Archivo de la categoría: Personajes

FOTOS DE LAGARTERA EN LA COLECCIÓN DEL MUSEO SOROLLA

Joaquín Sorolla entre algunos de los lagarteranos que posaron para sus obras.

Además de la cerámica, la correspondencia y las fotos de Ruiz de Luna, en el Museo Sorolla también se guardan en su casa museo de Madrid algunas fotografías que recopiló el genial pintor probablemente para documentarse sobre el vestuario de los tipos que habían de aparecer en su gran obra de la Hispanic Society de Nueva York.

La arquitectura popular se manifiesta en otra de las fotos en la que también aparecen tipos lagarteranos y la torre de la iglesia.

Su interés etnográfico es indudable por reflejar la indumentaria maravillosa de este pueblo arañuelo hace más de un siglo, aunque dos de las instantáneas son del siglo XIX con nada menos que siglo y medio de antigüedad en el caso de la de Charle Clifford. La fotografía de Sorolla con algunos de sus modelos, aunque deteriorada, es todo un documento histórico poco conocido.

La ficha de la fotografía superior en los fondos del museo dice:

Positivo antiguo:23/01/1878[ca]-1893[ca] [Fecha a partir de la cual se tomó la fotografía, posando para el fotógrafo, con motivo de la celebración de la boda del rey Alfonso XII con su prima María de las Mercedes, entre los días 23 y 27 de enero de 1878 (Fecha aproximada del fin de la actividad de J. Laurent y Cía, pasando a partir de ese momento a ser Sucesor de Laurent)

Charles Clifford, 1858, Traje de Boda en Lagartera.

Anónimo, 1912, Caserío y torre de la iglesia de Lagartera

Mujeres lagarteranas, anónimo, 1912

Otra fotografía anónima fechada en torno a 1912 de mujeres lagarteranas.

Fotografía de Ruiz de Luna de los lagarteranos que posaron para su obra de la Hispanic Society. Se percibe una de las columnas y el suelo enlosado del pórtico de la iglesia de Lagartera.

Cuatro de las cinco (falta la mujer de la derecha) personas de la foto anterior pintadas por Sorolla

CERÁMICA DE RUIZ DE LUNA EN EL MUSEO SOROLLA

El zócalo de esta habitación es cerámica de Ruiz de Luna, aunque con motivos trianeros.

Como vimos en otra entrada, la correspondencia entre Ruiz de Luna y Sorolla demuestra que el genial pintor era admirador de la cerámica talaverana del famoso artesano.

No solo era amante de la cerámica de Talavera sino que en su casa- museo podemos ver piezas de otros orígenes; Manises, como valenciano que era, Teruel, o alfarería andaluza como la de Úbeda o Granada, además de cacharrería de muy variados lugares.

Dibujo de Sorolla con el esquema de la habitación que está decorada con azulejería de Ruiz de Luna en su zócalo

El encargo de mayor entidad que realiza al taller talaverano es el zócalo de una de las dependencias que diseñó junto a sus patios, pero que tiene, por deseo del pintor, motivos trianeros que nada tienen que ver con los habituales en la azulejería de nuestra ciudad.

Los azulejos fueron colocados por un mozo del taller de Ruiz de Luna y la percepción de su salario originó algún problema con Sorolla, como se deduce de la correspondencia.

Detalle del zócalo o arrimadero del jardín de Sorolla obra de Ruiz de Luna

También hay repartidos otros elementos de Ruiz de Luna por las diferentes dependencias, como por ejemplo los azulejos que enmarcan un relieve de la Virgen y el Niño.

También se puede ver un paragüero blasonado blanco con el escudo en azul que lleva el rótulo de su taller.

Relieve enmarcado en azulejería talaverana
Paragüero de la casa museo de Sorolla.

El arrimadero dela habitación del patio es de escasa altura, no como el de una de una de las habitaciones cuyo motivo es el típico florón que decora tantos arrimaderos de El Escorial. También están decoradas con piezas de cerámica talaverana las esquinas de esa dependencia en la que se encuentra el relieve antes aludido con una cenefa similar.

Arrimaderos con el motivo del florón típico de los que decoran El Escorial.

También hemos visto en la correspondencia cómo Ruiz de Luna le consigue a Sorolla algunas piezas antiguas de cerámica de Talavera o Puente, como la que aparece en la fotografía de abajo y que podría ser el frutero de cerámica de Puente al que se refiere una de sus cartas. También hay otras piezas de cerámica clásica de Talavera como algunos albarelos en los que depositaba sus pinceles. Otros elementos cerámicos del jardín también fueron elaborados en el taller de Ruiz de Luna.

Frutero de Puente del arzobispo que probablemente es el que consiguió Ruiz de Luna a Sorolla

También se deduce de la correspondencia que Ruiz de Luna consiguió algunos elementos arquitectónicos antiguos para el jardín de la casa Sorolla como unas columnas que pudieran ser las de la fotografía.

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SOROLLA Y RUIZ DE LUNA (y 2) su correspondencia

En el museo Sorolla también se custodia alguna correspondencia entre el pintor y el ceramista que vamos a comentar:

En 1909 se data esta carta de la que se desprende que Sorolla conoció a Ruiz de Luna antes de su visita a Talavera, Oropesa y Lagartera en 1912 para buscar tipos para su obra de la Hispanic Society

Carta de Juan Ruiz de Luna y Enrique Guijo a Sorolla, expresando la grata impresión que conservan de su cariñoso recibimiento y de la entusiasta apreciación de sus trabajos, que hoy les permite proseguir con su empresa con gran aliento y entusiasmo. Agradecen su apoyo y el de Mariano Benlliure, y esperan poder recibirles en la fábrica a los dos pronto. Si efectúan dicha visita, les piden que avisen con antelación, para tenerles preparados algunos objetos antiguos de fabricación talaverana en sedas y cerámicas, para que puedan contemplarlos. Adjuntan el talón de una caja que contiene tres platos, una media fuente de Talavera y un frutero de Puente del Arzobispo, que aunque no son de lo mejor que tienen, si poseen «algún carácter», con la esperanza de que los acepten y formen parte de su colección.

Otra de las cartas datada en abril de 1912, justo después de la visita de Sorolla a Talavera, Oropesa y Lagartera. En esta correspondencia aparecen detalles sobre los encargos realizados por el pintor al ceramista para su casa de Madrid. Esta carta es resumida así en la ficha del museo:

Carta de Juan Ruiz de Luna a Sorolla, lamentando el fracaso en el asunto de las tejas, como ya le comunicó su compañero Guijo Navarro, y expresa su disgusto por no poder complacerle.
Le explica que no le ha escrito antes sobre el tema de las columnas por encontrarse su dueño fuera. Éste llegará ya en un par de días y podrá ultimar este asunto.
Ha sabido por Guijo que ha tomado medidas de su encargo, que se ejecutará tan pronto las remita.
En posdata añade que le adjunta un talón por tres cajas que contenían los cacharros que escogió en la fábrica y los que encargó. Las macetas se las mandará en cuanto estén.

Foto del arrimadero y piezas cerámicas de la habitación en la que trabajó Ruiz de Luna en la casa museo de Sorolla en Madrid

La tercera carta está fechada en octubre de 1912 e igualmente hace referencia a los encargos de Sorolla a Ruiz de Luna:

Carta de Juan Ruiz de Luna y Enrique Guijo Navarro a Sorolla, en Talavera, en la que le comunican que le adjuntan un talón de las 88 cajas que le envían, que contienen los azulejos del patio y de la habitación que les había encargado, y que esperan sean de su agrado.
Le informan de que esa tarde se han facturado las columnas, basas y capiteles que encargó al sr. Luna. Incluirán la factura en el talón si la han acabado, en caso contrario se la mandarán al día siguiente.
Le ofrecen los servicios de un chico que tienen en la fábrica para la colocación de azulejos, especificando que su jornal es de 6 pesetas diarias cuando sale fuera, más el viaje de ida y vuelta
.

La cuarta carta es de de Juan Ruiz de Luna y Enrique Guijo Navarro a Sorolla, adjuntándole un talón por cuatro cajas de 80 azulejos, que como han sabido por el albañil, necesita para los ángulos de la puerta.

Boceto de Sorolla de la habitación de su casa museo que encargó a Ruiz de Luna
Otra carta de noviembre de 1912 trata de la instalación de los azulejos encargados por Sorolla:

Carta de Juan Ruiz de Luna a Sorolla comentándole que en, cuanto llegó a la fábrica, comenzó a pintar los azulejos para aprovechar así un horno que estaban cargando, y que por eso no le ha dado tiempo a consultarle primero si la cenefa era la misma que tienen sus azulejos del patio, convencido de que era igual a las que hay en la catedral de Lérida.
Por este motivo no le ha podido mandar al chico para colocar los azulejos, como habían convenido cuando se vieron. Le advierte que al mandarle al operario de la casa, éste no podrá llevar consigo más que las herramientas manuales, tales como peleta, nivel, etc., siendo necesario que Sorolla tenga dispuestos los artefactos necesarios para mezclar la cal y la arena para la colocación de los azulejos. Le aconseja que se emplee una mezcla de cal común envuelta con algo de cemento, pues es la mejor argamasa especialmente para los azulejos de la planta baja, puesto que al yeso le ataca mucho la humedad. Si esto le produce algún inconveniente o molestia, puede recurrir al operario de Madrid que ya le colocado otros azulejos.
Boceto de un fragmento de un friso de azulejos. Boceto para un friso, probablemente un arrimadero, de azulejos. Es de estilo Renacimiento, dentro de los historicismos de comienzos de siglo XIX. Está firmado por E. Guijo y fechado en 1912. Corresponde por tanto a los talleres talaveranos. Enrique Guijo Navarro formó sociedad con Juan Ruiz de Luna en 1908, llamándose «Ruiz de Luna e Guijo y Cía», durando hasta 1915 en que Ruiz de Luna se convierte en el único propietario.

Parece que hubo algún problema con la retribución del operario que puso los azulejos porque una carta de Enero de 1913 de Sixto de la Cruz, tal vez contable de la empresa de Ruiz de Luna, pues la carta lleva su membrete y habla de los 80 azulejos encargados a los que se refiere la carta anterior:


Carta de Sixto de la Cruz a un tal Luis (?), diciéndole que ese mismo día ha escrito el maestro al Sr. Joaquín Sorolla, diciéndole que le entregue (a Luis), cincuenta pesetas, o lo que él necesite. Si Sorolla no se las da o no le dice nada, tendrá que preguntarle si no le ha escrito el Sr. Luna para decirle que le entregue ese dinero que le es necesario, y que el Sr. Luna le ha dicho que se lo pida en carta de 1 de enero.

En otra entrada hablaremos de la cerámica de Talavera en la casa-museo Sorolla

LA REINA QUE DIO APELLIDO A TALAVERA

LA REINA QUE DIO APELLIDO A TALAVERA

Escultura de doña María de dudoso gusto a la entrada de Talavera desde Extremadura

La reina doña María de Portugal

El rey Alfonso XI se casó con doña María, la hija de Alfonso IV rey de Portugal. Talavera fue uno de los regalos que la reina recibió en su boda. Desde entonces permaneció bastante unida a la villa, conservándose algunos documentos de la época que hablan de las normas y privilegios que promulgó para el mejor gobierno de la misma, como por ejemplo, la regulación del nombramiento de los escribanos, una especie de notarios de la época, o la confirmación de algunos privilegios de la Santa Hermandad talaverana.

Doña María era prima hermana del rey Alfonso “el onceno” por doble vínculo y debido a esta circunstancia tuvieron los contrayentes que obtener dispensa papal para su matrimonio.

Sustituyó así la portuguesa a la primitiva prometida del monarca que era doña Constanza. hija del noble y escritor don Juan Manuel, que siempre guardaría rencor a don Alfonso por haber roto el compromiso con su hija, doña Constanza. Ella se comprometió después con el heredero portugués, pero Alfonso XI la retuvo en España.

Estos hechos y la infidelidad del Rey con doña Leonor de Guzmán enturbiaron las relaciones entre España y Portugal, llegándose a producir varios conflictos bélicos durante el reinado de Alfonso entre los dos países, aunque en situaciones de peligro para el reino por el ataque de los musulmanes, supo doña María pedir auxilio a su padre el rey de Portugal por el interés de España.

Alfonso XI en una recreación de su retrato

La Reina tuvo un primer hijo llamado Fernando que murió siendo un niño de apenas un año y, según la tradición, fue enterrado en la iglesia talaverana de San Clemente, en un sepulcro que estaba situado en el lado del edificio que daba al río en la antigua parroquia. La reina pasaba largas temporadas en el alcázar de Talavera, cuya propiedad le correspondía por ser la señora de la villa. Pero mientras tanto, su marido viajaba incesantemente de un lugar a otro de Castilla, o de campaña en campaña militar contra los moros, siempre acompañado por su amante doña Leonor, mientras doña María vivía humillada en su soledad.

El segundo hijo de la Reina fue don Pedro, conocido más tarde como “el Cruel”, muy unido a su madre al principio de su vida. La guerra por el trono entre Pedro y su hermanastro Enrique, hijo de doña Leonor, hizo que los partidarios del bastardo difundieran leyendas que hacían dudar hasta de que don Alfonso fuera el verdadero padre de Pedro. Se decía que en realidad doña María había tenido una niña y que Pedro era hijo de una judía que había parido la misma noche que la reina. La hija del rey se le habría dado a un judío converso para que lo criara.

María de Portugal en un retrato de la Biblioteca Británica

Muerto Alfonso XI por la peste negra durante las guerras contra los moros en Algeciras, doña María manda asesinar inmediatamente a la favorita del Rey en el alcázar de Talavera y asume la tutoría del nuevo rey Pedro I que sólo tiene 15 años en ese momento.

El nuevo monarca también se enamoró como su padre de una mujer, María de Padilla, que no era su esposa legítima. La joven Blanca de Borbón era su verdadera esposa, pero fue abandonada y mandada asesinar a mazazos por Pedro el Cruel. Doña María de Portugal siempre intentó que su hijo volviera con doña Blanca que, al igual que ella, sufría la infidelidad de su marido, pero no lo consiguió. Antes de morir, la reina doña Blanca fue llevada a Toledo y allí se acogió a sagrado en una iglesia protegida por doña María, que intentó así salvarla de la muerte que presentía.

Alcázar de Talavera,donde pasó doña María algunas temporadas y donde ordenó degollar a doña Leonor favorita de su marido Alfonso XI. Vista parcial de un dibujo de Van der Wingaerde del sigloXVI

Talavera se puso también de parte de doña Blanca y acogió a los bastardos Enrique y Fadrique, hijos de doña Leonor de Guzmán, que ya por entonces hacían campaña contra don Pedro, que marchó sobre Toledo y desterró a su madre la reina doña María a Sigüenza.

El rey acabó distanciándose de ella hasta la ruptura total, cuando en Toro, donde ella se había retirado con algunos nobles fieles, los ejecutó él mismo en su presencia.

Marchó doña María a su patria y en la Ébora portuguesa murió, dicen algunos que envenenada por su propio hermano el rey de Portugal. La mujer desgraciada y vengativa por la que nuestra ciudad llevaría para siempre el apellido “de la Reina” falleció tan indignamente como ella había acabado con la vida de la amante de su marido. Fue enterrada en Sevilla.

Sepulcro de doña María de Portugal en el monasterio de San Clemente de Sevilla

TALAVERA EN LA LITERATURA Y LIBROS DE VIAJES DEL SIGLO DE ORO

TALAVERA EN LA LITERATURA Y LIBROS DE VIAJES DEL SIGLO DE ORO

Vista parcial del dibujo de Van der Wingaerde de Talavera en el siglo XVI
Vista parcial del dibujo de Van der Wingaerde de Talavera en el siglo XVI

Los viajeros que vienen a Talavera en el siglo XVI y comienzos del XVII llegan a la ciudad en su segunda época de mayor pujanza, cuando cuenta con una clase nobiliaria importante numérica y cualitativamente

 “Gente apacible agradable y cortesana, y en particular la noble, que es mucha, lucidísima y de las más calificadas casas de España”.

Como dice Gonzalo Céspedes y Meneses en sus novelas “El Español Gerardo” y “Varia fortuna del soldado Píndaro”, obra esta última en la que habla de Talavera como “una de las más amenas, alegres, abundantes y deleitosas poblaciones” donde la nobleza se entretiene en “caballos, toros, máscaras, sortijas, torneos y otros pasatiempos”. Es éste un buen novelista talaverano de la época.

Retrato de Francisco de Quevedo, buen conocedor de las gentes de mal vivir de Talavera
Retrato de Francisco de Quevedo, buen conocedor de las gentes de mal vivir de Talavera

Don Francisco de Quevedo hace algunas alusiones a Talavera en sus jácaras, como sucede en la “Carta de la Perala a Lampuga su bravo”, donde describe las relaciones entre una prostituta y su chulo y da la sensación de conocer de primera mano los prostíbulos talaveranos:

“Dejásteme en Talavera / a la sombra de un gitano / hombre gafo de los potros / y aturdido de los asnos / No son dotores los matasanos / sino los procesos y el escribano / A lo menos que se puede / pasan aquí los pecados / tierra barata de culpas / mucho amor y pocos cuartos / A una mujer forastera / los hijos del vidriado / no la dan Lampuga un gozque / si pueden darle un alano…”

Dibujo de Enrique Reaño de los corrales situados al sur de la colegial
Dibujo de Enrique Reaño de los corrales situados al sur de la colegial

El chulo de Talavera es un “gitano gafo de los potros”, o sea que tiene deformada la columna vertebral porque ha sido sometido a tormento para confesar sus delitos. También está “aturdido de los asnos”, es decir que ha sido sacado en vergüenza pública a lomos de un borrico.

En los versos siguientes viene a decir que Talavera es ciudad permisiva “barata de culpas” “mucho amor”, o sea prostitución y “pocos cuartos”, ya que afirma que los talaveranos a los que llama “hijos del vidriado”, es decir ceramistas, no te dan un duro si te pueden dar una perra gorda que viene a significar lo del gozque, que es un perro pequeño y el alano que es una especie canina de envergadura considerable.

Un talaverano más que aparece en la obra de Quevedo es otro miembro del hampa llamado “Añasco de Talavera, aquel “hidalgo postizo / hallador de lo guardado / santiguador de bolsillos…” es decir, un falso hidalgo que tiene por oficio el de ladrón. En la obra de Lope de Vega, aparte de las referencias a la cerámica que veremos en otro lugar, aparece Talavera como la ciudad de origen de uno de los personajes principales de la obra “La Serrana de la Vera”, en la que un joven caballero dice haber nacido en nuestra ciudad. Al referirse a que es sobrino de un obispo y desarrollarse la obra en la época de Carlos V, cuando el obispo García de Loaysa era su confesor, podemos deducir que se está refiriendo a un caballero miembro de la vieja familia de los Loaysa en Talavera.

Sepulcro de García de Loaysa, confesor de Carlos V en el convento de Santo Domingo, su fundación
Sepulcro de García de Loaysa, confesor de Carlos V en el convento de Santo Domingo, su fundación

En 1659 un noble francés llamado Francisco Bertaut comenta a su paso por Talavera el dato curioso de que “En el año de 1518, el papa León X quiso dividir el arzobispado de Toledo, que hallaba demasiado grande, y hacer un obispado en Madrid y otro en Talavera, y hasta nombró para comisario al cardenal Adriano” pero no se pudo ejecutar por negarse los de Toledo y su arzobispo.

En 1672 el joven francés A. Jouvin pasa por aquí y hace una guía de su viaje. Al llegar a Cebolla y contemplar la fértil vega del Tajo dice que es “un terreno semejante al paraíso terrenal, donde está la venta de Montearagón, la venta y el puente del Alberche, que se pasa sobre un puente de madera un río grueso que viene de las montañas de la sierra de Toledo, que se ven a mano derecha, que desagua allí cerca en el Tajo, que sigue por un llano el más fértil de España, donde está Talavera de la Reina”. Aunque confunde a la Sierra de Gredos con los Montes de Toledo, aparece nuevamente aquí el lugar común de todos los viajeros, la percibida fertilidad del terreno. De la ciudad dice el viajero que “está dividida en ciudad vieja y nueva. La vieja está cerrada de gruesas y fuertes murallas, y la nueva, que es más grande, no tiene murallas pero sí varias calles grandes, donde viven ricos mercaderes, pero principalmente cerca de la plaza mayor, donde está el Ayuntamiento, adornado por un hermoso reloj. Se estima por toda España la vajilla de loza de Talavera, desde donde se entra en un llano cubierto de olivares para ir a Calera”. Luego continúa su viaje hasta Guadalupe.

En capítulo aparte veremos las ocasiones en que Cervantes hace alusiones a nuestra ciudad en su obra.

LA FOTÓGRAFA INGE MORATH TAMBIÉN ESTUVO EN GAMONAL

Mujer de Gamonal en sus lavaderos (Inge Morath)

Siempre tuvo que ser pintoresco y llamativo ver desde el camino que lleva de Talavera a Velada y a la Sierra de Gredos la algarabía y el ambiente de los lavaderos de Gamonal con sus más de 130 pilas de granito situadas en dos grandes círculos, junto al arroyo de Zarzoleja.

En ellas lavaban su ropa las gamoninas remangadas en las pilas de piedra, frotando la ropa con jabón casero hecho con las grasas sobrantes en casa y con sosa.  La ropa se tendía en los juncales que crecían en el entorno para que se secara y se blanqueara mejor, y si no era suficiente se podía cocer la prenda con ceniza en los domicilios, una verdadera lejía natural.

Podemos imaginar las bromas, las canciones y los chascarrillos muchas veces subidos de tono, y la alegría y el intercambio de información entre las mujeres del pueblo.

El de Gamonal se trata de un lavadero tradicional con numerosas pilas de piedra en dos círculos que rodean a sendos pozos de planta cuadrada y muros de mampostería granítica de los que se extraía el agua. Actualmente se ha adecentado la zona con un parque, y hay que señalar que debió llamar la atención de la fotógrafa Inge Morath,  Esta fotógrafa pasó por aquí camino de Navalcán, donde tenía amigos españoles y debió llamarle la atención el ambiente de las mujeres lavando en algarabía con las ropas tendidas al sol entre los juncales del arroyo Zarzoleja, e hizo algunas instantáneas del lavadero que conserva el ayuntamiento de Navalcán por donativo del propio Henry Miller.

Pues bien, hemos hablado en otra entrada de este blog de la visita de Inge Morath a Navalcán en 1954 haciendo la famosa fotógrafa austriaca que trabajó con la agencia Magnum y en las más famosas revistas del mundo unas magníficas fotografías de una boda navalqueña. Su marido, el dramaturgo y Nobel de literatura Henry Miller, que se casó con ella después de separarse de Marylin Monroe, agradeció el recibimiento y el homenaje que se hizo a su mujer en el discurso de agradecimiento que pronunció cuando se le otorgó el Premio Príncipe de Asturias. Me remito a esta entrada de mi blog que podéis abrir si queréis más detalles:

INGE MORATH, LA ESPOSA DE ARTHUR MILLER QUE FOTOGRAFIÓ UNA BODA EN NAVALCÁN

Pues bien, observando las fotografías he constatado que dos de ellas al menos están realizadas en los lavaderos de Gamonal, probablemente cuando pasó Inge camino de Navalcán, en aquellos años.

Lavaderos de Gamonal (Inge Morath)

En la primera fotografía se ve a una mujer joven de Gamonal que podéis investigar y decirnos quién puede ser y si vive aún, porque si la foto es de 1954 tendría una edad entre 80 y 95 años aproximadamente. La joven se protege del sol con el sombrero de paja y el pañuelo y se ve el agua turbia por el jabón. En los bordes de la pila hay dos trapos enrollados con forma rectangular que creo pueden tener la utilidad de proteger la ropa cuando se la golpea contra la piedra para mejorar el lavado. Al fondo se ve la carretera con unos arbolitos plantados en el borde y el antiguo camino de Gamonal a El Casar que va paralelo a la carretera. Justo detrás de ella se ven los juncales y el cauce del Zarzoleja.

Pila que se encuentra en la misma situación que la foto de la lavandera gamonina.

En la segunda fotografía se observa el círculo de pilas más cercano a la carretera y a la izquierda se percibe el otro. Todavía no se ve el cementerio nuevo y parece percibirse emergiendo entre los árboles la torre de la iglesia de Gamonal. En primer plano las mujeres extienden la ropa en las orillas del Zarzoleja. Esta foto está tomada desde la carretera, justo en dirección contraria que la primera.

El mismo círculo de pilas fotografiado por Inge Morath, en este caso la instantánea se ha hecho desde un punto algo más al oeste, por lo que no se ve la torre de la iglesia.

EL FRAILE QUE ARRODILLÓ A LA REINA

El FRAILE QUE ARRODILLÓ A LA REINA

Monumento a Fray Hernando de Talavera
Monumento a Fray Hernando de Talavera

Un fraile jerónimo de cuerpo delgado y rostro alargado permanecía sentado en la gran sala abovedada que daba entrada a las dependencias del Santo Oficio. La expresión de su nariz aguileña y sus ojos, tan vivos a pesar de su edad, causaban al joven clérigo que le acompañaba una sensación de serenidad que ninguna otra persona había conseguido transmitirle. Dos criados que cruzaron las frías dependencias, al pasar junto a él, murmuraron  sorprendidos que el modesto fraile que ahora esperaba sentado para ser interrogado por  el Inquisidor de Córdoba, Diego Rodríguez Lucero, era nada menos que el arzobispo de Granada, Fray Hernando de Talavera.

Siempre había sido un hombre modesto y con humildad aceptaba la que él consideraba una dura prueba impuesta por Dios. Lucero, al que el pueblo conocía como Ael hombre de las hogueras@ se había cebado con él y con su familia. Había conseguido que unas mujeres recompensadas con unas monedas acusaran al arzobispo y a su familia de prácticas de brujería en las que sus sobrinas se entregaban embriagadas a bacanales y ritos satánicos, montando a la grupa de machos cabríos y recorriendo España para buscar prosélitos para el judaísmo.

Fray Hernando de Talavera yMaldonado, el Doctor Talavera entre otros en la exposición de Colón de su proyecto de navegación a Indias

Miraba el fraile a la pared de piedra de enfrente como si fuera a obtener de ella alguna respuesta. Se acordó de su madre, la hermosa judía que el señor de Oropesa don Fernando Álvarez de Toledo quiso tener por amante y, aunque pasó algún tiempo de su niñez en Oropesa, sus primeros recuerdos venían de Talavera de los alrededores de la calle del Contador, del patio de la casa donde sus tíos Pedro Suárez y Diego López de Ayala habían instalado a su madre para alejarla de la condesa.

Empezó a notar frío, el mismo frío húmedo de iglesia que desde los cinco años se había acostumbrado a sentir cuando cantaba en la Colegial de Talavera, mientras aprendía a leer y escribir entre el ir y venir de los canónigos. Desde entonces no había dejado de oler a cera e incienso en toda su vida. Recordaba sus visitas al monasterio de Santa Catalina donde su pariente Fray Alonso de Oropesa, más tarde General de la Orden de los jerónimos, había sido elegido en plena juventud prior del poderoso convento talaverano. Allí  pensó por primera vez en hacerse monje. En realidad, pensó, hubiera deseado permanecer toda su vida en el monasterio del Prado donde fue prior, entre sus libros y sus frailes.

Placa en la casa natal de fray Hernando de Talavera
Placa en la casa natal de fray Hernando de Talavera

En ese momento, dos dominicos cruzaron la sala mirándole de reojo sin ni siquiera saludarle, él volvió a sus pensamientos y recordó el día en que con toda su ilusión ofreció a su padre la traducción de un libro de Petrarca en la magnífica caligrafía que había aprendido en Barcelona. Asaltaban su mente imágenes de los días felices de bachiller en Salamanca, aunque la penuria económica del hijo bastardo de un noble le obligaba a tomar pupilos en su casa a los que además daba clase para poder sobrevivir. Cuando podía, se escapaba al monasterio jerónimo de San Leonardo en Alba de Tormes donde acabó ingresando como novicio. El nunca dejó de ser un fraile e incluso siendo arzobispo de Granada organizó su casa como si de un convento se tratara, imbuido de la modestia que él quiso volver a introducir en la vida religiosa de los monasterios con el impulso que sus amigos llamaban A la reforma talaverana , la que él mismo aplicó siendo prior del monasterio del Prado en Valladolid.

No tenía miedo a la muerte, pero en ese momento se acordó de las humillaciones que el Santo Tribunal había hecho pasar a su familia y un escalofrío de indignación le recorrió la espalda. Al fin y al cabo era un pobre hombre hijo de judía y ya no vivía su gran valedora, su señora la Reina Católica. Jamás se hubieran atrevido a tocarle un pelo si ella viviera. No pudo evitar recordar de nuevo la primera confesión con la reina Isabel. Siempre había dudado si en aquella ocasión había actuado tal vez con cierta soberbia cuando la reina le indicó que se arrodillara junto a ella para confesarla y él respondió: ANo señora, yo he de estar sentado y vuestra alteza de rodillas porque este es el tribunal de Dios, y aquí hago sus veces@. Pero desde entonces la reina hizo de su persona el  consejero más fiel. Hasta cuando con su amigo y paisano Maldonado, el doctor Talavera, analizaron el proyecto de Colón para viajar a las indias aconsejando a la reina que apoyara la empresa.

Casa donde es tradición que nació Fray Hernando de Talavera
Casa donde es tradición que nació Fray Hernando de Talavera

Por la insistencia de Isabel aceptó Hernando abandonar su vida monacal y hacerse obispo de Ávila. Pero no gustaba de ser un prelado al viejo estilo, un obispo cuyo fin es mandar y enseñorearse de los menores, ser temido, reverenciado, servido, regalado. No tratar sino de sus contentos y descansos, comidas espléndidas, camas blandas, número de pajes y criados, caballos, mulas aparadores y vajillas ricas, teniendo delante de sus ojos una infinidad de pobres feligreses muertos de hambre, desnudos, enfermos y lastimados. Hernando de Talavera no sería uno de ellos, pero eso le costaría las primeras enemistades de los poderosos los primeros roces con los que siempre querían que todo siguiera igual, los que decían que el fraile se dedicara a decir misa, que no se distrajera con tantos y difíciles negocios de Estado.

Pero la reina siguió confiando en su humilde persona y le hizo arzobispo del último pedazo de España que había estado en manos de los hijos de Alá, el reino de Granada. También allí quiso acercar su iglesia a los más desfavorecidos, a los vencidos, a los moriscos y a los conversos, pero intentó aproximarse a ellos sin la espada, en su misma lengua, respetando sus costumbres y hasta permitiendo su música y sus canciones en las iglesias. Pero los grandes, como siempre, como había sucedido durante siglos, no cesaban en su gula de sangre y riqueza, y ahora le tocaba a este pequeño fraile ser molido en las inmensas piedras del poder.

RENTABILIZAR LA HISTORIA

RENTABILIZAR LA HISTORIA

Estatua de Juan de mariana en un artículo de Blanco y negro de los años 60
Estatua de Juan de mariana en un artículo de Blanco y Negro de los años 60

En cierta ocasión pude visitar en el hermoso pueblo manchego de Villanueva de los Infantes el convento donde murió don Francisco de Quevedo. Se invitaba al turista a conocer la celda donde pasó sus últimos días y murió el gran genio español. Pasé a la estancia entre japoneses y un grupo de profesores universitarios interesados por conocer lugar tan culturalmente señalado. Por supuesto que estos visitantes comieron y compraron productos típicos en Villanueva dejándose allí algún dinerillo.

Unos meses más tarde supe que la celda en cuestión había sido redecorada con viejos muebles que nunca estuvieron en contacto con las posaderas del malhumorado escritor y que, con un poquito de imaginación y la ayuda de vecinos y chamarileros, se había ambientado adecuadamente la estancia. En la plaza adyacente al convento se puede además contemplar un monumento dedicado al autor de El Buscón. Es absolutamente lógico que se explote la imagen de tan ilustre vecino aunque sea con pequeñas dosis de “turismo –ficción”, pues parece además que los restos que se veneran como los del tullido insigne son los de un mocetón bien formado de robusta osamenta, según estudio realizado hace un siglo.

Escultura que representa a Fernando de Rojas en la Plaza del Pan
Escultura que representa a Fernando de Rojas en la Plaza del Pan

Hace unos días visitaba Salamanca y podía pasear por el jardín de Melibea y en Valladolid pude también conocer la casa de Cervantes, con buena decoración de época pero utilizando objetos que nunca coexistieron con don Miguel, entre ellos, por cierto, buena cerámica de Talavera.  Ávila con Santa Teresa es otro ejemplo de cómo algunas ciudades saben rentabilizar su historia y sus personajes ilustres para hacer que el turista se acerque a ellas.

Cenotafio de García de Loaisa, confesor de Carlos V y fundador del convento de Santo Domingo en Talavera

Si queremos quitar a Talavera su aire y fama de localidad un tanto rústica, mezclados con su aspecto de ciudad dormitorio, y darnos así un poquito de “caché”, sin renunciar por supuesto a los vínculos que desde siempre hemos tenido con el mundo agropecuario, sería interesante potenciar el reconocimiento de los muchos personajes históricos que nacieron o vivieron aquí.

Boceto de monumento a la Batalla de Talavera que no se llegó a realizar
Boceto de monumento a la Batalla de Talavera que no se llegó a realizar

Porque resulta, por ejemplo, que por nuestras calles corrieron de niños Fray Hernando de Talavera  y Rodrigo Arias Maldonado, el “Doctor Talavera”, dos hombres influyentes ante Isabel la Católica que contribuyeron en gran medida a que se iniciara la empresa americana. Pues bien, la casa natal de fray Hernando estuvo a punto de derrumbarse aunque ha sido felizmente recuperada. Podemos aprovechar el tirón que tanto su figura como la de Maldonado o Francisco de Aguirre tendrían para el turismo y para el prestigio de nuestro pueblo.

Fray Hernando cuenta ya con un monumento en la ciudad como lo tiene, aunque no muy apropiado, Fernando de Rojas. Se ha erigido uno más bien modesto a la Celestina. Pero digo yo que el autor de la considerada como segunda obra más universal de nuestra literatura podría dar mucho más de sí en cuanto a dar a Talavera la pátina cultural que tanto necesita. Una ruta digna de La Celestina y del que fue alcalde de nuestra ciudad debería instalarse sin importar que se hayan de hacer nuevas placas cerámicas que sirvan de guía por los lugares vinculados con él y su obra, y por su puesto el acceso al claustro de la Colegial, donde se encuentran sus restos, debería estar garantizado. La figura del Arcipreste de Talavera, otro literato de gran talla, tampoco ha sido resaltada en modo alguno como personaje vinculado a nuestra ciudad.

Para llamar la atención sobre el aspecto histórico de Talavera, qué mejor símbolo que el Padre Juan de Mariana, al que se refería Benito Pérez Galdós en el centenario de la Batalla de Talavera declarando que “Talavera es la patria de la Historia por haber sido la patria de Mariana”. Creo que el centenario de su figura debería haber merecido algo más que el paripé académico que se celebró.

Otras disciplinas podrían tener también como patrones a algunos de nuestros más ilustres personajes. Por ejemplo a Gabriel Alonso de Herrera, primer estudioso nacional de la agricultura y la ganadería. El campo y el medio ambiente tendrían en él un magnífico patrón de prestigio para haber instaurado en Talavera estudios universitarios de Medio Ambiente, pero claro, tuvieron que ponerlos en Toledo donde se deben estudiar los selváticos bosques de la Sagra, o las agrestes llanuras manchegas.

Portada de la edición italiana del Libro de Agricultura de gabriel Alonso de herrera
Portada de la edición italiana del Libro de Agricultura de gabriel Alonso de herrera

Hagamos que estos y otros muchos paisanos ilustres estén más presentes en calles y eventos culturales, vamos a querernos un poquito más y no olvidemos a los mejores de nuestros paisanos.

INGE MORATH, LA ESPOSA DE ARTHUR MILLER QUE FOTOGRAFIÓ UNA BODA EN NAVALCÁN

INGE MORATH, LA ESPOSA DE ARTHUR MILLER QUE FOTOGRAFIÓ UNA BODA EN NAVALCÁN

En un artículo reciente de Manuel Hidalgo en El Mundo sobre la fotógrafa Inge Morath se pone en valor su figura pero no se hace referencia a la maravillosa colección de fotos que tienen por tema una boda en Navalcán a mediados de los años 50.

Traemos aquí algunas de esas fotos y artículos en los que se describe el homenaje que se hizo en el pueblo a la fotógrafa con la visita de dos Nobel de literatura a este pueblo de nuestra comarca.

MANUEL HIDALGO

«La fiesta más perfecta». Eso dijo Inge Morath sobre los Sanfermines. La fotógrafa estuvo en Pamplona, por primera vez, en 1954, en compañía del editor Robert Delpire y la escritora Dominique Aubier, ambos franceses, y el resultado de su estancia fue Guerre à la tristesse (1955).

Guerra a la tristeza. No es una mala definición de las fiestas pamplonesas, por entonces cuajadas de curas con tejas, monjas con hábito, aldeanos con boina y gitanas con niños. Y paisanos de andar errático. Y toros, claro. Y el torero Antonio Ordóñez, vistiéndose para matar. El libro, como tal, nunca se publicó en España, pero Lola Garrido, coleccionista de fotografías y amiga personal de Morath, hizo una edición y una exposición en Pamplona en 1997, que contó con la presencia de la artista austríaca, muy apreciada en la ciudad, que hasta le ha dado una calle.

Morath ya había estado en España años antes, acompañando a Henri Cartier-Bresson, de quien fue asistente. Recorrió varias regiones e hizo, sobre todo, muchas fotos de mujeres del campo. Todavía no era miembro de pleno derecho -y primera mujer- de la Agencia Magnum, donde empezó, en París, haciendo tareas de secretariado y producción a iniciativa de Robert Capa.

Morath comenzó a hacer fotos con intención en 1951, durante un viaje a Venecia. Antes se había dedicado al periodismo escrito. Y nunca dejó de escribir. La exposición de Fundación Telefónica de Madrid recoge el trabajo de su viaje, antes de ir a Pamplona, a lo largo del Danubio, fotografías de signo documental y hálito poético, contrastadas en un nuevo viaje -tantos años y cambios después- en 1993.

Ingeborg Morath nació en 1923 en Graz (Austria), y tuvo una infancia peregrina -por la profesión de científicos, vinculados a empresas y laboratorios, de sus padres- hasta que, más o menos, volvió a Berlín en 1938. Estudió Filología Románica, siguió viajando, aprendió un montón de idiomas y sufrió los avatares del nazismo y de la Segunda Guerra Mundial -huida como refugiada- hasta instalarse en Viena y encontrarse con el periodismo y la literatura. Fue amiga, en ese momento, de otra Ingeborg, Bachmann, la poetisa, amante que fue, nada menos, de Paul Celan,Max Frisch y -creo- Thomas Bernhard.

Morath -que había aprendido mucho con el fotógrafo y también pintor austríacoErnst Haas– completó su formación en Londres en la agencia de Simon Guttman, paso decisivo para entrar en Magnum, de nuevo en París, con todas las bendiciones, regularizar sus viajes profesionales y publicar sus reportajes en Life,Vogue, París-Match y tantas revistas. En los años británicos, tuvo un primer matrimonio con el periodista Lionel Birch e hizo amistad con John Huston.

Acogida por este cineasta, trabajó en los rodajes de Moulin Rouge (1952) y Los que no perdonan (1960), camino que le llevaría a Nevada, a la filmación de Vidas rebeldes (1962), en la que Magnum colocó en exclusiva a nueve de sus fotógrafos, dispuestos a no perderse un gesto de tres estrellas rutilantes que enfilaban su recta final: Marilyn Monroe, Clark Gable y Montgomery Clift.

En ese rodaje estaba el dramaturgo Arthur Miller, guionista de la película y marido de Marilyn, que, por supuesto, ya era una celebridad mundial después deMuerte de un viajante, Las brujas de Salem y Panorama desde el puente.

La relación entre Miller y Marilyn estaba virtualmente rota, y el escritor y la fotógrafa iniciaron un romance que, tras el divorcio de M y M, les llevó a casarse inmediatamente. Primero nació su hija, Rebecca Miller, que es una importante escritora y directora de cine -recordemos Las vidas privadas de Pippa Lee– y está casada con el actor Daniel Day-Lewis. Y después, en 1966, nació Daniel.

Daniel nació con síndrome de Down, y Arthur Miller tomó una tremenda decisión: ingresarlo rápidamente en una institución. La oposición de Morath no sirvió de nada. A diferencia de su mujer, Miller nunca fue a visitar a su hijo, y ambos ocultaron públicamente su existencia misma. Sólo en los últimos años de su vida, Miller llegó a encontrarse con su hijo Daniel, ya adulto, y lo incluyó en su testamento.

Al tiempo que seguían sus respectivas carreras, Morath y Miller viajaron mucho por todo el mundo y colaboraron -fotos de ella, textos de él- en al menos tres libros: In Russia (1969), In the Country (1977) y Chinese Encounters (1979)-. Además de por Rusia, China, Estados Unidos y España, Morath viajó por México, Francia, Italia, Irlanda e Irán, realizando reportajes en todos esos países.

Morath fotografió igualmente diversos montajes teatrales y adaptaciones televisivas y cinematográficas de obras de Miller y fue una destacada retratista, con especial predilección por las figuras de la cultura. Ante su cámara posaron Jean Arp, Alberto Giacometti, Pablo Picasso, Philip Roth, Joan Miró, Jean Cocteau y varios otros artistas de primer orden.

Fotógrafa, sobre todo, en blanco y negro, los comentaristas (Margit Zuckriegl, por ejemplo) han señalado la huella en sus imágenes de su maestro Cartier-Bresson y un componente humanista que le llevaba a no mostrar lo más dramático. Morath salió a las calles de Nueva York, cuando los atentados del 11-S, pero evitó fotografiar a las víctimas y se centró en los improvisados memoriales y homenajes.

La misma comentarista -autora, por cierto, de un libro sobre Ernst Haas– señala que en la mentalidad de Morath, y como herencia de Magnum, siempre estaba presente la adecuación de sus imágenes a los medios impresos.

En la exposición de Fundación Telefónica (Tras los pasos de Inge Morath. Miradas sobre el Danubio), junto a 60 copias originales de la austríaca, se exhiben los trabajos de ocho fotógrafas actuales que recorrieron el mismo itinerario por el gran río europeo en 2014.

Cuando Arthur Miller estuvo en octubre de 2002 en Oviedo para recibir el Premio Príncipe de Asturias de las Letras, Inge Morath ya no pudo acompañarle. Había fallecido en Nueva York en enero de ese mismo año a causa de un linfoma. Miller murió tres años más tarde.

Hasta aquí el artículo de Manuel Hidalgo en el Mundo, pero es a continuación donde reproducimos el relato de «CIRCARQ» sobre la historia de la serie de fotografías que hizo la autora de una boda en Navalcán;

Inge Morath (1923-2002)

Navalcán, 1954

Es 1954, están preparando una boda y todo el pueblo está implicado, es una celebración importante dentro de una realidad marcada por el trabajo, la pobreza y hambre, mucha hambre. La fotógrafa, es invitada a quedarse a la fiesta e Inge Morath inmortaliza los preparativos de la víspera de la boda y el día de la boda. «La ceremonia del intercambio de los anillos se celebró a las ocho de la mañana fuera de la iglesia. Yo había llegado lo suficientemente temprano para poder captar el cortejo nupcial en marcha hacia la iglesia. Todos iban vestidos de negro; la novia llevaba un pequeño sombrero de paja negro y su madre una mantilla. Nadie me prestó la más mínima atención, siendo mi presencia aceptada con la misma generosidad que reinó durante todo aquel día».La relación a tres bandas entre Morath, Miller y España tiene ubicación geográfica: Navalcán, Toledo, Castilla-La Mancha. En julio de 1997, el matrimonio Miller-Morath acompañado por el Premio Nobel de Literatura 1992, el sudafricano Derek Walcott, acuden a esta localidad toledana para recordar un viaje hecho cincuenta años atrás. Inge Morath, fotógrafa de la agencia Mágnum, fotografía la España después de una guerra, la España del hambre, la España de los que perdieron. Aquellas carreteras y caminos de tierra de 1954 le llevan, azares del destino, hasta un pequeño pueblo de Toledo, Navalcán. No todo era destino, Inge Morath estaba buscando los famosos bordados de Navalcán y las manos de las que salían. La propia Inge Morath en el prólogo a estas fotografías escribe estas palabras: «En días normales, mujeres y niñas se sientan junto a los portales a bordar incansablemente manteles y servilletas de lino con los intrincados y hermosos diseños de la región. Estos son luego llevados por sus maridos a Madrid, donde tratan de venderlos de puerta en puerta. Una de las mujeres, a quien compré, a un precio que parecía satisfacerla plenamente unas cuantas de sus piezas bordadas me dijo que había una gran fiesta en el pueblo la semana que viene: una boda a la que todos estaban invitados y en la cual vestían sus preciosos trajes típicos».

En sus instantáneas aparecen la encargada del guiso de bodas, los niños, con hambre, alrededor de la sarten, las mujeres bordando en las calles, los labradores tras un duro día de faena en campos valdíos, las mozas que van a buscar a la madrina, la salida de la moza-madrina, la novia, el novio, el baile de la manzana, la recorría… «Ya en la Iglesia, hubo una solemne misa, con los novios y sus familiares arrodillados en primera fila. En las naves laterales había otras mujeres de negro que vienen aquí durante todo un año, después de la muerte del marido o de un hijo, a rezar enfrente de enormes velas que deben permanecer encendidas durante toda la misa».

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Morath sigue narrando las sensaciones que va captando a través de su cámara «llega entonces la hora en que la novia, las madrinas de la boda y las otras mujeres invitadas a la fiesta vuelven a sus casas, visten sus trajes y se hacen luego el peinado tradicional que consiste en una complicada moña sostenida por unos alfileres de plata. Las madres y las abuelas se responsabilizan directamente de todo, bien sea mojando o cepillando pelo, ayudando a poner blusas de lino, apretando corpiños o, finalmente, poniendo y ajustando grandes faldas plisadas y multicolores».Todo queda inmortalizado en la cámara de Inge Morath, «mientras tanto, en el gran recinto vacío donde se celebran los bailes del pueblo, se ha preparado un desayuno con chocolate y arroz con mucho aceite. Todo, inclusive el vino, está en unas enormes vasijas colocadas sobre grandes mesas, y es servido por mujeres que llevan pañuelos negros y que han estado cocinando en los fogones de piedra del patio. Los músicos comienzan a tocar y no pararán hasta el final de la jornada. La pareja nupcial, agarrados estrechamente el uno al otro, toman su turno para bailar. Cerca de las tres de la tarde, se sirve de comida conejo estofado y más vino»

La boda sigue su curso, y la fotógrafa de la Agencia Magnum se siente cada vez más partícipe de la gran fiesta «el punto culminante de una boda campesina castellana es el «Baile de la Manzana». Está ya anocheciendo y gentes de otros pueblos cercanos han venido como espectadores. Se distribuyen tazones con comida que ha sobrado a los que no han comido. El novio, con el padrino de boda, va a buscar a la novia y a las madrinas y las conducen luego en procesión hasta la plaza del pueblo. Allí, los músicos están ya preparados y cerca de una docena de muchachas están listas para empezar el baile. El traje de la novia es idéntico al de ellas, pero la novia lleva decorados más suntuosos y en su cabeza, como señal de pureza, una corona de cintas sobre una guirnalda de flores blancas. Algunas novias, me dicen, han tenido que arreglárselas sin la corona».

El ritual del «Baile de la Manzana» pieza única del folklore navalqueño y afortunadamente conservado por la tradición es narrado por Morath, «cada bailarina sostiene un cuchillo con una manzana clavada en la punta y, a medida que van danzando rítmicamente al son de la música, los invitados se van acercando y van clavando billetes en las manzanas, ayudando de este forma a reunir la dote de la novia y ganando el derecho a bailar con ella. Los billetes son luego quitados de las manzanas y colocados en una caja de metal que la madre de la novia, sentado con otros invitados en un semicírculo alrededor de las bailarinas, sostiene firmemente sobre sus rodillas…»

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Reencuentro en 1997

En aquella visita, Miller y Morath, pudieron sentir el cariño «palpable» de los navalqueños, no hubo boda pero si un encuentro con aquellos a los que ella retrató, los novios, ya abuelos, la moza-madrina, también abuela, y aquellos niños hambrunos, ya adultos. Si hubo además baile de la manzana, y recorría, y dulces en abundancia, más que en aquella primera visita. Todo esto hizó llorar a un Nobel de Literatura, Derek Walcott, que acompañaba al matrimonio en este viaje, fue él quien aseguró a Miller «que en su vida había vista algo tan bonito». La visita del matrimonio Miller-Morath se repite el cuatro de octubre de 1998, cuando acuden a la invitación cursada por el Ayuntamiento de la localidad para inaugurar una calle dedicada a la famosa fotógrafa. Y es ahora, cuatro años después cuando de nuevo Navalcán, Miller y en la memoria Inge Morath vuelven a unir sus destinos. El Consistorio de la localidad ya ha cursado una invitación formal al dramaturgo norteamericano para que visite de nuevo esta villa y en la página web de la localidad, www.navalcan.com son muchos los que se acercan hasta el foro para dejar su mensaje sincero de agradecimiento a alguien que siendo extranjero ha sabido llevar por todo el mundo el nombre y el espíritu de las gentes de estas localidad castellano-manchega.La casualidad quiso que el arquitecto municipal de la localidad, Francisco García Herguedas, descubre en una exposición esas instantáneas que Inge Morath realizó en 1954 en Navalcán. En colaboración con la familia Cuevas, natural de este pueblo e instalada en Estados Unidos, se consigue localizar a Inge Morath y en julio de 1997 se realiza la primera exposición de aquellas fotografías. Se exponen cerca de 50 fotografías, la mayor parte de ellas dedicadas a los preparativos de la boda y su celebración. Es entonces cuando tiene lugar el reencuentro de la fotógrafa y de los navalqueños, aquellos que cincuenta años atrás, en una boda en 1954 «no me prestaron la más mínima atención» siendo recibida, igual que sucediera medio siglo atrás «con la misma generosidad».

El recibimiento.

El grupo ‘La Revolvedera’ recibió a Morath y a sus dos ilustres acompañantes a la entrada del municipio para mostrar esos bailes folclóricos que cautivaron a la fotógrafa austriaca unas décadas antes. «Estaba toda la calle llena de gente», recuerda Telesforo de aquella actuación extraordinaria para una formación de un pueblo pequeño de Toledo. Y todavía quedaba el nombramiento de Hija Predilecta y la designación de una calle con el nombre de la protagonista, que se hospedó entonces en la casa de un navalqueño arraigado en Estados Unidos.
Y faltaban todavía los ramilletes de flores, los vasos de vino y los besos a los bebés. «El cariño de sus caras era palpable. Por casualidad, miré hacia Walcott y vi lágrimas en sus ojos. ‘En mi vida he visto algo tan bonito’, dijo. El momento culminante de la visita fue la presentación a Inge por parte del alcalde de una nueva placa que decía ‘Calle Inge Morath’. Iban a cambiar el nombre de una calle en su honor», decía fascinado el autor de ‘Muerte de un viajante’.
El discurso pronunciado por Arthur Miller durante la entrega de los premios en Oviedo sigue describiendo el interés de Inge Morath por Navalcán y también por el resto de España:«A comienzos de los años 50, cuando España despertaba poco interés en el mundo de la cultura, hacía fotografías del medio siglo con un amor y un respeto manifiestos por el alma de la gente, el verdadero tema de su obra ante su dominio absoluto del idioma, de las costumbres y de la historia de España. Yo no podía más que observarla maravillado».
Probablemente, los cerca de 2.500 vecinos de Navalcán continúen viendo reflejada su alma colectiva en esas instantáneas colgadas desde hace años en el Museo municipal, que un día consiguieron reunir en esta localidad a dos premios Nobel de Literatura y a una fotógrafa de prestigio mundial.

Palabras de Arthur Miller en referencia a Navalcán en el discurso de agradecimiento al premio Príncipe de Asturias que se otorgó al ya premio Nobel de literatura.
«Más reciente, Inge Morath me relevó otra faceta muy diferente de España, la España que ella había llegado a querer, el país donde creo que más a gusto se encontraba. Era el país de grandes pintores y de su amigo Balenciaga, pero también de campesinos y de gente del pueblo y toreros, a quienes le encantaba fotografiar. Veía el carácter español cierta aspiración a la nobleza que yo creo que reflejaba la que ella misma tenía. A comienzo de los años cincuenta, cuando España despertaba poco interés en el mundo de la cultura, hacía fotografías del medio siglo con un amor y un respeto manifiestos por el alma de la gente, el verdadero tema de su obra ante su dominio absoluto del idioma, de las costumbres y de la historia de España, yo no podía más que observarla maravillado.

 Nuestra vivencia española llegó a su punto culminante hace aproximadamente año y medio cuando la acompañé en una visita al pueblo de Navalcán. Había en aquel momento una exposición de sus fotografías en Madrid, entre ellas, una serie que había sacado en los años cincuenta, en un pueblo entonces remoto y apenas visitado. Ahora cincuenta años más tarde, había llegado a Navalcán la noticia de que el pueblo había adquirido cierta fama. Un autocar lleno de gente fue a Madrid para ver por sí misma el aspecto que tenían hace tanto tiempo. Estaba en la galería, gente ya de mediana edad, supervivientes observándose, jóvenes y lozanos en sus cumpleaños, bodas, sus campos y sus casas, rodeados de amigos, ya ancianos o fallecidos. Volvieron a Navalcán e hicieron llegar a Inge una invitación, insistiéndose para que volviera a visitarlo, viajamos con nuestro amigo Derek Walcott, poeta laureado con el Nobel y un hombre de mundo con experiencia. Seguramente había salido a la calle más de un millar de personas para saludar a Inge y celebrar su vuelta. La policía y los bomberos enviaron a sus representantes y se sirvió una comida en el ayuntamiento para sesenta personas. Walcott nos acompañaba en medio de la muchedumbre, que no cesaba de regalar a Inge ramilletes de flores, de ofrecerle con insistencia vasos de vino y bebés para besar, a la vez que recordaban a veces su visita de hace medio siglo. Ella no había hecho más que apreciarlos en un momento dado, y había otorgado un reconocimiento y un recuerdo público a sus vidas sencillas. El cariño de sus caras era palpable. Por casualidad miré hacia Walcott y vi lagrimas en sus ojos. «En mi vida he visto algo tan bonito», dijo. El momento culminante de la visita fue la presentación a Inge por parte del alcalde de una nueva placa que decía «Calle Inge Morath». Iban a cambiar el nombre de una calle en su honor.

Por lo tanto, no vengo a ustedes y a la España moderna y democrática con las manos vacías, sino con mis recuerdos personales, unos trágicos, otros felices. En este el mismo espíritu con el cual quiero darles las gracias por su reconocimiento y este gran premio.»

ROMANCE Y LEYENDA DEL CABALLERO CORNUDO

LEYENDA DEL CABALLERO CORNUDO

Estos ripios son el texto del Romance del Caballero Cornudo que sirvió como guión del primer romance de ciego ilustrado editado por la Asociación de Vecinos de San Jerónimo. Se basa en una leyenda medieval que, aunque tiene varias versiones, parece que tuvo algo de verdad y que veremos en otra entrada de este blog.

La alcazaba de Talavera en el siglo XVI. En ella se desarrollan parte de los hechos.
La alcazaba de Talavera en el siglo XVI. En ella se desarrollan parte de los hechos.

Hace ya casi mil años

esta historia comenzó.

En Ávila la bien cercada

un caballero vivió

que se llamaba Nalvillos

bravo guerrero se armó

luchaba contra los moros

multitud de ellos mató

Su mujer era muy bella,

verán lo que la ocurrió:

El día de San Lorenzo

cuando iba de procesión

el moro de Talavera

prisionera la cogió,

la trajo para esta villa

En su alcázar la encerró

Pasó gran dolor esos días

y Nalvillos decidió

ir a salvar a su hembra,

a sus caballeros llamó

con cincuenta de ellos vino,

en la atalaya paró,

ocultar a los caballos

y esconderse les mandó

Atalaya de Segurilla, donde quedaron enmascarados los hombres de Nalvillos
Atalaya de Segurilla, donde quedaron enmascarados los hombres de Nalvillos

Si oyerais mi bocina

acudid en mi favor

Se viste de campesino

y a Talavera marchó

cortando un poco de hierba

venderla bien simuló

pasando así la muralla

y al alcázar se llegó

Su mujer por la ventana

muy pronto le divisó

y le hizo subir luego

al palacio con temor

podría llegar pronto el moro

y causarle gran dolor

¡Ay¡ ya gritan en la guardia

que llega el gobernador

La mujer del gran Nalvillos

le manda muy azorada

que se esconda en un baúl.

Entra el moro y la casada

en el lecho con él yace,

él la goza  muy turbada

pues Nalvillos les escucha

mientras ella  es bien amada

por ese perro traidor

Después de la cabalgada

ella queda muy ardiente

muy vencida y entregada

y en voz baja va y le dice

Mohamed toma tu espada

pues yo te voy a entregar

al que antes de la alborada

seguro vas a matar,

Que se trata de Nalvillos

Tu enemigo más mortal

Si me cubres de riquezas

yo te lo he de entregar

que se esconde en ese cofre

pues me vino a rescatar

Si es cierto, responde el moro,

yo te habré de regalar

y la mitad del tesoro

El jeque llama a la guardia, preso Nalvillos ya está
El jeque llama a la guardia, preso Nalvillos ya está

de Talabira tendrás

El jeque llama a la guardia

Preso Nalvillos ya está

y al jeque que le pregunta

cómo cree que morirá

Nalvillos bien le responde

lo que ahora escucharás:

Si en su misma tesitura

él se hubiera de encontrar

que en la montaña más alta

y cercana a la ciudad

él le habría de matar

quemándole muy bien luego

en una hoguera infernal

Tienes razón dice el moro

y así lo haré sin tardar

vayamos a la atalaya

y acabemos esto ya

Tocando las chirimías

Suben los moros gozosos

Pero al llegar a la cumbre

Ya no están tan jubilosos

Nalvillos tocó la bocina

y los cristianos  furiosos

salieron de su escondite

Y a los moros temerosos

hicieron gran mortandad

yendo luego victoriosos

A conquistar Talabira

Mil tesoros muy hermosos

como botín se llevaron

y al árabe presuntuoso

junto a su amante traidora

el Nalvillos muy celoso

vivos los mandó quemar

Vosotros que esto escucháis,

aprended bien la lección:

Cuernos a nadie perdonan

Ni al noble ni al pobretón

y sólo entran por las puertas

de lado, de frente no

pues se lo impiden las astas,

este cuento se acabó.

Miguel Méndez-Cabeza Fuentes