas de La Jara

La saca del corcho en Velada

LA SACA DEL CORCHO

Saca del corcho en Velada

El alcornoque es una especie arbórea que precisa de algo más humedad que la encina y de terrenos preferentemente silíceos. Es por ello que en nuestra región se puede encontrar en las zonas donde el clima extremado continental mesetario se suaviza por la influencia atlántica como es el caso de nuestra comarca.

Casi 20.000 hectáreas se dedican a su aprovechamiento con una producción importante que podrían ser mucho mayores si, como sucede con muchas otras de nuestras materias primas, las plusvalías generadas por su manufacturación no se quedaran en otras regiones. En efecto, las industrias corcheras de Talavera o Velada por ejemplo, se limitan a seleccionar, cortar, cocer y embalar las planchas de corcho para que sea en Cataluña, en la mayor parte de los casos, donde se transforman en la industria taponera, de aislantes o de las nuevas artesanías industriales del corcho, que fabrican desde carteras hasta faldas de este material natural y cada día con mayor demanda.

Un material de gran calidad con infinitas posibilidades pero que ya fue conocido por nuestros artesanos que lo trabajaron desde un punto de vista principalmente utilitario pero también estético en los casos de artesanía pastoril que luego comentaremos.

Alcornocal con el corcho recién extraído

Cuando llegaba la canícula en las dehesas de Velada y Oropesa, en las umbrías de la Sierra de San Vicente o la Jara Alta, las cuadrillas salían
a la saca del corcho, labor por la que se despega la corteza del alcornoque. Se hacía el trabajo durante las horas más calurosas del día y los meses más calurosos, «desde San Pedro», que era el tiempo más adecuado para esta actividad, y de hecho, era necesaria la presencia de un trabajador exclusivamente dedicado a suministrar agua para evitar la deshidratación de los operarios, el aguador, que a veces también ayudaba al ranchero, que era el corchero al que se encomendaba el aprovisionamiento de leña, manteniendo el fuego y los pucheros individuales de las más de veinte personas que componían estas cuadrillas, además de cuidar de la intendencia general del campamento encargando a un ordinario que se acercara al pueblo a por los encargos y suministros.

Asientos o "tajos" elaborados con planchas de corcho y virus de jara
Asientos o «tajos» elaborados con planchas de corcho y virus de jara

Los corcheros dormían en las mismas dehesas en los campamentos que en forma cónica se hacían con palos y ramaje alrededor de un alcornoque, aunque a veces dormían en media caña de corcho colgada de una rama a modo de litera. No descansaban ni siquiera los domingos y solamente acudían al pueblo en la Virgen de agosto, San Roque, Santiago y Santa Ana. El jabón casero, un peine, la navaja, una manta y algunas viandas era el modesto ajuar del corchero.

El accidente de trabajo más frecuente era la picadura de los escorpiones que se escondían en los recovecos de la corteza, y se utilizaba para aliviar el dolor un curioso remedio» homeopático» el aceite de alacranes, que se obtenía de freír casi hasta la carbonización un número impar de escorpiones en aceite de oliva, para luego utilizar este mejunje masajeando la zona afectada.

Pila de lavar o cuzarro en Velada

Ser taponero era sinónimo de ser corchero «de fábrica». Utilizaban el cuchillo curvo de corchero para recortar las piezas y deben su nombre a que completaban sus jornales con la elaboración casera a destajo de tapones. El escogedor elegía y agrupaba las piezas según su calidad y características que sería largo de describir aquí.

ORQUÍDEAS EN LA COMARCA DE TALAVERA

Ejemplares de orquídea en la Sierra de la Estrella

En la sierra de La Estrella en plena comarca de La Jara hay zonas, especialmente en las umbrías del noreste del pico de La Buha, donde son numerosos las orquídeas de varias especies.

Aunque es un clima bastante árido el de la comarca con algo más de 400 litros por metro cuadrado de precipitación anual es sorprende la presencia de estas hermosas flores que simulan las formas y colores de los insectos para lograr la polinización más efectiva .

Aquí ponemos tres de las especies, a ver si los botánicos en los comentarios me decís cual es cada una de ellas.

También adjuntamos algunas fotografías de otras zonas de nuestra comarca como Pueblanueva o Talavera

orquideas de la sierra de la estrella
Orquideas de la sierra de la estrella
Orquídea de la sierra de La Estrella
Orquídea de la sierra de La Estrella

Orquídea fotografiada en el embalse de La Portiña

Orquídea fotografiada en el embalse de La Portiña en Talavera

Otra de las especies de orquídeas que podemos ver en La Jara (Pueblanueva)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

LA PUEBLANUEVA

Detalle de arquitectura popular de Pueblanueva

La Pueblanueva es como su nombre indica una de las útimas poblaciones de La Jara, a pesar de ser una de las más cercanas a la cabecera de la comarca, Talavera.

En las relaciones de Felipe II se cuenta que se había fundado el pueblo a finales del siglo XV y que fue un comendador de Santiago y regidor de Talavera, don Pedro Cervantes, quien cedió una tierra destinada a posada de colmenas llamada Esperabarbas  y allí se fundo este «pueblo nuevo».

Es curioso como describe la vegetación del lugar como «de monte baxo de jara, ladierno, y cosca, que se dice Raña el Monte».En el entorno de Pueblanueva se han hallado restos arqueológicos especialmente importantes en el entorno del río Tajo a su paso por su término. Es el caso del mausoleo y sarcófago, de los que hablaremos otro día, hallados en de Santa María de las Albueras, en Las Vegas de Pueblanueva, o los hallados en la zona de La Órbiga.

Puerta Mudéjar tapiada en el lado norte de la iglesia de La Pueblanueva

Hubo otros núcleos de población anteriores a la Puebla como Santa Cruz que llegó a tener ciento sesenta vecinos, unos quinientos habitantes pero no queda prácticamente nada en el valle del Palancar que lo alojaba, o Santa María de las Albueras. Parece que la iglesia y tal vez la población más antigua, de la que dependieron los pueblos de Las Abiertas, San Bartolomé, Santa Cruz y Pueblanueva, se llamó San Pedro de Almofrague y nuestra señora de Sangrera, que en aquellos tiempos eran ya simplemente dos ermitas.

Varios miembros de la nobleza eran dueños de grandes dehesas circundantes.

Detalle de un escudo heráldico en una portada de La Pueblanueva

Podemos acercarnos hasta La Pueblanueva. y dar una vuelta por el pueblo y observar la arquitectura popular de aparejo mudejarista,  en ladrillo y adobe, más similar en su estilo a las de las cercanas poblaciones de la comarca de Valdepusa que a las de La Jara, comarca en la que se sitúa el pueblo.

Vivienda humilde en arquitectura popular de Pueblanueva con muros de adobe sobre zócalo de lentejones calizos.

El aparejo es de ladrillo en verdugadas y machones que enmarcan lienzos de tapial que a veces se completa con hileras de canto rodado que hacen característica la arquitectura de Pueblanueva. Otras viviendas tienen muros lisos enjalbegados o revocados más parecidos a los jareños. En algunos muros se ha empleado la mampostería de lentejones de piedra caliza habitual en el subsuelo de la zona.

cúpula de la iglesia de La Pueblanueva

Podemos también visitar la iglesia mayoritariamente construida en ladrillo y mampostería de cantos de cuarcita, y en la que destaca su torre y una portada gótico mudéjar en el muro norte.

La coqueta ermita aloja la imagen de la Virgen de la Paz, la patrona de la localidad, y algunas casonas presentan escudos señoriales.

Panel de azulejos talaveranos a la entrada de la ermita de la patrona de La Pueblanueva

Hay otro paraje de interés, además de las barrancas que visitaremos en la entrada de mañana al que podemos llegar tomando  la carretera que en dirección a levante se dirige hacia Bernuy para llegar hasta donde cruza sobre el arroyo de Valdevendenga, cuyo cauce recorreremos por un camino que discurre paralelo a él y a las muchas huertecillas de aspecto ameno que se salpican en sus orillas, con sus norias, sus emparrados, sus alberquillas

Arquitectura popular de lentejones calizos en el valle de Valdevendenga

y una arquitectura popular muy característica por el aparejo de tapial y núcleos de piedra caliza muy blanda, los llamados  “lentejones» que se cocían antiguamente para obtener la cal, y que se ponen en diversas formas de las que la más peculiar es la disposición en espiga.

Iglesia parroquial de Pueblanueva

Salvo el curso más bajo del arroyo que lo ha ocupado una urbanización, el resto guarda todavía el ambiente de las huertas tradicionales con las barreras cercanas cubiertas de olivos y el arroyo flanqueado por chopos, álamos, fresnos y sauces.

UN MUNDO QUE SE ACABA…O NO

UN MUNDO RURAL QUE SE ACABA…O NO

Reflexiones de un paseo por La Jara

Uno de los molinos de Riofrío

No hay nada tan ansiolítico como un paseo por La Jara y sus campos, cada día más despoblados pero llenos de lugares atractivos que te hacen reencontrarte con esas pequeñas cosas realmente importantes.

Salgo a recorrer con unos amigos las riberas del Riofrío, entre La Nava de Ricomalillo y Sevilleja, en el cogollo de La Jara. Bajamos desde el puente de la carretera en este año tan seco, sin esperar ver ni verdes orillas ni charcas trasparentes. Vamos recorriendo uno de los canales que, desviados por pequeñas presas ya colmatadas de tierra por los años trascurridos, llevaban el agua a los molinos para ahorrar así tiempo y esfuerzo al ser humano que habitaba estos jarales rozados para el cultivo con tanto trabajo. E imaginamos el día en el que uno de aquellos modestos paisanos de la Tierra de Talavera decidió mejorar su bienestar y el de su familia construyendo uno de estos artificios. Y se puso manos a la obra sin topógrafos ni asesores de empresa, construyendo la presa que seguro derrumbaron una y otra vez las crecidas, aunque tuvo que comprar la cal para hacer la argamasa que le diera fuerza al muro. Y ahí se fueron gran parte de sus ahorros, porque la pizarra, el barro y el sudor con el que hacer el resto de la obra sólo requirieron el trabajo duro del pico, el azadón y las cuñas que abrían los lanchones para ir dejando paso al agua.

Molino de Riofrío

Cuánto trabajo, cuántas ilusiones yacen ahora abandonadas con las vigas pudriéndose y los tejados caídos ante la desidia culpable de los que deberían velar por conservar estos elementos tan venerables de la historia de la pequeña “gente”, a la que algunos dicen defender, pero que en realidad desprecian olímpicamente.

Porque para mí eso es amar a España, no el patrioterismo de unos ni el odio a tu propia patria de otros. El patriotismo es el amor a tu cultura en el más amplio sentido de la palabra, el acervo tuyo y de los que te rodean, y la forma en que han sabido estar en el mundo, su mundo, el mundo de los que nos precedieron y los que nos seguirán, y que no significa en absoluto el desprecio a los otros sino una forma de mirarles desde lo nuestro, desde lo que hemos mamado.

Y en nuestro periplo jareño vamos viendo las huertas y los chozos abandonados que daban más vida a estas riberas, e imaginamos el ambiente de arrieros, molineros, cabreros, cazadores, colmeneros, maquis, y hasta civiles o agentes de Fiscalía, y tantas otras gentes que entonces daban vida a los campos hoy abandonados y de los que nada saben esos jóvenes a los que nadie enseña humanidades y que, eso sí, desarrollan hoy los dos pulgares que a tremenda velocidad pulsan las letras de los teclados de sus smartphones, igual que aquellos homínidos abuelos nuestros desarrollaron el pulgar para que nuestras manos fueran más útiles al ser prensiles.

Y pasamos junto a una gran lancha de piedra en la que se mezclan grabados de pastores aburridos de hace unos años con grabados rupestres de la Edad del Bronce, y comentamos la pulsión del hombre a pintar monos más o menos simbólicos en cualquier superficie, desde Altamira a los maníacos del spray grafitero actual.

En realidad, qué poco cambian las cosas, qué relativo es todo, incluso la pobreza. Y comento a mis compañeros cómo estos recursos de supervivencia que hoy vemos arruinados, o los barbechos y dehesas  abandonados, serían hoy un verdadero paraíso para una tribu de somalíes o de algún pueblo del Sahel con sus cabras comiendo las púas de sus escasos arbustos, y ellos muriendo de hambre y sed en su tierra.

Aunque es fácil decirlo delante de unas buenas migas con esos botellines tan fresquitos, casi hielo, que dan en La Jara.

CAMINO REAL DE GUADALUPE (14) CARRASCALEJO- NAVATRASIERRA

CAMINO REAL DE GUADALUPE (12)

CARRASCALEJO- NAVATRASIERRA

Vista de La Jara desde el puerto de arrebatacapas

Antes de salir de Carrascalejo, pueden los aficionados dirigirse al embalse de Recuerda que abastece al pueblo de agua potable. Se encuentra en un hermoso lugar que se ha convertido en foco de atracción para los muchos pescadores de la zona que acuden a sus orillas para capturar buenos ejemplares de carpa o de black-bass.

Si hemos pernoctado en Carrascalejo, podemos subir hacia el puerto de Arrebatacapas siguiendo la carretera y disfrutando del paisaje y la vegetación de las laderas de la sierra de Altamira, donde el monte agreste se puebla de alcornoques, grandes madroños, castaños, chaparrales, brezo y un sin fin de plantas aromáticas que harán muy agradable el ascenso. La otra opción es intentar subir por el antiguo Camino Real partiendo desde el paraje donde se situaban las antiguas ventas de San Miguel. Ascenderemos siguiendo un trayecto similar al que sigue el cortafuegos que actualmente se puede ver desde abajo cómo sube hasta el mismo puerto. Aunque el antiguo camino tenía un trazado más curvo, está casi perdido en muchas zonas y es más operativo seguir el empinado cortafuegos.

Arquitectura popular en Navatrasierra

La vista panorámica que se observa desde el puerto de Arrebatacapas es impresionante, al norte el valle del Tajo, el Campo Arañuelo y la Sierra de Gredos; al este toda La Jara con la Sierra de La Estrella que destaca sobre la llanura y, más al fondo, la Jara Alta y los Montes de Toledo. Los días más claros pueden llegar a verse los edificios de Talavera al nordeste y podemos jugar a distinguir todos los pueblecitos que se reparten entre las tierras de colores pardo y verde oscuro de La Jara. Al sur se levantan las cresterías de la Sierra de Altamira y al oeste el valle del Gualija que se dirige hacia el Tajo y el de Los Guadarranques que se encamina en dirección opuesta, hacia el Guadiana.

La parada en este bonito collado nos hará recuperar el resuello por las fatigas de la subida. Aquí se ha construido una hornacina para recordarnos que nos encontramos en el camino de Guadalupe, pues en su panel de cerámica de Puente del Arzobispo se representa a la Virgen de las Villuercas y a los dos patrones de los pueblos limítrofes, San Pedro y San Mateo.

Puente de los Horcones en el camino Real antes de subir al Hospital del Obispo

Iniciamos el descenso y, después de recorrer unos setecientos metros, desciende a la derecha, hacia el valle, un camino de fuerte pendiente que nos llevará hasta el puerto de La Venta, hoy desaparecida como tantas otras. La senda sube después sobre la ladera del cerro de enfrente, por encima de un arroyo con una aliseda, para descender más tarde hasta las orillas del río Gualija. Este es el trayecto original del Camino Real o camino viejo, pero también tenemos la posibilidad de acercarnos hasta el pintoresco pueblecito de Navatrasierra, comprendido en el ayuntamiento de Villar del Pedroso. Es el único núcleo habitado de este valle que cuenta con uno de los índices de población por kilómetro cuadrado más bajos de la Península, un lugar ideal para aquellos que quieran perderse en una naturaleza todavía virgen con parajes solitarios de gran riqueza ecológica, como iremos viendo.

Empedrado en la calle Real de Navatrasierra

Este despoblamiento fue una de las causas que llevaron al paulatino abandono de este camino de Guadalupe, el más atractivo y antiguo de todos, pero el más inseguro, pues contemplando su paisaje podemos imaginar a las gentes que desde el siglo XIV se aventuraban por estas sierras, cuando sus montes y bosques estaban habitados por lobos y osos, como demuestra el hecho de que la Santa Hermandad Real y Vieja de Talavera, bajo cuya jurisdicción se hallaban estos despoblados, pagara cantidades de cierta importancia a quienes mataran a los osos y a sus crías, más remuneradas estas últimas, presentando en sus dependencias de Talavera las garras de los animales que eran clavadas con un cartel en la puerta de su cárcel. Y es que esta institución de policía rural de la que hablaremos más tarde nació como una asociación de colmeneros que querían defenderse de los bandoleros y golfines que asolaban La Jara, y, como podemos imaginar, los plantígrados eran especialmente golosos con las colmenas de sus posadas, en las que causaban grandes destrozos.

Los grandes desiertos de los valles serranos del Gualija y el Guadarranque

Podemos imaginar las nieves y las tórridas temperaturas del verano, las alimañas, los bandoleros y los contrabandistas que, unido al cansancio, el hambre y las enfermedades que aquejaban a muchos de los peregrinos nos podrá dar una idea de cómo la muerte tuvo que ser algo muy habitual entre los caminantes que se atrevían a cruzar estos desiertos. Estas circunstancias motivaron la fundación en el siglo XIV del conocido como Hospital del Obispo, a mitad de camino entre Navatrasierra, último pueblo habitado del camino, y la puebla de Guadalupe. Por todo lo reseñado, el camino que discurre por Puerto de San Vicente y Alía fue tomando auge hasta conseguir casi sumergir en el olvido a este otro viejo Camino Real en el que tantos viajeros fueron asaltados o devorados por los lobos.

Otro camino alternativo asciende desde Carrascalejo directamente hasta Navatrasierra mediante una senda muy agradable sin pasar por el Puerto de Arrebatacapas sino por el puerto llamado de Navatrasierra.

En el próximo capítulo hablaremos del relieve apalachense, la geología y los fósiles que se muestran en el museo de Navatrasierra.

LA JARA BELLA Y OLVIDADA

LA JARA BELLA Y OLVIDADA

La Jara Occidental desde el mirador de La Estrella

Otoño de 2017. No creo que haya en todo el territorio nacional una comarca menos conocida, aun teniendo grandes atractivos, que La Jara. Pero no les voy a hablar de la ciudad de Vascos, ni de los caminos de Guadalupe, de la Vía Verde o de sus cañadas.

En el día de la hoy diluida y denostada Hispanidad he ido a uno de sus pueblos, da igual cual sea. En el camino me pregunto cómo se habrá perdido por aquí una turista extranjera que caballera de su bicicleta se va poniendo como un tomate con este sol otoñal que le da a La Jara cierto tono africano, con la paja pisoteada por las ovejas de tanto rebuscar algo que llevarse a la boca, los almendros resistiendo a duras penas el calor con las hojas pardas, y las jaras ya amarillentas y pringosas intentando retener las últimas moléculas de agua. Sin embargo, su olor y el de los cantuesos se hace más intenso con este calor tardío.

Patio jareño

Quería hacer unas fotos de esos pozos, zahurdas y chozos que se encuentra más frecuentemente en el entorno inmediato de los pueblos. Lugares de cuadras y muladares que, aunque afeados por las naves de construcción más reciente y las escombreras, siguen teniendo cierto aspecto de aduar marroquí.

Y paseo viendo caídas las alambradas que intentaban marcar una propiedad que ya a nadie interesa, y los últimos intentos de los años sesenta y setenta por hacer el campo productivo, con sus uralitas y sus ladrillos de gafa, e imagino la ilusión del campesino que no se resignó y que cavó un pozo con su alberquilla como último intento de volver fértil el escaso suelo aprovechable sobre las pizarras, con un motor de gasoil de dos tiempos que se oxida, al igual que una vieja furgoneta en la cerca de al lado, de esas que se ponían a modo de chozo improvisado, otro ejemplo de ese arte kitsch rural de somieres utilizados de portera y de bañeras de desecho recicladas como abrevaderos.

Pozo jareño cubierto

Recorro el pueblo con la cámara y sé, porque me lo han preguntado muchas veces, que las escasas vecinas, que hablan con fruición de médicos y enfermedades asomándose recelosas al ver pasar al forastero, piensan que soy del catastro o de la empresa de electricidad, y me miran con desconfianza, porque a los pueblos casi nunca ha venido nadie a darles nada, solo a estrujarles.

Como es puente, han llegado al pueblo algunas familias urbanas de hijos del pueblo, y veo en un patio a tres chicas mirando sus móviles sin hablarse entre ellas, devorando una bolsa de pringosos aperitivos refritos en saludable aceite de palma. Y pienso que ninguna sabrá distinguir un gorrión de un jilguero y que para ellas esto de venir al pueblo a ver a la abuela, sin wi-fi, solo es un coñazo que esperan pasar lo antes posible.

Colemas de La Jara fabricadas con corcho

Y me acerco a un bar pensando observar y escuchar a gentes del país, y solo encuentro una joven pareja de Madrid que chulea de su viaje de novios a Cancún ante un vecino de mono y gorra de la Caja Rural. Entro y me atiende un hombre con tatuajes que da la sensación de ser uno de esos urbanos que ha venido al pueblo huyendo románticamente de la ciudad y que no durará mucho aquí, como tantos otros. Un enorme cartel del grupo de rock duro alemán Rammstein preside el bareto, aunque por lo menos me ponen unos torreznillos y no unas gambas que ya degustó Viriato, como me pusieron en el pueblo anterior, o cazón en adobo como si esto fuera la plaza de las Flores de Cádiz.

Tal vez no valga ya la pena guardar toda la cultura rural de nuestros pueblos que a nadie interesa y que los políticos desprecian absolutamente en su absoluta ignorancia. Quizá esto que hace uno no tenga ya ningún sentido y este polvo y las pajillas que levanta el aire solano, y que impregnan a la extranjera de la bici untada de crema, acabe también cubriendo las aldeas jareñas como acabó cubriendo las chozas de los hombres que hace cuatro mil años llevaron los pedruscos para levantar el dolmen de Azután, junto al que paso en ese momento, y que ni siquiera tiene un cartel que nos indique su presencia.

EL BANDIDO MORALEDA, UN PERSONAJE LEGENDARIO

EL BANDIDO MORALEDA, UN PERSONAJE LEGENDARIO

Primera parte

Como vamos recorriendo el río Pusa a su paso por Santa Ana hasta la cueva de Moraleda, taeremos hoy otra vez a este personaje legendario de La Jara y los Montes de Toledo.

El Bandido Moraleda
Bernardo Moraleda en foto de la revista Estampa de 1936

El siglo XIX fue el del bandolerismo más típico y tópico que dejó personajes que todavía se mueven entre la historia y la leyenda y que el pueblo ha ido magnificando, idealizando y fantaseando sobre los hechos reales o imaginarios de sus vidas. Hoy conoceremos a uno de ellos y mañana veremos diferentes aspectos de la vinculación del Bandido Moraleda con nuestra comarca y sus aspectos legendarios.

Bernardo Moraleda Ruiz parece que nació en Navas de Estena a mitad de la centuria, aunque se trasladó a Fuente del Fresno, localidad también ciudadrealeña que contaba con varios de sus vecinos dedicados al bandolerismo formando partidas tan famosas como las de dos parejas de hermanos, los “Purgaciones” y los “Juanillones”.

Muchos de estos bandoleros están a caballo entre las partidas carlistas con cierta ideología y el estricto bandidaje. Algunas fuentes los sitúan en las partidas carlistas del apodado “Merendón” y otras aseguran que Moraleda cabalgó junto al párroco de Alcabón, Lucio Dueñas, uno de aquellos curas trabucaires ultraconservadores que asolaron con sus partidas el territorio de La Mancha, los Montes de Toledo, La Jara y Extremadura, justo el mismo ámbito que antes había sido el refugio de los golfines provocando la formación de la Santa Hermandad de Toledo, la de Talavera y la de Ciudad Real, y también la misma zona que tras la Guerra Civil sería refugio de los maquis o guerrilleros antifranquistas.

Frecuentemente el oficio primero que tuvieron fue el de cabrero como es el caso de los “Juanillones” y del propio Moraleda, aunque parece que de niño fue recadero. Con ellos se echa al monte tras la segunda guerra carlista y a partir de 1873 son famosas sus correrías por los Montes de Toledo y la zona de La Jara más próxima a Navalucillos y Robledo del Mazo.

No se sabe a ciencia cierta cuál fue la causa por la que Moraleda comenzó su carrera delictiva. Para algunos fue una discusión con derramamiento de sangre con el patrón y dueño de las cabras que pastoreaba, aunque otros hablan de que mató a su mujer a los cuatro días de casarse o que fue desertor del ejército justo antes de partir con las tropas españolas hacia Filipinas. También se le acusa de haber asesinado a un pastor que lo había denunciado y a un capitán de voluntarios que lo perseguía con inquina.

El hecho de ser cabrero hace que se adapte perfectamente al terreno y que les sea a guardias civiles y otras fuerzas de la época muy difícil capturarle. En una ocasión en que se encuentra rodeado desarma a un guarda y disfrazado con su traje de escopetero consigue burlar el cerco lo que incrementa su leyenda.

También sabe comprar silencios y voluntades con sus monedas de cinco duros, de las que dicen tiene guardado un tesoro en un lugar de los montes de Retuerta del Bullaque, junto con un catalejo y sus armas, aunque cuando años más tarde, al salir de presidio, quiso recuperarlo  no lo encontró, o alguien lo había hallado antes.

Los delitos que las crónicas de la época nos relatan son el despojo de recuas de arrieros, atracos de recaudadores o secuestros y robos a propietarios o al alcalde de Fuente del Fresno, pueblo que llegan a asaltar cometiendo varios atracos. Se les acusó también de algunos asesinatos de civiles como el de un carretero, o de guardias y escopeteros, aunque forman también parte de la leyenda algunos comportamientos algo más cercanos al concepto romántico de bandido generoso. El más conocido de estos episodios tiene relación con uno de los personajes más importantes de la época, el general Prim.

Castillo de Prim, finca en Retuerta del Bullaque
Castillo de Prim, finca en Retuerta del Bullaque

Parece que en una de esas cacerías que daba el héroe de la batalla de Castillejos en su finca de los montes de Toledo con políticos y autoridades de la época, el hijo del general se perdió entre los jarales y dio la casualidad que cuando pedía auxilio se encontró con Moraleda que, llevándolo incluso a hombros por estar desfallecido, lo dejó junto al castillo de Prim, una casona almenada de su propiedad. Cuando el muchacho lo invitó a entrar para que su padre le recompensara, su salvador le dijo que era Moraleda, que estaba huido de la justicia y que por tanto no podía acompañarle al castillo.

Después de numerosos delitos las autoridades les siguen de cerca y les tienden una emboscada cuando se disponen a asaltar el tren en Villacañas, que pretendían previamente hacer descarrilar. Antes habían tenido éxito soltando el último vagón para desvalijarlo en Venta de Cárdenas secuestrando antes al jefe de estación y a otros ferroviarios.

Castillo del General Prim en los Montes de Toledo

De resultas de estas detenciones en Villacañas los dos “purgaciones” y un “juanillón” son detenidos, juzgados y ejecutados en Toledo en 1882 pero Moraleda huye saltando por una ventana en compañía del otro “juanillón” hasta Portugal. Parece que escapan por la Senda de los Contrabandistas que discurre a lo largo de las cumbres de las sierras oretanas sin tocar pueblo alguno entre Lisboa y Valencia.

Con el fruto de los robos se establecen cerca de la frontera poniendo un comercio de ultramarinos, pero son tantas las cartas que el compañero de Moraleda envía imprudentemente a su mujer que son descubiertos y detenidos. Son extraditados por el país vecino con la condición de que no sean ejecutados aunque se les achacan veintidós asesinatos, treinta tantos robos y tres secuestros.

Son condenados sin embargo a largas penas de presidio, casi ciento quince años, y enviados a Ceuta, donde el Juanillón muere por un proceso respiratorio. Bernardo Moraleda pasa muchos años todavía allí pasando penalidades y con los grilletes puestos lo que le ocasiona úlceras infectadas.  Su encarcelamiento sucede en 1882 y permanece allí hasta 1911, año en que es trasladado a Santoña para ser liberado en 1923 con 71 años.

Los hermanos Juanillones, compañeros de fechorías de Moraleda
Los hermanos Juanillones, compañeros de fechorías de Moraleda, El de la izquierda fue ejecutado y el de la derecha murió cuando estaba con Moraleda en el penal de Ceuta.

Como un mendigo camina hasta Retuerta de Bullaque donde intenta encontrar su botín escondido de cinco mil duros sin conseguirlo. Aunque al pueblo le atemorizaba su presencia, hasta el punto de que un antiguo delator abandonó el lugar, ya solo era un anciano artrítico y sin fuerzas.

Fue a pedir auxilio a la finca de Prim donde el administrador le puso al cargo de la bodega, pues no se olvidaba en la casa cómo había salvado al marqués de Castillejos, hijo del general. Muere en 1936 en el asilo de Ciudad Real, poco antes de que otra guerra civil eche al monte a otros españoles.

El río Pusa en las inmediaciones de la Cueva de Moraleda