HERNANDO DE LOAYSA, OTRO DE LOS AZULEJEROS DE LA CERÁMICA DE TALAVERA EN SU INICIO

Sala del palacio del Infantado en Guadalajara con pinturas renacentistas y cerámica de Hernando de Loaysa

Fue otro de los alfareros que participaron en el ensayo de Gerónimo Montero ordenado por Felipe II en los inicios del impulso real a la artesanía talaverana del barro. Era un ceramista talaverano pero que llegó a residir en Valladolid y a producir allí sus obras debido a la demanda que tuvo su obra por parte de los nobles, los banqueros y la iglesia. Como ya apuntamos en el capítulo anterior, también participó en la azulejería del Palacio del Infantado de Guadalajara.

Al igual que sucede con otros alfareros, estaba relacionado familiarmente con otros del oficio como Antonio Díaz, del que era sobrino, y Juan Fernández de Oropesa, de quien era yerno. También tuvo relación profesional con el famoso Juan Fernández, del que más adelante hablaremos.

Detalle del panel de los apóstoles en el palacio del infantado

Según el investigador Manuel Moratinos García, el talaverano Hernando de Loaysa comienza su relación con Valladolid en 1580 cuando se compromete con doña Francisca Cepeda a cubrir de azulejos una capilla de su propiedad en el monasterio de Santa María del Prado. Se trataba de un diseño que previamente había realizado para el colegio de Santa Cruz con sus características labores de lagartillo y de ventanillas. Ante el aumento de la demanda de la azulejería talaverana, se asienta en Valladolid en 1583. Al menos vive en la ciudad hasta 1592, año en el que fallece su esposa y decide volver a Talavera. Loaysa aparece como uno de los “alcalleres” de Valladolid que se asentaban sobre todo en el barrio de Santa María y también pertenece a la cofradía de Nuestra Señora de la Consolación, formada por sus compañeros alfareros. Tiene dos hijos: Luis de Loaysa, también ceramista, y Mencía.

Azulejos de repetición en un panel de la iglesia de Manzanillo en Valladolid

También según Moratinos, fue el obispo de Palencia, don Álvaro de Mendoza quien encargó varios trabajos a este ceramista al igual que había hecho cuando era arzobispo de Ávila y así recibe varios encargos como los de Nuestra Señora de la Asunción de Tudela de Duero, Santa María de la Overuela, San Pedro de Langayo, Santiago de Fuentes de Duero, San Justo de Manzanillo y San Esteban de Amusquillo de Esgueva, trabajos que se conservan en alguno de los casos, aunque otros azulejos de estilo muy similar se localizan en San Pelayo de Olivares de Duero, Santa María Magdalena de Matapozuelos, San Andrés de Torre de Peñafiel, colegiata de Villagarcía de Campos y el monasterio de Santa María de Valbuena de Duero. Los motivos decorativos de repetición son muy variados y los más frecuentes son los florones bicolores y polícromos, los de punta de diamante, cintas de calabrote, glifos y alizares con motivos vegetales.

También recibió encargos de otros importantes personajes de la época en Valladolid, como el rector del colegio de Santa Cruz, los Pérez Cepeda o el banquero Fabio Nelli.

Fotografía del catálogo monumental de Valladolid con dos paneles figurativos en la colegiata de San Luis en Villagarcía de Campos

Pero también realizó hermosas composiciones figuradas, como la de iglesia de Fuentes de Duero, la del palacio de Fabio Nelli, aunque tal vez sus mejores obras se hallan en el convento de Santa Isabel, en la escalera del claustro y en la capilla de San Francisco, además de otras obras en conventos como el de Santa Cruz y el de la Trinidad, donde pidió ser enterrada su mujer y donde había recibido el encargo de los azulejos del enterramiento del banquero genovés Meliadus Espínola en la sacristía. Trabajó también con azulejeros locales como Juan Lorenzo y su cuñado el solador Francisco de Cuevas.

Azulejos de repetición en la iglesia de Matapozuelos en Valladolid

Tres documentos que sacan a la luz el padre Vaca y Juan Ruiz de Luna nos ofrecen los pocos datos que tenemos sobre este ceramista. El primero de ellos pertenece al archivo de Protocolos de Valladolid. En él Loaysa se califica a sí mismo como “maestro de açer açulejos” y nos dice que es residente en Valladolid en 1586. Por licencia del obispo de Palencia se encarga al maestro hacer en la iglesia de San Pedro de la Vega un frontal con su peana y testeros para el altar mayor que estarán “acabados en toda perfición”. El porte de Valladolid a la iglesia se hará a costa del mayordomo de la iglesia y pide un adelanto a cuenta de 50 reales.

En el segundo documento, del Archivo de Protocolos de Talavera, da poder a su yerno, el también alfarero Juan Fernández de Oropesa para que en su nombre haga los contratos pertinentes con los clientes y se obliga a cumplir con las escrituras que firme en cuanto a la fabricación de “açulejos y baxillas”. Lo hace en general, aunque concreta específicamente un encargo realizado por el Condestable de Castilla.

Azulejos de repetición en el convento de Santa Cruz

El tercer documento está firmado en Guadalajara ante el contador del señor duque, y son precisamente las escrituras del contrato con el duque para hacer los azulejos del palacio. Lo firma de Hernando de Loaysa mancomunado con “Antonio Díaz su tío, maestro de açulejos”,  Por él se obliga a hacer 8.000 azulejos “que son necesarios para la sala de los linajes, para el corredor de la huerta y camarín nuevo, en que entran los alizares que son necesarios para los nichos del comedor”. Continúa especificando algunas características de la obra que se ha de realizar y se compromete a hacerlo conforme a una muestra con algunas figuras “poquinicas”. Entregará los azulejos “acabados y hechos” en Talavera.  En el contrato con el condestable de Castilla Juan Fernández de Oropesa dice que Loaysa es su suegro. Vemos de nuevo esa cierta endogamia que había en el sector alfarero.

La obra más importante era la del salón de linajes y debía ser en el formato de «compartimentos». La Guerra Civil destruyó la mayor parte de la obra pero se conservan algunas fotografías en que se puede vislumbrar la composición con compartimentos en forma de T, con medallones ovalados de fondo jaspeado y rectángulos donde se representan figuras mitológicas. La separación entre los compartimentos se hace con el eslabón de cadeneta, habitual en muchas de sus obras.

Los zócalos del palacio del Infantado están datados en 1595, pero hoy se encuentran dispersos o desaparecidos en gran parte. Son una magnífica obra de este autor con sus medallones en amarillo sobre fondo azul con brillos y relieves en blanco. Para el gran especialista Pleguezuelo, siguen modelos realizados en Génova y Venecia de la serie llamada «berettina»

Panel del palacio del Infantado de Guadalajara de Hernando de Loaysa

Como en otros contratos se especifica el número de azulejos que se hará en entregas parciales y se establece el precio por cada uno de ellos, en este caso 13 maravedíes. También se puntualizan aspectos del trasporte como que se debe enviar con los azulejos un oficial que cobrará tres reales desde que salga de Talavera hasta que vuelva. Si se rompen azulejos en el camino, corren de parte del Hernando de Loaysa que deberá reponerlos. De su parte corren también las “seras y la paja” para trasportarlos, pero recibe por adelantado doscientos reales a cuenta.

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