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ALBERCHE (15) EL PUEBLO DE LA MALQUERIDA Y OTROS RIBEREÑOS

Escultura zoomorfa en la iglesia de Paredes de Escalona

Vamos a conocer otros tres pueblos que se encuentran en la orilla derecha del Alberche. En primer lugar nos dirigiremos hacia Paredes de Escalona que es un pequeño pueblecito que conserva algunos rincones de arquitectura popular granítica, así como el ayuntamiento y el rollo o picota, ambos del siglo XVIII. La iglesia parroquial merece una visita pues cuenta con varios elementos de interés. Seguir leyendo ALBERCHE (15) EL PUEBLO DE LA MALQUERIDA Y OTROS RIBEREÑOS

ALBERCHE (18) EL LAZARILLO EN MAQUEDA

Puerta árabe de arte califal que formaba parte del recinto fortificado. Siglo XI

Seguimos el camino que hizo el Lazarillo hacia Toledo y llegamos a Maqueda. Villa antigua que nos recibe con el rollo jurisdiccional que lo atestigua.

Rollo jurisdiccional de Maqueda

La importancia estratégica del lugar en el camino de Extremadura y el que unía Toledo con Ávila y Salamanca hicieron que en la zona hubiera población ya en tiempos prerromanos y que se construyera en la Edad Media el castillo que domina con su mole sobre el caserío.

Castillo de Maqueda

Se trata de una fortaleza de origen musulmán, aunque la mayor parte de los restos son de época cristiana. Tiene planta cuadrada con torres circulares en sus cuatro esquinas y en la mitad tres de los lienzos de su muralla, pues en el cuarto se sitúa la portada con detalles isabelinos de decoración, sobre el que campa el escudo de los Cárdenas y una cruz de Santiago.

Torre de la vVela en Maqueda, resto de la antigua fortificación de la villa

La mayor parte de la obra fue levantada en el siglo XV y su potencia defensiva se completaba con la muralla que circundaba a la localidad y de la que quedan pocos restos salvo la estructura que precede a la puerta de la iglesia y la llamada torre de la Vela que es una estructura con uno de los lados redondeados y aparejo mudéjar con ladrillo y mampostería y con dos órdenes de ventanas rematadas con arcos de medio punto.

Detalle de la puerta del castillo de Maqueda

Esta iglesia parroquial no fue la única del pueblo, pues quedan todavía los restos de Santo Domingo, otro templo del que solamente nos queda la espadaña.

Restos de la espadaña de Santo Domingo

Es la iglesia de Santa María de los Alcázares y su nombre es debido a que se levanta en el entorno de la antigua entrada principal a la fortaleza con su puerta califal.

Capitel romano en la iglesia de Maqueda

En su interior podemos ver varios paneles de cerámica talaverana del siglo XVI, un retablo con pinturas de la misma centuria y un capitel corintio de probable origen romano. La capilla bautismal está cubierta por artesonado mudéjar.

EL LAZARILLO Y EL CLÉRIGO

En este pueblo se desarrolla todo el tratado segundo del Lazarillo de Tormes, que escapó del trueno y dio en el relámpago, según el mismo dice, pues fue a ponerse al servicio de un clérigo que era aún más ruin que el ciego. Con él suceden algunos episodios más en el que siempre está presente el fino humor de esta obra magistral. Cuando le daba una humilde cebolla le decía que no hacía “sino golosinar”, y cuando le ofrecía una cabeza de carnero de la que solamente quedaban los huesos, le reprochaba al infeliz muchacho que tenía mejor vida que el Papa. Consigue Lázaro una llave para abrir el arca donde guardaba el cura los panes o bodigos y los roe diciendo que es un ratón quien se los come. Lázaro llega a devorar de pura hambre hasta las cortezas de queso que el clérigo pone en la ratonera. Pero un vecino dice que más bien debe ser una culebra, y cuando el pobre chaval duerme con la llave escondida en la boca provoca un silbido al respirar que le hace creer al amo que el ruido proviene de la culebra que le roba su pan, y descarga un fuerte garrotazo sobre el desgraciado Lazarillo que, después de recuperarse, es despedido emprendiendo nuevamente viaje a Toledo.

El Lazarillo comiendo los bodigos del lérigo de Maqueda

Texto completo del tratado segundo que nos relata la estancia de Lazarillo en Maqueda:

Tratado segundo
Cómo Lázaro se asentó con un clérigo, y de las cosas que con él pasó

Otro día, no pareciéndome estar allí seguro, fuime a un lugar que llaman Maqueda, adonde me toparon mis pecados con un clérigo, que, llegando a pedir limosna, me preguntó si sabía ayudar a misa. Yo dije que sí, como era verdad; que, aunque maltratado, mil cosas buenas me mostró el pecador del ciego, y una de ellas fue ésta. Finalmente, el clérigo me recibió por suyo.

Escapé del trueno y di en el relámpago, porque era el ciego para con éste un Alejandro Magno, con ser la misma avaricia, como he contado. No digo más, sino que toda la lacería del mundo estaba encerrada en éste: no sé si de su cosecha era o lo había anejado con el hábito de clerecía.

Él tenía un arcaz viejo y cerrado con su llave, la cual traía atada con un agujeta del paletoque. Y en viniendo el bodigo de la iglesia, por su mano era luego allí lanzado y tornada a cerrar el arca. Y en toda la casa no había ninguna cosa de comer, como suele estar en otras algún tocino colgado al humero, algún queso puesto en alguna tabla o en el armario, algún canastillo con algunos pedazos de pan que de la mesa sobran; que me parece a mí que, aunque de ello no me aprovechara, con la vista de ello me consolara.

Solamente había una horca de cebollas, y tras la llave, en una cámara en lo alto de la casa. De éstas tenía yo de ración una para cada cuatro días, y, cuando le pedía la llave para ir por ella, si alguno estaba presente, echaba mano al falsopeto y con gran continencia la desataba y me la daba diciendo:

-Toma y vuélvela luego, y no hagáis sino golosinar.

Como si debajo de ella estuvieran todas las conservas de Valencia, con no haber en la dicha cámara, como dije, maldita la otra cosa que las cebollas colgadas de un clavo. Las cuales él tenía tan bien por cuenta, que, si por malos de mis pecados me desmandara a más de mi tasa, me costara caro. Finalmente, yo me finaba de hambre.

Pues ya que conmigo tenía poca caridad, consigo usaba más. Cinco blancas de carne era su ordinario para comer y cenar. Verdad es que partía conmigo del caldo, que de la carne ¡tan blanco el ojo!, sino un poco de pan, y ¡pluguiera a Dios que me demediara!

El clérigo repara el baúl de los bodigos

Los sábados cómense en esta tierra cabezas de carnero, y enviábame por una, que costaba tres maravedís. Aquélla le cocía, y comía los ojos y la lengua y el cogote y sesos y la carne que en las quijadas tenía, y dábame todos los huesos roídos, y dábamelos en el plato, diciendo:

-Toma, come, triunfa, que para ti es el mundo. Mejor vida tienes que el papa.

«¡Tal te la dé Dios!» -decía yo paso entre mí.

A cabo de tres semanas que estuve con él vine a tanta flaqueza, que no me podía tener en las piernas de pura hambre. Vime claramente ir a la sepultura, si Dios y mi saber no me remediaran. Para usar de mis mañas no tenía aparejo, por no tener en qué dalle salto. Y, aunque algo hubiera, no podía cegalle, como hacía al que Dios perdone (si de aquella calabazada feneció), que todavía, aunque astuto, con faltalle aquel preciado sentido, no me sentía; mas estotro, ninguno hay que tan aguda vista tuviese como él tenía.

Cuando al ofertorio estábamos, ninguna blanca en la concha caía, que no era de él registrada: el un ojo tenía en la gente y el otro en mis manos. Bailábanle los ojos en el casco como si fueran de azogue. Cuantas blancas ofrecían tenía por cuenta, y, acabado el ofrecer, luego me quitaba la concha y la ponía sobre el altar.

No era yo señor de asirle una blanca todo el tiempo que con él viví, o, por mejor decir, morí. De la taberna nunca le traje una blanca de vino; mas aquel poco que de la ofrenda había metido en su arcaz compasaba de tal forma que le duraba toda la semana

Y por ocultar su gran mezquindad, decíame:

-Mira, mozo, los sacerdotes han de ser muy templados en su comer y beber, y por esto yo no me desmando como otros.

Mas el lacerado mentía falsamente, porque en cofradías y mortuorios que rezamos, a costa ajena comía como lobo y bebía más que un saludador.

Y porque dije de mortuorios, Dios me perdone, que jamás fui enemigo de la naturaleza humana sino entonces. Y esto era porque comíamos bien y me hartaban. Deseaba y aun rogaba a Dios que cada día matase el suyo. Y cuando dábamos sacramento a los enfermos, especialmente la extremaunción, como manda el clérigo rezar a los que están allí, yo cierto no era el postrero de la oración, y con todo mi corazón y buena voluntad rogaba al Señor, no que le echase a la parte que más servido fuese, como se suele decir, mas que le llevase de aqueste mundo.

Y cuando alguno de éstos escapaba, ¡Dios me lo perdone!, que mil veces le daba al diablo; y el que se moría, otras tantas bendiciones llevaba de mí dichas. Porque en todo el tiempo que allí estuve, que serían casi seis meses, solas veinte personas fallecieron, y éstas bien creo que las maté yo, o, por mejor decir, murieron a mi recuesta; porque, viendo el Señor mi rabiosa y continua muerte, pienso que holgaba de matarlos por darme a mí vida. Mas de lo que al presente padecía, remedio no hallaba; que, si el día que enterrábamos yo vivía, los días que no había muerto, por quedar bien vezado de la hartura, tornando a mi cotidiana hambre, más lo sentía. De manera que en nada hallaba descanso, salvo en la muerte, que yo también para mí, como para los otros deseaba algunas veces; mas no la veía, aunque estaba siempre en mí.

Pensé muchas veces irme de aquel mezquino amo; mas por dos cosas lo dejaba: la primera, por no me atrever a mis piernas, por temer de la flaqueza que de pura hambre me venía; y la otra, consideraba y decía: «Yo he tenido dos amos: el primero traíame muerto de hambre y, dejándole, topé con este otro, que me tiene ya con ella en la sepultura; pues si de éste desisto y doy en otro más bajo, ¿qué será, sino fenecer?». Con esto no me osaba menear, porque tenía por fe que todos los grados había de hallar más ruines. Y a abajar otro punto, no sonara Lázaro ni se oyera en el mundo.

Pues estando en tal aflicción, cual plega al Señor librar de ella a todo fiel cristiano, y sin saber darme consejo, viéndome ir de mal en peor, un día que el cuitado, ruin y lacerado de mi amo había ido fuera del lugar, llegóse acaso a mi puerta un calderero, el cual yo creo que fue ángel enviado a mí por la mano de Dios en aquel hábito. Preguntóme si tenía algo que adobar.

«En mí teníades bien que hacer, y no haríades poco, si me remediásedes» -dije paso, que no me oyó.

Mas, como no era tiempo de gastarlo en decir gracias, alumbrado por el Espíritu Santo, le dije:

-Tío, una llave de este arcaz he perdido, y temo mi señor me azote. Por vuestra vida, veáis si en ésas que traéis hay alguna que le haga, que yo os lo pagaré.

Comenzó a probar el angélico calderero una y otra de un gran sartal que de ellas traía, y yo ayudalle con mis flacas oraciones. Cuando no me cato, veo en figura de panes, como dicen, la cara de Dios dentro del arcaz, y, abierto, díjele:

-Yo no tengo dineros que daros por la llave; mas tomad de ahí el pago.

Él tomó un bodigo de aquéllos, el que mejor le pareció, y, dándome mi llave, se fue muy contento, dejándome más a mí.

Mas no toqué en nada por el presente, porque no fuese la falta sentida, y, aun porque me vi de tanto bien señor, parecióme que la hambre no se me osaba allegar. Vino el mísero de mi amo, y quiso Dios no miró en la oblada que el ángel había llevado.

Y otro día, en saliendo de casa, abro mi paraíso panal y tomo entre las manos y dientes un bodigo y en dos credos le hice invisible, no olvidándoseme el arca abierta. Y comienzo a barrer la casa con mucha alegría, pareciéndome con aquel remedio remediar dende en adelante la triste vida. Y así estuve con ello aquel día y otro gozoso; mas no estaba en mi dicha que me durase mucho aquel descanso, porque luego, al tercero día, me vino la terciana derecha. Y fue que veo a deshora al que me mataba de hambre sobre nuestro arcaz, volviendo y revolviendo, contando y tornando a contar los panes. Yo disimulaba, y en mi secreta oración y devociones y plegarias decía: «¡San Juan y ciégale!»

Después que estuvo un gran rato echando la cuenta, por días y dedos contando, dijo:

-Si no tuviera a tan buen recaudo esta arca, yo dijera que me habían tomado de ella panes; pero de hoy más, sólo por cerrar la puerta a la sospecha, quiero tener buena cuenta con ellos: nueve quedan y un pedazo.

«¡Nuevas malas te dé Dios!» -dije yo entre mí.

Parecióme con lo que dijo pasarme el corazón con saeta de montero y comenzóme el estómago a escarbar de hambre, viéndose puesto en la dieta pasada. Fue fuera de casa. Yo, por consolarme, abro el arca y, como vi el pan, comencélo de adorar, no osando recebillo. Contélos, si a dicha el lacerado se errara, y hallé su cuenta más verdadera que yo quisiera. Lo más que yo pude hacer fue dar en ellos mil besos, y, lo más delicado que yo pude, del partido partí un poco al pelo que él estaba, y con aquél pasé aquel día, no tan alegre como el pasado.

Mas, como la hambre creciese, mayormente que tenía el estómago hecho a más pan aquellos dos o tres días ya dichos, moría mala muerte; tanto, que otra cosa no hacía, en viéndome solo, sino abrir y cerrar el arca y contemplar en aquella cara de Dios, que así dicen los niños. Mas el mismo Dios, que socorre a los afligidos, viéndome en tal estrecho, trajo a mi memoria un pequeño remedio, que, considerando entre mí, dije: «Este arquetón es viejo y grande y roto por algunas partes, aunque pequeños agujeros. Puédese pensar que ratones, entrando en él, hacen daño a este pan. Sacarlo entero no es cosa conveniente, porque verá la falta el que en tanta me hace vivir. Esto bien se sufre».

Y comienzo a desmigajar el pan sobre unos no muy costosos manteles que allí estaban, y tomo uno y dejo otro, de manera que, en cada cual, de tres o cuatro desmigajé su poco. Después, como quien toma gragea, lo comí y algo me consolé. Mas él, como viniese a comer y abriese el arca, vio el mal pesar y sin duda creyó ser ratones los que el daño habían hecho, porque estaba muy al propio contrahecho de como ellos lo suelen hacer. Miró todo el arcaz de un cabo a otro y viole ciertos agujeros por do sospechaba habían entrado. Llamóme, diciendo:

-¡Lázaro, mira, mira, qué persecución ha venido aquesta noche por nuestro pan!

Yo híceme muy maravillado, preguntándole qué sería.

-¿Qué ha de ser? -dijo él-. Ratones, que no dejan cosa a vida.

Pusímosnos a comer, y quiso Dios que aun en esto me fue bien: que me cupo más pan que la lacería que me solía dar, porque rayó con un cuchillo todo lo que pensó ser ratonado, diciendo:

-Cómete eso, que el ratón cosa limpia es.

Y así, aquel día, añadiendo la ración del trabajo de mis manos, o de mis uñas por mejor decir, acabamos de comer, aunque yo nunca empezaba.

Y luego me vino otro sobresalto, que fue verle andar solícito quitando clavos de las paredes y buscando tablillas, con las cuales clavó y cerró todos los agujeros de la vieja arca.

«¡Oh Señor mío -dije yo entonces-, a cuánta miseria y fortuna y desastres estamos puestos los nacidos, y cuán poco duran los placeres de esta nuestra trabajosa vida! Heme aquí, que pensaba con este pobre y triste remedio remediar y pasar mi lacería, y estaba ya cuanto que alegre y de buena ventura. Mas no quiso mi desdicha, despertando a este lacerado de mi amo y poniéndole más diligencia de la que él de suyo se tenía (pues los míseros por la mayor parte nunca de aquélla carecen), agora, cerrando los agujeros del arca, cerrase la puerta a mi consuelo y la abriese a mis trabajos».

Así lamentaba yo, en tanto que mi solícito carpintero, con muchos clavos y tablillas, dio fin a sus obras, diciendo:

-Agora, donos traidores ratones, conviéneos mudar propósito, que en esta casa mala medra tenéis.

De que salió de su casa, voy a ver la obra, y hallé que no dejó en la triste y vieja arca agujero ni aun por donde le pudiese entrar un mosquito. Abro con mi desaprovechada llave, sin esperanza de sacar provecho, y vi los dos o tres panes comenzados, los que mi amo creyó ser ratonados, y de ellos todavía saqué alguna lacería, tocándolos muy ligeramente, a uso de esgrimidor diestro. Como la necesidad sea tan gran maestra, viéndome con tanta siempre, noche y día estaba pensando la manera que tendría en sustentar el vivir. Y pienso, para hallar estos negros remedios, que me era luz la hambre, pues dicen que el ingenio con ella se avisa, y al contrario con la hartura, y así era por cierto en mí.

Pues estando una noche desvelado en este pensamiento, pensando cómo me podría valer y aprovecharme del arcaz, sentí que mi amo dormía, porque lo mostraba con roncar y en unos resoplidos grandes que daba cuando estaba durmiendo. Levantéme muy quedito, y, habiendo en el día pensado lo que había de hacer y dejado un cuchillo viejo que por allí andaba en parte do le hallase, voyme al triste arcaz, y, por do había mirado tener menos defensa, le acometí con el cuchillo, que a manera de barreno de él usé. Y como la antiquísima arca, por ser de tantos años, la hallase sin fuerza y corazón, antes muy blanda y carcomida, luego se me rindió y consintió en su costado, por mi remedio, un buen agujero. Esto hecho, abro muy paso la llagada arca, y, al tiento, del pan que hallé partido, hice según de yuso está escrito. Y con aquello algún tanto consolado, tornando a cerrar, me volví a mis pajas, en las cuales reposé y dormí un poco, lo cual yo hacía mal, y echábalo al no comer. Y así sería, porque cierto, en aquel tiempo, no me debían de quitar el sueño los cuidados del rey de Francia.

Otro día fue por el señor mi amo visto el daño, así del pan como del agujero que yo había hecho, y comenzó a dar a los diablos los ratones y decir:

-¿Qué diremos a esto? ¡Nunca haber sentido ratones en esta casa, sino agora!

Y sin duda debía de decir verdad, porque, si casa había de haber en el reino justamente de ellos privilegiada, aquélla de razón había de ser, porque no suelen morar donde no hay qué comer. Torna a buscar clavos por la casa y por las paredes, y tablillas a atapárselos. Venida la noche y su reposo, luego yo era puesto en pie con mi aparejo y, cuantos él tapaba de día, destapaba yo de noche.

En tal manera fue y tal prisa nos dimos, que sin duda por esto se debió decir: «donde una puerta se cierra, otra se abre». Finalmente, parecíamos tener a destajo la tela de Penélope, pues, cuanto él tejía de día rompía yo de noche. Ca en pocos días y noches pusimos la pobre despensa de tal forma que, quien quisiera propiamente de ella hablar, más corazas viejas de otro tiempo, que no arcaz, la llamara, según la clavazón y tachuelas sobre sí tenía.

De que vio no aprovecharle nada su remedio, dijo:

-Este arcaz está tan maltratado y es de madera tan vieja y flaca, que no habrá ratón a quien se defienda. Y va ya tal que, si andamos más con él, nos dejará sin guarda. Y aun lo peor, que, aunque hace poca, todavía hará falta faltando, y me pondrá en costa de tres o cuatro reales. El mejor remedio que hallo, pues el de hasta aquí no aprovecha: armaré por de dentro a estos ratones malditos.

Luego buscó prestada una ratonera, y con cortezas de queso que a los vecinos pedía, contino el gato estaba armado dentro del arca. Lo cual era para mí singular auxilio, porque, puesto caso que yo no había menester muchas salsas para comer, todavía me holgaba con las cortezas del queso que de la ratonera sacaba, y sin esto no perdonaba el ratonar del bodigo.

Como hallase el pan ratonado y el queso comido y no cayese el ratón que lo comía, dábase al diablo, preguntaba a los vecinos qué podría ser comer el queso y sacarlo de la ratonera y no caer ni quedar dentro el ratón, y hallar caída la trampilla del gato.

Acordaron los vecinos no ser el ratón el que este daño hacía, porque no fuera menos de haber caído alguna vez. Díjole un vecino:

-En vuestra casa yo me acuerdo que solía andar una culebra, y ésta debe de ser sin duda. Y lleva razón, que como es larga, tiene lugar de tomar el cebo, y, aunque la coja la trampilla encima, como no entre toda dentro, tórnase a salir.

Cuadró a todos lo que aquél dijo y alteró mucho a mi amo, y dende en adelante no dormía tan a sueño suelto, que cualquier gusano de la madera que de noche sonase, pensaba ser la culebra que le roía el arca. Luego era puesto en pie, y con un garrote que a la cabecera, desde que aquello le dijeron, ponía, daba en la pecadora del arca grandes garrotazos, pensando espantar la culebra. A los vecinos despertaba con el estruendo que hacía, y a mí no me dejaba dormir. Íbase a mis pajas y trastornábalas, y a mí con ellas, pensando que se iba para mí y se envolvía en mis pajas o en mi sayo; porque le decían que de noche acaecía a estos animales, buscando calor, irse a las cunas donde están criaturas, y aún mordellas y hacerles peligrar.

Yo las más veces hacía del dormido, y en la mañana, decíame él:

-¿Esta noche, mozo, no sentiste nada? Pues tras la culebra anduve, y aun pienso se ha de ir para ti a la cama, que son muy frías y buscan calor.

-¡Plega a Dios que no me muerda -decía yo-, que harto miedo le tengo!

De esta manera andaba tan elevado y levantado del sueño, que, mi fe, la culebra (o culebro por mejor decir) no osaba roer de noche ni levantarse al arca; mas de día, mientras estaba en la iglesia o por el lugar, hacía mis saltos. Los cuales daños viendo él, y el poco remedio que les podía poner, andaba de noche, como digo, hecho trasgo.

Yo hube miedo que con aquellas diligencias no me topase con la llave, que debajo de las pajas tenía, y parecióme lo más seguro metella de noche en la boca, porque ya, desde que viví con el ciego, la tenía tan hecha bolsa que me acaeció tener en ella doce o quince maravedís, todo en medias blancas, sin que me estorbase el comer, porque de otra manera no era señor de una blanca que el maldito ciego no cayese con ella, no dejando costura ni remiendo que no me buscaba muy a menudo.

Pues, así como digo, metía cada noche la llave en la boca y dormía sin recelo que el brujo de mi amo cayese con ella; mas cuando la desdicha ha de venir, por demás es diligencia. Quisieron mis hados, o por mejor decir mis pecados, que, una noche que estaba durmiendo, la llave se me puso en la boca, que abierta debía tener, de tal manera y postura que el aire y resoplo, que yo durmiendo echaba, salía por lo hueco de la llave, que de cañuto era, y silbaba, según mi desastre quiso, muy recio, de tal manera que el sobresaltado de mi amo lo oyó, y creyó sin duda ser el silbo de la culebra, y cierto lo debía parecer.

Levantóse muy paso con su garrote en la mano, y, al tiento y sonido de la culebra, se llegó a mí con mucha quietud, por no ser sentido de la culebra. Y, como cerca se vio, pensó que allí en las pajas, do yo estaba echado, al calor mío se había venido. Levantando bien el palo, pensando tenerla debajo y darle tal garrotazo que la matase, con toda su fuerza me descargó en la cabeza un tan gran golpe que sin ningún sentido y muy mal descalabrado me dejó.

Como sintió que me había dado, según yo debía hacer gran sentimiento con el fiero golpe, contaba él que se había llegado a mí y, dándome grandes voces, llamándome, procuró recordarme. Mas, como me tocase con las manos, tentó la mucha sangre que se me iba, y conoció el daño que me había hecho. Y con mucha prisa fue a buscar lumbre y, llegando con ella, hallóme quejando, todavía con mi llave en la boca, que nunca la desamparé, la mitad fuera, bien de aquella manera que debía estar al tiempo que silbaba con ella.

Espantado el matador de culebras qué podría ser aquella llave, miróla sacándomela del todo de la boca, y vio lo que era, porque en las guardas nada de la suya diferenciaba. Fue luego a proballa, y con ella probó el maleficio. Debió de decir el cruel cazador: «El ratón y culebra que me daban guerra y me comían mi hacienda he hallado».

De lo que sucedió en aquellos tres días siguientes ninguna fe daré, porque los tuve en el vientre de la ballena, mas, de cómo esto que he contado oí, después que en mí torné, decir a mi amo, el cual a cuantos allí venían lo contaba por extenso.

A cabo de tres días yo torné en mi sentido, y vime echado en mis pajas, la cabeza toda emplastada y llena de aceites y ungüentos, y, espantado, dije:

-¿Qué es esto?

Respondióme el cruel sacerdote:

-A fe que los ratones y culebras que me destruían ya los he cazado.

Y miré por mí, y vime tan maltratado que luego sospeché mi mal.

A esta hora entró una vieja que ensalmaba, y los vecinos. Y comiénzanme a quitar trapos de la cabeza y curar el garrotazo. Y, como me hallaron vuelto en mi sentido, holgáronse mucho y dijeron:

-Pues ha tornado en su acuerdo, placerá a Dios no será nada.

Ahí tornaron de nuevo a contar mis cuitas y a reírlas, y yo, pecador, a llorarlas. Con todo esto, diéronme de comer, que estaba transido de hambre, y apenas me pudieron demediar. Y así, de poco en poco, a los quince días me levanté y estuve sin peligro (mas no sin hambre) y medio sano.

Luego otro día que fui levantado, el señor mi amo me tomó por la mano y sacóme la puerta fuera y, puesto en la calle, díjome:

-Lázaro, de hoy más eres tuyo y no mío. Busca amo y vete con Dios, que yo no quiero en mi compañía tan diligente servidor. No es posible sino que hayas sido mozo de ciego.

Y santiguándose de mí, como si yo estuviera endemoniado, tórnase a meter en casa y cierra su puerta.

ALBERCHE (17) EL LAZARILLO LLEGA A ESCALONA

Detalle de la ornamentación de la portada de la entrada palaciega del castillo de Escalona

Vamos a continuar el camino que siguió el Lazarillo con el ciego, y por ello nos acercaremos a la capital del señorío, a la gran villa de Escalona, donde hay un refrán que dice: Tres cosas tiene Escalona/ dignas de ver y admirar/ el castillo de don Álvaro,/ la iglesia y el hospital. Pues empecemos por el primero.

Probablemente estas elevaciones escarpadas sobre el Alberche han sido habitadas desde la prehistoria, aunque solamente se han hallado restos arqueológicos de la Edad del Cobre en el cercano paraje de Sambabilé, y de época visigoda en el ámbito de la propia fortaleza. Además, aseguran los viejos cronicones que la villa fue fundada por hebreos, basándose en la similitud del nombre de Escalona con la ciudad de Ascalon en Palestina, pues así se denominaba nuestra villa en tiempos de la reconquista. Los romanos dejaron un monumento o “aedícula” con un relieve que representa a dos personajes en el paraje de Piedraescrita, ya en término de Cenicientos. Otros autores han querido identificar a Escalona con la desconocida ciudad hispanomusulmana de Saktán. Seguir leyendo ALBERCHE (17) EL LAZARILLO LLEGA A ESCALONA

ALBERCHE (14) POR EL CASTILLO DE ALAMÍN

Los danzantes de Ménrida junto al escudo de la villa

UN CASTILLO EN EL ALBERCHE

Tanto la localidad madrileña de Villa del Prado como la toledana de Méntrida tienen su origen en el poblamiento que alrededor del castillo de Alamín se asentó ya desde la época musulmana. El viajero al Edrisi pasa por ella en el siglo XI y habla de la fortaleza y también la villa, que describe como bien poblada, abastecida de comercios, calles y edificios notables, dos mezquitas, murallas y un fuerte castillo. A partir de la conquista de Toledo por Alfonso VI, pasa a forma parte de las propiedades del Rey, que impulsa su repoblación. También desde el punto de vista eclesiástico dependieron de la villa de Alamín esas localidades, y otras de la zona hoy desaparecidas. Durante las épocas inseguras de la reconquista el castillo sufre las razzias de los musulmanes e incluso en una de ellas es muerto Gutierre Hermenegildez, alcaide de Toledo.

En 1180 el rey otorga el castillo de Alamín y su territorio a los arzobispos toledanos para que lo repueblen. Hubo durante la Edad Media algunos conflictos fronterizos con la ciudad de Segovia, ya que su señorío lindaba al sur con las tierras de Alamín.

Iglesia parroquial de Méntrida

Desde 1436 hasta 1484, perteneció a don Álvaro de Luna y doña Juana de Pimentel, llamada la Triste Condesa tras la decapitación de su marido. La Torre de Esteban Hambrán también pasa a su poder por compra que hace de este pueblo el condestable. Por matrimonio pasó después Alamín al Duque del Infantado, que con su esposa doña María de Luna hace villa a los pueblos citados, para que tengan su propia jurisdicción y no soporten las molestias que supone acudir al castillo de Alamín. Como símbolo de esa jurisdicción propia se levantaron las picotas de los pueblos, como la de Méntrida, derribada en la Guerra Civil pero que se ha reconstruido con las dos únicas piedras que quedaron.

Esta cruz preside una plazoletade Méntrida

Poco nos queda hoy del viejo castillo de Alamín, que se encuentra en el término actual de Santa Cruz de Retamar. Pedro el Cruel ordenó destruirlo en 1357, pero el arzobispo Tenorio, el prelado constructor que tantas obras públicas promovió en su señorío, hizo reconstruirlo y edificar un puente de quince pilares para comunicar las dos orillas del Alberche junto a la fortaleza y mejorar las comunicaciones entre Toledo y Castilla la Vieja. Más tarde se despobló y ya ni siquiera vivía en él su alcaide y como además se convirtió en refugio de bandidos y salteadores, los habitantes de las villas cercanas lo derribaron hasta los cimientos. En 1700 se construyó un palacio sobre sus ruinas, de las que solamente quedaban algunas bóvedas, aunque todavía se percibe la línea de sus murallas y las torres que la jalonaban.
En el ámbito de Méntrida se encuentra otro paraje que estuvo poblado desde época romana, como demuestran las cerámicas y epigrafía encontradas allí. Se trata de Berciana, lugar donde se venera a la Virgen del mismo nombre, patrona de la villa. Un pastor llamado Pablo Tardío encontró según nos cuenta la tradición una imagen de la Virgen que habría sido escondida por los visigodos ante el avance de los musulmanes en su conquista. El día 25 de Abril se hace una romería en la que se conduce la imagen desde la parroquia hasta la ermita de Berciana, siendo precedida la imagen por los pintorescos danzantes y sargentos que además hacen una muestra de sus bailes y evoluciones acompañadas de sus tradicionales “dichos”.

Detalle del convento de La Torre de Esteban Hambrán

El pueblo cuenta con otra ermita del siglo XVII de grandes proporciones con la advocación de Nuestra Señora de la Natividad, y en la plaza otra ermita u oratorio de principios del siglo XX.
La iglesia parroquial es un edificio situado en la zona más elevada del pueblo y está declarada Monumento Histórico Artístico. A destacar la magnífica torre rematada en capitel y el artesonado mudéjar de grandes dimensiones, además del órgano barroco y retablos e imágenes de interés.
La plaza es un conjunto con varios edificios de interés, pero hay otros rincones pintorescos como la plazuela de la Iglesia o el cerro del Castillejo con sus cuevas destinadas a bodegas.

Torre de la iglesia de La Torre de Esteban Hambrán

La otra localidad de este tramo del Alberche, también situada junto a su orilla izquierda es La Torre de Esteban Hambrán, cuyo nombre puede proceder de una antigua torre o atalaya de observación musulmana que se comunicaría por señales, generalmente de humo, con el castillo de Alamín. Esteban Hambrán puede que fuera un mozárabe o un repoblador dueño de dicha torre. Don Álvaro de Luna compra la población a Pero López de Ayala en el siglo XV.
En un paseo por el pueblo no debemos dejar de visitar su iglesia parroquial, que conserva un curioso catafalco de la Cofradía de Ánimas, recién restaurado en sus dorados y pinturas y que es ejemplar único. La iglesia es gótico renacentista y es edificio de buenas proporciones con escalinata de entrada.

Arquitectura neomudejarista en La Torre de Esteban Hambrán

También cuenta La Torre con las ermitas de San Roque y Santa Ana y el convento franciscano de san Juan Evangelista, recién restaurado, además de algunos rincones de arquitectura tradicional de interés, entre cuyos edificios destaca en la plaza una casa palaciega del siglo XVIII.

Casa palaciega del siglo XVIII en La Torre de Esteban Hambrán

UN PASEÍTO DESDE RAMACASTAÑAS

Vamos a conocer este pequeño pueblo de Gredos, anejo de Arenas de San Pedro y que siempre fue lugar de paso ganadero y de viajeros que deambulaban desde la meseta norte hasta el valle del Tajo, mediante la Cañada Leonesa Occidental.

La disposición de su caserío nos orienta en ese sentido y en su puente se cobraba el derecho de paso a las merinas que transitaban por la vieja vía pecuaria, aunque en otras ocasiones se hacía en Arroyocastaño, junto a la Villa de Mombeltrán.

Molino del río Ramacastañas y tal vez antigua ferrería

En su ámbito se encuentran las bonitas cuevas del Águila, cuya descripción dejaremos para otra ocasión, pero sí debemos visitar su iglesia construida en sillería granítica y rodeada de un pequeño parquecillo con una cruz gótica, aunque el remate sea más reciente. En el templo es pintoresca su espadaña sobre un remate abalconado hacia el oeste y algunas inscripciones antiguas en su muro sur.

En una de las viviendas vemos dos paneles de Ruiz de Luna que representan a San Pedro de Alcántara, cuyos restos reposan en el monasterio de Arenas y otra de San Isidoro de Sevilla, no sé porqué.

Vamos entre chopos , pinos y alisos camino de la presa del Ramacastañas

Partimos desde un camino que sale justo antes de cruzar el puente viniendo de Talavera hacia Ramacastañas. Por el camino, si observamos el suelo, vemos numerosos restos de escorias de hierro pues no en vano este pueblo fue de los primeros en fundarse en el piedemonte de Gredos bajo el nombre de las Ferrerías de Ávila y durante la edad media sin duda se desarrolló allí actividad minera y metalúrgica.

Presa del Ramacastañas

Vamos junto a una reguera  y llegados a un cruce de caminos debemos tomar a la izquierda para subir paralelos al río y justo en este giro del cauce y del camino se puede apenas vislumbrar entre las zarzas un molino en ruinas que este caminante piensa que pudo en una utilidad anterior estar relacionado con esa actividad metalúrgica de la zona.  El camino nos llevará hasta una presa de abastecimiento en un paraje ameno. Una alambrada nos corta el camino pero abriremos la portera para pasar y subir por una senda y así seguir nuestro camino río arriba.

Pastoreando las merinas por la cañada leonesa,

Vamos entre umbrías de pinos y alamedas con hiedras que suben por los troncos los alisos  y llegamos cerca del llamado Vado de las Vegas donde tomaremos otro sendero que sube a la derecha claramente, aunque tiene aspecto de arroyada por el arrastre de las aguas. Y llegamos a una pista que nos acercará ya sin problemas hasta el paraje de Playas Blancas con sus pozas para refrescarse y zona de pic-nic con un merendero y fuente.

Tramo de calzada en la cañada

Subimos ahora hacia la carretera cruzando el puente para a continuación imaginarnos como ganaderos trashumantes y recorrer la cañada hasta Ramacastañas. Vemos lugares donde todavía se conserva algún tramo calzado, no sabemos si en época romana como en el puerto del Pico o posteriormente.

Fuente Fría en la cañada

En el camino me encuentro a un pastor con sus ovejas merinas y talaveranas que van pastando la propia cañada, y se queja con toda la razón de la usurpación que vienen sufriendo las vías pecuarias y que a los ya maltratados ganaderos les dificulta su labor.Le pregunto la utilidad de un gancho rematado en una bola que lleva sobre su borriquillo y me dice que es para acercar a las ovejas por las patas si se las quiere separar del rebaño, observar alguna herida o ver alguna patología que puedan tener «en sus partes».

IGlesia y cruz de Ramacastañas

Ya de vuelta paro en la fuente fría que ha visto pasar millones de merinas por esta cañada, bebo y realmente está fría y su vierteaguas de granito le da un aspecto antiguo y pintoresco.

Compro melocotones y las ricas cerezas de la vertiente sur de Gredos regreso a casa a disfrutarlas después de un día serrano.

Panel de azulejos de Ruiz de Luna en Ramacastañas

ALBERCHE (11) PASAMOS POR CEBREROS

Portada de la Iglesia Vieja de Cebreros

Aunque en el escudo local aparece una cebra como símbolo del pueblo, es evidente que por aquí no han correteado recientemente tales animales africanos, sino que el nombre del lugar parece tener mayor relación con la abundancia de cabras por la zona. Existen algunas referencias a un verraco de granito situado cerca del Alberche y hoy desaparecido que nos indica la presencia de los vetones en este pueblo así como en el resto del valle. Incluso junto a la ermita de la Virgen de Valsordo se expone lo que parecen las patas de una de estas esculturas zoomorfas.

Esgrafiados y arquitecturas fingidas en Cebreros

En el siglo XIV el rey Fernando IV otorga al infante don Juan la que desde ese momento será villa de Cebreros. Isabel la Católica pasó cuatro veces por esta localidad. En una de ellas tuvo un aborto cuando pernoctaba en una casa de la antigua calle de los mesones y la última fue su cortejo fúnebre que tuvo que detenerse para acondicionar las andas mediante las que llevaban su cuerpo sobre dos caballerías. A lo largo de su historia, Cebreros fue siempre lugar de paso entre las dos castillas y un lugar muy vinculado al comercio y a la ganadería. En el siglo XVI se desarrolló la industria del vidrio para abastecer al monasterio de El Escorial y también hay constancia de la existencia de fábricas de papel, curtidos y las bodegas que almacenaban el preciado vino de Cebreros. No debemos pasar por alto que Adolfo Suárez, primer presidente de nuestra democracia es natural de Cebreros.

El valle del Alberche desde la cañada leonesa oriental en su ascenso a Gredos

En el patrimonio local debemos destacar en primer lugar la llamada iglesia Vieja, cuya torre pudo según algunos autores formar parte de una iglesia anterior o de una torre defensiva medieval. Es un templo de tres naves ya destechado con ábsides semicirculares y decoración de flores y bolas, especialmente en la portada de la puerta sur, la de mayor calidad presidida por las armas del obispo Sánchez de la Fuente y formada por dos pilastras laterales que enmarcan una puerta compuesta de un arco conopial y tres arquivoltas más de medio punto. Las columnas que separan las naves son muy elegantes y decoradas también con bolas. Es de destacar la puerta de la sacristía y su decoración con motivos renacentistas. La iglesia parroquial de Santiago Apóstol es también construcción berroqueña de tres naves de grandes dimensiones y considerada la mejor de los pueblos de la diócesis. Construida en el siglo XVI en estilo herreriano. La portada de la sacristía es renacentista de cierta calidad y con imagen de Santiago, mientras que la portada norte es jónica y la sur corintia. La portada principal es del siglo XVII y está presidida por estatua granítica de Santiago Peregrino. El retablo es magnífico con pinturas de José Leonardo del mismo siglo.

Iglesia parroquial de Cebreros

En el extremo sur del caserío podemos ver el rollo o picota del siglo XVI que nos habla de la condición de villa de la localidad. Cerca del pueblo, en la zona conocida como El Valle, se encuentran las ruinas de un pequeño convento franciscano del que algunos de sus retablos se conservan en la iglesia parroquial.

Arquerías de la iglesia Vieja de Cebreros

ALBERCHE (9) EL TIEMBLO Y ALGUNOS DE SUS PARAJES

Ermita de San Antonio en El Tiemblo

Los pueblos que pasaron por El Tiemblo fueron dejando muestras de sus culturas desde la prehistoria, una de cuyas huellas más significativas son los  llamados Toros de Guisando, de los que hablaremos en otro capítulo y que también por sus inscripciones demuestran la presencia romana. La época de los visigodos nos dejó como muestra de su paso una necrópolis de “lucillos” o sepulcros labrados en la piedra en el lugar de Valdepalomas, y ya desde la Edad Media hay documentos que nos hablan de El Tiemblo como aldea.

Arquitectura popular de El Tiemblo

Así, en el siglo IX nos cuentan las crónicas que pasaron por aquí las reliquias de Santa Leocricia y San Eulogio. En el siglo X aparece el pueblo por primera vez con el nombre de “Trémulo” en latín, y en el siglo XI, en plena reconquista de la zona, pasan por aquí con sus tropas Alfonso VI y Alfonso VII, repoblándose después el territorio con gentes venidas del norte de la península. El monasterio jerónimo del cerro Guisando es obra del siglo XIV. En el siglo XV, El Tiemblo adquiere la condición de villa y en el XVI está documentado el paso por aquí de Santa Teresa y Felipe II.

Millones de ovejas merinas pasaban anualmente por el puente de Valsordo recorriendo la Cañada Leonesa Oriental

El pueblo de El Tiemblo cuenta con algunos elementos patrimoniales de interés como es la ermita de su patrón, San Antonio de Padua, un edificio de dimensiones considerables de estilo barroco, levantada en granito y adornada por curiosos pináculos. En el interior es curioso observar los cuadros que relatan diferentes milagros del santo en la localidad. La iglesia parroquial fue construida entre los siglos XV y XVI y cuenta con dos esculturas de interés artístico. Delante de la ermita se encuentra un esbelto crucero del siglo XVIII, aunque también podemos ver en el pueblo otro más antiguo llamado de San Sebastián.

Inscripción en letra gótica sobre una roca de grandes dimensiones junto al puente de Valsordo con el texto que figura abajo
Transcripción de las inscripciones del puente de Valsordo

Otros dos edificios de interés de estilo neomudéjar son el matadero y las escuelas, ambos de principios del siglo XX. Desde el punto de vista etnográfico debemos hacer reseña de la industria artesanal de elaboración de tinajas, uno de cuyos hornos ha sido rehabilitado, y también el pozo de nieve que se sitúa cerca del Castañar.

Hornos de tinajas de El Tiemblo

En el río Alberche debemos señalar puentes como el de Valsordo y el de Santa Yusta además del molino del Arca de Piedra entre otros. Hay dos puentes medievales en la garganta de la Yedra, los llamados de la Casilla y el Pasil y bajo las aguas del embalse del Charco del Cura se encuentra el puente de la Ladera.

En el próximo capítulo conoceremos el famoso castañar de El Tiemblo.

Puente sobre la garganta de Yedra

ALBERCHE (7) NAVALUENGA

 

Piscinas naturales del Alberche a su paso por Navaluenga

Parece que la zona de Navaluenga, concretamente el llamado cerrillo de San Marcos, ya estaba poblada en el tiempo de los visigodos y tal vez con posterior ocupación mozárabe que habría dado origen a la necrópolis de Fuente Ávila con sepulcros rupestres o lucillos al norte del casco urbano. Fue Navaluenga otra de las aldeas del concejo de Burgohondo, creado en torno a su abadía. Aparecen ya referencias a la población en documentos del siglo XII. En el siglo XIII dona Alfonso X el pueblo a la abadía de Burgohondo y se construye la primitiva iglesia y probablemente su puente románico un siglo después.En ese mismo siglo XIV hay testimonios de la presencia de nobles y reyes como Alfonso XI cazando osos en sus territorios. Nobles como don Pedro Dávila, señor de Villafranca y las Navas, o el señor de Almanza se asientan aquí usurpando tierras y molinos y generando procesos ante el Rey.

Capitel de la iglesia de Navaluenga

Navaluenga es el pueblo cuyo casco urbano se encuentra más cerca del Alberche, concretamente en el entorno de “La Puente”, hermosa construcción medieval donde se puede disfrutar de una zona acondicionada como playa fluvial. En esta localidad encontramos ya muestras de la “colonización” de los madrileños en la comarca, con una mayor afluencia del turismo y urbanizaciones de segunda vivienda, pero también con una mayor infraestructura hotelera que en el valle alto del Alberche.

Torreta electrica con nidos de cigüeña en Navaluenga

Entre sus monumentos debemos destacar la iglesia de parroquial de Nuestra Señora de los Villares, de la que destacaremos una de las portadas medievales, tal vez del siglo XIII y los arcos carpaneles sobre pilares de capitel románico de transición al gótico, aunque el resto del templo fue edificado durante los tres siglos posteriores. También se ha conservado un potro de herrar como los muchos que podemos contemplar en estas tierras ganaderas y, delante de la iglesia, también puede verse un crucero gótico procedente del despoblado de San Marcos. Se han restaurado el ayuntamiento del siglo XIX, que se inició como cárcel en el siglo XVIII, y las ermitas de San Isidro y la Merced.

Venta directa de productos hortofrutícolas en Navaluenga

Un paseo por el pueblo nos mostrará algunos rincones pintorescos, pero no es precisamente éste de los lugares de la zona que más conservan su arquitectura popular. Sí es, sin embargo, curioso ver los puestos callejeros de frutas y verduras en los días de verano, pues Navaluenga tiene también numerosas huertas en su entorno, donde se cultivan productos de gran calidad, especialmente los famosos melocotones, ya sean frescos, en almíbar o los tradicionales orejones. Basada en sus magníficos productos, la gastronomía de este pueblo serrano es digna de ser degustada, con platos típicos de la zona como las patatas con torreznos, similares a las revolconas, tan extendidas por toda la sierra de Gredos. También debemos probar los fréjoles con morcillón o platos pastoriles como el rucio o las sopas de ajo regadas con el vino de la zona que se encuentra bajo la denominación de origen de vino de Cebreros.

ARQUITECTURA POPULAR PUEBLO A PUEBLO, BUENAVENTURA

Arquitectura popular de Buenaventura con huecos enmarcados con cal y muros de mampostería. El esquinazo es curvo por la mampostería de pequeño tamaño, así no son necesarioslos sillares de la esquina

Hoy vamos a dar una vuelta por el pueblo de Buenaventura para conocer su arquitectura popular. Es una localidad que se ubica en la zona noroeste de la Sierra de San Vicente con su término ribereño del Tiétar y muy cercano a Gredos, por lo que se observa la influencia abulense en sus características constructivas. Históricamente fue uno de los lugares incluidos en el marquesado de Navamorcuende, villa de la que dependió hasta la abolición de los señoríos en el siglo XIX.

Balcones con balaustres de madera como influencia de Gredos

Como sucede con otros pueblos de la zona, el material predominante es el granito, aunque algunos doblados y muros secundarios están formados por adobes o tapial. Predominan los muros de mampostería con esquinazos y vanos de sillería. En algunas de ellas emplean la argamasa como aglutinante y a veces están enfoscadas con los huecos enjalbegados para aumentar su luminosidad.

Foto del diccionario de la provincia de Toledo de Moreno Nieto con la arquitectura de Buenaventura en los años 50

Algunas de las viviendas son de construcción más tosca con elementos de menor tamaño formando sus muros, pero otras algo más modernas tienen sus paredes levantadas con sillería de mayor calidad. Quedan pocas balconadas y algunas han cambiado las maderas de sus balaustres por otras más modernas que les hacen perder encanto.

Puerta de corral construida en sillería con muros de sillarejo

La descripción de Moreno Nieto de 1960 nos habla de que » la casa típica construida de piedra y adobe, tiene el tejado a dos vertientes. Consta de una planta y troje o granero, espacio situado entre el techo y el tejado. La cocina es de campana y en ella se quema leña de encina».

Dos sencillas viviendas con troje en Buenaventura. Se perciben los adobes del piso superior

En algunas viviendas hay pequeñas puertas accesorias que dan acceso a los corrales y otras dependencias. Otras edificaciones son muy estrechas y parecen embutidas entre las construcciones colindantes. Podemos ver casas de perfiles muy prolongados que hacen descender los tejados hasta muros de baja altura.

Vivienda de muy estrecha fachada con entrada lateral y prolongado perfil de su tejado.
Típico tejadillo o tejaroz sobre puertas carreteras

 

ALBERCHE (13) BURGOHONDO Y SU ABADÍA

Abadía de BurgohondoDespués del despoblamiento de estos territorios por las guerras de la reconquista, se estableció un monasterio que aparece referido por primera vez en un documento de 1179 del Papa Alejandro III, confirmando las posesiones de don Sancho, obispo de Ávila. Se denominaba Monasterio de Santa María de Fundo, palabra esta última que quiere decir Hondo, por la profundidad del valle del Alberche, y de ahí que la población fundada en torno a este cenobio se acabara denominando Burgohondo.

Escudo señorial en un edificio de Burgohondo

En torno a ella se articuló la repoblación del territorio pasando después a los agustinos: “más hace ocho siglos que en el Burgohondo hay abad y canónigos; en el principio eran aquellas montañas un negro y sombrío y espantoso desierto; retirados en la soledad los que entonces vivían en comunidad religiosa, sin perder de vista todo lo que podía ceder en utilidad del estado, se ocupaban continuamente en cantar las alabanzas de Dios, con el transcurso de los años fueron desmontando las incultas breñas en que vivían y por su diligencia se formaron aldeas que componen en el día el concejo del dicho lugar” como relataba el abad del monasterio poco antes de que desapareciera en el siglo XVIII.

LA ABADÍA

rquitectura popular en Burgohondo

La iglesia del monasterio, que aloja hoy la parroquia del pueblo, cuenta con tres naves separadas por dos hileras de pilares hechos de sillería. La puerta del lado oeste es de la época de fundación del monasterio y hoy está tapiada y tapada por la sillería del coro. La puerta de acceso al templo se encuentra en la actualidad en la cara norte y es del siglo XVI. En el ábside, el aparejo de mampuesto de gran tamaño, separado por verdugadas de ladrillo que le dan un aspecto mudéjar, nos orienta hacia su construcción también en los primeros tiempos de la abadía, con la robustez que hacía que los templos de la época fueran en realidad pequeñas fortalezas que podían ser utilizadas en el caso de una situación de peligro ocasionado por las razzias musulmanas, como también nos demuestran dos ventanucos o saeteras situados en el muro norte.

El río Alberche a su paso por Burgohondo

Al siglo XVI pertenece también la cubierta de madera que conserva algunos detalles decorativos, así como la sobria sillería del coro, donde destaca por su tamaño el asiento del abad. Podemos observar también las sepulturas medievales de dos clérigos y la del abad Pedro Vazquez, que es del siglo XVI, así como la torre, de planta cuadrada, rematada en campanario, dos escudos nobiliarios y la pila bautismal. Los retablos son barrocos del siglo XVIII, churrigueresco el del altar mayor.

También el monasterio, situado en la cara sur del templo tiene aspecto defensivo por las torres semicirculares que lo adornan. El cerramiento, es así mismo de mampostería y tiene una puerta gótica que da acceso a la iglesia y otra del siglo XVII que se abre a la huerta.

Escena en los barrios de Burgohondo

Como en tantos otros lugares, la ermita de San Roque, como santo protector contra las pestes se encuentra en una de las entradas del pueblo para servir así de protección a los vecinos.

JUDÍOS EN EL ALBERCHE

También existe en Burgohondo una construcción conocida como la Ermita de los Judíos. Se halla situada en el barrio de La Esperanza, que alojó la judería del pueblo y por ello se ha especulado con que el pequeño edificio fuera una sinagoga. Lo cierto es que alojó a la cofradía de la Vera Cruz y que las pinturas de sus muros representan imágenes del evangelio. Se sabe que tanto en Burgohondo como en Navaluenga y Hoyocasero se establecieron colonias de judíos que se dedicaban al pastoreo, pero también al curtido y tinte de las pieles en las tenerías, además de otros trabajos artesanales, mientras que algunos de ellos, de clase más elevada, cobraban los diezmos y derechos feudales o de escribanía del Burgo.

Cama abandonada en los «barrios» de Burgohondo