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UNAMUNO SUBE A GREDOS

DON MIGUEL, EL VASCO ESPAÑOLAZO

Primer artículo de una nueva serie de Miguel Méndez-Cabeza, : «Viajes en busca de autor» en el que se relatan viajes por lugares vinculados a escritores que pasearon las españas. Adjunto texto completo del viaje incluido en «Andanzas y Visiones Españolas».

Garganta de Bohoyo
Garganta de Bohoyo

Los viajeros han decidido comenzar a buscar al escritor por uno de los lugares que más le ponían, las cumbres de Gredos. Cuentan que cuando Blasco Ibáñez enseñaba París a Unamuno, al llegar a los Campos Elíseos, preguntó el valenciano al bilbaíno si había visto algo más hermoso y don Miguel respondió con total aplomo: ¡Sí, Gredos!.

Escribe en sus «Andanzas y visones españolas» cómo decide en compañía de sus amigos Eudoxio Castro y Marcelino Cagigal, director de la escuela industrial de Béjar, subir a las cumbres de la cordillera. Desde Salamanca se accede a la sierra por el valle del río Tormes que aguas abajo pasa más abajo a los pies de su cátedra.

Es el verano de 1911 y entonces se ascendía al macizo central de Gredos desde el pueblecito abulense de Bohoyo siguiendo la garganta del mismo nombre hasta el mismo Almanzor, en un recorrido largo pero accesible y que era el más utilizado antes de que se construyera la carretera que desde Hoyos del Espino sube hasta la llamada Plataforma para después trasponer los Barrerones en tumultuosa romería y llegar hasta la laguna Grande de Gredos. No hay mal que por bien no venga y como los invasores urbanos son gente bastante ovina han dejado esta vieja ruta olvidada de la garganta de Bohoyo para el goce y disfrute de quienes no quieren ir acompañados del dominguerismo rampante que todo lo ha invade.

En aquella época se había puesto de moda esta sierra por lo que la frecuentaba don Alfonso XIII en busca de las cabras monteses siguiendo la cinegética tradición borbónica. Tanto es así que se hizo desde Candeleda un camino sólo para que su majestad subiera a dar unos tiros a los cornudos caprinos, tradición también muy borbónica. El pueblo serrano “cedió” amable y voluntariamente su territorio para hacer un coto real, base de lo que hoy es el Parque de Gredos, otro bien que por mal ha venido.

Cuando los caminantes van ascendiendo comentan que don Miguel y sus amigos irían acompañados de su manobre y su caballo y se imaginan la comitiva en la que seguro que no eran los catedráticos los que iban a por el agua o hacían la comida para los distinguidos excursionistas. Incluso llegan a imaginar cómo tan serio y trágico profesor tiraría de pantalón entre los canchales.

Refugio en la garagnta de Bohoyo
Refugio de Las Becedas  en la garagnta de Bohoyo

Vallejones con gargantas que muestran restos de antiguas glaciaciones, bosque de robles solamente al principio, pues curiosamente es en la solana de la sierra donde abundan más los bosques, y sobre todo piornales y prados son recorrido con la sola compañía de las avileñas abandonadas a su suerte por los ganaderos que saben que los cuatreros no se pegarán una candanga de andar para robarles sus vacas, que además se han hecho alpinistas en su soledad y buscan las yerbas en los prados más altos. Y tanto es así que al final de nuestro recorrido las encontramos compartiendo hierba con las monteses a más de 2.300 metros de altura.

El paisaje se va haciendo más árido con berrocales inmensos y grandes lanchas que descubren el batolito granítico en un paisaje casi lunar por donde serpentean las chorreras, las pocas que van quedando ya a finales de agosto. Comentan los viajeros que hasta hace un par de décadas siempre quedaban neveros junto al Almanzor, pequeñas manchas de nieves perpetuas que se veían desde el valle y que con el cambio climático han desaparecido. Grandes fragmentos pétreos cada vez menos rodados van dando al paisaje un aspecto de desierto marciano que sugiere a los dos curiosos los relatos de Lovecraft y sus monstruos primordiales.

Allí comprenden los viajeros la impresión que le  produce al filósofo aquel paisaje hace que vea”el corazón de roca viva” de España, en el Ameal de Pablo ve el “ara gigante de Castilla”. Toda aquella grandeza le sugiere lo que a tantos autores ha sugerido la grandeza de la naturaleza, y pega mandobles a diestro y siniestro, a los “progresistas” y a los hombres de frac que brindan con champán y viven para el “decorum” y la falsedad, a los sociólogos y a los turistas coleccionadores de imágenes. Palabras que podría trasladarse a nuestra época, pasados ya más de cien años desde su periplo.

La Galana y el pico Almanzor desde el final de la garganta de Bohoyo
La Galana y el pico Almanzor desde el final de la garganta de Bohoyo

También a los viajeros les hace el entorno disfrutar de su frugal colación, como decían los curas que debía ser la comida antes de comulgar, y comulgan con don Miguel y sus amigos y también disfrutan de las cosas pequeñas que tanto se valoran cuando el hombre se encuentra lejos de la civilización. La fuente de Los Serranos, uno de sus objetivos está seca y la sed les acucia. Cuando finalmente encuentran una fuente que mana helada en el avanzado agosto casi saltan de alegría al beber de aquellas aguas que los pastores han protegido con piedras del pateo de las vacas.

Cabramontés pastando en la garganta de Bohoyo
Cabramontés pastando en la garganta de Bohoyo

Ya refrescados por el agua de los filtrados neveros de invierno suben los curiosos hacia  la laguna del corral para dar vistas al valle, ese valle habitado por la miseria de los humanos al que le cuesta volver a don Miguel, y allí se sorprenden por la presencia de dos centenares de buitres que levantan el vuelo sobre esa España que tanto le dolía a don Miguel y que ahora tanto les duele a los viajeros, esa España a la que entonces como ahora sobrevuelan los buitres de la avaricia, la envidia, la política mezquina y la incultura. Tal vez sean los mismos abantos. El Almanzor y el circo levantan sus crestas delante de los viajeros que reposan conmovidos delante de un espectáculo grandioso.

TEXTO COMPLETO DEL VIAJE EN «ANDANZAS Y VISIONES ESPAÑOLAS»

DE VUELTA DE LA CUMBRE 

Un en un tiempo famoso profesor de Filosofía, de 
cuyo nombre no quiero ahora aquí hacer mención, solía empezar su curso coa esta pregunta: ¿qué venimos a hacer? Y acabábase el curso sin que ni él ni sus discípulos supieran lo que habían hecho ni si es que habían hecho algo. Así yo también, al tomar hoy la pluma, en esta mañana del día primero de agosto, me pregunto filosóficamente: ¿qué vengo a hacer? 

La tarea parece fácil. He estado hace pocos días en los altos de la sierra de Gredos, espinazo de Castilla; he acampado dos noches a dos mil quinientos metros de altura, sobre la tierra y bajo el cielo; he trepado el montón de piedras que sustenta al risco de Almanzor, he descansado 
al pie de un ventisquero contemplando el imponente espectáculo del anfiteatro que ciñe a la laguna grande de Gredos, y viendo el Ameal de Pablo levantarse como el ara gigante de Castilla, he convivido un momento con el pastor de las cimas y he recorrido, al bajar, las tierras 
teresianas, pasando mi fatiga del viaje por entre los no- gales de Becedas, donde durante unos meses trató a la santa — a Santa Teresa de Jesús, ¡claro está! — una curandera. Traigo el alma llena de la visión de las cimas de silencio y de paz y de olvido, y, sin embargo, nada se me 
ocurre, lector, decirte de ello. 

Algunos relatos de viajes y excursiones llevo escritos ya, pero he de dejar tal vez en el silencio en que los recogí los sentimientos más hondos que de esas escapadas a la libertad del campo he logrado. No he escrito ni creo escribiré jamás mis impresiones de Granada, y en Granada 
pasé una de mis quincenas más repletas de vida. Mien- tras viva reposará en el lecho de mi alma, por debajo de la corriente de las impresiones huideras, aquella santa caída de tarde que a principios del dulce mes de setiembre gocé en el Albaicin, todo blanco de recuerdos. Fue un como baño en algo etéreo. Las lágrimas me subían a 
los ojos y no eran lágrimas de pesar ni de alegría; éranlo de plenitud de vida silenciosa y oculta. 
Pero, ¿quién cuenta todo esto? El público, oh lector, quiere cosas concretas, noticias, datos, informaciones. Y yo cada día odio más la información y me interesa menos la noticia. Uno de los mayores encantos allá en las alturas de Gredos, era carecer de diarios, no ¿recibir cartas. 
Hablábamos a la caída de la tarde, descansando al pie de un ventisquero, de cosas impertinentes a aquella grandiosidad que nos rodeaba, y al mentar uno de nosotros a Maura, un pastor que nos oía hubo de preguntarnos: ¿pero no han matado a ese señor? Sorprendidos por la pregunta y recelando no tuviese noticias más frescas que nosotros, le interrogamos y resultó que se refería al atentado de que dicho señor fue objeto en Barcelona hace 
más de un año. «Hace tres días que lo he leído en un periódico» — añadió el pastor. Y al despedirnos de él para bajar a los valles en que habitan los hombres con sus mujeres, encontramos !a explicación del caso, pues nos pidió los periódicos en que habíamos llevado envuelta nuestra merienda. Era lo que lela, y la noticia del atentado a 
Maura le llegó por un número de periódico que dejaron allá entre los riscos unos excursionistas. ¡Feliz mortal! Había de estallar una revolución a sus pies sin que él se enterase. 
£1 cuerpo se limpia y restaura con el aire sutil de aquellas alturas y aumenta el número de glóbulos rojos, según nos dijo un catedrático de Medicina, pero el alma también se limpia y restaura con el silencio de las cumbres. 
¡Qué silenciosa oración allá, en la cumbre, al pie del Almanzor, llenando la vista con la visión dantesca del anfiteatro rocoso! Dábamos una voz y el eco la repetía dos veces entre las soledades. 
Pero hubo que bajar; hubo que bajar a estos valles y llanuras en que viven los hombres en sus pueblos, alimentándose de sus miserias y, sobre todo, de su incurable ramplonería. Bajé, llegué a mi casa y me encontré con el primer volumen de las obras completas de Gustavo Flaubert, que desde París me envía un amigo, rabioso flaubertiano. Contiene este primer volumen la correspondencia del gran hombre desde 1830 a 1850, es decir, desde sus nueve hasta sus veintinueve años. ¡Pobre Flaubert! ¡Qué aguda, qué dolorosamente sintió la estupidez humana! ¡Cómo se dolió el burgués, el buen burgués satisfecho de sí mismo, que cada mañana, mientras toma su café con leche y su pan con manteca, se informa de las noticias de la víspera! El y Máximo Du Camp, bajando el Nilo, divertíanse en representar el viejo señor inepto, rentero, considerado, en buena posición y de cierta edad, 
y se preguntaban uno a otro si habría sociedad en los pueblos por que pasaban o algún circulo en que se leyese diarios, si se dejaba sentir el movimiento ferroviario, si avanzaban las doctrinas socialistas, si había buen vino, si eran amables las damas, etc., etc. Y este hombre, en cuya alma repercutió más que en la de ningún otro la incurable tontería humana, acabó escribiendo aquel inmenso libro que se Mama Bouvard et Pecuchet, la más amarga rechifla del progresismo. 
¿Hay algo, en efecto, más ridículo que el progresismo? 
Un buen señor que no puede o no quiere o cree que no quiere creer en otra vida y se consuela pensando —¿pero es que piensa? — que el progreso traerá la felicidad .. ¿a quién? Y luego es tan vulgar... ¡tan vulgar!... 
¡Oh, en aquellas cumbres de Gredos, viendo la puesta del sol, la última novedad, la verdadera última novedad! «Nada hay nuevo bajo el sol», dijo Salomón, una especie de catedrático coronado y harto de leer libros. Pero el pastor de Gredos, si supiese expresarse, diría: «todo es nuevo bajo el sol». Todo es nuevo, si, y cada sol es un 
sol nuevo. 

En aquellas cumbres no recibe uno preguntas, quejas, amonestaciones, reproches. ¡Qué lejos allí del buen señor que no quiere que le digan sino lo que él piensa! 
¡Qué lejos, lector amigo, de esos lectores irritables y descontentadizos, que burlándose acaso de los dogmas llevan enquistado en su mollera un dogma formidable! 
¿Cómo podría uno soportar esta terca lucha de un día tras otro y un mes y otro mes y uno y otro año, si no hiciera de cuando en cuando una escapada a las cumbres libres o a los abiertos campos? ¿Cómo aguantar a todos esos señores que se nos vienen dando consejos o disparándonos instikos, si no se recrease utio charlando con cabreros, mendigos, gañanes y toda laya de gente sencilla y a la buena de Dios? 

Y luego en estas ascensiones a las cumbres, en estas escapadas por los campos, se desnuda uno del decorum ) de ese horrendo y estúpido decorum y se pone uno el alma en mangas de camisa. Hace anos ya, en un estudio que rae dedicó C O Bnnge, decía que flaqueo en el sentimiento del decorum. Y asi es, me carga eso que los antiguos romanos llamaban decorum y que no se traduce del todo por nuestro correspondiente decoro. Nada hay más revolucionario que el ponerse el más alto magistrado de una nación a bailar el bolcio tocando las castañuelas. 
Mi mayor odio es al (rae y al sombrero de copa, y no sé cómo Sarmiento, a quien le valió el dictado de loco su poco respeto al decoro convencional, sentía tal superstición por aquella prenda. El decoro es la seriedad de los que están vacíos por dentro. 
Y en estas correrías por campos y montes, ¡qué alivio, qué hondo sentimiento de libertad radical cuando dejando todo decoro se pone uno a hacer y decir chiquilladas! 
Se cuenta cuentos ambiguos o grotescos simplemente sin sentido, se chapuza uno en la infancia. ¡Oh, estas sumersiones en la remota infancia! No sé cómo puede vivir quien no lleve a flor de alma los recuerdos de su niñez. 
Trece volúmenes llevo ya publicados, pero de todos ellos no pienso volver a leer sino uno, el de mis Recuerdos de niñez y de mocedad, donde en días de serenidad ya algo lejana, traté de fijar no mi alma de niño, sino el alma de la niñez. Acaso si a su titulo sencillo le hubiese 
añadido esto: «ensayo de psicología de la infancia», habría tenido algún mayor éxito ese mi pobre y más desventurado libro. Pero eso era profanarlo. Nada de psicoiogiquerias; nada de sociologiquerias, y eso que hay allí 
hasta asomos de sociología infantil. 
¡La sociología! ¿Hay algo más horrendo, más grotesco, más bufo que eso que suelen llamar sociología? Hay en ella «Californias de grotesco», que diría Flaubert. Todas las ramplonerías progresaras, todos los lugares comunes modernos, parece se han refugiado en esa flamante sociologia. Desde allí arriba, desde los canchales de la cumbre de Gredos, contemplábamos con unos prismáticos los pueblecillos del valle del Tiétar, Madrigal, Viilanueva de 
la Vera... Unas montañas nos tapaban a Yuste, donde fue a morir, hastiado de los hombres, nuestro emperador. No se veía a los hombres en aquellos pequeños hormigueros. 
Y héteme otra vez aquí después de haberme dado 
cuerda al corazón con el aire libre de las cumbres, héteme otra vez aquí, en la ciudad, en e! vaho de la ramplonería humana teniendo que soportar el que al lado mío se hable de nuestras diferencias con Francia a propósito de lo de Marruecos o de las cogidas de Vicente Pastor. 
Otra vez a oír comentar durante veinticuatro horas las noticias del día. Me ocurre lo que a Flaubert: «siento un disgusto profundo de lo diario, es decir, de lo efímero, de lo pasajero, de lo que es importante hoy y lo lo será ya 
mañana». 
¡Sea usted más objetivo!, me dijo una vez un redomado pedante, y añadid: «¡Exponga usted menos ideas y cuente más cosas!» Y yo m¿ quedé pensando: ¿Qué entenderá por cosas este mentecato, y en qué las distinguirá de las 
ideas? Sí, ya sé, lo que hace falta es decir algo que pueda luego el lector repetirlo, atribuyéndoselo o no. Es !o que me decía un ingenuo: «Mire usted, yo voy al teatro 
porque alguna frase, algún pensamiento se me queda y puedo repetirlo luego, y en último caso cabe contar el argumento a los amigos; ¿pero a un concierto?, no se me pega la música ..» Y, sin embargo, este ingenuo va al concierto, pero es para que le vean en él y decir que ha estado. Pero tú, lector, me complazco en creer que no 
me pides noticias. Hay otros que te informarán mejor que yo de lo que pasa por el mundo. Y entretanto, acaso no te enteres de lo que pasa en ti mismo. Por mi parte, si alguna vez he logrado llevarte o siquiera acercarte a ti 
mismo, me doy por pagado. 
Vives acaso, lector mío, en un tráfago mundano, entre negocios o entre diversiones. Escápate cuando puedas a la cumbre, ve a pasar unos días al pie del Aconcagua, donde más alto puedas. Deja de pisar el asfalto de los bulevares. Aprende a desdeñar eso que llamamos civilización, y que rara vez es tal, y a extraer de ella lo que de 
cultura encierre. Deja la civilización con el ferrocarril, el telégrafo, el teléfono, el water-clos y llévate la cultura en el alma. La civilización no es más que una cáscara 
para proteger las pulpas, el meollo, que es la cultura. Todo ese formidable aparato de invenciones mecánicas acaba en producir una poesía. Cuando haya surgido el poema de la ingeniería moderna puede muy bien hundirse ésta. 
Y otra gran lección nos da la cumbre, y es enseñarnos a pasarnos sin comodidades. Nada denuncia tanto la ordinariez de espíritu, la ramplonería y plebeyez de alma, como el apego a la comodidad. £1 señor que no sabe viajar sin almohada y baño es un mentecato. El desprecio 
a la comodidad es aún una de las evidentes superioridades de los pueblos de casta ibérica. En ninguna parte estalla tan a las claras la ramplonería humana como en la mesa del comedor de un gran hotel. 
Allí arriba hay que comer poco y frío, y mojarlo con agua, con agua cristalina del deshielo de los ventisqueros. Si a alguien se le ocurriese allí, en la cumbre, brindar con champaña, se le vendría encima el desprecio silencioso de los riscos. El brindar con champaña es el acto más sociológico, quiero decir, más grotesco que ha podido inventar el hombre enamorado del progreso. Y si 
el que brinda lo hace estando vestido de frac, ¡qué enormidad de grotesquez! ¿Has visto, lector, nada más bufo que un señor de frac, con su blanca pechera reluciente 
y acaso un anillo en un dedo» con una copa de champaña en la diestra y brindando? 
A eso llaman, creo, vida de sociedad. Y eso pide, 
claro está, la fotografía para que lo eternice. Y es que hay pocas cosas más sociológicas que la eternización fotográfica. Es lo que llaman ilustración. Porque ilustrar hoy quiere decir añadir fotografías. 
Figúrate, lector, que esta divagación fuese ilustrada con vistas de Gredos, la subida por la barranca, un ventisquero, el pico de Almanzor, el Ameal de Pablo, la choza de un pastor, la laguna vista desde arriba, etc. ¡Cuánto do ganaría esto para los que quieren cosas! 
Y el recurso es excelente. Sé de un cronista a quien no le interesan ni los paisajes m los monumentos arquitectónicos; llega a una ciudad, compra una colección de vistas de ella, se encierra en el hotel, donde se cuida, ante todo, del raeoú, y se pone, con una guía al lado, a 
escribir su viaje. Así es como ha sido tantas veces descubierta esta Salamanca en que vivo, lucho y rabio. 
Basta ya. Dentro de unos día? me voy con unos amigos franceses a pasar algunos en el Santuario de la Peña de Francia, en la sierra de este nombre, entre esta provincia y la de Cáceres. Allí volveré a vivir vida libre. 

MIGUEL DE UNAMUNO
Salamanca, agosto 1911.

VALVERDE DE LA VERA, CAPITAL DEL SEÑORÍO

VALVERDE, CAPITAL DEL SEÑORÍO

Ventana  de la iglesia de Valverde de la Vera

Tanto los pueblos veratos que ya conocemos, Madrigal y Villanueva, como las pequeñas localidades de Viandar y Talaveruela, pertenecieron al estado señorial de Valverde de la Vera, pueblo del que no tenemos noticias hasta el siglo XIII, en que es otorgado como señorío por Sancho IV a Nuño Pérez de Monroy y su descendencia. Esta familia, que tenían como castillo la magnífica fortaleza de Belvís de Monroy, también construyeron la de Valverde, al que en alguna ocasión pusieron sitio la familia de los Almaraz, señores de este pueblo arañuelo y enemigos acérrimos de los Monroy. Uno de los “almaraces” murió precisamente en uno de los sitios que pusieron al castillo verato y fue después vengado por su hijo asesinando éste a su vez a un Monroy. Seguir leyendo VALVERDE DE LA VERA, CAPITAL DEL SEÑORÍO

EXPLORANDO LA GARGANTA DE CHILLA

Explorando la Garganta de Chilla

Garganta de Chilla al comienzo del camino al que se llega desde la ermita

 A esta garganta le da nombre la Peña de Chilla, un risco prominente que se encuentra sobre la cuerda que la delimita por el oeste. Esta zona es conocida también por encontrarse en ella el santuario de la Virgen de Chilla en las laderas. Partimos desde El Raso hacia el castro celta y en la primera curva tomamos una pista que nos conduce por otro camino hasta una explanada donde podemos dejar el vehículo si lo llevamos. Comenzamos a andar por la orilla oeste y pronto nos cruzamos con el arroyo del Chorro, que desciende formando cascadas y chorreras, dos de las cuales se encuentran cerca del camino, arroyo arriba.

Casa del llano de … el mejor acceso para recorrer el tramo alto de Chilla

En la zona más alta se encuentra una majada hasta la que sube directamente una senda desde la Vega de la Zarza. Pasamos junto a un corral y luego ascendemos algo para pasar por encima de un castañar, hasta llegar a dicha vega de la Zarza en cuyo entorno se encuentran varias majadas y chozos, además de un puente de madera sobre la garganta que es mejor cruzar para seguir por la otra orilla.

Arroyo del Chorro, afluente de la garganta de Chilla

Seguimos nuestro camino ascendiendo y, junto a la confluencia de los dos arroyos que bajan en ese mismo lado, encontramos restos de otras majadas. El paisaje comienza a tomar la forma típica de los cauces altos de las gargantas de Gredos con los grandes bloques graníticos rodados y la vegetación escasa que les caracteriza. Llegamos así a la vega del Enebral desde donde la pendiente se hace mucho mayor formando el gran farallón del macizo central.

Esta planta es parásito de las raíces de otras especies

Podemos volver por una senda muy agradable que llega hasta el mismo santuario de Chilla, junto a la fuente y el altar al aire libre que se encuentra cerca de la ermita. Bajaremos después por el camino indicado hasta el puente de Chilla para subir luego hasta El Raso.

Tramo alto de la garganta de Chilla

Recorrido aproximado 17 kilómetros, 5horas

RUTA DE CASAVIEJA AL PUERTO DEL ALACRÁN Y OTROS PASEOS

RUTA DE CASAVIEJA AL PUERTO DEL ALACRÁN Y OTROS PASEOS

Vamos a ascender desde Casavieja hasta el puerto del Alacrán, uno de esos puertos secundarios que pasaban al otro lado de la sierra por caminos de herradura, y que servía para el intercambio de los productos diferentes que se cultivaban en la fría vertiente norte y los de la más cálida cara sur de la sierra.

Presa de los Castaños en el entorno de Casavieja, al comienzo de la ruta

Se trata de una senda marcada con señales blancas y amarillas que se toma desde la carretera que va a la zona recreativa de fuente Helechosa, cerca de la presa y fuente de los Castaños, aunque hay posibilidad de subir en bicicleta o todoterreno por las pistas forestales acortando el camino considerablemente, opción que podemos elegir orientándonos con el plano adjunto.

Chorreras en la garganta de la Cereceda

Si se hace completa, es una excursión dura que salva un desnivel de más de 1000 metros y discurre por una senda entre pinos y robles con algún tramo de bosque de galería junto al arroyo de la Cereceda. No hay problema con el agua pues encontraremos varias fuentes aunque en la parte alta hay algunas zonas en las que la senda es difícil de identificar.

 Recorrido aproximado 12 kilómetros, 7 horas ida y vuelta con el recorrido completo.

El entorno de Casavieja tiene hermosos parajes para pasear entre prados con sus pajares y bosques de fresnos y robles

Otro paseo muy ameno y tranquilo se puede hacer deambulando por la parte norte de la pequeña meseta sobre la que se sitúa el caserío de Casavieja, y recorriendo hermosos prados y bosques de robles, fresnos y pino.

Otra de las rutas en torno a Casavieja es la indicada ruta de los molinos

Por último, también podemos hacer una interesante ruta marcada que recorre los numerosos molinos ribereños de la garganta de la Cereceda, pasando por el bonito puente medieval de la Márgara y por un antiguo horno de tinajas. Otros pequeños arroyos y gargantas son también hermosos pero desgraciadamente en su cabecera nos encontraremos con el desolado aspecto de la sierra quemada en gran parte hace unos años.

Entrada de la rampa de uno de los molinos de Caavieja

ENTRE RÍOS, OTRA EXCURSIÓN FÁCIL Y FRESQUITA EN GREDOS

ENTRE RÍOS, OTRA EXCURSIÓN FÁCIL Y FRESQUITA EN GREDOS

Comienzo de la ruta en el puente de Naharros
Hoy vamos a recorrer otra ruta fresca para el verano recorriendo un sendero fluvial de paisajes ribereños sombríos muy atractivos. Se trata de una ruta que ha sido muy bien acondicionada por el ayuntamiento que la mantiene limpia de vegetación con escalones y puentecillos en los lugares menos transitables de forma que han conseguido un bonito recorrido muy adecuado para paseos familiares y de personas no muy habituadas a los senderos serranos.
El sendero va por umbrosos bosques ribereños

Podemos iniciar el recorrido en el puente del paraje conocido como del puente de Najarros para lo que preguntaremos en el pueblo de El Arenal. Bajamos en principio recorriendo la orilla izquierda siguiendo la senda que indica el rótulo.

Vamos descendiendo bajo el bosque de ribera con alisos, nogales, álamos, frenos y pinares con un recorrido muy sombrío que hace agradable la marcha. Pasamos varias pozas y puentes hasta llegar a la desembocadura del arroyo o río Zarzoso, que de las dos formas aparece en los planos, y siguiendo los indicadores ascendemos por esta otra corriente pasando sotos realmente hermosos tapizados de hiedras que ascienden por la arboleda. Cruzamos la carretera que desde el Hornillo va a El Arenal y seguimos subiendo por el zarzoso hasta llegar a otro puente al que se accede por una pista asfaltada que tomaremos en dirección este para volver al pueblo, donde visitaremos el pueblo de El Arenal.La imagen tiene un atributo ALT vacío; su nombre de archivo es P7090008-1024x638.jpg

La senda desciende paralela al río Zarzoso

 

Este pueblo serrano nace en torno a una majada de pastores y fue una de las aldeas de Arenas de San Pedro, y por tanto del señorío del duque del Infantado del que esta ciudad era cabeza, hasta que el pueblo se independizó por privilegio de villazgo otorgado por el rey  Felipe V en el año 1732.

La flora en el camino es muy variada y hermosa

El Arenal cuenta entre sus elementos patrimoniales con su iglesia parroquial que inició su construcción en el siglo XV.  Además, podemos visitar tres ermitas que están bajo la advocación de la Virgen de las Angustias, la Virgen de los Remedios y el Santo Cristo de la Expiración, en cuyo interior hay hermosos paneles de cerámica talaverana del siglo XVI, uno con la imagen de un Crucificado y otro de magníficos motivos de lacería mudéjares similares a los de otro que se halla en la “Colegial” de Talavera.

Una de las viviendas tradicionales más antiguas de El Arenal

También podemos recorrer el casco para ver las viviendas de arquitectura vernácula, nada menos que ocho fuentes de diferente tipología y un molino situado en el río junto al propio casco urbano. Hay fiestas en el mes de Agosto y también en septiembre en honor de la Virgen de los Remedios y otra del Cristo en Octubre.

Al norte contemplamos de este a oeste el risco de Las Morillas, el puerto del Arenal, el puerto de Las Cabrillas y el puerto del Peón limitado a poniente por el espaldar de los Galayos

Luego bajamos hasta el punto de inicio y habremos finalizado esta marcha de algo más de 6 kilómetros.

El risco de Las Morillas y el puerto de El Arenal desde el inicio de la ruta
Charco de los Nogales

Si lo deseamos, poco antes del puente de Najarro parte otra senda que se acerca hasta el charco de los Nogales, una preciosa poza que vale la pena visitar en un paraje umbroso tupido de hiedras y vegetación. Completaremos así una bonita excursión que nos ayuda a conocer el precioso entorno de El Arenal.

POZAS DE GREDOS y unos versos

POZAS DE GREDOS y unos versos

Poza en la Garganta Blanca

Como es mucha la flama ¿Qué mejor lugar al que ir que una de las pozas trasparentes de Gredos?

Uno de los lugares cercanos donde nos podemos saciar de naturaleza, un auténtico tesoro natural del que os traigo algunas fotografías de la Garganta Blanca, Tejea, Chilla o Eliza. Ese agua es la que se quieren llevar con lo que llaman engañosamente trasvase del Tajo- Medio

Y también unos versos de San Juan de la Cruz pintados en una pizarra junto al monasterio. Versos de este místico que en la naturaleza encontraba su mejor inspiración.

Versos de San Juan de la Cruz en una pizarra de las Batuecas

Poza en la Garganta Tejea

Poza en la garganta de Chilla

Poza en Gredos

Poza en la garganta Eliza

RUTA DE LA GARGANTA BLANCA

RUTA DE LA GARGANTA BLANCATIÉTAR 21 DISFRUTANDO LA GARGANTA BLANCA

CANDELEDA

Hoy vamos a comenzar a conocer el pueblo que se sitúa bajo el macizo central en su vertiente sur, junto a las elevaciones más pronunciadas de la sierra, el circo de Gredos y el Almanzor, con sus casi 2600 metros de altura. Por otra parte, estamos en La Vera abulense que sorprendió a  Camilo José Cela, pues escribió de Candeleda que

Arquitectura popular de Candeleda.
Arquitectura popular de Candeleda.

“tiene de todo; es como el arca de Noé de los tres reinos de la naturaleza, a saber: el animal, el vegetal y el mineral. En Candeleda se cría el tabaco y el maíz, el pimiento para hacer pimentón y la judía carilla, sabrosa como pocas. El término de Candeleda mide alturas para todos los gustos y voluntades, desde los cuatrocientos metros hasta cerca de los dos mil seiscientos. En Candeleda a la vista de las nieves perpetuas, florecen el limonero, el naranjo y el almendro. Candeleda muestra fresnedas y robledales, higuerales y piornales, castañares, pinares y olivares. El término municipal de Candeleda, mal medido, da ochenta leguas cuadradas sin contar el proindiviso con Arenas de San Pedro. En Candeleda hay cancho y praderío, huerta y majada, pan, vino y aceite. En los riachuelos de Candeleda brota entre truchas el cimbreante junco y, entre ranas, la airosa espadaña. En el campo de Candeleda se enseña la glauca flor del piorno, la alba margarita de la manzanilla, la campánula rosa, morada y azul. En los balcones volados de Candeleda crecen el geranio y el clavel, la albahaca y el botón de la rosa francesilla, el fragante dondiego que unos nombran donpedro y otros dicen donjuan, el nardo y el jazmín.”

No puede ser más hermosa la descripción que nos hace el premio nobel en cuyo libro “Judíos, moros y cristianos” aparece y que ya hemos dicho es de obligada lectura para aquellos que quieran adentrarse a conocer estas sierras.

 

Garganta Blanca y al fondo el circo de Gredos
Garganta Blanca y al fondo el circo de Gredos

La garganta Blanca

  La manera más fácil de acceder a la Garganta Blanca es tomar en coche la pista que sale poco antes de tomar la carretera de la ermita de Chilla, recorriendo unos ocho kilómetros y disfrutando de unas vistas magníficas sobre la garganta de Santa María y la garganta Lóbrega, entre hermosos bosques de pinos y robles. Cruzamos entre otros el arroyo Castañarejo, que puede merecer un paseo por sus riberas, y nos detendremos al final del camino, ya en el refugio de la Albarea, junto al puente de la Garganta Blanca.

Desde allí podemos ascender por la orilla este, pasamos junto a los restos del llamado corral de las Monteses y seguimos, dejando a la derecha el abrupto arroyo de las Alamedas, hasta un pequeño cerrete con grandes bloques de granito en su cima, al que  llega la senda, y desde donde se contemplan magníficas vistas de la garganta Blanca y de la espalda del circo de Gredos. Enseguida encontramos los grandes bloques graníticos que distinguen las cabeceras de todas estas corrientes de la vertiente sur de Gredos.  Continuamos por la mal marcada senda que discurre entre los bolos berroqueños, quedando a la derecha el arroyo de las Cañas y poco después el arroyo de la Ribera que nace junto al risco del Fraile, que vemos elevarse solitario en la cumbre.

El camino se va haciendo cada vez más penoso y la corriente a veces desaparece bajo las grandes piedras. Llegamos finalmente a la zona de los Covachones, desde donde se levanta el gran macizo pétreo del circo. Arriba vemos a los Tres Hermanitos y su portilla, desde donde bajan en chorreras que cortan la piedra dos arroyos que dan origen a la Garganta Blanca. Antes hemos dejado a la derecha otro arroyo que nos permitiría subir hasta la portilla del Morezón con relativa facilidad. La zona de los Covachones es llamada así por las cuevas y grandes fracturas y grietas que han dejado con el tiempo el agua y la erosión. Los que estén preparados para el montañismo pueden incluso subir hasta la cresta del circo y ver abajo la laguna de Gredos.

Haremos después la segunda parte de la excursión. Apenas una hora de camino hay desde este mismo refugio de la Albarea hasta la conjunción de la garganta Blanca con la de Santa María, junto al puente del Camino al Puerto de Candeleda y el refugio del Rey.

Pozas esmeraldas de la Garganta Blanca en su tramo final
Pozas esmeraldas de la Garganta Blanca en su tramo final

Este tramos es un agradable paseo entre bosques serranos con la garganta despeñándose en pozas y chorreras muy bellas, siguiendo una senda bastante bien marcada que baja por la orilla oeste. La vuelta la podemos hacer subiendo por el camino del Puerto desde el puente del mismo nombre hasta el carril que viene desde el refugio de la Albarea, volviendo así al punto de partida.

Recorrido aproximado: Subida de la garganta, ida y vuelta 6 kilómetros, dos horas

Descenso hasta desembocadura, ida y vuelta 5 kilómetros, 1 hora y media

 

GASTRONOMÍA DE LOS CABREROS DE GREDOS

GASTRONOMÍA DE LOS CABREROS DE GREDOS

Último artículo de los cuatro de la serie «Los pastores del Alto Gredos»

Haciendo quesos en el chozo Haciendo quesos en el chozo

Describíamos la pasada semana una jornada en la vida de los pastores del alto Gredos. Conocíamos su producción más rentable, el queso que también les servía de alimento. Hoy vamos a conocer algunos de los platos con los que se alimentaban los cabreros en su economía de absoluto aprovechamiento de los recursos. Era típico el desayuno con “sopas canas” que se hacían en un caldero de leche hirviendo al que se añadía un “resqueme” o refrito de aceite, pimentón, agua y coscurros de pan frito.

Un plato característico de los cabreros serranos eran las “patatas con caldo”. Generalmente as pataas procedían de la vertiente norte de Gredos, como por ejemplo as patatas coloradas de Navalonguilla que tenían fama de buena calidad. Se cocían con aceite, pimentón verato, sal y algún tropezón de carne si lo había. A veces se cambiaba el aceite por sebo de cabra pero el sabor parece que era demasiado “aspero”. Otro plato típico de la zona y común con las zonas más bajas de la sierra son las patatas “revolconas” elaboradas con el magnífico pimentón de la Vera en puré al que se añade algún tropezón de torreznos e incluso un huevo frito si se disponía de él. Seguir leyendo GASTRONOMÍA DE LOS CABREROS DE GREDOS

RUBÉN DARÍO SE ECHA NOVIA EN GREDOS

RUBÉN DARÍO SE ECHA NOVIA EN GREDOS

Francisca Sánchez y un hijo de Rubén darío
Francisca Sánchez y un hijo de Rubén Darío

Cuando pasado el puerto de El Pico dejamos atrás la Venta del Obispo y antes de llegar la Cueva del Maragato hay una desviación a la izquierda a un pueblecito llamado Navalsaúz . Podemos dar un paseo por él y observar algunos rincones de su arquitectura popular, disfrutando del bonito enclave en el que se encuentra, elevado su caserío en un rincón sobre el valle del Alberche. Paseando por el pueblo encontraremos en una casa algo más vistosa que el resto de viviendas de Navalsaúz  una placa sobre la puerta que recuerda a la muchacha  que enamoró a Rubén Darío y convivió con él hasta su muerte.

Navalsaúz, pueblo de Gredos donde nació Francisca Sánchez, mujer de Rubén darío

Navalsaúz, pueblo de Gredos donde nació Francisca Sánchez, mujer de Rubén Darío

El poeta conoció a Francisca Gervasia Sánchez del Pozo  en un paseo por la Casa de Campo en Madrid con su amigo Valle Inclán. Era una muchachita muy joven y analfabeta, pero de una gran belleza, por lo que el nicaragüense que había contraído matrimonio con su primera mujer, ya fallecida, y se había distanciado de la segunda, convivió durante años con la joven abulense, a la que enseñó a escribir y a guisar al estilo de centroamérica.

Rubén es invitado por sus «suegros» a las fiestas del pueblo para que conozca a la familia y en el viaje a Gredos disfruta del paisaje:  «Hoy he visto bajo el más puro azul del cielo, pasar algo de la dicha que Dios ha encerrado en el misterio de la Naturaleza». En la modestísima vivienda de sus suegros, Rubén Darío pasa dos días «bajo el imperio de lo primitivo».

Entre ellos se llamaban «conejo» y «coneja». Le sigue a Madrid, Barcelona, Mallorca y se va con él a París justo después de que lo deje una mujer francesa llamada Margotón con quien el poeta cada vez más alcoholizado ha tenido una apasionada aventura. Amado Nervo también está allí e igualmente enseña a Francisca a leer y escribir y la llama «La Princesa Paca». ¡Vaya dos maestros para una campesina de Gredos!

Rosario Murillo, la segunda mujer con la que se casó obligado durante una borrachera vino a presionarle y consiguió sacarle cierta cantidad de dinero a cambio de dejarlo tranquilo. Aunque Rubén Darío no se pudo deshacer  definitivamente de las pretensiones de Rosario divorciándose y por ello nunca conseguiría casarse legalmente con la de Navalsaúz. Finalmente Rosario Murillo con el poeta ya muy enfermo consigue llevárselo a Nicaragua tras una gira y allí muere.

Francisca Sánchez y la periodista Rosa Villacastín en 1956
Francisca Sánchez y la periodista Rosa Villacastín en 1956

Darío le dedicó versos: «Seguramente Dios te ha conducido / para regar el árbol de mi fe / hacia la fuente de noche y de olvido / Francisca Sánchez acompáñame». Paca ayudó al poeta a inspirarse cuando el alcohol y la falta de inspiración lo estrangulaban.

Cuenta Rosa Villacastín  , nieta de Francisca por otro matrimonio posterior, en su obra «La Princesa Paca» que Darío debía redactar el poema de apertura de un importante encuentro de escritores y políticos hispanoamericanos en el Ateneo de Madrid. Cuando Paca llegó a casa, lo encontró desmayado por la angustia y la borrachera. Casi llorando le suplicó que bailara desnuda ante él. Ella lo hizo. De pronto, al poeta le entró un arrebato inspirador y escribió del tirón su Salutación del optimista, que comienza con los versos:

«Ínclitas razas ubérrimas, / sangre de Hispania fecunda…».

Francisca es la única mujer a la que agradecido por su lealtad y cuidados se refiere por su nombre en sus poemas. Con ella tuvo un cuatro hijos, pero dos murieron prematuramente.

He aquí el artículo de Rubén Darío sobre su viaje a Navalsaúz con el burro, el suegro y dos cuñados, quejándose de las ventas donde no pudo dormir por los ronquidos de los arrieros.

Un hombre del campo me invito hace pocos días a ver la fiesta de su aldea, en tierra de Ávila. (…) Una buena mañana tome el tren para Ávila, en cuya estación me esperaba mi invitante, en compañía de dos hijos suyos, robustos mocetones que tenían preparadas las caballerías consiguientes. (…) En el tiempo del viaje, se encuentran a un lado de la carretera mesones o ventas harto pobres, que nada tienen que ver con los caserones que en la árida Castilla se le antojaban castillos a Don Quijote.
En una hubimos de pernoctar. Mi amigo grita con una gran voz: “¿Hay posada?”. “Si, señor; pasen ustedes”. Y de la casa maltrecha sale la figura gordinflona del ventero. Mientras los mocetones llevan los burros al pienso, heme allí conducido a la cocina, donde una gran lumbre calienta olorosas sartenes, y conversan en corro otros viajeros, todos de las aldeas próximas, de higiene bastante limitada, pero gentes de buen humor que charlan y se pasan de cuando en cuando una bota. Entre yo también al corro y de la bota guste. … La cena estuvo suculenta y luego fue el pensar en dormir. ¿Camas? Ni soñarlo. Cada cual duerme en los aparejos y recados; quien en la cocina, para no perder lo sabroso del calor; quien en la cuadra. Yo prefiero la vecindad de la lumbre y entro en esa escena de campamento. Por otra parte, no me es posible dormir. Esos benditos de Dios roncan con una potencia abrumadora.

(…) ¡Bello día en el fragante y bondadoso campo! Sale un claro sol, comienzan a verse las ovejas, … Y mi burrito sigue impertérrito, en tanto que me llegan de repente soplos de los bosques, olientes a la hoja del pino. … si hubiese tenido un libro de notas a la mano, en esa mañana deliciosa habría escrito, sin apearme de mi simpático animal: “Hoy he visto, bajo el mas puro azul del cielo , pasar algo de la dicha que Dios ha encerrado en el misterio de la naturaleza” …

(…) Seguimos la caminata todo el día hasta llegar a la posada de Santa Teresa, … El terreno cambia, se suceden las cuestas y honduras; y de pronto me indican lo que debo hacer. “Señorito, ¡a pata! Obedezco, y continuo el camino llevando el burro del ronzal, hasta llegar a Navazuelas, … Y diviso el pueblo: un montoncito de casucas entre peñascos con una alameda al lado de la puerta; … Estamos en el imperio de lo primitivo. Buen fuego, si, se me ofrece, y ricos chorizos y patatas, y sabroso vino. Duermo a maravilla. A la mañana siguiente, vivo en plena pastoral. Se me conduce aquí y allá, entre cabras y vacas y ovejas. Estoy en la pastoría. Después, a la iglesia, en donde las mozas están adornando a la Virgen. (…) El traje de la paleta es curioso y llamativo. Más de una vez lo habéis visto en las comedias y zarzuelas. Falda corta y ancha, de gran vuelo que deja ver casi siempre macizas y bien redondas pantorrillas; la media calceta es blanca y el zapato negro. En corpiños y faldas gritan los mas furiosos colores. Al cuello llevan un pañuelo, también de vivas tintas y flores, y otro en la cabeza, atado por las puntas … Le cuelgan de las orejas hasta los hombros enormes pendiente, y usan gargantillas y collares en gran profusión. El pelo va recogido en un moño de ancha trama y resalta sobre el moño la gran peineta que a veces es de proporciones colosales, …Generalmente no llevan sortijas en sus pobres manos oscuras, hechas a sacar patatas y cuidar ganados. Al entrar yo en la iglesia, las muchachas cantaban, adornando con gran muchedumbre de flores la imagen de la patrona, la Virgen del Rosario.

Después fueronse a casa de las mayordomos, al obligado convite; castañas, higos y vino. Por la noche, en medio de la cena, en la casa en que se me hospedaba, las mozas tiraron las cucharas de pronto y echaron a correr fuera. Era el tambor que sonaba a la entrada del lugar; venían de un pueblo vecino, y su son con el de la gaita haría danzar esa misma noche, en la plaza, a las alegres gentes. Luego pude observar algo de un fondo ciertamente pagano. Las mozas formaron un ramo de laurel, cubierto de frutas varias y dulces, para ser llevado a la iglesia al día siguiente. Mientras tanto, vi venir del campo a varios mozos con grandes ramas verdes que iban poniendo sobre los techos de ciertas casas. Se me explico que en donde había una muchacha soltera colocaba ramos su novio o su solicitante. Era extraño en verdad para mi ver al día siguiente coronadas de follaje casi todas las casitas del villorrio. Del pueblo vecino también llegó el señor cura, un cura joven, alegre y de buena pasta, … Al curita le fueron a buscar los varones, con el tambor a la cabeza del concurso, mientras el campanario llamaba a misa. Las mozas, vestidas de fiesta esperaban en el camposanto. El alcalde esta allí también, con su vara y sus calzones cortos y su ancho sombrero y su capa larga. Las mozas abren la puerta para que pasen el señor cura y la “justicia”, y detrás todos los hombres. La puerta vuelve a cerrarse, y ellas quedan fuera. Entonces, en coro, empezaron a cantar: …

(…) Por la tarde se reanuda el baile con la gaita y el tambor, en la pradera, donde se merienda gozosamente. Por la noche, baile y más baile. Por largo tiempo resonaran en mis oídos la aguda chirimía y el tan tan del tambor, ese tambor infatigable. Todavía hasta el chocolate cural, se pasa por la rifa del celebre ramo. Aún queda, el día que viene, tiempo para que sigan danzando mozos y mozas, en tanto que los viejos aldeanos vuelven al campo a su tarea de sacar patatas.

Un hijo posterior de Francisca que llevaba el apellido de Rubén Darío vivió en Villarejo del Valle, donde editó algunas de las obras del gran hispanista.

Ruben Darío y Francisca
Placa en memoria de Francisca en su casa de Navalsauz

PASTORES DEL ALTO GREDOS

PASTORES DEL ALTO GREDOS

Comenzamos una serie de cinco artículos publicados en el Diario de Ávila y La Tribuna de Talavera sobre la vida de los pastores del alto Gredos. En este primero entrevistamos al tío Pancho, uno de los últimos.

Zagal cuidando sus cabras en el alto Gredos Zagal cuidando sus cabras en el alto Gredos

Son muchas las formas de vida rural cuyos protagonistas son los últimos testigos de una supervivencia al límite. Cuando nos dejen, ya nadie sabrá sacarle a la naturaleza sus frutos como ellos lo hacían y una pérdida cultural irreparable se habrá producido. No hace falta ir a perdidas zonas de la Amazonía o de África para conocer pueblos cuya riqueza etnográfica es una joya del patrimonio antropológico universal.

En las cumbres de la sierra de Gredos van desapareciendo los cabreros que, aprovechando los pastos de altura, sobrevivían con su ganado en un ambiente muchas veces hostil pero que, a pesar de todas las penurias, les hacía disfrutar de una gran libertad si los comparamos con sus paisanos del llano.

Macizo central de Gredos con el Almanzor al fondo Macizo central de Gredos con el Almanzor al fondo

Para conocer a uno de estos pastores tuve el placer de entrevistar antes de su fallecimiento a Alejandro Garro Garro un candeledano conocido cariñosamente por sus vecinos como “tío Pancho” que nos llevará de la mano por la vida y las costumbres de los hombres de las risqueras y los piornales.

Nació en Candeleda en 1913 y nos refiere con orgullo que a los once años era ya un zagal con ochenta chivas bajo su custodia. Cuando, como dice Alejandro, llegó la revolución en 1936 no quiso apuntarse a aquellos proyectos utópicos de la gente de cumbres abajo que tan lejos y extraños le sonaban, al fin y al cabo él ya vivía en su Arcadia serrana. Pero cuando fue quinto, no le quedó más remedio que servir en el ejército de los sublevados de Franco. Lo destinaron a Ávila donde ese curioso y aleatorio sistema militar de otorgar destinos le hizo tomar la jeringuilla para ser practicante. Para cualquier hombre del campo español el servicio militar es un periodo vital que queda grabado en su memoria por haber sido, generalmente, la única ocasión en que los campesinos han salido del pueblo y han conocido otras tierras y otras formas de vida. Por eso nos relata con todo lujo de detalles sus diferentes destinos en la comandancia militar, en un almacén de ropa y alimentación, donde las marciales penurias eran más livianas y donde comenzó a aprender a escribir por sí mismo, simplemente observando aquellos extraños signos y preguntando a otros su significado, con esa intuitiva forma de valerse de tantas gentes rurales que seguramente en otras circunstancias habrían destacado en una sociedad que les hubiera dado la oportunidad. Por contraposición a este buen destino con manduca asegurada nuestro hombre se las tuvo que ver como camillero en el frente de Córdoba donde dice con su gracejo serrano que a él y a sus compañeros “nos tupieron de huevos” para definir el fragor de la batalla. Recuerda también como en las minas de Almadén “me pudieron matar” en una disputa entre legionarios y guardias civiles.

Rebaño de cabras veratas pastando en gredos Rebaño de cabras veratas pastando en Gredos

Pero “un día empezó a sonar radio Franco, radio Franco y se acabó la guerra”. Volvió a su tierra y al morir su padre se tuvo que poner a servir por “catorce duros y catorce chivas al año” en una dehesa, pero en las tierras llanas asegura que le dolía la cabeza y aquellas aguas cárdenas que bebía en la calabaza de pastor no le sentaban tan bien como las aguas serranas y este fue el motivo que Alejandro da para justificar su vuelta a las soledades de las cumbres de Gredos. Sirvió después con un patrón de mote “Pielero” por cincuenta pesetas y doce chivos. Las cifras se mezclan en la cabeza de nuestro protagonista  y no llegamos de verdad a saber cual fue el acuerdo, las condiciones que ajustaba con uno u otro patrón.

El viejo pastor me sigue hablando de las condiciones en las que trabajaba con “su señor y su señora”, los que yo durante la conversación supongo que son sus patrones, pero tercia su hijo Ángel en la charla para indicarme que en la zona se llama “mi señor y mi señora” a los suegros, curiosa costumbre con tintes medievales.

Es así como se establece por su cuenta con ciento cincuenta cabras viviendo de majada en majada, de puesto en puesto por estas  sierras hasta que se bajó con su mujer a la finca que su padre compró por cien duros en el paraje del Alcornocal, cerca de Madrigal de la Vera, en terrenos menos ásperos e inseguros y donde a la sombra de uno de esos naranjos que dan aire levantino a  las laderas del sur de Gredos estamos conversando.

Vista parcial de la Majada de Braguillas

Ya hemos conocido al personaje que nos enseñará en semanas próximas la forma de vida de estas gentes solitarias que cuando bajaban a algunos de los pueblos de la Vera o del Valle del Tiétar eran despreciados, “tratándonos como salvajes o bobos” como me dice su otro hijo, Albino. Aunque lo que se podía deducir era más bien que en las gentes del llano lo que asomaba era la envidia de estos hombres que no tenían patrón que los maltratara, que vivían con absoluta independencia en sus chozas y que, eso sí, cuando iban al pueblo pagaban al contado y había quien se les arrimaba olvidando su desprecio para que se pagaran una ronda en la taberna. Eran hombres libres y eso, había a quien no le gustaba.

Pero comencemos ya a conocer la vida de estos hombres que durante el invierno vivían en las majadas, “las mahás”, dicho en el castellano extremeño de las laderas del sur de Gredos, y que en verano subían a los “puestos” de las alturas para aprovechar los pastos más frescos y viviendo en construcciones  más precarias.